Lo primero es el amor
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constitución universal, y una sola nación, en todo el planeta Tolimano, con el consiguiente ahorro miliar, embajadas, consulados, aduanas, contrabando etc. logrando esa alta evolución y acabaron con esa gigantesca lacra criminal que amarga, enfrenta y mata los seres vivos.
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Lo primero es el amor - Rafael Umpiérrez Peñate
Lo primero es el amor
Rafael Umpiérrez Peñate
Lo primero es el amor
Rafael Umpiérrez Peñate
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
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© Rafael Umpiérrez Peñate, 2022
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2022
ISBN: 9788419137463
ISBN eBook: 9788419137708
Si el ser tolimano es infeliz,
no lo consuela ningún matiz.
La mejor cura es sentirse amado.
En la isla Mahilinda, conocida por el mote de una mota de «volcán viejo» en medio de la mar, que es la Gran Canaria hermosa, que de Hermes viene. En el suroeste de ese precioso continente en miniatura, zona a la que los políticos y mariconazos de su clase les ha dado por llamar ¡el macizo, del padre que los hizo!, y que, para proteger y revalorizar los terrenos de sus testaferros del sur de la isla, han declarado a este territorio del suroeste de la isla Gran Canaria espacio natural protegido. ¡Y allí no se mueve ni un ladrillo!, según el decir de un grandísimo hijo de puta, doctor en leyes y arquitectura. Luego pasó a parque rural Nublado, con cielo claro, con el cuento de proteger y garantizar la flora de verodes, veroles, tabaibas moriscas y los cardones. Tres plantas invasoras originarias del África sahariana, tres plantas que no hay bicho que se las coma, no valen ni para dar sombra y tienen más mala leche que los políticos asquerosos que nos gobiernan.
En un punto toponímico de Tasarte denominado El Cabezo, un castillete rocoso situado sobre la degollada de Los Corrales, por donde se entra a Las Aneas, como un observatorio desde donde se divisa toda la zona y mirador para apreciar perfecta y claramente un terreno arenoso y casi llano llamado la era de los Vallecillos, en este territorio robado a los aborígenes por la fuerza de las armas denominado una vez El Término, todos los vecinos soltaban sus cabras en común acuerdo y consentimiento tácito de sus dueños, como apoderados los señores Armas de Agaete. Tenía este ganado vecinal un viejo pastor llamado cho Romeo Rocco Rocholl.
En canarias se trata de cho en señal de respeto a las personas mayores, pero el viejo tenía la costumbre de decir cuando le trataban de cho: «Sí, ya soy solo medio chocho, pelado», y se pasaba la mano por la cabeza, blanquita y totalmente calva, como un campo de patinaje para las moscas y se quitaba una cachuchita que la mantenía a la sombra.
—Hay personas que vienen de vuelta en este mundo y cuando usted va a por castañas, ya él ha retornado con ellas, por ello les gusta vivir solos.
Otro señor mayor de la misma localidad, el muy, de verdad, honorable, y no como los rateros catalanes, señor cho Rafel, muy renombrado por su bondad y su astucia, conocido por toda la isla como cho Rafel de Tasarte y no «falso honorable», como los políticos «cata lanas», había encontrado en su pajar donde apilaba pastos para su ganado a un bebé mal nutrido, mal vestido y recién nacido, aún con restos de placenta o membranas del parto de la infeliz madre. Cho Rafel recogió y aseó a la criatura. Lo llevó al juzgado de Guía de Gran Canaria para entregarlo en la casa cuna o quedárselo él si se lo daban. La oficial del juzgado lo miró y dijo:
—Para más inri, el pobre niño es «hasta bisojo». Ese desdichado niño lo va a pasar muy mal en el orfanato.
—Es «ojituerto», yo no me había dado cuenta —replicó cho Rafel—. Yo he criado varios hijos y muchos nietos. Si me lo da a mí, lo cuido, lo crío y lo educo como mío. Pero si aparece la madre o el padre para reclamarlo, usted los mete presos por abandonarlo. Usted me da un documento que diga que yo me hice cargo de él, con la condición de que, si lo quieren, me van a tener que pagar todo lo que yo me he gastado en él, que no será poco. Además, solo será si el chico quiere irse con ellos o quedarse conmigo.
—Usted tendrá que demostrar que tiene dinero para mantener bien al niño, si lo quiere.
—¡Ah, coño! ¿Lo duda usted? ¿No tengo yo cuarenta cabras en Tasarte y planto papas y millo? ¿Cómo crie yo a mis hijos gordos y colorados como mulos, comiendo gofio con suero, leche, higos pasados, cuando no son frescos de época?
Cho Rafel volvió a Tasarte con el niño, lo que dio lugar a las críticas de todos los vecinos, quienes decían:
—¡Pero cho Rafel!, miré que usted es masoquista, criar un niño ajeno, sin tener a nadie que le ayude y, además, un «estrábico», en lugar de dejarlo en la casa cuna.
Otros le decían:
—¡Puy, cho Rafel! ¿No tuvo experiencia con sacar adelante a cinco hijos e hijas y muchos nietos, que se le fueron todos para Paraguay y ni siquiera le escriben? ¿Por qué no lo dejó en la casa cuna? Va usted a criar un chiquillo, ¡y bizco! Le sale más malo que Barrabás, y encima «trasojado» para que todo el mundo se meta con él.
—Por eso adopto a un niño con «ambliopía». Este niño, como yo lo voy a educar, va a ser mi suerte y mi bastón —explicó cho Rafel—. De todas las crías de animales, la del humano es la más indefensa cuando es un bebé, es un crimen abandonarlos; eso es matarlos. Y no menos crimen es no recogerlos y no atenderlos.
—¿Usted no iba solo cuando lo encontramos? ¿Quiere decir que nosotros también somos unos criminales?
—Reflexionen ustedes, ¿acaso no es igual matar que dejar morir sin socorrer? —mencionó el noble viejo cho Rafel.
Por las mañanas, muy temprano, después de levantarse de dormir en la cueva de los Pastores, el pastor cho Romeo solía sentarse sobre El Cabezo, que está sobre la degollada de los Corrales. Desde ese lugar, escudriñaba todo el territorio, lo mismo el de la banda de La Aneas como la franja de la Solana de Tasarte. A eso de las ocho de la mañana, cuando el sol empieza a calentar, ya estaban todas las cabras de leche reunidas en la era de los Vallecillos, que se halla a unos quinientos metros de allí. No porque el ganado fuese manso, sino debido a que a esa hora les repartía unos quince kilos de millo para cuarenta cabras que venían. «Zea mays no es un cereal, coño, es una gramínea», les decía él a las cabras. El choclo es algo que una cabra o un caballo nunca desprecian. Cuando sembraba el elote, ya tenía preparado un plato hondo de aluminio, con gofio en el fondo. Ordeñaba a