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CAPÍTULO 1

Sexo no es intimidad

EL MITO DEL SEXO

Sexo no es intimidad. Puede ser parte de la intimidad, sin du-


da. Pero sexo no es igual a intimidad. El sexo no viene con una
garantía de intimidad. El sexo no es en absoluto necesario para
la intimidad. Sin embargo, casi todas las referencias a la intimi-
dad en la cultura popular moderna son una referencia al sexo. Si
queremos verdaderamente experimentar alguna vez la intimi-
dad, primero debemos superar la idea adolescente de que sexo e
intimidad son sinónimos.
La intimidad es lo único sin lo cual una persona no puede vi-
vir feliz. Piénselo. ¿Cuáles son las personas más felices que co-
noce, los que de verdad prosperan? ¿Tienen sexo o tienen intimi-
dad? Tienen intimidad, ¿no? Puede que también tengan sexo,
pero la base de sus vidas es una auténtica experiencia de intimi-
dad. Tienen personas con quienes compartir su vida. Tienen un
genuino interés en la gente que los rodea. Tienen buenas rela-
ciones.
Podemos vivir felices sin automóviles nuevos ni ropa costosa;
podemos vivir y prosperar sin la casa de nuestros sueños; pode-
mos vivir sin irnos de vacaciones a los mejores lugares. Pero no
podemos vivir felices sin intimidad. La intimidad es una de nues-
tras necesidades legítimas y un requisito ineludible para la felici-
dad. Se puede sobrevivir sin intimidad, pero no se puede prospe-
rar sin intimidad.
Los seres humanos anhelan por sobre todas las cosas la inti-
midad. Deseamos la felicidad, y a veces confundimos este deseo
de felicidad con el deseo de placer y posesiones. Pero cuando
hemos experimentado el placer o alcanzado las posesiones, se-
guimos con carencias. ¿Y qué es lo que nos falta? La intimidad.

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Nuestro deseo de felicidad es en última instancia un deseo de in-
timidad. Si tenemos intimidad podemos prescindir de muchas
cosas y aun así ser felices. Sin intimidad, todas las riquezas del
mundo no satisfarán nuestros corazones hambrientos. Hasta no
experimentar la intimidad, nuestros corazones seguirán inquie-
tos, irritables, e insatisfechos.

¿QUÉ ES LA INTIMIDAD?

La vida es autorrevelación. La vida tiene que ver con darse a


conocer. Todos los días, nos damos a conocer de mil maneras
a las personas que nos rodean y al mundo. Todo lo que decimos
y hacemos revela algo sobre quiénes somos. Incluso las cosas
que no decimos y las que no hacemos les cuentan a los otros al-
go sobre nosotros. La vida es compartirnos con la humanidad en
este momento de la historia.
Las relaciones también son un proceso de autorrevelación.
Pero, en las relaciones, con demasiada frecuencia dedicamos
tiempo y energía a ocultar nuestro verdadero yo de los otros. Es
aquí que encontramos la mayor paradoja que rodea nuestra lu-
cha por alcanzar intimidad. Toda la experiencia humana es una
búsqueda de armonía entre fuerzas opuestas, y nuestra búsque-
da de intimidad no es excepción.
Anhelamos la intimidad, pero la evitamos. La necesitamos, pe-
ro huimos de ella. En un nivel profundo, percibimos que tenemos
una profunda necesidad de intimidad, pero también tememos al-
canzarla. ¿Por qué? Evitamos la intimidad porque tener intimi-
dad implica exponer nuestros secretos. Estar en intimidad signifi-
ca compartir los secretos de nuestros corazones, mentes y almas
con otro ser humano imperfecto y frágil. La intimidad exige que
le permitamos a otra persona descubrir qué nos moviliza, qué nos
inspira, qué nos impulsa, qué nos obsesiona, hacia dónde corre-
mos y de qué huimos, qué enemigos autodestructivos yacen den-
tro de nosotros y qué sueños locos y maravillosos albergamos en
nuestros corazones.
Tener una verdadera intimidad con otra persona significa

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compartir todos los aspectos de nuestro ser con esa persona. Te-
nemos que estar dispuestos a quitarnos la máscara y bajar la
guardia, a hacer a un lado nuestras poses y compartir lo que nos
está moldeando y lo que está dirigiendo nuestras vidas. Este es el
mayor don que podemos darle a otro ser humano: permitirle
simplemente que nos vea como somos, con nuestras fortalezas y
nuestras debilidades, nuestras fallas, nuestros fracasos, nuestros
defectos, nuestros talentos, nuestras habilidades, nuestros lo-
gros y nuestro potencial.
La intimidad exige que le franqueemos a otra persona el ac-
ceso a nuestro corazón, mente, cuerpo y alma. En su forma más
pura, es un compartir, completo y sin límites, de nuestro ser. No
todas las relaciones valen tal intimidad completa, pero nuestras
relaciones primarias tal vez sí.
¿Qué es la intimidad? Es el proceso de autorrevelación mu-
tua que nos lleva a darnos completamente a otra persona en el
misterio que llamamos amor.

¿CUÁL ES SU HISTORIA?

Tenemos una profunda necesidad de que nos conozcan. Den-


tro de cada uno de nosotros hay una historia que queremos con-
tar. La intimidad significa compartir nuestra historia. Compartir
nuestra historia nos ayuda a recordar quiénes somos, de dónde
venimos y… lo más importante: compartir nuestra historia nos
ayuda a mantenernos cuerdos.
Si visitamos cualquier institución mental descubriremos que
casi todos los pacientes han olvidado su propia historia. Simple-
mente no pueden ubicar su pasado en un recuerdo coherente o
estructurado. Como resultado de esto, pierden de vista el punto
de referencia que el pasado nos da para hacer el mapeo de nues-
tro futuro. Cuando olvidamos nuestra historia, perdemos el hilo
de nuestra vida, y nos volvemos locos. En grados diferentes, to-
dos olvidamos nuestras propias historias y, en la medida en que
lo hacemos, todos nos volvemos un poco locos. Las buenas rela-
ciones nos ayudan a recordar nuestras historias, quiénes somos

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y de dónde venimos. Y, de un modo extraño y místico, recordan-
do nuestras historias nos celebramos de una manera muy sana.
¿Cuál es su historia? ¿Cuál es la historia de su familia? ¿Cuál es
la historia de su relación?
Hay algo que me fascina y es cuando se le pide a una pareja,
en la cena de ensayo para una boda, que cuente su historia –có-
mo y cuándo se conocieron, cuándo y dónde tuvo lugar la decla-
ración, y esas cosas–: hay pasión y entusiasmo en la narración.
Pero, a medida que pasan los años, la respuesta a la pregunta
“¿Cómo se conocieron?” pasa a ser una frase de tres palabras,
“En un avión”, “En un bar”. Este es un ejemplo clásico de cómo,
con el correr del tiempo, nos olvidamos de nuestra historia o nos
volvemos inmunes a su fuerza.
Sólo compartiendo nuestra historia con otra persona nos sen-
tiremos conocidos de una manera única. De lo contrario, y no
me cabe duda de que esto sucede todos los días, podemos pasar
por esta vida y pasar a la siguiente sin que nadie llegue a cono-
cernos jamás. Imagínese semejante cosa. Imagínese viviendo to-
da la vida sin que nadie jamás lo conozca.
También tenemos una gran necesidad de compartir la histo-
ria de nuestras relaciones. Así como una persona que olvida su
historia se vuelve loca, lo mismo le sucede a una pareja que olvi-
da su historia. No se vuelven locos como para ser ingresados a
un manicomio, pero ambos miembros de la relación comienzan
a hacer locuras que en última instancia pueden llevar a la deca-
dencia de la relación. A menos que puedan redescubrir el hilo de
la relación, a menos que puedan recordar y querer otra vez su
historia juntos, la decadencia de la relación llevará inevitable-
mente a la ruptura, o a una vida de silenciosa desesperación den-
tro de una relación que se ha vuelto loca.

REALIDAD VERSUS ILUSIÓN

Las relaciones nos mantienen honestos. Nos dan el espejo ne-


cesario para que nos veamos y nos conozcamos a nosotros mis-
mos. Aislados y solos podemos convencernos de cualquier dispa-

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rate, pero las otras personas nos mantienen en la realidad sacán-
donos de nuestros mundos imaginarios. No nos dejan engañar-
nos. Los demás nos mantienen honestos. Las relaciones nos ayu-
dan a salir de nuestras percepciones engañosas y a entrar en la
realidad.
Veo esto todo el tiempo con mis siete hermanos. Una vez al
mes hacen algo que llaman “noche de hermanos”. Sin novias, ni
esposas, ni hijos, ni amigos: “sólo los hermanos”. Eligen un res-
taurante y los mensajes electrónicos surcan el ciberespacio con-
firmando la asistencia. Es la noche al mes en la que más extraño
estar lejos de mi casa en Sydney, Australia. Pero cuando estoy
allí, siempre me maravillo ante la dinámica: mis siete hermanos
y yo nos sentamos a una mesa y hablamos de las idas y venidas
de nuestras vidas: situaciones en el trabajo, nuestras relaciones,
temas familiares y nuestros sueños y planes.
En ese foro nos ofrecemos los unos a los otros la desnuda ho-
nestidad que todos necesitamos de vez en cuando. Mis hermanos
y yo no siempre hacemos lo que se debe, pero hay un compartir
ideas y opiniones y una franqueza generalizada que es al mismo
tiempo saludable y útil. Claro que ese tipo de honestidad despo-
jada sería agotadora si fuera todos los días, pero una vez al mes
nos ayuda a cuestionarnos a nosotros mismos de una manera
constructiva. Nos mantiene honestos con nosotros mismos, sa-
cando a la luz nuestras percepciones engañosas o autoengaños.
Esa honestidad brutal nos saca de nuestros mundos imaginarios
y sacude nuestra visión de nosotros mismos falsa y a medida. Y,
si bien puede ser incómodo, crea el entorno dinámico necesario
para el crecimiento.
Así es que la intimidad es un espejo del ser real. Conversar y
relacionarse con una variedad de personas en nuestra vida coti-
diana saca a la luz los engaños que a menudo nos inventamos
sobre nosotros mismos y en los que creemos. Aislados y solos, te-
nemos una increíble habilidad para engañarnos y crear imáge-
nes de nosotros mismos que, en el mejor de los casos, son unidi-
mensionales. La intimidad nos rescata de nuestros mundos
falsos. Esta es una de las razones por la que evitamos la intimi-
dad. A menudo preferimos vivir en nuestras fantasías y no en el

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mundo real. Otras personas nos obligan a salir de nuestros mun-
dos imaginarios y nos proporcionan el espejo necesario para co-
nocernos a nosotros mismos.
La próxima vez que vea a alguien hacer algo que a usted lo
molesta en particular, dé un paso al costado de la situación y
mire más profundamente. Lo más probable es que vea algo de
sí mismo en esa persona. ¿Lo que lo irrita es algo que usted ha-
ce de vez en cuando? ¿Desearía hacer lo que está haciendo esa
otra persona? ¿Lo hacía usted antes? De manera similar, la
próxima vez que sienta un fluir de cálida admiración que surge
dentro de su pecho, estúdiese. ¿Lo que admira en esa persona
es una cualidad que, en mayor o menor medida, usted también
posee? ¿Desearía poder celebrar más esa cualidad dentro de us-
ted mismo?
Las personas nos presentan a nosotros mismos. El compar-
tirnos con otros nos ayuda a entendernos; en el proceso nos
revelamos a los demás, pero también los ayudamos a ellos a
descubrirse a sí mismos. La mayoría de las personas tiende
a pensarse como intensamente independiente, como si ser de-
pendiente fuera una gran debilidad y motivo de vergüenza. La
verdad es que somos interdependientes y estamos mucho más
conectados de lo que la mayoría de nosotros creemos. En el si-
glo XX, la humanidad parecía preocupada con alcanzar la inde-
pendencia. El siglo XXI será un siglo de interdependencia o de
un tremendo sufrimiento humano. La gran verdad que debe-
mos poner en foco es que estamos todos juntos en esto. Tanto
en las relaciones individuales como en las relaciones entre na-
ciones, esta es la idea que más puede hacer progresar a la hu-
manidad. Estamos todos juntos en esto.
Es demasiado fácil convencernos de que podemos vivir nues-
tra vida y cumplir nuestro destino sin la cooperación de los de-
más. De varias maneras, nuestro destino no está en nuestras ma-
nos; al menos, no por completo. De varias maneras, no somos
independientes: somos interdependientes. La independencia es
apenas un ejemplo de los engaños que nos impiden entrar pro-
fundamente en las relaciones.
Las relaciones dinámicas y vibrantes nos ayudan a superar

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nuestras percepciones engañosas a favor de la realidad, a menu-
do menos perfecta pero siempre más gratificante.

¿POR QUÉ TENEMOS MIEDO?

El problema es que tenemos miedo. Tenemos miedo de reve-


larnos, de compartirnos, de permitir que otros entren en nues-
tros corazones, nuestras mentes, nuestras almas. Tenemos mie-
do de ser nosotros mismos. Tenemos miedo de que, si se llega a
saber realmente cómo somos, no nos quieran. Ese es el más pro-
fundo de todos los temores humanos, que se agazapa en el cora-
zón de cada uno de nosotros: “Si llegan a conocerme de verdad,
¿seguirán queriéndome? ¿empleándome? ¿querrán salir conmi-
go?” Ansiamos desesperadamente amar y ser amados. Pero que-
remos ser amados por cómo somos, con verrugas y todo. Y, aun-
que tenemos miedo de darnos a conocer por la posibilidad de un
rechazo, sólo dándonos a conocer crearemos la posibilidad de
ser amados verdaderamente. Con ese miedo comienza el gran
engaño. Ese miedo da a luz la simulación interminable. Todos
tenemos faltas y todos tenemos defectos. Ninguno de nosotros es
perfecto. Sin embargo, todos andamos por la vida tratando de
causar una buena impresión, ocultando lo quebrado, simulando
que tenemos todo bajo control y que todo está bien.
Piénselo. Cuando conoce a alguien, o está en las primeras sa-
lidas con alguien, en una entrevista por un trabajo o cuando lo
presentan a los amigos de su pareja, usted trata de causar la me-
jor impresión y los otros tratan de causar la mejor impresión.
Después todos esperamos que la persona verdadera quede reve-
lada, por la vida, por las experiencias, por el proceso de la inti-
midad.
No podemos ser amados por quien somos si no nos revela-
mos. Ocultos, nunca experimentaremos la intimidad. Reticentes
a darnos a conocer, nos quedaremos siempre solos.
Experimentaremos la intimidad sólo hasta el punto en que
estemos dispuestos a darnos a conocer. Queremos ser amados,
pero nos retraemos pensando que se juzgarán nuestros defectos,

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y que se los utilizará como excusa para expulsarnos. Pero, si no
nos damos a conocer, siempre pensaremos: “Si me conociera de
verdad… “, o “¿Qué diría ella de mí si supiera… ?”.
Nos ocultamos porque pensamos que los demás nos querrán
menos si llegan a conocernos de verdad, cuando en la mayoría
de los casos sucede lo opuesto. Si nos proponemos correr el ries-
go y revelar quiénes somos, descubriremos que la mayoría de las
personas sentirán alivio al comprobar que somos humanos. ¿Por
qué? Porque ellas también son humanas, y sienten el mismo mie-
do que nosotros. En la mayoría de los casos veremos que las co-
sas que pensamos que llevarían a los demás a dejar de amarnos
hacen que nos quieran más. Hay algo glorioso en nuestra huma-
nidad. Fuerte y débil, la persona humana es asombrosa. Nuestra
humanidad es gloriosa y debería ser celebrada. Cuando damos a
conocer nuestras luchas, les damos a los otros el coraje de hacer
lo mismo.
La verdad es que, cuando damos a conocer nuestras debilida-
des, los demás se sienten más cómodos con nosotros y más dis-
puestos a responder expresando su deseo de estar con nosotros
en lugar de rechazarnos. Todos tenemos un lado oscuro; sin em-
bargo, todos andamos por la vida simulando que no. He aquí la
eterna simulación. La intimidad exige que estemos preparados
para revelar nuestro lado oscuro, no para asustar ni lastimar a la
otra persona, sino para que él o ella puedan ayudarnos a luchar
contra nuestros demonios internos.
Mi experiencia me hace pensar que la disponibilidad a com-
partir nuestra debilidad es una inmensa señal de fe, que alienta a
los otros a bajar la guardia. Cuando compartimos nuestra mane-
ra de luchar contra nuestras debilidades, alentamos a los demás
en su propia lucha. Y siempre que nos esforcemos sinceramente
por ir más allá de nuestras debilidades y convertirnos en la me-
jor versión de nosotros mismos, descubriremos, para nuestra
sorpresa, que se nos ama más en razón de nuestras debilidades.
Somos más dignos de amor no cuando simulamos tener todo en
orden sino en nuestra humanidad cruda e imperfecta.
Qué locura, ¿no? Queremos ser amados, pero le tenemos tan-
to miedo al rechazo que preferimos que nos amen por ser quie-

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nes no somos antes que ser rechazados por ser quienes somos.
La madurez sobreviene cuando aprendemos a querer a nuestro
ser. A partir de ese momento, preferimos ser rechazados por ser
quienes realmente somos que amados por simular ser quienes
no somos. Esa es la autoestima. No se trata de sentirse bien. Es
algo práctico, real, y va a la esencia de la elección más difícil que
deberemos hacer jamás: la elección de ser nosotros mismos. En
este aspecto, me ha conmovido siempre una observación muy
poderosa y profunda, al tiempo que conmovedoramente simple,
de Hugh Prather: “A algunas personas les gustaré y a algunas
personas no les gustaré, de modo que bien puedo ser yo mismo”.
Es lo que todos anhelamos, ser queridos por quienes somos. Por
eso es tan importante soltarnos y permitirnos experimentar la
autorrevelación de la intimidad.

SOLEDAD Y ADICCIÓN

Si no estamos dispuestos a superar el miedo al rechazo, siem-


pre habrá un sentimiento de soledad en nuestras vidas. La sole-
dad viene de muchas formas. Algunas personas están solas sen-
cillamente porque no tienen contacto con otros seres humanos.
Otras están solas incluso en una habitación llena de gente. Algu-
nas están solas porque son solteras. Otras están casadas y solas.
Y otras están solas porque se han traicionado a sí mismas y
anhelan y extrañan el ser perdido. La soledad parece ser una de
esas cosas que siempre acecha en un segundo plano, una de las
experiencias de la vida que nunca conquistamos, algo a lo que
nunca nos sobreponemos definitivamente.
La sensación de que nadie nos conoce en realidad puede ser
una de las formas más debilitantes de la soledad, y es fomentada
por nuestra reticencia a darnos a conocer. La paradoja de que
queremos ser conocidos y queridos por quienes somos pero nos
negamos a darnos a conocer porque tememos el rechazo crea
una inmensa soledad en nuestras vidas.
Aquí completamos el ciclo. Anhelamos la intimidad, huimos
de la intimidad, nos decimos a nosotros mismos que queremos

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ser libres de lazos emocionales, pero terminamos esclavos de al-
guna manera.
Reticentes a participar en los rigores de la intimidad, trata-
mos de llenar el vacío creado por la falta de intimidad en nues-
tras vidas y así es que nacen nuestras adicciones. El pozo sin fon-
do creado por la ausencia de la intimidad exige ser alimentado, y
si nos negamos a alimentarlo de una manera sana nos sorpren-
deremos alimentándolo de maneras autodestructivas. Algunos
tratarán de llenar el vacío con alcohol; otros, comprando cosas;
otros, con drogas. Otros lo llenarán con una serie interminable
de relaciones a corto plazo y, en una cultura que equipara la inti-
midad con el sexo, un número creciente de personas tratará de
llenar el vacío con experiencias sexuales. El resultado es un va-
cío creciente. Cada uno de estos es apenas un intento diferente
por llenar el vacío creado en nuestras vidas por la falta de una
intimidad genuina. Todas las adicciones son el resultado de in-
tentar llenar el vacío de una manera insana.
Las adicciones se encuentran entre los autoengaños más po-
derosos que experimentamos. Las adicciones son creadas por au-
toengaños y a su vez crean más autoengaños. La adicción nos
desconecta de la realidad. Entonces, ¿por qué nos dirigimos ha-
cia el objeto de nuestra adicción? La razón es profundamente
simple: porque la adicción cambia nuestra manera de pensar de
nosotros mismos. Nuestras adicciones nos empujan más y más
hacia nuestros mundos imaginarios egocéntricos, mientras que
la intimidad nos saca de ese estar absortos en nosotros mismos y
nos lleva a una experiencia real de los otros, del mundo y de no-
sotros mismos. Nuestras adicciones mantienen vivas las simula-
ciones, y la simulación a la que las adicciones son más fieles es
la creencia de que somos el centro del universo.
Una intimidad genuina nos libera de nuestra soledad, pero
cuando huimos de la intimidad a menudo nos encontramos es-
clavizados por la adicción.

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LA INTIMIDAD Y LOS CUATRO ASPECTOS DE UNA PERSONA

La intimidad no es sólo física, no es sólo emocional. La inti-


midad es multidimensional. Combina misteriosamente los cua-
tro aspectos de la persona humana: el físico, el emocional, el in-
telectual y el espiritual. Es por lo tanto importante entender la
intimidad, dado que afecta a cada uno de los cuatro aspectos de
la persona humana y es afectada por ellos.

Intimidad física

La intimidad física es fácil. Comienza con un apretón de ma-


nos, una sonrisa o un beso en la mejilla. Pero la intimidad física
también puede ser fácilmente manipulada. Los buenos políticos
lo saben mejor que nadie; se pasan la vida estrechando manos y
besando criaturas, porque saben que hasta la mínima intimidad
física crea un sentimiento de cercanía y de pertenencia. He nota-
do que las personas que son especialmente buenas para ganarse
a los demás durante un breve encuentro siempre usan las dos
manos en el saludo. Pueden estrecharle la mano con una mano,
pero con la otra le tocarán suavemente el brazo o el hombro. Eso
crea una sensación extra de cercanía, de unidad, incluso. Si un
gesto tan pequeño puede crear una sensación de unidad, qué ex-
traordinaria ha de ser la unidad cuando dos personas tienen una
relación sexual.
Esto explica el lazo que se crea entre un hombre y una mujer
durante el acto de hacer el amor. Explica también el dolor que sen-
timos cuando nos separamos de alguien con quien hemos estado
sexualmente activos. Los dos nos convertimos en uno, y luego fui-
mos separados. Incluso años después, las personas siguen expe-
rimentando el dolor y la desorientación de la separación. De una
manera muy real, durante el acto sexual dos se hacen uno, y unir
es significativamente más fácil que separar. Muchos tienen la sen-
sación de desorientación después del fin de una relación sexual,
pero olvidan la causa de esa desorientación. Parejas sexuales múl-
tiples pueden aumentar esa desorientación. Con cada encuentro

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sexual dejamos un pedazo de nosotros con la otra persona y eso
crea la sensación de ser tironeado en diferentes direcciones, ras-
gado en dos, lo que a su vez provoca la desorientación.
Por eso, si bien pienso que es importante subrayar que sexo
no es lo mismo que intimidad, también es importante señalar
que la fuerza de nuestra sexualidad es mucho más que física. En
realidad, si bien la segunda mitad del siglo XX se adjudica la
investigación exhaustiva de nuestra sexualidad, yo digo que no
hemos comenzado a entender siquiera el impacto multidimen-
sional que tiene el sexo sobre la persona humana. Nuestra sexua-
lidad es un poderoso instrumento en nuestra búsqueda de con-
vertirnos en la mejor versión de nosotros mismos; podemos
utilizarlo, como podemos utilizar tantas cosas en el mundo, para
promover esa causa o para obstaculizarla. Vivir es elegir.
También es importante subrayar que todas nuestras relacio-
nes tienen un aspecto físico. Incluso en una relación confinada
completamente al teléfono o al ciberespacio, uno sigue experi-
mentando a la otra persona a través de los sentidos (hablar y es-
cuchar o sentarse, escribir y leer).
Algunos dicen que no hay dimensión física en su relación con
Dios pero, una vez más, si bien la relación es predominantemen-
te espiritual, tiene un aspecto físico. Algunas personas se arrodi-
llan para orar; otras se sientan en posición de meditación; algu-
nos levantan las manos; otros caminan mientras llevan a cabo
sus rutinas y rituales espirituales; y algunos se postran para la
oración. Nuestros cuerpos físicos son los vehículos a través de
los cuales experimentamos todo en esta vida.

Intimidad emocional

El segundo aspecto de la persona humana es el emocional.


La intimidad emocional es mucho más difícil de alcanzar que la
intimidad física. Requiere de una humildad y una vulnerabilidad
con la que la mayoría de nosotros no nos sentimos cómodos al
principio. El proceso de alcanzar la intimidad emocional es, por
ende, lento. Incluso en las mejores relaciones, con la persona

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más genuina, nos lleva tiempo convencernos de que es seguro
bajar la guardia. Y si nos han herido o traicionado en el pasado,
puede llevar más tiempo. El laberinto de nuestras opiniones, sen-
timientos, temores y sueños es algo que guardamos muy celosa-
mente, y está bien que así sea.
Al mismo tiempo, no deberíamos permitir que el temor de
darnos a conocer se convierta en nuestro estado natural. A medi-
da que avanzamos por los siete niveles de la intimidad, veremos
que incluso en las relaciones más secundarias hay maneras de
las que podemos darnos a conocer sin poner incómoda a la otra
persona y sin amenazar nuestro sentido del ser. La vida es una
autorrevelación. Cada vez que conocemos a alguien, debemos re-
velar algo de nosotros a esa persona. Esa persona puede ni si-
quiera conocer nuestro nombre, pero si sonreímos y decimos
“Gracias”, o “Buenos días”, sabrá algo de nosotros. Siendo ama-
ble, cortés y afable, hemos revelado algo sobre nosotros mismos.
Darnos a conocer de maneras sanas y positivas está en el quid
de la intimidad. En el reino emocional, la intimidad consigo mis-
mo y con los otros surge de la observación. En primer lugar, la
autoobservación: saber cómo nos hacen sentir ciertas personas,
situaciones, circunstancias y oportunidades. En segundo lugar,
la observación de los otros: abrir los ojos, los oídos y el corazón
a cómo los demás responden a nosotros. ¿Cuál es su lenguaje
corporal? ¿Están cómodos con nosotros? Si no es así, ¿qué los
hace sentir incómodos? ¿Hay algo que deberíamos cambiar en
nuestra manera de relacionarnos con los demás?
La intimidad emocional no puede separarse de los otros tres
aspectos de la persona humana. De mil maneras que no hemos
siquiera comenzado a comprender, lo físico, lo emocional, lo in-
telectual y lo espiritual están interconectados.

Intimidad intelectual

El tercer aspecto de la persona humana es el intelectual. Co-


mo la intimidad emocional, lleva más tiempo de establecer que
la intimidad física. La creación de la intimidad intelectual re-

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quiere tanto variedad como cantidad de experiencias. Se estable-
ce mediante la conversación, la vivencia de diferentes hechos
culturales y políticos y mil otras maneras que sacan a la luz nues-
tra filosofía personal de la vida.
Es importante ver que, mientras personas con opiniones si-
milares pueden establecer más rápido una intimidad intelectual
al principio de la relación, no es necesario tener puntos de vista
idénticos sobre todos los temas para mantener una relación in-
tensa. Una opinión similar sobre cosas como, por ejemplo, lo que
creemos ser el propósito de una relación, son de importancia ob-
via, y pueden ser básicas para permitir que la relación crezca y
florezca. Pero tener opiniones iguales también puede perjudicar
una relación. Podemos estar de acuerdo sobre un tema, y nues-
tra opinión puede ser parcial o incluso errónea. Pero, como am-
bos mantenemos la misma opinión, nada cuestiona la parciali-
dad, y la estrechez mental que en primer lugar llevó al prejuicio
queda confirmada por la relación.
La intimidad intelectual florece en un entorno de tolerancia.
Diferentes personas tienen diferentes ideas. Nuestras ideas no
son siempre correctas, y las ideas de los demás no son siempre
incorrectas. Mantener la mente abierta es una parte importante
de la intimidad intelectual.
Si de verdad queremos ahondar en la belleza y el misterio de
cómo piensan los demás, debemos condicionarnos para mirar
más allá de las ideas mismas. Más allá de las ideas podemos des-
cubrir más sobre las personas que queremos que lo que jamás
nos dirán las ideas. Con demasiada frecuencia, prejuzgamos a
los demás por una idea que expresan. El secreto es mirar más
allá de la idea y descubrir qué ha llevado a alguien a creer que
esa idea es buena, verdadera, noble, justa o hermosa. Lo más fas-
cinante no es lo que la gente piensa o cree, sino por qué piensa y
cree como lo hace.
La intimidad intelectual es mucho más que sencillamente sa-
ber lo que una persona piensa y cree sobre una variedad de te-
mas o tópicos. Es saber cómo piensa una persona: qué la impul-
sa, qué la inspira y qué motiva sus ideas y opiniones.

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Intimidad espiritual

El cuarto aspecto de la persona humana es el espiritual. La


intimidad espiritual es la forma de intimidad más escasa y la más
escurridiza. Algunas parejas que tienen intimidad espiritual tie-
nen creencias religiosas tradicionales casi idénticas, mientras
que otras parejas que gozan de esta escasa intimidad tienen
creencias o maneras de expresar sus creencias radicalmente di-
ferentes.
La intimidad espiritual comienza con el respeto mutuo y
fructifica en la idea de que el amante hará todo lo que esté a su
alcance para ayudar al amado a convertirse en la mejor versión
de sí mismo. Es lógico, entonces, que el amante jamás hará nada
que dañe al amado, o que lo lleve a ser menos que aquello para
lo que fue creado. Este es el primer principio de la intimidad es-
piritual. Si bien no exige consenso en todos los temas, la intimi-
dad espiritual sí exige consenso en nuestro propósito esencial.
Nuestro propósito esencial es la base sobre la cual construi-
mos una vida plena de pasión y propósito. Estamos aquí para
convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Este pro-
pósito esencial también provee el propósito común para cual-
quier relación. El primer propósito de cualquier relación es ayu-
darse mutuamente a convertirse en la mejor versión de sí mismo.
No importa si la relación es entre marido y mujer, padre e hijo,
amigo y vecino o entre un ejecutivo de negocios y su cliente. El
primer propósito, obligación y responsabilidad de una relación
es ayudarse mutuamente a alcanzar el propósito esencial.
Este propósito común es la base de la intimidad espiritual.
Podemos haber investigado el aspecto físico de la persona huma-
na, podemos haber ahondado en los aspectos emocional y psico-
lógico de la persona humana, y podemos tener una comprensión
razonable de las facultades y capacidades intelectuales de la per-
sona humana, pero la composición y el potencial del aspecto es-
piritual de la persona humana sigue siendo, en varios sentidos,
territorio virgen. La razón es que nuestro potencial espiritual es
a la vez difícil de explorar y fácil de ignorar.
En el área de la intimidad espiritual hay una trampa en la que

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podemos caer con facilidad ya sea que nos consideremos perso-
nas espirituales o no. En las relaciones, en especial si nos encon-
tramos dentro de una relación extraordinaria, podemos estar ex-
puestos a un tipo poco común de idolatría. La idolatría, que de
ninguna manera es algo del pasado, se da cuando equivocamos
nuestras prioridades. Hay un orden natural, hacia el cual se
orienta la mayoría de las personas: Dios, familia, amigos, traba-
jo, recreación, etc. Si nos encontramos en una relación con una
persona capaz de hacernos sentir plenos de maneras que no co-
nocimos nunca antes, el peligro es que amemos el regalo más
que al que nos lo hace.
Se llega mejor a la intimidad espiritual como una aventura de
mente abierta en la que buscamos descubrir la verdad de cada si-
tuación y aplicar esa verdad mientras nos esforzamos por ayu-
darnos mutuamente a convertirnos en la mejor versión de noso-
tros mismos.
En un mundo de estereotipos y resúmenes empaquetados,
cuando hablamos de espiritualidad es fácil conjurar imágenes de
incienso con una suave música instrumental de fondo. Esto sig-
nifica ignorar trágicamente la tarea real de la espiritualidad, que
es crecer en virtud de manera de alcanzar nuestro propósito
esencial: convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
El papel de la espiritualidad en las relaciones es proveer las
herramientas necesarias para ayudarnos a crecer en la virtud.
La virtud hace posibles todas las relaciones respetuosas. Dos
personas pacientes tendrán una relación mejor que dos personas
impacientes. Dos personas generosas tendrán una relación me-
jor que dos personas egoístas. Dos personas compasivas tendrán
una relación mejor que dos personas que prefieren el rencor y
que se niegan a perdonar. Una pareja considerada tendrá una re-
lación mejor que una pareja desconsiderada. Dos personas fieles
siempre tendrán una relación mejor que dos personas infieles.
Dos personas disciplinadas siempre tendrán una relación mejor
que dos personas indisciplinadas.
La virtud hace buenas relaciones.
¿Por qué? La virtud es la base del carácter. Podemos cons-
truir nuestra vida sobre la base de virtudes tales como paciencia,

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bondad, humildad, amabilidad, perdón y amor. O podemos cons-
truir nuestra vida sobre la base de caprichos, ansiedades, fan-
tasías, deseos ilegítimos y deseos egoístas. La primera creará una
vida de pasión y propósito, mientras que la segunda creará
una vida de irritación, inquietud e insatisfacción.
¿Está la virtud pasada de moda? Sólo si ya no nos interesa te-
ner buenas relaciones.
En nuestras relaciones, tenemos que hacer la misma elec-
ción: construir sobre la base de la virtud o sobre la base del egoís-
mo. Si elegimos basar nuestras relaciones sobre un objetivo co-
mún de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, y
entendemos que la mejor manera de alcanzar este objetivo es
crecer en virtud, entonces nuestra relación probablemente se
caracterice por la alegría y la satisfacción. Por otro lado, si elegi-
mos construir nuestras relaciones sobre nuestros caprichos y an-
sias inestables y siempre cambiantes y nuestros deseos egocén-
tricos, lo más probable es que nuestra relación se caracterice por
un espíritu irritable, inquieto e insatisfecho.
Claro que, si ya comenzamos a construir una relación sobre
el terreno movedizo del placer personal y no sobre la tierra firme
del propósito común, puede ser necesario demoler ciertas partes
de la relación para construir cimientos más firmes. Este proceso
es doloroso y requiere de una disciplina y un compromiso enor-
mes de parte de ambos, porque es demasiado fácil volver a los
patrones anteriores.
La intimidad espiritual es la forma más gratificante de inti-
midad y la más difícil de alcanzar. Cuando hayamos conocido la
intimidad espiritual descubriremos que la intimidad física, emo-
cional e intelectual, si bien fabulosas por sí mismas, no pertene-
cen al mismo reino de la intimidad espiritual. También descubri-
remos que, a medida que nosotros y nuestra pareja crecemos
juntos en intimidad espiritual, nuestra experiencia de intimidad
física, emocional e intelectual se verá intensificada. En el centro
de la persona humana está el alma, ávida de alimento.
En nuestra búsqueda de intimidad debemos ir más allá de
nuestra preocupación por lo físico y comprender que cada uno
de los cuatro aspectos tiene que contribuir a nuestras relaciones.

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La intimidad física es limitada. Pero las intimidades emocional,
intelectual y espiritual son ilimitadas, y relativamente no explo-
radas. Y, a decir verdad, si uno realmente desea visitar las cum-
bres más elevadas de la intimidad física debe primero explorar y
desarrollar las honduras de la intimidad emocional, intelectual y
espiritual.
Debemos prestar especial atención, máxime si estamos co-
menzando una relación, de ver que crezcamos de manera pareja
en cada una de las cuatro áreas de intimidad. El peligro es que
desarrollemos un tipo de intimidad muy rápidamente y dejemos
a un lado las otras formas. Este desequilibrio crea una distorsión
en nuestra relación.
Permítaseme establecer una comparación a modo de ejem-
plo. A veces una mujer joven que es muy hermosa aprende con
rapidez que las personas le prestan a ella más atención que a
otras, y que están más dispuestas a ayudarla, quieren agradarla
y, en muchos casos, le darán lo que ella quiera, sencillamente
porque es muy hermosa. En ese momento, a la mujer hermosa
esto le parece maravilloso: sus amigos, también, pueden desear
la atención que se le dispensa a ella. Pero con el tiempo esto co-
mienza a obstaculizar su crecimiento en otras áreas. Comienza a
sobrevalorar su apariencia física, se preocupa por ella, y comien-
za a ver la realidad en relación con su belleza física. Como resul-
tado, deja de lado otros aspectos de su desarrollo personal, lo
que, con el tiempo, creará una distorsión en su carácter. Lo mis-
mo puede, por supuesto, sucederle a un joven. El punto es que
cada uno de los cuatro aspectos de una persona debe ser alimen-
tado de igual manera. La madurez de los cuatro es lo que crea la
armonía y la plenitud en la persona como un todo.
Existe otro abuso muy corriente entre personas que se consi-
deran religiosas o espirituales. Pueden buscar su espiritualidad
con intensidad, pero olvidan sus aspectos físicos, emocionales e
intelectuales. El resultado es, una vez más, una distorsión del ca-
rácter.
Lo mismo sucede con las relaciones. Cuando se establece la
intimidad física con demasiada rapidez, tendemos a pensar que
es maravilloso, pero casi de inmediato esta comienza a obstacu-

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lizar el crecimiento de la relación. Comenzamos a sobrevalorar
la intimidad física, le prestamos excesiva atención, y comenza-
mos a juzgar y valorar nuestra relación sobre la base de la inti-
midad física. Como resultado, omitimos alimentar los aspectos
emocional, intelectual y espiritual de la relación y, con el tiempo,
esta negligencia creará una distorsión en su carácter mismo.
La intimidad consiste en compartir con otra persona el viaje
para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Es una
autorrevelación mutua que tiene lugar gradualmente, que no pue-
de ser apresurada, y que sólo puede alcanzarse con el compromi-
so dado por el tiempo. Fundamentalmente, es imperativo que re-
conozcamos que la intimidad no puede confinarse meramente al
reino físico, ni a ninguno otro. De modo que, a medida que avan-
cemos por los siete niveles de la intimidad en la segunda parte de
este libro, es importante que prestemos atención a la manera en
que cada nivel de la intimidad afecta los aspectos físico, emocio-
nal, intelectual y espiritual de nuestras relaciones.

SINTIÉNDONOS CÓMODOS CON NOSOTROS MISMOS

Todos los años viajo a más de cien ciudades en los Estados


Unidos como parte de mi gira usual de conferencias, y en la ma-
yoría de esas ciudades voy a visitar una escuela secundaria. Uno
de mis temas preferidos entonces es las elecciones y la manera
en que ellas afectan nuestras vidas. Luego de una breve intro-
ducción, por lo general les pregunto a los estudiantes cuáles
piensan que serán las mayores elecciones que deberán hacer en
los siguientes quince años. Siempre mencionan las mismas co-
sas: a qué universidad asistir, qué carrera elegir y con quién
casarse.
Les pregunto entonces cómo elegirán universidad, carrera y
cónyuge. Cuando hablamos de los criterios que utilizarán para
elegir cónyuge, las respuestas van desde “un buen cuerpo” a
“mucho dinero” y de “intereses en común” a “buen sentido del
humor”. En términos generales, me asombra hasta qué punto
tantos jóvenes hoy en día son inseguros y dependientes de sus

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pares, en un mundo en el que tienen más oportunidades que
cualquier generación antes de la suya.
Hace un tiempo, en una escuela secundaria para mujeres en
Louisville, Kentucky, la conversación viró hacia la importancia
de sentirnos cómodos con nosotros mismos. Nuestras cultura les
envía a los jóvenes de ambos géneros muchos mensajes distor-
sionadores sobre cómo verse, cómo actuar y cómo vivir. Creo que
nuestra cultura es particularmente cruel con las mujeres en este
punto; los mensajes que transmiten permanentemente las pelí-
culas, las revistas y la televisión pueden ser sumamente perjudi-
ciales para la psique y el sentido del ser de una mujer.
Una de las muchachas preguntó: “¿Y entonces? ¿Cómo se
aprende a sentirse cómodo consigo mismo?”.
“Tenemos que aprender a disfrutar de nuestra propia compa-
ñía”, respondí yo. “Antes de aprender a estar con otra persona, te-
nemos que aprender a estar solos. Hasta que no estemos cómodos
con nosotros mismos, siempre tendremos miedo de estar solos”.
“Si no nos sentimos cómodos solos, si no nos sentimos có-
modos en nuestra propia compañía, existe un gran peligro de
que terminemos con amigos que no nos convienen por miedo a
quedarnos solos… o peor que eso: si no aprendemos a disfrutar
de nuestra propia compañía, es altamente probable que termine-
mos saliendo con personas que no nos convienen y casándonos
con quien no debemos por el miedo a estar solos”.
Las muchachas siempre ríen cuando yo digo: “Cuando hemos
aprendido a disfrutar de la propia compañía y nos sentimos có-
modos con nosotros mismos, rápidamente aprendemos que la
mayoría de los muchachos con los que salimos no valen la pena.
Es entonces que descubrimos que un baño caliente y un buen li-
bro son mejores que la mayoría de las salidas”.
Lo que es cierto para esas muchachas de la escuela secunda-
ria también lo es para nosotros, y de más está decir que los hom-
bres necesitan aprender a sentirse cómodos consigo mismo tan-
to como las mujeres. El punto es que el primer paso hacia la
intimidad con los otros es la intimidad consigo mismo. Hasta no
sentirse cómodo consigo mismo en cada uno de los siete niveles
de la intimidad, uno jamás los conseguirá con otra persona.

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Sentirnos cómodos con nosotros mismos es el comienzo de
la intimidad con nosotros mismos. Tantas de las cosas que nos
impiden convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos
las hacemos porque tenemos miedo a salirnos de la multitud.
Uno de los momentos críticos en el desarrollo de una persona
sucede cuando se sale de la multitud para defender o celebrar la
mejor versión de sí mismo. Este salirnos de nuestros pares y en-
trar en nosotros mismos es particularmente importante cuando
se trata de relaciones. Demasiadas personas terminan en relacio-
nes equivocadas porque no se sienten cómodos consigo mismos
y tienen miedo de quedarse solos.
La pregunta es: ¿cómo aprender a sentirnos cómodos con no-
sotros mismos?
El primer paso es admitir conscientemente la verdad esencial
de la condición humana. Si bien la persona humana es maravi-
llosa y capaz de cosas extraordinarias, estamos todos quebrados.
Somos imperfectos. Todos tenemos defectos, fallas e imperfec-
ciones. Los defectos que tan a menudo despreciamos son en rea-
lidad una maravillosa parte de nuestra humanidad.
La gran verdad que surge de nuestro reconocer las limitacio-
nes y lo “quebrado” de la raza humana es que, si bien cada uno
de nosotros es notablemente único, de una manera muy real so-
mos todos lo mismo. En esencia, ningún hombre y ninguna mu-
jer es mejor que otro. Esta verdad puede volverse confusa debido
a una distribución desproporcionada del poder y las riquezas,
pero sigue siendo una de las verdades esenciales que rigen las in-
teracciones humanas.
Si nos permitimos reflexionar adecuadamente sobre la ver-
dad de que todos tenemos defectos y fallas, creceremos más y
más cómodos con nosotros mismos y más y más cómodos en
compañía de otros, sean reyes o muchedumbres.
Mientras que los hombres y mujeres de todos los estratos
sociales simulen ser tanto más de lo que son, nunca estarán có-
modos consigo mismos. Nos sentimos cómodos con nosotros
mismos sólo cuando aceptamos que tenemos fortalezas y debi-
lidades. La mayoría de las personas pasan la vida tratando
de ocultar sus debilidades, lo que les cuesta un enorme caudal

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de energía. Cuando aceptamos humildemente nuestra fragilidad
y nuestras debilidades, quedamos liberados de la gran simula-
ción. Ya no tenemos que gastar tanta energía simulando ser algo
que no somos, y con nuestras debilidades a la vista somos libres
para trabajar de manera de superarlas o aprender a vivir con
ellas.
Si bien estas palabras lucen muy bonitas sobre la página y tie-
nen sentido –al menos eso espero–, como casi con todas las co-
sas es mucho más difícil alcanzar esta disposición que escribir
sobre ella. Volviendo, entonces, a nuestra pregunta: ¿cómo
aprendemos a sentirnos cómodos con nosotros mismos? Única-
mente pasando tiempo solos. Uno de los campos que todos los
hombres y mujeres de grandes logros han aprendido a dominar
es el jardín de la soledad. En el pasado he escrito extensamente
sobre las aulas de silencio, pero en mis reflexiones recientes he
llegado a darme cuenta de que he cometido negligencia al no
mencionar el enorme valor de la soledad.
En soledad y silencio aprendemos más sobre nosotros mis-
mos. En esos preciosos momentos, no interrumpidos por las
idas y venidas del mundo, podemos desarrollar un sentido de
nuestras legítimas necesidades, nuestros deseos más profun-
dos y nuestros talentos y habilidades. Tenemos mucho que
aprender del silencio y de la soledad. Tenemos una inmensa ne-
cesidad de entrar en esas grandes aulas de silencio y soledad
por algunos momentos cada día para volver a conectarnos con
nosotros mismos.
Puede parecer una paradoja, pero el primer paso para alcan-
zar la intimidad con otros es sentirnos cómodos con nosotros
mismos.
La mayoría de las personas no se sienten cómodas consigo
mismas. Sé que hay muchas circunstancias en las que no me sien-
to cómodo conmigo mismo ni con otros. Por ejemplo, me siento
horriblemente tímido entre desconocidos. Sé que suena absurdo,
porque cada día de mi vida es una de esas circunstancias, pero
me hacen sentir muy incómodo. Cuando conozco a alguien o nos
han presentado, me siento bien, pero creo que yo no me he pre-
sentado a nadie en diez años.

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La mayoría de las personas no perciben eso en mí. La idea les
parece ridícula y dicen cosas como: “¡Pero usted habla frente a
miles y miles de personas!”. No importa. Eso es diferente. Sólo
los cercanos a mí se han dado cuenta, con el tiempo, de esta ex-
traña timidez.
Mientras escribo, se me ocurre que tendré que obligarme
a presentarme a algunos desconocidos en los días y semanas
próximos. Hacerlo me ayudará a crecer. Me ayudará a sentirme
más cómodo conmigo mismo.
De una u otra manera, la mayoría de las personas no se sien-
ten cómodas consigo mismas, y su incomodidad puede limitar
su manera de experimentar la intimidad.
Si vamos a experimentar la intimidad –es decir, darnos a co-
nocer–, hasta cierto punto debemos conocernos y sentirnos có-
modos con nosotros mismos. Digo “hasta cierto punto” porque
nadie se conoce por completo y nadie se siente por completo có-
modo consigo mismo. El esfuerzo por conocerse a sí mismo es
un esfuerzo de toda la vida, ¡muy parecido a nuestra búsqueda
por convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos!
El primer paso para experimentar una verdadera intimidad
es sentirse cómodo consigo mismo y aprender a disfrutar de la
propia compañía.

MÁS ALLÁ DEL MITO

Los siete niveles de la intimidad nos ayudarán a ir más allá


de los mitos y los engaños que nuestra cultura moderna mantie-
ne con respecto a las relaciones. Libres de esos mitos y engaños,
podremos avanzar hacia una genuina comprensión y experimen-
tar la intimidad en la vida propia. Si podemos avanzar más allá
de nuestra visión física unidimensional de la intimidad y apren-
der a explorar los aspectos físico, emocional, intelectual y espiri-
tual de nosotros mismos y de los otros, encontraremos razones
para pasar toda una vida juntos.
La visión unidimensional de la intimidad como sexo carece,
sencillamente, de lo necesario para sostener una relación. Y, si

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bien nuestra meta primaria en una relación no es simplemente
sostenerla, sólo se puede experimentar verdaderamente la inti-
midad en una relación que se extiende a lo largo de muchos
años.
La intimidad es la autorrevelación mutua. Se trata de dos per-
sonas que constantemente se descubren y se redescubren la una
a la otra. Es un proceso sin fin, porque nuestras personalidades
tienen una cantidad infinita de capas. La conversación, las expe-
riencias compartidas, y el simple hecho de pasar tiempo juntos
van removiendo esas capas y revelando aspectos nuevos y dife-
rentes de nuestras personalidades. La intimidad también es un
constante redescubrimiento porque nuestras preferencias cam-
bian, nuestras esperanzas y nuestros sueños cambian y, como re-
sultado, también cambia la manera como queremos pasar nues-
tros días y nuestras semanas. La intimidad lleva tiempo.
Si podemos avanzar más allá del mito de que intimidad es lo
mismo que sexo y aprendemos a disfrutar descubriendo a otra
persona en todas las maravillosas maneras en que esto es posi-
ble, entonces las relaciones tienen el poder de traer un nivel de
plenitud y satisfacción que ninguna otra actividad humana pue-
de producir.
Hay una canción llamada “Fielmente”, de la banda Journey,
que habla de la vida en el camino de un músico, de las intermi-
nables horas en el ómnibus viajando bajo “el sol de la mediano-
che” y la separación de familia y amigos a que conduce esa vida.
Un verso me ha llamado siempre poderosamente la atención. En
contraste con los desafíos que estar en el camino crea para su re-
lación, el artista canta: “Tengo la alegría de redescubrirte”. Con
demasiada frecuencia cometemos el monumental error de pen-
sar que conocemos a una persona. Esta suposición puede impe-
dir que una relación crezca y puede sofocar el crecimiento de
una persona. Es imposible conocer completamente a una perso-
na. Y como estamos cambiando constantemente como indivi-
duos, constantemente hay nuevas facetas de nuestras personali-
dades para que descubran aquellos que nos aman.
La verdadera tragedia es que una vez que nos engañamos cre-
yendo que conocemos a una persona, dejamos de descubrirla. Si

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esa persona hace algo que no encaja en nuestro molde de ella,
decimos: “¿Por qué hiciste eso? ¡Eso no es típico de ti!” El proce-
so de descubrir a otra persona en una relación es infinito. El des-
cubrimiento y el redescubrimiento mutuo es la intimidad. No es
una tarea a terminar para así poder pasar a otra cosa. Es un pro-
ceso a disfrutar.
Podemos pensar que conocemos casi todo lo que hay que co-
nocer de nuestra pareja, pero nos sorprenderemos de cuánto nos
perdemos si abrimos la mente y miramos de nuevo. Por eso, de
vez en cuando, puede ser útil aproximarnos al otro como si fuera
la primera vez. De esa manera experimentaremos la alegría del
redescubrimiento.
La intimidad no consiste siempre en ver cosas nuevas. A ve-
ces consiste en ver lo que siempre ha estado ante nuestros ojos,
pero bajo una luz diferente o desde una perspectiva diferente.

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