PRESENTACION
BORGES HA CONTADO en un famoso texto lo que
significd para su época y para un latinoamericano
la liberacioén de Paris en 1944. Para él, descubrir
que una emocién colectiva podria no ser indigna;
para la polémica con los pro alemanes argentinos,
nada menos que el debate acerca del destino de la
civilizacion occidental.
Viejos y nuevos hechizos de la cultura lati-
noamericana. En una bubardilla de la Ciudad Luz,
Garcia Marquez redacté, con hambre, E\ Coronel
no tiene quien le escriba. Cuando Vargas Llosa era
en los afios cincuenta el “sastrecillo valiente” de
Lima, sé6lo deseaba ir a Lutecia. Aproximadamente
por esa misma época, Horacio Oliveira vagaba por
las orillas del Sena en busca de la Maga; la Rayuela
de Cortdzar tiene como mandala y eje de buena
parte del libro a esa misma ciudad. Alli, antes, en
un ambiente de surrealismo, Asturias, Carpentier
y otros concibieron la posterior “novela de los dic-
tadores” y sus estéticas de magias y realismos. An-
tes, los hombres de la Independencia, los republi-
cos que la siguieron, los positivistas, pintores, ma-
sicos, abogados y vagos peregrinaron a la misma
Meca. No es extrafio que para los modernistas his-
panoamericanos, tan cosmopolitas, tan dados al
"galicismo mental”, Paris fuera un narcotico. Lo
confiesa Dario, quien de nito pedia a Dios cada
noche no morir antes ac ver el milagro: “Era para
mi como un paraiso en donde se respirase la feli-
cidad sobre la tierra. Era la ciudad del Arte, de la
5Belleza y de la Gloria; y sobre todo era la capital
del Amor, el reino del ensueno”. Lo corroboraria
el extrato cubano Julian del Casal: odio hacia la
Francia oficial, amor por la urbe brillante, artifi-
ciosa, drogada, satanica, ocultista, la de las sensa-
ciones raras. Casal, sin embargo, jamdas llegé a Pa-
ris y acaso no le fuera necesario: los libros y las
revistas se la tratan a América. Por resumir y uni-
versalizar, apenas hay que detenerse en lo que Ril-
ke, Henry Miller, Hemingway 0 Walter Benjamin
afirmaron con idéntica emociébn. Presentes o an-
helantes, todos ellos repetian las experiencias de
Madame Bovary, entregada a sus ensonaciones ner-
viosas sobre un plano de la villa o un grabado de
sus bulevares. "En Paris, dice Stendhal, el amor es
hijo de las novelas”. Novela es novedad, noticia
del presente o sensacién de “vida”, buscada por
los artistas en la Ciudad Luz.
De ahi entonces que uno de los mas brillantes
prosistas del modernismo hispanoamericano, el
guatemalteco Enrique Gomez Carrillo (1873-1927),
hiciera de Paris el eje de sus andanzas y escrituras.
Los modernistas lo admiraban y acaso le tenian en-
vidia por estar en el centro del huracan de esa afto-
vada “vida”. Pero si, como siempre, la enorme
“oferta de cultura y sensaciones corre el riesgo de
volatilizarse por lo mucho, en el fondo lo animaba
una visién serisima y trascendentalista: encontrarse
en la "capital de la latinidad”, sentirse “ciudadano
del mundo”. Amaba también a Grecia, pero tal vez
como Dario, buscaba "la Grecia de Francia’, por-
que, sigue diciendo Prosas profanas, en ella “el eco
de las Risas y los juegos, su dulce licor Venus es-
cancia”. Desde luego, las paginas de Gomez Carri-
Ho sobre Grecia fueron un acontecimiento.
Cronista de la manera en que los modernistas
entendian ese pequefio arte de resefar aconteci-
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