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De ''Gutierritos'' a ''Nada personal'': un viaje por la telenovela en México
De ''Gutierritos'' a ''Nada personal'': un viaje por la telenovela en México
De ''Gutierritos'' a ''Nada personal'': un viaje por la telenovela en México
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De ''Gutierritos'' a ''Nada personal'': un viaje por la telenovela en México

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Ver telenovelas, seguirlas tarde tras tarde o noche tras noche, se convirtió, desde la década de los años 60 en una práctica cotidiana  primero de las mujeres, después de ellas con sus hijos y al fin, de adolescentes, jóvenes y... los hombres.
En De Gutierritos a Nada personal, Florence Toussaint, que a lo largo d
LanguageEspañol
PublisherProceso
Release dateSep 14, 2022
ISBN9786078709090
De ''Gutierritos'' a ''Nada personal'': un viaje por la telenovela en México

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    Book preview

    De ''Gutierritos'' a ''Nada personal'' - Florence Toussaint

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legal

    Dedicatoria

    Introducción

    Evolución de un género

    Clásicas de Televisa

    Innovaciones en temática

    Telenovelas en TV Azteca

    Telenovelas en Calan 28 / Cadena Tres

    Receptores y confección

    La historia

    Bibliografía y referencias

    Portatv.jpgPortadintv

    Ediciones Proceso, Coordinador: Juan Guillermo López G.

    Revisión y corrección: Patricia Posadas

    Diseño y formación: Alejandro Valdés Kuri, Fernando Cisneros Larios

    De Gutierritos a Nada Personal

    Primera edición: 2020

    D.R. © 2020, Comunicación e Información, S.A. de C.V.

    Fresas 13, colonia Del Valle, Alcaldía Benito Juárez

    C.P. 03100, Ciudad de México

    D.R. © Florence Toussaint Alcaraz

    edicionesproceso@proceso.com.mx

    Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos.

    Los editores nos declaramos a disposición de los propietarios de los derechos de autor que se hayan omitido.

    ISBN: 978-607-8709-05-2

    Impreso en México / Printed in Mexico.

    Para Alberto Dallal,

    con admiración y afecto

    Introducción

    Me propuse escribir un ensayo sobre la telenovela –el género de mayor éxito sostenido en la televisión nacional– para abundar sobre su origen en México, sus características y sus autores más destacados. En este recorrido me apoyo en la bibliografía y hemerografía sobre el tema, así como en mi propio quehacer profesional crítico desde que inicié mi colaboración en la revista Proceso hace más de 30 años.

    Las telenovelas mexicanas se han exportado a un centenar de países y doblado a docenas de idiomas. La mayoría de sus intérpretes han alcanzado fama en amplios sectores de la audiencia televisiva mundial. Y aun cuando son obras populares, a lo largo de su historia las telenovelas se han convertido en piezas memorables, como Cuna de lobos, escrita por Carlos Olmos y transmitida originalmente entre 1986 y 1987 en Canal 2 de Televisa.

    Dramaturgos y escritores, como el propio Olmos, Vicente Leñero y Alberto Barrera, entre otros, escribieron argumentos para este género de ficción; asimismo, cineastas como Arturo Ripstein y Jorge Fons dirigieron las puestas en escena de algunos teledramas.

    La telenovela ha ido modificándose con el paso de los años. Cambiaron sus temas, enfoques y actores, así como las formas de realización, grabación y edición. El género tampoco ha sido ajeno a influencias de otros formatos, como las miniseries, los reality shows y las técnicas del cine con sus movimientos de cámara. Asimismo, los escenarios han pasado de las simples cuatro paredes de una habitación a planos exteriores, y el clásico campo contra-campo en el diálogo de los actores se ha modificado por ángulos más abiertos y diversos.

    Gracias a las nuevas tecnologías, este género originalmente anclado en la pantalla doméstica, permite adaptaciones que se proyectan en múltiples dispositivos a través de plataformas fijas y móviles. Ello permite que su difusión se multiplique, lo que conlleva un nuevo tipo de conocimiento público. Hoy ya no es necesario sintonizar las telenovelas en un horario, un día o un canal específico. El video a la carta ha facilitado un nuevo tipo de consumo ceñido a las necesidades de cada espectador; la internet, por su parte, permite acceder con libertad a los capítulos subidos a la red cualquier día y a la hora que determine el usuario.

    Este ensayo es resultado de mi simpatía por los teledramas. Los productos de la industria de la cultura no pueden ser apreciados si el crítico es incapaz de proyectarse, identificarse con los personajes y entrar en la convención mediante la cual se otorga escucha y crédito a ficciones que, aun cuando a veces resultan inverosímiles, enganchan al espectador, así sea sólo durante el tiempo de la transmisión de cada capítulo. Cuando un relato logra mantener el suspenso al corte de cada episodio, el público se vuelve fiel y es probable que siga la trama hasta el final. Mi experiencia frente a las telenovelas para escribir en torno a ellas se volvió un hábito cotidiano. Me interesaba observar cómo se desenredarían los hilos de la narración; si el protagonista malo se saldría con la suya o si el bueno lograría triunfar. Algunas veces, un personaje secundario fungía como anzuelo y su personalidad se amplificaba tanto, que el drama continuaba viéndose sólo para encontrarse con él o con la que se había consumado la proyección.

    Elegí la etapa de 1983 a 2017, pues aquel año comencé mi colaboración semanal en la revista Proceso. Ese ejercicio me llevó a revisar las obras de mayor resonancia, sea por los contenidos o por sus elementos estéticos. La telenovela mexicana nació a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado; la primera de ellas data de 1958 y se tituló Senda prohibida, una historia original de Fernanda Villeli, que dirigió el actor Rafael Banquells.

    Sin obviar la historia del género, decidí analizarlo desde el punto de vista personal, vivencial, para incluir las emociones y circunstancias que apenas se observan en mis notas para Proceso, pero que siempre mantuve vivas en mi memoria.

    Al revisar lo publicado descubrí varias líneas argumentales con las cuales formé grupos para mostrar la maleabilidad del género y recuperar así el desarrollo de la cultura mexicana en ámbitos diversos. En el material aparecen preocupaciones sociales, mitos, leyendas, costumbres; también están presentes avances y retrocesos en la conformación de las familias; se recrean conflictos graves, y aparece la violencia en gradiente, de la verbal a la homicida. En ese recorrido pude percibir la paulatina consonancia entre la temática telenovelera y la realidad social. Los hechos de un México cambiante llegaban enmascarados a la pantalla de vez en vez.

    La telenovela suele ser elástica hasta un cierto punto, pero luego vuelve la rigidez y es entonces cuando busca imponer el statu quo; es decir, intenta que las formas de vida no cambien, permanezcan los prejuicios, las discriminaciones y la estricta división entre los ricos y quienes sobreviven con lo mínimo indispensable.

    En lo concerniente al diálogo con lo social, el género ha sufrido modificaciones: pasó del mero entretenimiento en sus inicios a la política militante en 2006. Hecha para atrapar al público, en la telenovela, al lado de la venta de publicidad mediante cuerpos, rostros, escenarios, se incluyen ideas, visiones, arengas. Sin salir de la esfera sentimental, el género se atrevió a incursionar en asuntos del establishment político, de las elecciones. Actuando como mercenario de intereses económicos y partidistas, siempre apto para manipular las emociones de la audiencia, el melodrama se deslizó hacia la política concreta.

    En los dramas tradicionales de Televisa ese giro obtuvo malos resultados. En contraste, las innovaciones del grupo Argos Comunicación, la productora independiente de contenidos televisivos y audiovisuales fundada por Epigmenio Ibarra, Carlos Payán y Hernán Vera en los noventa, tuvieron mayor aceptación por ser de corte analítico. Al final el género se volvió híbrido. Ahora existen subgéneros.

    Si bien este ensayo no es de índole académico, en él expongo mis reflexiones que, espero, sean útiles para quienes alguna vez han sido seducidos por alguna telenovela, al tiempo que invito a otros públicos a sumarse a leerlo. Gran parte del texto se basa en la recuperación de mis colaboraciones con la revista Proceso. Tras una revisión exhaustiva de mis notas elaboré un esquema temático y ordené el material por capítulos, si bien estos no siguen una secuencia en el tiempo. Para facilitar la lectura, las notas publicadas en el semanario aparecen en cursivas para marcar la diferencia con el material escrito específicamente para este libro.

    Durante la investigación detecté que, como género, la telenovela está indisolublemente ligada a la industria y al igual que ésta, ha pasado al menos por tres periodos bien definidos: 1. El monopolio de Televisa, que comprende a su vez los inicios (1958) y la época de oro (1960-1980). 2. En 1993 se vende Imevisión y con la salida al aire de TV Azteca se rompe la oferta única. Aparece la competencia, alcanzan espacio los productores independientes, renovadores de asuntos, formas de realizar, estilos. A su vez, noveles actores irrumpieron en una escena anquilosada por 40 años de unicidad. 3. La tercera fase, aún vigente, inicia cuando la tecnología se modifica dando lugar a una producción digital. Paralelamente la industria cambia al actualizar sus sistemas productivos, la forma de distribuir y, consecuentemente, varía el consumo. Se abre terreno a la concentración de medios, firmas, consorcios. El punto de llegada de todas las modificaciones se produce cuando lo digital se establece para quedarse y con éste, la convergencia de soportes o dispositivos. Al final, lo estamos viviendo justo ahora, lo digital se consolida y con esto la convergencia de soportes o dispositivos. Se trata de un modelo de negocio flexible sustentado en contenidos aptos para circular en plataformas de internet, televisión, cable, disco, teléfonos inteligentes, juegos y cine.

    De Gutierritos a Nada Personal está dividido en cuatro capítulos. El I consta de dos partes, ambas se refieren a Televisa: las clásicas y las innovaciones en temática. Se apoya básicamente en la selección y ordenamiento de telenovelas reseñadas originalmente en mis columnas publicadas en Proceso. El texto va precedido de acotaciones elaboradas desde el presente.

    En el II abordo los años posteriores al surgimiento de la competencia e incluye también dos secciones: las telenovelas de TV Azteca con sus productores: Argos, Zuba –el anagrama de la empresa formada por Humberto Zurita y Christian Bach– y Telemundo, y las telenovelas transmitidas por Canal 28. En este apartado abordo de manera amplia el tema del narcotráfico y sus actores por haberse establecido como la tendencia con mayores posibilidades de subsistir.

    El tercero está dividido en cuatro secciones: a) el público y las preferencias; b) los actores, c) los guionistas y d) los productores, de un lado los pertenecientes a Televisa y por otro, los de TV Azteca.

    En el capítulo de cierre paso revista de manera sintética a los pioneros, a la época de oro, al monopolio, a la competencia. Asimismo, hago un examen de las estrategias importantes en materia de negocios: adaptaciones, franquicias y ventas foráneas. Las novedades: melodramas en red. Y agrego una breve mención a las telenovelas elaboradas por canales públicos de la Ciudad de México.

    Los datos incluidos para sustentar las interpretaciones fueron tomados de distintas fuentes: Wikipedia, sitios web oficiales de empresas y páginas de internet, informes anuales de Televisa y TV Azteca, el reporte anual del Observatorio Iberoamericano de Ficción Televisiva (Obitel), así como libros, artículos y notas de periódicos, que incluyo al final.

    Evolución de un género

    La televisión es un artefacto tan indispensable en los hogares como el refrigerador o la plancha. En México se ofreció, 10 años después del origen de lo televisual, un menú en el cual la telenovela resultó el plato principal. Al inicio, toda la familia podía degustarlo en ciertos horarios. Cuando la audiencia se segmentó gracias al segundo y al tercer receptor, los jóvenes o los adultos rejegos pudieron desentenderse. Pero todo el público que hoy es mayor de 25 años abrevó de las cursilerías, suspensos y exageraciones de la melodramática forma de mirar el mundo. No había series en línea ni existía la posibilidad de bajar películas de la red.

    Los latinoamericanos somos ampulosos, exagerados al expresar sentimientos extremos como el amor-odio. Pocos claroscuros, muchos clichés, esos eran los ingredientes del culebrón y por eso nos gusta. Abierta o soterradamente, en sigilo –que nadie sepa mi sufrir– hemos visto, disfrutado, reído o llorado (los ricos también) al ritmo de esas historias largas y embrolladas con docenas de tramas secundarias. No hay manera de escapar. Si en un principio fuimos sobre todo las mujeres, después se unió el otro género. Hoy no existen distingos.

    En su dilatado transcurrir, la telenovela ha dado frutos de distinto sabor. Algunas de un delicioso disfrute visual. Las hubo tramposas, embaucadoras hasta el rechazo. La truculencia está presente, lo corrupto del ser humano. Asimismo, el altruismo no siempre verosímil, pero también el real existente. Digo que alguna fibra se sacude cuando miramos en pleno el sexismo involuntario, la consistente discriminación de los miserables, débiles y marginados. Vibramos porque nuestras frustraciones amorosas encuentran su reflejo, acaso distorsionadas, en personajes o hechos. Está nuestro genio malicioso u orgullo profundo. Sí, que lo golpee; sí, que la desenmascare; sí, que escape; sí, que cobre revancha; sí, sí, sí…, apremiamos a los personajes vengadores cual si fuesen nuestros fantasmas.

    Con los cambios de temática, los héroes de antaño fueron arrasados por los narcos. No es que todos llevemos un transgresor dentro, pero sí hay ambiciones de ser malo y salirse con la suya. La identificación no sólo se da con los perdedores. En este mundo revuelto de valores contrapuestos, la desfachatez puede ser atractiva.

    Más superficiales, igualmente encandiladoras, surgen pulsiones por recrearnos con el guapo o la bella del relato. Únicamente por encontrar ese rostro de película, día a día sintonizamos la tele. Y así se va dando una impronta. Al volver atrás y recordar no sólo vienen a la mente los trozos narrados, también la edad que teníamos, las situaciones en las que estuvimos inmersos, cómo la vimos, con quién. Y el contexto se cuela pues, ya adultos, transcurre en conjunto nuestra vida con la de los seres intangibles salidos de una pantalla.

    Incansables emisores de historias, de cuentos, de novelas, los melodramas reconfortan o inquietan a quienes les tienen paciencia, a los que siempre han buscado asomarse a vidas ajenas para escapar de la propia o para existir con otros en dimensiones paralelas. Allá donde no llega el ruido del entorno, los reclamos del cónyuge, los gritos de los niños, la indescriptible avalancha de trabajo por hacer, en ese sitio de evasión confortable se encuentra la telenovela, con la ventaja de renovar diariamente la cita.

    Los distintos estereotipos de mujeres se despliegan como en una galería inmensa. No están todas, faltan muchas, sobre todo aquellas que no cazan con el molde del momento. Las demás aparecen sumisas, sometidas a la tiranía del amor inmanejable, sin red de protección sobre el abismo. Mujer oscura, cargando cadenas de amargura. Manipuladora beneficiaria del molde hecho por el cine mexicano de la década de

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