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Humo de aprendiz As recuerdo cundo fue que por vez primera la sostuve en un atardecer rojo de cobre de fras sombras

largas. Sin cargarla sent el aroma de los pies sagrados de un rbol mayor, perfume del valle de nio, mirada intuitiva del mago. A su regreso de tierras remotas, el anciano hechicero traa a los prados de amapolas y orqudeas la fuerte hierba de Turikais. Sentado en su carreta con mirada de crepsculo, sonrea a la bella dama (la beladona) y me enseaba a leer las piedras, que con mezcla de maderas y marcas de un Dios colgado el oficio me ense (o despert). Con el mortero, la vara y el sombrero, para la compaa de brebajes y conjuros, en una pequea bolsa de cuero, la primera pipa se me entreg. De largo tiraje y pequeo cilindro, adosada de marcas en la oscura madera,

las siluetas del humo soplado me revelaban historias secretas. En un cofre de Fresno se una la miel fermentada y el dulce licor, haciendo del tabaco norteo una amigable comprensin de gustos, con el sabor de un fuelle avellano, pico de Roble al paladar, lumbre de fragua encendida y una lengua sabia al hablar. La noche cubra al pueblo de los bohemios en una aldea de calles de piedras, celosas talladas en nogal y aberturas de cedro, techos oscuros de tejo curado, rodeando el rbol sagrado de los druidas, iluminado por un fuego de estacin sepia, los aromas de leos encendidos se tejan con el humo de nuestras pipas. Naca el despertar mgico de nuestros jvenes espritus nimoogeanos, la estirpe runemal del arboreomante en el valle de los Tolmos. Hoy cargo con siete en mi alforja de hierbas. Una, para cada visin encantada. Aunque siempre estar en la brisa del norte aquella con la que exhal el humo del mago.

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