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FERDINAND DE SAUSSURE PROF.

CARLOS HIPOGROSSO

Ferdinand de Saussure: un autor fundacional •


(versión provisoria)

Carlos Hipogrosso
LICCOM – FHCE -IPA

Es necesario ubicar, en primer lugar, al autor que nos ocupa en relación al


sistema de pensamiento que lo explica.
Para ello, se procederá a dar una breve explicación del concepto de paradigma tal
cual se entiende en las ciencias sociales.
En este sentido, entendemos paradigma como un modelo de interpretación, una
forma de ver la realidad. Dicho modelo se traduce en determinados discursos que van
cambiando a partir de un momento dado hasta unificarse en una misma línea interpretativa,
que no necesariamente aporta datos nuevos sino que, al menos, y esto es lo fundamental,
reordena los datos existentes en base a una nueva concepción.
Se entiende, en general, que cuando un paradigma se impone como modelo
de interpretación, las nuevas categorías bajo las cuales la realidad se intenta aprehender se
instalan en los discursos de las distintas disciplinas y ciencias. Asimismo, el marxismo
surge como un paradigma porque a partir de él aparecen determinadas categorías sobre la
realidad en lo que se refiere al modelo social y la economía.
Un paradigma, asimismo, se puede identificar con un nombre, nombre de
carácter descriptivo, que, generalmente, coincide con su dimensión más relevante.
Para el caso del autor que se intenta explicar en este apartado, el concepto con
mayor fuerza explicativa es el de “estructura”, uno de los modos en que se presenta la
concepción antipositivista que empieza a nacer a principios del siglo pasado.

Eugenio Coseriu, lingüista de origen rumano, presenta en su libro Lecciones


de lingüística general dos capítulos que, a los efectos de esta exposición, pueden ser
aclaratorios de lo que se intenta exponer: el cap. II que lleva como nombre “La ideología
positivista en la lingüística” y el III denominado “El antipositivismo”.
Si bien es verdad que este autor no pretende dar cuenta de lo que aquí se denomina
cambio de paradigma, el ordenamiento que propone en estos dos capítulos puede ser
ilustrativo de lo que se quiere presentar en este primer apartado.
Coseriu, a través de ocho principios, cuatro con los que ordena el pensamiento
positivista y cuatro con los que ordena el pensamiento antipositivista, no solo es capaz de
dar cuenta claramente que, por lo menos en los estudios del lenguaje, se produce un quiebre
significativo, sino que, asimismo, varios de los conceptos por él expuestos, emergen, sin
ninguna duda, en la teoría lingüística de Ferdinand de Saussure.
Eugenio Coseriu presenta, además, en el capítulo III ya citado, lo que él ha elegido
llamar ideología positivista. El concepto de ideología, se opone, en el marco de su
explicación, al de filosofía positivista. Su concepción de ideología apunta al hecho de que, a
su criterio, cuando los principios ordenadores de una concepción filosófica pierden su
fuerza explicativa y se aplican de forma mecánica y sin mediación crítica a todos los


Este trabajo no hubiera sido posible sin la constancia de Matías Ferrari, alumno mío en el IPA. Desgrabó
mis clases y me cedió amablemente SU trabajo en formato electrónico

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aspectos de la realidad, dichos principios se vuelven dogmáticos. Trasmutan su fuerza


descriptiva en una red prescriptiva que inunda los discursos de manera dogmática.
En este sentido, la interpretación darwinista que en muchos casos hace el S. XIX del
cambio lingüístico es, por ejemplo, para este autor, ideológica en la medida en que se
iguala, sin crítica mediante, un hecho natural a uno social.

Los cuatro principios del positivismo según Coseriu

1) Principio del individuo o del atomismo. Este principio se basa en la


generalización de los datos empíricos. El proceso de generalización, dentro de una
ideología positivista, es empírico-inductivo. Se pretende construir clases a partir de una
generalización de casos particulares. Dado que todos los hechos empíricos son, por
definición diferentes, el investigador positivista se puede ver frente al problema de no
sentirse capaz de arriesgar una teoría: para el investigador positivista los datos nunca
son suficientes.

2) Principio de la substancia. Presupone que la identidad de un individuo o,


entre los individuos, está dada por su materialidad. Desde el punto de vista lingüístico
esto presenta varios inconvenientes:

Repárese en los siguientes ejemplos:

a) Voy por ese camino


b) Camino todos los días cuarenta cuadras

Desde el punto de vista material, tanto en su realización fónica como gráfica, se


podría arriesgar que el camino del primer ejemplo no se diferencia en nada del segundo.
Se pierde fuerza explicativa en la medida en que, para cualquier hablante nativo del
español, el primero no funciona como el segundo.

3) Principio del evolucionismo. El evolucionismo supone que las clases de


hechos se consideran en su evolución, y que esa evolución está eventualmente
predeterminada. El positivismo se manifiesta en dos elementos: el concepto de
evolución de raigambre darwinista y el de necesidad, propio de las ciencias físicas.
Dadas determinadas causas, necesariamente se producirán ciertos efectos. Este
principio lleva a privilegiar la historia de una lengua en detrimento su descripción.

4) Principio del naturalismo. Dado que las clases de hechos se reducen al tipo
de hechos naturales, estos se pueden explicar por un conjunto de leyes. De esta forma,
los hechos de carácter social se podrían prever y calcular al modo de los
acontecimientos físicos. En los estudios del lenguaje surgen un conjunto de metáforas
biologicistas con fuerte carácter explicativo dentro del modelo: lenguas madres,
familias de lenguas, lenguas muertas, etc.

Los cuatro principios del antipositivismo

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1) Al principio del atomismo, la concepción antipositivista le opondría


fundamentalmente dos elementos:
a) la universalidad del individuo: todo individuo es capaz de
manifestar no solo su individualidad sino su universalidad. No es necesario
una muestra empírica exhaustiva de individuos. Aprehender el primer hecho,
comprenderlo, supone comprender hechos similares. Esto permite al
investigador arriesgar teorías antes del dato (en forma de hipótesis), durante
la observación del dato (corrección de las hipótesis) y al final de la
recolección de los datos.
b) el sistema de hechos o el contexto: los hechos son
aprehendidos en su contexto y se explican por el sistema del cual forman
parte.

2) Al principio de la sustancia se le opone el de la forma y la función.


Los hechos deben ser explicados por su forma y su función. De esta manera, dos
hechos que pueden tener sustancias idénticas pueden representar formas o funciones
diferentes (en este sentido cfr. “camino” en a) y en b), uno es un sustantivo y otro
un verbo) y dos hechos materialmente distintos pueden estar cumpliendo la misma
función y por tanto los declaramos idénticos. En lingüística, podemos arriesgar que
el segmento i- de irrepetible es idéntico al segmento in- de inseguro en la medida
en que i- cumple la misma función en irrepetible que in- en inseguro. Este concepto
es de capital importancia en la teoría del valor de F. de Saussure.
3) Al principio del evolucionismo se le opone el de la esencialidad
estática, es decir, los hechos presenta su esencialidad en un momento determinado.
Dos comentarios al respecto. En primer lugar, se entiende que un hecho no se puede
aprehender mientras cambia, lo que se puede observar es el cambio mismo. En
segundo lugar, cuando un hecho cambia, todo el juego de relaciones que le atañan,
cambian con él. Esta concepción privilegiará tanto el concepto de estructura, como
el de descripción sincrónica.
4) Por último, al principio del naturalismo se le opondrá el principio de
la cultura. Coseriu entiende que los hechos de la cultura no se comportan como los
de la naturaleza. Frente a la necesidad de los hechos de la naturaleza, se opone la
libertad de los hombres. Es decir, sometidos a las mismas causas, los
acontecimientos humanos pueden estar orientados a distintos fines. Se opone
fuertemente la causalidad a la finalidad, es decir, los hechos no ocurren solamente
por algo, sino para algo.

Agreguemos a estos cuatro puntos que intentan dar cuenta de dos visiones diferentes
un comentario del argentino Eliseo Verón. Este autor en su libro La semiosis social,
presenta a Saussure como un autor fundacional. En este sentido, podemos afirmar que en
el Curso de lingüística general ambos paradigma, el positivista y el antipositivista están en
conflicto. Esta es una de las causas de que su lectura se vuelva compleja.
Verón, a grandes rasgos, presenta dos posibles lecturas del Curso.

a) llama “lectura en producción” a la que se define a partir de las circunstancias


que hicieron posible la aparición de una obra.

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b) propone como “la lectura en recepción”, al conjunto de interpretaciones que


a dicha obra se le asignan luego de editada.

En este sentido, el Curso de lingüística general, leído “en producción”, es altamente


positivista. Sin embargo, leído “en recepción”, la lingüística del S. XX lo ha elevado al
libro fundacional del estructuralismo. En el fondo, ambas concepciones están en pugna en
su desarrollo.
Si consideramos, además, que lo que conocemos como la Vulgata, es decir, lo que
sus alumnos publicaron de sus clases, su lectura se vuelve más compleja. En efecto, este
libro es el resultado de los apuntes de clase de tres cursos consecutivos que Saussure dicta
en Ginebra. En ellos, el autor va reformulando los conceptos. Si bien, podemos asegurar
que su proyecto teórico está bien definido, los pasajes elegidos por los editores muchas
veces entran en conflicto y dan cuenta de un hombre que, extremando su razonamiento,
rompe con las concepciones de su época.
Lo que sigue es un comentario de los capítulos más relevantes de este libro. Dichos
capítulos son los que mejor dan cuenta de lo que se ha dado en llamar el Saussure público,
es decir lo que generalmente recogen los manuales de lingüística más relevantes.

CAPÍTULO II DE LA INTRODUCCIÓN DEL


“CURSO DE LINGÜÍSTICA GENERAL”

MATERIA Y TAREA DE LA LINGÜÍSTICA.


SUS RELACIONES CON LAS CIENCIAS CONEXAS

“La materia de la lingüística está constituida en primer lugar por todas las
manifestaciones del lenguaje humano, ya que se trate de pueblos salvajes o de naciones
civilizadas, de épocas arcaicas, clásicas o de decadencia, teniendo en cuenta, en cada
período, no solamente el lenguaje correcto y el “bien hablar”, sino todas las formas de
expresión. Y algo más aún: como el lenguaje no está las más veces al alcance de la
observación, el lingüista deberá tener en cuenta los textos escritos, ya que son los únicos
medios que nos permiten conocer los idiomas pretéritos o distantes.”

Si bien as fuentes de este capítulo provienen del tercer curso que dictó Saussure, lo
que supone que el proyecto teórico del autor está bien avanzado se manifiestan ciertas
imprecisiones que, más adelante serán salvadas. Por ejemplo, la distinción entre lenguaje y
lengua no cobra en esta presentación mayor relevancia.

Por otra parte, este capítulo remite de manera necesaria al siguiente: “Objeto de la
lingüística”. En efecto, bajo la concepción positivista “materia” y “objeto” se definen uno
en relación con el otro. La materia constituye la realidad inordenada, lo que Saussure va a
entender como el lenguaje mientras que el objeto se define como el elemento ordenado y
homogéneo que permite clasificar y estudiar la materia.

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Saussure comienza presentando sus discrepancias con los estudios


tradicionales del lenguaje, en particular con la gramática normativa particularmente
prescriptiva. Al autor le interesa, en cambio, describir cómo realmente habla la gente.
El hablar correcto es una manifestación más de la materia sujeta a estudio. Por otro
lado esta “corrección idiomática” tiene, en el S. XIX como modelo la escritura. En efecto,
los textos son modelos a imitar, incluso en la comunicación oral.
Lo que aquí se plantea es un objetivo que, de alguna manera, replantea la cuestión:
¿qué es lo que realmente dice la gente? Circunscribir los estudios del lenguaje a la escritura
es dejar de lado una gran cantidad de aquello que constituye la materia.
Su intención es privilegiar la oralidad en la medida que la supone más representativa
de todas las manifestaciones del lenguaje humano. Sin embargo, la escritura no se descarta
de forma definitiva. Esta se constituye en documento de épocas precedentes. En efecto, la
tradición filológica de la que proviene este autor, da cuenta de cómo, a través de textos
escritos, podemos deducir formas de hablar de otras épocas. Baste pensar que sería
imposible sin ellos deducir la existencia de un latín hablado (vulgar) distinto del latín culto.
Las cartas personales en donde giros coloquiales se ponen de manifiesto, los
graffitis descubiertos en antiguas ciudades, las listas de palabras “mal empleadas” por el
vulgo, permiten reconstruir un proceso histórico que de otra forma nos sería vedado.
Nosotros contamos con otros instrumentos, grabaciones, películas, etc. Sin embargo, la
escritura ha sido siempre, y lo es todavía, una fuente relevante de formas de hablar de
épocas pasadas. Tómese en cuenta, entonces, que la escritura, no es un punto central en su
teoría, solo importa como medio de acceso a una oralidad olvidada.
Son tres los puntos de los que, a su criterio, se debe ocupar la lingüística:

a) Hacer la descripción y la historia de todas las lenguas de que pueda


ocuparse, lo cual equivale a hacer la historia de las familias de lenguas y a reconstruir
en lo posible las lenguas madres de cada familia

b) Buscar las fuerzas que intervengan de manera permanente y universal en


todas las lenguas, y sacar las leyes generales a que se puedan reducir todos los
fenómenos particulares de la historia

c) Deslindarse y definirse ella misma

Respecto de a) se puede apuntar que ya se perfila una de las grandes “dicotomías”


saussurianas. En efecto descripción e historia van a ser reformuladas en el libro como
sincronía y diacronía (cronos del griego, tiempo): un estudio en donde la variable tiempo
es anulada y un estudio del lenguaje a través del tiempo.
Descripción Sincronía

Historia Diacronía
Estos estudios son ambos necesarios pero distintos. De hecho, un estado sincrónico
se explica por una determinada evolución diacrónica. Un estudio sincrónico es el estudio de
una lengua en un momento dado, y un estudio diacrónico es el estudio de la evolución de
una lengua.

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Sin embargo, es posible estudiar el funcionamiento de una lengua sin considerar su


historia y es posible estudiar la historia de una lengua sin detenernos en cada uno de sus
estados sincrónicos. En definitiva, como se apreciará más tarde, ambos estudios dan
nacimiento, en sentido estricto, a dos ciencias. Si bien estas ciencias son complementarias,
tanto sus objetos como sus métodos, serán diferentes.
El aspecto más relevante, sin embargo, será el de la lingüística sincrónica.
Respecto del estudio diacrónico los aportes de este autor son menos relevantes. En este
punto, no parece apartarse mucho de la tradición del S. XIX.

Respecto de b), son dos las fuerzas que actúan de manera universal (es decir en
todas las lenguas) y de manera permanente: el tiempo y la coerción social. Constituyen las
condiciones necesarias para que una lengua sea una lengua. De ellas se explican la
historicidad, la arbitrariedad, la mutabilidad y la inmutabilidad. El resto es un postulado que
lo acerca a las posiciones fisicistas de los neogramáticos, sus maestros. En efecto, las
ciencias físicas intentan sacar las leyes generales a que se puedan reducir todos los
fenómenos particulares. Saussure va a intentar este cometido en la parte que dedica a la
lingüística diacrónica. Sin embargo, a los efectos de este curso dicho interés no nos resulta
relevante.

Respecto de c), el punto más escueto en su formulación, se desarrolla en todo el


resto del capítulo y, a nuestro criterio, en gran parte del Curso. En efecto, su decisión es
fundacional. Fundar una ciencia supone, en principio, hacerse cargo de un aspecto del que
otras ciencias no se han ocupado hasta ahora.
Muchas son, a su juicio, las ciencias que de una u otra forma estudian el lenguaje
(fisiología, psicología, etc.), por lo que él se plantea el problema de la pertinencia. Es decir,
habiendo tantas ciencias que estudian el lenguaje, ¿qué sentido tiene la existencia de una
nueva? La suya, es una necesidad de tipo epistemológico.
El linde es, entonces, la clave: los límites de esta nueva ciencia están marcados, por
decirlo de alguna manera, por ciencias ya existentes.

“La lingüística tiene conexiones muy estrechas con varias ciencias, unas que le dan
datos, otras que se los toman. Los límites que la separan de ellas no siempre se ven con
claridad. Por ejemplo, la lingüística tiene que diferenciarse cuidadosamente de la etnografía
y de la prehistoria, donde el lenguaje no interviene más que a título de documento; tiene
que distinguirse también de la antropología, que no estudia al hombre más que desde el
punto de vista de la especie, mientras que el lenguaje es un hecho social. Pero ¿tendremos
entonces que incorporarla a la sociología? ¿Qué relaciones existen entre la lingüística y la
psicología social? En el fondo, todo es psicológico en la lengua, incluso sus
manifestaciones materiales y mecánicas, como los cambios fonéticos; y puesto que la
lingüística suministra a la psicología social tan preciosos datos, ¿no formará parte de ella?
Estas son cuestiones que aquí no hacemos más que indicar para volver a tomarlas luego.”

Los estudios del lenguaje necesitan, por una parte, de ciertas ciencias y, por otra,
hacen aportes a otras.
Algunos ejemplos intentarán dar cuenta de este fenómeno.
El lingüista, por ejemplo, reconoce que hay un cambio de sonido entre “pala” y
“bala”, y que tiene consecuencias en su significado. ¿En qué consiste dicha diferencia? Los
sonidos /p/ y /b/ son diferentes porque en uno las cuerdas vocales vibran y en el otro no. Es

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el fisiólogo quien proporciona este dato al estudioso del lenguaje. En este sentido se puede
decir que la lingüística “toma” de otras ciencias.
Por otra parte, los estudios del lenguaje también aportan datos a otras ciencias. Por
ejemplo, es un dato relevante el que un texto aporta a la historia. La historia requiere de los
estudios del lenguaje para dar cuenta de la autenticidad de una posible fecha, de la
interpretación semántica, de las posibles lecturas de un documento.
El hecho de que los estudios del lenguaje estén tan relacionados con otras ciencias
no hace otra cosa que requerir, de una vez por todas, su especificidad.
Saussure comienza a dar cuenta de dicha especificidad en el hecho de que el
lenguaje (más adelante la lengua) es un hecho social. La convención social va a ser, para el
autor, un hecho esencial.
Su mecanismo de análisis le lleva a preguntarse por el hecho de que si lo social es
definitorio, la lingüística, ¿no debería formar, entonces, parte integrante de la sociología y
qué relación tiene la misma con la psicología social?
Dos precisiones al respecto. La primera, tiene que ver con el hecho de que Saussure
necesita deslindar la lingüística de la sociología en la medida de que solo así, se justificaría
como ciencia autónoma. La segunda, tiene que ver con un concepto que Saussure va
trabajar en todo el Curso: su interés no radica en lo psicológico individual, aquello que nos
hace totalmente diferentes. Su interés va a estar en aspectos psicológicos (lingüísticos) que
tenemos en común, es decir aquello que podemos definir, en algún sentido, como social.
Aunque esta cuestión no parece resolverse del todo en este capítulo, apuntemos aquí
algunas cosas. Frente a la pregunta ¿debe la lingüística formar parte de la sociología?, la
respuesta es no. No debe formar parte de la sociología porque esta toma de las instituciones
lo que tienen en común y deja de lado lo que tienen de particular. La sociología no puede
dar cuenta, según Saussure, de la especificidad que haría del lenguaje la materia de una
ciencia nueva.
La psicología social, por su parte, remite a los aspectos colectivos de orden
psicológico, del cual, el lenguaje es solo uno. Esto le permitirá, más adelante, proponer a la
psicología social como la ciencia marco dentro de la cual se insertaría la lingüística.
En efecto, de lo psicológico, lo único que le interesa a Saussure es el aspecto social
internalizado. En este sentido, para él hasta las manifestaciones materiales del lenguaje (los
sonidos, por ejemplo) son nada más que la posibilidad de confrontar lo que de común
tenemos con el otro.
Comienza entonces el verdadero proyecto teórico de Saussure: la lengua es forma y
no sustancia. Todos emitimos sonidos diferentes porque tenemos voces diferentes. Uno de
los problemas más profundos en la teoría saussuriana es la irrelevancia fónica. Las
consecuencias de este hecho solo se harán totalmente evidentes en la teoría del valor.
Tres cosas más deberían señalarse de este capítulo, una a modo de resumen y dos a
modo de conclusión:
1) es imprescindible fundar una ciencia nueva, la lingüística, porque las
ciencias que actualmente estudian el lenguaje, no lo estudian en sí mismo
sino a propósito de otra cosa. El lenguaje no ha manifestado, por lo tanto,
en el campo científico, su verdadera naturaleza.
2) la lingüística no es solo una ciencia nueva, es también una ciencia útil.
Todo aquel que trabaja con textos debe comprender su verdadera
naturaleza. Los textos están hechos de palabras. Comprender cómo

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funcionan las palabras, qué velan y qué descubren, nos permitirá una
nueva forma de abordar los textos.
3) el lenguaje es materia opinable. Todo el mundo habla sobre el lenguaje
pero nadie sabe cómo funciona. Por ser materia opinable, el lenguaje se
carga de prejuicios. La lingüística permitirá dar cuenta de dichos
prejuicios y, a partir de ellos, definir los aspectos más relevantes que,
como ciencia, deberá esclarecer.

CAPÍTULO III DE LA INTRODUCCIÓN DEL


“CURSO DE LINGÜÍSTICA GENERAL”

§ 1. LA LENGUA; SU DEFINICIÓN

“¿Cuál es el objeto a la vez integral y concreto de la lingüística? La cuestión es


particularmente difícil; ya veremos luego por qué; limitémonos ahora a hacer comprender
esa dificultad.”

El capítulo comienza en el párrafo titulado: “La lengua; su definición.” Ya


sabemos con esto que el objeto de la lingüística va a ser la lengua. Comienza así
planteándose Saussure una serie de problemas previos que le permitirán abordar el objeto.
Partiremos de dos adjetivos para nada irrelevantes en la pregunta que inaugura este
capítulo: “integral” y “concreto”.
A primera vista, la necesidad de proponer un objeto concreto parece casi
irrelevante. Es decir, si entendemos que un objeto supone una construcción del teórico, un
punto de vista desde el cual se construye y se aborda una ciencia, su posibilidad de
concreción es casi imposible.
Quizás podamos explicar mejor esta formulación recurriendo al marco histórico en
el que la teoría se está formulando. Los neogramáticos, en tanto epígonos del positivismo,
rehuyen las explicaciones filosóficas, y Saussure, como dijimos, es un neogramático. Lo
abstracto para un positivista es sinónimo de “irreal” en tanto que se desprende del dato
puramente físico, la abstracción y la metafísica se confunden.
A pesar de que en su intento de definir a la lengua no pueda escapar del grado de
abstracción que toda generalidad requiere, Saussure, intentará justificar la “concretud” de la
lengua. Esto ocurre en dos sentidos. Por un lado, si se puede mostrar que los hablantes
hacen un uso de la lengua para hablar 1 , su existencia queda demostrada y su calidad de
abstracta negada. Por otro, el lingüista puede describirla y definirla 2 , y esto da cuenta,
también, de su existencia real.
Fijar y definir el objeto supone un movimiento relevante: es la piedra sobre la que se
construye toda la teoría; es un principio ordenador para la ciencia.
No menos relevante resulta el otro adjetivo en el que se ha reparado: “integral”. En
tanto principio ordenador, dicho objeto permitirá integrar aquellos elementos del lenguaje
que, en principio quedan fuera. El objeto ordena la materia y la integra a una ciencia, puede
ser abarcada, clasificada, estudiada. Lo inordenado adquiere sentido.

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Más adelante, como se verá, el autor dirá que la lengua es el instrumento del habla.
2
¿Observarla?

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Otras ciencias operan con objetos dados de antemano y que se pueden considerar
en seguida desde diferentes puntos de vista. No es así en la lingüística. Alguien pronuncia
la palabra española desnudo: un observador superficial se sentirá tentado de ver en ella un
objeto lingüístico concreto; pero un examen más atento hará ver en ella sucesivamente tres
o cuatro cosas perfectamente diferentes, según la manera de considerarla: como sonido,
como expresión de una idea, como correspondencia del latín (dis) nudum, etc.

Esta formulación aparentemente plantea una diferencia entre las ciencias físicas y
las ciencias sociales. Las primeras trabajan con “objetos dados de antemano”. Para el autor,
el dato físico se impone. Sin embargo, lo único que trasluce esta observación es un
prejuicio fisicista. En realidad, el dato físico tampoco es abordado “tal cual es”, las distintas
ciencias de la naturaleza construyen distintos objetos a partir de la misma materia. La
posición del autor, no deja de mostrar su lado positivsta.
Reparemos, sin embargo, en las apreciaciones sobre el lenguaje.
Saussure parte de un ejemplo que le permitirá mostrar la heterogeneidad del
lenguaje. Las distintas posibilidades que presenta la palabra “desnudo”: entendida en tanto
conjunto de sonidos, como representación de una idea y mirada desde una perspectiva
histórica.
Estas “miradas” suponen la posibilidad de abordar un “punto de vista” que merezca
más atención que otros. Esta decisión no es inocente, supone un anclaje epistemológico.

“Lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el


que crea el objeto, y, además, nada nos dice de antemano que una de esas maneras de
considerar el hecho en cuestión sea anterior o superior a las otras.”

De las palabras citada, dos cosas se deben destacar. En primer lugar, el punto
de vista crea el objeto de estudio. Lo que él llama “punto de vista” es un método de
abordaje. En segundo lugar, él admite también que el objeto de estudio es un constructo
teórico del investigador. Esto supone un método que permita deslindar 3 esta ciencias de las
otras.

“Por otro lado, sea cual sea el punto de vista adoptado, el fenómeno lingüístico
presenta perpetuamente dos caras que se corresponden, sin que la una valga más que
gracias a la otra. Por ejemplo:”

Para poder deslindar esta ciencia, Saussure va a recurrir a un método de análisis que
la bibliografía ha consignado como las famosas dicotomías saussurianas. Quizás tengamos
que reformular esta expresión y admitir un método explicativo basado en dos principios: la
oposición y la complementariedad.
Los editores evidencian la fuerza explicativa de esta metodología a través de
algunos ejemplos.

“1º Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas por el oído,
pero los sonidos no existirían sin los órganos vocales; así una n no existe más que por la
correspondencia de estos aspectos. No se puede, pues, reducir la lengua al sonido, ni
separar el sonido de la articulación bucal; a la recíproca, no se pueden definir los
movimientos de los órganos vocales si se hace abstracción de la impresión acústica.”

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Cap. II de la Introducción

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Es importante no perder de vista el objetivo del ejemplo, que es demostrar la


existencia de la oposición y la complementariedad actuando juntas. Un primer problema
que plantea este ejemplo es que Saussure habla por un lado de “sonidos” y por otro de
“impresiones acústicas”. Aquí aparece un conjunto de presupuestos: cuando la lingüística
define un sonido, no se trata de cualquier sonido que emite un ser humano, que en teoría
son infinitos, sólo cobran importancia aquellos que tienen relevancia en una instancia de
comunicación, en la conformación del sentido, en el reconocimiento de una lengua
particular. Por ejemplo, un lingüista que defina el sonido /p/ en oposición al /b/ va a decir
que ambos son consonánticos, orales (porque el aire sale por la boca), oclusivos (hay un
cierre en alguna parte del conducto) y bilabiales (la oclusión se produce en los labios). Sin
embargo, una diferencia es relevante en el español: en la producción de uno (/b/), las
cuerdas vocales vibran y en la producción del otro, no.
El estudioso es capaz de observar que el rasgo de sonoridad es lingüísticamente
relevante, en este caso, porque su presencia o su ausencia supone un cambio de significado
(cf. /poka/ “poca” con /boka/ “boca”).
No obstante, aunque en determinados contextos la sonoridad es relevante, en otros
no lo es. Un hispanohablante entiende lo mismo si la realización de “apto es tanto /abto/
como /apto/. Aquí se dice que la oposición cae.
Al lingüista le interesa definir esa oposición (la de /p/ y /b/) cuando es
lingüísticamente pertinente, cuando guarda alguna relación con el significado.
Pero lo relevante es que, desde la mirada de Saussure, resulta imposible explicar el
sonido (más adelante las impresiones acústicas) sin los movimientos articulatorios
necesarios para que se produzcan, como también es imposible, considerar dichos sonidos
sin tener en cuenta los movimientos necesarios para producierlos. Lo articulatorio es un
hecho fisiológico, lo acústico es un hecho físico, y, sin embargo uno se explica por el otro
(oposición y complementariedad: son distintos pero complementarios).

“2º Pero admitamos que el sonido sea una cosa simple: ¿es el sonido el que hace al
lenguaje? No; no es más que el instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo. Aquí
surge una nueva y formidable correspondencia: el sonido, unidad compleja acústico-vocal,
forma a su vez con la idea una unidad compleja, fisiológica y mental:”

Este pasaje introduce la dicotomía “significante” y “significado”, una de las más


relevantes en el Curso de lingüística general y que tendrá un abordaje central en los
capítulos referentes al signo
Uno de los aspectos más relevantes e innovadores de su proyecto teórico consiste en
tratar de demostrar la poca relevancia del sonido. En efecto, su teoría propone una suerte de
desustancialización de la lengua: La lengua es forma y no sustancia afirmará más adelante.
Para pensar que es uno de los aspectos más innovadores baste pensar en el concepto
de buena pronunciación con el que tanto se insiste en las clases de lengua extranjera.
Sin embargo, el sonido por sí solo no es nada. En efecto, como lo propone el autor,
si escuchamos hablar a dos personas en una lengua que no conocemos, oímos los sonidos y
no accedemos a los significados. Es más, si lo pensamos con detenimiento, los sonidos que
oímos no son para nosotros fácilmente discriminables. Y esto no ocurre porque tengamos
algún defecto fisiológico. Simplemente somos incapaces de discriminar dónde empieza y
dónde termina cada palabra. No reconocemos unidades y somos incapaces de aislarlas.

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Esto que se presenta como normal para una lengua extranjera que desconocemos,
también tiene consecuencias en nuestra propia lengua. En efecto, si se escucha, en forma
descontextualizada la secuencia “alaimpedida”, ¿cómo se la puede interpretar?
Dos posibilidades nos asigna la lengua, es decir, el español:

1) a la impedida
2) ala impedida

3) No es posible la segmentación “al-aim-ped-ida”, por ejemplo.

La secuencia de sonidos solo es interpretable en relación con significados ya dados


por la lengua. El español tiene determinadas reglas de significado que hacen que, de todos
los contextos que se busquen, haya sólo dos formas de segmentación en el caso anterior.
Para cualquier contexto, la lengua me permitirá acceder o bien a 1) o bien a 2) pero nunca a
3).
Nuevamente oposición y complementariedad: los sonidos son interpretados cuando
hay significados asignables y a dichos significados accedemos gracias a los sonidos.
Sonidos y significados se oponen (son distintos) pero se complementan (uno no es nada sin
el otro).

“3º El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no se puede concebir el


uno sin el otro. Por último:”

En esta exposición de su método, Saussure introduce, también otra de sus


“dicotomías”: la de “lengua” y “habla”; la lengua es lo social mientras que el habla es lo
individual.
Los hablantes tienen determinadas convenciones sociales, hablan con las mismas
reglas, y por más creativos que sean, cualquiera se va a dar a entender porque dicha
creatividad la va a usar, practicar o ejercer con las mismas reglas que los demás. Por ello,
más allá de lo individual está lo social.
Si un oyente entiende lo que un hablante produce es porque ambos comparten las
mismas unidades y las mismas regalas, es decir, si el oyente no lo produjo antes es porque
simplemente no se le ocurrió o no tuvo oportunidad, pero podría haberlo hecho y por eso lo
entiende. Lo individual se explica por lo social, y lo social supone lo individual (oposición
y complementariedad).

“4º En cada instante el lenguaje implica a la vez un sistema establecido y una


evolución; en cada momento es una institución actual y un producto del pasado. Parece a
primera vista muy sencillo distinguir entre el sistema y su historia, entre lo que es y lo que
ha sido; en realidad, la relación que une esas dos cosas es tan estrecha que es difícil
separarlas. ¿Sería la cuestión más sencilla si se considerara el fenómeno lingüístico en sus
orígenes, si, por ejemplo, se comenzara por estudiar el lenguaje de los niños? No, pues es
una idea enteramente falsa esa de creer que en materia de lenguaje el problema de los
orígenes difiere del de las condiciones permanentes. No hay manera de salir del círculo.”
(el destacado es nuestro)

He aquí una nueva dualidad: “sincronía” y “diacronía”.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Respecto de este punto, dos palabras presentan gran relevancia: “sistema” e


“institución”. La palabra “sistema” implica que en el lenguaje hay determinadas unidades
que todos usamos y que las combinamos de acuerdo a determinadas reglas.
En relación al punto anterior, independientemente de que todos realicemos distintos
sonidos ya que nuestra constitución física es diferente (tenemos distintas bocas, distintas
lenguas, distintas narices, etc.) las unidades y las reglas a las que estamos sujetos son las
mismas, el sistema es el mismo.
Un ejemplo puede dar cuenta de la solidaridad que suponen los conceptos de
sistema e institución.
En el español existen cuatro artículos determinantes y en el inglés solamente uno.
Esto es relevante porque en el español hay una distinción de género en los sustantivos. Esta
distinción de género me determina ciertas reglas para el español. Dicha distinción en el
inglés no existe, no es pertinente. La distinción en el inglés la tengo en el sustantivo
(boy/boys), pero la de género, como dijimos, no tiene pertinencia. Esto se hace evidente en
el determinante.

EL
LA
THE
LOS
LAS

Las reglas del español no son ni mejores ni peores que las del inglés, son distintas.
El español tiene una historia que generó determinadas reglas para la actual sincronía y el
inglés tiene otra historia que generó otras reglas.
Es más, puedo describir el español, sus reglas, sin hacer referencia a la historia que
las generó. Puedo también estudiar esa historia sin describir exhaustivamente cada estadio
del español. Es decir: historia (diacronía) y sistema establecido (sincronía) son
aprehensibles en forma independiente. Sin embargo, es completamente comprensible que
esta sincronía depende de una historia que la generó. Otra vez oposición y
complementariedad, son cosas distintas, pero una no se entiende sin la otra.

Destaquemos de este 4º punto:

“Sistema establecido” e “institución actual” son dos aspectos de una misma


realidad. Cuando se insiste en hablar de sistema el foco de atención son las reglas; cuando
se insiste en la institución, la carga está en el aspecto coercitivo que tienen dichas reglas.
Una institución es algo que se impone. En definitiva, el sistema es una institución que se
impone, o, si se quiere, la lengua es una institución que nos impone un sistema: están “estas
reglas y no otras.” Más adelante Saussure se va a postular este problema de la arbitrariedad
como una consecuencia de la historicidad: la lengua es arbitraria porque es histórica.

El párrafo se cierra con una reflexión sobre el origen y la adquisición del lenguaje.
Desde una perspectiva saussuriana, remontarnos al lenguaje infantil, por ejemplo, no
soluciona nada. En efecto, cuando se admite que un niño habla (por más “simple” que
dicho lenguaje parezca), las oposiciones planteadas por el autor, ya están dadas. Los
sonidos que se emiten son inteligibles por determinadas articulaciones que los hicieron
posibles, tienen relación con significados y los significados son vehiculizados por esos

12
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

sonidos, dichos significados son el resultado de una convención social que se le impuso y
esa convención social tiene su historia peculiar, la historia de la lengua en la que empezó a
hablar y que se le impone.

“Así, pues, de cualquier lado que se mire la cuestión, en ninguna parte se nos
ofrece entero el objeto de la lingüística. Por todas partes topamos con este dilema: o bien
nos aplicamos a un solo lado de cada problema, con el consiguiente riesgo de no percibir
las dualidades arriba señaladas, o bien, si estudiamos el lenguaje por muchos lados a la vez,
el objeto de la lingüística se nos aparece como un montón confuso de cosas heterogéneas y
sin trabazón. Cuando se procede así es cuando se abre la puerta a muchas ciencias –
psicología, antropología, gramática, normativa, filología, etc.-, que nosotros separamos
distintamente de la lingüística, pero que, a favor de un método incorrecto, podrían reclamar
el lenguaje como uno de sus objetos.”

He aquí el problema epistemológico: o estudiar esta complejidad en su conjunto y


fracasar en el intento de deslindar la lingüística de otras ciencias o abordar uno de estos
aspectos, el más relevante, el que haga del estudio del lenguaje un hecho científico, una
decisión relevante.

“A nuestro parecer, no hay más que una solución para todas estas dificultades: hay
que colocarse desde el primer momento en el terreno de la lengua y tomarla como norma
de todas las otras manifestaciones del lenguaje. En efecto, entre tantas dualidades, la
lengua parece ser lo único susceptible de definición autónoma y es la que da un punto de
apoyo satisfactorio para el espíritu.”

Para interpretar este párrafo hay que recordar lo planteado hasta el momento. En
primer lugar, hay varios aspectos en el estudio del lenguaje y esto supone plantearse qué
aspecto privilegiar para dar sentido, orden a lo que se nos presenta como inordinado: el
elenguaje. Como se ha dicho, a simple vista están en juego aspectos psicológicos,
sociológicos, físicos, etc.
Para abordar este problema, aunque sin definirla aún, Saussure presenta la
lengua: la instaura como el elemento ordenador. Plantear “que es norma de las otras
manifestaciones del lenguaje” supone fundamentar la base sobre la cual construir toda la
teoría. La lengua va a satisfacer la pretensión del primer enunciado del capítulo: “¿Cuál es
el objeto a la vez integral y concreto de la lingüística?” La lengua es ese principio de
clasificación que va a permitir ordenar la materia.

“Pero ¿qué es la lengua? Para nosotros, la lengua no se confunde con el lenguaje:


la lengua no es más que una determinada parte del lenguaje, aunque esencial. Es a la vez un
producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias
adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos.”

Consideremos este fragmento como una primera aproximación al concepto de


lengua. Las caracterizaciones que el autor da son varias y el concepto se va reformulando
desde distintos puntos de vista a lo largo del texto.
Primera cuestión, entonces: es una parte del lenguaje aunque no cualquier parte sino
una esencial. A la heterogeneidad del lenguaje se opone la homogeneidad de la lengua. Su
esencialidad consiste en el hecho de que nos permite ordenar la materia que se nos
presenta como caótica: como afirmará más adelante, es un principio de clasificación.

13
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Si nos preguntamos de dónde deviene su homogeneidad, a lo largo del Curso..


vamos a obtener más de una respuesta, pero detengámonos en la primera.
La lengua está constituida por un conjunto de convenciones. Dos cosas deben
destacarse en este punto: la relación de Saussure con Durkheim, relación que va a tener su
más alto grado en su concepto de institución (es decir, un concepto de época) y la noción de
convención en relación con la homogeneidad y la cohesión social.
En efecto, su proyecto de desustancialización de la lengua es posible definirlo en
función de su concepto de convención. Los hablantes de una misma comunidad
lingüística, en tanto individuos únicos e irrepetibles, somos capaces de materializar de
forma distinta y original la lengua en cada uno de nuestros actos de habla, pero el
conjunto de convenciones con el que contamos son las mismas, de ahí la
homogeneidad necesaria para la cohesión social.
Si tenemos las mismas convenciones somos capaces de comprender y ser
comprendidos, es decir, lo que un hablante es capaz de realizar, está previsto en el conjunto
de convenciones que todos los hablantes poseemos. Más adelante se profundizará en el
hecho de que ese conjunto de convenciones se manifiesta como un conjunto de unidades
gobernadas por ciertas reglas, es decir un sistema.
En efecto, como se apuntaba antes, el hecho de que el inglés manifieste únicamente
un determinante (the) mientras que el español manifieste cuatro (el, la, los, las), no solo
constituye una diferencia entre las reglas del inglés y del español, sino que en tanto dichas
reglas se nos imponen históricamente, son convenciones socialmente aceptadas y que
funcionan en forma coercitiva en una comunidad lingüística. Sus consecuencias son fatales:
la distinción de género en español, por ejemplo, en tanto fenómeno gramatical
(combinación de ciertos sustantivos con los artículos el/los y ciertos otros con los artículos
la/las) no es pertinente para el inglés. Esta posibilidad de organización diversa entre el
español y el inglés, es independiente de la cosa del mundo referida en cada caso. Cada
lengua nos impone su orden propio como un conjunto de convenciones que aceptamos
pasivamente.
Mientras que el lenguaje manifiesta aquello que tenemos en común y de diferente,
la lengua manifiesta sólo lo que tenemos en común.
La lengua es también “un producto social de la facultad del lenguaje”, es decir, un
resultado lingüístico de un determinado proceso histórico. Un grupo social, en su devenir
histórico, produce determinadas convenciones y no otras.

“Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo en


diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al dominio
individual y al dominio social; no se deja clasificar en ninguna de las categorías de los
hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad.”

Saussure opone entonces lengua a lenguaje. Más adelante va a oponer


lengua y habla. El lenguaje presenta, por tanto, muchas formas (una forma física, una
social, una individual, etc.) de donde se deriva su heterogeneidad. Como corolario, su
aprehensión, su estudio, es imposible desde una sola ciencia.

“La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un principio de clasificación.


En cuanto le damos el primer lugar entre los hechos de lenguaje, introducimos un orden
natural en un conjunto que no se presta a ninguna otra clasificación.”

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Por el contrario, la lengua es homogénea y permite establecer un principio de


clasificación. Clasificar es ordenar. La lengua, el objeto, permitirá ordenar el lenguaje, la
materia.

Esta afirmación constituye uno de los núcleos duros en la teoría saussuriana.


Como en muy pocos autores, las condiciones en que fue hecho este libro, permite
evidenciar una un proceso de reflexión evidenciado por una metodología de trabajo.
En efecto, el autor ha llegado a afirmaciones temerarias y las someterá a pruebas.
Para ello se permitirá adelantar las objeciones que se le puedan formular y se esmerarán en
poder sortearlas. En este acto, queda comprometida la legitimidad de su ciencia.

“A este principio de clasificación se podría objetar que el ejercicio del lenguaje se


apoya en una facultad que nos da la naturaleza, mientras que la lengua es cosa adquirida y
convencional que debería quedar subordinada al instinto natural en lugar de anteponérsele.”

Recapitulemos y continuemos. ¿Cuál es la conclusión más relevante a la que había


llegado Saussure? Lo fundamental en el lenguaje es la parte que es social. Dado que es lo
que todos tenemos en común, se puede presentar como homogénea y se manifiesta en
reglas que todos compartimos.
He aquí una primera objeción que se plantea es: ¿Y si hay algo natural más
importante que lo social? En ese caso se caería abajo toda la teoría lingüística, que está
construida sobre lo social.
Anteriormente, el autor ha señalado la existencia una facultad del lenguaje que
podríamos aventurar como la capacidad de cualquier ser humano construir una lengua. Una
pregunta se desprende de tal afirmación: esa facultad del lenguaje, ¿no será algo natural
del ser humano (algo genético, en términos más modernos)? O dicho de otra forma: ¿puede
haber algo natural que sea más importante que lo social? Si esto es así, la teoría cae, lo
social no es lo esencial, porque sin lo natural no existe.
Dos precisiones respecto de este punto. La Vulgata, es decir, el texto que nos queda
de Saussure, no termina concluyendo con la negación de lo natural. Por el contrario el autor
apunta a tratar de mostrar que aquello que se vislumbra como natural (hecho de la
naturaleza), está lejos de serlo. Lo natural va a estar concentrado en dos aspectos: la
pretendida existencia de un “aparato fonador” y la pretendida presunción de que una zona
de nuestro cerebro esté especializada en el lenguaje. Ambas posibilidades permitirían
afirmar una pretendida naturalidad del lenguaje respecto de la especie. 4
A nuestro criterio, Saussure nunca demuestra que lo natural no existe, lo que él
demuestra es que lo natural es incomprobable; y si no se puede comprobar lo natural, lo
social no pierde el lugar de preeminencia que él le dio como la base fundamental de la
ciencia que está tratando de inaugurar. No deja de ser una postulación positivista y prolija a
la vez.

“He aquí lo que se puede responder. En primer lugar, no está probado que la
función del lenguaje, tal como se manifiesta cuando hablamos, sea enteramente natural, es
decir, que nuestro aparato vocal esté hecho para hablar como nuestras piernas para andar.

4
Cabe aclarar que él no duda de que haya una zona del cerebro que gobierne el lenguaje, sino que él ataca la
idea de que ello sea genético, natural.

15
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Los lingüistas están lejos de ponerse de acuerdo sobre esto. Así, para Whytney, que
equipara la lengua a una a una institución social con el mismo título que todas las otras, el
que nos sirvamos del aparato vocal como instrumento de la lengua es cosa del azar, por
simples razones de comodidad: lo mismo habrían podido los hombres elegir el gesto y
emplear imágenes visuales en lugar de las imágenes acústicas. Sin duda, esta tesis es
demasiado absoluta; la lengua no es una institución social semejante punto por punto a las
otras; además, Whytney va demasiado lejos cuando dice que nuestra elección ha caído por
azar en los órganos de la voz; de cierta manera, ya nos estaban impuestos por naturaleza.
Pero, en el punto esencial, el lingüista americano parece tener razón: la lengua es una
convención y la naturaleza del signo en que se conviene es indiferente. La cuestión del
aparato vocal es, pues, secundaria en el problema del lenguaje.”

Tómese en cuenta, en primer lugar, el concepto de “aparato vocal”. Como se verá,


en este caso, la nominación supone una descripción.
En efecto “aparato”, tomado tal cual se menciona en la tradición cobra el mismo
“status” para aparato fonador, digestivo, respiratorio, circulatorio, etc.
En este sentido se podría anotar lo siguiente: es propio de la fisiología humana y, en
consecuencia está al servicio de la supervivencia del individuo y de la especie.
Sin embargo, podríamos afirmar, con Saussure, que el llamado “aparato vocal” o
“aparato fonador”, no existe en realidad. Lo que así se denomina está constituido por un
conjunto de órganos que, solo de manera muy arbitraria se podría afirmar que son puestos
en relación por nuestra especie, de forma natural, para hablar.
En sentido estricto, se podría afirmar, incluso, que lo que llamamos “aparato
fonador” está constituido por órganos que en realidad son parte de otros “aparatos” que sí
cumplen una función fisiológica relacionada con la supervivencia: el aparato digestivo y el
aparato respiratorio.
Si este es realmente un razonamiento afortunado, se puede concluir, que la especie
ha utilizado algo natural (los órganos que ponemos en juego) para algo que no lo es
(hablar). Es decir, como seres simbólicos que somos, hemos construido algo natural en algo
cultural.
Quizás se pueda objetar que las cuerdas vocales no pertenecen ni al aparato
digestivo ni al respiratorio, pero también es cierto, que otras especies poseen cuerdas
vocales y no “hablan”.
Es en este sentido que podemos decir con el lingüista ginebrino que “no está
enteramente probado que nuestro aparato vocal esté hecho para hablar como nuestras
piernas para caminar”. Es decir, si el lenguaje, la lengua más específicamente hablando,
tuviera algo de natural, difícilmente se podría fundamentar por el hecho de que exista un
llamado “aparato vocal”. Así como a las piernas es natural que las tengamos para caminar,
pero es cultural que las usemos para bailar, para jugar al fútbol, etc., es cultural que usemos
otros órganos para comunicarnos.
Es indudable que tenemos una caja de resonancia natural, pero no lo es el hecho de
que haya sido diseñada para que hagamos uso de algunos de los sonidos que podemos
producir con el fin de asociarlos a significados.
Por otra parte, según Whytney, esa supuesta naturalidad a tal punto es
prescindente que la lengua se podría materializar en otra cosa que no sean los sonidos,
como imágenes o gestos. Para este autor, la lengua es una institución como cualquier otra, y
se podría materializar en otra cosa cualquiera sin perder el valor.

16
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Si bien Saussure está mayormente de acuerdo con el pensamiento de Whytney,


destaca algunas discrepancias.
En primer lugar, la lengua sí es una institución social, pero no como cualquier otra.
Esta discrepancia va a tomar su mejor magnitud en relación con la arbitrariedad. Un
ejemplo del propio Saussure, que aquí se adelanta, da cuenta de este fenómeno. El
matrimonio, por ejemplo, es una institución en tanto que para tener determinados derechos
en la sociedad hay que estar casado. En este sentido se impone tanto a los que están casados
como a los que no lo están. Quien está casado tiene determinados derechos, pero también
determinadas obligaciones que quien no lo está no tiene.
En una sociedad determinada se podría discutir, si las condiciones así lo habilitaran,
sobre las ventajas y las desventajas del matrimonio monogámico o poligámico, por
ejemplo. Se podría, incluso, cambiar una institución por otra y de forma radical. Si una ley
promulgara el matrimonio poligámico podría decir algo así como: “el matrimonio
poligámico será el único válido en todo el territorio de la República a partir del 23 de
agosto del corriente año”. En efecto, si estas circunstancias se dieran, la institución
cambiaría radicalmente a las 0 horas del día 23. Es decir, una institución suplantaría a la
otra.
Esto nunca podría suceder con la lengua. Ni siquiera es factible, como también lo
dice más adelante el propio autor, un cambio revolucionario en esta materia. No es posible
pensar que una comunidad lingüística cambie, de un momento a otro, toda su forma de
hablar.
Por otra parte, si bien es posible argumentar respecto de un tipo de matrimonio o de
otro, no lo es respecto de las convenciones lingüísticas que se nos imponen. Hablamos así,
porque antes de nosotros se ha hablado así. La comunidad lingüística acepta esta tradición
como la única realidad posible. Ni se la cuestiona ni la intenta cambiar. Ya se ahondará más
sobre este aspecto.
Lo cierto es que historicidad supone en la teoría de saussure tradición, y tradición
supone arbitrariedad. Cuanto más histórica es una institución, cuanto menos implicados
estamos en su fundación, cuanto más heredada es para una comunidad, más arbitraria se
vuelve. La lengua es, para Saussure, la más arbitraria de todas las instituciones y los
individuos quedan completamente a su arbitrio.
La segunda precisión que hace Saussure con respecto a la afirmación de Whytney es
que cuando él dice que usamos por azar los órganos de la voz no es tan así. Saussure dice
que es más natural que usemos la voz para la lengua que, por ejemplo, los gestos. Quizá
quepa interpretar la expresión por naturaleza como de manera normal.
En efecto, como afirmarán otros lingüistas posteriores, el sonido nos envuelve, no es
necesario mirar para uno u otro lado para captarlo. Si la lengua se materializara en gestos,
lo visual es más limitado en la medida de que exige siempre una dirección frontal. Somos
capaces de escuchar a la distancia, a través de una puerta, pedir auxilio en mitad de un
monte, etc. Las ventajas de lo auditivo frente a lo visual, en condiciones normales, son
indiscutibles.
Esto no implica que necesariamente la lengua se materialice en sonidos. Cuando se
materializa en gestos puede, igualmente, constituir su propio orden. Es decir, como se verá
más adelante, el problema de la sustancia es ajeno a la lengua como sistema.
por lo que no tenemos que mirar hacia un lado u otro para captarlo. Los gestos son
mucho más limitados. A alguien que lee los labios tenemos que mirarlo a la cara para poder
hacernos entender. Entonces, cuando Saussure dice que hay algo de natural en la voz lo

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

dice en el sentido de que hay algo de cómodo en la voz, de conveniente; que no es el azar lo
que nos lleva a usarla, a elegirla entre las demás posibilidades de comunicación. La lengua
se explica por las convenciones y estas son independientes de la sustancia en que se
materializan (gráfica, textual, sonora, etc.).
Concluyendo este párrafo, la pretendida naturalidad del aparato vocal es,
cuando menos, cuestionable, y si es cuestionable lo social no pierde el estatus primordial
que la teoría le asigna.
A modo de resumen:
1. no hay nada de natural empíricamente probado en el aparato vocal
2. la desustancialización: la lengua constituye un orden propio, un sistema, con
independencia su materialización fónica, gráfica o gestual.

“Cierta definición de lo que se llama lenguaje articulado podría confirmar esta


idea. En latín articulus significa “miembro, parte, subdivisión, serie de cosas”; en el
lenguaje, la articulación puede designar o bien la subdivisión de la cadena hablada en
sílabas, o bien la subdivisión de la cadena de significaciones en unidades significativas; este
sentido es el que los alemanes dan a su gegliederte Sprache. Ateniéndonos a esta segunda
definición, se podría decir que no es el lenguaje hablado el natural al hombre, sino la
facultad de construir una lengua, es decir, un sistema de signos distintos que corresponden a
ideas distintas.”

Siguiendo esta línea de razonamiento, es posible destacar en el párrafo anterior, una


segunda definición de lengua (destacada con subrayado). Saussure recurre ahora al
concepto de lenguaje articulado.
En efecto, el lenguaje, la cadena fónica, cualquier emisión, constituye un conjunto
de unidades articuladas. El concepto de articulación, se opone, en cierta medida, al
concepto de mera yuxtaposición o amalgama.
Repárese en la secuencia citada anteriormente /alaimpedida/. Las unidades que
llamamos sílabas se articulan entre sí para formar las diferentes combinaciones que dan
como resultado los diferentes significados de la secuencia (más adelante hablaremos de
signos). Esas mismas unidades pueden ser segmentadas en unidades más pequeñas
(conocidas en la lingüística como fonemas: /a/, /l/, /i/, /m/, etc. 5 ).
Estas unidades más pequeñas constituyen un repertorio muy reducido en una
lengua: no más de veinte o treinta. Lo característico de una lengua es que con muy pocas
unidades de este tipo, los hablantes podamos hacer, gracias a reglas que nuestra lengua
también nos impone, infinitas unidades del primer tipo, es decir, unidades con significado:
“ala”, “impedida”, etc. Este fenómeno, que se le conoce como la doble articulación del
lenguaje da cuenta de un aspecto particular en el cual todos los lingüistas han reparado: la
creatividad.

Lo esencial para Saussure no consiste entonces en que el lenguaje se materialice en


sonidos. Lo esencial consiste en la capacidad de constituir un sistema en donde exista un
limitado repertorio de unidades de un tipo y reglas que den cuenta de su posible
combinación. De esta potencialidad, surgirán unidades de un tipo superior, signos, regidos
también por ciertas reglas de selección y de combinación. Estas reglas y estas unidades

5
Estas unidades no coinciden con las “letras” o “grafemas”. En realidad, en los sistemas de escritura
fonográfica, la correspondencia entre “letra” y “fonema” es siempre imperfecta.

18
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

constituyen un orden cuya explicación no es otra que la historia que los generó. Las lenguas
son sistemas heredados y arbitrarios que se nos imponen por convención. Si esta
convención se materializa en gestos o en sonidos resulta indiferente.

Como lo adelantamos, hay otro aspecto esencial de la argumentación de Saussure


respecto de que no hay nada natural en el lenguaje: el cerebro en tanto entidad física.

“Broca ha descubierto que la facultad del habla está localizada en la tercera


circunvolución frontal izquierda: también sobre esto se han apoyado algunos para atribuir
carácter natural al lenguaje. Pero esa localización se ha comprobado para todo lo que se
refiere al lenguaje, incluso la escritura, y esas comprobaciones, añadidas a las
observaciones hechas sobre las diversas formas de la afasia por lesión de tales centros de
localización, parecen indicar: 1º que las diversas perturbaciones del lenguaje oral están
enredadas de mil maneras con las del lenguaje escrito; 2º que en todos los casos de afasia o
de agrafia lo lesionado es menos la facultad de proferir tales o cuales sonidos o de trazar
tales o cuales signos, que la de evocar por un instrumento, cualquiera que sea, los signos de
un lenguaje regular. Todo nos lleva a creer que por debajo del funcionamiento de los
diversos órganos existe una facultad más general, la que gobierna los signos: ésta sería la
facultad lingüística por excelencia. Y por aquí llegamos a la misma conclusión arriba
indicada.”

Respecto de este aspecto, el razonamiento de Saussure no carece de ciertas


sutilezas.
En efecto, si la facultad del lenguaje estuviera comandada por el cerebro, se podría
llegar a decir que la misma estaría genéticamente determinada. O, dicho de otra manera,
cabría la posibilidad de que fuera “natural”. De ser así lo social perdería preeminencia
frente a lo genético, y toda la teoría lingüística de Saussure se vendría abajo.
Saussure, por lo tanto, se cuestiona el lugar que ocupa el cerebro en relación con el
lenguaje. Para ello se va a servir de los descubrimientos de Paul Broca (1824-1880),
cirujano y antropólogo francés, quien descubrió el centro del habla (conocido como el área
de Broca) en el cerebro.

En efecto, cuando se tiene un accidente (un golpe, un accidente vascular) que afecta
la zona relacionada con el lenguaje (el área de Broca), se produce una disfunción conocida
con el nombre de “afasia”. Se entiende como afasia, a grandes rasgos, una disfunción
cerebral que afecta el habla pero no la inteligencia ni los órganos fonatorios. La “afasia de
Broca” se caracteriza por la poca fluidez y un efecto de tartamudeo.
En esta afasia, sin extendernos en ella, la emisión se ve más afectada que la
comprensión. Esta afasia va acompañada también de problemas en la lectura y la escritura.
Hasta aquí la descripción de la patología. Lo más importante es el razonamiento del
autor. Saussure parece querernos decir lo siguiente: se podrá discutir la naturalidad del
lenguaje, pero para la escritura no hay discusión, la escritura es necesariamente aprendida.
Si la escritura es comandada por el cerebro (este se lesiona y aquella también) y si la
escritura es aprendida, no todo lo que tiene su asiento en el cerebro es natural. También las
cosas aprendidas terminan localizándose en alguna parte del cerebro. Es decir, el hecho de
que exista un “área de Brocca” no es razón suficiente para que el lenguaje sea “natural”,
porque esta área comanda lo aprendido como perfectamente lo demuestran las
perturbaciones de los afásicos en la lecto-escritura.

19
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

La pretendida naturalidad del lenguaje es, entonces, un incomprobable y su


institucionalidad, su fuerza social, su coerción, por el contrario, está a la vista.

§ 2. LUGAR DE LA LENGUA
EN LOS HECHOS DEL LENGUAJE
“Para hallar en el conjunto del lenguaje la esfera que corresponde a la lengua, hay
que situarse ante el acto individual que permite reconstruir el circuito de la palabra. Este
acto supone por lo menos dos individuos: es el mínimum exigible para que el circuito sea
completo. Sean, pues, dos personas, A y B, en conversación:”

A B

A partir del parágrafo 2 van a ir apareciendo sucesivas definiciones de


lengua y de habla. Saussure va a tratar de ubicar el lugar que ocupa la lengua en el
lenguaje.
Como digresión, se debe apuntar aquí un único error de traducción en la edición de
Amado Alonso. En efecto, en donde dice “palabra”, debe leerse “habla”.
En síntesis, lo que Saussure se va a preguntar es, en ese acto puramente individual
que es el hablar, dónde está lo social. O sea, todos hablamos diferente con diferente tono de
voz, pero todos nos entendemos debido a que tenemos las mismas convenciones (las
mismas reglas, los mismos signos). ¿Dónde está entonces la lengua (que es social) en esa
comunicación individual, particular?

“El punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de ellos, por ejemplo, en
el de A, donde los hechos de conciencia, que llamaremos conceptos, se hallan asociados con
las representaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas que sirven a su
expresión. Supongamos que un concepto dado desencadena en el cerebro una imagen
acústica correspondiente: éste es un fenómeno enteramente psíquico, seguido a su vez de
un proceso fisiológico: el cerebro transmite a los órganos de la fonación un impulso
correlativo a la imagen; luego las ondas sonoras se propagan de la boca de A al oído de B:
proceso puramente físico. A continuación el circuito sigue en B un orden inverso: del oído
al cerebro, transmisión fisiológica de la imagen acústica; en el cerebro, asociación psíquica
de esta imagen con el concepto correspondiente. Si B habla a su vez, este nuevo acto
seguirá –de su cerebro al de A- exactamente la misma marcha que el primero y pasará por
las mismas fases sucesivas que representamos con el siguiente esquema:” (el destacado es
nuestro)

Saussure distingue, en el acto de comunicación entre dos personas, por lo


menos tres momentos o procesos. El primer proceso se da en la cabeza de las personas, y él
lo ubica como un proceso psicológico de selección. Luego hay un proceso fisiológico en el
cual el cerebro da órdenes a determinadas partes del cuerpo (los órganos de fonación). Y,
por último, hay un proceso físico en el cual las ondas sonoras van de la boca de A al oído de
B. En el oyente (B) se dan también dichos tres procesos, pero en orden inverso, ya que hay

20
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

una transmisión fisiológica de la imagen acústica del oído al cerebro, y en el cerebro se


produce una asociación psíquica de esta imagen con el concepto correspondiente.
No obstante, la pregunta de Saussure es la siguiente: ¿Cuál de estos procesos
(psicológico, fisiológico o físico) es el fundamental? ¿En cuál de estos procesos yo
reconozco lo que todos tenemos en común a pesar de las diferencias? ¿En cuál se
manifiesta? Saussure dice que lo primero que se produce es la asociación de un concepto
con una imagen acústica. A este respecto cabe aclarar que la conocida edición del libro (de
ahora en más la vulgata) en algunos casos, como si fuesen sinónimos, los términos
concepto, pensamiento, idea y significado. Dado que esta primera formulación tiene una
perspectiva en algún sentido psicológica, un concepto se asocia a una imagen acústica, una
palabra.
Palabra, imagen acústica y significante aparecen, también, en el otro plano de la
lengua, eventualmente como sinónimos. Más adelante, como se Saussure hará una precisión
terminológica a partir de la cual su terminología se va a volver más rigurosa respecto del
proyecto teórico que tiene en mente. En efecto significado y significante son parte de una
nomenclatura que da cuenta de su concepción estructural.
Respecto de este hecho, anotemos lo siguiente. El término concepto no refleja con
precisión lo que el autor quiere describir. En términos puramente lógicos, es decir, si
atendemos a la estructura de nuestro pensamiento, podríamos llegar a afirmar, que la
formación de los conceptos es independiente de la lengua que hablamos.
Sin embargo, cada lengua delimita los conceptos de una forma y no de otra. Un
ejemplo común en los manuales de lingüística puede dar cuenta de este hecho. El español
distingue dos significados a través de los signos que contiene para cierta porción de la
realidad: “pez”, para el animal vivo y en su medio y “pescado” para el animal fuera del
agua. En efecto, cuando alguien va a comprar animales con intención de ponerlos en una
pecera se dice en español que se va a comprar “peces” y no “pescado”. Por el contrario,
cuando vemos a alguien que viene de pescar o del mercado de comidas, podemos afirmar
que esa persona traía muchos “pescados” y no muchos “peces”.
Estos ejemplos tratan de dar cuenta del hecho de que concepto y significado no
coinciden. En efecto, el inglés tiene para ambas posibilidades el significado que
encontramos en la palabra fish. Sin embargo, sería totalmente absurdo pensar que un
angloparlante no puede distinguir entre el animal vivo y en su hábitat y el animal muerto y
pronto para ser comercializado.
Podríamos afirmar, que los conceptos que maneja un hispanohablante y un
angloparlante son semejantes. Sin embargo, desde el punto de vista léxico, una lengua
recorta unos y no otros: la distinción que a este respecto hace el inglés no es la misma que
la que hace el español.
Este ejemplo es, por su exterioridad, uno de los más transparentes para quien
empieza a pensar en estos temas. Pero la teoría de Saussure supone distinciones incluso
más sutiles. En efecto, tanto el signo pez como el signo pescado son, en español, de género
masculino. Distinguimos el género en español por la posibilidad que tienen los sustantivos
de combinarse o bien con el artículo el o bien con el artículo la.
Esta combinación no es posible no es posible en inglés que solo admite el
determinante the. Es decir, el género es un significado propio del español y no del inglés.
Si bien los conceptos pueden ser extralingüísticos, los significados no. Estos se
definen en cada lengua en particular.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Saussure se da cuenta de que una cosa es hablar de concepto como “unidad


pensada” y otra es hablar de un significado lingüístico. Nosotros, como seres humanos,
tenemos la capacidad de pensar los mismos conceptos; pero unas lenguas “eligen” unos
conceptos y otras lenguas otros distintos. Debido a este “descubrimiento” Saussure deja de
hablar de concepto como categoría de pensamiento y comienza a hablar de significado. En
el inglés la forma verbal was puede ser traducida al español como, por lo menos, dos
pasados en lugar de uno: estuvo/estaba. A este hecho se agrega el del lexema verbal (ser o
estar) Por lo tanto, los significados que tiene a su disposición un hispanohablante no son
los mismos que tiene un angloparlante. Estos significados se generan en cada lengua. Dicha
codificación es social, es un acuerdo tácito entre los hablantes. Si bien la lengua es un
conjunto de posibilidades con las que cuenta el hablante, por otro es un límite que se le
impone.
La imagen acústica es también repensada y, por consecuencia, presentada también
con otra término que intenta ser más preciso respecto de su teoría: significante.
Sin embargo, en este pasaje, es todavía la representación mental que tenemos de la
palabra. Esto quiere decir que nosotros nos representamos la palabra independientemente
de cómo se realice en cualquier voz. Esta perspectiva es todavía sicológica, pero intenta
explicar que la sustancia nunca es determinante. La identidad no es nunca material.
Saussure parece sugerir, por otra parte, que es la imagen acústica (significante)
quien evoca al concepto (significado) y no al revés. Este movimiento recibirá luego, en el
capítulo en que estudia el signo el nombre de significación y sobre él nos detendremos en
su debido momento.

“Este análisis no pretende ser completo. Se podría distinguir todavía: la sensación


acústica pura, la identificación de esa sensación con la imagen acústica latente, la imagen
muscular de la fonación, etc. Nosotros sólo hemos tenido en cuenta los elementos juzgados
esenciales; pero nuestra figura permite distinguir en seguida las partes físicas (ondas
sonoras) de las fisiológicas (fonación y audición) y de las psíquicas (imágenes verbales y
conceptos). Pues es de capital importancia advertir que la imagen verbal no se confunde
con el sonido mismo, y que es tan legítimamente psíquica como el concepto que le está
asociado.”

Con independencia de que un esfuerzo clasificatorio más detallado pudiera haber


establecido partes menores y claramente diferenciadas de un mismo proceso, tres grandes
fenómenos son el centro de su interés: el psíquico, el fisiológico y el físico.
Son cuatro aspectos los que le interesa destacar respecto de estos tres fenómenos. Su
interés consiste en presentarlos de tal manera que quede en evidencia la relevancia de unos
y la irrelevancia de otros:
“El circuito, tal como lo hemos representado, se puede dividir todavía:
a) en una parte externa (vibración de sonidos que van de la boca al oído) y
una parte interna, que comprende todo el resto;
b) en una parte psíquica y una parte no psíquica, incluyéndose en la segunda
tanto los hechos fisiológicos de que son asiento los órganos, como los hechos físicos
exteriores al individuo;
c) en una parte activa y una parte pasiva: es activo todo lo que va del centro
de asociación de uno de los sujetos al oído del otro sujeto, y pasivo todo lo que va del
oído del segundo a su centro de asociación.”

Reformulemos estos puntos de esta manera:

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

a) Hay una parte interna que incluye lo fisiológico y lo psíquico, y una parte
externa en donde se coloca lo puramente físico
b) Pertenece a la parte psíquica la imagen acústica unida al concepto. Tanto lo
fisiológico como lo físico son no psíquicos.
c) Es activo todo lo que “hace” el hablante y pasivo todo lo que “pasa” en el
oyente. Sin embargo, se sabe bien que oír, no es un proceso puramente pasivo.

“Por último, en la parte psíquica localizada en el cerebro se puede llamar


ejecutivo todo lo que es activo (c → i) y receptivo todo lo que es pasivo (i → c).”

Una reformulación el último tramo del concepto comentado advierte que


todo lo que “acontece” en el oyente es “receptivo” y lo que “hace” el hablante es
“ejecutivo”.
Sin embargo, lo relevante, no queda planteado en esta simple enumeración de
tramos de un proceso. Hay que advertir que una pregunta sigue aún pendiente: ¿en cuál de
estas partes está comprometido lo social? Para contestarla, es necesario vincular estos
tramos con la siguiente afirmación.

“Es necesario añadir una facultad de asociación y de coordinación, que se


manifiesta en todos los casos en que no se trate nuevamente de signos aislados; esta
facultad es la que desempeña el primer papel en la organización de la lengua como sistema
(ver pág. 147 y sigs.).”

Es decir, ninguna de estas partes (psíquica, fisiológica y física) tiene sentido en sí


misma, es necesario considerar lo que presenta como una facultad de asociación y
coordinación.
Un autor del Círculo lingüístico de Moscú y luego del Círculo Lingüístico de Praga,
Roman Jakobson, va a reformular esta “facultad” como un proceso que se realiza sobre dos
ejes, el de la “selección” y el de la “combinación”. Estos dos ejes son presentados por el
propio Saussure, como el eje “asociativo” y el eje “sintagmático”.
Un ejemplo puede dar cuenta del proceso que pone en juego el hablar. La
proferencia del sintagma “la casa blanca” pone en juego una serie de relaciones que
evidencian, para cualquier hablante, que estas palabras no están meramente yuxtapuesta;
estas relaciones producen ciertos sentidos y no otros, ni su orden, ni su elección son
indiferentes.
Confróntese estos ejemplos respecto del orden:
a) la casa blanca
b) la blanca casa (hay por lo menos una alteración estilística, un estilo más
“poético”)
c) blanca, la casa (lo que ahora se dice es otra cosa totalmente distinta a la de a y b)
El orden, por tanto, es un elemento constitutivo.
Por otro lado, entre ellas se establecen relaciones. Estas se ponen en evidencia en la
selección hecha o la asociación que estas unidades mantienen con otras que están ausentes.
En efecto, en lugar de “la”, podríamos haber tenido “esa”, “una”, “esta”, “mi”. En lugar de
“casa”, podríamos haber tenido “mansión”, “choza”, pero también “avioneta”, “paloma”,
“rancho” (en cuyo caso la primera unidad sería o bien “el”, o bien “ese”, o bien “un” o bien

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

este”, etc. y la última “blanco”). Podemos comprobar lo mismo para la última de las
unidades (“roja”, “grande”, “hermosa”, “pobre”, etc.).
De esta consideración se desprenden dos corolarios:
- las unidades que están en comprometidas en el sintagma no están
meramente yuxtapuestas, el cambio de una supone el cambio de las otras,
tanto desde el punto de vista sintáctico como semántico, son unidades
“coordinadas”
- el hecho de haber elegido unas supone el hecho de haber descartado otras
que pudieron haber estado en su lugar porque con ella se “asocian”
- como lo sugieren los ejemplos de a, b y c, el hecho de haber consignado
ciertas reglas de combinación en un caso, supone el haber descartado las
reglas consignadas en otro, no solo hay un acto de selección de unidades
sino de reglas que permiten “coordinar” esas unidades

Una conclusión que se deriva de estas observaciones es particularmente relevante


para Ferdinand de Saussure. Hablar es una actividad que pone en juego todo un sistema.
Expresar ciertas unidades combinadas por ciertas reglas, supone descartar otras unidades y
otras reglas. Es tan relevante lo que el hablante dice como lo que calla. Al decir de O.
Ducrot, es tan relevante el decir como lo dicho como lo no dicho. Es decir, si lo dicho se
entiende, es porque también se entiende lo que no está dicho.
En efecto, baste pensar en un profesor de secundaria discutiendo con un alumno
adolescente. Imagínese el hecho de que la discusión va cambiando de tono y el docente
empieza progresivamente a cambiar el “voseo” (tratamiento de “vos”) por un tratamiento
de tercera persona (“Ud.”). Es evidente que el juego pronominal y verbal (“quedate
tranquilo” vs. “quédese tranquilo”) basta para poner en juego ciertos significados que
implican distanciamiento, advertencia, etc. Para los interlocutores que están en juego, el
hecho de haber dicho “quédese tranquilo” supone el hecho de no haber dicho “quedate
tranquilo”. Estos significados, mucho más sutiles que los que cada unidad léxica pudieran
comportar, son entendidos claramente en una acto comunicativo. Se pone en juego una
diferencia: lo que está cobra sentido por lo que nos está, es decir, todo lo dicho cobra luz
por lo no dicho: en un acto de habla concreto se pone en juego TODO el sistema,
algunas de sus partes se evidencian por lo que es perceptible en presencia y otras por
lo que es perceptible en ausencia.

“Pero para comprender bien este papel hay que salirse del acto individual, que no
es más que el embrión del lenguaje, y encararse con el hecho social.”

En efecto, este es un hecho que tiene cabal sentido en la medida en que el sistema
que se pone en juego tienen una dimensión social.

“Entre todos los individuos así ligados por el lenguaje, se establecerá una especie
de promedio: todos reproducirán –no exactamente, sin duda, pero sí aproximandamente- los
mismos signos unidos a los mismos conceptos.”

La primera aproximación a la lengua es presentarla como un promedio (palabra que


va a aparecer de forma mucho más explícita en otros pasajes del Curso) Un acto de habla
particular, si tiene sentido, en principio, y esto es lo que se intentó mostrar más arriba, es

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

porque quienes los producen o quienes los escuchan, son capaces de entenderlos. Es decir,
la dimensión individual está traspasada por la dimensión social.
Un promedio supone el hecho de que aproximadamente los mismos conceptos están
vinculados con, aproximadamente, las mismas imágenes acústicas. En efecto, la idea de
promedio intenta rescatar varias consideraciones que evidentemente inquietan a Saussure.
Los hablantes no tienen exactamente ni las mismas unidades, ni las mismas certezas
respecto de esas unidades, ni las mismas reglas combinatorias que las rigen. Es más,
unidades que un hablante puede tener en forma totalmente “activa”, otro las puede tener en
forma totalmente pasiva. Así, aunque en el léxico que un hablante montevideano de cierta
edad use no figure, por ejemplo, la palabra “toque”, no quiere decir que no la entienda
cuando ciertos jóvenes la usan. Lo mismo que ocurre con las unidades ocurre con las
reglas. Es decir, reglas que un hablante usa (cf. por ejemplo “habemos muchos que
pensamos distinto”, donde el verbo “haber” está usado de una manera no normativa para el
español) son entendidas por otro que no las realiza efectivamente. Hay por lo menos una
gradación efectiva en lo que los hablantes de una lengua comparten y lo que no. Si bien las
diferencias son notorias, estas no impiden la intercomprensión, porque el hecho de que no
la use, no implica que no la entienda.
Pero, ese promedio, ¿cómo se origina y cómo se manifiesta en el hablar? O, en las
palabras de Saussure:

“Cuál es el origen de esta cristalización social? ¿Cuál de las dos partes del circuito
puede ser la causa? Pues lo más probable es que no todas participen igualmente.”

Como se ve, el circuito del habla es capaz de dar cuenta de un hecho que está más
allá de su pura contingencia, la “cristalización” de un “hecho social”, es decir, la lengua.
Esta “cristaliza” ciertos lazos que hay entre los individuos. La lengua es una entidad que
está entre los individuos, los une y les da cohesión. Si esto es lo relevante, hay que dar
cuenta de aquel aspecto del circuito que, incluso en su realización puramente individual, es
capaz de revelar su relación con lo social.

“La parte física puede descartarse desde un principio. Cuando oímos hablar una
lengua desconocida, percibimos bien los sonidos, pero por nuestra incomprensión,
quedamos fuera del hecho social.”

Saussure descarta en primera instancia la parte física. En efecto, cuando escuchamos


a alguien hablando una lengua extranjera que desconocemos, no solamente somos
incapaces de entender qué es lo que dice sino que somos incapaces de reconocer unidades
en el complejo fónico proferido, esto es, no podemos dar cuenta de dónde empieza y dónde
culmina cada palabra, si hay más de una palabra, etc.

“La parte psíquica tampoco entra en juego en su totalidad: el lado ejecutivo queda
fuera, porque la ejecución jamás está a cargo de la masa, siempre es individual, y siempre el
individuo es su árbitro; nosotros lo llamaremos el habla (parole).”

El que Saussure nos diga que la parte psíquica no entra en juego en su


totalidad significa, en consecuencia, que hay algo que sí entra en juego. Aquí encontramos
una definición de habla. De la parte psíquica, la parte puramente individual, que es la parte
ejecutiva, y que él descarta (selección, coordinación, fonación, intención, etc.).

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Sin embargo el habla, hecho individual, es incomprensible sin el hecho social que lo
hizo posible. La realización individual no es otra cosa que la puesta en ejecución de
unidades y reglas que todos compartimos y podemos usar de manera original para producir
sentidos nuevos. Si se comprenden esas realizaciones individuales es porque quien las
escucha, reconoce en ellas sus propias unidades y sus propias reglas, reconoce que él podría
haber hecho también esas proferencias porque tenía los mecanismos para hacerla.
Reconoce, también, los sentidos que de ellas se pueden derivar. Lo psíquico, entendido
como puramente individual, es intransmisible, lo que se transmite está en relación con lo
psíquicamente compartido, es decir, lo social.
La lengua, que nos permite el habla (tanto proferir como comprender) es la parte
psíquica común a la masa.

“Lo que hace que se formen en los sujetos hablantes acuñaciones que llegan a ser
sensiblemente idénticas en todos es el funcionamiento de las facultades receptiva y
coordinativa. ¿Cómo hay que representarse este producto social para que la lengua aparezca
perfectamente separada del resto? Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales
almacenadas en todos los individuos, entonces toparíamos con el lazo social que constituye
la lengua.”

En el oyente se da el mismo proceso que en el hablante, pero a la inversa. El


hablante es capaz de entender que si se ha seleccionado un signo, no se han seleccionado
otros y que, si se ha seleccionado una regla, no se han seleccionado otras. El oyente
comprende, como ya dijimos, todo lo que el hablante dice y todo lo que no dice. El oyente
es capaz de entender las unidades y las reglas que están en juego, incluso más allá de los
sentidos particulares que estas vehiculicen en una proferencia específica. Hay, entonces,
una suerte de relación dialéctica entre lengua y habla; la lengua la se aprende mediante el
habla de otros, escuchando lo que los demás dicen. En este sentido, la lengua se visualiza
como un producto social. En efecto, no es una mera suma, porque lo que se constituye, un
sistema, es mucho más que la suma de las proferencias individuales: es el conjunto de
reglas y unidades que constituyen el sistema, ese sistema que, como un promedio, se
manifiesta en todos y que, por tanto, es social. Saussure intentará precisar en qué consiste:

“Es un tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a
una misma comunidad, un sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro, o,
más exactamente, en los cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no está
completa en ninguno, no existe perfectamente más que en la masa.”

El autor ofrece una de sus definiciones más importante de lengua haciendo uso de
una metáfora; identifica a la lengua con un tesoro. Esta idea de acumulación, en donde cada
una de las monedas o joyas que se fueron acopiando constituyen en el conjunto algo más
que la mera suma de ellas es la misma que pretende transmitir con la imagen de que la
lengua procede del cúmulo de manifestaciones individuales siendo mucho más que su mera
suma. La imagen del “tesoro” sugiere, además, la entidad que nos une y que nos da
sentido, es una imagen de la cohesión social. En este sentido, también, como en otros casos,
toda identidad supone una diferencia: nos identificamos por y en nuestra lengua y nos
diferenciamos de otras comunidades por dicha identificación.
Ese tesoro es, asimismo, reformulado luego como “sistema gramatical virtualmente
existente en cada cerebro, o, más exactamente .... la lengua ... no existe perfectamente más

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

que en la masa”. Dos apreciaciones se imponen respecto de lo que acabamos de citar: lo


relativo a la noción de sistema y lo concerniente al hecho social. El primer aspecto está
claramente expresado en la expresión “sistema gramatical”. Efectivamente, un sistema
gramatical, en un sentido profundo, incluye no solo las unidades sino que estas se definen
por las reglas que las gobiernan. Unas y otras son aprehendidas de las manifestaciones de
habla manifestadas. Además, y como ya dijimos, ese sistema, tiene una existencia virtual
en la medida de que la realización siempre es individual. Por último, su complejidad, como
dijimos, no se da por entero en cada uno de los hablantes ya que todos lo tienen en diferente
grado: su realidad se completa en la totalidad de la comunidad. Por esta razón, los hablantes
manifiestan solo un promedio, no todos tienen en igual grado la totalidad del sistema.
A modo de recapitulación, Saussure destaca lo siguiente:

“Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1º lo que es
social de lo que es individual; 2º lo que es esencial de lo que es accesorio y más o menos
accidental.”

Esto constituye una primera aproximación a la oposición lengua / habla. Mientras


que la lengua constituye el hecho social, el habla es siempre una realización individual. Si
la lengua es esencial sin ella no se puede hablar y no existe el elemento de cohesión que
ella produce, los actos de habla son accesorios en la medida de su contingencia, pueden
existir o no. De hecho una lengua puede existir sin que nadie la hable: a esto nos referimos
cuando hablamos de lenguas muertas como el latín. En efecto, su estudio, en la actualidad,
no pretende otra cosa que estudiar lo que otros han producido como los textos de Virgilio.
Pero difícilmente un profesor de lengua latina pretenda que esta se “hable” en el sentido de
lo que pretende un profesor de inglés, por ejemplo. En efecto, como dice el autor:
“La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el individuo
registra pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no interviene en ella más
que para la actividad de clasificar, de que hablamos en la pág. 147 y sigs.”

Dos cosas se deben destacar de la cita anterior. En primer lugar, el individuo es


pasivo frente a la lengua en el sentido de que es incapaz de defenderse de sus efectos. La
registra pasivamente, es decir, se le impone como toda institución social. Un
hispanohablante habla el español porque este se le impuso históricamente aún cuando no
haya hecho ningún esfuerzo para ello. En efecto, ningún hablante es sometido al
aprendizaje de su lengua materna en forma sistemática. Si hay sistematización, esta
constituye un proceso tardío de metarreflexión sobre lo que ya sabe y de esto se encarga el
sistema educativo cuando lo cree conveniente. Pero los hablantes quedan sujetos a la
lengua que su comunidad habla, se impone como toda institución, aun cuando no tengan
una enseñanza escolar y sistemática.
En segundo lugar, el autor discrimina, en este proceso pasivo, en qué medida
interviene la reflexión. El texto nos lleva, con su indicación sobre las páginas a las que
alude, a un capítulo posterior, el de las relaciones asociativas y sintagmáticas. En efecto,
aprender una lengua supone, en cierto sentido, un proceso de clasificación (y es en este
sentido en el que está usada la palabra reflexión). Aprender una lengua no consta
simplemente en el registro pasivo de un conjunto de ítemes léxicos, también supone el
registro de las reglas que lo gobiernan. Entender una palabra supone comprender cómo se

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

usa. En este sentido, es que se produce un proceso de clasificación (y de reflexión, aunque


no en el sentido metalingüístico) por el cual un verbo, por ejemplo, es comprendido no
solo por lo que significa sino por los tiempos, modos, personas y números que puede
expresar y nunca se confunde, con un artículo o un nombre. En suma, aprender una palabra
supone registrar sus posibilidades combinatorias.
Elementos tan sutiles como el hecho de que un hablante del español diga “sé que
tus intereses prosperan” en un caso y “espero que tus intereses prosperen” en otro (con
el verbo saber ocurre una forma indicativa [prosperan] y con el verbo esperar una
subjuntiva [prosperen]) son posibilidades combinatorias propias del español que el
hablante aprende sin proponérselo: se le imponen y no se equivoca.

“El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligencia, en


el cual conviene distinguir: 1º las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el
código de la lengua con miras a expresar su pensamiento personal; 2º el mecanismo
psicofísico que le permita exteriorizar esas combinaciones.” (el destacado es nuestro)

En oposición a la lengua, el habla no se manifiesta en nosotros de forma


inconsciente. Cuando hablamos lo hacemos con un propósito; es un acto volitivo; tiene un
fin específico. Por eso es que el habla es un acto individual de la voluntad y de la
inteligencia. Lo que es pasividad en la lengua es pura actividad en el habla, elegimos los
signos y su forma de combinarlos en forma consciente y voluntaria. Respecto de los dos
elementos constitutivos del habla señalados por Saussure, cabe destacar:

1º En primer lugar se expresa una definición de habla que conviene apuntar. “Las
combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la lengua” son propias del
hablante y no están del todo exigidas por la institución.
Respecto de esta definición, hay que reparar en la palabra “código”. Saussure
asimila la lengua (por primera y única vez) a un código. Un código tiene de común con la
lengua el poseer unidades estables que se combinan por reglas también estables. Sin
embargo, el hecho de que Saussure no use nunca más la palabra “código” sugiere a los
críticos la idea de que esta asimilación no le gustaba demasiado. La palabra código
asociada la mayoría de las veces a la señalización marítima, a los sistemas de
comunicación vial, etc. suponen unidades altamente denotativas. Esto significa que no son
connotativos, que no existe en ellos la posibilidad de ambigüedad. Los “mensajes”, por así
decirlo, no están sujetos a la interpretación de quien lo recibe.
La palabra “código” no parece satisfacer del todo a Saussure ni a la
definición que pretende dar de lengua. Aunque sus posibilidades combinatorias están bien
determinadas, los significados del mensaje, de un acto de habla concreto, no son fácilmente
cancelables. Admiten siempre más de una interpretación. No es preciso ahondar mucho
sobre esta peculiaridad de las lenguas naturales. Cuando un hablante pregunta, testea, “qué
quisiste decir”, difícilmente aluda al hecho de que no oyó o no comprendió el sentido de
las palabras en uso. Lo más frecuente es que aluda al sentido que a estas se les deba dar. Es
decir, la posibilidad de que comporten más de un sentido es inherente a ellas. Esto no es
posible en los códigos de señalización por ejemplo: un cartel de “pare” no quiere decir otra
cosa que pare y si así no se interpretare, los accidentes serían todavía más frecuentes de lo
que hoy son. La asimilación entre una lengua y un código resulta a veces insuficiente.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

2º En el segundo punto Saussure se refiere al “mecanismo psicofísico que le


permita exteriorizar esas combinaciones”. Este mecanismo es evidentemente individual.
Por qué se eligen tales palabras y no otras, resulta tan individual como los sonidos que
cada persona puede proferir.

Una cuestión es relevante en este punto. Saussure la destaca muy bien. El autor ha
distinguido entre lenguaje, lengua y habla. Estas constituyen entidades que hay que tener
en cuenta, no hay que confundir, a la hora de estudiar una lengua concreta o a la hora de
hacer teoría del lenguaje. En este sentido aclara:
“Hemos de subrayar que lo que definimos son cosas y no palabras; las distinciones
establecidas nada tienen que temer de ciertos términos ambiguos que no se recubren del
todo de lengua a lengua. Así en alemán Sprache quiere decir lengua y lenguaje; Rede
corresponde bastante bien a habla (fr. parole), pero añadiendo el sentido especial de
‘discurso’. En latín, sermo significa más bien lenguaje y habla, mientras que lingua designa
la lengua, y así sucesivamente.
Ninguna palabra corresponde exactamente a cada una de las nociones precisadas
arriba; por eso toda definición hecha a base de una palabra es vana; es mal método el partir
de las palabras para definir las cosas.”

A pesar de las dificultades que pudiere tener en otras lenguas la nomenclatura


elegida por el autor (probablemente subsanable en el lenguaje técnico) en el español, existe
la tríada lengua, lenguaje y habla (como en el francés), lo cual no sucede en todos los
idiomas. Sin embargo, lo que Saussure define, resulta válido para cualquier lengua.
Tomando esto último recapitula los caracteres de la lengua los cuatro puntos que se
expondrán y comentarán separadamente.

“Recapitulemos los caracteres de la lengua.

1º Es un objeto bien definido en el conjunto heteróclito de los hechos de lenguaje.


Se la puede localizar en la porción determinada del circuito donde una imagen acústica
viene a asociarse con un concepto. La lengua es la parte social del lenguaje, exterior al
individuo, que por sí solo no puede ni crearla ni modificarla; no existe más que en virtud de
una especie de contrato establecido entre los miembros de la comunidad. Por otra parte, el
individuo tiene necesidad de un aprendizaje para conocer su funcionamiento; el niño se la
va asimilando poco a poco. Hasta tal punto es la lengua una cosa distinta, que un hombre
privado del uso del habla conserva la lengua con tal que comprenda los signos vocales que
oye.”

En primer lugar se refiere a la lengua como un “objeto bien definido” por el hecho
de ser homogénea. Esta característica de la lengua es la que permite estudiarla, a diferencia
del lenguaje; las convenciones son siempre las mismas con independencia de la sustancia
(la voz de cada uno, por ejemplo) en que se materialicen. El “circuito” del lenguaje,
mencionado con anterioridad, supone un componente esencial, el psicológico, entendido
como “compartido” (es decir social).
En efecto, en seguida, y reafirmando lo que aquí se plantea, expresa su aspecto
social con la metáfora (¿dieciochesca?) del contrato: las convenciones sociales,
explícitamente o no, están convenidas (“si es social hay acuerdos”).
Por otro lado, el hecho de que el individuo no puede crear ni modificar la lengua
alude a que dichas convenciones se generan históricamente. Cuando el individuo nace

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

dichas convenciones ya existen (preexisten), la lengua se le impone y no la puede cambiar.


Como veremos, al individuo se le presenta como arbitraria.
Asimismo, cuando Saussure dice que un individuo tiene necesidad de un
aprendizaje para conocer su funcionamiento, cancela la pretendida naturalidad de la
lengua. Por el contrario, la lengua es social.
Cierra este punto mediante el ejemplo de un hombre privado del habla, que aún
conserva la lengua: alguien que no puede hablar, un problema físico, un voto de silencio.
Se pone en evidencia que lengua y habla son dos cosas bien diferentes. Una puede existir
sin la otra.
“2º La lengua, distinta del habla, es un objeto que se puede estudiar
separadamente. Ya no hablamos las lenguas muertas, pero podemos muy bien asimilarnos
su organismo lingüístico. La ciencia de la lengua no sólo puede prescindir de otros
elementos del lenguaje, sino que sólo es posible a condición de que estos otros elementos
no se inmiscuyan.”

Lo que hallamos planteado en este punto no es ni más ni menos que un problema


metodológico. Lengua y habla están sumamente interrelacionadas, pero Saussure trata de
demostrar que, metodológicamente, se las puede tratar por separado. Él pone, para ello, el
ejemplo de alguien que aprende una lengua muerta como el latín. Aunque Dicha lengua ya
no se habla sino en situaciones extremadamente ritualizadas, esto no impide que se la
entienda e incluso se la estudie.
Si “la lengua, distinta del habla, es un objeto que se puede estudiar separadamente”
es porque desde el punto de vista metodológico es posible separar lo que en la experiencia
aparece indisolublemente unido.

“Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así delimitada es de naturaleza


homogénea: es un sistema de signos en el que sólo es esencial la unión del sentido y de la
imagen acústica, y donde las dos partes del signo son igualmente psíquicas.”

Ya vimos por qué la lengua es homogénea: el conjunto de convenciones es el


mismo en todos los hablantes y estas se manifiestan como un sistema altamente
estructurado.
Cabe señalar en este pasaje una de las definiciones de lengua que el Curso aventura:
es definida a través del signo. Si lo que se hereda son determinados significados,
determinados significantes y determinadas uniones (y no otras) entre los mismos la lengua,
por su condición de historicidad, es arbitraria.

“La lengua, no menos que el habla, es un objeto de naturaleza concreta, y esto es


gran ventaja para su estudio. Los signos lingüísticos no por ser esencialmente psíquicos son
abstracciones; las asociaciones ratificadas por el consenso colectivo, y cuyo conjunto
constituye la lengua, son realidades que tienen su asiento en el cerebro. ....”

Hay una insistencia en el autor: la lengua es de “naturaleza concreta”. Baste


recordar el principio del capítulo en donde se enuncia que la lengua es un “objeto integral y
concreto”. Todorov y Ducrot (Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje) nos
advierten que los neogramáticos le temen a las grandes explicaciones filosóficas porque su
divorcio del dato puramente empírico. Lo abstracto, como ya dijimos, no existe. Saussure,
no lo olvidemos, tiene una formación de neogramático.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Sin embargo, más allá de su formación, hay dos elementos en los que se apoya
Saussure para sostener la concreción de la lengua: la lengua es concreta porque los
hablantes operan con ella (hablan), la lengua es concreta porque existe como un conjunto
de convenciones homogéneas, un sistema que se puede observar y describir.

§ 3. LUGAR DE LA LENGUA EN LOS HECHOS HUMANOS.


LA SEMIOLOGÍA

“Estos caracteres nos hacen descubrir otro más importante. La lengua, deslindada
así del conjunto de los hechos del lenguaje, es clasificable entre los hechos humanos,
mientras que el lenguaje no lo es.
Acabamos de ver que la lengua es una institución social, pero se diferencia por
muchos rasgos de las otras instituciones políticas, jurídicas, etc. Para comprender su
naturaleza peculiar hay que hacer intervenir un nuevo orden de hechos.
La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la
escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a
las señales militares, etc., etc. Sólo que es el más importante de todos los sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno
de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la
psicología general. Nosotros la llamaremos semiología (del griego semēion ‘signo’). Ella
nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto
que todavía no existe, no se puede decir qué es lo que ella será; pero tiene derecho a la
existencia, y su lugar está determinado de antemano. La lingüística no es más que una parte
de esta ciencia general. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la
lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien definido en
el conjunto de los hechos humanos.” (los subrayados son nuestros)

Saussure no sólo postula la lingüística, sino también la semiología como ciencia. La


palabra “semiología” procede de la transliteración del griego semēion, que significa
“signo”. La semiología sería entonces la ciencia que estudia todos los signos, de la cual,
dice Saussure, la lingüística debería de ser una subdisciplina, ya que estudia un signo en
particular. Esto último será retomado por el autor en el capítulo de la arbitrariedad de la
arbitrariedad del signo.
Dos cosas respecto a este parágrafo: la primera es que, cuando Saussure habla de
signo, él llama signo a aquello que tiene cierto grado de convencionalidad.
Determinados autores hacen la diferencia entre signo o señal y síntoma o indicio. El
síntoma o indicio es algo natural, como el hecho de tener más 37º de temperatura corporal
que indica al médico algún tipo de anomalía posible. Asimismo, para el meteorólogo, por
ejemplo, cuando hay determinado tipo de nubes, es un indicio de una alta probabilidad de
lluvia.
Por ende, el síntoma o el indicio es un hecho que ocurre en la naturaleza. En
cambio, un signo o señal es, como afirma Prieto, un “indicio” creado con cierto propósito.
En ese sentido, es tan signo un signo lingüístico como el escudo nacional, la
balanza (que representa a la justicia), o el bastón blanco (con que se identifica a los no
videntes).
En tanto vivimos en un mundo de signos somos seres hermenéuticos; estamos
continuamente interpretando signos: al llegar a una esquina, por ejemplo, nos fijamos en la
luz del semáforo antes de cruzar. Es por esto que a Saussure le sorprende que no exista
ninguna ciencia que dé cuenta de este fenómeno.

31
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Los signos tienen, entonces, siempre, cierto grado de convencionalidad.


Convenimos, por ejemplo, que el bastón de un ciego sea blanco y no verde. Por otro lado,
decir que son convenidos es lo mismo que decir que son arbitrarios.
Ahora bien, hay distintos grados de arbitrariedad. Por ejemplo, el hecho de que en
los baños públicos de nuestro país se represente en la puerta al usuario previsto o bien con
un ícono que representa a una persona del sexo femenino gracias a lo que entendemos
como una pollera o que se represente a una del sexo masculino con un dibujo que simula
un pantalón es arbitrario. Basta con observar una clase en pleno invierno: las muchachas
presentes difícilmente lleven pollera. Lo más frecuente es que todos tengan pantalones.
Podríamos, incluso, afirmar que el ícono dominante es la pollera. En efecto, es mucho más
significativo el hecho de que en nuestra sociedad, la falda es algo que nunca llevaría, en
condiciones normales un hombre. Podríamos decir que es una representación de carácter
negativo. De todas maneras, este ejemplo trata de ilustrar que representar a una persona del
sexo femenino con una pollera tiene cierto grado de arbitrariedad ya que las mujeres
también usan con mucha frecuencia, y sobre todo en invierno, pantalones.
Lo mismo podríamos ilustrar con el bastón de un ciego. Dicho bastón suele tener no
solo cierta forma particular (se pliega, etc.) sino que es, por lo general, blanco. Es decir, se
ha convenido un color y no otro.
En ambos casos, la convención es transparente. Como ya dijimos, en el primer caso
la convención supone el hecho de que los hombres, en situaciones normales, no llevan
falda. En el segundo, el color refiere al hecho de que el no vidente debe ser identificado
rápidamente, sobre todo en una multitud (por ejemplo en el abordaje a un metro en las
grandes ciudades). En efecto, somos los videntes quienes lo tenemos que identificar,
esquivar, facilitar su acceso al lugar requerido. Podríamos preguntarnos por qué no se ha
elegido otro color, el amarillo, por ejemplo, ya que es particularmente llamativo.
Probablemente se haya pensado en el hecho de que no todas las personas que ven, ven
claramente los colores. El blanco se torna, entonces, un elemento identificador inequívoco.
Ambos ejemplos tratan de mostrar, entonces, un cierto grado de arbitrariedad. Sin
embargo, esta arbitrariedad es susceptible de ser explicada. Es decir, se puede argumentar
por qué se elige una representación icónica y no otra, se puede argumentar por qué se elige
un color y no otro.
El signo lingüístico, es totalmente arbitrario. En efecto, no hay ninguna razón para
que un significante evoque a un significado y no a otro. Es decir, si en el conjunto de
signos que constituyen la lengua hay determinados significantes y no otros y hay
determinados significados y no otros y, por último, determinados significantes evocan
determinados significados y no otros, es porque dichas relaciones se nos imponen
históricamente. “Padecemos” esas relaciones y no otras por una circunstancia histórica:
parafraseando a Saussure, decimos hombre y perro porque nuestros padres ya decían
hombre y perro. No hay ninguna otra razón, no hay un porqué, no hay una causa a favor o
en contra de la que podamos argumentar nada.
Ahora bien, si para ser signo, el requisito que se exige es que haya cierto grado de
arbitrariedad en la relación existente entre significado y significante, cuanto más arbitraria
es esta relación, más fuerte es su condición sígnica. El signo lingüístico es el más
arbitrario, es el signo más signo de todos, es, por ende el más semiológico de todos.
Varias consecuencias se derivan de este planteo.
En primer lugar, Saussure presenta la semiología como una subdisciplina de la
psicología social. Recordemos que al autor le interesa lo psicológico que tenemos de

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

común y no lo que tenemos de individual. Todo signo es susceptible de ser interpretado, en


cierto sentido, inequívocamente por todos de cierta manera. De otra forma, la
incomprensión sería total.
En segundo lugar, presenta la lingüística como una subdisciplina de la semiología.
Esto es posible ya que la segunda estudia todos los signos en el seno de la vida social y la
primera un signo en particular, el signo lingüístico. Como corolario, los principios que
rijan a la semiología regirán también a la lingüística.
En tercer lugar, y esto termina de desarrollarse en el capítulo que se dedica a la
arbitrariedad, surge de su razonamiento una consecuencia en cierto sentido paradojal (que
el propio autor plantea): a pesar de ser la lingüística una subdisciplina de la semiología, es
su modelo por tener el signo más semiológico de todos, es decir, el más arbitrario. Por otro
lado, y esto no es realmente menor, cualquier signo (no sólo el lingüístico) es susceptible
de ser interpretado lingüísticamente.
Ahora bien, Saussure, ante hechos tan evidentes, por lo menos desde un punto de
vista racional, se hace la siguiente pregunta: si es tan claro que el ser humano es un ser
interpretador por naturaleza, ¿por qué no surgió la semiología con anterioridad a su
planteo? Para el ginebrino existieron determinadas causas históricas que impidieron la
aparición de la semiología.

“Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología; tarea del lingüista
es definir qué es lo que hace de la lengua un sistema especial en el conjunto de los hechos
semiológicos. Más adelante volveremos sobre la cuestión; aquí sólo nos fijamos en esto: si
por vez primera hemos podido asignar a la lingüística un puesto entre las ciencias es por
haberla incluido en la semiología.
¿Por qué la semiología no es reconocida como ciencia autónoma, ya que tiene
como las demás su objeto propio? Es porque giramos dentro de un círculo vicioso: de un
lado, nada más adecuado que la lengua para hacer comprender la naturaleza del problema
semiológico; pero, para plantearlo convenientemente, se tendría que estudiar la lengua en sí
misma; y el caso es que, hasta ahora, casi siempre se la ha encarado en función de otra cosa,
de otros puntos de vista.” (el destacado es nuestro)

Como se puede observar, Saussure plantea que una de las causas es el hecho de que
no haya aparecido hasta ese momento la lingüística. En efecto, es justamente la lingüística
la que permite dar cuenta de que existe el hecho semiológico. La lingüística pone en primer
lugar a la lengua, la lengua pone en evidencia al signo lingüístico, el más arbitrario de
todos los signos. Como consecuencia se pone en evidencia el hecho semiológico. Dicho
hecho consiste en que el signo, para ser signo, debe tener cierto grado de
convencionalidad.
Se desencadena entonces una segunda pregunta: ¿y por qué no ha surgido hasta
ahora la lingüística? He aquí su razonamiento.

“Tenemos, en primer lugar, la concepción superficial del gran público, que no ve


en la lengua más que una nomenclatura, lo cual suprime toda investigación sobre su
naturaleza verdadera.”

Saussure nos dice que lo que impide la aparición de la lingüística, en primer,


lugar es la concepción del “gran público”. Cuando el autor habla de “gran público” hace
referencia a la gente en general y a la concepción que ésta tiene de la lengua. El gran
público entiende que la lengua es una nomenclatura. Este tema nos va a llevar un gran

33
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

esfuerzo, ya que se trata de un tema esencial; todo el libro de Saussure está dedicado a
demostrar que la lengua no es una nomenclatura sino, por el contrario, un sistema de
signos.
Se puede ilustrar lo que es una nomenclatura con ejemplos más conocidos que los
que específicamente trata el autor.
La palabra “nomenclatura” es un término que se utiliza, entre otras cosas, en la
química. Para un conjunto de elementos, existe un conjunto de nombres que claramente los
designan. A este conjunto de elementos le corresponden, en una relación inequívoca, uno a
uno, un conjunto de nombres como las etiquetas a un frasco cuando queremos identificar
su contenido. Tómese en cuenta que los nombres, no designan en realidad los elementos,
sino una representación abstracta de los mismos. En efecto, el símbolo Li no designa este o
aquel litio, sino el concepto de litio. Dada una lista de elementos dados de antemano, hay
una lista de nombres con que se los identifica.
Quizás otro ejemplo, el nomenclátor de las calles de una ciudad, pueda ser todavía
más esclarecedor. Es altamente imprevisible que, dado un nombre al que se le quiere rendir
homenaje, el gobierno de una ciudad decida crear una calle para que tome dicho nombre y
sea recordado. En general el proceso es al revés: cuando surgen barrios nuevos (por
ejemplo en nuestro país), las calles son identificadas primariamente por nombres muy
generales (oficial 1, oficial 2, etc.) para luego, llevar el nombre de alguien que, para el
gobierno de turno, merece ser homenajeado y, por consiguiente, recordado. Este ejemplo,
como el anterior, trata de mostrar que las entidades (en el caso anterior conceptos, en este
cosas) están dadas de antemano y los nombres se les adosan como etiquetas a un frasco.
La concepción nomenclaturista del “gran público” no es azarosa. De hecho, en el
episodio bíblico en el cual Dios crea a los animales para que Adán les ponga nombre
(Génesis 2:19-20) presenta esta concepción que es, incluso, parafraseada en varios
episodios de la literatura universal (cf. la peste del insomnio y del olvido en “Cien años de
soledad” en donde Aureliano tiene que etiquetar las cosas para poder recordar qué son y
cuál es su utilidad, esfuerzo vano cuando olvide leer).
La concepción de la lengua como una nomenclatura supone, o bien que hay una
lista de cosas universalmente dadas para las cuales cada lengua asigna un nombre, o, en el
mejor de los casos, que hay una lista de conceptos universalmente dados para los cuales
cada lengua asigna un nombre. En consecuencia, los nombres serían algo así como
“etiquetas” de las cosas o “etiquetas” de los conceptos, de lo que se deduce que traducir
(llevar de una lengua a la otra) sería meramente un cambio de “etiqueta”. O sea, que la
relación que existe entre las “etiquetas” y las cosas sería una relación simple.
Esta concepción es, para el autor, totalmente equivocada. Allí donde el inglés dice
WENT, en el español puede decirse FUE o IBA. En el inglés hay sólo una posibilidad,
mientras que en el español hay dos. Es decir que traducir un texto supone interpretarlo, y
esto no sucedería nunca si las lenguas fueran una nomenclatura. Dicho de otra manera,
toda traducción es una interpretación.
Del mismo modo, las diferencias de género que hace el español, independientes de
las entidades sexuadas en el mundo real, son de total indiferencia para el inglés. No hay, en
ninguna lengua, nada dado de antemano. Cada lengua constituye un orden propio,
independiente del orden de otra lengua y del mundo.
Hay un problema que se le plantea al autor en relación con el concepto: en tanto
unidad de pensamiento los conceptos pueden ser los mismos para un chino, un hindú, un
jamaiquino, etc.; todos podemos elaborar los mismos conceptos desde el momento en que

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

tenemos la misma estructura neuronal, desde el momento en que somos seres humanos. Lo
que no podemos tener son los mismos significados si no tenemos la misma lengua. Es por
esta razón que Saussure termina cambiando el término “concepto” por la de “significado”.
En otras palabras, aunque exista el significado “árbol” en el español y el significado
“TREE” en el inglés, dichos significados no se constituyen como dos etiquetas
intercambiables para la misma entidad. En el español, “árbol”, entre otras cosas, supone la
idea de masculino, así como “rama” supone la idea de femenino. Se trata de un significado
gramatical de la palabra que no existe en el inglés. La intraducibilidad de estos significados
hace evidente el hecho de que una lengua no es una nomenclatura.

“Luego viene el punto de vista del psicólogo, que estudia el mecanismo del signo
en el individuo. Es el método más fácil, pero no lleva más allá de la ejecución individual,
sin alcanzar al signo, que es social por naturaleza.”

El punto de vista del psicólogo es, para Saussure, también insuficiente. Aunque el
autor refiera insistentemente a una “psicología social”, que tiene en cuenta aquello que
compartimos y no lo estrictamente individual (en el sentido actual, nuestra historia de
vida), el psicólogo está más pendiente de aquello que, aunque común, se manifiesta en
nosotros en tanto individuos. Lo social aparece desdibujado.

“O, por último, cuando algunos se dan cuenta de que el signo debe estudiarse
socialmente, no retienen más que los rasgos de la lengua que la ligan a otras instituciones,
aquellos que dependen más o menos de nuestra voluntad; y así es como se pasa
tangencialmente a la meta, desdeñando los caracteres que no pertenecen más que a los
sistemas semiológicos en general y a la lengua en particular. Pues el signo es ajeno siempre
en cierta medida a la voluntad individual o social, y en eso está su carácter esencial, aunque
sea el que menos evidente se haga a primera vista.”

El tercer gran impedimento que tiene la lingüística para aparecer es, entonces,
según Saussure, que aquellos que se han percatado de la importancia de lo social en la
lengua han equiparado a la misma con cualquier otra institución, y no han visto qué tiene la
lengua como institución peculiar. La lengua no es cualquier institución, es la más arbitraria
de todas, la única que no se puede cambiar a voluntad, porque es una institución que se nos
impone históricamente: históricamente se han generado determinados significados y no
otros, históricamente se han generado determinados significantes y no otros, e
históricamente se han generado determinadas relaciones y no otras. Cuando el individuo
nace ese proceso ya se ha dado y simplemente se le impone con la fuerza de aquello que lo
precede. Como se ha señalado, cuanto más arbitraria es una institución más semiológica es.

“Así, el carácter no aparece claramente más que en la lengua, pero también se


manifiesta en las cosas menos estudiadas, y de rechazo se suele pasar por alto la necesidad
o la utilidad particular de una ciencia semiológica. Para nosotros, por el contrario, el
problema lingüístico es primordialmente semiológico, y en este hecho importante cobran
significación nuestros razonamiento. Si se quiere descubrir la verdadera naturaleza de la
lengua, hay que empezar por considerarla en lo que tiene de común con todos los sistemas
del mismo orden; factores lingüísticos que a primera vista aparecen como muy importantes
(por ejemplo, el juego del aparato fonador) no se deben considerar más que de segundo
orden si no sirven más que para distinguir a la lengua de los otros sistemas. Con eso no
solamente se esclarecerá el problema lingüístico, sino que, al considerar los ritos, las

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

costumbres, etc., como signos, estos hechos aparecerán a otra luz, y se sentirá la necesidad
de agruparlos en la semiología y de explicarlos por las leyes de esta ciencia.”

Por último, y como consecuencia de lo anterior, Saussure concluye el capítulo


diciendo que, a la luz de lo mencionado, entidades que, a primera vista parecen relevantes -
como el sonido-, en realidad no lo son. Lo importante de la lengua es su carácter
semiológico (lo compartido con otros sistemas de signos). Mientras lo semiológico se
manifieste, que se materialice en dibujos, sonidos, luces, etc., no tiene relevancia. La
lengua es forma y no substancia.

CAPÍTULO IV DE LA INTRODUCCIÓN DEL


“CURSO DE LINGÜÍSTICA GENERAL”

LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA Y LINGÜÍSTICA DEL HABLA

“Al dar a la ciencia de la lengua su verdadero lugar en el conjunto del estudio del
lenguaje, hemos situado al mismo tiempo la lingüística entera. Todos los demás elementos
del lenguaje, que son los que constituyen el habla, vienen por sí mismos a subordinarse a
esta ciencia primera, y gracias a tal subordinación todas las partes de la lingüística
encuentran su lugar natural.
Consideramos, por ejemplo, la producción de los sonidos necesarios en el
habla: los órganos de la voz son tan exteriores a la lengua como los aparatos eléctricos que
sirven para transmitir el alfabeto Morse son ajenos a ese alfabeto; y la fonación, es decir, la
ejecución de las imágenes acústicas, no afecta en nada al sistema mismo. En esto puede la
lengua compararse con una sinfonía cuya realidad es independiente de la manera en que se
ejecute; las faltas que puedan cometer los músicos no comprometen lo más mínimo esa
realidad.”

Este capítulo comienza retomando el problema de la sustancia y la forma. Dos


símiles dan cuenta ahora de este postulado.
En efecto, el alfabeto Morse es independiente de los medios que se utilicen para
transmitir mensajes cifrados en dicho alfabeto. En este sentido, el código Morse puede
materializarse de múltiples formas (luces, sonidos, etc.).
El segundo ejemplo que nos da Saussure no es tan feliz como el primero. Él
compara la lengua con una sinfonía. Una sinfonía seguiría siendo “la misma” en manos de
un mal intérprete o de un excelente intérprete (¿hasta qué punto podría reconocerse en
manos de un pésimo intérprete?). En este sentido, habría ejecuciones de la lengua más
felices que otras. Pero en realidad no se puede comparar la ejecución de la lengua con la de
una sinfonía. No puede uno hablar mal el español, o se habla español o no se lo habla. De
todas formas lo que se sugiere es que, lo que se reconoce en todos los casos, es un juego de
relaciones que se independiza de cualquier ejecución individual.

“A tal separación de la fonación y de la lengua se nos podrá oponer las


transformaciones fonéticas, las alteraciones de sonidos que se producen en el habla y que
ejercen tan profunda influencia en los destinos de la lengua misma. ¿Tendremos
verdaderamente el derecho de pretender que una lengua en tales circunstancias existe
independientemente de esos fenómenos? Sí, porque no alcanzan más que a la
sustancia material de las palabras. Si afectan a la lengua como sistema de signos, no es
más que indirectamente, por el cambio resultante de interpretación; pero este fenómeno
nada tiene de fonético. Puede ser interesante buscar las causas de esos cambios, y el estudio
de los sonidos nos ayudará en ello; pero tal cuestión no es esencial: para la ciencia de la

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

lengua, bastará siempre con consignar las transformaciones de sonidos y calcular sus
efectos.
Y esto que decimos de la fonación valdrá lo mismo para todas las otras partes del
habla. La actividad del sujeto hablante debe estudiarse en un conjunto de disciplinas que no
tienen cabida en la lingüística más que por su relación con la lengua.” (el destacado es
nuestro)

Saussure tiene una formación neogramática. Una de las preocupaciones básicas de


sus maestros es el cambio fonético. Este es, para ellos, mecánico (de origen articulatorio e
inconsciente) y su acción es “ciega” (produce irregularidades). Es decir, para el contexto
en que se formó, los cambios fonéticos son relevantes en la medida de que alteran la
lengua. Una de las objeciones que el propio autor se plantea es, entonces, la posibilidad de
que el hecho de que, si los cambios fonéticos son capaces de alterar la lengua, el sonido no
sea tan irrelevante como parece.
Sin embargo, para Saussure no todo cambio fonético es un cambio lingüístico.
Varias son las consideraciones que están en juego.
En primer lugar, hay cambios fonéticos realmente irrelevantes. Por ejemplo, en el
español rioplatense se viene produciendo un cambio en la prepalatal reilada. En efecto, en
algunos hablantes la prepalatal sonora /ž/ de /žubia/ y /žerba/ (“lluvia” y “yerba” dicho
como lo decimos en el Río de la Plata y haciendo vibrar las cuerdas vocales) se ha
ensordecido. En efecto, encontramos realizaciones de /šubia/ y /šerba/ (donde las cuerdas
vocales no vibran: sonido parecido al del inglés en la palabra shoping, por ejemplo). Este
constituye un cambio articulatorio (dejan de vibrar las cuerdas vocales) que tiene
consecuencias fonéticas. Sin embargo, para Saussure, no constituye un cambio lingüístico.
No produce ninguna reestructuración del sistema y por tanto es un cambio puramente
material y no afecta el juego de relaciones existentes. La forma del sistema queda
inalterada y los hablantes reconocen la misma palabra con independencia de su
materialización fónica.
En segundo lugar, hay cambios en el sistema que no tienen ninguna manifestación
material. Veamos el siguiente ejemplo ya consignado en todas las gramáticas del español.
Tradicionalmente tendemos a pensar que hay un pasado, “canté”, un presente, “canto” y un
futuro “cantaré”. Sin embargo, no es frecuente la ocurrencia: “mañana compraré ese
libro”. Se dice generalmente: “mañana voy a comprar ese libro”. La perífrasis voy + a +
infinitivo ha desplazado a la forma tradicional del futuro. Por otro lado, cuando alguien
pregunta sobre la edad de otra persona se suele escuchar como respuesta: “tendrá cuarenta
años”. En este ejemplo, la forma “tendrá” ya no señala una entidad futura. El hablante
modaliza su afirmación, es decir, plantea lo significado como posible. Equivale a “Calculo
que tenga cuarenta años”. El llamado futuro actualmente se usa como un presente modal,
condicional, de probabilidad en todo el mundo hispanohablante. Como el futuro por
definición es lo que todavía no ha sucedido, lo que es meramente probable, tiene la
capacidad de expresar la probabilidad aun en presente: “A esta hora Juan estará llegando a
su casa”. Es decir, el sistema se reestructuró, la forma tradicionalmente considerada futuro
es desplazada por una perífrasis y ella misma es usada, habitualmente, para expresar un
presente dudoso. Hay cambios, relevantes en este caso porque reestructuran el sistema, que
no implican una alteración fonética.
Por último, tradicionalmente se ha dicho que el latín “lupus” del cambia al español
“lobo”. Con esto se quiere consignar que el sonido /p/ del latín se convierte en el sonido /b/
del español. Esto quiere decir que una oclusiva sorda se transforma en una oclusiva sonora

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

en posición intervocálica. Por ende, el cambio del español al latín sería entonces un cambio
fonético. No obstante, Saussure dice que esto, pensado así, sería una verdad a medias. Lo
relevante para el autor, no es que en latín la palabra sea lupus y en español lobo. En
realidad, la palabra lupus del latín tiene doce realizaciones posibles según la función
sintáctica y el número, mientras que lobo, en español, tiene dos realizaciones posibles,
singular y plural (loba a, estos efectos, es otra palabra). Lo que cambió es todo un juego de
relaciones. Lo fonético se toma como una marca del cambio estructural y no al revés, dicho
cambio fonético (el de lupus en lobo) es un emergente de que ha cambiado todo el sistema.

conclusión: el cambio fonético no invalida la secundariedad del sonido en la


lengua

Saussure ha dejando en clara que el sonido (uno de los aspectos del habla) es
irrelevante a la hora de definir la lengua. Sin embargo muestra que entre lengua y habla
hay una relación de implicación muy fuerte y que, desde cierto punto de vista, una no se
puede entender sin la otra

“El estudio del lenguaje comporta, pues, dos partes: la una, esencial, tiene por
objeto la lengua, que es social en su esencia e independiente del individuo; este estudio es
únicamente psíquico; la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es
decir, el habla, incluida la fonación, y es psicofísica.
Sin duda, ambos objetos están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente:
la lengua es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos;
pero el habla es necesaria para que la lengua se establezca; históricamente, el hecho de
habla precede siempre. ¿Cómo se le ocurriría a nadie asociar una idea con una imagen
verbal, si no se empezara por sorprender tal asociación en un acto de habla? Por otra parte,
oyendo a los otros es como cada uno aprende su lengua materna, que no llega a depositarse
en nuestro cerebro más que al cabo de innumerables experiencias. Por último, el habla es
la que hace evolucionar a la lengua: las impresiones recibidas oyendo a los demás son
las que modifican nuestros hábitos lingüísticos. Hay, pues, interdependencia de lengua y
habla: aquella es a la vez el instrumento y el producto de ésta. Pero eso no les impide ser
dos cosas absolutamente distintas.” (el destacado es nuestro)

Saussure plantea, entonces, una la relación bastante singular entre lengua y habla.
En efecto, para el autor, es imposible pensar en un acto de habla que no responda a las
reglas de la lengua. Por más original que un hablante sea en el uso de la lengua, otro lo
entiende porque lo se dice podría, potencialmente haberlo dicho él. Es decir, si posee las
mismas unidades y las mismas reglas, estas se reconocen en el otro cuando habla. Por otro
lado, un acto de habla sin lengua no sería más que ruido, no transmitiría ningún significado
convencional y no sería interpretable.
Sin embargo, “el habla es necesaria para que la lengua se establezca.” Son los actos
individuales los que van formando la convención en todos. Esto permite que la lengua se
establezca en todos, aún cuando esta conlleve siempre un acto innovador. Basta que dicha
innovación se comience a utilizar socialmente para que el acto de habla referido se
convierta en lengua. A esto se refiere Saussure cuando dice: “el habla es la que hace
evolucionar la lengua”. Son las prácticas individuales de los hablantes las que van
formando la lengua aunque esas prácticas no serían posibles si la lengua no existiera.
Por otro lado, “históricamente”, el acto de habla precede siempre. Es una relación
de implicación muy fuerte. Este es un proceso no consciente. Es muy difícil que un

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

hablante pueda prever que un cambio por él producido tenga aceptación social, es decir, se
convencionalice. Es decir, si esto sucede, es a pesar del hablante y no gracias a él. Es muy
probable que, por ejemplo, si un hablante produce un cambio que reconoce después en los
otros, piense que ese cambio ya existía y no lo haya escuchado antes.
Respecto de cómo los cambios se imponen a pesar del hablante y no gracias a él es
interesante poner como ejemplo a los “puristas” de la lengua. En efecto, esta es una
posición frente al lenguaje muy particular. El estudioso se erige en juez y protesta frente al
cambio, trata de normativizar, de decir qué está bien y qué está mal. Sin embargo, basta
con observar este proceso con cuidado. Cuando la queja se hace presente es porque el
cambio se ha producido y se ha impuesto. El purista no escapa a esta imposición porque lo
rechaza. Si lo rechaza, es porque siente que se le ha impuesto y, aunque no haga un uso
activo del mismo, no lo “use” cuando habla, tiene un uso pasivo del mismo. Si lo rechaza,
es porque lo identifica, lo entiende.
En otras palabras, la práctica del habla va construyendo determinadas convenciones
que configuran la lengua. “Hay, pues, interdependencia entre lengua y habla: aquella es a
la vez el instrumento y el producto de ésta.” “Aquella”, la lengua, es el “instrumento”, lo
que hace posible el habla, pero, a su vez la lengua es el producto del habla porque de la
actividad de hablar procede la lengua.
Se confirma, entonces, que la separación entre lengua y habla es una separación
metodológica. No obstante, en los hechos, lengua y habla son inseparables.

“La lengua existe en la colectividad en la forma de una suma de acuñaciones


depositadas en cada cerebro, más o menos como un diccionario cuyos ejemplares,
idénticos, fueran repartidos entre los individuos. Es, pues, algo que está en cada uno de
ellos, aunque común a todos y situado fuera de la voluntad de los depositarios. Este modo
de existencia de la lengua puede quedar representado por la fórmula:”

Este razonamiento se concluye retomando la idea de lengua como promedio. Los


hablantes tienen aproximadamente la misma gramática (reglas para combinar los signos) y
el mismo “diccionario” (los signos). En este pasaje la metáfora del diccionario es
particularmente ilustrativa. Un diccionario, el inventario de signos de una lengua, da
cuenta, frecuentemente, no solo del significado léxico de las unidades, sino de ejemplos
que den cuenta de las ocurrencias posibles de esos signos. Es decir, se presentan en una
combinatoria que explicita las reglas que los rigen. Los signos no son, entonces, el listado
de los nombres de una nomenclatura. No son etiquetas que se adosan a los conceptos o a
las cosas. El juego de relaciones que ellos presuponen, nunca podría estar ejemplificado en
una simple nomenclatura.
Por último, dos fórmulas quieren dar cuenta de la distinción entre lengua y habla.
La primera fórmula representa a la lengua:

1 + 1 + 1 + 1 + 1 ... = I (modelo colectivo)

Algunas observaciones de esta fórmula pueden ser esclarecedoras. En primer lugar


la suma da cuenta, en los sumandos, de unidades similares (1, lo que cada hablante tiene
internalizado). En segundo lugar, el resultado es también similar: es un uno romano que se
lo interpreta como “modelo colectivo”. Es decir, la lengua es un promedio y no está
completa más que en la masa.

39
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Por su lado se distingue del habla:

“¿De qué modo está presente el habla en esta misma colectividad? El habla es la
suma de todo lo que las gentes dicen, y comprende: a) las combinaciones individuales,
dependientes de la voluntad de los hablantes; b) los actos de fonación igualmente
voluntarios, necesarios para ejecutar tales combinaciones. No hay, pues, nada de colectivo
en el habla; sus manifestaciones son individuales y momentáneas. En ella no hay nada más
que la suma de los casos particulares según la fórmula:”
(1 + 1’ + 1’’ + 1’’’...)

Los elementos propios del habla serían entonces, en primer lugar, las
combinaciones individuales de cada hablante; y, en segundo lugar, los actos de fonación
propios de cada hablante. Por ende, no hay nada de colectivo en el habla, porque es la
suma de lo que todo el mundo dice. Esto queda expresado mediante una nueva fórmula que
es necesario interpretar. Algunas observaciones sobre la misma. La suma no tene signo de
igual ni resultado. Si los actos de habla son individuales, y por ende distintos, la suma
parece imposible, o por lo menos forzada. Es una representación de la heterogeneidad del
habla. Se puede observar, además, que esta suma está comprendida entre dos paréntesis:
parece querer sugerirse que es una suma forzada, si los miembros están contenidos, es a la
fuerza. Los puntos suspensivos parecen expresar, por su parte, que las emisiones
individuales, en una comunidad, ni siquiera son inventariables en su totalidad ya que son
innumerables.
Sin embargo, por más distintos y originales que sean los actos de habla, todos
proceden del modelo colectivo que es la lengua. En efecto, en la fórmula todos son “unos”
(“1 + 1 + 1...”). No hay nada tan original ni nada tan individual que ya no esté previsto por
las reglas de la lengua. Los “unos” representan lo que tienen en común dichos actos de
habla, aún siendo diferentes (“todos son actos de habla del español, o actos de habla del
japonés, etc.”). Todos se basan en las mismas reglas y en los mismos signos.
Por consiguiente, aclara el autor:

“Por todas estas razones sería quimérico reunir en un mismo punto de vista la
lengua y el habla. El conjunto global del lenguaje es incognoscible porque no es
homogéneo, mientras que la distinción y la subordinación propuestas lo aclaran todo.
Tal es la primera bifurcación con que topamos en cuanto se intenta hacer
la teoría del lenguaje. Hay que elegir entre dos caminos que es imposible tomar a la vez;
tienen que ser recorridos por separado.
Se puede en rigor conservar el nombre de lingüística para cada una
de estas dos disciplinas y hablar de una lingüística del habla; pero con cuidado de no
confundirla con la lingüística propiamente dicha, ésa cuyo objeto único es la lengua.
Nosotros vamos a dedicarnos únicamente a esta última, y si, en el
transcurso de nuestras demostraciones, tomamos prestada alguna luz al estudio del habla,
ya nos esforzaremos por no borrar nunca los límites que separan los dos terrenos.”

CAPÍTULO V DE LA INTRODUCCIÓN DEL


“CURSO DE LINGÜÍSTICA GENERAL”

ELEMENTOS INTERNOS Y ELEMENTOS EXTERNNOS


DE LA LENGUA

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

“Nuestra definición de la lengua supone que descartamos de ella todo lo que sea
extraño a su organismo, a su sistema, en una palabra, todo lo que se designa con el término
de ‘lingüística externa’. Esta lingüística externa se ocupa, sin embargo, de cosas
importantes, y en ellas se piensa sobre todo cuando se aborda el estudio del lenguaje.
Son, en primer lugar, todos los puntos en que la lingüística toca a la etnología,
todas las relaciones que pueden existir entre la historia de una lengua y la de una raza o de
una civilización (...)
En segundo lugar hay que mencionar las relaciones entre la lengua y la historia
política. Grandes hechos históricos, como la conquista romana, han tenido una importancia
incalculable para un montón de hechos lingüísticos. La colonización, que no es más que
una forma de conquista, transporta un idioma a medios diferentes, lo cual entraña cambios
en ese idioma (...)
Esto nos lleva a un tercer punto: las conexiones de la lengua con las instituciones
de toda especie, la Iglesia, la escuela, etc. Estas, a su vez, están íntimamente ligadas con el
desarrollo literario de una lengua, fenómeno tanto más general cuanto que él mismo es
inseparable de la historia política (...)
Por último, todo cuanto se refiere a la extensión geográfica de las lenguas y a su
fraccionamiento dialectal cae en la lingüística externa (...)”

El objetivo principal, en el estudio de este capítulo, va a estar centrado en mostrar


aquellos elementos que definen el orden interno de una lengua por oposición a aquellos
otros, externos, que nada tienen que ver con el sistema propiamente dicho.

“Creemos que el estudio de fenómenos lingüísticos externos es muy fructífero;


pero es falso decir que sin ellos no se pueda conocer el organismo lingüístico interno.
Tomemos como ejemplo los préstamos de palabras extranjeras: lo primero que se puede
comprobar es que de ningún modo son un elemento constante en la vida de una lengua.
Hay, en ciertos valles retirados, dialectos que, por así decirlo, jamás han admitido un solo
término artificial venido de fuera. ¿Diremos que esos idiomas están fuera de las
condiciones regulares del lenguaje, que son incapaces de darnos una idea de lo que es el
lenguaje, y que esos dialectos son los que piden un estudio ‘teratológico’ por no haber
sufrido mezcla? Pero, ante todo, las palabras de préstamo ya no cuentan como tales
préstamos en cuanto se estudian en el seno del sistema; ya no existen más que por su
relación y su oposición con las palabras que les están asociadas, con la misma
legitimidad que cualquier signo autóctono.” (el destacado es nuestro)

Dos cosas queremos destacar al respecto. En primer lugar, el orden propio de una
lengua es tal, que ni las palabras que entran en préstamo pueden escapársele. El lingüista
tendrá que dar cuenta de este orden a través de la descripción de la lengua. En segundo
lugar, y como corolario de lo anteriormente expuesto, “lingüística externa” y “lingüística
interna” se corresponden, para el autor, en dos ciencias en tanto que sus objetos de estudio
y sus métodos difieren.
Veamos el caso de los préstamos. Palabras, signos, que a primera vista pueden
considerarse “externas” al sistema, dejan de serlo en la medida de que son constreñidas por
la lengua de arribo. En efecto, un ejemplo puede dar cuenta con más precisión de lo que
aquí se está hablando.
El español toma muchas palabras del inglés: chat, scanner, computadora, etc.
Muchas palabras provenientes del inglés, como es el caso de las citadas, ingresan al
español por un lenguaje técnico. Quizás los casos más notorios son los del fútbol y la
informáticas. Ambos, han tenido una aceptación los suficientemente general para que el
léxico se generalice, por distintas razones, muy rápidamente.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Dos cosas, por lo menos, pueden dar cuenta en ambos casos del orden arbitrario que
se le impone a estos términos.
En el nivel fonológico, dichos términos pueden ser, por su uso popular,
“absorbidos” por la fonología propia del español a tal punto que las reglas de escritura
terminan respondiendo a las de la lengua de arribo y no a las de origen. Es el caso
justamente de la palabra fútbol. Si se ha impuesto esta transcripción, es porque se la ha
aceptado como una palabra del español y las reglas ortográficas dan cuenta de ello: una
palabra grave terminada en cualquier consonante que no sea ni n ni s no lleva tilde. Es
indudable que si los ámbitos académicos han registrado esta forma de representarla por
escrito, es porque los hablantes del español la han sometido con anterioridad a un proceso
de fonologización arbitrario, el de su propia lengua. Este proceso está vinculado
inevitablemente al significante del signo en cuestión.
En el nivel del significado, los signos sufren también un proceso de transformación
que los somete a las reglas del español bajo las mismas restricciones de los términos
autóctonos. Por ejemplo, ni la palabra football, ni la palabra scanner, ni la palabra
computer tienen género en inglés por el hecho de que el inglés no hace distinción de
género gramatical. En efecto, mientras que el español distingue para el significado del
nombre el masculino y el femenino, el inglés no lo hace y esto se hace patente en la
ocurrencia de un único determinante: the. Sin embargo, estas palabras, al ingresar al
español, quedan sometidas a sus reglas y adquieren género: el fútbol, el escáner, la
computadora. Como se ve, además, la adjudicación del género en español es arbitrario: la
razón que dé cuenta de por qué la palabra fútbol adquiere en español el género masculino y
la palabra computadora el femenino no está a la vista ni de los hablantes ni de los
estudiosos de la lengua. Baste pensar en el hecho de que en otras variedades lingüísticas
del español computadora es ordenador y es una palabra de género masculino.
Estos ejemplos darían cuenta, entonces de los elementos internos y los externos de
la lengua. Es externo al español cómo fue que estos términos entraron y por qué se
generalizaron. Es interno, sin embargo, el hecho de que queden sometidos a reglas que en
la lengua de origen les eran ajenas.
Como decíamos, el aspecto interno y el externo de una lengua dan origen a dos
ciencias distintas.
“La mejor prueba es que cada uno de ellos crea un método distinto. La lingüística
externa puede amontonar detalle sobre detalle sin sentirse oprimida en el torniquete de un
sistema. Por ejemplo, cada autor agrupará como mejor entienda los hechos relativos a la
expansión de una lengua fuera de su territorio; si se estudian los factores que han creado
una lengua literaria frente a los dialectos, siempre se podrá echar mano de la simple
enumeración; si se ordenan los hechos de un modo más o menos sistemático, eso será no
más que por necesidades de claridad.
Para la lingüística interna la cosa es muy distinta: la lingüística interna no admite
una disposición cualquiera; la lengua es un sistema que no conoce más que su orden
propio y peculiar.” (el destacado es nuestro)

Como se puede apreciar en el pasaje citado, los datos de la lingüística externa


(quiénes hablan y dónde se habla el español, etc.) son recopilados y va a ser el investigador
quien los ordene en forma sistemáticamente. Dichos datos por sí mismos no forman un
sistema; quien los ordena es el investigador por razones de claridad expositiva.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Por el contrario, la lingüística investiga sobre el orden propio de cada lengua, es


decir, su constitución sistemática. Hay pues una caracterización de lengua como sistema.
Saussure recurre, como es frecuente, a un ejemplo externo al lenguaje para explicar
lo que se acaba de exponer.

“Una comparación con el ajedrez lo hará comprender mejor. Aquí es relativamente


fácil distinguir lo que es interno de lo que es externo: el que haya pasado de Persia a
Europa es de orden externo; interno, en cambio, es todo cuanto concierne al sistema y sus
reglas. Si reemplazo unas piezas de madera por otras de marfil, el cambio es indiferente
para el sistema; pero si disminuyo o aumento el número de piezas tal cambio afecta
profundamente a la ‘gramática’ del juego. Es verdad que para hacer distinciones de esta
clase hace falta cierta atención. Así en cada caso se planteará la cuestión de la naturaleza
del fenómeno, y para resolverlo se observará esta regla: es interno cuanto hace variar el
sistema en un grado cualquiera.” (el destacado es nuestro)

En efecto, un historiador puede dar cuenta tanto del contexto histórico en que el
juego surgió y cómo fue que se popularizó en Europa. Este conocimiento puede
perfectamente prescindir de las reglas internas del juego. No es necesario saber jugar al
ajedrez para dar cuenta del mismo. Del mismo modo, todos sabemos que hay excelentes
jugadores de ajedrez (los niños que han sido campeones locales o en ligas mayores) que,
aún conociendo perfectamente las reglas del juego, pueden desconocer su historia y su
origen.
Están en juego pues, dos “conocimientos” que, aunque se presuponen, son
independientes uno del otro y se pueden estudiar por separado y con métodos distintos.
Se agrega además, el problema de la sustancia, el cambio de una ficha por otra de
otra forma y material no afecta al sistema siempre y cuando se convenga que las reglas que
afectan a la sustituta siguen siendo las mismas que afectaban a la sustitudida. En rigor, nos
dice el autor, el problema de la sustancia es indiferente a la gramática del juego, es decir,
al orden interno que lo configura.
A propósito de lo antedicho, estudiosos del lenguaje posteriores a Saussure harán la
diferencia entre reglas regulativas y reglas constitutivas. Las primeras, dirán, traducibles a
una orden (no matarás) se pueden violar y en efecto se violan constantemente; las
segundas, interpretables como la descripción de un fenómeno constante (los sustantivos en
español tienen significado de género) no pueden transgredirse. Si en un momento
determinado del partido, un jugador de ajedrez empieza a mover sus peones en cualquier
dirección y su contrincante lo acepta, se dirá no que dichos jugadores están jugando mal al
ajedrez, sino que, en un momento del juego, dejaron de jugar al ajedrez aunque con las
piezas que materialmente lo representan.
La constante asimilación que el autor hace de la lengua con un juego ha sido
tomada por varios críticos para dar cuenta del orden interno de un sistema, entre ellos, el
francés O. Ducrot.

NATURALEZA DEL SIGNO LINGÜÍSTICO

Los materiales que conforman este capítulo fueron tomados del tercer curso que
Saussure impartió en Ginebra y sobre él se pueden inferir datos de suma relevancia.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

El tema comienza a darse el 2 de mayo y sus alumnos apuntan, en sus cuadernos, el


mismo título que figura en este apartado: “Naturaleza del signo lingüístico”.
No obstante, el 19 de mayo Saussure comienza un repaso de lo dado hasta ese
momento y los alumnos, sorprendentemente, anotan: “La legua como sistema de signos”.
La crítica ha deducido de este hecho que el interés del autor no está en el signo
propiamente dicho sino en la lengua.
Dos elementos parecen avalar esta interpretación, uno de carácter general que
supone la concepción en la cual la teoría saussuriana se inscribe y otro más particular, el
análisis del texto mismo.
Respecto del primero podemos afirmar que, como el autor en otros pasajes del texto
destaca, la relación de todo y parte es muy peculiar en una visión estructural, de tal forma,
de que el todo necesariamente remite a la parte y la parte, necesariamente remite al todo.
Respecto del segundo, no parece indiferente el hecho de que el capítulo comience
haciendo una alusión directa al concepto de lengua: las lenguas no son nomenclaturas, son
sistemas. Parece ser que el propósito del mismo es dar cuenta de esta tesis.
Además, el mismo se estructura en tres partes fundamentales: consideraciones
generales del signo, el principio de la arbitrariedad y el principio de la linealidad del
significante. En la primera de estas partes, como se verá, la relación del todo con la parte,
incluso dentro del propio signo, es de una importancia mayor.
A este capítulo, sucede, además, otro: Inmutabilidad y del signo. De ello,
permítanos sacar algunas conclusiones. Para Saussure existen dos y solamente dos
principios el de la arbitrariedad y el de la linealidad del significante. Las otras dos,
inmutabilidad y mutabilidad, no están en el mismo nivel, son tratadas, como dijimos, en
capítulo aparte y se derivan de los principios. Vamos, a los efectos de esta presentación a
llamarlas características del signo. Además, dichas características son consecuencia del
primer principio que es, sin duda, el estructurador de la teoría.
Agreguemos por último, que Saussure, inexorablemente, comienza hablando de la
arbitrariedad del signo para culminar en la arbitrariedad de la lengua, comienza hablando
de la linealidad en el signo para remitirnos a la combinabilidad en la lengua, comienza
hablando la inmutabilidad y de la mutabilidad en el signo para, también, desembocar en la
lengua. Es evidente, entonces, que la parte, en su teoría, es solo comprensible en relación
con el todo de que forma parte.

PRIMERA PARTE
PRINCIPIOS GENERALES
CAPÍTULO I

NATURALEZA DEL SIGNO LINGÜÍSTICO

§ 1. SIGNO, SIGNIFICADO, SIGNIFICANTE

“Para ciertas personas, la lengua, reducida a su principio esencial, es una


nomenclatura, esto es, una lista de términos que corresponden a otras tantas cosas. Por
ejemplo:”

: ARBOR : EQUOS

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Esta concepción es criticable por muchos conceptos. Supone ideas completamente


hechas preexistentes a las palabras (ver sobre esto pag. 191); no nos dice si el nombre es de
naturaleza vocal o psíquica, pues arbor puede considerarse en uno u otro aspecto; por
último, hace suponer que el vínculo que une un nombre a una cosa es una operación simple,
lo cual está bien lejos de ser verdad. Sin embargo, esta perspectiva simplista puede
acercarnos a la verdad al mostrarnos que la unidad lingüística es una cosa doble, hecha con
la unión de dos términos.”

El primer parágrafo apunta a definir y jerarquizar conceptos de su teoría: signo,


significado y significante. que de alguna manera ya están definidos en lo que dimos hasta
ahora del curso de Saussure.
Como se destacara antes, su primera mención es a “la concepción de la lengua
como una nomenclatura”. Su teoría apunta a definir qué es la lengua, y la tesis de que es un
sistema se opone radicalmente a la concepción nomenclaturista.
Para ello parte de la concepción vulgar la lengua (la de la “gente común”). La
lengua como nomenclatura supone que existen para todas las lenguas los mismos
conceptos.
Varios son los problemas que plantea esta concepción.

1. Por un lado por porque supone elementos preexistentes a las lenguas.

Si los conceptos preexisten, ya están dados, la lengua no hace otra cosa que
“etiquetarlos”. Sin embargo, esta concepción ingenua, y peligrosa, no es real.
No hay nada de antemano que se imponga a la lengua. Cada lengua configura sus
propios significados y sus propios significantes con independencia de los conceptos y de
las cosas. Un ejemplo claro es el que se expuso respecto del inglés y el español. El hecho
de que el español, como significado del nombre, haga una distinción que el inglés no hace,
la distinción de género, es independiente del mundo y de lo que la gente piensa sobre él.
Estas distinciones se nos imponen de forma arbitraria a los hispanohablantes y no a los
angloparlantes.
He aquí uno de los problemas fundamentales del autor: el término “concepto”,
puede no ser fiel a dicha concepción. En efecto, nada impediría que, en tanto seres
humanos pertenecientes a una misma cultura, hispanoparlantes y angloparlantes,
pudiéramos tener los mismos conceptos. Es posible, entonces, considerar el concepto como
una entidad extralingüística. Saussure se decide por significado. Dos cosas están en juego
en esta decisión: los significados sí son impuestos como tales por cada lengua y se definen
con independencia de los conceptos y las cosas que existen fuera de ellas. Esta precisión es
presentada como parte de su esfuerzo de desustancialización de la lengua.
Desde el punto de vista del significante se da un proceso similar. En efecto, el
sintagma imagen acústica hace inevitablemente alusión al sonido. El término significante,
sin embargo, solo define una función con independencia de la materia en que se realice.

2. En segundo lugar, en una nomenclatura, la relación entre las palabras y las


cosas está presentada como una relación simple.

En efecto, como se ha planteado en el punto no hay sinónimos entre las lenguas y


los significados que están comprometidos en una lengua no coinciden con los de otra. Las
relaciones que estas mantienen, entonces, como se ha lo aludido, no es una relación simple.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Esto puede ser ejemplificado con la más simple de las traducciones. Si las lenguas fuesen
nomenclaturas, la traducción podría darse término a término. Sin embargo, una pregunta
del tipo How old are you? no es traducible al español como ¿cuán viejo sos? De hecho, lo
que podría ser normal para un niño angloparlante de diez años, se vuelve casi
ininterpretable, o por lo menos jocoso, para un niño hispanoparlante de la misma edad.

La imagen acústica y el concepto

“Hemos visto en la pág. ..., a propósito del circuito del habla, que los términos
implicados en el signo lingüístico son ambos psíquicos y están unidos en nuestro cerebro
por un vínculo de asociación. Insistamos en este punto.
Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, no es el sonido
material, cosa puramente física, sino su huella psíquica, la representación que de él nos da
el testimonio de nuestros sentidos; es imagen es sensorial, y si llegamos a llamarla
‘material’ es solamente en este sentido y por oposición al otro término de la asociación, el
concepto, generalmente más abstracto.
El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente cuando
observamos nuestra lengua materna. Sin mover los labios ni la lengua, podemos hablarnos a
nosotros mismos o recitarnos mentalmente un poema. Y porque las palabras de la lengua
materna son para nosotros imágenes acústicas, hay que evitar el hablar de los ‘fonemas’ de
que están compuestas. Este término, que implica una idea de acción vocal, no puede
convenir más que a las palabras habladas, a la realización de la imagen interior en el
discurso. Hablamos de sonidos y de sílabas de una palabra, evitaremos el equívoco, con tal
que nos acordemos de qué se trata de la imagen acústica.
El signo lingüístico es, pues, una entidad psíquica de dos caras que puede
representarse por la siguiente figura:

Concepto

Imagen acústica

Estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente. Ya


sea que busquemos el sentido de la palabra latina arbor o la palabra con que el latín designa
el concepto de ‘árbol’, es evidente que las vinculaciones consagradas por la lengua son las
únicas que nos aparecen conformes con la realidad, y descartamos cualquier otra que se
pudiera imaginar.”

árbol

arbor arbor

De la concepción de la lengua como nomenclatura lo que Saussure rescata


solamente es que están en juego dos elementos. Sin embargo, estas dos entidades no son el
significado y la “cosa”, sino la imagen acústica y el concepto. Tanto la imagen acústica
como el concepto son psíquicos, lo que es lo mismo que decir, en palabras de Saussure,
que ambos son sociales. Recuérdese que al autor lo que le interesa es aquello que
compartimos y no lo que tenemos en particular. Intenta demostrar que son igual de
psíquicos el concepto y la imagen acústica.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

La representación icónica del signo que aparece en el libro tiene, como se puede
apreciar dos flechas, una que va desde la imagen acústica al concepto y otra que va desde
el concepto hacia la imagen acústica. Esto se corresponde con la siguiente afirmación:
“estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente”. Sin
embargo, en las fuentes manuscritas, la flecha que va desde el concepto a la imagen
acústica falta. Constituye un agregado de los editores.
Podemos conjeturar que, como se verá en el capítulo referido al valor, lo que a
Saussure le interesa es la función sígnica, es decir, la capacidad de un significante de
evocar un significado: esta relación intrasígnica será conocida más adelante con el nombre
de significación.
Por otra parte, su manifestación es acorde con el concepto de arbitrariedad de la
lengua. Los hablantes asumen dichos signos como si fueran la única realidad posible. No
nos cansaremos de repetir que, aprender una lengua extranjera, consiste en someternos a un
orden que registramos como ajeno. De ahí, su dificultad.

“Esta definición plantea una importante cuestión de terminología. Llamamos signo


a la combinación del concepto y de la imagen acústica: pero en el uso corriente este término
designa generalmente la imagen acústica sola, por ejemplo una palabra (arbor, etc.). Se
olvida que si llamamos signo a arbor no es más que gracias a que conlleva el concepto
‘árbol’, de tal manera que la idea de la parte sensorial implica la del conjunto.
La ambigüedad desaparecería si designáramos las tres nociones aquí presentes por
medio de nombres que se relacionen recíprocamente al mismo tiempo que se opongan. Y
proponemos conservar la palabra signo para designar el conjunto, y reemplazar concepto e
imagen acústica con significado y significante; estos dos últimos términos tienen la ventaja
de señalar la oposición que los separa, sea entre ellos dos, sea del total de que forman parte.
En cuanto al término signo, si nos contentamos con él es porque, no sugiriéndonos la
lengua usual cualquier otro, no sabemos con qué reemplazarlo.
El signo lingüístico así definido posee dos caracteres primordiales. Al
enunciarlos vamos a proponer los principios mismos de todo estudio de este orden.”

Como adelantáramos, Saussure plantea que hay dos problemas en la terminología


que ha manejado hasta aquí: la palabra “signo” muchas veces se utiliza para denominar la
imagen acústica sola. En consecuencia, él propone usar la palabra “signo” para la totalidad,
así como para la imagen acústica la palabra “significante” y para el concepto la palabra
“significado”.
Con esto último Saussure logra una precisión terminológica, no sólo un mero
cambio de nomenclatura científica. En primer lugar, los tres elementos en juego tienen una
raíz común (signo, significante y significado, por lo que se entiende, tienen como raíz el
verbo “significar”), lo que muestra la íntima relación que poseen entre sí. Por otro lado,
“significante” es el participio activo del verbo “significar”, y “significado” es el participio
pasivo. De ello se entiende que uno presupone al otro. Por último y como señalamos ya, el
término imagen acústica supone la presencia del sonido, mientras que significante no.
Asimismo, el término concepto evoca a pensamiento y mientras que el término significado
no. El autor logra desustancializar la lengua, logra expresar las dos partes que componen el
signo lingüístico por la función que cumplen con independencia a cualquier cosa exterior a
él. Esta es una concepción estructural del signo, ya que las partes se definen en relación al
todo, y el todo en relación a las partes.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Lamentablemente, cuando comienza el primer principio esta precisión


terminológica parece desdibujarse.

§ 2. PRIMER PRINCIPIO: LO ARBITRARIO DEL SIGNO

“El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que
entendemos por signo el total resultante de la asociación de un significante con un
significado, podemos decir más simplemente: el signo lingüístico es arbitrario.
Sí, la idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la secuencia de
sonidos s-u-r que le sirve de significante; podría estar representada tan perfectamente por
cualquier otra secuencia de sonidos. Sirvan de prueba las diferencias entre las lenguas y la
existencia misma de lenguas diferentes: el significado ‘buey’ tiene por significante bwéi a
un lado de la frontera franco-española y böf (boeuf) al otro, y al otro lado de la frontera
francogermana es oks (Ochs).”

Se expresa en este principio que no hay nada del significado “sur” que tenga que
ver con el significante “sur”.
Algunas precisiones, sin embargo, son relevantes.
En primer lugar, los editores, en forma desprolija, vuelven a hablar de “idea” y de
“sonidos” con total indiferencia de las precisiones hechas en el apartado anterior. Es
justamente este tipo de desprolijidades lo hace del Curso un libro de muy difícil lectura. Es
probable que los alumnos, fieles a las palabras del maestro hayan tomado ejemplos que
desde el punto de vista didáctico estaban claros en el transcurso de una clase y no así
cuando quedan por escrito.
En segundo lugar, el ejemplo, tal cual es presentado por los editores, también es
malo. En efecto, el mismo nos sugiere que para tres significantes distintos, bwéi, böf y oks
hay un único significante, bwéi dado de antemano. Esto rebatiría todo lo dicho antes ya que
presentaría las lenguas como nomenclaturas. Este ejemplo, sin embargo, es a su vez
rebatido por los que presenta en su “teoría del valor” donde demuestra claramente que las
lenguas no son nomenclaturas. Pensemos en él como en un recurso didáctico que los
editores no supieron obviar.
Las conclusiones, sin embargo, son de la mayor importancia. Este principio
fundamenta, efectivamente, la existencia de las distintas lenguas.
Ahora bien, intentemos desarrollar este punto. De todos los significados que el
español podría llegar a elegir, por ejemplo, y, de todos los significantes que el español
podría tener (que en teoría son infinitos), el español se quedó con unos y descartó otros
tantos. ¿Por qué? Hubo un proceso histórico que así lo determina. Los hispanohablantes
operamos con los signos estaban al nacer. Estos se nos imponen de forma arbitraria. Para
Saussure históricamente se generan determinados significantes, históricamente se generan
determinados significados e históricamente se generan determinados lazos entre
significantes y significados. Nada está dado de antemano. Este proceso es totalmente
arbitrario.

En una lengua son arbitrarios los significantes, los significados y las relaciones que
hay entre ellos. Algunos autores, parafraseando al mismo autor, afirman que para Saussure
el signo lingüístico es radicalmente arbitrario.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

“El principio de lo arbitrario del signo no está contradicho por nadie; pero suele
ser más fácil descubrir una verdad que asignarle el puesto que le toca. El principio arriba
enunciado domina toda la lingüística de la lengua; sus consecuencias son innumerables. Es
verdad que no todas aparecen a la primera ojeada con igual evidencia; hay que darles
muchas vueltas para descubrir esas consecuencias y, con ellas, la importancia primordial
del principio.”

Encontramos una extraña afirmación en este pasaje. Saussure dice que este
principio no está contradicho. En principio, esta afirmación no es real. Platón, por ejemplo,
en uno de sus diálogos, El Cratilo supone una relación fuerte entre la palabra y la cosa. Es
dudoso que el ginebrino no conozca, por lo menos, a Platón. Tenemos que atribuir a este
pasaje una de las tantas lagunas que dejan las fuentes manuscritas. Es decir, probablemente
no estuviera contradicho por nadie este principio, en el contexto en que se estaba
desarrollando el curso que dictaba.
Sin embargo, parece mucho más relevante lo segundo: el lugar que Saussure le da
al principio. Domina toda la lingüística de la lengua. Es, entonces, el principio
estructurador de toda su teoría.

“Una observación de paso: cuando la semiología esté organizada se tendrá que


averiguar si los modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales –como la
pantomima- le pertenecen de derecho. Suponiendo que la semiología los acoja, su principal
objetivo no por eso dejará de ser el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del signo.
En efecto, todo medio de expresión recibido de una sociedad se apoya en principio en un
hábito colectivo o, lo que viene a ser lo mismo, en la convención. Los signos de cortesía,
por ejemplo, dotados con frecuencia de cierta expresividad natural (piénsese en los chinos
que saludan a su emperador prosternándose nueve veces hasta el suelo), no están menos
fijados por una regla; esa regla es la que obliga a emplearlos, no su valor intrínseco. Se
puede, pues, decir que los signos enteramente arbitrarios son los que mejor realizan el ideal
del procedimiento semiológico; por eso la lengua, el más complejo y el más extendido de
los sistemas de expresión, es también el más característico de todos; en este sentido la
lingüística puede erigirse en el modelo general de toda semiología, aunque la lengua no sea
más que un sistema particular.”

Una digresión da cuenta de la importancia del primer principio. Saussure vuelve al


tema de que hay signos que son más arbitrarios que otros. Para ello se refiere a los signos
de la pantomima, al saludo hacia el emperador en los chinos y al signo lingüístico. La
elección de estos tres ejemplos deriva de que hay en ellos diferente grado de arbitrariedad.
Tomemos el ejemplo de la pantomima. Cuando el mimo, v.g., hace que llora su
signo, el menos arbitrario de los tres, posee cierto lazo de la naturalidad. En efecto, el
gesto que hace el mimo se parece, “imita”, aunque de manera convencional, a la forma en
que se suele llorar.
La prosternación de los chinos, por su parte, es susceptible de ser explicada de
manera racional. He aquí una posibilidad: existe en nuestras culturas una suerte de
metáfora espacial por la cual se entiende que el que está arriba es el que manda y el que
está abajo el que obedece. De dicha metáfora se expresa de muy diversas maneras: le
besaría los pies (símbolo de humillación y respeto), le pisaría la cabeza (pretensión de
poder sobre el otro), dependemos de nuestros superiores (jerarquía de mandos), etc. Sea
como sea, es posible encontrar una explicación que proviene desde fuera del signo mismo,
es decir, de la cultura. Hay entre el significante, la posternación, y el significado, la
sujeción, una relación que es pasible de ser explicada. Sin embargo, no deja de ser más

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

arbitrario (aunque posiblemente explicable) el hecho de que los chinos se posternen nueve
veces y no una.
El signo lingüístico por el contrario, es el más arbitrario de todos, no tiene otra
razón de ser que el de la convención que lo generó y esta, por su lado, solo es posible por
el proceso histórico que lo genera.
Si no hay ninguna razón por la que un significante evoque un significado y no otro,
el signo lingüístico, al ser el más arbitrario de todos, es el que pone de forma más evidente
la relación sígnica por excelencia: la arbitrariedad. El signo lingüístico es, entonces, el más
signo de todos los signos.
Como habíamos mencionado, entonces, en anterior oportunidad, la semiología
tendría como signo modelo al signo lingüístico. Si bien la lingüística es una subdisciplina
de la semiología, es a su vez su modelo porque en ella se da el hecho semiológico por
excelencia: la total arbitrariedad.
Por otra parte, Saussure tiene necesidad mostrar a qué se refiere con
“arbitrariedad” y para ello opone signo a símbolo.
“Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico, o, más
exactamente, lo que nosotros llamamos el significante. Pero hay inconvenientes para
admitirlo, justamente a causa de nuestro primer principio. El símbolo tiene por carácter no
ser nunca completamente arbitrario; no está vacío: hay un rudimento de vinculo natural
entre el significante y el significado. El símbolo de justicia, la balanza, no podría
reemplazarse por otro objeto cualquiera, un carro, por ejemplo.”

Una balanza con dos platos a la misma altura evoca, en ciertas culturas la idea de
justicia. Es decir, es posible explicar porqué se ha elegido la balanza y no otra cosa. En el
símbolo hay un motivo por el cual yo elijo el significante. Un símbolo, entonces, no es
arbitrario como un signo.
Saussure restringe entonces, el significado de la palabra “arbitrario”. En efecto, esta
palabra tiene, a criterio del autor, cierta peligrosidad. Arbitrario podría interpretarse de otra
forma de la que él pretende. Es decir, si la relación entre significante y significado es
arbitraria, podría llegarse a entender que un hablante, para un significado dado, podría
elegir, arbitrariamente (caprichosamente), el significante que quisiera. Sin embargo, esto
no es así, la libertad, ya lo vamos a ver, está acotada por la historicidad y arbitrario quiere
decir en la teoría saussuriana algo bien definido:

“La palabra arbitrario necesita también una observación. No debe dar idea de que
el significante depende de la libre elección del hablante (ya veremos luego que no está en
manos del individuo el cambiar nada en un signo una vez establecido por un grupo
lingüístico); queremos decir que es inmotivado, es decir, arbitrario con relación al
significado, con el cual no guarda en la realidad ningún lazo natural.” (el destacado es
nuestro)

No hay pues, ningún motivo por el cual la un significante evoque a un significado.


Cabe agregar aquí que Saussure, admite también, la existencia de signos relativamente
arbitrarios.
Si bien se va a referir a ellos en el capítulo del “Mecanismo de la lengua”,
adelantemos este concepto. Los signos relativamente arbitrarios se forman a partir de
reglas y de signos que ya están en la lengua. Así, si el signo limón es arbitrario y el sufijo –

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

ero es arbitrario, limonero (formado por la combinación de ambos y de acuerdo a reglas


muy estrictas de la lengua, es relativamente arbitrario.
Del mismo modo pasa con los diminutivos, por ejemplo, si los diminutivos fuesen
todos distintos, no los podríamos recordar. Por ejemplo, el Cap. 68 de la novela Rayuela de
Julio Cortázar empieza diciendo: “Apenas el le amalaba el noema ...” Una de las
características del mismo es que existen en él muchas palabras ‘inventadas’ por el autor. El
autor experimenta con lo que el lenguaje sugiere antes de con lo que dice. Tomemos por
ejemplo la palabra “noema”. Es, en efecto, un neologismo de Cortázar. Sin embargo, ¿no
sabemos nada de ella? Sí, “noema” es un sustantivo masculino. Su significado gramatical
se desprende de su combinación sintagmática: está precedido por el artículo “el” y es el
objeto directo del verbo “amalaba”. Sabemos, entonces, aunque no esté presente en la
novela, el diminutivo del mismo. En efecto, basta con relacionarlo con un sustantivo
similar, por ejemplo “poema”, para que nos demos cuenta de que su diminutivo es
“noemita” como el de “poema” es “poemita”. Los signos relativamente arbitrarios se
forman por asociación con otros, como en matemáticas los términos de una regla de tres.
Quizás el ejemplo más perspicaz de Saussure es el del nombre de los números.
Mientras los signos ingüísticos “diez” y “nueve” son arbitrarios, dice Saussure,
“diecinueve”, es relativamente arbitrario. Póngase atención. Saussure no está hablando de
los números, está hablando de los nombres de los números que son signos lingüísticos.
En efecto, es imposible que en nuestra historia hayamos dicho u oído todos los
nombres de los números porque son infinitos. Sin embargo, cualquier hablante del español
sabrá que el nombre que corresponde por ejemplo a 5423 es “cinco mil cutroscientos
veintitrés” con independencia de que lo haya dicho u oído antes. Esto es posible porque
como hablantes aprendemos las reglas que nos permiten formar los nombres de los
números. Sería imposible memorizarlos todos si no hubiera entre ellos alguna relación. Si
esto es posible es porque la lengua es un sistema.
Por último, Saussure se plantea un tema de rigor. Ha dicho que el principio de la
arbitrariedad rige a toda la lengua. Si hubiera algún signo no arbitrario, su teoría caería ya
que toda ella se edifica sobre este principio. Se plantea, entonces, las posibles objeciones:
“Señalemos, para terminar, dos objeciones que se podrían hacer a este primer
principio:
1ª Se podría uno apoyar en las onomatopeyas para decir que la elección del
significante no siempre es arbitraria. Pero las onomatopeyas nunca son elementos orgánicos
de un sistema lingüístico. Su número es, por lo demás, mucho menor de lo que se cree.
Palabras francesas como fouet ‘látigo’ o glas ‘doblar de campanas’ pueden impresionar a
ciertos oídos por una sonoridad sugestiva; pero para ver que no tienen tal carácter desde su
origen, basta recordar sus formas latinas (fouet deriva de fagus ‘haya’, glas es classicum);
la cualidad de sus sonidos actuales, o, mejor, la que se les atribuye, es un resultado fortuito
de la evolución fonética.
En cuanto a las onomatopeyas auténticas (las del tipo glu-glu, tic-tac, etc.), no
solamente son escasas, sino que su elección ya es arbitraria en cierta medida, porque no son
más que la imitación aproximada y ya medio convencional de ciertos ruidos (cfr. Francés
ouaoua y alemán wauwau, español guau guau). Además, una vez introducidas en la lengua,
quedan más o menos engranadas en la evolución fonética, morfológica, etc., que sufren las
otras palabras (cfr. pigeon, del latín vulgar pipio, derivado de una onomatopeya): prueba
evidente de que ha perdido algo de su carácter primero para adquirir el del signo lingüístico
en general, que es inmotivado.”

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

El principio de la arbitrariedad puede ser cuestionado por dos tipos de


palabras: las onomatopeyas y las exclamaciones.
En primer lugar, cabe destacar que las onomatopeyas de una lengua son palabras.
No hace referencia aquí, Saussure, a cualquier otro recurso fónico de la lengua. Esta es, en
efecto, una primera restricción. Las palabras del español tienen sílabas y las sílabas
vocales. Esto es ya, arbitrario.
Asimismo, lo que Saussure llama “exclamaciones”, son en su mayoría
interjecciones.
Lo que el autor destaca de las onomatopeyas y de las interjecciones es que, a
primera vista, el significante parece indicar el significado, esta relación parece tener algo
de motivado, por lo que se podrían llegar a interpretar más como símbolos que como
signos. Sin embargo, él va a tratar de rebatir esto último, porque, y como decíamos, siendo
que la arbitrariedad el principio ordenador de la lengua y de la teoría, no podría haber
palabras que no dieran cuenta de dicho principio.
En primer lugar distingue dos tipos de onomatopeyas:

1) Onomatopeyas que se han formado casualmente en el devenir histórico de la


lengua.
2) Onomatopeyas auténticas

Saussure da dos tipos de argumentos que intentan avalar su teoría, los que
podríamos llamar argumentos débiles y los que podríamos llamar argumentos fuertes
Respecto de los primeros son dos: 1.las onomatopeyas son pocas en todas las
lenguas y 2. no son elementos orgánicos de la lengua.
En relación con 1, comentaremos que el hecho de que las onomatopeyas sean pocas
en una lengua no impide que el primer principio se vea cuestionado. En efecto, si como
ha planteado Saussure, este es un principio que domina “toda la lingüística”, su jerarquía es
tal que no podría haber, se supone, ningún signo capaz de violarlo. Se entienden que todas
las consecuencias de la teoría se derivan de él y, por tanto, quedarían invalidadas.
En relación con 2, diremos que lo que se intenta decir es que no existe una
categoría de palabras a las que podamos llamar “onomatopeyas”. En realidad, este es un
efecto que se produce en la relación significante – significado que es capaz de atravesar
toda la lengua. Así como existen sustantivos onomatopéyicos (tictac), también existen
verbos (ronronear) y bien podrían existir adjetivos. Con esto, Saussure, está ya previendo
el carácter arbitrario de las onomatopeyas en la medida de que no podemos prever en qué
palabra se va a presentar el fenómeno ni por qué.
Ahora bien, hay además palabras, y empezamos con los argumentos fuertes, que
casualmente han sido interpretadas como onomatopeyas en el devenir histórico. Uno de los
ejemplos que pone el autor, fouet (látigo) puede dar cuenta de este fenómeno. Esta palabra
deriva del latín clásico, fagus. El desgaste fonético que va permitiendo el paso del permite,
a su vez, una asociación del significante con el sonido del látigo en los franceses que
responde a circunstancias fortuitas. Es decir, no hay ninguna relación necesaria entre el
significante de dicho signo y el sonido que efectivamente hace el látigo al golpear. Esta
asociación es totalmente convencional y, por tanto arbitraria, y si se les impone a los
hablantes del francés es por efecto de la historicidad del término.
Respecto a las onomatopeyas auténticas, se deben tomar en cuenta varias
consideraciones. En primer lugar, no existen las mismas onomatopeyas en todas las

52
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

lenguas y, las que coinciden, difieren de una lengua a otra. Esto es un argumento en favor
de la arbitrariedad. Es decir, por qué se convencionalizan en una lengua determinadas
onomatopeyas y no otras es ya un hecho arbitrario. En inglés, por ejemplo, existen verbos
onomatopéyicos, “to ring”, “to click, intraducibles al español. A lo sumo, el segundo de
ellos constituye para nosotros un préstamo, clickear, que respeta más una onomatopeya
propia del inglés que del español. Si la relación existente entre significado y significante
fuera motivada, lo sería para ambas lenguas y podríamos, en ambos casos, encontrar
ejemplos perfectamente paralelos y eso no sucede.
Por otro lado, cuando las onomatopeyas tienen tal grado de generalidad que existen
en más de una lengua, su convencionalización es distinta para las diferentes lenguas. Por
ejemplo, la onomatopeya que representa el ladrido de los perros difiere para el español
(guauguau), el inglés (bow wow) y el francés (ouah-ouah). Lo mismo ocurre para el canto
del gallo como bien lo aclara Amado Alonso en nota a pie de página: quiquiriquí para el
español, coquerico para el francés y cock-a-doodle-do para el inglés.
Cada lengua elige los significantes que tiene a su disposición para producir estos
efectos. Cada lengua tiene a su disposición unos significantes y no otros: estos han sido
heredados e impuestos en cada comunidad y, este hecho, ya es arbitrario.
Por último, las onomatopeyas sufren, como cualquier otra palabra, la acción del
cambio fonético. Es decir, palabras que hoy son onomatopeyas pueden dejar de serlo. La
palabra “pigeon” del francés, proviene de una onomatopeya del latín. Si el simbolismo de
las onomatopeyas fuera tan radical como parece, estos cambios no se producirían.

“2ª Las exclamaciones, muy vecinas de las onomatopeyas, dan lugar a


observaciones análogas y no son más peligrosas para nuestra tesis. Se tiene la tentación de
ver en ellas expresiones espontáneas de la realidad, dictadas como por la naturaleza. Pero
para la mayor parte de ellas se puede negar que haya un vínculo necesario entre el
significado y el significante. Basta con comparar dos lenguas en este terreno para ver
cuánto varían estas expresiones de idioma a idioma (por ejemplo, al francés aïe!, esp. ¡ay!,
corresponde el alemán au!). Y ya se sabe que muchas exclamaciones comenzaron por ser
palabras con sentido determinado (cfr. fr. diable!, mordieu! = mort Dieu, etc.).
En resumen, las onomatopeyas y las exclamaciones son de importancia
secundaria, y su origen simbólico es en parte dudoso.”

Como se puede apreciar, con las exclamaciones (e interjecciones) pasa lo


mismo que con las onomatopeyas. Sin embargo, Saussure agrega una elemento más en este
caso: muchas provienen de palabras arbitrarias que pierden su sentido original. Su fuerza
radica, se podría decir, en los matices afectivos que se derivan de su uso con independencia
de cuál fue el motivo que los generó.
Saussure pone un ejemplo en francés: “mordieu!”, que proviene de “mort Dieu”
(“muera Dios”). Sin embargo, ya nadie atiende a su significado literal al momento de
proferir dicha exclamación.
Un ejemplo en español podría estar representado en la palabra “¡carajo!”.
Ya nadie atiende tampoco a su significado original. La palabra “carajo”, en realidad,
designa la parte del barco sobre el mástil en la cual iba el vigía. La canasta que lo contenía
era tan inestable que luego de un par de horas quien estaba en ella volvía totalmente
mareado. Parece haber sido un lugar de castigo en el barco por dichos efectos y de ahí la
expresión “mandar al carajo”. Por otro lado, quizá por asociación con el palo mayor del

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

barco, es una de las tantas palabras que en algunas variedades del español se asocia al
órgano sexual masculino.
Probablemente, todos estos sentidos perduren, aunque de manera no consciente, en
la variedad rioplatense. Sin embargo, la mayoría de los hablantes carecerían de argumentos
si se les preguntase por qué es esta una “mala palabra” o por lo menos una expresión
bastante fuerte y propia de la lengua coloquial. Se impone como tal a los hablantes de
forma totalmente arbitraria.
El autor concluye este apartado con la conclusión de que el carácter
pretendidamente simbólico de las onomatopeyas y de las exclamaciones es, por lo
argumentado, por lo menos cuestionable.

§ 3. SEGUNDO PRINCIPIO: CARÁCTER LINEAL


DEL SIGNIFICANTE

“El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo


únicamente y tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una extensión, y b)
esa extensión es mensurable en una sola dimensión; es una línea.”
.
Según este principio, lo que es lineal es el significante y no el significado ni
tampoco el signo. Esta precisión va a cobrar especial importancia en el capítulo referido al
mecanismo de la lengua.
Saussure define la linealidad del significante diciendo que los signos son de
naturaleza auditiva y se suceden unos a otros formando una línea en el tiempo, y que esta
línea es mensurable en una sola dimensión. En consecuencia, no pueden ocurrir dos signos
a la vez, una palabra se dice después de la otra. 6
Planteado así, este principio, en vez de regir la lengua, parecería regir el habla,
porque, en el sistema, los signos no tienen un orden.
Si efectivamente rige al habla, ¿por qué entonces Saussure le otorga una jerarquía
tan importante dentro de la lengua? Esto parece explicarse en el segundo párrafo:

“Este principio es evidente, pero parece que siempre se ha desdeñado el


enunciarlo, sin duda porque se le ha encontrado demasiado simple; sin embargo, es
fundamental y sus consecuencias son incalculables: su importancia es igual a la de la
primera ley. Todo el mecanismo de la lengua depende de ese hecho (ver pág. 207).”

Los editores nos remiten a la pág. 207 del libro. En ella se presentan las
relaciones sintagmáticas. Cuando se comienza a hablar de estas relaciones, lo primero
que hace Saussure es recordar este principio.
Ahora bien, las relaciones sintagmáticas son relaciones de los signos previstas
por la lengua, aunque, como veremos, para el autor hay sintagmas que pertenecen a la
lengua y sintagmas que pertenecen al habla.
Si las relaciones sintagmáticas son relaciones previstas para los signos por la
lengua, probablemente estas se puedan interpretar como la potencial combinabilidad de
los signos. Jakobson, en este sentido, preferirá hablar del “eje de la combinación”. En
este sentido, se puede entender que esta combinabilidad está reglada por la lengua, y
numerosos ejemplos pueden dar cuenta de ello.

6
En este sentido habría dos cocepciones de tiempo en Saussure, el tiempo de la historia de una lengua o
diacronía y el tiempo del discurso.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

En efecto, basta contrastar dos lenguas para apreciar el fenómeno. En inglés, el


adjetivo precede siempre al sustantivo (white horse), mientras que en español el orden
es más libre. ¿Por qué sucede esto? Porque históricamente en inglés se han generado
unas reglas y en español otras. Esto se nos impone de forma arbitraria. Es decir, el
principio de la linealidad está regido por el de la arbitrariedad.
Por otro lado, en español, el orden no es tan libre como parece. Si bien podemos
decir tanto “caballo blanco” como “blanco caballo”, su ocurrencia no es indiferente.
Hay por lo menos variaciones estilísticas: “blanco caballo” parece tener más marcado
un uso literario que “caballo blanco”. En otros casos, el orden altera fuertemente el
significado: “viejo amigo” / “amigo viejo”. Por último, hay adjetivos que en español
van siempre pospuestos al sustantivo (“las decisiones presidenciales” pero no “las
presidenciales decisiones”) y adjetivos que van siempre antepuestos al sustantivo
(“nueve lunas” y no “lunas nueve”).
Estos ejemplos intentan ilustrar que el orden en una lengua está fuertemente
reglado con independencia de que los hablantes sepan o no conscientemente estas
reglas. Sin embargo, los hablantes son incapaces de quebrantarlas.
“Por oposición a los siguientes significantes visuales (señales marítimas, por
ejemplo), que pueden ofrecer complicaciones simultáneas en varias dimensiones, los
significantes acústicos no disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se
presentan uno tras otro; forman una cadena. Este carácter se destaca inmediatamente
cuando los representamos por medio de la escritura, en donde la sucesión en el tiempo es
sustituida por la línea espacial de los signos gráficos”

En tercer lugar, Saussure opone los significantes acústicos a los visuales porque,
mientras los acústicos necesariamente son sucesivos (una palabra viene
necesariamente después de la otra: o hay sucesividad en el tiempo –habla- o en el
espacio –escritura-, los significantes visuales pueden ser simultáneos.
Veamos un ejemplo:

En esta señal, que quiere decir universalmente “no fumar”, vemos dos
significantes visuales superpuestos. Si estuviera el cigarrillo solo querría decir “zona
para fumadores”. Sin embargo, la barra que lo atraviesa significa negación. Lo mismo
podría pasar con un letrero para peatones.
Sin embargo, aunque los editores se hayan detenido en la simultaneidad de los
elementos, lo fundamental sigue siendo el hecho de que la combinación esté reglada.
En efecto, la barra de negación está convencionalmente aceptada en un lugar del
círculo que atraviesa y en una dirección. Los signos que están en juego –el círculo, el
cigarrillo y la barra- no admiten una combinación cualquiera. Esta combinación está
fuertemente regulada y esta regulación es convencional y, por tanto, arbitraria.
Nuevamente se ha partido de una peculiaridad del signo y se ha arribado,
inevitablemente, a una particularidad de la lengua.
CAPÍTULO II

INMUTABILIDAD Y MUTABILIDAD DEL SIGNO

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

§ 1. INMUTABILIDAD

“Si, con relación a la idea que representa, aparece el significante como elegido
libremente, en cambio, con relación a la comunidad lingüística que lo emplea, no es libre,
es impuesto.” (el destacado es nuestro)

En el capítulo II de esta parte Saussure va a centrarse sobre todo en el tiempo


histórico como explicación de dos características del signo y, por consecuencia, de la
lengua.
Inmutabilidad y mutabilidad no son elementos contradictorios. Para la primera
Saussure toma la perspectiva de la masa hablante o del individuo frente a la lengua. Ni la
masa ni el individuo pueden cambiar a voluntad la convención históricamente generada.
Para la segunda, el punto de vista es la lengua misma. En efecto, la lengua, como las demás
cosas, sometida al tiempo, está condenada a cambiar.

El comienzo del primer párrafo es sumamente importante porque presenta los dos
aspectos de la arbitrariedad. En primer lugar, el significante es presentado libremente
respecto de la significado que evoca, siendo que podría haber evocado cualquier otro. En
segundo lugar, si bien en potencia cualquier significante podría haberse unido con
cualquier significado, para el hablante o la comunidad lingüística la elección ya está hecha,
esta se impone como consecuencia de la historicidad. Ambos elementos no son otra cosa
que la arbitrariedad.

“A la masa social no se le consulta ni el significante elegido por la lengua podría


tampoco ser reemplazado por otro. Este hecho, que parece envolver una contradicción,
podría llamarse familiarmente la carta forzada. Se dice a la lengua ‘elige’, pero añadiendo:
‘será ese signo y no otro alguno’. No solamente es verdad que, de proponérselo, un
individuo sería incapaz de modificar en un ápice la elección ya hecha, sino que la masa
misma no puede ejercer su soberanía sobre una sola palabra; la masa está atada a la
lengua tal cual es.” (el destacado es nuestro)

Saussure usa una expresión propia del francés para mostrar cuán fuerte es la
convención: la carta forzada. Se alude aquí a una de las particularidades del
prestidigitador respecto del juego de cartas. En efecto, en este juego de ilusiones, el
espectador que se somete al juego cree elegir una carta que ya está elegida
previamente por el ilusionista.
La metáfora del juego trata de explicar la idea de que la elección se da sobre algo
que ya está dado para el hablante. Acá Saussure retoma el tema de que la convención
lingüística no es como cualquier otra convención, sino que es mucho más arbitraria. Esto
recuerda obviamente la objeción planteada a Whytney, la lengua es una institución pero no
como cualquier otra, es la institución más arbitraria de todas.

“Veamos, pues, cómo el signo lingüístico está fuera del alcance de nuestra
voluntad, y saquemos luego las consecuencias importantes que se derivan de tal fenómeno.
En cualquier época que elijamos, por antiquísima que sea, ya aparece la lengua
como una herencia de la época precedente. El acto por el cual, en un momento dado, fueran
los nombres distribuidos entre las cosas, el acto de establecer un contrato entre los
conceptos y las imágenes acústicas, es verdad que lo podemos imaginar, pero jamás ha sido

56
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

comprobado. La idea que así es como pudieron ocurrir los hechos nos es sugerida por
nuestro sentimiento tan vivo de lo arbitrario del signo.”

El tema de la arbitrariedad es tan fuerte para Saussure que se plantea la hipótesis de


si nos podemos remontar a una etapa en que la lengua no haya sido arbitraria. Es imposible
remontarse a tal época, porque cada generación recibe la lengua de la anterior. El único
dato que se puede comprobar es que, para cada generación, la lengua ha sido heredada de
forma arbitraria.

“De hecho, ninguna sociedad conoce ni jamás ha conocido la lengua de otro modo
que como un producto heredado de las generaciones precedentes y que hay que tomar tal
cual es. Esta es la razón de que la cuestión del origen del lenguaje no tenga la importancia
que se le atribuye generalmente. Ni siquiera es cuestión que se deba plantear; el único
objeto real de la lingüística es la vida normal y regular de una lengua ya constituida. Un
estado de lengua dado siempre es el producto de factores históricos, y esos factores son los
que explican por qué el signo es inmutable, es decir, por qué resiste toda sustitución
arbitraria 7 .”

Un simple razonamiento nos lleva a la conclusión de que, con


independencia de la época a la cual nos remontemos, siempre nos vamos a encontrar con el
fenómeno de la arbitrariedad de la lengua. Nos podemos imaginar una época en la cual
hayan existido las personas que le pusieron el nombre a las cosas, pero jamás la podremos
encontrar. Por ende, tal búsqueda no nos lleva a nada. Esa es la razón por la cual para
Saussure el origen de las lenguas es un factor de poca importancia.

“Pero decir que la lengua es una herencia no explica nada si no se va más lejos.
¿No se pueden modificar de un momento a otro leyes existentes y heredadas?
Esta objeción nos lleva a situar la lengua en su marco social y a plantear la
cuestión como se plantearía para las otras instituciones sociales. ¿Cómo se transmiten las
instituciones? He aquí la cuestión más general que envuelve la de la inmutabilidad.
Tenemos, primero, que apreciar el más o el menos de libertad de que disfrutan las otras
instituciones, y veremos entonces que para cada una de ellas hay un balanceo diferente
entre la tradición impuesta y la acción libre de la sociedad. En seguida estudiaremos por
qué, en una categoría dada, los factores del orden primero son más o menos poderosos que
los del otro. Por último, volviendo a la lengua, nos preguntaremos por qué el factor
histórico de la transmisión la domina enteramente excluyendo todo cambio lingüístico
general y súbito.” (el destacado es nuestro)

Toda institución se basa en un acuerdo explícito o no, en una convención. Cuando


más arbitraria es esta convención menos libertad se tiene de cambiarla en la medida de que
no se suelen tener argumentos para cambiar aquello que no tiene otra razón de ser que la
coerción social y la historicidad que la impone. En este sentido, se establece como un sutil
equilibrio entre convencionalidad y libertad.
La lengua deja mucho menos margen de libertad para cambiarla que otras
instituciones: no hay otra razón para que un hablante use una lengua que el hecho de que
sus padres la usaron antes que él.

7
Es necesario destacar que aquí, la palabra “arbitraria” significa “caprichosa”. Es decir, no tiene el
significado específico de la teoría: esos factores son los que explican por qué el signo es inmutable, es
decir, por qué resiste toda sustitución caprichosa.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Saussure precisa este concepto: las lenguas cambian, en efecto. Si esto no fuera así,
nunca habría podido postular la mutabilidad. Lo que es imposible es que la lengua sufra un
cambio “general y súbito”. Más adelante dirá que es imposible un cambio “revolucionario”
en la lengua. Lo que es empíricamente improbable para Saussure, y así lo creemos
nosotros, es que una comunidad lingüística se levante un día hablando una lengua
totalmente distinta a la que hablaba la noche anterior. Esto se da por varios motivos que en
el capítulo se van a detallar. Primero los presenta en forma de una introducción general al
problema y luego, a forma de resumen y sistematización, los ordena en cuatro puntos.

“Para responder a esta cuestión se podrán hacer valer muchos argumentos y decir,
por ejemplo, que las modificaciones de la lengua no están ligadas a la sucesión de
generaciones que, lejos de superponerse unas a otras como los cajones de un mueble, se
mezclan, se interpenetran, y cada una contiene individuos de todas las edades.”

Como se puede apreciar, el lingüista usa una comparación muy ilustrativa: las
generaciones no se suceden como los cajones de un mueble (un cajón sigue a otro, los
límites son precisos e incluso existe algún elemento que los separe definitivamente para
que estos puedan deslizrse); las generaciones, por el contrario, se mezclan y se
interpenetran.
Dos cosas hay que destacar de esta observación. Un estado sincrónico no es, para
Saussure, un plano. Tiene un espesor ya que en él coexisten individuos de varias edades,
coexiste el cambio mismo. Por otro lado, estos individuos se entienden entre sí, es decir, el
cambio no es tal que impida la intercomunicación generacional. La propia condición social
de la lengua impide que esta sufra un cambio “general y súbito”.

“Habrá que recordar la suma de esfuerzos que exige el aprendizaje de la lengua


materna, para llegar a la conclusión de la imposibilidad de un cambio general.”

En efecto, la historicidad, el hecho de que necesitemos de tiempo para aprender una


lengua, el hecho de que esa lengua la aprendamos de y con otros, hace imposible un
cambio revolucionario.

“Se añadirá que la reflexión no interviene en la práctica de un idioma; que los


sujetos son, en gran medida, inconscientes de las leyes de la lengua; y si no se dan cuenta
de ellas ¿cómo van a poder modificarlas?”

Otro aspecto de la lengua que contribuye a fundamentar el de la inmutabilidad del


signo es que, dice Saussure, los hablantes no son conscientes de sus reglas. Sin embargo
las conocen, porque las usan, pero no de forma consciente. Un hablante común no sabría
explicitarlas. En consecuencia, según Saussure, ¿cómo pueden los hablantes cambiar algo
que no conocen conscientemente?

“Y aunque fueran conscientes, tendríamos que recordar que los hechos lingüísticos
apenas provocan la crítica, en el sentido de que cada pueblo está generalmente satisfecho de
la lengua que ha recibido.”

Un tercer y último argumento que él utiliza en esta parte introductoria para


justificar la inmutabilidad es, de alguna forma, una apreciación de carácter sociológico.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Hay un “sentido de pertenencia” que una lengua da a los individuos respecto del grupo y es
raro que los hablantes se cuestionen su forma de hablar.
No dejemos de observar, insistamos, en que si bien Saussure empezó hablando de
la inmutabilidad del signo, está considerando, sin duda, el fenómeno de la
inmutabilidad en las lenguas. Como decíamos, la parte lleva al todo y el todo a la parte.
Cuatro son los argumentos que sistematizan los editores al final del capítulo. Estos,
se supone, son de especial relevancia, aunque como se podrá apreciar, muchos de los
factores que allí se consideran, ya estaban contemplados en las reflexiones anteriores.
“1. El carácter arbitrario del signo. – Ya hemos visto cómo el carácter arbitrario
del signo nos obligaba a admitir la posibilidad teórica del cambio; y si profundizamos,
veremos que de hecho lo arbitrario mismo del signo pone a la lengua al abrigo de toda
tentativa que pueda modificarla. La masa, aunque fuera más consciente de lo que es, no
podría discutirla. Pues para que una cosa entre en cuestión es necesario que se base en una
norma razonable. Se puede, por ejemplo, debatir si la forma monogámica del matrimonio es
más razonable que la poligámica y hacer valer las razones para una y otra. Se podría
también discutir un sistema de símbolos, porque el símbolo guarda una relación racional
con la cosa significada (ver. Pág. 131); pero en cuanto a la lengua, sistema de signos
arbitrarios, esa base falta, y con ella desaparece todo terreno sólido de discusión; no hay
motivo alguno para preferir soeur a sister o a hermana, Ochs a boeuf o a buey, etc.”

Este primer argumento ya fue suficientemente debatido: es la arbitrariedad. Si no


hay ningún motivo por el cual un significante se una a un significado no hay ningún
motivo para que esta relación se altere. Se podrá argumentar respecto de un tipo de
matrimonio u otro, pero no se puede argumentar respecto de aquello que se nos impone de
forma arbitraria ya que entre significado y significante no existe un lazo motivado. Si no
existe el motivo no hay argumento que se pueda rebatir.
No dejemos, sin embargo, pasar por alto esta frase: “...el carácter arbitrario del
signo nos obligaba a admitir la posibilidad teórica del cambio...” En efecto, la lengua es
una entidad en donde distintos hechos se explican por los mismos motivos: la arbitrariedad
va a ser, también, la causa principal de la mutabilidad.

“2. La multitud de signos necesarios para constituir cualquier lengua. – Las


repercusiones de este hecho son considerables. Un sistema de escritura compuesto de veinte
a cuarenta letras puede en rigor reemplazarse por otro. Lo mismo sucedería con la lengua si
encerrara un número limitado de elementos; pero los signos lingüísticos son innumerables.”
“3. El carácter demasiado complejo del sistema. – Una lengua constituye un
sistema. Si, como luego veremos, éste es el lado por el cual la lengua no es completamente
arbitraria y donde impera una razón relativa, también es éste el punto donde se manifiesta la
incompetencia de la masa para transformarla. Pues este sistema es un mecanismo complejo,
y no se le puede comprender más que por la reflexión; hasta los que hacen de él un uso
cotidiano lo ignoran profundamente. No se podría concebir un cambio semejante más que
con la intervención de especialistas, gramáticos, lógicos, etc.; pero la experiencia muestra
que hasta ahora las injerencias de esta índole no han tenido éxito alguno.”

El segundo punto a favor de la inmutabilidad va unido con el tercero.


Saussure habla primero de la multitud de signos necesarios para constituir cualquier
lengua, y del carácter demasiado complejo de una lengua.
En efecto, si los signos de una lengua son innumerables es por el carácter complejo
del sistema. Algunos ejemplos intentarán dar cuenta de este fenómeno.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Si en español existe un verbo “amar” y el adjetivo “amable”, existe también en


potencia el verbo “pasear” y el adjetivo “paseable”. El hecho de que no se lo use no es
debido a que los hablantes no han sentido, hasta ahora por lo menos, la necesidad estilística
de ponerlo en uso. Existe, en efecto, una enorme cantidad de verbos, sustantivos y
adjetivos que están en potencia en la lengua, que se podrían reconocer como signos del
español, y que bastaría que alguien los introdujera por error o por necesidades estilísticas o
afectivas y que fortuitamente sean aceptados por la comunidad para que estos pasaran de
su condición virtual a una condición real. De hecho esto pasa frecuentemente: el signo
“toque” con que los jóvenes aluden a un tipo de espectáculo musical con ciertas
características fue posible en nuestra variedad de español porque se forma de “tocar” como
“empate” de “empatar” o “embarque” de “embarcar”.
En la situación contraria, si desaparece del uso el adjetivo “admirable”, aún
se encontraría en potencia en la lengua mientras existiese el verbo “admirar” y otros
adjetivos como “amable”, “contable”, etc. Para eliminar dicho signo tendría que
desaparecer la regla que permite formar adjetivos en “-able” en español. Estos signos son,
como ya se vio, relativamente arbitrarios, y su existencia está pautada por el hecho de que
la lengua es un sistema.
Saussure afirma, además, que se necesitaría un conjunto de gramáticos, lógicos y
lingüistas para producir un cambio en la lengua, y que, sin embargo, los cambios en este
sentido no han tenido efecto hasta ahora. En efecto, los hablantes no han reparado nunca en
lo que los especialistas recomiendan. Es más, el interés actual de tales especialistas, y en
concordancia con Saussure, no es prescribir sino describir y si es posible explicar lo que
los hablantes producen.

“4. La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüística. – La


lengua –y esta consideración prevalece sobre todas las demás- es en cada instante tarea de
todo el mundo; extendida por una masa y manejada por ella, la lengua es una cosa de que
todos los individuos se sirven a lo largo del día entero. En este punto no se puede establecer
ninguna comparación entre ella y las otras instituciones. Las prescripciones de un código,
los ritos de una religión, las señales marítimas, etc., nunca ocupan más que cierto número
de individuos a la vez y durante un tiempo limitado; de la lengua, por el contrario, cada cual
participa en todo el tiempo, y por eso la lengua sufre sin cesar la influencia de todos. Este
hecho capital basta para mostrar la imposibilidad de una revolución. La lengua es de todas
las instituciones sociales la que menos presa ofrece a las iniciativas. La lengua forma
cuerpo con la vida de la masa social, y la masa, siendo naturalmente inerte, aparece ante
todo como un factor de conservación.” (el destacado es nuestro)

En el cuarto punto Saussure habla sobre la inercia colectiva a toda innovación


lingüística, y termina diciendo que la masa es conservadora. Esta no es, por cierto, una
apreciación política. El autor contrasta la lengua con otros sistemas semiológicos. Mientras
que la lengua es usada todo el tiempo, otros sistemas son empleados por determinadas
personas en determinadas circunstancias. En efecto, la lengua está presente cuando
hablamos, cuando escuchamos, cuando pensamos, cuando leemos, e, incluso, cuando
dormimos. Es imposible pensar desde un punto de vista real que de un momento para otro
toda una comunidad cambie súbitamente su lengua. Un sistema de señalización, por
ejemplo las señalizaciones que usan los controladores aéreos en los aeropuertos de todo el
mundo pueden cambiarse de un momento para otro. Basta con planificar el hecho y marcar
la fecha y la hora exacta en que esto vaya a ocurrir.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

En este sentido se puede afirmar que “la masa es un factor de conservación” no por
una resistencia social a los cambios sino porque frente a la lengua no hay otra opción. Está
en la condición misma de la lengua la imposibilidad de una cambio revolucionario.

“Estos dos hechos son inseparables. En todo instante la solidaridad con el pasado
pone en jaque a la libertad de elegir. Decimos hombre y perro porque antes que nosotros se
ha dicho hombre y perro. Eso no impide que haya en el fenómeno total un vínculo entre
esos dos factores antinómicos: la convención arbitraria, en virtud de la cual es libre la
elección, y el tiempo, gracias al cual la elección se halla ya fijada. Precisamente porque el
signo es arbitrario no conoce otra ley que la de la tradición, y precisamente por fundarse en
la tradición puede ser arbitrario.” (el destacado es nuestro)

Este apartado termina con una formulación que sintetiza la relación entre
inmutabilidad, historicidad y arbitrariedad: “Decimos hombre y perro porque antes que
nosotros se ha dicho hombre y perro. En efecto, la lengua es inmutable porque es arbitraria
y es arbitraria porque es histórica. La historicidad acota la libertad de elegir. Se dice elige,
pero elige esto y no otra cosa. Esta continuidad asegura, por otra parte, que reconozcamos
en esa historicidad una misma lengua a pesar de los cambios.
§ 2. MUTABILIDAD

“El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tienen otro efecto, en


apariencia contradictorio con el primero; el de alterar más o menos rápidamente los signos
lingüísticos, de modo que, en cierto sentido, se puede hablar a la vez de la inmutabilidad y
de la mutabilidad del signo.”

El tiempo es sin duda otra de las formas que tiene Saussure de referirse a la
historicidad. Todo lo que está sometido al tiempo está sujeto a cambios. La mutabilidad es,
por consiguiente, una de las características a la que está sometido el signo.

“En último análisis, ambos hechos son solidarios: el signo está en condiciones de
alterarse porque se continúa. Lo que domina en toda alteración es la persistencia de la
materia vieja; la infidelidad al pasado sólo es relativa. Por eso el principio de alteración se
funda en el principio de continuidad.”

El tema está centrado en un aspecto fundamental: para reconocer que ago cambió,
ineludiblemente hay que reconocer, también, que desde algún lugar sigue siendo lo mismo.
Este aspecto es de fundamental importancia. Tratar de dar cuenta de que las lenguas aun
cuando cambian siguen siendo las mismas no es una tarea fácil para Saussure. De alguna
manera esto está siempre presente: ¿cómo dar cuenta del hecho de que el español que
hablamos en este momento no es el mismo del siglo XIV y sin embargo no dudamos en
decir que es español?
El problema de Saussure está en ver qué hay de igual y qué hay de diferente cuando
un cambio lingüístico se produce. En efecto, ¿hasta qué punto podríamos decir que la
palabra ómnibus del latín tiene relación con la palabra ómnibus del español? La
persistencia de la materia vieja, de lo fónico nos permite vincular dos signos entre sí en
dos instancias temporales distintas. La sustancia, irrelevante desde un punto de vista
sincrónico se vuelve relevante desde un punto de vista diacrónico.

61
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

“La alteración en el tiempo adquiere formas diversas, cada una de las cuales daría
materia para un importante capítulo de lingüística. Sin entrar en detalles, he aquí lo más
importante de destacar. Por de pronto no nos equivoquemos sobre el sentido dado aquí a la
palabra alteración. Esta palabra podría hacer creer que se trata especialmente de cambios
fonéticos sufridos por el significante, o bien de cambios de sentido que atañen al concepto
significado. Tal perspectiva sería insuficiente. Sean cuales fueren los factores de alteración,
ya obren aisladamente o combinados, siempre conducen a un desplazamiento de la relación
entre el significado y el significante.” (el destacado es nuestro)

La identidad sincrónica es una identidad material. Evidentemente, en el ejemplo


que pusimos, ómnibus, la realización material del significante parece ser la misma. Sin
embargo es necesario hacer varias observaciones. En primer lugar, ómnibus es en latín un
adjetivo (su traducción podría ser para todos) y en español un sustantivo. En segundo
lugar, los nombres en latín se declinan. Veamos cuántas posibilidades tiene el adjetivo
omni en latín:

omnis, -e

SINGULAR PLURAL

masculino / neutro masculino / neutro


femenino femenino

nominativo omnis omne omnes omnia

vocativo omnis omne omnes omnia

acusativo omnem omne omnes omnia

genitivo omnis omnium

dativo omni omnibus

ablativo omni omnibus

Como se puede apreciar, según el caso (la función sintáctica que cumple) y el
género del sustantivo con el que se combine, este adjetivo tiene diez y ocho formas
posibles.
En español, sin embargo, el signo ha cambiado por dos razones: es un sustantivo y
su posibilidad de ocurrencia es única. Justamente por las reglas que rigen al sustantivo en
español, éste en particular es igual en singular y en plural. Si distinguimos cuál es su
número ha de ser por el contexto situacional o lingüístico: el ómnibus, los ómnibus.
Es decir, el juego de relaciones que tiene ómnibus en latín no es el mismo que el
que tiene en español. En este sentido podemos afirmar que SON dos signos distintos. Su
identidad es nada más que material, ya que la relación significado – significante se ha
desplazado y forman parte de estructuras completamente distintas. Al desplazarse dicha

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

relación, se reacomodan las PIEZAS del sistema. Un cambio no es nunca meramente


material. Los cambios puramente materiales no son relevantes.
La identidad diacrónica es una identidad material, esta se reconoce en la sustancia
de los signos.
La identidad sincrónica, por su lado, es puramente relacional; un elemento se
reconoce porque mantiene identidades constantes en el sistema. Se puede decir, por
ejemplo, que “-aba” es el mismo signo que “-ia” en “cantaba” y “comía” respectivamente
en la medida de que –aba mantiene con cantar la misma relación que –ía mantiene con
comer.
Otro ejemplo de la identidad sincrónica:

tolerable intolerable
posible imposible
legal ilegal

Este ejemplo trata de ilustrar, al igual que el anterior, que tanto in- como im- como
i- son variantes contextuales de UN MISMO prefijo. Es decir, no es que existan en español
tres prefijos distintos de negación sino que el mismo se presenta de distintas formas según
reglas combinatorias muy específicas en la lengua. Independientemente de que no
describamos aquí cómo son esas reglas, es muy fácil entender que la relación que hay ente
tolerable e intolerable es la misma que hay entre posible e imposible y la misma que hay
entre legal e ilegal. Insistiremos con este hecho cuando nos ocupemos del valor.

Mientras la identidad diacrónica es entre signos aislados en dos momentos de la


historia de una lengua, la identidad sincrónica es una identidad del signo consigo mismo
en un momento determinado y solo se la reconoce en función de relaciones constantes que
se verifican en todo el sistema.
Por último, cuando un signo cambia, todo el sistema se altera. Esto supone un
principio estructural ya mencionado: el todo es mucho más que la suma de las partes. Por
tanto, cambiar una parte supone cambiar el todo.
Otra vez nos encontramos ante el mismo fenómeno. Es imposible hablar de la
mutabilidad del signo sin dar cuenta de la mutabilidad de la lengua.
Los ejemplos del propio Saussure son los siguientes:

1.
“Veamos algunos ejemplos. El latín necāre ‘matar’ se ha hecho en francés noyer
‘ahogar’ y en español anegar. Han cambiado tanto la imagen acústica como el concepto;
pero es inútil distinguir las dos partes del fenómeno; basta con consignar globalmente que
el vínculo entre la idea y el signo se ha relajado y que ha habido un desplazamiento en su
relación.”
“Si en lugar de comparar el necāre del latín clásico con el francés noyer, se le
opone al necare del latín vulgar de los siglos IV o V, ya con la significación de ‘ahogar’, el
caso es un poco diferente; pero también aquí, aunque no haya alteración apreciable del
significante, hay desplazamiento de la relación entre idea y signo.”

2.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

“El antiguo alemán dritteil ‘el tercio’ se ha hecho en alemán moderno Drittel. En
este caso, aunque el concepto no se haya alterado, la relación se ha cambiado de dos
maneras: el significante se ha modificado no sólo en su aspecto material, sino también en su
forma gramatical; ya no implica la idea de Teil ‘parte’; ya es una palabra simple. De una
manera o de otra, siempre hay un desplazamiento de la relación.”

Este ejemplo es particularmente interesante porque tiene algunas similitudes con el


que planteamos respecto del signo ómnibus.
Saussure analiza la palabra Drittel, y ubica su procedencia etimológica en el
antiguo alemán dritteil, descomponiéndola en dos partes: “teil” (parte) y “drit” (tercero),
adjetivo que significaría “tercera parte de”. Esto, en el alemán moderno, se ha convertido
en Dritel. En consecuencia, perdió el significado de “parte” (Teil): cambió el significado y
la categoría ya que ahora es un sustantivo.

3.
“En anglosajón la forma preliteraria fōt ‘pie’ siguió siendo fōt (inglés moderno
foot), mientras que su plural *fōti ‘pies’ se hizo fēt (inglés moderno feet). Sean cuales
fueren las alteraciones que supone, una cosa es cierta: ha habido desplazamiento de la
relación: han surgido otras correspondencias entre la materia fónica y la idea.”

Este ejemplo puede ser el más claro ya que de una evolución fonética surge un
nuevo tipo de plural para el inglés. Palabras que han surgido en otros estadios del inglés
siguen, por analogía, la misma regla: foot / feet, tooth / teeth. Es decir. Es sistema se
reestructura en la medida de que surge una forma nueva de hacer plural en inglés.

“Una lengua es radicalmente incapaz de defenderse contra los factores que


desplazan minuto tras minuto la relación entre significado y significante. Es una de las
consecuencias de lo arbitrario del signo.
Las otras instituciones humanas –las costumbres, las leyes, etc.- están todas
fundadas, en grados diversos, en la relación natural entre las cosas; en ellas hay una
acomodación necesaria entre los medios empleados y los fines perseguidos. Ni siquiera la
moda que fija nuestra manera de vestir es enteramente arbitraria; no se puede apartar más
allá de ciertos límites de las condiciones dictadas por el cuerpo humano. La lengua, por el
contrario, no está limitada por nada en la elección de sus medios, pues no se adivina qué
sería lo que impidiera asociar una idea cualquiera con una secuencia cualquiera de
sonidos.”

Algunos comentarios de estas últimas reflexiones de Saussure.


En primer lugar, es la arbitrariedad la responsable de la mutabilidad como
lo es de la inmutabilidad. En efecto, podríamos decir que si no hay ninguna razón
para que un significante evoque un significado determinado, tampoco hay ninguna
razón para que esa relación se desplace. Podemos también decir que los
desplazamientos que ocurren entre significante y significado son arbitrarios, es
decir, poco valen las protestas de los puristas de la lengua. Estos desplazamientos
se producen no gracias a los hablantes sino a pesar de ellos.
En segundo lugar, si bien todas las instituciones son arbitrarias, la lengua es
la más arbitraria de todas. El ejemplo de la moda parece ser muy significativo. En
efecto, la moda puede interpretarse como altamente arbitraria. Estamos sometidos a
los caprichos de los diseñadores y de las grandes industrias que la imponen. Sin
embargo, hasta la moda tiene un límite externo a ella misma: el cuerpo humano. No

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

existe diseñador que imponga, o pretenda imponer, un tipo de prenda que no se


pueda usar en ninguna parte del cuerpo. La lengua, por el contrario, no tiene nada
exterior a ella que la condicione.

Para hacer ver bien que la lengua es pura institución, Whitney ha insistido con toda
razón en el carácter arbitrario de los signos; y con eso ha situado la lingüística en su eje
verdadero. Pero Whitney no llegó hasta el fin y no vio que ese carácter arbitario separa
radicalmente a la lengua de todas las demás instituciones. Se ve bien por la manera en que
la lengua evoluciona; nada tan complejo: situada a la vez en la masa social y en el tiempo,
nadie puede cambiar nada en ella; y, por otra parte, lo arbitrario de ss signos implica
teóricamente la libertad de establecer cualquier posible relación entre la materia fónica y las
ideas. De aquí resulta que cada uno de esos dos elementos unidos en los signos guardan su
vida propia en una proporción desconocida en otras instituciones, y que la lengua se altera,
o mejor, evoluciona, bajo la influencia de todos los agentes que puedan alcanzar sea a los
sonidos sea a los significados. Esta evolución es fatal; no hay un solo ejemplo de lengua
que la resista. Al cabo de cierto tiempo, siempre se pueden observar desplazamientos
sensibles.
Tan cierto es esto que hasta se tiene que cumplir este principio en las lenguas
artificiales. El hombre que construya una de esas lenguas artificiales la tiene a su merced
mientras no se ponga en circulación pero desde el momento en que tal lengua se ponga a
cumplir su misión y se convierta en cosa de todo el mundo, su gobierno se le escapará. El
esperanto es un ensayo de esta clase; si triunfa ¿escapará a la ley fatal? Pasado el primer
momento, la lengua entrará probablemente en su vida semiológica; se transmitirá según
las leyes que nada tenen de común con las de la creación reflexiva y ya no se podrá
retroceder. El hombre que pretendiera construir una lengua inmutable que la posteridad
debería aceptar tal cual la recibiera se parecería a la gallina que empolla un huevo de
pato: la lengua construida por él sría arrastrada quieras que no por la corriente que
abarca a todas las lengua. (el destacado es nuestro)

Inevitablemente, Saussure termina fundamentando nuevamente la arbitrariedad.


Para ello recuerda a Whitney. Es cierto, la lengua es una institución pero no como
cualquier otra: es la institución más arbitraria de todas, aquella contra la que los hablantes
nada pueden. Tampoco los hablantes pueden evitar que los desplazamientos en la relación
significante significado se realicen.
Esta característica es tan relevante que una lengua artificial que se pretendiera
invariable como el esperanto no escaparía a ella. En efecto, el esperanto fue creado con la
ilusión de que los pueblos adoptaran una única lengua y se destruyera así la babel en que
vivimos. Sin embargo, si esto fuera posible, no remediaría esta condición. Como dice
Saussure, “pasado el primer momento, la lengua entrará probablemente en su vida
semiológica”. Es decir, puede que para las primeras generaciones, las que son conscientes
del pacto, esta lengua resulte una convención libremente adquirida. Pero para sus
sucesores, ese primer momento no será más que un borroso recuerdo, una instancia de la
que no participaron. Esa lengua se les impondrá de forma arbitraria. La hablarán `porque
sus padres la hablaron. Esta arbitrariedad la condena, necesariamente, al cambio.
La comparación que usa el autor es muy significativa: por más que una gallina se
empecine en empollar un huevo de pato, de él surgirá un pato y no un pollo. Por más que
nos empecinemos en construir una lengua invariable, si es lengua, estará sujeta a las
fuerzas que continuamente obran sobre todas las lenguas: la arbitrariedad y el tiempo.
Ambos elementos conducen, inevitablemente, al cambio.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

La continuidad del signo en el tiempo, unida a la alteración en el tiempo, es un


principio de semiología general; y su confirmación se encuentra en los sistemas de
escritura, en el lenguaje de los sordomudos, etcétera.
Pero ¿en qué se funda la necesidad del cambio? Quizá se nos reproche no haber
sido tan explícitos sobre este punto como sobre el principio de la inmutabilidad; es que no
hemos distinguido los diferentes factores de la alteración, y tendríamos que contemplarlos
en su variedad para saber hasta qué punto son necesarios.
Las causas de la continuidad están a priori al alcance del observador¸no pasa lo
mismo con las causas de alteración a través del tiempo. Vale más renunciar
provisoriamente a dar cuenta cabal de ellas y limitarse a hablar en general del
desplazamiento de relaciones; el tiempo altera todas las cosas; no hay razón para que la
lengua escape de esta ley universal. (el destacado es nuestro)

En efecto, continuidad y alteración se explican una a la otra. Es un modo de


comprender que una lengua, a pesar de haberse alterado, sigue siendo la misma. Al español
hace siglos que lo consideramos español. Mientras las causas de la continuidad están al
alcance de la observación (identidad material) las causas de la alteración no son
observables. Toda alteración es arbitraria y la única explicación que queda es el pasaje del
tiempo.

Recapitulemos las etapas de nuestra demostración, refiriéndonos a los principios


establecidos en la “Introducción”.
1.º Evitando estériles definiciones de palabras, hemos empezado por distinguir, en
el seno del fenómeno total que representa el lenguaje, dos factores: la lengua y el habla. La
lengua es para nosotros el lenguaje menos el habla. La lengua es el conjunto de los hábitos
lingüísticos que permiten a un sujeto comprender y hacerse comprnder.
2.º Pero esta definición deja todavía a la lengua fuera de su realidad social, y hace
de ella una cosa irreal, ya que no abarca más que uno de los aspectos de la realidad, el
aspecto individual; hace falta una masa parlante para que haya una lengua. Contra toda
apariencia, en momento alguno existe la lengua fuera del echo social, porque es un
fenómeno semiológico. Su naturaleza social es uno de sus caracteres internos¸su definición
completa nos coloca ante dos cosas inseparables, como lo muestra el esquema siguiente:

Pero en estas condiciones la lengua es viable , no viviente; no hemos tenido en


cuenta más que la realidad social, no el hecho histórico.
3.º Como el signo lingüístico es arbitrario, parecería que la lengua, así definida, es
un sistema libre, organizable a voluntad, dependiente únicamente de un principio racional.
Su carácter social, considerado en sí mismo, no se opone precisamente a este punto de

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

vista. sin duda la psicología colectiva no opera sobre una materia puramente lógica; haría
falta tener en cuenta todo cuanto hace torcer la razón en las relaciones prácticas entre
individuo e individuo. Y, sin embargo, no es eso lo que nos impide ver la lengua como una
simple convención, modificable a voluntad de los interesados: es la acción del tiempo, que
se combina con la de la fuerza social; fuera del tiempo, la realidad lingüística no es
completa y ninguna conclusión es posible.
Si se tomara la lengua en el tiempo, sin la masa hablante –supongamos un
individuo aislado que viviera durante siglos- probablemente no se registraría ninguna
alteración; el tiempo no actuaría sobre ella. Inversamente, si se considerara la masa parlante
sin el tiempo no se vería el efecto de fuerzas sociales que obran en la lengua. Para estar en
la realidad hace falta, pues, añadir a nuestro primer esquema un signo que indique la
marcha del tiempo:

Ya ahora la lengua no es libre, porque el tiempo permitirá a las fuerzas sociales


que actúan en ella desarrollar sus efectos, y se llega al principio de continuidad que anula a
la libertad. Pero la continuidad implica necesariamente la alteración, el desplazamiento más
o menos considerable de las relaciones.

Varias cosas querríamos decir de este final.


En primer lugar se trata de una recapitulación que, como se ha hecho notar antes,
tiene como objetivo la lengua. En efecto, los capítulos “referidos al signo lingüístico”
desembocan inevitablemente en la lengua.
En segundo lugar, esta recapitulación incluye en su primer punto una nueva
caracterización de la lengua que la vuelve a asimilar a un código. Sin embargo, por
quedarse en un hecho de habla, un potencial diálogo, dicha caracterización se muestra
como insuficiente.
En tercer lugar, se muestra que el hecho social da la dimensión semiológica a la
lengua. Es decir, en tanto es una convención, tendrá cierto grado de arbitrariedad. Esta es
la condición sígnica por excelencia.
Por último y, en cuarto lugar (punto 3 de la recapitulación), esa condición sígnica se
ve afectada por el tiempo. En efecto, como la convencionalidad es heredada, la
arbitrariedad se vuelve absoluta y es por eso que “la continuidad anula la libertad”. Dicho
con otras palabras, la potencial libertad que una comunidad tendría de constituir cualquier
lengua se ve anulada por la historicidad, es decir, por el hecho de que la lengua es una
convención heredada. Se hablará “esta” lengua y no otra.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

LA LINGÜÍSTICA ESTÁTICA Y LA LINGÜÍSTICA EVOLUTIVA

§ 4. LA DIFERENCIA DE LOS DOS ÓRDENES


ILUSTRADA POR COMPARACIONES

“(...)Del mismo modo también, si se corta transversalmente el tronco de un


vegetal, se advierte en la superficie de la sección un diseño más o menos complicado; no es
otra cosa que la perspectiva de las fibras longitudinales, que se podrán percibir practicando
otra sección perpendicular a la primera. También aquí cada una de las perspectivas depende
de la otra: la sección longitudinal nos muestra las fibras mismas que constituyen la planta, y
la sección transversal su agrupación en un plano particular; pero la segunda es distinta de la
primera, pues ella permite comprobar entre las fibras ciertas conexiones que nunca se
podrían percibir en un plano longitudinal.”

Vamos a ver este cuarto parágrafo del Cap. III simplemente con el fin de
explicar las diferencias y complementariedades entre sincronía y diacronía.
Dos ejemplos de Saussure nos parecen relevantes.
El primero es el del tallo de una planta. Se dice que en éste se pueden hacer dos
tipos de corte: uno transversal y otro longitudinal.
En el corte longitudinal se pueden ver los filamentos a lo largo del tallo, lo cual
representaría su historia, la evolución de ese tallo. Esto debemos trasladarlo a la lengua. El
recorrido de esos filamentos, sería el recorrido de los signos a través de su historia.
A su vez, un corte transversal en el tallo mostraría los diferentes estados
sincrónicos, “un diseño más o menos complicado”. Cada estado sincrónico de la lengua es
un dibujo completamente distinto formado por el dibujo que se forma en la superficie que
deja el corte transversal.
Si bien son dos cosas bien diferentes, una depende de la otra: oposición y
complementariedad. Es evidente que el “dibujo” que se forma por el corte transversal,
depende del recorrido de los filamentos hasta ese lugar, hecho que podríamos observar en
el corte longitudinal.
Si bien un momento sincrónico de una lengua yo se puede entender
independientemente de la historia que lo generó es evidente que es el resultado de esa
historia. Se puede entender la diacronía como un proceso: cada estado sincrónico (un corte
en algún punto de ese proceso) sería, a su vez, el resultado del proceso en dicho momento.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

“Pero de entre todas las comparaciones que se podrían imaginar, las más
demostrativa es la que se hace entre el juego de la lengua y una partida de ajedrez. En
ambos juegos estamos en presencia de un sistema de valores y asistimos a sus
modificaciones. Una partida de ajedrez es como una realización artificial de lo que la
lengua nos presenta en forma natural.”

El segundo ejemplo que da Saussure para mostrar la relación entre lo sincrónico y


lo diacrónico es comparar la lengua con una partida de ajedrez (ya no con el juego, sino
con la realización del mismo).
Es en este ejemplo que él introduce la teoría del valor. La teoría del valor proviene
de la economía. A este respecto debemos destacar lo siguiente:

a) Es imposible pensar, en términos económicos, en entidades absolutas.


Frente a la aseveración “fulano gana 1.000 dólares”, hacen falta algunos datos para que
se vuelva realmente interpretable. En efecto, esa cantidad de dinero es bastante exigua
en un país como Italia, es un sueldo bastante digno en Uruguay y es una suma
exorbitante en un país como Cuba.
b) Si decimos que un pan vale $5 también faltan datos para que esta afirmación
se vuelva interpretable. No es lo mismo que el sueldo promedio del que se parta sea de
$10 que de $ 10.000.
c) Tampoco queda claro qué quiere decir que un pan vale $5 si, por ejemplo,
un auto vale $ 10. O bien, en dicha economía, los panes son muy caros o bien los autos
son muy baratos.
d) Por último, si digo que un pan vale $5, tanto da si lo pago con una moneda
de $5, cinco de $1, diez de 50 centésimos, etc. El valor se independiza de la sustancia
en que se materializa. Esto tiene, por supuesto, una fuerte relación con la
desustancialización de la lengua que pretende el autor.

Es decir, los valores son entidades relativas y no materiales Los elementos en la


economía, como en cualquier otro sistema, se definen unos en relación con los otros.
En el juego de ajedrez se puede encontrar una similitud con lo que acá se acaba de
plantear. El valor de las piezas es relativo. Un peón, por ejemplo se define en relación con
otras piezas del juego, por ejemplo una torre. En principio, si el jugador está en la
alternativa de que cualquier movimiento que haga pierde una pieza (en este caso o bien un
peón o bien una torre) va a elegir perder “la que menos valga” (en este caso el peón). Sin
embargo, esto tampoco es absoluto. Hay momentos en que un peón, por su posición en el
tablero, puede incluso valer más que una torre: por ejemplo, si está en la penúltima fila; si
alcanza la última fila (la primera de su contrincante), ese peón puede convertirse en
cualquier pieza, su valor es el más alto.
Por eso Saussure plantea esta relación, la del valor, en una partida de ajedrez.
Porque el valor de las piezas va cambiando a cada movimiento de los jugadores.
“Veámoslo más de cerca.
En primer lugar un estado del juego corresponde enteramente a un estado de la
lengua. El valor respectivo de las piezas depende de su posición en el tablero, del mismo
modo que en la lengua cada término tiene un valor por su oposición con todos los otros
términos.
En segundo lugar, el sistema nunca es más que momentáneo: varía de posición a
posición. Verdad que los valores dependen también, y sobre todo, de una convención

69
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

inmutable, la regla de juego, que existe antes de iniciarse la partida y persiste tras cada
jugada. Esta regla admitida una vez para siempre existe también en la lengua: son los
principios constantes de la semiología.
Por último, para pasar de un equilibrio a otro, o –según nuestra terminología- de
una sincronía a otra, basta el movimiento y cambio de un solo trebejo: no hay mudanza
general. Y aquí tenemos el paralelo del hecho diacrónico con todas sus particularidades. En
efecto:

Como se puede apreciar la comparación comienza como ya anotábamos más arriba.


Igual que en una partida de ajedrez, “el sistema nunca es más que momentáneo” en la
medida en que un movimiento de una pieza supone una reorganización del valor del resto
de las piezas en el juego. Lo mismo pasa con la lengua: los signos están en constante
cambio y el sistema se reacomoda constantemente. Por otra parte, lo único constante es en
el ajedrez, que siempre se está jugando al mismo juego, en la lengua, las fuerzas que
inervienen – como se dice en la introducción – de manera constante en toda lengua, el paso
del tiempo, la coerción social y, por ende, la arbitrariedad, la inmutabilidad y la
mutabilidad.
a) Cada jugada de ajedrez no pone en movimiento más que una sola pieza;
lo mismo en la lengua, los cambios no se aplican más que a los elementos aislados.”

Si el movimiento de una pieza supone un juego de relaciones nuevas en la partida,


lo mismo pasa en la lengua. Los signos no cambian todos a la vez ya que no es posible un
“cambio general y súbito”. Si se produce un desplazamiento entre significado y
significante, el sistema se reacomoda. Esta es, sin duda, una ley estructural.
b) “A pesar de eso, la jugada tiene repercusión en todo el sistema: es
imposible al jugador prever exactamente los límites de ese efecto. Los cambios de
valores que resulten serán, según la coyuntura, o nulos o muy graves o de importancia
media. Una jugada puede revolucionar el conjunto de la partida y tener consecuencias
hasta para las piezas por el momento fuera de cuestión. Ya hemos visto que lo mismo
exactamente sucede en la lengua.”

En efecto, en el juego de ajedrez, el jugador más hábil es el que es capaz de calcular


mejor las consecuencias de su jugada no solo en relación con el próximo movimiento del
contrincante sino en relación con otros que puedan sucederle. Sin embargo, no existe
jugador que pueda calcularlo todo. Una de las dificultades mayores del juego es la
imposibilidad de calcularlo todo. Lo mismo pasa con la lengua, un movimiento en un
signo, puede afectar a zonas del sistema que incluso, a primera vista, parecen no tener
relación con el.
c) “El desplazamiento de una pieza es un hecho absolutamente distinto del
equilibrio precedente y del equilibrio subsiguiente. El cambio operado no pertenece a
ninguno de los dos estados: ahora bien, lo único importante son los estados.
En una partida de ajedrez, cualquier posición que se considere tiene como
carácter singular el estar libertada de sus antecedentes; es totalmente indiferente que se
haya llegado a ella por un camino o por otro; el que haya seguido toda la partida no
tienen la menor ventaja sobre el curioso que viene a mirar el estado del juego en el
momento crítico; para describir la posición es perfectamente inútil recordar lo que
acaba de suceder diez segundos antes. Todo esto se aplica igualmente a la lengua y
consagra la distinción radical entre lo diacrónico y lo sincrónico. El habla nunca opera

70
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

más que sobre un estado de lengua, y los cambios que intervienen entre los estados no
tienen en ellos ningún lugar.”

Por último, el cambio en sí mismo no es relevante. Lo relevante son los estados


sincrónicos que se estructuran luego de cada cambio. Un juez de ajedrez que tiene a su
cargo dos partidas simultáneas puede desatender una en un momento determinado para
después volver a ella sin que esto signifique que no entienda la posición que tienen en ese
momento las piezas. Con esto se quiere ilustrar que un estado sincrónico se puede entender
con independencia del proceso diacrónico que lo generó. Si bien es evidente que toda
sincronía es el resultado de una diacronía, lo interesante está en que se pueden estudiar en
forma independiente.

“No hay más que un punto en que la comparación falla: el jugador de ajedrez tiene
la intención de ejecutar el movimiento y de modificar el sistema, mientras que la lengua no
premedita nada; sus piezas se desplazan –o mejor se modifican- espontánea y
fortuitamente (...)” (el destacado es nuestro)

Saussure termina el parágrafo diciendo que la comparación con el juego de ajedrez


falla sólo en un punto: los cambios en la lengua se producen sin ninguna intención, son
arbitrarios, sin premeditación. No obstante, los cambios en la posición de las piezas en una
partida de ajedrez son intencionales.

SEGUNDA PARTE
LINGÜÍSTICA SINCRÓNICA
CAPÍTULO II

LAS ENTIDADES CONCRETAS DE LA LENGUA

§ 1. ENTIDADES Y UNIDADES. DEFINICIONES

“Los signos de que se compone la lengua no son abstracciones, sino objetos reales
(ver pág. 59); esos signos y sus relaciones son los que estudia la lingüística, y se les puede
llamar las entidades concretas de esta ciencia.
Empecemos por recordar los principios que presiden toda la cuestión:

1º La entidad lingüística no existe más que gracias a la asociación del significantes


y del significado (ver pág. 129) (...) la sílaba no tiene valor más que en la fonología. Una
sucesión de sonidos sólo es lingüística si es el soporte de una idea; tomada en sí misma no
es más que la materia de un estudio fisiológico.
Lo mismo ocurre con el significado, si lo separamos de su significante. Conceptos
como ‘casa’, ‘blanco’, ‘ver’, etc., considerados en sí mismos, pertenecen a la psicología;
sólo se hacen entidades lingüísticas por asociación con imágenes acústicas (...)
2º La entidad lingüística no está completamente determinada más que cuando está
deslindada, separada de todo lo que la rodea en la cadena fónica. Estas entidades
deslindadas o unidades son las que se oponen en el mecanismo de la lengua.”

En este capítulo -acercándonos a la teoría del valor- Saussure se pregunta cómo


hacen los hablantes para reconocer las entidades constitutivas de una lengua, y nos advierte
que se trata de un proceso complejo. Los hablantes hacemos diferencias muy sutiles en el
reconocimiento de estas entidades. Es por ello que Saussure se pregunta cómo pueden

71
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

suceder semejantes sutilezas en una hablante común y corriente, y analiza el método a


partir del cual un hablante deslinda las unidades de la lengua.
Saussure recurre a varias denominaciones según su propósito: a veces usa el
término entidad, a veces el término unidad, a veces el término signo y a veces el término
valor. Cuando él habla de entidades se está refiriendo a esos elementos constitutivos de la
lengua en términos muy generales (cómo se delimita una entidad de una lengua, por
ejemplo). Cuando habla de signo está considerando la relación significante-significado.
Cuando habla de unidad reflexiona sobre un en forma aislada (por ejemplo en diacronía).
Cuando habla de valor considera el signo en el seno del sistema, en relación con otros
signos.
“A primera vista nos podemos sentir tentados de equiparar los signos lingüísticos a
los signos visuales, que pueden coexistir en el espacio sin confundirse, y quizá nos
imaginemos que se puede hacer del mismo modo la separación de los elementos
significativos (...) Pero ya sabemos que la cadena fónica tiene como carácter primario el ser
lineal (ver pág. 133). Considerada en sí misma, la cadena fónica no es más que una línea,
una cinta continua, en la que el oído no percibe ninguna división suficiente y precisa; para
eso hay que echar mano de las significaciones. Cuando oímos una lengua desconocida,
somos incapaces de decir cómo deberá analizarse la secuencia de sonidos; y es que este
análisis es imposible si no se tienen en cuenta más que el aspecto fónico del fenómeno
lingüístico. Pero cuando sabemos qué sentido y qué papel hay que atribuir a cada parte de la
cadena, entonces vemos deslindarse esas partes unas de otras, y la cinta amorfa se corta en
fragmentos (...)
En resumen, la lengua no se presenta como un conjunto de signos
deslindados de antemano, como si en ellos bastara estudiar la significación y la disposición;
es una masa indistinta en la que la atención y el hábito son los únicos que nos pueden hacer
hallar los elementos particulares. La unidad no tiene carácter fónico especial, y la única
definición que se puede dar de ella es la siguiente: un trozo de sonoridad que, con exclusión
de lo que precede y de lo que sigue en la cadena hablada, es el significante de cierto
concepto.” (los destacados son nuestros)

En principio, cuando un hablante habla, produce una corriente fónica. La


imagen de la cinta nos muestra que una proferencia continua; no hay cortes entre palabra y
palabra. Sin embargo, los hablantes son capaces de distinguir las unidades que están en
juego. Cómo es este proceso es lo que Saussure se pregunta.

§ 2. MÉTODO DE DELIMITACIÓN

“Quien posee una lengua deslinda sus unidades con un método muy sencillo, por
lo menos en teoría. Tal método consiste en colocarse en el habla, mirada como documento
de lengua, y en representarla con dos cadenas paralelas, la de los conceptos (a) y la de las
imágenes acústicas (b). Una delimitación correcta exige que las divisiones establecidas en
la cadena acústica (α, β, γ...) correspondan a las de la cadena de conceptos (α’, β’, γ’...):”

α β γ ...
a

b
α’ β’ γ’
...

72
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

El autor nos da una solución: “colocarse en el habla mirada como documento de


lengua”, es decir, dar cuenta a través de las manifestaciones del habla cuáles son las
entidades constituyentes de la lengua.
Si en español se escucha que un hablante del español dice “siyolaprendo”
(“sižlaprã” en el primer ejemplo que da Saussure), ¿cuáles son las interpretaciones que se
puede asignar a esta corriente fónica? He aquí tres interpretaciones:

a) Si yo la prendo
b) Si yo la aprendo
c) Si yo la aprehendo

¿Qué es lo habilita a realizar estos cortes y no otro cualquiera como siyol aprend o?
Evidentemente, estas tres posibilidades, y no la última, están habilitadas por los
significados del español con independencia de cualquier contexto.
Varias conclusiones se derivan de este fenómeno:
1) La cadena fónica habilita un conjunto de significados y no otros.
2) Los sonidos por sí mismos no son nada: son en la medida que los
significados le dan una forma, es decir, permiten hacer los cortes que señalamos.
3) Los cortes no son mecánicos, están mucho más allá de lo que se oye. Por
ejemplo la posibilidad de reconocer dos “a” en un corte como b) (si yo la aprendo)
cuando es muy posible que la realización fónica efectiva sea una sola “a”.

“Para verificar el resultado de esta operación y asegurarnos de que estamos de


hecho ante una unidad, es preciso que, al comparar una serie de frases donde se encuentre
la misma unidad, se la pueda en cada caso separar del resto del contexto, comprobando que
el sentido autoriza la delimitación. Sean los dos miembros de frase lafọrsdüvã (‘la force du
vent’) y abudfọrs (‘à bout de forċe’): en uno y en otro el mismo concepto coincide con la
misma porción fónica fọrs; es, pues, una unidad lingüística. Pero en ilmafọrsaparlẹ (‘il me
force à parler’), fọrs tiene un sentido completamente diferente; es, pues, otra unidad.”

Este es otro de los ejemplos de Saussure para mostrar cuán sutil es el hablante en el
reconocimiento de las unidades. En español: “lafuerzadelviento” y “mefuerzablar” 8 .
¿Cómo hace el hablante para darse cuenta aquí de los cortes? ¿Cómo es capaz de darse
cuenta de que la misma porción de sonoridad responde a entidades diferentes?

a) la fuerza del viento


b) me fuerza a hablar

En el ejemplo a “fuerza” podría ser sustituido por “potencia” y en b por “forzó”,


“forzará”, etc.
El hablante es capaz de reconocer diferencias muy sutiles: sustancias parecidas,
formas distintas.
Saussure va aún más lejos. Un hablante es capaz de reconocer entidades que no se
“recortan” como los trozos de una cinta continua. En definitiva esto ya está demostrado en

8
Preferimos no hacer aquí una transcripción fonológica por el tipo de destinatario a quien va dirigido este
comentario.

73
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

ejemplos como “mefuerzablar”, donde podemos reconocer tres “a” donde materialmente
hay una: fuerza a hablar.
Pongamos un ejemplo en inglés similar al que Saussure pone en francés. Si
pensamos en los sustantivos “boy” y “boys” del inglés, podríamos tener la ilusión de que lo
que el angloparlante reconoce son dos unidades perfectamente delimitables como trozos de
una cinta: boy + ø (“ausencia de” que significa singular) en el primer caso y boy + -s (que
significa plural) en el segundo caso. Sin embargo, esta operación que parece ser
automática, no es explicable por este procedimiento en el par foot / feet. En efecto para que
este corte fuese automático, tendríamos que decir que la palabra es f t y que su singular es
oo y su singular es ee. Esto no responde ni siquiera a la intuición de un hablante ingenuo
del inglés.
La operación que el hablante hace se puede expresar como una relación
proporcional en la que boy como foot
boys feet
Es decir, reconoce que la relación que hay entre boy y boys es la misma que hay
entre foot y feet. Es decir, el hablante reconoce unidades más abstractas, más sutiles, que
las que se pueden obtener como resultado de un corte de una cinta.
En español pasa lo mismo. Cualquier hablante del español se da cuenta que “-aba”
en “cantaba es lo mismo que “-ia” en “comía”.
Saussure trata de demostrar que las entidades o unidades constitutivas de una
lengua son difíciles de delimitar (responden a procesos complejos) y, sin embargo, los
hablantes las delimitan. 9
(...) La lengua presenta, pues, el extraño y sorprendente carácter de no ofrecer
entidades perceptibles a primera vista, sin que por eso se pueda dudar de que existan y de
que el juego de ellas es lo que la constituye. Éste es sin duda un rasgo que la distingue de
todas las otras instituciones semiológicas.”

CAPÍTULO III

IDENTIDAD, REALIDAD, VALORES

“La reflexión que acabamos de hacer nos coloca ante un problema tanto más
importante cuanto que en lingüística estática toda noción primordial depende directamente
de la idea que nos hagamos de la unidad, y hasta se confunde con ella. Esto es lo que
quisiéramos mostrar sucesivamente a propósito de las nociones de identidad, de realidad y
de valor sincrónico.”

Este tercer capítulo Saussure lo divide en tres literales, tres aspectos de un


mismo fenómeno. En el literal “A” va a hablar sobre la identidad sincrónica, en el “B”
sobre realidad sincrónica y en el “C” sobre los valores.

9
A propósito de la dificultad de la delimitación de unidades de una lengua, permítasenos una anécdota. Un
niño jugando al conocido juego del “veo veo” con un adulto le propone una palabra que empieza con s y
termina con a. El adulto no la adivina y pide la respuesta. El niño contesta sotea. Es evidente que este niño de
aproximadamente seis años todavía no ha asimilado las reglas de escritura. Quizá oyera de su madre frases
como: “no vayas a la azotea” (novayasalasotea) de donde la delimitación “sotea”, es posible (“la sotea”). Esta
anécdota es real y solo intenta ilustrar que la delimitación no es tan fácil como parece. Es probable que con el
aprendizaje sistemático, haya corregido este primer acercamiento. La anécdota es real.

74
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

“A. ¿Qué es una identidad sincrónica? No se trata aquí de la identidad que une la
negación nada con el participio latino natam (rem natam = ‘cosa nacida’), identidad de
orden diacrónico –ya lo estudiaremos más adelante, ver pág. 290-, sino de esa otra, no
menos interesante, en virtud de la cual declaramos que dos frases como ‘no sé nada’ y ‘no
le digas nada de esto’ contienen el mismo elemento. Cuestión ociosa, se dirá: hay identidad
porque en las dos oraciones la misma porción de sonoridad (nada) está revestida de la
misma significación. Pero esta explicación es insuficiente, porque si la correspondencia de
los trozos fónicos y de los conceptos prueba la identidad (ver más arriba ‘la force du vent’ y
‘à bout de forċe’), lo recíproco no es verdadero: puede haber identidad sin esa
correspondencia.”

Para entender el planteo del autor analicemos sus ejemplos junto con dos más que
son de nuestra cosecha:

a) no sé nada
b) no le digas nada de eso
c) Juan nada muy bien
d) Cuidado con la manada

En primer lugar, Saussure advierte que no se va a ocupar de la identidad que une


nada con natam (cosa nacida), o sea, de la identidad diacrónica sino por la sincrónica.
Su interés está en cómo hace un hablante para darse cuenta de que la porción de
sonoridad “nada” en el ejemplo “a” es la misma que en el ejemplo “b”, y que no tiene nada
que ver con la los ejemplos “c” y “d”.
En primer lugar, según Saussure, reconocer identidades en una lengua supone
reconocer diferencias. Es decir, si reconocemos que la porción comprometida en a) es la
misma que está en b), es porque nos damos cuenta de que es distinta a c) y a d). Si no
reconocemos las diferencias entre a) y c), es muy dudoso que reconozcamos las
identidades que suponen a) y b).
En segundo lugar, esas identidades (“nada” del “a” y “nada” del “b”) se reconocen
con independencia de la materialidad con que se presenten, es decir, con independencia de
que dos individuos las expresen con distinto tono y con distinta voz. ¿Cómo es que un
hablante reconozca cosas tan sutiles?

Para explicar mejor esto Saussure pone tres ejemplos:

“Cuando en una conferencia se oye repetir en varias ocasiones la palabra


¡señores!, se tiene el sentimiento de que se trata cada vez de la misma expresión, y sin
embargo las variaciones del volumen del soplo y de la entonación la presentan, en los
diversos pasajes, con diferencias fónicas muy apreciables, tan apreciables como las que
sirven en otras ocasiones para distinguir palabras diferentes (cfr. fr. pomme ‘manzana’ y
paume ‘palma’, goutte ‘gota’ y je goûte ‘yo gusto’, fuir ‘huir’ y fouir ‘abrir un hoyo’);
además, ese sentimiento de identidad persiste, aunque desde el punto de vista semántico
tampoco haya identidad absoluta entre un ¡señores! y otro, lo mismo que una palabra puede
expresar ideas muy diferentes sin que su identidad resulte seriamente comprometida (cfr.
‘adoptar una moda’ y ‘adoptar un niño’, ‘la flor del naranjo’ y ‘la flor de la nobleza’,
etc.).”

75
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Supongamos que en el desarrollo de una clase un docente usa tres veces la palabra
“señores” pronunciándola de tres maneras diferentes (ya que nadie puede emitir
exactamente igual los mismos sonidos dos veces) y con tres sentidos distintos (un saludo
inicial al comienzo, un llamado de atención, una forma de dar concluida la clase al final).
Es muy probable que a ningún hablante se le ocurra que se trate de palabras distintas.
Puede materializarse una palabra de diferente forma fónica y semántica, y aún así el
hablante sigue reconociendo la misma palabra.
Opóngase el ejemplo anterior al siguiente:
a) Leo este libro todos los veranos.
b) Libro este cheque para que pagues las cuentas de una vez.
Es obvio que, en este segundo ejemplo, el hablante reconoce ahora sí, palabras
diferentes.
¿Cómo es posible, se pregunta Saussure, que un hablante sea capaz de entender
cosas tan sutiles?
Un ejemplos más del propio autor: en “la flor del naranjo” y en “la flor de la
nobleza” se pone en evidencia que la nobleza no da flores como lo hace un naranjo. Sin
embargo, a nadie se le ocurre pensar, en este caso, que existen dos palabras sino que es un
uso distinto de la misma.
Un ejemplo más: un hablante reconoce que la “m” de “imposible” y la “n” de
“increíble” son equivalentes, pero también reconoce que la “m” de “mula” no equivale a la
“n” de “nula”.
Es obvio, entonces, que las identidades que reconoce no son materiales. En qué
consisten entonces.
Tres ejemplos (comparaciones) del autor con elementos extralingüísticos, van a
tratar de dar cuenta de este fenómeno (como ha recurrido en otras oportunidades al
ajedrez).

“El mecanismo lingüístico gira todo él sobre identidades y diferencias, siendo


éstas la contraparte de aquellas. El problema de las identidades, pues, se vuelve a encontrar
en todas partes; pero también se confunde parcialmente con el de las entidades y de las
unidades, del cual no es más que una complicación, por lo demás fecunda. Este carácter se
desprende bien de la comparación con algunos hechos tomados de fuera del lenguaje.”
“Así, hablamos de identidad a propósito de dos expresos ‘Ginebra-París,
8hs. 45 de la tarde’, que salen con veinticuatro horas de intervalo. A nuestros ojos es el
mismo expreso y, sin embargo, probablemente la locomotora, los vagones, el personal, todo
es diferente.”

El primer ejemplo trata sobre el expreso París-Ginebra. Saussure compara dos


expresos que salen con 24 horas de diferencia. ¿Por qué decimos que es el mismo expreso
si pueden variar la locomotora, el conductor, el color, etc.? Es decir, podríamos encontrar
un enunciado en el que alguien dijera “tomo todos los días el expreso París-Ginebra de las
8hs. 45 para ir a trabajar”, como cuando decimos en nuestro país “tomo todo los días el
mismo ómnibus para ir a trabajar”. ¿Qué identidad se está reconociendo?
Es obvio que no se va a esperar la misma unidad, ni el mismo conductor, ni siquiera
exactamente el mismo horario. Lo que se reconoce es una unidad relacional. El expreso
París-Ginebra une estas ciudades (una determinada distancia) en un determinado lapso de
tiempo. Por ende, se trata de una relación espacio-tiempo. Dicha relación es la que permite

76
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

reconocerlo como ese expreso y distinguirlo de cualquier otro que una, por ejemplo,
Madrid-París o que tenga otro horario.

“O bien si una calle es destruida y luego reconstruida decimos que es la misma


calle, aunque materialmente quizá no subsista nada de la antigua. ¿Por qué se puede
reconstruir una calle de arriba abajo sin que deje de ser la misma? Porque la entidad que la
constituye no es puramente material; está fundada en ciertas condiciones a que es extraña
su materia ocasional, por ejemplo su situación con respecto a las otras calles; parejamente,
lo que hace al expreso es su hora de salida, su itinerario y en general todas las
circunstancias que lo distinguen de otros expresos. Siempre que se realicen las mismas
condiciones se obtienen las mismas entidades. Y sin embargo tales entidades no son
abstractas, puesto que una calle o un expreso no se conciben fuera de una realización
material.” (el destacado es nuestro)

En el segundo ejemplo Saussure se pregunta lo siguiente: ¿por qué si una calle es


destruida y reconstruida (en su aspecto material, se entiende: edificios, veredas, etc.) yo
sigo diciendo que es la misma? ¿Por qué podemos encontrar la misma esquina? Porque
porque sigue teniendo la misma relación respecto a las demás esquinas de la ciudad (va a
estar a la misma cantidad de cuadras y en misma orientación respecto a las otras esquinas
que antes de haber sido destruida). En consecuencia, yo puedo seguir diciendo que es la
misma calle (dice Saussure) porque la relación que guarda con las otras calles es la misma
que antes. Otra vez estamos ante una entidad que se define relacionalmente.

“Opongamos a los casos precedentes este otro –tan diferente- de un traje que
hubieran robado y que yo encuentro en la tienda de un ropavejero. Aquí se trata de una
entidad material, que reside únicamente en la substancia inerte, el paño, el forro, los
adornos, etc. Otro traje, por parecido que sea al primero, no será el mío. Pero la identidad
lingüística no es la del traje, sino la del expreso y de la calle. Cada vez que empleo la
palabra ¡señores! renuevo la materia; es un nuevo acto fónico y un nuevo acto psicológico.
El lazo entre los dos empleos de la misma palabra no se basa ni en la identidad material, ni
en la exacta semejanza de sentidos, sino en elementos que habrá que investigar y que nos
harán llegar a la naturaleza verdadera de las unidades lingüísticas.”

El tercer ejemplo que da Saussure es el de un traje que me fue robado y después yo


lo encuentro en la tienda de un ropavejero. ¿Cómo lo reconozco? Debido a que es el
mismo paño, el mismo color, a que tiene determinados detalles personales que me hacen
reconocerlo. O sea, lo reconozco porque materialmente es el mismo.
Sin embargo, de la lengua que los hablantes reconocen no es la del traje, sino la del
expreso o la de la calle. Las identidades que los hablantes reconocen son identidades
relacionales. La relación que guarda “-aba” con “cantar” es la misma que guarda “-ia” con
“comer”; la relación que guarda “-i” con “legal en “ilegal” es la misma que guarda “-in”
con “oportuno” en “inoportuno” y la misma que guarda “-im” con “posible” en
“imposible”.
Las identidades sincrónicas son relacionales.

“B. ¿Qué es una realidad sincrónica? ¿Qué elementos concretos o abstractos de la


lengua se pueden llamar así?
Sea por ejemplo la distinción de las partes de la oración: ¿en qué se funda la
clasificación de las palabras en sustantivos, adjetivos, etc.? ¿Se hace en nombre de un
principio puramente lógico, extralingüístico, aplicado desde fuera a la gramática como los
grados de longitud y de latitud al globo terrestre? ¿O bien corresponde a algo que tiene su

77
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

sitio en el sistema de la lengua y esté condicionado por ella? En una palabra ¿es una
realidad sincrónica? Esta suposición parece la probable, pero se podría defender la primera.
¿Es que en la frase francesa ‘ces gants son bon marché’ (‘estos guantes son baratos’), bon
marché es un adjetivo?”

En el literal B, Saussure se pregunta qué es una realidad sincrónica.


El autor plantea el problema de que en su época (“y quizás ahora también”) las
gramáticas de las distintas lenguas se hacían en base a gramáticas modélicas; es decir que
se tomaban como modelos generales como por ejemplo las gramáticas latinas o griegas, y a
veces, las gramáticas eslavas. En consecuencia, cuando se definía un adjetivo, por ejemplo,
se trataba de que esa definición fuera tan amplia que abarcara todas las lenguas.
Saussure ve el problema que se plantea a la hora de definir categorías para
cualquier lengua de la misma manera.
Asimismo, otras corrientes se basaban en la lógica. Esto es la “Gramática general y
razonada” de Port Royal. El hecho de que en muchas gramáticas se insista para el análisis
oracional partir del sujeto y del predicado tiene que ver con esto; se trata de una herencia
de la lógica, porque las categorías sujeto-predicado son, en principio, categorías lógicas.
Suponen un modelo en donde el lenguaje es un reflejo del pensamiento.
Podríamos plantear la cuestión de la siguiente manera:

1. No tenemos porqué encontrar las mismas categorías en todas las lenguas.


No todas las lenguas tienen porqué tener artículo, por ejemplo, como sucede con el
latín.
2. Lo que definimos como adjetivo en español no tiene por qué coincidir conlo
que definimos como adjetivo en inglés. Ya vimos que en español, en principio, el
adjetivo tiene una posición más libre: mientras que en español puede ir antepuesto o
pospuesto al sustantivo, en inglés va siempre antepuesto; mientras que en español
concuerda en género y número con el sustantivo, en inglés es invariable. Por tanto lo
que llamamos adjetivo en una lengua no es lo mismo que llamamos adjetivo en otra, ni
sintáctica ni morfológicamente tienen los mismos comportamientos. Probablemente el
mismo nombre provenga de una concepción extralingüística (lo sustantivo: lo principal
/ lo adjetivo: lo accesorio).

El ejemplo del adjetivo bon marché (literalmente buen mercado, buen precio) da
cuenta de una clasificación general que no se ajusta a los comportamientos habituales de
los adjetivos en francés.

“Lógicamente tiene ese sentido, pero gramaticalmente la cosa es más dudosa,


porque bon marché no se comporta como un adjetivo (es invariable, nunca se coloca
delante del sustantivo, etc.); por otro lado está compuesto de dos palabras; ahora bien,
justamente la distinción de las partes de la oración debe servir para clasificar las palabras de
la lengua: ¿cómo se podrá atribuir a una de esas ‘Partes’ un grupo de palabras? Pero al
revés, no comprendemos bien esta expresión si decimos que bon (‘bueno’) es un adjetivo y
marché (‘mercado, precio?) un sustantivo. Por lo tanto aquí tenemos una clasificación
defectuosa o incompleta; la distinción de las palabras en sustantivos, verbos, adjetivos, etc.,
no es una realidad lingüística innegable.”

Saussure plantea los siguientes problemas:

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

a) Un adjetivo puede ir antepuesto o pospuesto en el francés, pero éste va


pospuesto únicamente.
b) Todos los adjetivos del francés concuerdan con el sustantivo (si es
femenino, si es plural, etc.), pero éste es invariable.
c) ¿Cuál es el sentido de clasificar las palabras en adjetivos, sustantivos,
pronombres, verbos, etc.? Clasificar supone ordenar y ordenar supone entender. Se
supone que una clasificación premite ordenar cualquier palabra en una de las
mencionadas categorías. Pero “bon marché” son dos palabras: “marché” es un
sustantivo y “bon” un adjetivo. Sin embargo, ambas están clasificadas en el francés
como un adjetivo.

Por lo tanto, lo que plantea Saussure es que esta clasificación es defectuosa, y que
se llegó a ella debido a la aplicación de una clasificación tan general de adjetivo que
cualquier cosa que complementa un sustantivo es un adjetivo.
Cerrando este punto, lo que es una realidad propia de una lengua no tiene porqué
serlo para otra. Cada lengua tiene un orden propio, su propia gramática. Toda lengua es
arbitraria, las lenguas no son nomenclaturas.
Saussure propone una “lingüística inmanente” que tome en cuenta las
características propias de una lengua sin tomar como modelo las de otras lenguas o las de
la lógica.
Por último, una identidad lingüística de una lengua es una realidad de esa
lengua y no lo es de otra.

“C. Por último, todas las nociones estudiadas en este parágrafo no difieren
esencialmente de lo que hemos llamado valores. Otra comparación más con el juego de
ajedrez nos lo hará comprender (ver pág. 158 y sigs.). Tomemos un caballo: ¿es por sí
mismo un elemento del juego? Seguramente no, porque con su materialidad pura, fuera de
su casilla y de las demás condiciones del juego, no representa nada para el jugador, y no
resulta elemento real y concreto más que una vez que esté revestido de su valor y haciendo
cuerpo con él. Supongamos que en el transcurso de una partida esta pieza viene a ser
destruida o extraviada: ¿se la puede reemplazar por otra equivalente? Ciertamente: no sólo
otro caballo, hasta cualquier figura sin semejanza alguna con él será declarada idéntica, con
tal de que se le atribuya el mismo valor. Se ve, pues, que en los sistemas semiológicos,
como la lengua, donde los elementos se mantienen recíprocamente en equilibrio según
reglas determinadas, la noción de identidad se confunde con la de valor y recíprocamente.”

El ítem C incluye la idea del valor. Para el valor Saussure pone el ejemplo de la
pieza de ajedrez. Esta podría ser sustituida por un botón de plástico, por ejemplo, con tal de
que en el juego valga como un caballo. Basta que los jugadores lo hayan “convenido”
previamente. No es la sustancia lo que da valor a la pieza sino la relación que esta tenga
con las del resto del juego.
De esta manera se puede concluir que el valor recubre, entonces la noción de
realidad y de identidad. Es por eso necesario detenerse en el problema del valor.

“He aquí por qué en definitiva la noción de valor recubre las de unidad, de
entidad concreta y de realidad. Pero si no existe diferencia alguna fundamental entre
estos diversos aspectos, resulta que el problema se puede plantear sucesivamente en varias
formas. Ya se intente determinar la unidad, la realidad, la entidad concreta o el valor,
siempre plantearemos y volveremos a plantear la misma cuestión central que domina toda
la lingüística estática.” (el destacado es nuestro)

79
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

CAPÍTULO IV

EL VALOR LINGÜÍSTICO

§ 1. LA LENGUA COMO PENSAMIENTO ORGANIZADO


EN LA MATERIA FÓNICA

“Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de
valores puros, basta considerar los dos elementos que entran en juego en su
funcionamiento: las ideas y los sonidos.”

¿Qué quiere decir Saussure con valores puros? Que no importa la sustancia, el valor
es independiente de la misma.

“La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento es el


anverso y el sonido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro; así tampoco en la
lengua se podría aislar el sonido del pensamiento, ni el pensamiento del sonido; a tal
separación sólo se llegaría por una abstracción y el resultado sería hacer psicología pura o
fonología pura. (el subrayado es nuestro)
La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos
órdenes se combinan; esta combinación produce una forma, no una substancia.”

Como decíamos, y más adelante se verá, lo importante es la forma, no una


sustancia. No importa cómo se materialice ni el significante ni el significado. No importa si
el significante se materializa por medio de la voz, la escritura, etc. Del lado del significado
pasa lo mismo. Algo nos permite entender que cuando en “flor del naranjo” y “flor de la
nobleza”, la palabra “flor” es la misma.

§ 2. EL VALOR LINGÜÍSTICO CONSIDERADO


EN SU ASPECTO CONCEPTUAL

“Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y sobre todo,
en la propiedad que tiene la palabra de representar una idea, y, en efecto, ése es uno de los
aspectos del valor lingüístico. Pero si fuera así, ¿en qué se diferenciaría el valor de lo que se
llama significación? ¿Serían sinónimas estas dos palabras? No lo creemos, aunque sea fácil
la confusión, sobre todo porque está provocada menos por la analogía de los términos que
por la delicadeza de la distinción que señalan.
El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de
significación, y es muy difícil saber cómo se distingue la significación a pesar de estar bajo
su dependencia. Sin embargo, es necesario poner en claro esta cuestión so pena de reducir
la lengua a una simple nomenclatura (ver pág. 127).”

Saussure analiza aquí dos cosas que son diferentes pero están relacionadas: el
“valor” y la “significación”.

“Tomemos primero la significación tal como se suele representar y tal como la


hemos imaginado en la página 129. No es, como ya lo indican las flechas de la figura, más
que la contraparte de la imagen auditiva. Todo queda entre la imagen auditiva y el

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

concepto, en los límites de la palabra considerada como un dominio cerrado existente por sí
mismo.

Significado

Significante

Pero véase el aspecto paradójico de la cuestión: de un lado, el concepto se nos


aparece como la contraparte de la imagen auditiva en el interior del signo, y, de otro, el
signo mismo, es decir, la relación que une esos dos elementos es también, y de igual modo,
la contraparte de los otros signos de la lengua.”

Este capítulo presenta un problema, en él aparecen dos acepciones de la palabra


“significación”.
En primer lugar, Saussure llama significación a la relación que existe entre
significado y significante. Por otra parte insiste en la idea de que uno requiere del otro, y
de esa manera los desubstancializa. Él pone el acento en la relación que hay entre los
constituyentes, es una relación que se da dentro del signo. La significación es, entonces, la
capacidad de un significante de evocar un significado.
En este sentido se podría afirmar que esta relación es única para cada signo. No
existiría, según esta interpretación, ni homonimia ni sinonimia en la lengua (no todos están
de acuerdo en interpretar de esta manera este pasaje). En efecto, que “can” y “perro” no
son sinónimos se puede vislumbrar en sus derivados: se dice “una tos perruna” pero no
“una tos canina”, se dice “productos caninos” pero no “productos perrunos”.
De la misma manera, podríamos afirmar que en “leo un libro” y “libro un cheque”,
el significante en ambos signos coinciden casualmente en la misma materia fónica. En
realidad, cada uno es un significante distinto que se define en relación con el significado
que evoca. Por tanto, son dos significantes distintos.
Mientras la relación de significación es una relación que se da dentro del signo, la
relación de valor es una relación entre los signos. Para explicar esto último recurre al
ejemplo de una hoja de papel.

Se trata de una hoja


partida vista de atrás
y de adelante donde
los dos trozos tiene
un anverso y un
A A’
reverso: A y B, A’ y
B’ respectivamente
B B’

Supongamos que tenemos una lengua tan sencilla que dispone de sólo dos
signos. Para poder volver a armar la hoja no sólo tenemos que juntar los dos pedazos, sino
que lo tenemos que hacer con un orden.

81
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

El trozo A y el trozo B constituyen los dos signos. El lado A’ es el significante y el


lado A el significado de uno y el lado B’ el significante y el lado B el significado del otro.
Esto supone algunos conceptos fundamentales:
1. ambos lados son indisociables y no se puede concebir uno sin su relación
con el otro (oposición pero complementariedad). Así se expresa la
significación
2. el todo es más que la suma de las partes, está constituido por las partes y
las relaciones que existen entre ellas, no se pueden unir los trozos de
cualquier manera sino que existe un orden que me permite rearmar la
hoja.
3. El valor es la relación que guarda un signo con el resto de los signos de
una lengua. Entonces, el valor de A’ está dado su posición en relación
con B’ y el valor de A está dado en relación con B, es decir, el valor es
una entidad relacional.
Por lo tanto, aunque valor y significación no sean lo mismo, uno depende
del otro.
En la relación significado-significante “tú”, el significante “tú” evoca al significado
“tú”. Sin embargo, mientras que el “tú” de Montevideo se define con relación a un “vos” o
a un “usted”, el de España se define sólo en relación a un “usted”. Por lo tanto, la relación
que hay entre significado y significante no es la misma, aunque materialmente sean lo
mismo.

Mientras que la significación es una relación intrasígnica, el valor es una relación


intersígnica o intrasistémica.

“Para responder a esta cuestión, consignemos primero que, incluso fuera de la


lengua, todos los valores parecen regidos por ese principio paradógico: Los valores están
siempre construidos:
1º, por una cosa desemejante susceptible de ser trocada por otra cuyo valor está
por determinar;
2º, por cosas similares que se pueden comparar con aquella cuyo valor está por
ver.
Estos dos factores son necesarios para la existencia de un valor. Así, para
determinar lo que vale una moneda de cinco francos hay que saber: 1º, que se la puede
trocar por una cantidad determinada de una cosa diferente, por ejemplo, de pan; 2º, que se
la puede comparar con un valor similar del mismo sistema, por ejemplo, una moneda de un
franco, o con una moneda de otro sistema (un dólar, etc.). Del mismo modo una palabra
puede trocarse por algo desemejante: una idea; además, puede compararse con otra cosa de
la misma naturaleza: otra palabra. Su valor, pues, no estará fijado mientras nos limitemos a
consignar que se puede ‘trocar” por tal o cual concepto, es decir, que tiene tal o cual
significación; hace falta además compararla con los valores similares, con las otras palabras
que se le pueden oponer. Su contenido no está verdaderamente determinado más que por el
concurso de lo que existe fuera de ella. Como la palabra forma parte de un sistema, está
revestida, no sólo de una significación, sino también, y sobre todo, de un valor, lo cual es
cosa muy diferente.”

Se insiste aquí en la teoría del valor. Como ya se había hecho notar, este concepto
proviene de la economía y es aquí donde se explicita con claridad.
Los elementos que están en juego en la economía son:

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

1. dos cosas desemejantes: con 5 pesos se puede comprar un pan, es decir, por un
lado dinero y por el otro un bien. En este sentido decimos que un pan vale $5.
2. dos cosas semejantes: comparamos también bienes con bienes y ponemos en
relación dinero con dinero. Para saber si ese pan es caro o barato necesito saber
cuánto gano (dinero) y que otros bienes podría comprar con esa cantidad.

En el primer caso estaríamos frente a la significación (primer aspecto del valor), un


significante se define en relación con el significad que evoca. En el segundo caso
estaríamos frente al valor propiamente dicho, un significado se define en relación con los
otros significados de la lengua un significante en relación con los otros significantes de la
lengua.
Ahora bien, el siguiente párrafo incluye una nueva acepción de la palabra
“significación”. En este caso es entendida como “denotación”, es decir como la capacidad
que tiene un signo de señalar un elemento del mundo.
“Algunos ejemplos mostrarán que es así como efectivamente sucede. El español
carnero o el francés mouton pueden tener la misma significación que el inglés sheep, pero
no el mismo valor, y eso por varias razones, en particular porque al hablar de una porción
de comida ya cocinada y servida a la mesa, el inglés dice mutton y no sheep. La diferencia
de valor entre sheep y mouton o carnero consiste en que sheep tiene junto a sí un segundo
término, lo cual no sucede con la palabra francesa ni con la española.”

El ejemplo que Saussure pone es, por un lado, el mismo que ya habíamos visto con
pez y pescado en relación a la palabra inglesa fish, pero a la inversa.
En este caso, tenemos dos significados en inglés (mutton y sheep) y uno en español
(carnero). Hasta acá no hay ningún concepto nuevo.
Sin embargo se agrega que mouton (del francés), mutton (del inglés) y carnero (del
español pueden tener la misma significación. Si se pone atención a lo trabajado hasta
ahora, se podrá observar que, según lo explicado, NO pueden tener la misma significación
porque es propia de cada signo.
Se concluye que aquí Saussure quiere decir otra cosa con la palabra “significación”.
Se entiende, habitualmente, que lo que se quiere expresar es que, a pesar de tener valores
distintos, pueden denotar las mismas cosas.
Si admitimos esta tesis, se puede decir que los hablantes de distintas lenguas
pueden llegar a denotar los mismos elementos del mundo (pueden hablar de lo mismo)
pero con distintos valores. Se puede preguntar por la edad de una persona tanto en inglés
como en español (How old are you? y ¿Qué edad tenés? respectivamente), sin embargo la
traducción literal es imposible. En efecto, preguntar en español a un niño ¿Cuán viejo sos?
resulta totalmente inadecuado.
Sin embargo, la traducción es posible y de hecho siempre ha existido.
Si admitimos esta tesis (que por cierto no todo el mundo admite), llegamos a una
importante conclusión: las lenguas no son sistemas totalmente cerrados (solipsismos) sino
que se abren al mundo cuando es necesario denotar; pero las lenguas tampoco están signos
que no tienen relación entre sí (nomenclaturas) y que solo son etiquetas de las cosas o los
conceptos. Las lenguas son sistemas de signos capaces de denotar, de abrirse al mundo.
Saussure vuelve al concepto de valor, luego de esta digresión, si lo es, para
centrarse en el hecho de que los signos se definen unos en relación a los otros. En la lengua
todo es relativo.

83
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

“Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se
limitan recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tener miedo, no tienen valor
propio más que por su oposición; si recelar no existiera, todo su contenido iría a sus
concurrentes. Al revés, hay términos que se enriquecen por contacto con otros; por ejemplo,
el elemento nuevo introducido en décrépit (‘un viellard décrépit”, ver pág. 151) resulta de
su coexistencia con décrépi (‘un mur décrépi’). Así el valor de todo término está
determinado por lo que lo rodea; ni siquiera de la palabra que significa ‘sol’ se puede fijar
inmediatamente el valor si no se considera lo que la rodea; lenguas hay en las que es
imposible decir ‘sentarse al sol’.”

Si existe en el español “tener miedo”, “recelar” y “temer”, es porque hay algo en


“temer” que no lo podemos hallar en “tener miedo” o en “recelar”; para Saussure no hay
sinónimos en la lengua. Ahí vemos el aspecto diferencial, los elementos se definen por
oposición, unos son lo que los otros no son.
Como los signos se definen en relación con lo que los rodea, Saussure muestra que
también hay términos que se enriquecen (o definen) en contacto con otros.
El ejemplo está en francés, pero Amado Alonso, en nota a pie de página, pone un
ejemplo en español: “el elemento nuevo introducido en el uso argentino de latente (‘un
entusiasmo latente’) resulta de su coexistencia con latir (‘un corazón latiente’).” Es decir,
por contacto con latiente, latente (en potencia), adquiere también el significado de estar
vivo.
Dos ejemplos más que pone Saussure sobre el valor parecen ser clarificadores.
1) En español existen dos números para el nombre, singular y plural. En
sánscrito, existen tres, singular, dual y plural. Aunque en ambos casos
hablemos de singular, es evidente que no nos referimos a lo mismo:
mientras que en español el singular es lo que no es plural, en sánscrito el
singular es lo que no es ni plural ni dual; aunque en ambos casos
hablemos de plural, tampoco nos referimos a lo mismo: mientras que en
español el plural es lo que no es singular, en sánscrito el plural es lo que
no es ni singular ni dual. Como se ve, no son etiquetas de una
nomenclatura. El valor es puramente diferencial y opositivo.
2) En español tenemos un solo verbo, alquilar, tanto para quien posee una
casa y la da en alquiler (alquilo esta casa) como para quien no teniendo
casa paga a un extraño por vivir en una suya (alquilo esta casa). En
alemán existen dos verbos que se diferencian perfectamente: mieten y
vermieten. Aunque puedan denotar lo mismo, no tienen el mismo valor.
Si imaginamos una situación en la cual se produce un juego de palabras
en español con alquilar usado en los dos sentidos y produciendo una
confusión (humor de lenguaje, por ejemplo), esto sería intraducible al
alemán.

Por último, habrá que anotar que para Saussure, la significación (en su
primera acepción: relación significante / significado), es una relación positiva (un
significante efectivamente evoca un significado), el valor es una relación negativa
(opositiva) ya que un valor es lo que los otros no son.

CAPÍTULO V

RELACIONES SINTAGMÁTICAS Y RELACIONES ASOCIATIVAS

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

§ 1. DEFINICIONES

“Así, pues, en un estado de lengua todo se basa en relaciones; ¿y cómo


funcionan esas relaciones?
Las relaciones y las diferencias entre términos se despliegan en dos esferas
distintas, cada una generadora de cierto orden de valores; la oposición entre esos dos
órdenes nos hace comprender mejor la naturaleza de cada uno. Ellos corresponden a dos
formas de nuestra actividad mental, ambos indispensables a la vida de la lengua.
De un lado, en el discurso, las palabras contraen entre sí, en virtud de su
encadenamiento, relaciones fundadas en el carácter lineal de la lengua, que excluye la
posibilidad de pronunciar dos elementos a la vez (ver. Pág. 133). Los elementos se alinean
uno tras otro en la cadena del habla. Estas combinaciones que se apoyan en la extensión se
pueden llamar sintagmas. El sintagma se compone siempre, pues, de dos o más unidades
consecutivas (por ejemplo: re-leer, contra todos; la vida humana; Dios es bueno; si hace
buen tiempo, saldremos, etc.). Colocado en un sintagma, un término sólo adquiere su valor
porque se opone al que le precede o al que le sigue o a ambos.” (el destacado es nuestro)

Podríamos imaginarnos a un interlocutor de Saussure que le hiciera este reproche:


“Ud. ha señalado hasta ahora que todo en la lengua son relaciones, pero ¿de qué relaciones
está Ud. hablando?”. Y Saussure podría contestar: “esas relaciones son nada más que de
dos tipos, relaciones sintagmáticas y relaciones asociativas”.
Como se verá, estas relaciones no hacen otra cosa que continuar la teoría del valor.
Este capítulo se divide en tres partes: una introducción, las relaciones sintagmáticas
y las relaciones asociativas.
Comienza presentando las relaciones sintagmáticas como relaciones que se dan en
el discurso y vinculándolas con el principio de la linealidad del significante. Los problemas
teóricos que se presentan son los mismos: ¿Son relaciones que los signos contraen en el
habla o en la lengua? Este problema se va a tratar en extenso en el parágrafo 3.
Para ilustrar estas relaciones pone los siguientes: releer (palabra); contra todos
(sintagma preposicional); Dios es bueno (sintagma nominal); si hace buen tiempo,
saldremos (oración compleja). Como se ve, los ejemplos tienen cierto orden: se parte de un
ejemplo simple y se termina con uno complejo pasando por una serie intermedia.
Varias conclusiones se derivan de esta presentación.
En primer lugar, un sintagma puede ser tan simple como una palabra o tan
complejo como una oración con una subordinada dentro.
En segundo lugar, un sintagma puede estar incrustado en otro. En efecto, buen
tiempo, por ejemplo, es un sintagma que está dentro del sintagma si hace buen tiempo,
saldremos. Esto remite a una cualidad de la lengua: su recursividad, es decir, la posibilidad
de generar, en una suerte de cajas chinas, unas estructuras dentro de otras. Esta propiedad,
para otros autores como Chomsky, daría cuenta de la creatividad lingüística.
En tercer lugar, no existe la unidad palabra no es coextensiva con la unidad signo.
Una palabra puede contener más de un signo (releer), un palabra puede coincidir con un
signo (hoy) y en algunos casos dos palabras pueden en realidad representar un único signo
(ser humano). En la mayoría de los casos, una palabra es un sintagma (combinación de dos
o más signos). No nos extrañemos, entonces, que algunos autores prefieran hablar de
grupo sintagmático nominal en lugar de grupo sintáctico nominal: si consideramos que
un sustantivo es un sintagma (tiene por lo menos la combinación de un signo léxico con
uno de número), esta consideración es coherente. El núcleo es un sintagma.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

En este pasaje se vuelve a la noción de valor: un signo adquiere su valor en relación


con lo que le precede, con lo que le sigue o con ambas cosas. Esta formulación tampoco es
nueva en el curso. En el capítulo dedicado al valor ya había advertido que hay lenguas en
las que no puede decirse “sentarse al sol”, es decir, el signo manifiesta su valor en la
combinaciones sintagmáticas que la lengua permite.
Pensemos en los siguientes ejemplos:

a) es un la sostenido
b) la casa acaba de derrumbarse
c) no quiero verla
d) a este anillo le hace falta una perla

Estos cuatro ejemplos intentan mostrar que frente “la”, en español, puede estar
representando elementos bien diferentes. En los tres primeros ejemplos “la” es
efectivamente un signo, en el último, una sílaba. En el primer ejemplo es un sustantivo
(nombre de una nota musical), en el segundo un artículo y en el tercero un pronombre (en
función de objeto directo. Efectivamente manifiestan su valor en la combinación
sintagmática que realizan. Su identidad material, como ya se había mencionado en otras
oportunidades, es meramente casual e irrelevante para determinar el valor (o la identidad
sincrónica).
Por último, las relaciones sintagmáticas son relaciones im praesentia. es decir,
relaciones de signos copresentes.
Las relaciones asociativas, en cambio, se definen como relaciones in absentia.
Mientras que las relaciones sintagmáticas serán presentadas por Jakobson como el
eje de la combinación las relaciones asociativas constituirán el eje de la selección. Estas
últimas se conocen también como relaciones paradigmáticas.

“Por otra parte, fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se
asocian en la memoria, y así se forman grupos en el seno de los cuales reinan relaciones
muy diversas. Así la palabra francesa enseignement, o la española enseñanza, hará surgir
inconscientemente en el espíritu un montón de otras palabras (enseingner, renseigner, etc.,
o bien armement, changement, etc., o bien éducation, apprentisage); por un lado o por otro,
todas tienen algo en común.
Ya se ve que estas coordinaciones son de muy distinta especie que las primeras.
Ya no se basan en la extensión; su sede está en el cerebro, y forman parte de ese tesoro
interior que constituye la lengua de cada individuo. Las llamaremos relaciones asociativas.
La conexión sintagmática es in praesentia; se apoya en dos o más términos
igualmente presentes en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión asociativa une
términos in absentia en una serie mnemónica virtual.”

Saussure plantea que dichas relaciones responden a una serie mnemónica virtual.
Este planteo, cuyo punto de vista, en principio, es psicologista, tendrá luego, una
presentación más estructural. Ya habíamos visto en “el mecanismo del habla” que elegir
unos signos implica descartar otros. Es decir, los que están presentes valen en función de
los que están ausentes. El decir y no decir son hechos que se involucran
irremediablemente. No importa, como ya habíamos advertido lo dicho sino por lo que se
calla.
Saussure trata de representar icónicamente estas relaciones con el siguiente
esquema:

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ENSEÑANZA

enseña lanza

enseñemos balanza
aprendizaje templanza
etc. etc.
educación esperanza

etc. etc.

La palabra “enseñanza” es como el centro de una constelación donde aparecen


diferentes relaciones de tipo asociativo: en la primera serie la asociación se da a partir de la
raíz (“enseñ-“), en la segunda a partir del significado (léxico y/o gramatical: todos son
sustantivos), en la tercera por el sufijo (enseñar / enseñanza; templar / templanza) y en la
última por el significante (como en la rima).
Jakobson va a explicar, más adelante, que el principio que rige este eje es el de la
equivalencia. Lo que tienen en común estos elementos es lo que les permite funcionar de la
misma manera.
Por último, si bien el autor las debe presentar por separado, estas dos relaciones se
dan juntas en la lengua. Esto le permitirá a Saussure presentar a la lengua como un
mecanismo.
Como es se aprecia habitualmente en el libro, se recurre primero a un ejemplo
extralingüístico para presentar luego la explicación lingüística propiamente dicha.

“Desde este doble punto de vista una unidad lingüística es comparable a una parte
determinada de un edificio, una columna por ejemplo; la columna se halla, por un lado, en
cierta relación con el arquitrabe que sostiene; esta disposición de dos unidades igualmente
presentes en el espacio hace pensar en la relación sintagmática; por otro lado, si la columna
es de orden dórico, evoca la comparación mental con los otros órdenes (jónico, corintio,
etc.), que son elementos no presentes en el espacio: la relación es asociativa.”

TRAVESAÑO Se trata de un ejemplo arquitectónico. Un


travesaño puede tener las mismas dimensiones
que las columnas que lo sostienen, pero su valor
no lo determina su forma (el que sea columna o
COLUMNA
COLUMNA

travesaño no tiene nada que ver con la forma


material, en el piso, podrían ser tres elementos
idénticos), sino su posición. Su valor, el hecho de
que dos sean columnas y uno travesaño, está en
función de la relación que hay entre ellos. Este es
un buen ejemplo de relaciones sintagmáticas.
Pero si una de estas columnas se rompiera y alguien consiguiera un tronco del
mismo tamaño que cumpliera su función, el problema se subsanaría. Este intenta ser un
ejemplo de las relaciones asociativas. Es decir tienen una relación de equivalencia.
Enfrentados a la lengua asistimos al mismo problema.

87
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

En “deshacer” se pueden reconocer dos signos: “des-“ y “hacer”. Si reconocemos


dos signos en relación sintagmática (copresentes) es porque existen dos series asociativas
(ausentes) que permiten tal segmentación.

deshacer

descomponer hacer

destapar rehacer

etc. etc.

Es decir, se repiten con cierta regularidad, y con el mismo valor, tanto la unidad
“des-“ como la unidad “hacer”.
Otro ejemplo nos muestra que esto no es siempre posible. En “desidia”, por lo
menos en la actual sincronía, la inexistencia de la unidad “idia” me impide segmentar esta
palabra en dos unidades. Lo que permite reconocer una secuencia sintagmática en el primer
ejemplo donde “des-“ es una unidad claramente segmentable, no existe en el segundo
ejemplo por no encontrar una serie asociativa en la que la unidad “idia” se repita con cierta
regularidad.

§ 2. RELACIONES SINTAGMÁTICAS

“Nuestros ejemplos de la página 207 ya dan a entender que la noción de sintagma


no sólo se aplica a las palabras, sino también a los grupos de palabras, a las unidades
complejas de toda dimensión y de toda especie (palabras compuestas, derivadas, miembros
de oración, oraciones enteras).
No basta considerar la relación que une las diversas partes de un sintagma (por
ejemplo contra y todos en contra todos, contra y maestre en contramaestre); hace falta
también tener en cuenta la relación que enlaza la totalidad con sus partes (por ejemplo
contra todos opuesto de un lado a contra y de otro a todos, o contramaestre opuesto a
contra y a maestre).
Aquí se podría hacer una objeción. La oración es el tipo del sintagma por
excelencia. Pero la oración pertenece al habla, no a la lengua (ver pág. 57); ¿no se sigue de
aquí que el sintagma pertenece al habla? No lo creemos así. Lo propio del habla es la
libertad de combinaciones; hay, pues, que preguntarse si todos los sintagmas son
igualmente libres.” (el destacado es nuestro)

Los dos primeros párrafos quedan explicados en lo expresado en el apartado


anterior.
Conviene en este apartado centrarnos en un problema fundamental: el sintagma, ¿es
una unidad del habla o es una unidad de la lengua?
El problema se introduce a partir de dos presupuestos de la tradición gramatical y
una conclusión que podría derivarse de ellos (expresados como 1º, 2º y 3º):

1º La oración es el sintagma por excelencia.

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FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

2º La oración pertenece al habla. 10


3º ¿Esto quiere decir que todos los sintagmas pertenecen al habla?

La respuesta a esta pregunta es NO. Su propósito es tratar de demostrar que hay


sintagmas que pertenecen a la lengua

“Hay, primero, un gran número de expresiones que pertenecen a la lengua; son las
frases hechas, en las que el uso veda cambiar nada, aún cuando sea posible distinguir, por la
reflexión, diferentes partes significativas (cfr. francés à quoi bon?, allons donc!, etc.). 11 Y,
aunque en menor grado, lo mismo se puede decir de expresiones como prendre la mouche,
forcer la main à quelqu’un, rompre une lance, o también avoir mal à (la tête, etc.), à force
de (soins, etc.), que vous ensemble?, pas n’est besoin de..., etc. 12 , cuyo carácter usual
depende de las particularidades de su significación o de su sintaxis.
Estos giros no se pueden improvisar; la tradición los suministra. Se pueden
también citar las palabras que, aun prestándose perfectamente al análisis, se caracterizan
por alguna anomalía morfológica mantenida por la sola fuerza del uso (cfr. en francés
difficulté frente a facilité, etc., mourrai frente a dormirai, etc.) 13 .”

Amado Alonso presenta en español ejemplos clarísimos respecto de lo que


Saussure pretende expresar. Ejemplos como ganar de mano o romper una lanza, no
presentan una combinación sintagmática libre. El hablante no podrá elegir entre ganar de
pie o ganar de dedo o romper un cuchillo o romper una espada. Lo mismo ocurre con los
refranes. Quien dice el que fue a Sevilla perdió su silla no tiene por qué saber cuál fue el
origen de la expresión, basta con que sepa usar adecuadamente este refrán. El hecho de que
se afirme que este tipo de combinaciones no son libres sino que están dados por la
tradición implica reconocer que pertenecen a la lengua y no al habla. Si estas expresiones
nos son dadas por la tradición se nos imponen arbitrariamente, y si se nos imponen
arbitrariamente, son hechos de lengua y no manifestaciones del habla. El hablante no elige
libremente. La convención se le impone.

“Y no es esto todo: hay que atribuir a la lengua, no al habla, todos los tipos de
sintagmas construidos sobre formas regulares. En efecto, como nada hay de abstracto en la
lengua, esos tipos sólo existen cuando la lengua ha registrado un número suficientemente
grande de sus especímenes. Cuando una palabra como fr. indécorable o esp. ingraduable
surge en el habla (ver. Pág. 267 y sigs.), supone un tipo determinado, y este tipo a su vez
sólo es posible por el recuerdo de un número suficiente de palabras similares que
pertenecen a la lengua (imperdonable, intolerable, infatigable, etc.). Exactamente lo mismo
pasa con las oraciones y grupos de palabras establecidas sobre patrones regulares;
combinaciones como la tierra gira, ¿qué te ha dicho?, responden a tipos generales que a su
vez tienen su base en la lengua en forma de recuerdos concretos.”

10
Esta afirmación responde a cierta tradición gramatical que no es la tomada en el curso de LENGUA ESCRITA.
11
(Adaptación de Amado Alonso) [En español tienen esta condición frases como ¡Vamos, hombre! arg. ¡salí
de ahí! como negativa en oposición al interlocutor; ¿y a ti qué?, etc. A. A.]
12
(Adaptación de Amado Alonso) [Frases de carácter equivalente en español: ganar de mano, arg. pisar el
poncho, romper una lanza, a fuerza de (cuidados, etc.), no hay por qué (hacer tal cosa), soltar la mosca (‘dar
dinero a pesar de la resistencia o repugnancia’). A. A.]
13
(Adaptación de Amado Alonso) [En español querré frente a moriré, dificultad frente a facilidad. A. A.]

89
FERDINAND DE SAUSSURE PROF. CARLOS HIPOGROSSO

Saussure reconoce también como propios de la lengua los sintagmas tipo. En este
sentido, se encuentran considerados en su razonamiento dos posibilidades de suma
importancia:
1. los que se expresan con el ejemplo de ingraduable: este sintagma no existe en la
norma del español, pero en la medida de que existen imperdonable, intolerable
e infatigable (entre otros), existe la posibilidad de construir cualquier adjetivo
que siga el tipo in- + verbo en infinitivo + -ble, como in- + pasear + -ble, es
decir, impaseable. Los sintagmas tipo, en este sentido, son lo que
posteriormente se van a reconocer como reglas productivas: reglas que nos
permiten formar palabras de manera regular en una regla.
2. la tierra gira y ¿qué te ha dicho? responden a dos tipos de oraciones diferentes
en el español, el tipo de las oraciones aseverativas y el tipo de las oraciones
interrogativas; en este sentido, están también en la lengua las reglas que nos
permiten formar todas las oraciones aseverativas y todas las oraciones
interrogativas (entre otras), que somos capaces de emitir efectivamente en el
habla (esta es, ni más ni menos, que una proto diferencia entre lo que luego va a
ser distinguido como la oración y el enunciado).

“Pero hay que reconocer que en el dominio del sintagma no hay límite
señalado entre el hecho de la lengua, testimonio del uso colectivo, y el hecho de habla, que
depende de la libertad individual. En muchos casos es difícil clasificar una combinación de
unidades, porque un factor y otro han concurrido para producirlo y en una proporción
imposible de determinar.”

Este apartado termina con una conclusión muy interesante: frente a un sintagma
concreto, es imposible distinguir cuánto hay en él de habla y cuánto de lengua. En efecto,
cualquier oración aseverativa que un hablante enuncie va a estar permitida por las reglas
que ya están previstas en la lengua. Por otro lado, cada vez que un hablante use, por
ejemplo, un refrán (el que fue a Sevilla perdió su silla), sintagma impuesto por la lengua,
lo va a enunciar en una situación histórica inédita y con un sentido específico para el
interés que le ocupe (hecho de habla, por cierto).

§ 3. RELACIONES ASOCIATIVAS

“Mientras que un sintagma evoca enseguida la idea de un orden de sucesión y de


un número determinado de elementos, los términos de una familia asociativa no se
presentan ni en número definido ni en un orden determinado. Si asociamos deseoso, calur-
oso, temer-oso, etc., nos sería imposible decir de antemano cuál será el número de palabras
sugeridas por la memoria ni en qué orden aparecerán. Un término dado es como el centro
de una constelación, el punto donde convergen otros términos coordinados cuya suma es
indefinida.”

Podemos considerar que lo fundamental de las relaciones asociativas ya ha sido


planteado en el primer apartado. Detengámonos simplemente en lo nuevo que introduce
este párrafo citado supra. Mientras el sintagma supone un orden (no es lo mismo caballo
blanco que blanco caballo) y un número determinado de términos, las relaciones
asociativas no presentan ni un orden dado ni un número definido. En efecto, como cada
signo es el centro de una constelación y las asociaciones son de distinto orden, estas
pueden ser innumerables. El orden no está dado en la lengua. Si a veces se presentan con

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un orden (yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos) es con un fin mnemotécnico. Pero ni en el
conocimiento del hablante, ni en la lengua, tienen un orden fijo.

“Sin embargo, de estos dos caracteres de la serie asociativa, orden indeterminado


y número indefinido, sólo el primero se cumple siempre; el segundo puede faltar. Es lo que
ocurre en un tipo característico de este género de agrupaciones, los paradigmas de la flexión
(...)”

Una última precisión es relevante: la falta de orden se cumple siempre; sin


embargo, no siempre hay un número indeterminado de elementos.
Esta consideración es la que le permitirá a la lingüística posterior hacer la distinción
entre paradigmas cerrados y paradigmas abiertos. Los primeros no permiten a los
hablantes la creatividad lingüística, los segundos sí. Son ejemplos de paradigmas cerrados
los artículos, las conjunciones, los pronombres. Los hablantes no inventamos ni artículos ni
conjunciones ni pronombres, estos ya están dados por la lengua. Son ejemplos de
paradigmas abiertos, los sustantivos, los adjetivos y los verbos. Efectivamente, los
hablantes crean constantemente sustantivos, adjetivos y verbos.

CAPÍTULO V

MECANISMO DE LA LENGUA

En este capítulo el objetivo es mostrar cómo las relaciones asociativas y


sintagmáticas funcionan juntas.
De este capítulo se van a destacar solo algunas cosas.
En primer lugar debemos reparar en la palabra “mecanismo”. Con ella Saussure
parece querer mostrar que la lengua no es una entidad estática, las relaciones que presenta
suponen en ella una suerte de dinamismo
En segundo lugar, quisiéramos reparar en lo que él llama “solidaridades
sintagmáticas:

“Lo primero que nos sorprende en esta organización son las solidaridades
sintagmáticas: casi todas las unidades de la lengua dependen, sea de lo que las rodea en la
cadena hablada, sea de las partes sucesivas de que ellas mismas se componen.
La formación de palabras basta para probarlo. Una unidad como deseoso se
descompone en dos subunidades (dese-oso), pero no como dos partes independientes
juntadas una con otra (dese + oso). Es un producto, una combinación de dos elementos
solidarios, que sólo tiene valor por su acción recíproca en una unidad superior (dese [signo
de multiplicar] oso). El sufijo, tomado aisladamente, es inexistente; lo que le da un puesto
en la lengua es una serie de términos usuales tales como calur-oso, mentir-oso, verd-oso,
etc. A su vez el radical no es autónomo; sólo existe por combinación con el sufijo; en el fr.
roul-is el elemento no es nada sin el sufijo que le sigue. La totalidad vale por sus partes, las
partes valen también en virtud de su lugar en la totalidad, y por eso la relación sintagmática
de la parte y del todo es tan importante como la de las partes entre sí.”

El ejemplo propuesto por el autor parece insistir en dos cosas:

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1. los signos, en una combinación sintagmática, valen por la solidaridad


que contraen: así, deshacer es lo contrario de hacer y descomponer lo
contrario de componer, pero destrozar no es lo contrario de trozar (cf.
destrozar un pollo y trozar un pollo)
2. el resultado final de una combinación nunca es una mera suma, por eso
Saussure lo expresa como un producto. Es una consecuencia de su
concepción estructural: el todo es mucho más que la suma de las partes.
Si el significante es lineal, el significado no lo es. Si el significado final
de un sintagma fuese la mera suma de los significados parciales, no
existiría la ambigüedad en la interpretación y esto es imposible en las
lenguas naturales.

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