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DEL PELIGRO DE LA TÉCNICA A LA SALVACIÓN POR LA ÉTICA

(From the danger of the technique to the salvation for the ethics)

Juan Carlos Aguirre García∗

RESUMEN:

El objetivo del presente ensayo es estudiar el problema de la técnica a la luz de la


propuesta de Martin Heidegger. En la sección 1, sintetizaré la posición
heideggeriana de la naturaleza como disposición y depósito. En la sección 2,
mostraré la concepción de técnica como fatum y peligro. En la última sección,
evaluaré la propuesta de Heidegger desde la perspectiva ética de Levinas y
Dussel. El trabajo trata de involucrar en la reflexión filosófica, problemáticas
actuales que demandan del filósofo un pensamiento atento y crítico. Aunque la
propuesta de Levinas no será considerada en su plenitud, ella será presentada
como provocación para aquellos que continúan pensando el problema del acceso
al medio ambiente desde diversas aristas.

PALABRAS CLAVE: Disposición, depósito, tejné, peligro, salvación.

ABSTRACT:

It is the aim of this paper to study the problem of the technique by the light of
Martin Heidegger's proposal. In the section 1, I will summarize Heidegger’s
position about nature as disposition and deposit. In section 2, I will show the
conception of the technique as fatum and danger. In the last section, I will assess
Heidegger’s proposal from ethical perspective of Levinas and Dussel. The work
tries to involve in the philosophical reflection, current problems that demand from
the philosopher an attentive and critical thought. Although the proposal of Levinas
won't be considered in its fullness, will be presented as provocation for those who
continue thinking the problem from the access to the environment from diverse
edges.

KEYWORDS: Disposition, deposit, tejné, danger, salvation.


Profesor del Departamento de filosofía de la Universidad del Cauca (jcaguirre@unicauca.edu.co)
He aquí un mundo controlado al fin por la
razón, un mundo empírico y realista,
pragmático, un mundo donde el valor
prioritario es la utilidad. Las tijeras sirven
para cortar, el bolígrafo sirve para escribir.
Desde los llamados útiles o utensilios, el
criterio de utilidad se ha hecho hoy extensivo
a todo, aun a las cosas que parecían más
alejadas o incluso más opuestas a dicho
concepto: el ocio sirve para reparar fuerzas,
el juego sirve para descargar de manera
inofensiva nuestra agresividad. ¿Para qué
sirve una camelia? (Cabodevilla, 1994: 23)

Los momentos actuales exigen de la reflexión filosófica una palabra pertinente que
contribuya a esclarecer sucesos, la más de las veces inadvertidos por quienes nos
vemos atrapados por el dominio del instante. Nunca la filosofía ha sido mera
espectadora de su época, siempre tiene algo que decir, da algo que pensar. Sin
embargo, como toda obra humana, las respuestas del filósofo, inscritas en su
tiempo, están sazonadas por inquietudes, circunstancias y urgencias muy propias.
La trascendencia del pensamiento no alcanza al establecimiento de verdades
eternas e intemporales y, por ende, las respuestas que la historia guarda con celo,
son puntales que sostienen la disciplina filosófica mas no eximen al filósofo de su
responsabilidad frente al mundo que le tocó habitar. Ante problemas nuevos, el
filósofo observa con calma sus raíces pero sabe que sólo la osada postura del
decir lo convierte en alguien vigente, necesario; por ello, pese al pragmatismo en
el que la sociedad se desenvuelve, o debido a ello, la palabra del filósofo se torna
fuente.

Si algo caracteriza nuestra época es el acelerado cambio que se percibe en todos


los órdenes; cambios propiciados por el conocimiento científico acumulado y la
posibilidad de usarlo en la transformación de materiales o la invención de
instrumentos. Cada día se registran más patentes que van desde simples
ayudantes de cocina, hasta sofisticadas naves u ordenadores; entre cada uno de
esos polos se halla una variedad de objetos, fórmulas, diseños que sólo imaginarla
daría la sensación de infinitud. A este universo de posibilidades se suma la
reducción en los costos, lo que hace posible que más personas tengan acceso a
los artefactos tecnológicos, obviamente introducidos por gigantescas campañas
publicitarias que crean mes a mes nuevas necesidades, o las mismas pero con
más y mejores funciones. No es raro, entonces, hacer un inventario somero de los
objetos deudores de la tecnología que circundan nuestro espacio vital y encontrar
que su influencia es tan marcada que nos aterraría el solo hecho de considerar si
podríamos vivir tan cómodos y felices sin aquellas cosas que poseemos.

En este mundo donde todo sueño es posible, donde la investigación está centrada
en la producción que, a simple vista, proporciona bienestar, ¿qué lugar ocupa el
filósofo? El párrafo inicial reivindicaba la voz del filósofo, pero ¿acaso no es una
idílica pretensión?, ¿suspiros profundos y atragantados del agonizante? El éxito
de la ciencia y la tecnología ha merecido el aplauso y la tranquilidad de las
mayorías; obviamente, esto ha creado una esfera cientificista que intenta
homologar todo discurso a ciencia. La filosofía no ha sido la excepción y las
tendencias más radicales abogaban por una filosofía científica cuyo objetivo era
construir enunciados con sentido (en el reducido concepto de sentido como
referencia directa a un hecho) o a servir de estructurador de las teorías científicas,
renegando para ello de la lógica heredada y entronizando una lógica que ya no era
suya, la lógica que enseñan a los matemáticos. Todo lo que escape de esta moda
es oscurantismo, pseudofilosofía, vaguedad. El filósofo hoy tiene una crisis de
identidad, tanto así que en los departamentos de filosofía se inscriben al programa
personas que no saben “a ciencia cierta” qué aprenderán, ni para qué.

Esta larga introducción ha permitido abonar el terreno para lanzar la intención del
presente escrito, la cual no es más que la consideración de un fenómeno, la
técnica moderna, que podría ser el sello, la esencia del mundo que nos es
contemporáneo. Las consideraciones se harán teniendo como trasfondo la lectura
de algunos textos de Martin Heidegger, en especial el texto: La pregunta por la
técnica. Se partirá de una presentación de lo que halló Heidegger en su
indagación por la esencia de la técnica moderna, se reconstruirá la postura que
adopta frente al fatum al que estaríamos avocados y se analizará críticamente tal
salida a la luz de los planteamientos del filósofo Emmanuel Levinas. Más que una
visión descriptiva de la técnica o una mirada ecologista, se hará una aproximación
ética, entendiendo los desafíos que este tipo de reflexión conlleva en un tema tan
complejo como la técnica moderna. Finalmente, este ejercicio permitirá establecer
contactos dignos entre la filosofía y la cultura, a la vez que buscará acceder a un
nivel de comprensión más holístico de nuestra época.

1. La técnica moderna como disposición que resulta de la representación

La cuestión que nos ocupa es la técnica moderna, tan distinta y casi desligada de
la tejné antigua. La diferencia entre ambas la ubica Heidegger en la concepción
del producir. Para los griegos, tejné significaba el conocer a fondo algo, el
entenderse en algo. Si recordamos que el conocer dona aclaración tenemos,
entonces, que en la tejné, en su triple acepción (poíesis) de artesanía, arte y
naturaleza (physis como autoproductora), el producir más que elaborar es un
develar1 (Heidegger, 1986: 52 - 53). Por su parte, la técnica moderna también es
un develar pero no en el sentido de la poíesis sino que provoca la naturaleza en el
sentido de depósito, es decir, suministro de energía susceptible de ser acarreada y
acumulada: “el poner que provoca las energías de la naturaleza es un activar en
doble sentido. Activa en tanto explota y expone. Esta activación, sin embargo,
previamente queda fuera-de-circuito para activar la otra, es decir para en adelante
impulsar a la máxima utilización posible con el gasto mínimo” (Heidegger, 1986:

1
En este sentido, el develar coincide con el sentido de la alétheia, de ahí que Heidegger reconozca
que la tejné es un modo del aletheýein.
54). En otras palabras, se experimenta un giro en la concepción de la physis,
específicamente en la representación que de ella se tiene.

En un breve ensayo titulado Elogio de la teoría, el filósofo Hans-Georg Gadamer


plantea una caracterización de este giro; sostiene que con el siglo XVII, desde
Galileo, la antigua ciencia afincada en la contemplación teórica, cede su paso a
otro tipo de concepción: del hombre que integraba la construcción de su praxis
social y la entrega al saber puro, al contemplar, conservando su distinción con los
demás seres; se pasa al hombre investigador, practicante anónimo de una ciencia
construida sobre cimientos matemáticos y convertida en la gran empresa de
penetración en ámbitos desconocidos, para lo que no urge un apoyo ni humano ni
divino, pues “su camino de investigación metódica significa autoaseguramiento de
la razón” (Gadamer, 1993: 30).

El mismo Heidegger en La época de la imagen del mundo había descrito con


precisión la revolución acaecida en el siglo XVII y, sumado al método en la
comprensión del fenómeno investigación, expone el “proceder anticipador”, que
abre sectores para el trabajo del científico. Esta apertura es el paso previo para la
investigación; “se produce cuando en un ámbito de lo ente, por ejemplo en la
naturaleza, se proyecta un determinado rasgo fundamental de los fenómenos
naturales. El proyecto va marcando la manera en que el proceder anticipador del
conocimiento debe vincularse al sector abierto. Esta vinculación es el rigor de la
investigación” (Heidegger, 1998: 65). Esta nueva concepción fue posible gracias a
la consolidación de la física como ciencia exacta de la naturaleza, que permitió
romper con las cadenas que ataban el pensamiento y logró de manera eficaz
representarse el mundo con la autosuficiencia de la razón.

La representación en la ciencia moderna está encerrada en el mundo de los


signos: el signo es su ser mismo (Foucault, 2001: 64). Lo que constituye la
eficacia del signo desde el siglo XVII es que: a. el signo, dado que siempre es
cierto o probable, debe encontrar su lugar en el interior del conocimiento; b. la
constitución del signo es inseparable del análisis; y, c. la ciencia deja de ser un
desciframiento del gran libro de la naturaleza y se torna un sistema arbitrario de
signos que permite el análisis de las cosas en sus elementos más simples: “existe
una disposición necesaria y única que atraviesa toda la episteme clásica: es la
pertenencia de un cálculo universal y de una búsqueda de lo elemental en un
sistema artificial y que por ello mismo puede hacer aparecer la naturaleza desde
sus elementos de origen hasta la simultaneidad de todas las posibles
combinaciones” (Foucault, 2001: 69). Todo esto deriva en la aparentemente
enigmática conclusión de Foucault: el signo en la época clásica es la
representatividad de la representación en la medida en que ésta es representable.

El sobrevuelo por estos textos representativos tenía como fin comprender, de


modo originario, cómo es que la comarca de la que hablaba Heidegger en La
pregunta por la técnica es provocada a la extracción de carbón y minerales, o el
Rin destino turístico. También cómo el Río Guarinó y toda la vida que encierra es
algo que se puede transvasar en pro de una hidroeléctrica, el bosque caucano
insumo de papel, el bosque de Colombia obstáculo para el oro blanco; el macizo
colombiano, reserva universal de agua pura y gratuita, eslogan para incentivar el
consumo de agua tratada y avaluada. Es decir, la mención a Gadamer, Foucault y
el propio Heidegger, quiere indicar que no hay una neutralidad en el representar
de la modernidad; todo representar tiende a un disponer2 y la naturaleza como
depósito oculta su esencia pues si el hombre “investigando, reflexionando, acecha
(nachstellt) la naturaleza en cuanto un circuito de su representar, entonces ya está
reclamando por un modo del develamiento que lo provoca y concernir la
naturaleza en cuanto un objeto de la investigación, hasta que también el objeto
desaparece en lo inobjetual del depósito” (Heidegger, 1986: 56).

2
Esta relación fue estudiada ampliamente por el profesor Antanas Mockus en su texto Representar
y disponer (Cf. Mockus, A. Representar y disponer; un estudio de la noción de representación
orientado hacia el examen de su papel en la comprensión previa del ser como disponibilidad.
Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1988.)
2. La técnica moderna: fatum y peligro

Hecha una breve caracterización de la técnica moderna, la pregunta pertinente


ahora es: si la esencia de la técnica moderna lleva al hombre por el camino del
develar lo real en el modo del disponer como depósito, ¿estamos condenados a
cumplir este destino? Obviamente, Heidegger no asume la fatalidad como
respuesta pues si bien es cierto que la develación sigue siempre el camino del
develar como destino, este destino no significa coerción: “el hombre deviene
justamente libre recién en tanto pertenece al ámbito del destino y así llega a ser
oyente (Hörender) no empero un esclavo (Höriger)” (Heidegger, 1986: 59 - 60). Al
destino ciego antepone Heidegger la libertad que supera el arbitrio de los signos y
la atadura de las leyes. El hombre y la mujer de hoy estamos llamados a develar
la esencia de la técnica moderna y a asumirla en su justa medida evitando el
“activar a ciegas de la técnica” o la maldición, como si se tratara de una obra
demoníaca.

Pareciera que Heidegger estuviera adoptando una postura cómoda, en la que el


camino del medio fuera una opción válida y, de esta manera, pudiéramos
mantener una postura dual, un tanto esquizofrénica, donde se critique la técnica
moderna desde los instrumentos, instalaciones que ella misma ofrece. Tal postura
dejaría tranquilo a quien la asume pues estaría denigrando del “progreso” del que
goza, pero a la vez calmaría su conciencia denunciando (no renunciando a) la
debacle que se avizora. Pertenecería, por tanto, al bando de la ciencia del día y al
bando de los responsables de la casa (οικοσ).

Pero Heidegger introduce un término aterrador, que no deja tranquilo a quien


desde la adaptación al medio es simple espectador de lo que sucede. El término
peligro (Gefahr) se levanta ante los ojos de quienes se acercan a la esencia de la
técnica moderna. El peligro es el destino del develamiento en tanto se corre el
riesgo de que lo develado sea malinterpretado, de que lo develado se confunda
con lo correcto o lo exacto y se aleje de lo verdadero. Sin embargo, para
Heidegger, el peligro supremo, el borde del extremo del precipicio lo constituye el
imperio del destino en el modo del dispositivo (Heidegger, 1986: 61); imperio que
se hace efectivo cuando lo develado pierde su carácter de objeto y se encierra en
la consideración de depósito, siendo el hombre quien disponga (dispositor) del
depósito y, a la larga, el hombre mismo sea aceptado únicamente como depósito.
A este respecto señala en ¿Y para qué poetas?: “en cuando representador y
productor se encuentra [el hombre] ante lo abierto limitado. Así, se encuentra
expuesto, él mismo y sus cosas, al peligro creciente de convertirse en un mero
material, en una mera función de la objetivación” (Heidegger, 1998a: 218).

El depósito, develar de la clase del disponer, distorsiona el brillar e imperar de la


verdad; éste es el peligro. No podemos considerar la técnica, que nos brinda
bienestar y comodidad, como peligrosa, como artefacto demoníaco. ¿Acaso las
vacunas no protegen nuestros hijos?, ¿no son los computadores posibles
herramientas de aprendizaje?, la actual ingeniería ¿no hace más fácil nuestra
vida? La respuesta a éstos y muchos otros interrogantes de esta índole es sí.
Pero como Heidegger reiteradamente lo señala, el peligro es la esencia de la
técnica: “la amenaza del hombre no viene recién de las máquinas y los aparatajes
de la técnica que obran acaso mortalmente. La amenaza verdadera ha tocado al
hombre ya en su esencia. La dominación del dispositivo amenaza con la
posibilidad de que pudiese ser rehusado al hombre el retornar a un develar más
originario, y así el descubrir la asignación de una verdad más inicial” (Heidegger,
1986: 62).

De nuevo surge el eco de la obsesión heideggeriana por el olvido del ser. El


develar produciente y provocante propio de la técnica moderna ha distorsionado la
poíesis y se hace perentorio retornar a lo otorgante. El peligro al que estamos
avocados es el terreno propicio para darnos cuenta de la necesidad de protección,
de la necesidad de salvación. En la argumentación de Heidegger, que recurre a
Hölderlin se halla un enunciado paradoxal: “donde el peligro es, crece lo salvador
también”, pensamiento que seguramente meditó mientras iba a misa en la Selva
Negra a partir de la exhortación paulina: “donde abundó el pecado, sobreabundó
la gracia”.

El peligro de la técnica moderna existe, es más real hoy que en los propios
tiempos de Heidegger; subsiste mientras sigamos representando la técnica como
instrumento para la dominación de la naturaleza; subsiste mientras la producción
se imponga como destino; subsiste mientras se identifique el pensar con el
calcular o la verdad como referencia a hechos. Sin embargo, sabemos que no
basta el confort para sentirnos plenos, el dinero para la felicidad, la explicación
para la comprensión. Lo salvador del que habla Hölderlin e interpreta Heidegger,
la Gracia, brotan del peligro – pecado3: “el dispositivo provoca al frenesí del
disponer que distorsiona toda mirada al apropiamiento del develamiento y, así,
expone desde el fondo la referencia a la esencia de la verdad [... Pero] el
dispositivo acontece-apropia por su parte en lo otorgante, que deja durar al
hombre en eso no descubierto hasta ahora pero que quizá lo sea más en lo
venidero: el ser requerido para la custodia de la esencia de la verdad. Así aparece
la aurora de lo salvador” (Heidegger, 1986: 65).

3. La salvación: ¿primacía del pensar o compromiso?

Pareciera paradójico que el peligro que menciona Heidegger contenga lo salvador


en sus entrañas y en el centro, como barca en medio del mar, se halle el hombre,

3
He querido dejar el término pecado no sólo para conservar la relación entre la frase de Hölderlin y
el verso de Pablo, sino para darle un sentido lejano a lo tradicionalmente admitido en la cristiandad.
Este nuevo sentido brota de la lectura de Dussel, para quien el mal, el pecado “comienza por ser
idolatría, fetichismo, ateísmo, que se desarrolla a partir de la dominación del hermano, de la
persona del otro. No es ya la relación persona-persona, sino la relación yo-cosa, sujeto-objeto. No
«dos» alguien, sino «uno» ante cosas: cosificación” (Dussel, 1986: 26-27). Esta perspectiva
servirá de insumo a la hora de dar una solución (salvación) frente al peligro de la técnica moderna.
capaz de develar todo destino y, a su vez, responsable del dispositivo que
distorsiona destinalmente la poíesis. La cuestión final será mostrar cómo el
hombre construye la salvación a pesar del destino.

En el (pre)texto para esta reflexión, La pregunta por la técnica, Heidegger plantea


hacia el final que el peligro extremo se mantiene constantemente presente en la
mirada y que la salvación vendrá del retorno a la originalidad del concepto de
tejné, específicamente en su dimensión estética: la salvación proviene de la
dimensión estética, de ahí que muchos de los grandes ensayos de Heidegger se
centren en explicar la verdad de poetas, músicos, pintores. De este modo, el
pensamiento dejará de ser una acción humana obediente al cálculo y recobrará su
esencia: “cuanto más nos acercamos al peligro, tanto más claramente comienzan
los caminos a alumbrar lo salvador, tanto más interrogantes llegamos a ser. Pues
preguntar es la devoción del pensar” (Heidegger, 1986: 67). No sólo se hace una
interpelación al pensar filosófico; el llamado se extiende a todo pensar si quiere
conservar su carácter libre, su carácter auténticamente humano.

El texto en cuestión no hace un desarrollo explícito de la cuestión del pensar, lo


que no significa que Heidegger eluda el problema. En varios textos se ocupa del
asunto y lo hace de modo insistente. El ya citado ¿Y para qué poetas?, aborda el
mismo problema y, haciendo referencia desde el análisis de la obra de Rilke al
mundo representado en coordenadas espacio-temporales, afirma que desconoce
en ese mundo objetivo hasta la esencia del espacio y la esencia del tiempo. Los
objetos calculados son producidos para su desgaste y cuando se gastan es
preciso reemplazarlos por otros, siendo la reposición o sustitución la característica.
La salvación frente a la desprotección de lo meramente objetivo surge en la vuelta
a la interioridad (par coeur): “Tal vez incluso el volverse de nuestra desprotección
hacia la existencia mundanal, dentro del espacio interno mundial, deba comenzar
por que cambiemos lo perecedero y por tanto pasajero de las cosas objetivas,
haciéndolas salir fuera de lo interior y lo invisible de la conciencia únicamente
productiva e introduciéndolas en lo verdaderamente interno del espacio del
corazón para dejarlas surgir allí de modo invisible” (Heidegger, 1998a: 229).

La salvación, entonces, consiste en que lejos de aprender sentidos que surgen de


la imposición de una razón matematizadora, retornemos a la interioridad del
mundo; sólo así quedaremos en un espacio abierto y libre para relacionarnos con
los objetos, los cuales dejan de ser lenitivo a nuestra desprotección. La salvación
está en entrar a lo propio del ser, en experienciar que dentro del propio ser hay
algo “más” que forma parte de él (Heidegger, 1998a: 231).

Dentro de algunos sectores de la reflexión filosófica este tipo de lenguaje es


despreciado en tanto carente de sentido. Podría decirse que un enunciado tiene
sentido si parte y llega a lo fáctico; cuestiones como “hay algo más” o “interioridad
del mundo” se asemejan a sentimientos vacíos, a flatus vocis que sólo tienen
cabida en peroratas metafísicas. Pero, si la salvación está en la dimensión
estética, habrá necesariamente que romper con estas pretensiones pues la
esencia del lenguaje no se agota en el significado ni se limita a ser algo que tiene
que ver con los signos o las cifras (Heidegger, 1998a: 231). Quien se arriesga a
romper este esquema, tendrá que tomar en serio que la esencia de la técnica es
ambigua y, por tanto, su decir tendrá que ser un decir que le dice lo que tiene que
decir a un ser que ya está seguro en la totalidad de lo ente. El riesgo se asume so
pena de quedar desprotegido en el mundo mercantilizado que sólo acepta una
razón oficial; el riesgo se asume so pena de ser tachado de obstáculo para el
progreso, estorbo a la modernidad, fuera de moda; el riesgo se asume poniendo al
frente la palabra, la vida misma: “desde el momento en que esos más arriesgados
arriesgan el propio ser y por lo tanto se arriesgan en el ámbito del ser, el lenguaje,
son esos que dicen” (Heidegger, 1998a: 235).

Obviamente, sólo puede alzar su palabra quien, en medio de la voracidad del


instante, comprende que está siendo llevado, que cada vez tiene menos
posibilidades de construirse como persona, de pensarse como proyecto. Alza su
voz quien comprende que “el pensamiento calculador corre de una suerte a la
siguiente, sin detenerse nunca ni pararse a meditar” (Heidegger, 1994). Frente al
vertiginoso mundo de la técnica, la información al instante, la producción en serie,
la automatización de la industria, Heidegger reclama Serenidad. Cada vez
estamos bombardeados por información precisa (“camino más rápido y
económico”), olvidándose de ella al instante; asistimos a la creciente falta de
pensamiento, convirtiéndose esto en la médula del hombre contemporáneo.

El pararse a meditar, que no exige ni mucho menos el talante de “reflexión


elevada”, permitió a Heidegger demorarse un poco frente a la consideración de la
técnica, fenómeno que nos concierne aquí y ahora: “aquí: en este rincón de la
tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer mundial” (Heidegger, 1994).
Su meditación le permitió expresar en tono un tanto profético:

Nadie puede prever las radicales transformaciones que se avecinan. Pero el


desarrollo de la técnica se efectuará cada vez con mayor velocidad y no podrá
ser detenido en parte alguna. En todas las regiones de la existencia del
hombre estará cada vez más estrechamente cercado por las fuerzas de los
aparatos técnicos y de los autómatas. Los poderes que en todas partes y a
todas horas retan, encadenan, arrastran y acosan al hombre bajo alguna
forma de utillaje o instalación técnica, estos poderes hace ya tiempo que han
desbordado la voluntad y capacidad de decisión humana porque no han sido
hechos por el hombre (Heidegger, 1994).

El extenso párrafo citado contiene el peligro que avizora quien no huye del pensar;
a su vez, encierra la salida: salvaguardar la esencia del hombre lo cual exige
mantener despierto el pensar reflexivo que no se identifica totalmente con el
pensar calculador, sino que toma en cuenta la palabra del poeta, el color del
pintor, la imaginación del novelista, los acordes del músico. En el pensar reflexivo
lo estético recobra su lugar en la consideración del cosmos y el mundo se
sacraliza o, como mágicamente lo expresa Noguera (2004), se “reencanta”.
Pero no sólo lo estético urge, aunque es urgente en esta era de la técnica, mas no
es lo más urgente. La confianza en la razón como liberadora del peligro puede
encerrar en sí misma una trampa: relacionarnos con el ser consistiría en
neutralizar el ente para comprenderlo o apresarlo. Intentar introducir las cosas
objetivas en lo “verdaderamente interno del espacio del corazón”, ¿no sería
reducir lo Otro al Mismo? Parecería que la libertad consistiera en mantenerse
aislada de lo Otro, aséptico en su presencia, asegurando lo que Levinas describe
como egología o autarquía de un Yo (Levinas, 1977: 69 - 70).

La recurrencia al pensar, llámese ontológico o estético, plantea el problema de


subordinar la relación con el Otro a la relación con el ser en general, cayendo en
una esfera anónima donde todo discurso ecologista, político, filosófico puede ser
insumo para una potencia, para la dominación imperialista, para la tiranía.
Cuando Levinas menciona la tiranía, se sitúa también en el peligro de la técnica
mas comprende que “la tiranía no es la extensión pura y simple de la técnica en
los hombres cosificados [sino que además] se remonta a los “estados de ánimo”
paganos, al arraigamiento al suelo, a la adoración que hombres esclavizados
pueden profesar a sus señores. El ser antes que el ente” (Levinas, 1977: 71). La
libertad que reclama Heidegger permanecería más en el ámbito de lo Mismo que
en la obligación frente al Otro.

Es por ello que antes que la salvación por la estética estaría la salvación por la
ética; no es extraño, entonces, que Levinas sostenga que la ética es la filosofía
primera y que su propuesta remita a “una relación no alérgica con la alteridad, a
percibir el Deseo, donde el poder, por esencia asesino del Otro, llega a ser, frente
al Otro y «contra todo buen sentido», imposibilidad del asesinato, consideración
del Otro o justicia” (Levinas, 1977: 71). Esta inversión en la prioridad de la
reflexión replantea el papel de la conciencia, tan preponderante en toda la historia
del pensamiento occidental, a partir del compromiso, el cual no es una mera toma
de conciencia o un motivo para actuar (una voluntad de poder que se evidencia),
sino una respuesta al otro, a su rostro, a su indigencia.

Si con la técnica la relación se centra en la dominación de la naturaleza, la


salvación al peligro que anuncia vendrá por la reconsideración de la praxis como
la relación persona-persona, de la poíesis como la relación persona-naturaleza y
del elemento cultural en el cual se relacionan persona-naturaleza-producto. De
este modo lo ha entendido Dussel, lector eximio de Levinas en Latinoamérica:
“Tanto la moral como la ética constituyen este triángulo relacional con una
determinación práctica propia. Porque las relaciones con la naturaleza y el
producto están mediados o se dirigen a otras personas, tienen siempre también un
estatuto práctico, moral o ético. Tanto la cuestión ecológica (no sólo la naturaleza
sino la “casa” del hombre) y la cultural (el “culto” a la tierra) son humanas,
prácticas entonces (Dussel, 1986: 211). Este entrelazamiento permitirá analizar
temas tan complejos como la “madre tierra”, la destrucción de la tierra, ecología y
liberación, cultura, dominación cultural, cultura trasnacional, cultura popular,
resistencia y creación cultural, y demás, bajo la lente de la ética, filosofía primera,
responsabilidad frente al otro y lo otro.

Hace falta, por tanto, una reflexión seria que considere la relación de la
dominación de la técnica con la ética pues “en medio del cada vez más amplio
entretejimiento de saber y técnica y de la asimiliación de todo quehacer humano a
quehacer técnico es ya fuerte la tendencia a ver lo ético como cuestión de técnica,
es decir, a conminar a lo ético a manifestarse como disponible” (Gutiérrez, 1988:
8). Obviamente, la ética tendrá que escapar de las tentativas de homologarla con
la epistemología; o a reducirla a humanismo, tanto en su variable estético-cultural
o de ecología piadosa. Tal reflexión se enuncia pero escapa a la pretensión del
presente texto pues su prioridad consistía en reflexionar sobre la técnica a la luz
de algunos textos de Heidegger.
El abordaje de la técnica se hizo con la plena convicción de la necesidad de
pensar en los problemas que nos amenazan y en admitir que ninguno de ellos
puede ser ajeno a la filosofía. Todo filósofo es un observador de su contexto, está
en la obligación de meditar sobre él y decir algunas palabras que, aunque
desconcierten las razones ilustradas, permitan escapar de la razón que se impone
como única. Heidegger mostró un compromiso con su tiempo, compromiso que le
exigió recurrir a otras voces sin renunciar a su filosofía. Pero Heidegger nos dejó
en un punto en el que habrá que detenernos para considerar a la ética como otro
camino en la búsqueda de la respuesta a la pregunta por la técnica.

BIBLIOGRAFÍA:

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