New York en Tiempos del Crack
By Arturo Olaya
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Esta obra desgarradora profundiza el problema étnico de las drogas en la ciudad de New York. Lleva al lector a un viaje concienzudo que lo enfrenta ante un monstruo vestido de blanco con ojos brillantes que aparece a finales del siglo veinte; pare arrastrar la sociedad —en especial la juventud—, hacia un mundo de sombras, en el cual, a través de deseos banales e ilusiones locas son transformados en Zombis que cambian con destino a un infierno de penurias y perdición.
Es así, como el autor lleno de valentía nos enfrenta a hechos conmovedores, que nos permitiría vivir en carne propia la cotidianidad de personajes reales de las calles de New York. Seres que son solo una muestra de una alarmante problemática mundial.
En esta obra el autor logra realizar su gran sueño, cuando después de abandonar su carrera de Química en la Universidad de Antioquia, decide dedicarse a escribir una variedad de novelas y crónicas. Su crianza en la ciudad de Medellín, su largo recorrido de veinte años por las principales ciudades de Estados Unidos, le posibilitaron la creación de New York. Hundido en el Crack.
El autor narra la vivencia del abuso de drogas, exponiendo la historia del adicto, su dolor y tristeza, en un contexto psicosocial, demográfico y racial.
Psicóloga Olga Espinal.
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New York en Tiempos del Crack - Arturo Olaya
New York en Tiempos del Crack
Arturo Olaya
Derechos de autor © 2020 Arturo Olaya
Todos los derechos reservados
Primera Edición
PAGE PUBLISHING, INC.
Conneaut Lake, PA
Primera publicación original de Page Publishing 2020
ISBN 978-1-64334-671-7 (Versión Impresa)
ISBN 978-1-64334-672-4 (Versión electrónica)
Libro impreso en Los Estados Unidos de América
Tabla de contenido
Rendezvous with death
Learning process
Harry the old man with glasses
Tom the american builder
The Chinese of the corners
Tony the Puerto Rican at five o’clock
Tito and friends
The pretty fag
Malaca the Greek
The queer and the Dog
The pregnant girl who escapes
El loco
and friends
Crack baby
The pretty Gringa
The crazy women of the project
Vietnam Veteran
The Korean of dogs
The Merchant
Perucho
Los Choros
The enviced professor
The Journalist
Brother Ñañañito
The case of Sapo
The Holy Friday case
The addicted Jibaro
The Fall
Mike’s case
Faith, hope and charity
Statistics and news
Dedicatoria
Dedico esta crónica a mis queridas hijas: Karen y Marilyn Olaya, a mi nieto Angello Villanueva, a mi madre Blanca Mery y a toda la juventud del mundo. A mi madre, por todo el amor que me ha dado, a mi padre y a todos mis hermanos.
Dedico este libro especialmente a mis hijas Catherine y Karen, porque las amo, gracias por esos nietos tan bellos.
A Esteban, mi sobrino, porque lo llevo en mi corazón.
A mis sobrinas Scarlett, Rachel, Liliana y Catherine, para que siempre sean niñas buenas.
A todos mis nietos.
Agradecimientos
Mis más sinceros agradecimientos a aquellas personas que me colaboraron en la producción de esta historia, y me brindaron su ayuda desinteresada y su esfuerzo por la realización de este relato. Estas personas son: El Sr. Favio Rivera Valencia, la Dra. en Psicología Olga Espinal, y aquellos otros personajes que están incluidos en esta obra y que cuyos nombres han sido cambiados.
Prólogo
Esta obra desgarradora profundiza el problema étnico de las drogas en la ciudad de New York. Lleva al lector a un viaje concienzudo que lo enfrenta ante un monstruo vestido de blanco con ojos brillantes que aparece a finales del siglo veinte; pare arrastrar la sociedad —en especial la juventud—, hacia un mundo de sombras, en el cual, a través de deseos banales e ilusiones locas son transformados en Zombis que cambian con destino a un infierno de penurias y perdición.
Es así, como el autor lleno de valentía nos enfrenta a hechos conmovedores, que nos permitiría vivir en carne propia la cotidianidad de personajes reales de las calles de New York. Seres que son solo una muestra de una alarmante problemática mundial.
En esta obra el autor logra realizar su gran sueño, cuando después de abandonar su carrera de Química en la Universidad de Antioquia, decide dedicarse a escribir una variedad de novelas y crónicas. Su crianza en la ciudad de Medellín, su largo recorrido de veinte años por las principales ciudades de Estados Unidos, le posibilitaron la creación de New York. Hundido en el Crack.
El autor narra la vivencia del abuso de drogas, exponiendo la historia del adicto, su dolor y tristeza, en un contexto psicosocial, demográfico y racial.
Psicóloga Olga Espinal.
"Si uno avanza confiadamente en dirección de sus sueños, y trata de vivir la vida que se ha imaginado, se encontrará con un éxito inesperado en cualquier momento".
Henry Thoreau.
Palabras del autor
A través de mis años de vida, he venido observando un fenómeno dentro del desarrollo social: La drogadicción. Es tan variada, que se pudiera decir, que existe de acuerdo al medio ambiente en que se esté desarrollando determinado grupo étnico.
Así pues, podemos ver, como en los países orientales se presenta el consumo de Opio y Heroína. En países europeos el consumo de la Heroína y el Hachís; mientras que en el continente americano la Marihuana y las Metacualonas, además de la Cocaína y otras.
Así mismo, en cada país donde se mire, al pasar del tiempo, siempre ha existido una clase de vicio que se consuma, desde el tabaco que ha sido uno de los grandes precursores del enviciamiento de la raza humana, hasta el alcohol, que es y será uno de los mayores destructores de la familia; generándose así una dependencia cada vez mayor del consumo de drogas.
Para mí ha sido verdaderamente doloroso: ver como hermanos, amigos, vecinos, hermanos de mis amigos, amigos de mis vecinos, en fin, medio mundo, se ha involucrado en algún tipo de adicción para terminar en una cárcel, en un hospital, o en la misma miseria; tal vez convertidos en maleantes o asesinos, solo por complacer el llamado de una droga. Cuantas personas no han resultado víctimas de este mismo flagelo, viendo como su padre, o su madre, los abandonan en la misma calle, todo por una causa precisa: La droga.
Este mal humano ha llegado a tal grado, que, si se hiciera un censo a escala mundial, y calculáramos el número de adictos (Tabaco, Alcohol, Cocaína, Marihuana, Hachís, Ácidos, etc.), la tercera parte del conglomerado terráqueo seria drogadicto.
Ahora toca preguntarse: ¿Por qué, a qué se debe este desvío emocional de la raza humana? Para encontrar una respuesta debemos basarnos en más de dos mil años de historia. Lo que sí se puede aseverar es que todo depende de un desarrollo social, a través de la condición en que nos hemos desenvuelto como familia, como pueblo, como ciudad, como país y como mundo.
Otras preguntas se dan: ¿Cómo vamos a resolver esto? ¿Vamos a continuar así? Las respuestas tendrían que darlas los gobiernos, que en gran parte han contribuido al problema, pero también la respuesta debe darla cada uno de nosotros; y a nosotros mismos, quienes somos los verdaderos protagonistas de la masacre en que vivimos.
Debido a las composiciones neuroquímicas podemos considerar al hombre como un adicto por naturaleza misma. Como raza, es un adicto y siempre lo será; situación que nos permite concluir que la drogadicción no debe ser combatida con guerras armadas.
Concientizado del problema, decidí un día aportar con mi granito de arena hacia la búsqueda de la solución. Así comencé una indagación sobre la adicción al Crack en el condado de Queens, New York, lo que me tomó 36 meses de estudios y recopilación de datos. Por esto agradezco a aquellas personas, que me prestaron su desinteresada colaboración, en la producción de este relato. Cabe añadir, que todo lo que aquí se muestra, es una fiel copia de lo que está ocurriendo en la realidad; sin embargo, los nombres y fechas han sido cambiados.
Espero que este esfuerzo realizado en nombre de Dios y la humanidad, sirva para ayudar a muchas personas que se encuentran ya en las drogas, y más aún, para prevenir aquellas personas que todavía no han tenido contacto con este sucio mundo. Mi consejo sería: Cuídense de las trampas... esas son las drogas
.
Cita con la muerte
Una noche de cielos despejados en un modesto restaurante típico español, llegó cumplidamente a su cita un hombre de rasgos hispanos; como se suele determinar a cualquier persona latinoamericana en la ciudad de New York. El hombre era cubano, vestía traje negro, sus zapatillas negras bien lustradas y su oscuro cabello hacían contraste con su piel blanca, de un rostro perfilado sin arrugar; hizo su entrada cautelosa en el lugar, tratando de pasar desapercibido. Observó muy bien a cada una de las personas que se encontraban presentes, notó que no había nadie conocido, o al menos, nadie que lo reconociera a él.
Era una persona inteligente, había hecho un trabajo importante, un cargo de reputación en el mejor diario hispano de la ciudad. El compromiso que tenía en su trabajo, aumentaba la responsabilidad que tenía consigo mismo; y más allá la responsabilidad que había adquirido con la comunidad, con el ser humano.
Se sentía un defensor de los derechos humanos, un defensor de los desvalidos, por eso siempre quiso seguir la carrera de periodista. Que mejor arma para defender un pueblo, que lápiz y papel
. Fue siempre admirado por su familia.
En su espíritu aventurero no tenía límites, nunca quiso ver un pueblo oprimido, consideraba las drogas como una forma más de opresión contra el pueblo. También veía la droga como una plaga ultra peligrosa que ataca la humanidad. Por eso se encontraba ahí, corriendo un riesgo más, todo por una sola causa: La lucha contra las drogas
.
Nunca había tenido una sensación tan extraña como la que estaba experimentando ahora, sentía ganas de todo y de nada al mismo tiempo. Decidió pedir una cerveza, luego quiso fumar; comenzó a recordar inmerso en su pasado todo lo que había sido su vida, y lo que había sido luchar en contra de las drogas. No notaba que el frío de la muerte ya lo cobijaba; lo hacía cambiar de colores, como un arcoíris que está terminando de atravesar un sendero.
Más allá, en un lugar desconocido, la sombra de la muerte movía sus tentáculos para alimentarse una vez más. Ahí estaban sus esclavos impregnándose de sus pestilentes desperdicios, para sentirse dispuestos a cometer sus fechorías. Aquella ansiedad que envenena el alma, para llevarse la mente hacia los profundos infiernos, cuando por intermedio de aquella droga creen ver y hablar con el demonio. No los dejará en paz, hasta llevarlos al final, que no será positivo para nadie en absoluto.
La red ya quedó tendida como las fibras de una telaraña; solo se pueden mover a través de ella, pero no zafarse. La víctima ya estaba atrapada, no se podía liberar. El victimario se ha drogado suficiente, listo para cometer el sacrificio; la sombra iba cubriendo la luz de un arcoíris.
En ese momento le vino a su mente el recuerdo de sus hijos, de su esposa, de sus padres; se regocijó en ellos y sintió que sus colores volvían a brillar; percibió un olor como a pólvora... ¡¿Oh, será acaso a droga?!
Se fue de este mundo preguntándose si estos dos olores serían lo mismo.
Quedó formado el triángulo: Droga, pólvora y muerte.
¿Será casualidad que la plazoleta que día a día recuerda su nombre tiene forma triangular?
Ahí estás: Manuel de Dios Unanue.
Proceso de aprendizaje
Se aproximaba diciembre de 1994. Recorríamos lentamente la zona que pronto sería nuestra área de trabajo, una zona como cualquiera de aquellas en el condado de Queens, New York, donde las drogas se venden por las calles.
Serían las ocho de la noche y el tráfico de carros aún era abundante. Yendo calle abajo nos encontramos en un atracón causado por una luz roja, nos habíamos detenido en la zona caliente; un punto que sería llamado por nosotros como la Olleta
. Tuve la oportunidad de ver entonces al Diablo en acción, uno de los vendedores dueños de la zona. Este se percató de nuestra presencia y del hecho que lo estábamos observando; en ese momento aprovechó para darse un poco de brillo en su actuar
, lanzó una mirada suspicaz y agresiva a su alrededor, para luego detener sus ojos en nosotros. Hizo que saludaba sin saludar; replicamos su saludo con una sonrisa, mientras nos acercábamos para aparcar, le preguntamos acerca de su mujer; la señaló con la cabeza, entonces continuó con su vigilancia habitual. Nos acercamos a saludarla, pues era a ella, la gorda, a quien buscábamos...
Estaba muy elegante, sostenía varias bolsas de tiendas, nos saludó sonriente y al preguntarle si venía de compras, respondió que no, que eran solo las muletas
, expresión que no comprendí hasta mucho después, al tener que usarlas; eran paquetes para simular que iba de compras.
Nos quedamos conversando con la gorda, mientras tanto veíamos como el Diablo atendía su clientela; iba de un lado a otro dando zancadas larguísimas, a las cuales nunca me acostumbré, mientras fui su aprendiz.
En un principio el hombre casi ni saludaba; se mostraba huraño, se limitaba a hacer un gesto sin extender la mano. Cuando caminábamos juntos o más bien, patinábamos
juntos —expresión obtenida de la jerga carcelaria—, me compartía cómo trabajar mejor para protegerse de la policía.
Pronto me tomó confianza y se mostró generoso regalándome una bicicleta. Por su parte las mujeres hacían lo mismo, se entrenaban en el arte de vender Crack, o Bazuco que es prácticamente lo mismo.
Todo esto merecía mucha atención y concentración, de lo contrario tendríamos "una caída¹ con la policía, quedando así
calientes" y con un Warante², situación en que la mayoría de los jíbaros³ se encontraban. Muchos tienen Warante por vender, otros por consumo, más eso es algo que la mayoría deja a un lado.
Poco a poco fuimos conociendo los clientes y siendo conocidos por ellos, quedando recomendados en cuanto a calidad y servicio.
La tensión que creaba esta situación cada día se reflejaba en nuestra pérdida de peso, que llegó a ser extrema en mi compañera.
Son diferentes las causas que llevan a una persona a la situación de Jíbaro; para muchos hay una necesidad muy grande, por lo general, económica; como en el caso de mi pareja, quien necesitaba bastante dinero para pagar la hipoteca de su casa y no dejar a sus hijos sin hogar... Mi caso era bastante distinto, yo tenía trabajo estable y bien pago, pero la mía también la consideraba una necesidad, la necesidad de cuidarla, de estar allí con ella; ya que estaba decidida a realizar esta labor. Tenía también una obligación moral con nuestro hijo, obligación de cuidar a su madre, y aunque yo ganaba lo suficiente, era incapaz de sustentar el pago de hipotecas.
Cuando hacíamos nuestro recorrido por las calles, aparentando ser un par de enamorados, pues las circunstancias no se prestaban para sentirse romántico; caminábamos vigilando con agudeza las terrazas de los edificios, cada techo, cada ventana, sin importar la oscuridad de la noche, para controlar si alguien nos observaba, caminando sin detenernos, encomendados a los santos y a los muertos, rogando protección y aviso.
Una noche por poco nos detectan; mi compañera, por obra de doña Chela, su ánima protectora, miró hacia una de las terrazas más altas, allí vio un policía vigilante; pronto, pero con naturalidad, nos escabullimos.
En esta clase de trabajo uno se convierte en otro policía más de la zona, de esto depende el pellejo.
Para alguien con escrúpulos esto es una labor horrible; muchos jíbaros al principio lloran de la vergüenza ante sí mismos, sufren ataques nerviosos, deterioros de salud, hasta terminar acostumbrados a esta lucha, en la cárcel, alcohólicos o enviciados al producto que ellos mismos proveen. En la mayoría de los casos el jíbaro es un consumidor de droga, algunos logran controlarlo otros se hunden y terminan como adictos.
En el momento en que estábamos moviéndonos solos y recién "destetados⁴", nos llegó el rumor de que un grupo nuevo de control antidrogas, pronto operaría en la zona: El T. N. T. creado por el gobierno, tecnificado y con todos los adelantos de la ciencia policiaca.
Se decía que estaba limpiando El Bronx, que tenía azotada la zona de Jamaica y que pronto llegaría a nuestra área. Nos dimos cuenta días antes del primer operativo; no porque estuviéramos infiltrados en este grupo, o porque perteneciéramos a una mafia que todo lo sabía, sino porque viciosos los hay de todos los tipos, desde el abogado, el profesor, el estudiante, el técnico, el constructor, el degenerado, el ladrón, la mujer en embarazo, el periodista, el deportista, el banquero, el zapatero, el político, el fumador ocasional; y así fue como uno de estos viciosos era nuestro informante.
El T. N. T. estuvo a punto de apresarnos, ya se habían llevado al jíbaro X y al jíbaro Y, las calles se veían limpias de vendedores de droga, más no de adictos. Los podíamos observar asfixiados, esperando que alguien llegara a socorrerlos. Claro, también estaban los adictos que no se dejan notar y los infiltrados de la policía, luciendo como viciosos, con un radio oculto bajo sus ropas, listos a comprar con billetes marcados y a