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Los jóvenes en México
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Los jóvenes en México

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En este libro se busca resituar el análisis para hacerse cargo de la complejidad de las transformaciones de la sociedad mexicana a través de sus jóvenes. En el esfuerzo por asumir las diversidades en los modos diferenciales y desiguales en que se expresa la condición juvenil hoy, se logra inscribir la importancia crucial para el México contemporáneo de pensar —y entender— a sus jóvenes.
LanguageEspañol
Release dateJun 23, 2017
ISBN9786071650818
Los jóvenes en México

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    Los jóvenes en México - Rossana Reguillo

    Biblioteca Mexicana

    DIRECTOR: ENRIQUE FLORESCANO

    SERIE HISTORIA Y ANTROPOLOGÍA

    Los jóvenes en México

    LOS JÓVENES

    EN MÉXICO

    ROSSANA REGUILLO

    (coordinadora)

    SECRETARÍA DE CULTURA

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    CENTRO DE INVESTIGACIÓN

    Y DOCENCIA ECONÓMICAS

    Primera edición, 2010

       Primera reimpresión, 2013

    Primera edición electrónica, 2017

    D. R. © 2010, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

    Dirección General de Publicaciones

    Paseo de la Reforma, 175; 06500 México, D. F.

    D. R. © 2010, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-5081-8 (ePub FCE)

    ISBN 978-607-74-5632-2 (ePub SC)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Índice

    Presentación.

    Rossana Reguillo

    Género, clase y etnia. Los modos de ser joven.

    Maritza Urteaga Castro-Pozo

    Las transformaciones en las edades sociales.

    Escuela y mercados de trabajo.

    José Antonio Pérez Islas

    Desafíos de una relación en crisis.

    Educación y jóvenes mexicanos.

    María Herlinda Suárez Zozaya

    Los últimos guardianes. Jóvenes rurales e indígenas.

    Lourdes C. Pacheco Ladrón de Guevara

    Tecnologías y subjetividades juveniles.

    Gabriel Medina

    Expresiones juveniles en el México contemporáneo.

    Una historia de las disidencias culturales juveniles.

    Rogelio Marcial

    Performatividad. Cuerpos juveniles y violencias sociales.

    Alfredo Nateras Domínguez

    Afectividad y sexualidad entre los jóvenes. Tres escenarios

    para la experiencia íntima en el siglo XX.

    María Martha Collignon Goribar y Zeyda

    Rodríguez Morales

    Juventudes demediadas. Desigualdad, violencia

    y criminalización de Los jóvenes en México.

    José Manuel Valenzuela

    Violencias y jóvenes. Enclaves de la masculinidad.

    Juan Carlos Ramírez Rodríguez

    La condición juvenil en el México contemporáneo.

    Biografías, incertidumbres y lugares.

    Rossana Reguillo

    Epílogo. La sociedad mexicana vista desde los jóvenes.

    Néstor García Canclini

    Anexo. Jóvenes en cifras. Mirada entre siglos.

    Mónica Valdez

    Notas sobre los autores

    Presentación

    ROSSANA REGUILLO

    Si bien puede decirse que la comprensión y el debate en torno a los jóvenes en el país habían venido centrándose en la dimensión estudiantil y que, en buena medida, los jóvenes varones y urbanos se convirtieron en los depositarios de los significados de ser joven, no es menos cierto que la diversidad y complejidad del actor juvenil han diversificado las cartografías que han sido construidas en torno a los jóvenes mexicanos en los últimos años.

    Es importante señalar que el hecho de que los estudiantes, los jóvenes varones y los jóvenes urbanos coparan los espacios de atención y análisis en la investigación, en el campo de lo que ha sido denominado juvenología mexicana, no es casual, ni fruto de perversas desviaciones de los investigadores del asunto juvenil, sino el resultado de complejos procesos sociohistóricos que catapultaron a la escena pública a los jóvenes como actores sociales emergentes. Es decir, los jóvenes se volvieron visibles no mediante un acto de prestidigitación académica, sino a partir de sus protagonismos en el espacio público.

    Mediante un análisis cuidadoso de la literatura especializada en la juventud, es posible reconocer tres momentos fundacionales en la emergencia del actor juvenil en el país, en la segunda mitad del siglo XX:

    a)

    La emergencia de un actor político juvenil, a través de la categoría estudiantil, que parte del movimiento del 68.

    b)

    La emergencia del joven popular urbano, a través principalmente de las bandas juveniles, espejo invertido del llamado milagro mexicano, y su molesta intromisión en la declaración de nuestra modernidad capitalista, hacia principios de los años ochenta,

    c)

    La emergencia de las culturas juveniles que, a través de modos diferenciados de autorreconocimiento y heterorreconocimiento, dieron cuenta de la globalización de las identidades, la cual ponía en evidencia que el mundo ya no se agotaba en las adscripciones o fidelidades locales; este momento arranca a finales de la década de los años ochenta, pero es en los noventa cuando alcanza su punto más alto, tanto en el plano de la discusión académica como en el ámbito del discurso mediático.

    Me parece que este pequeño mapa, por supuesto discutible, da cuenta no sólo de la literatura especializada, sino, de manera especial, de las expresiones juveniles que accedieron al espacio público mexicano en la segunda mitad del siglo XX. Además posibilita revisar —hacia atrás— las lógicas, afanes y preguntas que organizaron el campo académico-crítico en torno a la constitución de los jóvenes como actores sociales y al conjunto heterogéneo de sus prácticas y manifestaciones.

    La revisión de la producción bibliográfica especializada, realizada con los lentes del presente, da cuenta de cómo fueron articulándose los intereses. Primero, por el actor político y, después, por el actor cultural, que aparecía vinculado sobre todo con movimientos musicales como el rock y ciertas corrientes sociales como el jipismo y la onda, y más adelante, con la conformación de identidades diferenciadas y diferenciables. Si, como sostengo, los jóvenes, en tanto categoría sociocultural, como hoy la entendemos, son un producto de la posguerra, podría avanzarse la respuesta de que la dimensión cultural fue central en la constitución de nuestra comprensión de los jóvenes; pero fueron los acontecimientos políticos (el desgaste del sistema, la crítica al autoritarismo y la respuesta represiva a las manifestaciones juveniles, entre otros factores) los que organizaron y, en buena medida, orientaron la lógica comprensiva en torno a la categoría jóvenes.

    Sin agotar las interpretaciones posibles, los estudiantes, los jóvenes varones y los jóvenes urbanos, en sus distintos modos de configuración, monopolizaban la visibilidad de los actores juveniles porque sus prácticas o sus actuaciones en el espacio público se constituían en elementos clave de la redefinición del país. En otras palabras, los estudiantes, por su inserción o acceso a un tipo de capital priorizado por las políticas de desarrollo; los varones, por su indudable presencia y, en muchos casos, hegemonía en la esfera pública,¹ y las culturas urbanas (como las de los punks, skatos, góticos), por su capacidad o agencia performativa.²

    Pero más allá de un balance temático en torno a los distintos momentos de la visibilidad de los jóvenes en los ámbitos de las ciencias sociales y el espacio público, este reporte posibilita revisitar, con un nuevo sentido, dos dimensiones clave: de un lado, la importancia central de los modos (diferenciales y desiguales) de inserción, constitución y participación de los jóvenes, y de otro, su relevancia como actores en la configuración de la sociedad mexicana.

    Así, el libro que el lector tiene en sus manos representa un esfuerzo por crear una agenda de preguntas, problemas y procesos que redefina la situación juvenil y que, anclada en una recuperación crítica de lo que ha sido el campo de estudios de la juventud en el país, ofrezca un mapa, a la manera de un compendio, de los itinerarios que hoy orientan la mirada en torno a la constitución del sujeto juvenil en sus complejas, dinámicas, contradictorias y multidimensionales trayectorias y relaciones con la sociedad.

    Erosionados los principios de inserción y participación privilegiados por la modernidad, como el trabajo o la escuela, en contextos de fragilidad democrática y exacerbamiento de la violencia, y frente al creciente descreimiento y desconfianza en la política como espacio para la negociación y el pacto, puede afirmarse que emerge un cuarto momento tanto en lo que hace a la situación en la que ellas y ellos deben armar sus biografías, como en la comprensión en torno a los jóvenes: la mirada que intenta develar simultáneamente la heterogeneidad cultural y la desigualdad estructural que delinean la condición juvenil en el México contemporáneo.

    Más que ofrecer respuestas acabadas o intentar una visión monolítica, las autoras y los autores de este libro encaran desde diferentes perspectivas y encuadres la pregunta en torno a la situación de los jóvenes en el país. Once capítulos y un anexo estadístico a cargo de investigadores de larga trayectoria y reconocido prestigio en el campo de estudios de la juventud, y un epílogo a cargo de Néstor García Canclini, quien se ha convertido en un interlocutor fundamental en la reorganización del campo, constituyen el corpus de este volumen de la Biblioteca Mexicana. Tres son los grandes ejes que organizan su arquitectura: la discusión, el debate en torno a los procesos y modos de inserción-inclusión y la crítica a los modos de concebir la incorporación; un acercamiento sociohistórico a los escenarios diferenciados en que se intersecan hoy viejas y nuevas prácticas, donde la cultura, la tecnología y la subjetividad se enfrentan a nuevos límites y a nuevas posibilidades; y una aproximación a los paisajes de la violencia, cuyos impactos y poder de reconfiguración social apenas estamos atisbando.

    Quizás el sentido que anima este esfuerzo colectivo es el de producir una visibilidad distinta en torno al asunto juvenil en el país, una inteligibilidad que nos coloque en mejores condiciones para desafiar la razón dicotómica: se es esto o se es aquello, se está incluido o se está excluido, y que nos permita asumir, como señala García Canclini en su epílogo, que en las contradicciones y fracasos de las nuevas generaciones se perfila nuestro inquietante futuro.

    Sin abandonar las preguntas, los hallazgos, los saberes acumulados a lo largo ya de casi cuatro décadas de investigaciones en torno a los jóvenes mexicanos, este libro quiere resituar el análisis para hacerse cargo de la complejidad y el hondo espesor de las transformaciones de la sociedad mexicana a través de sus jóvenes.

    Honrando a los protagonistas de este libro, que son los/las jóvenes, aprendiendo de sus tácticas y estrategias, este libro admite múltiples modos de lectura: una lineal, de principio a fin, que arranca con un importante ajuste de cuentas en que se revisan las categorías y conceptos que marcan nuestra comprensión, y concluye con el análisis de los jóvenes en cifras, como instrumento para medir el tamaño de las desigualdades; una lectura inversa, que va del epílogo a esta presentación; una lectura benjaminiana,³ que no admite orden secuencial y procede según la sintaxis trazada por el lector; u otra, de índole temática. Cualquier forma es posible, si en el esfuerzo por asumir las diversidades en los modos diferenciales y desiguales en que se expresa la condición juvenil hoy, se logra inscribir la importancia crucial para el México contemporáneo de pensar —y entender— a sus jóvenes.

    Guadalajara, enero de 2009.

    Género, clase y etnia.

    Los modos de ser joven

    MARITZA URTEAGA CASTRO-POZO

    Desde hace más de treinta años el país y el globo vienen atravesando grandes cambios en las dimensiones económica, tecnológica, social, demográfica y cultural, las cuales están modificando sustantivamente la vida diaria de las personas y, en especial, la de los/las jóvenes. Se trata de transformaciones drásticas en las condiciones sociales y culturales que hicieron posible la emergencia/existencia de la juventud en la sociedad moderna mexicana y exigen la construcción de nuevos marcos de interpretación de la complejidad juvenil actual. Éste es un texto exploratorio que aborda estas tres variables constructoras de juventud como eje de problematización teórica de las maneras de ser joven en el México contemporáneo.

    Si bien gran parte del análisis social nos tiene acostumbrados a tratar estas variables como si fueran fronteras sociales aisladas o procesos sociales autónomos que se explican por sí mismos —y, por tanto, al objeto/actor que se investiga—, o a usarlas como grandes escenarios que condicionan las prácticas de los actores sociales, a la luz del replanteamiento sobre el actor juvenil desde las posiciones constructivistas y estructuracionistas, considero que estas formas de tratar las relaciones de la juventud contemporánea, de acuerdo con la clase, la etnia y el género, no nos ayudan a iluminar cómo los actores juveniles están estructurando y reconfigurando, a través de sus prácticas sociales y culturales y representaciones sobre las mismas, nuevas realidades y significados de clase, de género y de etnia, y cómo éstas, reconfiguradas, estructuran la condición juvenil contemporánea. Es decir, la pregunta eje de este texto gira en torno a cómo y desde qué dimensiones de la vida social los jóvenes están participando (acelerando, retrasando, negociando sus posiciones) en los cambios y transformaciones que vienen acaeciendo en el último cuarto de siglo en la sociedad mexicana y global, y particularmente en las formas de vivir y representar la clase, lo étnico y el género.

    Las categorías juventud, clase, etnia y género no son neutras, pues conforman tipos específicos de desigualdades, producto de relaciones sociales y de poder históricamente constituidas en cada país y región, y son usadas como herramientas para regular y normar asimétricamente las relaciones entre jóvenes y adultos, ricos y pobres; entre quienes poseen capital y poder y quienes no lo poseen; entre mestizos, blancos e indígenas, entre hombres y mujeres. Son construcciones socioculturales que han convertido las diferencias de edad o las biológicas del sexo en jerarquías de poder, de estatus y de ingresos a través de complejos sistemas de diferenciación y distinción culturales, que justifican constantemente la posición subordinada y dependiente de las mujeres, los jóvenes, los pobres, las clases medias y populares, y los indígenas. Cada categoría tiene su propia historia, en la que han intervenido múltiples procesos que tienen que ver con las relaciones de poder en distintos planos, y el poder es algo relativo a muchos recursos y capacidades. Cada una de ellas tiene diferentes ámbitos o niveles de análisis: un aspecto microsocial (vinculado con enfoques que subrayan las capacidades individuales), un aspecto relacional o interaccional (vinculado con la producción de estas desigualdades en diversos campos de la interacción social) y un aspecto estructural (más holístico, ubicado en las estructuras de posiciones y mecanismos más amplios de distribución de los beneficios y las cargas). Un análisis de estas categorías debería tomar en cuenta la interconexión o imbricación entre estos diferentes tipos de desigualdad en sus diferentes niveles o ámbitos; sin embargo, y hasta el momento, la literatura al respecto sólo identifica los dos primeros ámbitos en las prácticas, representaciones e imaginarios juveniles, aunque en los debates en torno a los derechos de ciudadanía juvenil se estén considerando, al menos, algunas aristas del tercer ámbito o nivel: el estructural.

    Parafraseando a R. Rosaldo, y de manera exploratoria, este texto propone tratar las relaciones entre juventud, clase, etnia y género en la sociedad contemporánea mexicana como líneas que se intersecan en zonas contemporáneas transfronterizas con múltiples líneas: urbana, rural, regional, global, de preferencia sexual, migracional, generacional, de nacionalidad, política, de vestido, de gustos musicales, etcétera, que complejizan aún más el análisis de lo juvenil contemporáneo. Más que variables separadas y determinantes, en última instancia, clase, etnia y género pueden ser vistos como líneas que se entrecruzan, en determinados contextos históricos particulares, a nivel global, regional y local, produciendo, vía el agente juvenil, determinadas zonas fronterizas que no son transicionales, en el sentido de ser exclusivamente construidas o estructuradas por las instituciones socializadoras, sino sitios de producción creativa, porosos por la heterogeneidad, movilidad o novedad de los actores —culturas parentales, medios y nuevas tecnologías, sistema escolar, sistema laboral, etcétera, así como las culturas generacionales— que participan en ellos saturándolas de desigualdad, poder y dominación (Rosaldo, 1991). Se pueden abordar estas zonas de inconsistencia/diferenciación interna como contextos geertzianos al interior de los cuales la experiencia juvenil y generacional de tener negado el acceso y participación a las instituciones sociales centrales puede ser densamente descrita explorando de manera procesual y cualitativa las vidas de los jóvenes como experiencias de participación en la transición del ciclo de vida, más que como zonas de exclusión.

    El texto está dividido en cuatro partes: en la primera propongo un replanteamiento de la definición de juventud construido en la modernidad a partir de la teoría de la estructuración y de la agencia del actor. En la segunda expongo sumariamente algunas definiciones clásicas en torno a las clases sociales, para luego tratar las maneras en que los estudios mexicanos sobre la juventud han abordado la relación entre clase y jóvenes, y desarrollo una forma de abordamiento de las distinciones y diferenciaciones internas en los mundos juveniles. En la tercera desarrollo una propuesta para el estudio de lo juvenil indígena migrante en la ciudad, y en la cuarta expongo algunos avances teóricos en torno al género, el sexo, la sexualidad y los cuerpos, para luego preguntar cómo un análisis que imbrique juventud y género puede potenciar el conocimiento de ciertos segmentos juveniles contemporáneos, emplazados aún en los márgenes de la investigación sobre la juventud.

    JÓVENES Y AGENCIA CULTURAL

    El nuevo paradigma sobre la juventud se propone como un espacio teórico o interpretativo que ayuda a comprender la construcción de la juventud como una institución social que existe más allá de la actividad de cualquier joven en particular. Esto significa que el concepto de juventud es una formación discursiva al interior de la cual diferentes tipos de jóvenes, y el concepto mismo de juventud, son construidos en cada cultura en diferentes momentos históricos. Esta perspectiva se instala en las prácticas sociodiscursivas de los jóvenes, en la dimensión cotidiana de sus vidas y en su recuperación a través de narrativas y retóricas. Algunas características de este paradigma emergente son:

    1)

    Es importante concebir la juventud como construcción social de una fase particular en el ciclo de vida que cambia de forma y de contenido a través del tiempo y del espacio. La biología de los cuerpos juveniles en maduración no es la determinante principal e invariable de su identidad categorial, sino que está sujeta a diferentes marcos de interpretación entre y dentro de las culturas y de diferentes épocas históricas (James, 1995, p. 45). Desde esta perspectiva, la categoría juventud se construye a través de los juegos de reglas que prescriben y proscriben las acciones sociales de los miembros de esta categoría. Son estas acciones las que configuran un conjunto de conocimientos sobre el ser. Me gustaría recalcar la importancia que tiene asumir la concepción sociocultural de juventud como construcción relacional entre los actores juveniles y los agentes de sus entornos sociales inmediatos (adultos, ancianos, jóvenes y niños) y los de sus entornos más lejanos, pero presentes.

    2)

    La juventud es una variable del análisis social y no puede ser separada de otras variables, como género, clase, etnia, región, entre otras.

    3)

    La juventud, las relaciones sociales y las culturas de los jóvenes merecen ser estudiadas en sus propios términos. Esto sólo remarca la necesidad de situarse en las prácticas y las visiones que los actores —en interacción social con los adultos, los jóvenes y los niños — construyen sobre sí mismos y su entorno; esto es, sin perder de vista los aspectos más relevantes y particulares de sus vidas, aquellos que ellos mismos ponen por delante.

    Esta perspectiva, en suma, subraya el rol participativo que tienen los jóvenes en el diseño de su experiencia cotidiana y en los resultados de su estatus como categoría. Rechazando la pasividad de los roles y modelos funcionalistas, los relatos contemporáneos sobre el hacerse ser social (o alcanzar la completud social, que el paradigma anterior atribuía sólo a los adultos) enfatizan el compromiso activo de los jóvenes en la construcción y determinación de sus propias vidas, de las vidas de quienes los rodean y de las sociedades en las que viven (idem). La propuesta apunta a dar estatuto y respetabilidad epistemológica a la juventud y a admitir que los jóvenes son creadores y poseedores de culturas de la juventud, y otorga prioridad a las prácticas y formas expresivas y simbólicas a través de las cuales la sociedad es experimentada por la gente joven, revelando su posicionamiento categorial en fases particulares del curso de la vida.

    Un trabajo temprano de Eisenstadt sobre las generaciones (1956) subraya la relegación estructural de la juventud a los márgenes de la sociedad y señala las rutas estructuradas de la transición del periodo de la juventud a la adultez. Para Eisenstadt, la cultura juvenil representa básicamente un antídoto para la experiencia problemática de la marginación, al suavizar o amortiguar la transición de la infancia a la adultez. A pesar de que su teoría de las generaciones fue formulada dentro del marco funcionalista y de que actualmente se le percibe como problemática, James (1995) propone utilizar sus ideas sobre la marginación social y la cultura generacional como lentes teóricos para comprender el proceso de socialización, enmarcándolas en el trabajo antropológico sobre los ritos de paso y liminalidad de Victor Turner. Ambas permitirían enfocar e iluminar las culturas de la niñez y la juventud no como subculturas aparentemente fijas en su oposición al mundo adulto o como malos remedos del mismo, sino como contextos geertzianos al interior de los cuales la experiencia generacional de tener negados el acceso y la participación a las instituciones sociales centrales puede ser densamente descrita. Además, permiten explorar de manera procesual y cualitativa las vidas de los niños y los jóvenes como experiencias de participación en la transición, más que como zonas de exclusión, en el ciclo de vida. Por último, el estudio de la juventud en sus propios términos corregiría el error académico de pensar que todo lo que hacen los jóvenes es por referencia al mundo adulto, y rescatar la creatividad propia que se genera en estos nichos categoriales productores de prácticas y discursos que deben ser comprendidos desde los lugares de sus prácticas y desde sus perspectivas (Caputo, 1995; Marín y Muñoz, 2002).

    JÓVENES Y CLASE SOCIAL

    Uno de los estructuradores más importantes de lo juvenil, y particularmente de su heterogeneidad, ha sido atribuido a la clase social. A diferencia del género y la etnia, estructuradores emplazados teóricamente en la dimensión cultural y simbólica de la vida social, el concepto de clase social fue emplazado, desde los clásicos, en la dimensión económica, esfera a la que teóricamente Karl Marx asignaría un papel determinante en la estructuración de la matriz básica de desigualdad en la sociedad capitalista. Precisamente el más articulado e influyente concepto de clase en la historia del pensamiento social es el de Marx, aunque el trabajo de Max Weber será clave en el discurrir de la categoría. Ambos autores definen las clases en la dimensión económica de la vida social y enmarcan su emergencia en las relaciones sociales y de poder de la sociedad capitalista de libre concurrencia y expansión, aunque sus visiones difieran en torno a los determinantes económicos cruciales. Para Marx, el fundamento de las clases es la relación con los medios de producción. Los poseedores de los medios de producción controlan fundamentalmente el acceso a los recursos, al empleo y a la distribución y apropiación del excedente socialmente producido. Los intereses de quien queda excluido de esta propiedad son necesariamente opuestos a los de los primeros. De la propiedad privada de los medios de producción vigente en la sociedad capitalista se originan dos clases en permanente conflicto: los propietarios del capital, o burgueses, y los propietarios de la fuerza de trabajo, u obreros asalariados. La relación asimétrica entre ambos constituye la matriz básica de las desigualdades en este tipo de sociedades.

    Si bien Marx observó en la sociedad de su tiempo una estructura de clases bastante más compleja, sugirió que los pequeños propietarios o los campesinos eran reminiscencias de una economía precapitalista que desaparecería con el desarrollo capitalista. Sin embargo, un aspecto del concepto que se renueva y que remueve con cierta constancia el pensamiento y el activismo social y político de nuestras sociedades es su consideración (o la creencia) de que las clases eran más que una forma de describir (representar) la posición económica de grupos diferenciados; para él, eran colectividades tangibles y fuerzas sociales reales con la capacidad de transformar la sociedad.

    Para Weber el fundamento de las clases sociales sigue siendo la posición en el sistema económico, el cual determina las posibilidades de vida de cada uno. Sin embargo, reduce de manera sustancial la importancia de la propiedad, acentúa los elementos del prestigio y el estatus y junto a las clases propietarias introduce las clases adquisitivas —empresarios, profesionistas, banqueros, comerciantes—, el fundamento de las cuales es la capacidad de ofrecer los servicios necesarios para el desarrollo del sistema capitalista. Se llega de esta manera a una multiplicación de las clases y de los criterios de demarcación y de identificación que favorecen el gradual desplazamiento hacia una acepción ordinal de las clases sociales.

    El concepto ha sido desarrollado en dos vertientes o posiciones teóricas, ambas muy apegadas a sus mentores. Una tiene como eje la reflexión sobre las clases sociales y se desarrolla dentro del pensamiento crítico político y sociológico europeo, en lo que se ha denominado teorías del conflicto; la otra, la vertiente más weberiana, hace de la noción de estratificación social su eje reflexivo y ha sido fundamentalmente desarrollada por las teorías funcionalistas de la sociología estadunidense. Ambas se han construido como sólidas posturas teóricas, pero constantemente encontramos autores que han rebasado los límites de las posturas para realizar aportes fundamentales en estos conceptos.¹

    En los estudios sobre la juventud ha sido muy complejo operacionalizar un concepto definido en términos de la relación de los sujetos con los medios de producción, particularmente porque, en su definición moderna, la juventud se caracteriza por su no integración o integración parcial en las estructuras productivas y reproductivas de la sociedad. Fondeadas/emplazadas en otro ámbito, el de su preparación para el logro del estatus adulto, las transiciones juveniles toman como referencia terminar la escuela, dejar el hogar paterno, casarse, tener hijos y obtener un empleo. Por otro lado, la centralidad del análisis de clase en los textos más ortodoxos de la corriente marxista ayudó a retardar la atención académica sobre determinados segmentos de la población, como las mujeres y los jóvenes, que terminaban subsumidos en su origen de clase (Pérez Islas, 2008). Este término fue otra manera de dar cuenta de las distancias sociales entre los grupos juveniles.

    Una de las primeras propuestas teóricas que profundizaron en las relaciones entre juventud y clase social fue la Escuela de Birmingham, en la Inglaterra de los años sesenta, muy relacionada con el nacimiento de algunos estilos juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra, en pleno periodo de opulencia económica, que se tradujo en el crecimiento de la escolaridad y de la capacidad económica de los jóvenes (consumo y modas), la consolidación del Estado de bienestar, welfare state, el surgimiento de la sociedad de consumo, el apogeo de la música rock, el fin del Imperio británico y la llegada a la metrópoli de grandes contingentes de migrantes provenientes de las antiguas colonias, que llevaron consigo nuevas pautas estéticas y culturales y se agruparon en barrios pluriétnicos. En este momento surge una variedad de estilos juveniles espectaculares, como los teddy boys, rockers, mods, skinheads, punks y otros. La propuesta de estudio de lo juvenil en esta escuela tiene como blanco de su crítica las tesis tan en boga en aquellos años sobre la cultura juvenil como conglomerado homogéneo e interclasista, analizada exclusivamente en términos de conflicto generacional (Feixa, 1998). El estructural-funcionalismo, lugar donde se origina esta propuesta, llega a considerar la emergencia de la juventud como una nueva clase. La escolarización generalizada, el consumo y las modas eran interpretados por los funcionalistas como elementos unificadores de un grupo social que, por definición, no podía analizarse por su ubicación dentro del proceso productivo. Entre los aportes más importantes del grupo de Birmingham están el reubicar las culturas juveniles, la experiencia generacional y su relativa autonomía en el interior de las formaciones de clase y de contextos socioculturales más amplios. La introducción al libro clave de esta escuela, Resistance Through Rituals (Hall y Jefferson (eds.), 1998 [1975]), desarrolla, entre otros temas, la discusión teórica entre cultura y clases sociales, cultura juvenil y subculturas juveniles; un modelo de análisis de las subculturas a partir de una triple articulación: con las culturas parentales (los medios ecológicos, las redes sociales y los valores que los jóvenes comparten con los adultos de su clase); con la cultura dominante (las instituciones educativas y de control social hegemónicas en la sociedad), y con los grupos de pares (los ámbitos de sociabilidad y valores generados entre los propios jóvenes) (Feixa, 1998); y la interpretación de los estilos juveniles como intentos simbólicos elaborados por los jóvenes de las clases subalternas para solucionar las contradicciones no resueltas en la cultura parental. Si bien las propuestas de esta escuela llegaron muy tardíamente a México, me interesa rescatar algunos de estos últimos planteamientos, que incorporo luego en la propuesta que expongo sobre las maneras en que los jóvenes están participando en la estructuración de las clases sociales contemporáneas.

    En México, una primera discusión sobre juventud y clase social tuvo lugar en el curso del debate en torno a las bandas juveniles en el espacio urbano de los años ochenta, cuando se inicia la construcción teórica de lo juvenil. A diferencia de los estilos emergidos en la Gran Bretaña del welfare state de los años sesenta, las bandas juveniles emergen como consecuencia de la crisis del Estado de bienestar mexicano (mediados de los años setenta en adelante), ya sin capacidad para la absorción de los numerosos contingentes de jóvenes a la educación, el empleo, el consumo, etcétera, e inicia el proceso de expulsión de los jóvenes de los sectores medios y populares de las instituciones que tradicionalmente se encargaban de su socialización. Esta situación marca un cambio en la condición de juventud de los sectores obrero-populares. Antes de la crisis, aquéllos parecían quemar sus etapas de felicidad para asumir la responsabilidad del trabajo, adultecían tempranamente. La crisis los fuerza a prolongar su juventud al no poder acceder a la esfera del trabajo y tampoco a la escolar, sino sólo circunstancialmente. El marco de la crisis contradice abiertamente el estereotipo construido por la sociedad mexicana sobre ser joven, históricamente definido a partir de las actitudes y comportamientos de los sectores medios estudiantiles. Sin embargo, la prolongación de la juventud entre los jóvenes proletarios y, más ampliamente, entre la población relativa y/o marginal, coloca a estos sectores, por primera vez, entre aquellos que definen el concepto de joven.

    El debate sobre las razones de la emergencia de las bandas juveniles —fracaso del modelo de desarrollo capitalista, crisis y debilitamiento de las instituciones sociales nacionales— lleva a discutir sobre su origen y/o ubicación social. La discusión divide a los investigadores entre aquellos que los emplazan entre los grupos o clases urbanas marginales del desarrollo económico, educativo y cultural del país (León, 1985; Gomezjara y Villafuerte, 1987); aquellos que los ubican dentro de los sectores excluidos institucionalmente de la familia, la escuela, el trabajo, de manera social y cultural, y viven en el mundo de la precariedad extrema urbana (Zermeño, 1988), y aquellos que los emplazan en el ejército industrial de reserva del proletariado (EIRP) o superpoblación obrera (Alarcón et al., 1986) o del nuevo subproletariado (Villafuerte, 1987), integrados al sistema de producción y circulación capitalista. Esta discusión señaló las distancias y desigualdades que existían entre grandes conglomerados juveniles en materia de empleo e ingresos, pero mostró grandes limitaciones de enfoque cuando definió a los jóvenes banda como clases, sectores u estratos marginados/excluidos u obreros a partir exclusivamente de su relación (nula, débil o fuerte) con la esfera productiva, dejando de lado el accionar cultural simbólico y la capacidad autogestiva manifestada por los jóvenes.

    Valenzuela (1988), Reguillo (1991), Feixa (1998) y Urteaga (1996c) ubican al sujeto banda y cholo teóricamente en las culturas subalternas, en las culturas populares urbanas y en el eje hegemonía/subalternidad, con lo que introducen la dimensión de la cultura y el poder en la definición de juventud. La noción clave es la de culturas juveniles, que desde la tradición gramsciana remite a las culturas subalternas o culturas de los sectores dominados, las cuales se caracterizan por su precaria integración en la cultura hegemónica. De maneras algo distintas, otros investigadores, más instalados en el estructural-funcionalismo, problematizan el no lugar que ocupa el joven en la sociedad mexicana y su escaso poder de decisión y elección (Encinas, 1994). Ambas vías, sin embargo, llevan a focalizar la mirada en los actores juveniles al interior de sus diversos campos de interacción social y en sus necesidades como jóvenes. Sin embargo, culturas juveniles permite entrar en la heterogeneidad sociocultural de los jóvenes y, particularmente, en su agencia cultural en la construcción de espacios sociales en interacción constante con los ámbitos hegemónicos y parentales, pero sobre todo generacionales. Entre fines del siglo XX y lo que va del XXI, la noción de culturas juveniles ha sido vital para interpretar las prácticas y representaciones de diferentes segmentos juveniles como metáforas del cambio social, hacer hablar al conjunto de elementos con los que los jóvenes interactúan —desde diferentes ámbitos y desde múltiples dimensiones, como posición socioeconómica, género, generación, etnia, región, espacialidad urbana, rural, etcétera— y con los que construyen nuevas formas de relacionarse y concebir la política, las relaciones sociales y afectivas, y la cultura.

    Esta perspectiva reveló al actor juvenil interviniendo activamente en su construcción, y movilizando y negociando una serie de recursos y capacidades culturales y simbólicas, desde el ámbito del tiempo libre y el ocio. Tiempos, espacios, formas agregativas e identidades, estéticas, hablas, cuerpos, músicas y producciones culturales, formas de socialidad o modos de estar juntos, son estudiados profusamente (Marcial, 2001, 2006; Nateras, 2002, 2004; Piña, 2004; Valenzuela, 1997, 1999; Urteaga, 1998; Guerrero, 2004).

    Mis propios estudios sobre la relación espacio urbano- jóvenes revelan prácticas espaciales inscritas en prácticas cultural-simbólicas que articulan prácticas estéticas, modos de estar juntos, representaciones e imaginarios extremadamente diversos. Los movimientos de los jóvenes en el espacio urbano trazan itinerarios efímeros y rutas significativas en la ciudad, apropiaciones simbólicas de espacios, que transforman en lugares con mucha densidad afectiva, así como configuraciones físicas e imaginarias de ciudades juveniles en las ciudades, donde invierten las relaciones de subordinación que viven en ámbitos cotidianos como la familia, el barrio o vecindario, el trabajo o no trabajo, la escuela y otras instancias de control social. La espacialización pública de su sociabilidad es fundamental a su constitución como sujetos sociales, pues interviene —transforma/configura— la ciudad, al tejer y articular fronteras de la diferencia entre los varios grupos juveniles que participan en contextos locales urbanos y globales metropolitanos comunes o convergentes. En sus interacciones de disputa, conflicto, adaptación o negociación, los grupos juveniles van estableciendo expectativas y prioridades con criterios diferentes que intervienen en el hacer (la) ciudad, aunque con diferenciada visibilidad y poder (Appadurai, 2001; García Canclini, 2004; Vergara, 2005). Jóvenes indígenas recién migrados que viven en las periferias de la ciudad y se desplazan para trabajar y obtener ingresos y algo de diversión en los lugares de la ciudad más parecidos a los espacios públicos de sus pueblos de origen —la Alameda, la Villa, Chapultepec— y con otros iguales a ellos/ellas; jóvenes trends² cuya condición cosmopolita disfrutan y espacializan en las zonas más urbanizadas de la ciudad —Centro Histórico, Roma, Condesa, Polanco— y con otros muy diferentes a ellos/ellas; jóvenes fresas del Tecnológico de Monterrey que viven la ciudad a través de circuitos y lugares exclusivos acotados por las ofertas del mercado para la gente bonita o vip en zonas nice —el corredor Insurgentes— para evitar las posibles contaminaciones con unos otros que se perciben inferiores, faltos de clase; y jóvenes agregados en clicas/gangas, bandas, pandillas, ser barrio, que hacen del espacio público local —la calle, la esquina, el fraccionamiento — un espacio paralelo, como forma de habitar una ciudad que sienten que los excluye (Urteaga, 2006, 2007). Los estudios revelan: 1) la figura juvenil como agente con un cúmulo de capacidades, habilidades y recursos culturales y simbólicos —extraídos de referentes locales y globales— que moviliza en la dimensión cultural y de la socialidad, modificando las circunstancias y el espacio físico en que se encuentra; 2) que estas prácticas no son neutras, hablan de estilos de vida que se desean distinguir en lo público a través de prácticas de consumo conspicuo frente a otros pares que no pueden o no quieren acceder a ellos.

    Simultáneamente, algunos investigadores sobre la juventud dan cuenta de la inserción del país en los procesos de globalización dirigidos por políticas de corte neoliberal, del quiebre del modelo de desarrollo capitalista del siglo XX y de las profundas transformaciones en las instituciones modernas que produjeron a los jóvenes. Este debate se expresa en el cambio de términos como integración/incorporación o institucionalidad/marginalidad, expulsión de la institucionalidad, creados en el marco de las tensiones de poder propias de un Estado nacional, al de términos como inclusión o exclusión, enraizados en la globalización económica y mundialización cultural. Estos y otros términos serán usados por los investigadores para dar cuenta de la acelerada profundización de las desigualdades sociales entre ricos y pobres, la segmentación desigual de la población juvenil, la desinstitucionalización y desafectación social de las nuevas generaciones, así como del ingreso de la informalidad económica y social, el crimen organizado y el narcotráfico en el tejido social y en las tramas de la cultura, convertidos en posibles estilos de vida (Reguillo, 2000; Cubides et al., 1998; García Canclini, 2004; Hopenhayn, 2004; Pérez Islas, 2002; Perea, 2004). Todos estos cambios tienen implicancias en la reconformación de las clases sociales en el México actual. ¿De qué maneras la espacialización de las diferencias juveniles en el espacio urbano remite a su activa participación en la construcción de estilos de vida diferenciados y desiguales enmarcados en la recomposición/reconfiguración de las clases sociales, en curso desde el quiebre del modelo de desarrollo capitalista anterior y el cambio en el sistema de referencia social? Esto exige respuestas en dimensiones múltiples. La Encuesta Nacional de Juventud (ENJ) 2000 y 2005 empezó a responder por la agencia de los jóvenes en las dimensiones más duras de la vida social juvenil: ¿cuál y cómo es su accionar en la política, la economía, las instituciones educativas, las familias? De alguna manera, la pregunta central de ambas encuestas la propone Reguillo: ¿cómo están haciendo los jóvenes frente a experiencias fragmentadas en las que se ha roto con la unidad y la continuidad de su sistema-mundo de vida?

    El planteamiento de Pierre Bourdieu ha sido crucial para cambiar radicalmente el estudio de las clases sociales. Este autor enmarca su definición de clase social en una teoría multideterminada de las diferencias y desigualdades sociales. La clase social se define por la estructura de las relaciones entre todas las propiedades pertinentes, que confiere su propio valor a cada una de ellas y a los efectos que ejerce sobre las prácticas (Bourdieu, 1988, p. 104). La propuesta de reconocer el consumo, y particularmente el aspecto simbólico del mismo, como un espacio decisivo en la constitución de las clases sociales y en la organización de sus diferencias, y su planteamiento de focalizar la atención en las diferencias y desigualdades económicas relacionándolas con otras formas de poder simbólico, han sido cruciales para el estudio de la reproducción y diferenciación social. En México, la ENJ] 2000 aplicó algunos de sus ejes de análisis (capital cultural, económico y social, y consumo) al estudio de la desigualdad juvenil, con muy buenos resultados. Ella permite ubicar desagregadamente ese gran conglomerado denominado juventud mexicana en un plano sociocultural e iluminar aspectos de la desigualdad de clase y género hasta entonces desconocidos en esa escala, sobre todo en el eje central: la transición de la escuela al trabajo. Identificó el accionar del actor joven en su hacer, en su experiencia, en cómo estaba dando salida a la ruptura/fractura del sistema de transición juvenil escuela-trabajo a través de la detección las prácticas de adaptación y supervivencia alrededor de un bien, el trabajo/empleo, que es condición fundamental de la vida juvenil, pues casi dos tercios de la juventud mexicana trabaja desde los 15 años (43.9% sólo trabaja, 17.1% estudia y trabaja), 21%, en su mayoría mujeres, no estudia ni trabaja, y una minoría sólo estudia (16.1%). Pero, sobre todo, da cuenta de sus habilidades para movilizar los referentes/marcos informales o recursos para acceder al mercado de trabajo tanto formal como informal, y de la importancia de hacerse de un capital social: siete de cada diez jóvenes consiguen empleo a través de las redes sociales derivadas de la relación construida con los amigos y la familia. También, da cuenta de su acceso en condiciones de sobreexplotación — trabajo de lo que salga o de lo que sea—, de su precariedad, de cómo el comercio formal e informal coloca a los jóvenes en condiciones de sobreexplotación, sin compensarlos de forma alguna, sin invertir en ellos y sin ofrecerles un mínimo de oportunidades para una carrera laboral. Un estudio que continúa en esa línea es el de Adrián de Garay (2004), que penetra las diferenciaciones internas de los alumnos de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y las consecuencias de ese proceso en su incorporación a la vida universitaria. La ENJ 2005 tiene como ejes de indagación los conceptos de informalidad, formalidad, ilegalidad y membresía, y continúa en el conocimiento de las maneras —diversas, desiguales, incluidas/excluidas— en que los jóvenes mexicanos intentan accesos, reubicaciones e inventan respuestas que los ayuden a desempeñarse socialmente mediante el uso combinado de recursos formales e informales (García Canclini, 2007). Dicha encuesta dibuja dos juventudes mexicanas, la desconectada y desigual, con escaso o nulo acceso a servicios de salud, garantías laborales, informalizada, cuyos reclamos se inscriben en una lógica absolutamente estructural, aspiraciones elementales de justicia social y bienestar, y la bien ubicada en cuanto a conectividad y acceso a satisfactores fundamentales como educación, empleo y salud (Reguillo, 2007, pp. 130-131). En realidad, estas dos juventudes que, parafraseando a Beck (1999), podríamos denominar como hijos de la necesidad e hijos de la libertad, muestran los dos grandes escenarios sociales en los que los jóvenes mexicanos viven y performancean³ su diversidad y, sobre todo, sus cada vez mayores desigualdades en el plano objetivo.

    ¿De qué maneras los investigadores podemos profundizar en la indagación sobre la participación de los/las jóvenes en la construcción de la reproducción y el cambio actuales, desde su vivencia y representación de las clases sociales? Remito nuevamente a la dimensión cultural en los espacios de interacción que los jóvenes se han dado a sí mismos para convivir, como el de la socialidad. Planteo abordar la socialidad —forma lúdica de intercambio social— como faceta de la construcción de lo real, y por tanto del agenciamiento juvenil, a través de un activo trabajo social entre y con los pares generacionales y con otros grupos etarios que no sólo es aprendizaje de la competencia comunicativa (o de pautas de acción preestablecidas que operan por convención), sino invención, creación o innovación de los modos de estar juntos, de las estéticas (formas de sentir y compartir en colectivo), o de integración de viejos y nuevos principios, así como de nuevas formas aceptables de conducta social, lenguajes verbales y corporales. La socialidad es el vértice social donde los agentes juveniles ponen en juego el habitus y se relacionan con valores, fashions y tendencias e ideologías provenientes del mercado, de las industrias del entretenimiento y las nuevas tecnologías, así como de las tradiciones subterráneas locales y trasnacionales que también reglan y rigen su socialidad, su expresividad, sus relaciones con el mercado, con las ideologías circundantes y gran parte de sus gustos y actividades.

    En ese sentido, la socialidad juvenil puede analizarse como espacio de mediación, puente o correa de transmisión entre la dimensión macro y la dimensión micro de la vida social, zona desde la cual reproducen y reconstruyen la vida social. Retomando a Goffman y a Maffesoli, quienes se preguntan por la incidencia del mundo de lo social o la socialidad en la macroestructura, el primero desde un punto de vista más normativo y reproduccionista, y el otro desde el imaginario y el cambio cultural, quisiera proponer ambos acercamientos como dos polos de interpretación o análisis de las situaciones empíricas por investigar en estos espacios. Entre ambos polos fluctúan los comportamientos/conductas/prácticas interactivas, espaciales y culturales de una diversidad de jóvenes de carne y hueso que están participando activamente en la construcción de sus culturas y de la cultura. El espacio de transmisión de los cambios culturales desde las culturas juveniles a la cultura hegemónica es el de la socialidad.

    Sin embargo, esta categoría no me permite dar cuenta de la densidad y complejidad cultural de los procesos y contextos que dan sustento a estos intercambios sociales, ni cómo

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