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El senado de las almas
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El senado de las almas

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Sebastián tiene pasión por la astronomía y es uno de los miembros del directorio de la Banca Mercantil, cuyo presidente y máximo accionista es Ernesto, amigo íntimo, quien hace unos pocos años lo convocó para trabajar con él. El Banco sufre una defraudación urdida por Jonte, dueño de la empresa de seguridad informática contratada por el Banco para protegerlo. A partir de ese momento, Mariana (la novia de Sebastián) junto a ellos dos intentarán desentrañar el fraude.
En sus observaciones del cielo, Sebastián descubre una nueva estrella variable: Senatus Animorum (Senado de las Almas) . Imagina que allí han ido todas las almas de los justos que habitaron la tierra y descubre y describe en un cuaderno los diálogos entre los Arke (alma en griego).
A lo largo de la novela esos diálogos se suceden conforme las vivencias que tiene que afrontar Sebastián y sus compañeros. Entre ellas, intentar establecer en el mundo una instalación cibernética inmodificable para eliminar la economía en negro y los paraísos fiscales. Lo logran con el apoyo de famosos hackers como Assange. Cuando van a ser enjuiciados por el Comité de Seguridad de la ONU, reciben el amparo del Papa Francisco.
LanguageEspañol
Release dateJul 12, 2022
ISBN9789878729060
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    El senado de las almas - Andrés Francisco Ortíz

    CAPÍTULO I

    Si uno lo piensa, la observación del cielo tiene que ser tan antigua como la civilización misma. Es sabido que las primeras culturas identificaron a los astros con dioses, y les atribuyeron la capacidad de influir sobre la vida de los hombres. Tal conclusión no es antojadiza, porque el cielo muestra una regularidad y una permanencia que está muy lejos de las mudanzas humanas. Lo que cualquiera de nosotros ve una noche estrellada, es prácticamente lo mismo que vieron nuestros antepasados: los que oyeron de labios de Jesús el Sermón de la Montaña, los que habitaron Tenochtitlán, los que construyeron la Muralla China y las pirámides de Egipto, los que acompañaron a Alejandro Magno, los que cruzaron el océano con Cristóbal Colón, los que sufrieron la esclavitud, los que recitaron por primera vez la Ilíada, los que hicieron la revolución francesa, los que lucharon al lado de San Martín, en fin, los hombres originarios que hace miles de años abandonaron Africa y empezaron a esparcirse por el mundo. Es una sensación grandiosa de inmutabilidad y permanencia que perfectamente describió Kant cuando dijo que había dos cosas que llenaban su ánimo de admiración y respeto: el cielo estrellado por encima de mí y la ley moral dentro de mí. Una intuición de eternidad, que siento desafía a lo efímero de la vida cotidiana, y aún a la propia muerte.

    Pero yo, Sebastián Otero, que soy un apasionado astrónomo, además de ocuparme de otras labores menos interesantes, sé que el cielo está muy lejos de la quietud. Las estrellas lo cruzan de este a oeste cada noche. El sol no tiene siempre la misma altura en las distintas épocas del año: Hay estrellas que dejan de verse durante meses, como hay otras que se ven siempre. Además, no todos los astros se mueven en bloque. El sol y la luna a veces coinciden, otras se separan y a veces se alinean con la Tierra y provocan eclipses. Es obvio que ambos se mueven por su cuenta y cambian de posición durante el año respecto de las estrellas. Existen otros puntos brillantes que tampoco se mueven solidariamente con ellas, y a medida que pasa el año cambian de posición sobre el fondo estrellado, vagabundeando entre constelaciones, sin respetar el movimiento uniforme y previsible de ese gran telón que cumple su impresionante ciclo anual alrededor nuestro.

    La contemplación del cielo da deseos de explicar el mundo. Es parte del continuo intento de contestar a las preguntas, que en principio se hizo algún antepasado nuestro, en la entrada de su caverna mientras miraba la noche hostil, al amparo de un fuego encendido, mediante la chispa que emerge del golpe perfecto de dos piedras de silex, esperando el alba que traiga la nueva esperanza.

    La luz del día que ingresaba por el amplio ventanal del salón, iluminaba la cabeza calva del disertante. El hombre hablaba pausadamente, como quien dispone de todo el tiempo del mundo. Se había desviado del tema central del libro que estaba presentando, y como de la nada apareció en su alocución el tema de la muerte.

    Mariana me miró. Sé que le molesta la jactancia de los agnósticos. El catedrático citó a Voltaire, quien dijo el hombre es el único animal que sabe que va a morir; y preguntó al auditorio cuál era la consecuencia de tal aserto. Nadie se atrevió a responder. Entonces prosiguió: esa cruda realidad es lo que hace que sea el ser más angustiado de la Tierra. Desde que el hombre se abrió a ese horrible conocimiento, no consigue restablecer su paz interior, y su pena lo agobia desde la prehistoria. Al comienzo, supuso que nadie moría, sino como resultado de una agresión externa. Así como él mataba animales, alguien mataba a los hombres. La muerte natural era inexplicable. Entonces pensó que si a un ser querido no lo hirió la piedra lanzada por otro sujeto, la tarea fue realizada por un Espíritu. Los espíritus empezaron siendo malos, homicidas y había que controlarlos mediante ofrendas y ritos. Cuando resultó insuficiente, se pensó en otros espíritus, pero buenos que obtendrían mejores resultados. Se estructuró así el campo del Bien y del Mal, de la vida y de la muerte, de la luz y las tinieblas. Más adelante se concibió la vida ultraterrena, y entonces la muerte dejaba de ser definitiva para transformarse en un asombroso cambio de escenografía. Como el consuelo no alcanzaba, apareció la perspectiva impresionante de la Resurrección.

    Mariana se removió en su asiento, y yo la miraba de reojo para ver la expresión de su rostro. Mariana es mi compañera de vida. Es cristiana, diría anarco cristiana como los primeros seguidores de Jesús. Es culta, inteligente, lúcida y una formidable abogada.

    El expositor continuó: Durante veinte siglos, la cristiandad se afirmó en la esperanza iniciada por el mismo Jesús. Hoy parece que esto tampoco resulta suficiente para muchas personas y se expande la vieja creencia oriental de la metempsicosis, es decir, la transmigración de las almas. Hizo un notorio silencio que acentuó la atención del auditorio, e insistió: mi padre, que era creyente, solía decir con humor la otra vida debe ser muy buena, porque nadie acepta regresar. ¿Perciben la ambivalencia? El creía y al mismo tiempo dudaba. Luego secamente dijo lamento ser crudo como Voltaire, pero hasta ahora la vida en la tierra es la única que nos brinda certezas. Lo demás sirve para poblar de fantasía y leyendas a esta única vida que cada uno tiene como maravillosa bendición. Y nadie quiere dejarla porque sí. Inventamos todo lo que se nos ocurre para imaginarnos que no se acabará. Somos humanos, somos frágiles y mortales. Tenemos hambre de abrigo y amor para soportar la perspectiva ineludible del fin.

    Todavía daban vueltas en mi mente, las tajantes palabras pronunciadas por el catedrático la noche anterior, cuando me encontré frente a la fachada del templo de la Medalla Milagrosa del barrio de Parque Chacabuco. Hacía más de veinte años que no pisaba una iglesia. Era domingo, y Mariana había logrado que la acompañara a la misa de las once, porque según me dijo después quería hablar con el padre Iván, cura del lugar y amigo muy cercano.

    Un cálido sol de abril se colaba entre los amplios vitreaux de la iglesia. Mariana miraba hacia la luz que ingresaba al templo, mientras escuchaba con atención la homilía del padre Iván. Yo la miraba y la sentía en ese momento plena y feliz. Era tiempo de Pascuas, y recordé que una vez me había dicho que la melancolía que le producía el otoño le acentuaba la alegría de ser militante de Jesucristo.

    -No todo lo que posea o adquiera un cristiano es suyo de por sí, porque esto depende de la necesidad del otro. El otro que puede ser un empleado, obrero, peón o un desocupado, o un marginado social; que tienen derecho a vivir con la misma dignidad de un empresario, un patrón o un diputado. El cura Iván prosiguió: Cabe que este domingo de Pascuas, nos cuestionemos de una vez por todas el concepto de propiedad privada que el capitalismo liberal ha inoculado en nuestra sociedad. Que nos acerquemos a la igualdad de oportunidades que propone la doctrina social cristiana. Para entenderla no es necesario tener fatigosos estudios de economía. Todo lo que hay que hacer es recordar, que creer en Jesús resucitado implica también estar dispuestos a medir nuestros derechos de posesión en proporción directa a la necesidad de los demás.

    Yo escuchaba las palabras de Iván, mientras de reojo miraba las caras de las personas que estaban cerca mío, intentando escudriñar sus pensamientos.

    El sacerdote continuó: Nuestro querido y recordado Papa Juan Pablo II lo definió sabiamente en pocas palabras, dijo que sobre la propiedad privada pesa una hipoteca social. Y hoy es una buena oportunidad para recordarlo, porque Pascuas nos impone igualdad de familia de Dios, administración fraterna de los bienes. Y nos anuncia que la justicia social no solamente depende del gobierno de turno, sino de cada uno, de las comunidad creyente en Jesucristo muerto y resucitado. Y finalmente dijo: Jesús es de todos, no sólo de los cristianos. Su vida y su mensaje son patrimonio de la humanidad. No es propiedad privada de predicadores, de doctores de la ley y de eruditos. Sus palabras de vida son para todos. En estos días, he pensado en quienes se han alejado de la Iglesia, decepcionados por formas decadentes y poco fieles al Evangelio, y andan buscando luz y calor para sus vidas. A algunos los conozco de cerca, no sienten a la Iglesia como fuente de vida y liberación. Pero con Iglesia o sin Iglesia son muchos los que viven perdidos, sin saber a que puerta llamar. Sufro cuando les oigo decir, que han dejado la religión para vivir mejor. ¿Mejor que con Jesús? Como me alegraría si alguno de ellos, vislumbrara en estas Pascuas, un camino para encontrarse con él. Que Jesús sea hoy nuevamente para ellos y para todos, la gran noticia que Dios brinda a la humanidad.

    Miré de pronto a Mariana. Sus ojos estaban húmedos, tenían lágrimas del alma, como decía mi madre. De esas que nacen en la adhesión interior de quien escucha con el corazón abierto.

    Cuando terminó la misa, fuimos al bar de enfrente a tomar café. Después de varios temas, Mariana le contó lo que el presentador del libro dijera la noche anterior.

    Enseguida fui objeto de la conversación de los dos.

    - ¿Sabés Iván, en quien pensaba mientras escuchaba tu homilía y me acordaba de la conferencia de ayer?

    - No- respondió el sacerdote.

    - En Sebastián. Aunque la diferencia es que él quiere creer en Dios y no puede.

    Yo me puse serio. Mariana sonrió, me acarició el cabello. Iván mientras abría cuidadosamente un sobrecito de azúcar, dijo:

    - No olvides que Sebastián ubica sus ojos contra el cristal del telescopio todos los días, y que esos ojos curiosos se elevan todas las noches hacía el cielo, en busca de brillos nuevos en las estrellas y de gases y cuerpos celestes jamás observados. Tal vez esa su manera de buscar a Dios.

    Me reí ante esa lúcida ocurrencia.

    Luego Mariana nos interrumpió.

    - Hace un tiempo soñé con vos Iván. Te oía predicar el Evangelio de Santo Tomás. Estabas en una capilla llena de gente. Leías el Sermón de la Montaña y hablabas de las Bienaventuranzas con una fe tan viva, que los pequeños, los pobres, quedaron entusiasmados y los grandes, los ricos salieron escandalizados.

    - Que buen sueño –sugirió Iván.

    - Recuerdo eso nada más, siempre me pasa de mis sueños sólo me acuerdo los retazos…Ah también había una pancarta que mencionaba a Angelelli.

    - Pobre Pelado.

    - ¿Por qué pobre?-dije.

    - Porque su martirio fue silenciado.

    - ¿Y? insistí.

    - Y por eso muchos cristianos ni siquiera lo recuerdan.

    A partir de ese momento me quedé en silencio, escuchando el dialogo de los dos.

    - Y nosotros no hacemos lo suficiente- insistió Mariana

    - ¿A que te referís? Interrogó Iván.

    - A que quienes nos sentimos comprometidos con lo que más sufren pasamos desapercibidos en nuestro entorno. Haría falta creo yo, que nos señalaran con el dedo tratándonos de locos y revolucionarios. Haría falta que nos armasen líos, que firmaran denuncias contra nosotros, que intentaran quitarnos de en medio.

    - Pará eso que decís es muy fuerte…

    - El otro día mientras estaba haciendo apoyo escolar a los pibes de Villa Chica, fui hasta la cocina. Estaba sola y de pronto, al ver en un estante una imagen de Jesús (el Sagrado Corazón) me detuve y me salió decirle: Tengo miedo de estar equivocándome Señor. Tengo miedo de estar satisfecha con mi vidita decorosa, de las buenas costumbres que yo tomo por virtudes, de mis pequeños esfuerzos que me dan la impresión de avanzar, de mis actividades que me hacen creer que me entrego, de mis sabias organizaciones que yo tomo por éxitos, de mi influencia que yo creo transforma las vidas, de lo que doy que esconde lo que no doy…

    - Mariana es admirable lo que decís, pero…

    - Sería necesario que yo lo diera todo, hasta que no quedara ni un sufrimiento, ni una sola miseria…

    - Lo que pensás y decís pertenece a la santidad y no es una verdad para todos, es así, pese a mi condición de cura hay que reconocer que es así

    - Se que estoy exagerando, pero estoy cansada de que seamos tan razonables, tan normales que incluimos en la norma de todos los días y sin inmutarnos, que se mueran miles de seres humanos en el mundo por hambre y desnutrición.

    - No podemos exigir a cada persona la santidad, basta

    conformarse con que sea buena.

    - Iván ¿Qué es ser una buena persona? …

    - ¿Sabés cuál es tu error Mariana? –dijo irritado. Que seguís pensando que todavía la historia tiene un sentido, una lógica interna de los hechos, una dialéctica. Seguís pensando que hay una verdad hacia la cual se dirige. Y en lo que va de este siglo 21, lo que ocurre diariamente en el mundo te demuestra que lo único que hay es incertidumbre…

    - ¿Vos decís que se acabó la historia? Estás del lado de Fukujama .

    La miró enojado. Le caía mal que en medio de una discusión Mariana ironizara.

    - Lo que digo es por tu bien; después terminás desilusionada con la gente. Y digo bien gente, en este siglo no hay más pueblo hay gente, así livianito, insulso: gente.

    - Son los hombres los que hacen la historia, los tiranos, los déspotas, los buenos tipos, la historia es conflicto, es antagonismo…

    Iván se calló. En ese momento me pareció oportuno intervenir y dije:

    - Tendría sentido si tuviéramos claro que hay una verdad en el

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