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Doctor Gerald - 30 Días De Agonía: Héroe De La Medicina
Doctor Gerald - 30 Días De Agonía: Héroe De La Medicina
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Doctor Gerald - 30 Días De Agonía: Héroe De La Medicina

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Cuando la doctora Olga Lattarulo a quien conocí hace muchos años haciendo periodismo en Perú, me pidió en un lúgubre mortuorio infectado de COVID-19 y frente al cuerpo sin vida de su hermano, el doctor Gerald, que la ayudara a escribir la historia de su vida, me sentí halagado, pero al mismo tiempo triste. Porque jamás podría olvidar el rostro de mi amigo Gerald en una camilla, envuelto en una bolsa negra, atrapado por el COVID-19. Con su hermana Olga lo vimos cara a cara en medio de la desesperación y el llanto.

Este libro es un testimonio fiel del día a día de esa interminable agonía con una narrativa propia del periodista, pero va más allá por la vida misma del doctor Gerald que salió del Perú para traspasar fronteras con el único afán de transmitir sus conocimientos a la humanidad. Gerald era uno de los pocos médicos peruanos que logró abrazar 3 especialidades graduándose en 3 países y en 3 idiomas diferentes, Perú, Estados Unidos y Brasil.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateJan 31, 2023
ISBN9781506549651
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    Doctor Gerald - 30 Días De Agonía - Olga Lattarulo

    Dedicatoria

    A todos los hermanos guadalupanos y de manera muy especial a la promoción 1972 A que celebra sus Bodas de Oro.

    Introducción

    Cuando la doctora Olga Lattarulo a quien conocí hace muchos años haciendo periodismo en Perú, me pidió en un lúgubre mortuorio infectado de COVID-19 y frente al cuerpo sin vida de su hermano, el doctor Gerald, que la ayudara a escribir la historia de su vida, me sentí halagado, pero al mismo tiempo triste. Porque jamás podría olvidar el rostro de mi amigo Gerald en una camilla, envuelto en una bolsa negra, atrapado por el COVID-19. Con su hermana Olga lo vimos cara a cara en medio de la desesperación y el llanto.

    Este libro es un testimonio fiel del día a día de esa interminable agonía con una narrativa propia del periodista, pero va más allá por la vida misma del doctor Gerald que salió del Perú para traspasar fronteras con el único afán de transmitir sus conocimientos a la humanidad. Gerald era uno de los pocos médicos peruanos que logró abrazar 3 especialidades graduándose en 3 países y en 3 idiomas diferentes, Perú, Estados Unidos y Brasil.

    La historia del doctor Gerald es una inspiración de vida, es uno de los pocos médicos que ha ido por el mundo transmitiendo sus valores no solo como médico sino como ser humano, como persona entregada a la fe y al sacrificio por los demás. Siempre al servicio de los que menos tienen y desde donde esté siempre va a estar con sus sabias enseñanzas poniendo la luz en la oscuridad porque va a seguir transmitiendo sus conocimientos de más de 40 años como profesional de la salud a través del enorme legado que deja a la ciencia médica.

    La doctora Olga Lattarulo que además de periodista es poetisa y profesora universitaria en Boston, no solo pone en contexto el COVID-19 que le ganó la partida a su hermano tras 30 días de lucha contra este virus mortal que lo tuvo en una agonía que parecía despertar sino su vida y obra desde que salió a los 11 años de su pueblo Tápuc en las serranías de Cerro de Pasco, en Perú, para seguir sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe para luego graduarse como médico en la Universidad Nacional Federico Villarreal, en Lima, dando una lección de vida de lo que él siempre solía decir Sí, se puede.

    Luego de graduarse de médico, el doctor Gerald trabajó en diversos hospitales y clínicas para años después salir a los Estados Unidos para estudiar su segunda especialidad, trabajó en hospitales en Pensilvania, Nueva York y en Boston donde abrió su propia clínica para el cuidado de la piel y el rejuvenecimiento en otra de las tantas lecciones de vida que lo llevarían luego a Brasil para seguir una tercera especialidad en cirugía estética.

    Su vida fue una entrega total a la medicina hasta que se infectó de COVID-19 y en este libro, la doctora Olga narra con el corazón en la mano el primer encuentro que tuvo con su hermano en una tétrica sala de enfermos de COVID-19 del hospital de Tramandai, en Porto Alegre, tras rogarle a la doctora de turno para que la dejara pasar a su propio riesgo violando los protocolos de salud.

    En ese pabellón del COVID-19 o pabellón de la muerte pudo ver a su hermano intubado, atrapado por ese maldito virus que ha causado tanto dolor y muerte en el mundo. El doctor Gerald se infectó mientras salvaba vidas en ese hospital de Brasil, el gigante sudamericano que fue uno de los países más golpeados por el coronavirus. Por ese entonces, Brasil era considerado una amenaza para la salud pública mundial.

    La doctora Lattarulo cuenta sus experiencias, su vida diaria en Tramandai, uno de los balnearios de Porto Alegre impactado por las muertes diarias por COVID-19. Estuve más de 15 días a su lado, todo nos aterrorizaba y mirábamos con estupor los cuerpos tirados por las calles de gente que había fallecido en sus hogares y que su propia familia los había sacado para evitar el contagio y la muerte. Veíamos casi a diario ese cuadro de terror, mientras caminábamos entre el departamento donde vivió sus últimos días el doctor Gerald y el hospital. Olga describe muy bien todo lo que pudo ver y oler en los 30 días de agonía y luego el desenlace final que destruyó su vida convirtiéndola en una agonía permanente. Porque jamás he podido ver tanto dolor y ríos de lágrimas por la muerte de un ser querido.

    Ha transcurrido más de un año y hasta ahora me siento conmovido por su dolor, la pérdida de su único hermano, del mejor médico del mundo como Olga lo repite, dejó muchos vacíos en su vida y lo que quiere ahora con este libro es transmitir todas sus enseñanzas, sus luchas diarias como médico para salvar vidas, para ayudar a sus pacientes pagándole las medicinas porque decía para que los examino sino van a tener para comprar los medicamentos. De allí que la gente lo llamaba el médico de los pobres y más necesitados. Son muchos los testimonios y así lo vamos a recordar, como uno de los grandes médicos que ayudó a la humanidad.

    Máximo Torres

    Editor de El Mundo Boston

    Galardonado como uno de los 100 periodistas de los medios de comunicación de habla hispana en los Estados Unidos y premiado con la máxima distinción del Colegio de Periodistas del Perú por sus 50 años de ejercicio profesional.

    Doctor Gerald

    30 días de agonía

    Héroe de la medicina

    Los rayos del sol me quemaban el rostro mientras el viento azotaba las olas haciendo que el rugido del agua que golpeaba las rocas se oyera como una explosión estruendosa. Desde el mar se podía ver a lo lejos la silueta de una mujer canosa y muy pequeña con la imagen de la Virgen de Iemanja. Con los brazos extendidos, oraba de rodillas. No sé de dónde salió ni como apareció en ese lugar, pero me dirigí hacia ella a pasos agigantados, sin importarme que la arena caliente quemara la planta de mis pies. Cuando la tuve en frente hicimos contacto visual directo y caí de rodillas a sus pies. Con lágrimas en los ojos, le dije: Salva a mi hermano, está agonizando con el COVID-19, ayúdeme a orar para que se salve. Jamás podré borrar de mi memoria ese momento divino, sentí como que la Virgen estaba conmigo y seguí de rodillas implorando misericordia por mi hermano.

    La mujer se puso de pie y me dijo: Reza y vete con Dios. Seguí implorándole misericordia y no sé de dónde saqué fuerzas para gritar: Mi hermano se infectó aquí, ustedes le contagiaron. Seguí llorando y caminando de regreso al mar, totalmente turbada, de pronto escucho un grito: ¿Cómo se llama tu hermano?, Gerardo, respondí gritando a todo pulmón.

    Di media vuelta y entonces oigo la misma voz, esta vez muy calmada, que me dice: Anda a tu casa, tu hermano se salvará.

    Sentí una paz interior, un súbito alivio como un regalo de Dios, pero aún llorosa caminé entre el mar y la arena de Tramandai, un balneario de Porto Alegre, hasta el edificio de apartamentos donde vivía mi hermano y sorprendida lo vi en la ventana agitando las manos y con su característica sonrisa. Lo vi, nadie me puede decir que no. A lo mejor fue un espejismo en mi imaginación, pero vi su rostro en su apartamento frente al mar, que él amaba porque así lo quiso siempre. Amaba la naturaleza, el mar, las olas, el sol.

    Esa misma noche, mi hermano Gerardo despertó de su letargo por 2 horas y gracias a la tecnología pude otra vez ver su rostro a la distancia. Una de las doctoras que lo atendía me llamó por FaceTime para darme la buena nueva, una esperanza de vida de mi hermano, un médico peruano que se había entregado en cuerpo y alma para salvar vidas y que ahora estaba en cuidados intensivos, intubado por culpa del COVID-19.

    El Doctor Gerald, como mucha gente lo llamaba, se infectó de ese virus mortal, mientras salvaba vidas en el hospital de Tramandai, Porto Alegre, uno de los estados de Brasil con el mayor número de casos reportados. Brasil era ya considerado como una amenaza para la salud pública mundial.

    Las noticias nos impactaban todos los días, las muertes diarias por COVID-19 nos daban en la cara cuando salíamos a caminar por una de las calles de Tramandai, camino al hospital o de compras al supermercado, todo nos aterrorizaba y mirábamos con preocupación el cuadro clínico de Gerald y de mucha de la gente que estaba infectada en Brasil. El gigante sudamericano se venía abajo no sólo por el COVID-19, sino por la desidia del gobierno.

    Gerald era uno de los miles de médicos en Brasil que no habían sido vacunados contra el coronavirus y si bien su vida pendía de un hilo, yo jamás perdí la esperanza y en los 30 días que estuvo en cuidados intensivos, intubado, movilicé al mundo entero para generar cadenas de oración. Con la fe de mi lado y entre días de dolor, angustia y llanto veía a la oración como la tabla de salvación de Gerald. La fe mueve montañas, me decía tratando de sacar fortaleza de esa frase de inspiración bíblica.

    El doctor Gerald había tenido una vida llena de éxitos y con una rica historia de aventuras desde que emigró de Tápuc, un pueblo ubicado en las alturas de la sierra de Cerro de Pasco, para trabajar luego en Lima, Perú, y después en los Estados Unidos en Pensilvania, Nueva York y Boston y distintos estados de Brasil. Siempre se consideró un inmigrante al servicio de la ciencia médica. No tenía más norte que vivir ayudando a la gente menesterosa.

    El drama comienza antes

    Eran las 5:20 de la tarde, el sol caía y yo misma me preguntaba si Dios me estaba enviando algún mensaje. La angustia, el dolor de saber que mi hermano estaba con COVID-19 me tocaba el alma. No hacía ni 5 horas que había llegado a Porto Alegre después de días de angustia y de zozobra por no saber nada de mi hermano.

    El drama que vivimos con mis hijos, mis hermanas y toda mi familia comenzó 7 días antes en Boston, capital de Massachusetts, que pasaba por un severo invierno con temperaturas por debajo del punto de congelación y con mucha nieve. Yo había perdido todo tipo de contacto con mi hermano, no respondía llamadas ni textos por WhatsApp o por mensaje de Facebook.

    Con los días de incomunicación sentía que la vida se me apagaba y lloraba desconsoladamente. Sufría por mi hermano y cada día que pasaba sin saber nada de él, me hacía entrar en pánico. Por lo habitual tenía una comunicación diaria con mi hermano.

    Su extraña desaparición conmovió a toda la familia que movió a medio mundo para localizarlo. Con el apoyo del estudio de abogados de mi hijo Andrew se lanzó una operación búsqueda con un grupo de empleadas brasileñas que movieron todos sus contactos en Brasil, específicamente en Tramandai, un balneario en Porto Alegre, donde Gerald tenía un apartamento frente a la playa.

    La voz de alarma

    La operación búsqueda me dio cierta tranquilidad, pero los días pasaban sin resultados hasta que apareció la luz al final del túnel. Claritza dio la voz de alarma y tras varios días de búsqueda con la policía y las autoridades de salud al fin dieron con su paradero. Estaba casi agonizando en una sala de un vetusto hospital junto a una fila de infectados por el COVID-19. Gerald estaba intubado con pronóstico reservado.

    La angustia y el dolor me dominaba y lloraba sin parar, con un nudo en la garganta que me asfixiaba. No había cómo calmarme. Mi único hermano varón, mi siamés estaba intubado. No podía creer que Gerald estuviera en esas condiciones y pedía a Dios por su salvación.

    Mis hijos, mi familia en general no querían que viaje por las alarmantes cifras de muertos e infectados en Brasil. Las cifras que reportaban los medios de prensa eran pavorosas, pero nada me importaba y lo único que quería era viajar para estar al lado de mi hermano. En medio de la desesperación llamé a mi agente de viajes para salir en el primer vuelo con destino a Porto Alegre. No me importaba nada, solo quería viajar y en menos de 24 horas abordé un vuelo de Delta para un viaje con escala. Mi hermano agonizaba y no lo podía creer, me resistía a aceptarlo.

    Siete días había durado la búsqueda que tuvo bajo alarma a todos en la familia. Yo ya había tomado la decisión de viajar y hablé con mi hijo Andrew. La desesperación, la angustia me dominaban y lloraba sin consuelo.

    Andrew trataba de calmarme y me abrazaba con desesperación diciéndome que sus empleadas brasileñas que habían tendido desde sus oficinas toda una red de información para dar con el paradero del doctor Gerald ya tenían todo bajo control. Mientras tanto, yo ya había comprado mi pasaje y al día siguiente iría para la prueba del COVID-19 que pedían en todos los aeropuertos del mundo.

    Alarmados por su viaje

    Toda la familia en Boston, Nueva York y otros estados de los Estados Unidos estaban extremadamente alarmados, sobre todo sabiendo que Porto Alegre era uno de los estados que tenía un alto índice de contaminación por COVID-19. Por esa época se hablaba de 4 mil muertos por día.

    La pandemia dominaba Brasil, un país que no había comprado vacunas contra el coronavirus. Los médicos y el personal de salud no estaban vacunados y sabíamos que Gerald había seguido trabajando en el hospital y que no estaba vacunado.

    Oíamos y leíamos las informaciones del Brasil, eran terribles, igual o peor que Italia y para amolarla el presidente Bolsonaro era un anti vacunas. Las autoridades de salud no se habían preocupado por vacunar a los médicos y mucho menos a los trabajadores de los hospitales.

    Brasil era uno de los países sudamericanos más desgraciados por el COVID-19, pero a su presidente Bolsonaro poco le importaba que, por esos días, en plena pandemia, seguía muy ufano paseándose sin máscara por las favelas donde se infectó. Era un irresponsable y negligente. Gerald lo criticaba a diario en videos que grabó para compartirlo con amigos y familiares diciendo que se estaba cuidando con Ivermectina.

    El viaje a Brasil me desesperaba, quería ya estar en Porto Alegre, el silencio y la incomunicación con mi hermano me había llevado a pensar lo peor, toda la familia estaba preocupada. Felizmente, dos de las empleadas del buffett de abogados de mi hijo Andrew habían rastreado las huellas de Gerald hasta que finalmente dieron con su paradero. En el hospital, removieron cielo y tierra hasta conseguir que el

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