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Democracia y tradición en la teoría y práctica educativa del siglo XXI
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Democracia y tradición en la teoría y práctica educativa del siglo XXI

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¿Qué fines debe perseguir una educación para la ciudadanía en las democracias actuales? ¿Qué y de qué manera pueden aportar las emergentes propuestas de educación del carácter, las tradiciones culturales de cada sociedad o las distintas religiones a la formación humana en un contexto plural como el que se presume en democracia? ¿Qué podemos aprender mediante una mirada retrospectiva sobre una legislación educativa, como la ley del 70, a camino entre la dictadura y la democracia? ¿Acaso puede ser la tecnología algo más que una amenaza para la convivencia democrática y el ejercicio de la ciudadanía, y percibirse como una verdadera oportunidad pedagógica? ¿Qué estamos haciendo en las aulas para promover la reflexión y las prácticas democráticas?

En un momento crucial como el actual, en el que se cuestiona la calidad misma de las democracias contemporáneas, con nuevas claves de interpretación y categorías de análisis como la postdemocracia, la democracia iliberal o la recesión democrática, resulta necesario plantearse la perenne encrucijada entre democracia y educación, y afrontar sus cuestiones más esenciales sin temor a la controversia como corresponde al pensamiento pedagógico y, más concretamente, a la teoría de la educación.

El libro ofrece al lector un conjunto de capítulos que abordan tales discusiones de manera directa, ocupándose no solo de aspectos circunstanciales y condicionantes, sino también de aquellos eminentemente esenciales, para un debate abierto e irrenunciable tanto de una educación como de una democracia que aspiren a estar a la altura de nuestro tiempo.
LanguageEspañol
Release dateMar 9, 2023
ISBN9788427729643
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    Democracia y tradición en la teoría y práctica educativa del siglo XXI - Juan Luis Fuentes

    Portada-Democracia-y-tradici_n-web.jpg

    Democracia y tradición

    en la teoría y práctica educativa del siglo XXI

    Juan Luis Fuentes

    Carolina Fernández-Salinero

    Josu Ahedo

    (Coords.)
    NARCEA, S. A. DE EDICIONES

    MADRID

    Han participado en la redacción de este libro:

    Josu AHEDO. Universidad Internacional de la Rioja

    Laura ALONSO DÍAZ. Universidad de Extremadura

    Maria Rosa BUXARRAIS. Universitat de Barcelona

    África María CÁMARA. Universidad de Jaén

    Antonio Francisco CANALES. Universidad Complutense de Madrid

    Adela CORTINA. Universidad de Valencia

    Carolina FERNÁNDEZ-SALINERO. Universidad Complutense de Madrid

    Juan Luis FUENTES. Universidad Complutense de Madrid

    Vicent GOZÁLVEZ. Universitat de València

    María José HERNÁNDEZ SERRANO. Universidad de Salamanca

    Pádraig HOGAN. National University of Ireland Maynooth

    Jon IGELMO. Universidad Complutense de Madrid

    Gonzalo JOVER OLMEDA. Universidad Complutense de Madrid

    María del Mar LORENZO MOLEDO. Universidade de Santiago de Compostela

    David LUQUE. Universidad Complutense de Madrid

    Silvia MARTÍNEZ CANO. Universidad Complutense de Madrid

    Concepción NAVAL. Universidad de Navarra

    Cruz PÉREZ. Universitat de València

    Daniel SAEZ-GAMBÍN. Universidade de Santiago de Compostela

    Miguel Ángel SANTOS REGO. Universidade de Santiago de Compostela

    Índice

    PRÓLOGO

    1. EDUCAR PARA UNA CIUDADANÍA DEMOCRÁTICA EN EL SIGLO XXI

    La recesión de la democracia

    Educación para la ciudadanía democrática como tradición de critica y autocrítica

    La forma cooperativa de la actividad educativa

    Una educación para la justicia, la felicidad y la vida buena

    ¿Cómo alcanzar estas metas? Una propuesta kantiana

    2. EL DEBATE LIBERAL EN TORNO A LA EDUCACIÓN DEL CARÁCTER

    Marco socio-histórico-teórico

    Enfoques de la educación del carácter: siglos xx-xxi

    El resurgir de la educación del carácter

    Reflexiones finales

    3. ¿CUSTODIA O MUSA? EL SIGNIFICADO DE LA TRADICIÓN PARA EL PENSAMIENTO PEDAGÓGICO Y PARA LA ACTUACIÓN PEDAGÓGICA

    Tradición, influencia y sesgo

    La tradición y la naturaleza de la comprensión humana

    Tradición y educación: dos planteamientos en contraste

    4. LA EDUCACIÓN RELIGIOSA EN UNA SOCIEDAD SECULAR: POSIBLES LÍNEAS DE DISCUSIÓN PARA UN DEBATE RENOVADO

    Introducción

    Los contextos donde pensar la educación religiosa hoy: entre las sociedades seculares y la fenomenología de la religión

    Los diversos escenarios para la educación religiosa

    La dimensión moral de la ere. Las aportaciones desde el concepto de conciencia moral

    El papel de la educación religiosa en la formación de la acción política

    Últimas palabras

    5. LA LEY GENERAL DE EDUCACIÓN DE 1970. UN DESASOSIEGO DISFRAZADO DE PARADOJA

    Las paradojas historiográficas

    La fuente del desasosiego: la comprehensividad

    La normalización historiográfica: nueva luz sobre la tragedia

    6. EDUCACIÓN ÉTICA Y POLÍTICA EN TIEMPOS DE POSDEMOCRACIA

    Posdemocracia tras el fin de la historia y democracia iliberal

    La educación cívica y política ante el desafío de la posdemocracia

    Cultura Maker y necesidad de una educación mediática crítica como superación de la posdemocracia

    A modo de conclusión

    7. CULTURA MAKER: UNA APUESTA POR EL EMPRENDIMIENTO A TRAVÉS DE LA DEMOCRATIZACIÓN

    Introducción

    La cultura Maker: un movimiento social de democratización

    Emprendimiento y cultura Maker

    Acciones del movimiento maker para el emprendimiento en educación

    Conclusiones

    8. CÓMO DEBEMOS HACER LA REFLEXIÓN EN LOS PROYECTOS DE APRENDIZAJE-SERVICIO

    Introducción

    Método

    Resultados

    Discusión

    REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

    Prólogo

    Juan García-Gutiérrez

    Marta Ruiz-Corbella

    Es tarea propia de quienes nos dedicamos al ejercicio intelectual y a la investigación académica el preguntarnos por cuestiones complejas, aquellas que suponen altas exigencias a nuestro pensamiento y plantean problemas de calado de nuestro tiempo. Tal es el caso del libro que tengo la oportunidad de prologar, en el que se convocan una serie de cuestiones de gran actualidad y relevancia para la teoría de la educación, sin perder de vista su vinculación con la práctica y el quehacer del profesorado.

    Resulta sencillo abordar temas en los que todos estamos de acuerdo, aquellas cuestiones que no suscitan controversia sino consenso, ideas ya ampliamente asentadas, compartidas y aceptadas por la comunidad científica de un determinado ámbito de conocimiento. Sin embargo, la innovación y el avance social tienen más posibilidades de suceder cuando los investigadores infunden valentía y atrevimiento a su empeño por la indagación y el descubrimiento de la realidad. En este sentido, defendía Stuart Mill en Sobre la libertad, y en otros de sus textos, que: la originalidad del espíritu y la individualidad del carácter, son las únicas fuentes de todo progreso real y de casi todas las cualidades que hacen que la especie humana sea muy superior a cualquier rebaño de animales (1996, p. 808).

    El libro se estructura en ocho capítulos escritos por diecisiete autores del ámbito de la teoría y la historia de la educación, procedentes de nueve universidades distintas, entre las que se encuentran la Universidad de Valencia, la Universidad de Jaén, la Universidad Complutense, la Universidad de Navarra, la National University of Ireland Maynooth, la Universidad Pontifica Comillas, la Universidad de Barcelona, la Universidad de Extremadura y la Universidade de Santiago de Compostela. Y adopta una estructura temática similar a la planteada por el profesor emérito de la Universidad de Princeton, Jeffrey L. Stout, en su libro Democracy and Tradition (2004) parcialmente basado en las Gustave A. and Mamie Efroymson Memorial Lectures, que impartió en el Hebrew Union College-Jewish Institute of Religion (Cincinnati, Ohio) en 1997.

    Para el pragmatista estadounidense, nos encontramos ante una evidente pérdida de calidad democrática –en lo que coinciden varios de los autores de nuestro libro como Cortina en el capítulo primero y Gozálvez, Buxarrais y Pérez, en el capítulo sexto– y en ello juega un papel crucial el carácter de los ciudadanos, que ha experimentado una merma progresiva de su competencia ética y política reduciendo así su potencial para afrontar el reto democrático. De esta forma, Stout se adentra sin ambages en contenidos tan controvertidos como necesarios, como la propia educación del carácter, una noción que ha generado gran discusión, rechazo y aceptación en las últimas décadas del pasado milenio y que ha presenciado una notable emergencia en los comienzos el siglo XXI, de lo que dan buena cuenta en el capítulo segundo, Cámara, Fuentes y Naval.

    En este sentido, John Dewey, en The Ethics of Democracy (1888, p. 18) afirmaba:

    To say that democracy is only a form of government is like saying that home is a more or less a geometrical arrangement of bricks and mortar; that the church is a building with pews, pulpit and spire. It is true; they certainly are so much. But it is false; they are so infinitely more. Democracy, like any other polity, has been finely termed the memory of a historic past, the consciousness of a living present, the ideal of the coming future. Democracy, in a word, is a social, that is to say, an ethical conception, and upon its ethical significance is based its significance as governmental. Democracy is a form of government only because it is a form of moral and spiritual association.

    Articulado en tal concepción, la segunda parte del libro de Stout plantea el intrincado objetivo de buscar encaje para las voces religiosas y las tradiciones en la sociedad secular, lo que encuentra su paralelismo pedagógico en los capítulos tercero y cuarto de nuestro texto propuestos respectivamente por Hogan, por un lado, y por Luque, Igelmo y Martínez Cano, por el otro. En ambos, religión y tradición tratan de dilucidar su lugar en la educación y, para más inri, en una educación de corte democrático que aspira a contrarrestar los atractivos que presenta para algunos un peligroso populismo naciente del mismo seno de la democracia y que actúa precisamente al amparo de sus límites, pero que amenaza a traición con su mutilación, cuando no, con su desaparición. Es por ello que, nuestra atención y responsabilidad como educadores haría bien en centrarse en estos problemas, complementariamente a otros que introduce Stout en la tercera y última parte de su libro, así como a planteamientos pedagógicos emergentes con un progresivo crecimiento, como la rebeldía y empoderamiento a través de la creación digital de la cultura maker, abordada por Alonso Díaz y Hernández Serrano en el séptimo capítulo, y el ya más asentado aprendizaje-servicio, cuya dimensión reflexiva es puesta en valor por Santos Rego, Sáez-Gambín y Lorenzo Moledo en la recta final de nuestra obra.

    Finalmente, no podía publicarse un libro en nuestras fechas sin la referencia y análisis de una ley educativa española que recientemente cumplió su 50 aniversario y que, como Canales explica en el capítulo sexto, simbolizó como ninguna otra la transición de la dictadura a la democracia. En efecto, la preocupación por la extensión de la escolarización a toda la población, la búsqueda de la equidad y una comprehensividad adelantada a su tiempo, sostuvieron a la Ley General de Educación del 70, que si bien inauguró una interminable sucesión de reformas tras más de un siglo excepcionalmente convulso y sin modificaciones legislativas, constituye una referencia sin la cual sería incomprensible la historia y el presente de nuestro país.

    Debo terminar este prólogo con agradecimientos dirigidos a los editores del libro, los profesores Juan Luis Fuentes, Carolina Fernández Salinero y Josu Ahedo de la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Internacional de La Rioja, por su trabajo y cuidadosa edición de esta obra que estoy seguro de que será ampliamente leída y citada. También es justo agradecer a la propia Universidad Complutense, que ha apoyado la financiación del libro contribuyendo así a la investigación académica de alto nivel, propia de la institución universitaria. Mi gratitud también hacia los autores de los distintos capítulos, por su buena disposición y aceptación a colaborar en un libro comprometido, en los dos sentidos de la palabra, que los vincula con un trabajo intelectual riguroso, como compete al profesorado universitario, y al mismo tiempo abre discusiones, suscita críticas y estimula el pensamiento. Y, por último, a los participantes y miembros del Seminario Interuniversitario de Teoría de la Educación (SITE) y del Congreso Internacional de Teoría de la Educación (CITE), quienes mantienen vivo, año tras año y edición tras edición, el espíritu del diálogo académico, esencial para una vida en democracia.

    Gonzalo Jover Olmeda

    Catedrático de Teoría de la Educación

    1

    Educar para una ciudadanía democrática en el siglo XXI

    Adela Cortina

    LA RECESIÓN DE LA DEMOCRACIA

    Nos encontramos en un momento preocupante. Se habla de posdemocracia, un término que no quiero oír nombrar, y del que pienso que no es cierto que sea una realidad que describa la situación actual. Más bien, cabe hablar de una época de recesión y de debilitamiento de la democracia, lo que no puede decirse que sea una buena noticia. Precisamente por eso tenemos que tomar cartas en el asunto quienes nos dedicamos a estos temas. Como es sabido, en los años 70 del siglo pasado se produjo un auge de la democracia, lo que Huntington (1994) llamó la tercera ola de la democratización, que consistió en que muchos países fueron sumándose al acervo democrático –como España en el 78 o Portugal en el 74–, y así en distintos países europeos y de América Latina, donde los cambios de régimen no se produjeron en muchos casos mediante un golpe de estado, sino por procesos participativos. En 1992, Francis Fukuyama publicó su famoso libro El fin de la historia, en el que venía a decir que habíamos alcanzado el culmen del progreso porque se habían unido la democracia liberal y la economía de mercado, momento en el cual la historia había alcanzado su cima. Efectivamente, en ese tiempo había una gran euforia con respecto a la idea de la democracia y nadie discutía que se trataba del mejor régimen y la mejor organización política posible. El gran éxito fue que nadie pensaba en una alternativa mejor.

    Desgraciadamente, en el cambio de siglo y, más concretamente, en los años 90, empieza a producirse lo que se ha llamado la recesión democrática en una gran cantidad de publicaciones que se refieren a la muerte de las democracias, a su socavamiento, en definitiva, su fin. Sin embargo, no solo en los escritos sino también en la vida real se está produciendo un debilitamiento, tal y como se viene registrando por los grandes índices de calidad democrática como el de The Economist o el de la Universidad de Gotemburgo, entre otros, tanto en el nivel específico de cada una de las naciones, como en la esfera internacional referente al nivel geopolítico.

    Este debilitamiento se percibe en la trayectoria seguida por algunos de los países que transitaban de manera prometedora a la democracia, pero que progresivamente fueron modificando su rumbo y procesos, y se convirtieron en países autocráticos, lo que significa que la mayoría de las decisiones fueron confiadas a la voluntad de una única persona. Sin querer detenerme en casos concretos, se encuentran en la imaginación de todos no pocos ejemplos de esta situación. Por otra parte, incluso los países que ostentaban niveles democráticos muy razonables han descendido de nivel y hoy se observan auténticas situaciones de democracias iliberales, aquellas en las que, aunque hay elecciones regulares –y en ese sentido, se afirma que son democracias– carecen de libertades fundamentales como la de expresión, de asociación, de reunión, etc., y cuando tienen lugar las elecciones se encarcela a todos los posibles adversarios políticos. Por ello, se afirma que, aunque haya elecciones regulares ello no significa que la sociedad pueda ser considerada democrática.

    De hecho, podemos cuestionar si el propio concepto de democracia iliberal puede llamarse democracia, pues el término democracia se ha cargado desde la Grecia clásica de muchos contenidos que deben comparecer para que se pueda hablar de una auténtica democracia. A mi juicio, hay dos elementos de la democracia que resultan inexcusables: por una parte, el respeto a los derechos civiles y políticos; y, por otra, el respeto a los derechos económicos, sociales y culturales. Esto es lo que se ha venido a denominar Estado social de derecho, palabras que aparecen en muchas ocasiones en las descripciones que los países realizan de sí mismos, pero que no siempre se acompañan de las prácticas reales correspondientes.

    En no pocas ocasiones observamos como cada vez más los tres poderes del estado se están entrelazando, cuando tenían que respetarse y separarse claramente unos de otros. De esta forma, se están restringiendo libertades fundamentales y los derechos económicos sociales y culturales son respetados en muy contados lugares del mundo –por no decir en prácticamente ninguno–, lo que pone en evidencia la decadencia y el debilitamiento democráticos. Además, un análisis del nivel geopolítico, sin el cual no podemos pensar en la situación de cada uno de nuestros países de manera independiente, dado que la interdependencia y la mirada cosmopolita arraigada y abierta al mundo son ineludibles en la actualidad, desvela que no ha primado el multilateralismo, sino más bien un enfrentamiento distinto al de la Guerra Fría, pero enfrentamiento al fin y al cabo entre Estados Unidos y China, así como con otros países como Rusia, Turquía, etc.

    Las tensiones, debidas a la lucha por la ganancia económica y el desarrollo tecnológico a nivel mundial, no están favoreciendo unas relaciones democráticas por distintas razones.

    En este escenario surge una pregunta que alude al papel que la Unión Europea y, más específicamente, España tienen que desempeñar. La UE tiene una voz que debe ser oída entre el neoliberalismo norteamericano y el particular totalitarismo chino, para reclamar el respeto de los derechos económicos, sociales y culturales, lo que se ha llamado habitualmente la socialdemocracia o la economía social de mercado. Sin esa voz, puede haber derechos básicos de las personas que pueden quedar sometidos al juego del mercado. Lo que ocurre es que Europa necesita también fortalecerse económicamente para poder ser escuchada, y para ello, no puede dejar pasar el tren de la digitalización o las energías renovables entre otras cuestiones en las que estamos llamados a competir para formar parte del panorama mundial. Este es un tema abierto que apunta a una obligación ética y política de defensa de la democracia que tiene su eco en la educación.

    EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA DEMOCRÁTICA COMO TRADICIÓN DE CRITICA Y AUTOCRÍTICA

    En este contexto, surgen preguntas fundamentales referidas a en qué queremos educar, para qué queremos educar o cuáles deben ser las metas de la educación. Esta tarea se refiere a la educación de ciudadanos y ciudadanas democráticas, lo que supone evitar el adoctrinamiento y educar para el pluralismo y la autonomía. En cualquier otro tipo de educación adoctrinadora, se trataría de transmitir una serie de valores cerrados, de tal manera que la persona que escucha esos valores no piense en nada más. Por el contrario, cuando se educa para una ciudadanía democrática y para la libertad, se facilita que una persona abierta pueda sopesar un conjunto de valores como la libertad, la igualdad, la solidaridad, etc., y pueda decidir libremente qué es lo que quiere para sí.

    En ese sentido, tenemos una tarea indispensable que se aborda en distintos capítulos de este libro y alude también a las tradiciones. Efectivamente, la tradición puede ser posibilitadora u obstaculizadora, por lo que se requiere discernir cuáles de estas queremos seguir defendiendo y a cuáles queremos renunciar. Cabe recordar aquí el famoso libro de MacIntyre (1991) en el que hablaba de distintas tradiciones y apuntaba que la democracia y el liberalismo creen que están por encima de todas ellas porque poseen criterios para criticar. Ahora bien, aunque tanto el liberalismo como la democracia son también tradiciones, tienen la intención de criticarse a sí mismas. Por ello, lo importante es evitar acogerse a una tradición cerrada que afirma que el valor de sus valores reside únicamente en el hecho de que son sus propios valores, pues esta no es una razón válida por la que una tradición debe considerarse buena.

    Hay que tratar de discernir, que quiere decir criticar, si bien no insultar, hasta qué punto deben de mantenerse unas actitudes, usos o costumbres en las democracias, o renunciar a ellas porque no mejoran a la humanidad. Este es el criterio que debemos tener en mente, lo que requiere de una educación para la ciudadanía crítica que pone en juego tanto la misma democracia como el ejercicio de una ciudadanía madura.

    Hoy día es común hablar de ciudadanía participativa, que es un término positivo, pero más allá de ello deberíamos referirnos a la madurez de dicha ciudadanía, a su carácter crítico y a su capacidad de discernir. Y en este momento, para nuestros estudiantes es mucho más importante que en otros tiempos porque lo que está ocurriendo en las redes sociales y en lo que Zuboff (2020) denomina el capitalismo de la vigilancia, está haciendo que resulte muy difícil discernir cuándo nos estamos encontrando ante un bulo, cuándo nos están robando la información y no nos hemos dado cuenta, y cuándo al fin y al cabo nos están mentalizando en un sentido o en otro, lo que lleva a muchas personas a preguntarse si la democracia puede sobrevivir a internet. Creo que es un momento importantísimo para educar precisamente en ese tipo de tradición que se caracteriza, entre otras cosas, por el ejercicio de la crítica, no solo la enfocada en los demás, sino también la que se centra en uno mismo y nos permite seguir adelante y, de alguna manera, progresar.

    LA FORMA COOPERATIVA DE LA ACTIVIDAD EDUCATIVA

    El tiempo y el espacio es un recurso escaso, por lo que no se puede desarrollar este punto aquí todo lo que se desearía, pero vamos a apuntar algunas cuestiones para el diálogo, que cabe agrupar en las siguientes dos áreas.

    Aristóteles tenía razón cuando afirmaba que la vida humana se compone de actividades. Junto a las normas y a las instituciones, el ser humano conforma su vida mediante actividades, entre las que cabe encontrar la educativa. Se trata de un quehacer, en términos de Ortega, que se apoya en las leyes e instituciones, pero donde estas están al servicio de las actividades y no al contrario. Por ello, es muy importante tratar de ver en cada actividad, siguiendo las ideas de MacIntyre (1991) adaptadas a las actividades profesionales, la meta que le da sentido y legitimidad social, así como dilucidar los valores que hay que encarnar para alcanzar la meta y cuáles son las virtudes que tienen que desarrollar quienes están trabajando en esa actividad para conseguir dicha la meta.

    MacIntyre afirma que una actividad social es una actividad cooperativa en la que trabajan conjuntamente distintos agentes para alcanzar una meta. La educación se trata de una actividad cooperativa en la que colaboran distintos agentes, pues no puede ser desarrollada de manera aislada. Tales agentes son diversos y abarcan el profesorado, el alumnado, los padres, las madres, la comunidad educativa, otros agentes del entorno, etc., que se distinguen más o menos claramente en la educación formal, pero cuya identificación en la educación informal es más compleja, pues para una persona joven tiene mayor relevancia la perspectiva de su grupo de iguales, o lo que se expresa a través de Whatsapp, que lo que las opiniones de sus profesores o familias. Por ello, recordar cuáles son los agentes de la educación resulta fundamental en la actualidad.

    UNA EDUCACIÓN PARA LA JUSTICIA, LA FELICIDAD Y LA VIDA BUENA

    Asimismo, preguntarse sobre las metas de la educación es una cuestión ineludible, así como los valores y virtudes que hay que desarrollar para llevar a cabo la tarea educativa. En este sentido, la educación y, más concretamente, una educación democrática debe proponerse formar personas con aspiración a la felicidad y educar ciudadanos dispuestos a cumplir y deliberar sobre los mínimos de la justicia. Desde hace mucho tiempo vengo defendiendo en distintos foros la distinción entre lo justo y lo bueno, entre la justicia y la felicidad. Lo justo es lo que se exige, la felicidad y la vida buena es aquello a lo que se invita. Es aquello a lo que se aconseja. Los seres humanos, lo decía Aristóteles –pero aunque no lo hubiera dicho sería también verdad–, tendemos a la felicidad y a la vida buena.

    En la educación hay que trabajar para que nuestros estudiantes aspiren a una vida buena. Recuerdo en una ocasión en la que un grupo de alumnos con quienes conversaba sobre la felicidad, me respondía que ya habían arrojado la toalla y consideraban la felicidad como una palabra demasiado grande. No me parece un éxito que las mentes más jóvenes no piensen siquiera en una vida buena o feliz. Y una cosa es que el profesorado se empeñe en imponer un modelo de vida buena, lo que no sería aceptable y cabría considerar como una acción más propia del totalitarismo, y otra cosa bien distinta es que se ayude y se incentive, se aconseje y se comparta, para ayudar a las personas a que puedan discernir su modelo de vida buena.

    La vida buena es algo que tenemos que elegir personalmente, pero personalmente no quiere decir individualmente sino junto con otros. Hablando con los otros somos capaces de descubrir qué es lo que deseamos, qué es lo que queremos. A través de la conversación compartimos ideas que nos ayudan a elegir personalmente aquello

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