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En una ocasin un hombre sali de su casa y ech a andar por la calle.

Sus vecinos le saludaban, pero el no se gir ni una sola vez. Su mirada no estaba perdida o ensimismada, al contrario: brillaba en ella el fuego de la determinacin. Era como si hubiera tomado una decisin y nada pudiera evitar que la llevara a cabo. Sus piernas impriman a cada paso la energa de una voluntad de hierro. A toda velocidad gir la esquina y lleg hasta la rotonda que se encontraba en el lmite de su barrio. All abri la boca y grit, grit tan alto como le fue posible. Despus, relajado, volvi a casa. Nadie sabe bien que fue lo que grit, pero desde aquel da fue un hombre feliz. Todos deberamos aprender de aquel hombre. Tomar una determinacin, hacer una bola con aquello que pisotea nuestra felicidad, lo que nos hace desgraciados y expulsarlo con un fuerte grito. Lejos de nuestra casa, barrio, de nuestro corazn. Nadie dijo que poner en orden el alma fuera cosa de andar callado y en silencio. De vez en cuando tenemos que gritar. El Halcn Peregrino

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