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10 de junio no se olvida: Organización estudiantil, narraciones y memoria del Halconazo de 1971
10 de junio no se olvida: Organización estudiantil, narraciones y memoria del Halconazo de 1971
10 de junio no se olvida: Organización estudiantil, narraciones y memoria del Halconazo de 1971
Ebook450 pages4 hours

10 de junio no se olvida: Organización estudiantil, narraciones y memoria del Halconazo de 1971

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About this ebook

En esta obra, algunos textos tienen un tono evocativo y testimonial. Otros se orientan más a encontrar puntos de encuentro y explicaciones sobre la masacre del Jueves de Corpus y sus efectos en la sociedad mexicana de la época y más allá.
LanguageEspañol
Release dateJul 11, 2022
ISBN9786074178890
10 de junio no se olvida: Organización estudiantil, narraciones y memoria del Halconazo de 1971
Author

Marisol López Menéndez

Marisol López Menéndez es doctora en Sociología por la New School for Social Research y maestra en Estudios Políticos y Sociales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es profesora-investigadora de tiempo completo del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel II. Ha publicado diversos libros, capítulos de libro y artículos sobre las intersecciones entre religión, memoria, derechos humanos y sociedad civil. Jorge Mendoza García es profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), México, licenciado en Psicología, maestro en Psicología Social por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)-Xochimilco. Sus más recientes publicaciones son: Construyendo y compartiendo el conocimiento. Una perspectiva discursiva en el aula (2021, UPN); El 68 mexicano. Medio siglo de voces y memorias (coord.) (2021, UPN); Estudios de psicología social en México (coord.) (2019, Lirio/UAM); Memoria colectiva de América Latina (coord.) (2017); Sobre memoria colectiva. Marcos sociales, artefactos e historia (2015, UPN). Sus líneas de trabajo son memoria colectiva y olvido social, y construcción social del conocimiento. Amílcar Carpio Pérez es profesor titular de tiempo completo en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN)-Ajusco. Es doctor en Humanidades (Historia) por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)-Iztapalapa y licenciado en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I, así como de la Comisión para el Estudio de la Historia de la Iglesia en América Latina y el Caribe (CEHILA)-México. Ha publicado diversos artículos, capítulos y libros sobre experiencias religiosas, emociones, migración y educación.

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    10 de junio no se olvida - Marisol López Menéndez

    Imagen de portada

    10 de junio no se olvida

    10 de junio no se olvida:

    organización estudiantil, narraciones y memoria del Halconazo de 1971

    Marisol López Menéndez

    Jorge Mendoza García

    Amílcar Carpio Pérez

    (coordinadores)

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D.R. © 2022 Universidad Iberoamericana, A. C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Versión electrónica: julio 2022

    ISBN: 978-607-417-889-0

    Digitalización: Proyecto 451

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legales

    Introducción Jorge Mendoza García, Marisol López Menéndez y Amílcar Carpio Pérez

    1. LA PROTESTA DEL 10 DE JUNIO Y SUS ANTECEDENTES

    10 de junio, entre la memoria y el olvido

    Yllich Escamilla Santiago

    Líneas de apertura

    El régimen frente al mundo

    La UANL y el Halconazo

    Reflexiones finales

    Referencias bibliográficas

    Los gorilas, soportes de la sensibilidad estudiantil frente a las fuerzas represivas del Estado (1968, 1971)

    Carlos Enrique Torres Monroy

    Introducción

    Historia de las sensibilidades, un enfoque para estudiar la movilización estudiantil

    Los gorilas en la movilización estudiantil

    El desconcierto

    A modo de conclusión

    Referencias bibliográficas

    Archivos de la memoria de 1971: la reconstrucción desde el mimeógrafo

    Alfonso Díaz Tovar y Valentín Albarrán Ulloa

    Antecedentes y contexto

    El archivo y el Comité 68

    La reorganización estudiantil

    Ganar la calle de nueva cuenta

    La memoria que resiste

    Referencias bibliográficas

    2. JUEVES DE CORPUS: SUS ARCHIVOS, NARRATIVAS Y MEMORIA

    Sociabilidad política y asociaciones estudiantiles: el Halconazo y la organización de los comités de lucha

    Amílcar Carpio Pérez

    Introducción

    La fuente del espionaje: la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) y la Dirección Federal de Seguridad (DFS)

    El enfoque de estudio: sociabilidad, asociaciones y movimientos sociales

    El contexto: estudiantes frente al Estado autoritario

    Estudiantes: sociabilidad política y asociacionismo

    Reflexiones finales

    Referencias bibliográficas

    Tiempo público y narrativa martirial. Reflexiones sobre la muerte de Rafael L. Márquez

    Marisol López Menéndez

    Introducción: el tiempo público y las narrativas martiriales

    Las razones del Jueves de Corpus

    La muerte de Rafael L. Márquez

    Conclusiones

    Referencias bibliográficas

    Narrando y recordando el Halconazo de 1971 en México medio siglo después

    Jorge Mendoza García

    Introducción

    El camino: nota metodológica

    Narrando y recordando: comunicar y hacer memoria

    El contexto del Halconazo

    El 10 de junio en voz de sus protagonistas

    La memoria del dolor narrada

    Referencias bibliográficas

    3. 10 DE JUNIO: REPRESENTACIONES Y TESTIMONIOS

    ¡Ay dios mío, no los vayan a golpear otra vez!. El 10 de junio de 1971 en el cine mexicano

    Miguel Ángel García Mani

    10 de junio crimen de Estado

    Halcones. Terrorismo de Estado

    El bulto

    Roma

    A manera de conclusión

    Referencias bibliográficas

    Diez de corpus. Evocaciones a la masacre del 10 de junio en una canción de José de Molina

    Rigoberto Reyes Sánchez

    Sociología de la música. Una lectura no devota de Adorno

    José de Molina, la industria cultural mexicana y la canción revolucionaria

    ¿Música popular de vanguardia? sobre el disco Cánticos y testimonios (1971)

    Diez de Corpus. Narración rota y voz desgarrada

    La política de la voz y el lenguaje del dolor. Comentario de cierre

    Referencias bibliográficas

    ¡La lucha de Nuevo León es la lucha por la democracia!

    Edna Ovalle Rodríguez

    Introducción

    El hallazgo

    El Proyecto de Ley de los universitarios de Nuevo León

    Los universitarios: entre el anticomunismo local y la apertura democrática

    El movimiento de la UANL y el de la UNAM

    Conclusiones

    Referencias bibliográficas

    Anexo 1. Integrantes de la Comisión Redactora del Proyecto de Nueva Ley Orgánica de la Universidad de Nuevo León

    Los Comandos Armados del Pueblo y el 10 de junio

    David Cilia Olmos

    A manera de breve presentación

    Referencias bibliográficas

    Ayotzinapa en el marco del 10 de junio de 1971

    Pedro Ortiz Oropeza y Alba Martínez Carmona

    Referencias bibliográficas

    De los autores

    Introducción

    Jorge Mendoza García

    Marisol López Menéndez

    Amílcar Carpio Pérez

    El siglo XX mexicano se inició, propiamente hablando, con la convulsión social que llevó al movimiento revolucionario de 1910-1917 y que sentó las bases para el establecimiento de las instituciones propias del régimen de partido único, que gobernó al país hasta los albores del siglo XXI.

    La segunda mitad del siglo XX se caracterizó por el progresivo desgaste de los arreglos institucionales posrevolucionarios y la expansión de movilizaciones independientes, que ponían en tela de juicio las bondades del régimen. El movimiento agrario y político electoral de Rubén Jaramillo —asesinado en 1962— abrió la puerta a la manifestación de ferrocarrileros, copreros, médicos, profesores, estudiantes y obreros, que culminaría trágicamente en 1968 con los brutales eventos de Tlatelolco.

    La desolación producida por la masacre del 2 de octubre en organizaciones sociales, partidos políticos de izquierda y grupos estudiantiles cedió en la manifestación del 10 de junio de 1971. En palabras del poeta y cantautor José de Molina la marcha era para fundir lo que jamás termina, para que la vida no cayera derribada, la poesía está en la calle (Diez de Corpus, 1971). En junio de 1971 el movimiento estudiantil levantó la mano para dejar claro que, a pesar de la represión, estaba vivo.

    El autoritarismo del régimen se manifestó nuevamente en la tarde del jueves 10. Bajo nuevas fórmulas, a través de grupos de corte paramilitar, y en una acción que era coordinada por autoridades de diversos niveles de gobierno y distintos cuerpos represivos, los estudiantes fueron nuevamente golpeados, heridos y asesinados mientras el recuerdo del 2 de octubre de 1968 estaba todavía trágicamente presente.

    Esta doble victimización de las organizaciones estudiantiles creó la certeza de que la vida pública en el país estaba clausurada y contribuyó a explicar el surgimiento de numerosos y diversos grupos guerrilleros en la década siguiente, como ha mostrado Laura Castellanos en México Armado (2017).

    Pero el Jueves de Corpus ha sido escasamente estudiado. Para explicarlo es importante recordar que diversas universidades públicas del país sufrieron la intervención de la policía o el ejército, y que a menudo sus rectorías eran prebendas políticas que garantizaban la mansedumbre institucional ante la voluntad de los gobiernos estatales y el federal. Por ejemplo, en octubre de 1966 el ejército ocupó la Universidad en Morelia, Michoacán. Ese mismo año en Guerrero, la Universidad sufrió la embestida castrense. Al siguiente año, en 1967, el ejército cercó la Universidad en Puebla; lo mismo ocurría en Tabasco. En mayo fue el turno de la Universidad en Sonora. Los movimientos en las universidades, por distinta índole, recibieron una respuesta de corte autoritario. En su libro El 68 Sergio Aguayo ha señalado que entre noviembre de 1963 y junio de 1968 hubo al menos 53 revueltas estudiantiles en México.

    El movimiento de 1968 aglutinó a una gran cantidad de estudiantes, diversas universidades y una buena parte de la población del centro del país en un movimiento pacífico, que fue caracterizado por el gobierno como parte de una conspiración extranjera comunista, de atentar contra los intereses del país. El feroz uso de la fuerza que desembocó en la masacre del 2 de octubre pareció ser la respuesta de un gobierno confrontado por quienes buscaban espacios alternativos de disensión y nuevas formas de ejercicio de libertades públicas.

    Pese a ello, los estudiantes no se recluyeron, las balas no acabaron con sus anhelos, sus inspiraciones y su lógica de cambio; la cárcel no los doblegó. Conti­nuaron organizándose, tratando de desarrollar los colectivos y generar conciencia sobre la situación universitaria y lo que acontecía en su entorno. El trabajo político se mantuvo en diversos centros educativos del país. La capital, en cambio, parecía encontrarse en una pausa, al menos en la esfera pública. Las manifestaciones en las calles seguían proscritas, algunos actos de conmemoración, como el 2 de octubre de 1969, o de protesta contra la forma autoritaria del poder, se realizaban dentro de los recintos educativos.

    La llegada a la Presidencia de Luis Echeverría planteó, al menos discursivamente, nuevos aires; su gobierno se anunciaba como una apertura democrática. El flamante presidente visitó universidades, en muchas de las cuales fue duramente cuestionado.

    La sombra de la matanza de Tlatelolco lo perseguía en los recintos universitarios por razones tanto simbólicas como políticas, ya que él era secretario de Gobernación cuando esta ocurrió. En Morelia le solicitaron un minuto de silencio por los caídos, lo que aceptó. Se reunió con exdirigentes estudiantiles, y una parte de los intelectuales públicos de la época respondió favorablemente al coqueteo de la apertura.

    Hacia afuera del país, Echeverría impulsó una política progresista: invitó a México a Salvador Allende, recibió a exiliados sudamericanos; mantuvo cercanía con el gobierno socialista de Cuba. Para varios intelectuales de la época la disyuntiva era echeverrismo o fascismo, y así lo expresaron de manera pública. La represión abierta no sería su sello, sino una violencia practicada por actores no institucionales: que otros se ensuciaran las manos, parecía su consigna.

    En 1971 Nuevo León apareció en el escenario de la protesta y la lucha por la democracia universitaria y, otra vez, el autoritarismo se impuso ahí donde se levantaba la voz de los estudiantes. El gobierno federal intervino cuando resultó evidente que las autoridades locales eran incapaces de controlar el movimiento, mientras que los estudiantes se dieron a la tarea de comunicar sus demandas a otros colectivos estudiantiles, en busca de solidaridad con el movimiento por la democratización de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).

    La Ciudad de México —entonces el Distrito Federal— carecía de identidad propia, pero encarnaba el poder del gobierno federal. Los estudiantes decidieron tomar las calles de la ciudad para romper el cerco simbólico establecido desde el 2 de octubre.

    El hecho de que los estudiantes se manifestaran públicamente significó un desafío para el statu quo, una confrontación; quieren calar a mi gobierno, expresaba el entonces presidente Echeverría, lo cual no estaba dispuesto a soportar quien había trabajado en un régimen autoritario que gobernó por décadas, que formó parte del grupo que operó durante el movimiento del 68, y que ahora dirigía el gobierno que estaba por experimentar una movilización en el centro del país, después de casi tres años de no hacerlo. El pensamiento de corte autoritario seguía siendo el mismo. Con esa forma de concebir la política respondieron a la manifestación pacífica que se desarrolló el 10 de junio de 1971.

    Una marcha que se anunciaba del Casco de Santo Tomás al Monumento a la Revolución fue acordada por los activistas de varias instituciones educativas de la Ciudad de México, principalmente de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), del Instituto Politécnico Nacional (IPN), de la Universidad Iberoamericana (UIA) y de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Una buena parte de los convocantes provenía del movimiento de 1968, eran sobrevivientes de la represión. También estaba presente un grupo de excarcelados que estuvo en el exilio en Chile y que recién había regresado al país, que se sumaba a la organización y a la lucha. Sería una demostración de fuerza de un movimiento que se recuperaba del duro golpe de tres años atrás. La causa era la misma de casi siempre: la solidaridad con un movimiento hermano, en este caso la UANL. Los participantes en la marcha salieron de las instalaciones del IPN en el Casco de Santo Tomás, pero no llegaron al punto definido como fin de la marcha. Un grupo paramilitar los interceptó alrededor de las 17:00 horas y, en un operativo altamente planificado entre autoridades federales y locales, la represión a estudiantes y reporteros se hizo evidente.

    Esta matanza no tuvo la resonancia de la del 2 de octubre de 1968 porque fueron otras condiciones: no había olimpiadas cerca, ni una gran cantidad de prensa extranjera, y no se trataba de un movimiento gestado y desarrollado en el centro del país.

    Con posterioridad a los hechos, diversos representantes de la clase política tomaron medidas que pretendieron mostrar un compromiso con el esclarecimiento de lo sucedido, lo que incluyó la renuncia del regente capitalino.

    El episodio conocido como Jueves de Corpus o el Halconazo no tuvo el alcance y el eco del movimiento que terminó en un baño de sangre el 2 de octubre de 1968. Algunas de las razones de esta discordancia se exploran en el presente libro. Dada la escasez de material escrito sobre los eventos de 1971, este volumen a varias voces constituye un esfuerzo por comenzar a llenar el vacío y comprender lo ocurrido hace cincuenta años.

    Las diversas miradas que integran el libro provienen del activismo y de la academia. Algunos textos tienen un tono evocativo y testimonial. Otros se orientan más a encontrar puntos de encuentro y explicaciones sobre la masacre del Jueves de Corpus y sus efectos en la sociedad mexicana de la época y más allá. La diversidad de tonos le confiere matices que no necesariamente cuadran con las formalidades académicas en todos los casos.

    Los coordinadores hemos optado por incluir estas voces en el intento de producir un texto que, otra vez, provea diversos tipos de literatura que permitan, a los interesados, entender las complejidades de la masacre del Jueves de Corpus y sus resonancias.

    Partiendo se esos supuestos, el libro se divide en tres partes. La primera contiene tres capítulos agrupados bajo el título La protesta del 10 de junio y sus antecedentes, donde justo se describen el contexto, la lucha universitaria en Nuevo León, la manera en que se organizaban los estudiantes en la Ciudad de México después del 68 y cómo se llegó a la manifestación del 10 de junio.

    Esta primera parte abre con el trabajo de Yllich Escamilla Santiago, en el que se brinda un panorama político del momento. En 10 de junio, entre la memoria y el olvido, el autor expone los antecedentes y el contexto del movimiento, brinda elementos de análisis sobre el papel de la clase política de ese entonces y su participación en el espionaje, que desempeñó junto con la Central de Inteligencia Americana (CIA), las posiciones que ocuparon durante un período de la denominada Guerra Fría, y sus implicaciones en México. Asimismo, aporta elementos sobre las repercusiones de esta represión, como el caso de la guerrilla. Este capítulo proporciona múltiples puntos para comprender lo ocurrido el 10 de junio de 1971. Es una buena apertura del libro y del primer bloque, pues permite entender al movimiento estudiantil y la protesta del 10 de junio en un contexto político beligerante.

    Partiendo de la propuesta de la historia de las mentalidades Carlos Enrique Torres Monroy explora la movilización del 10 de junio a través de uno de sus aspectos: los artefactos. En Los gorilas, soportes de la sensibilidad estudiantil frente a las fuerzas represivas del Estado (1968, 1971), analiza volantes, efigies y baladas. Se centra en las imágenes, de manera especial en una de ellas, en que se caracteriza como gorilas a dos cuerpos represivos: el ejército y los granaderos. La quema de una manta con la imagen de un gorila que representa el aparato represivo es objeto de análisis. El autor posiciona este episodio como parte de un pensamiento social más amplio, pues esa práctica y simbolismo, que tiene un asiento en el movimiento de 1968, se mantiene en el de 1971 y en posteriores protestas, como bien argumenta en sus conclusiones.

    Se cierra con Archivos de la memoria de 1971: la reconstrucción desde el mimeógrafo, donde Alfonso Díaz Tovar y Valentín Albarrán Ulloa reconstruyen lo sucedido el 10 de junio de 1971 a través de diversas imágenes, en las que tanto se denuncia o caricaturiza al poder como se informa sobre múltiples acontecimientos. Estos documentos/imágenes, en buena medida, provienen del archivo histórico del Comité 68 Pro Libertades Democráticas, que se ha dado a la tarea de mantener la memoria en documentos de esa época y de años posteriores, para no caer en el olvido. Las imágenes estudiadas son tratadas como artefactos de la memoria, en cuanto que son depositarias de recuerdo, pues al revisarlas y analizarlas se va reconstruyendo lo acontecido décadas atrás. Así, se van trazando distintos momentos de la organización del movimiento estudiantil. Archivo y artefactos son los materiales para esta labor.

    En la segunda parte encontramos también tres trabajos, bajo el título de Jueves de Corpus: sus archivos, narrativas y memorias. Se desarrollan discusiones a propósito de materiales de archivo, narraciones y eventos relacionados con la respuesta juvenil al hecho represivo, y su reconstrucción a través de la memoria.

    En "Sociabilidad política y asociaciones estudiantiles: el Halconazo y la organización de los Comités de Lucha", de Amílcar Carpio Pérez, se expone la importancia de la sociabilidad política en las universidades en esos años. El autor resalta que es fundamental estudiar las formas de organizarse o asociarse en estos movimientos, porque a partir de ellos los estudiantes dieron respuesta y resistieron a las provocaciones del gobierno durante estas décadas, a través de los Comités de Lucha. Estos permitieron que el movimiento no se desarticulara después de la matanza de Tlatelolco en 1968, y se organizara principalmente en las escuelas y las facultades de la UNAM, el IPN, la escuelas normales, etcétera, incorporando a estudiantes de reciente ingreso bajo el cobijo de otros con más experiencia. De esta manera, los jóvenes de nuevo ingreso fueron politizados y aprendieron las prácticas de lucha y formas de organización. Por ello, el 10 de junio de 1971 los estudiantes que salieron a las calles sabían bien las causas que defendían y las acciones que debían seguir. Este trabajo es cercano a los estudios de sociabilidad, y resalta las formas de asociarse de los estudiantes a través de los Comités de Lucha y cómo se politizaron desde la universidad, generando una mentalidad revolucionaria que los mantuvo en guardia ante las reacciones autoritarias del Estado; esta mentalidad se mantiene presente en varios colectivos universitarios en la actualidad.

    En el siguiente capítulo, Marisol López Menéndez plantea que las muertes de personas ocurridas en este movimiento fueron recuperadas por un grupo para reivindicarlas de algún modo, lo cual se convierte en vehículo que posibilita y legitima ciertos reclamos. En Tiempo público y narrativa martirial. Reflexiones sobre la muerte de Rafael L. Márquez, la autora recurre al caso del estudiante del IPN y profesor de la recién creada Preparatoria Popular, que fue víctima ese Jueves de Corpus, y la presentación de su cuerpo ensangrentado, ya sin vida, en un auditorio de la UNAM, en días posteriores. La asamblea ahí reunida solicitó continuar lo que la marcha del 10 de junio demandaba: El cadáver de Márquez expresaba lo que se convertiría en uno de los ejes discursivos más sólidos de la izquierda en la década de los 1970, el cese a la represión. Las reflexiones puestas en este trabajo aportan indicios de la recuperación de este capítulo en la historia reciente de México, y su proyección como parte de la memoria del país.

    Se cierra con el trabajo "Narrando y recordando el Halconazo de 1971 en México, medio siglo después", en el que se reconstruye la protesta y la represión de ese jueves fatídico. En voz de los protagonistas y los sobrevivientes y algunos participantes que vienen asistiendo a la manifestación que se realiza cada 10 de junio en la Ciudad de México, Jorge Mendoza García va dando cuenta del significado de dicho suceso, y de la relevancia de recordarlo cinco décadas de haberse vivido. Desde la perspectiva de la memoria colectiva y de las narraciones, el autor reconstruye los momentos previos, la manifestación y la represión de que fue objeto este movimiento estudiantil de inicios de los años setenta. La importancia de recordar para quienes vivieron la represión se pone de manifiesto en este capítulo.

    La tercera parte se titula 10 de junio: representaciones y testimonios, que aborda distintas maneras en las que se ha representado la matanza estudiantil en el cine y la música, y cómo se hace memoria de lo ocurrido a medio siglo de distancia.

    En el primer trabajo se argumenta que el cine recupera ciertos episodios del pasado, pues ahí se plasman diversos sucesos; de cierta manera, hemos adquirido nuestro conocimiento sobre algunos eventos pasados a través de filmes. Miguel Ángel García Mani trata esta perspectiva en ‘¡Ay Dios mío, no los vayan a golpear otra vez!’. El 10 de junio de 1971 en el cine mexicano, donde revisa la forma en que ha sido representada esta manifestación en algunos filmes en el país, para lo cual aborda cuatro materiales. Dos documentales: 10 de junio crimen de Estado y Halcones. Terrorismo de Estado. Y dos películas: El bulto y Roma. El autor expresa que se trata de producciones audiovisuales, que son construcciones culturales, representaciones de signos en objetos materiales, producidos por una sociedad y que pueden interpretarse en ese tenor. En estos materiales se desarrolla una reconstrucción de hechos sociales y políticos y, en este caso, dan cuenta también de la preocupación por las tragedias de este país.

    En el siguiente capítulo titulado ‘Diez de Corpus’. Evocaciones a la masacre del 10 de junio en una canción de José de Molina, Rigoberto Reyes Sánchez recupera el postulado crítico de Adorno sobre lo que denominaba música popular, ligera o comprometida, y la inquietud acerca de que determinados géneros de música forman cierta memoria. En esa traza de argumentación avanza con la interrogante sobre qué repertorios musicales han logrado enclavar en la memoria determinadas catástrofes, como en este caso la masacre estudiantil revisada. En ese ámbito se inscribe la canción que compuso e interpretó José de Molina: la música como una fuente de memoria y recuerdo social de un evento desgarrador. Cabe señalar que este intérprete estuvo, en todo momento, apoyando diversos movimientos y protestas, siempre con guitarra en mano y en voz con cánticos dolorosos, porque así era la realidad que vivía, narraba y musicalizaba.

    Desde la lógica del testimonio, partiendo de un volante del movimiento de apoyo a la lucha de los estudiantes de Nuevo León, Edna Ovalle Rodríguez diserta, cavila, recuerda y reconstruye, en el capítulo ¡La lucha de Nuevo León es la Lucha por la democracia!, la situación estudiantil y la lucha local en ese estado norteño del país. Regiomontana ella, participante de esa lucha e historiadora, reconstruye el proceso por el que atravesó la Universidad y cómo se fueron dando los acontecimientos para desembocar en la controversia. La autora fluctúa entre el documento y el testimonio, este último de una gran valía y al que Paul Ricoeur le asigna un punto clave en el recuerdo y la memoria colectiva; nos va adentrando en los pormenores de la creación del conflicto y del empuje que el naciente movimiento emprendió por la apertura y el mantenimiento de espacios de participación democrática, por un lado, y el pensamiento anticomunista de una sociedad conservadora en el entorno, por el otro. Al final, desemboca en la solidaridad que se pone de manifiesto con los estudiantes de la ahora Ciudad de México.

    Y si cuerpos, archivos y artefactos van delineando el recuerdo compartido del movimiento aquí estudiado, no lo es menos el testimonio, como ya se sugirió líneas atrás. Esa es la parte medular del siguiente trabajo, que realiza David Cilia Olmos, en Los Comandos Armados del Pueblo y el 10 de junio, toda vez que va narrando la actuación del CAP y de algunos de sus integrantes alrededor de la fecha fatídica. Esta agrupación se había formado poco antes de la masacre estudiantil, igual que otros grupos armados que estaban ya actuando para ese momento, en lo que se ha denominado guerrilla urbana. No obstante, el autor algo deja en claro: La represión ordenada por el gobierno mexicano el 10 de junio de 1971 fue, sin duda, el catalizador que terminó de detonar el ascenso del movimiento guerrillero en México. Los guerrilleros de los Comandos Armados del Pueblo igualmente intensificaron sus acciones armadas. El paso de la lucha pacífica a la armada ha sido un tema polémico y de debate; pues bien, aquí se expresa un punto de vista, de gran valía, que permite armar el rompecabezas de esa relación movimiento estudiantil-lucha guerrillera, que buena falta le hace a nuestra sociedad, para ir aclarando los porqués de la toma de las armas por parte de unos jóvenes que primero apostaron por la lucha pacífica y estudiantil.

    En el siguiente capítulo, y para cerrar esta tercera parte, Pedro Ortiz Oropeza y Alba Martínez Carmona inscriben la protesta del 10 de junio en un marco más amplio que denominan de mediana duración, donde exponen distintas huellas que se encuentran alrededor de esta manifestación, como el papel de las normales rurales y el sentido de la lucha que estas han emprendido por décadas. En Ayotzinapa en el marco del 10 de junio de 1971 se configura un relato que va más allá de la Ciudad de México o de Nuevo León y rescata la experiencia del sureño estado de Guerrero, apareciendo, de esta forma, en el escenario político y de protesta de los años setenta. No solo los normalistas están presentes en el escrito, sino también lo está la revuelta armada, en este caso la guerrilla rural. Este capítulo proporciona información para comprender la ofensiva que emprendió el gobierno contra las normales rurales en el pasado reciente.

    Ese es el contenido del libro. Distintos autores, diferentes voces, diversas miradas que se dan a la tarea de armar el rompecabezas de lo que aconteció el 10 de junio de 1971, sus antecedentes, su contexto, sus consecuencias inmediatas y sus formas de memorialización. Estos 11 trabajos se esfuerzan por ir llenando el hueco que existe, en términos de estudios académicos, sobre esta represión estudiantil en la segunda mitad del siglo XX.

    Hay que señalar que son pocos los libros que se han producido al respecto. El esfuerzo colectivo aquí presentado se realiza con la pluma de investigadores y de testimonios comprometidos con la reconstrucción de estos eventos que han cimbrado al México contemporáneo, de lo cual es necesario hablar. Los textos se realizaron atendiendo a diversas disciplinas sociales y a menudo entrelazando métodos y puntos de vista: sociología, ciencia política, historia, psicología social, y también desde cierta militancia testimonial, lo cual aporta elementos vivenciales a este evento que aún permanece fresco en la memoria de sus protagonistas y de quienes escriben en este volumen.

    Del dolor aquí narrado está hecha la memoria.

    1. LA PROTESTA DEL 10 DE JUNIO Y SUS ANTECEDENTES

    10 de junio, entre la memoria y el olvido

    Yllich Escamilla Santiago

    La rememoración domada,

    Institucionalizada, se figura como

    un nuevo tipo de violencia,

    quizás involuntaria pero igualmente cruel

    (Marina Azahua, 2014).

    Líneas de apertura

    El constante sonido del intercambio de fuego entre fuerzas del Estado, los gritos, los alaridos, los zapatos abandonados al igual que cuadernos y libros, cuerpos tirados y manchas sanguinolentas se quedaron en aquella plaza conocida como de Las Tres Culturas; la lluvia de esa noche del 2 de octubre de 1968 no fue suficiente para borrar de la memoria la masacre perpetrada desde lo más alto del poder en México. Al otro día, los noticiarios y los diarios unificaron criterios informativos para exculpar el crimen de Estado; se impuso el silencio social, la censura del poder y el mutismo como mecanismo de sobrevivencia. Así, mientras se inauguraban los Juegos Olímpicos en el otrora Distrito Federal, a los presos detenidos en la Plaza de Tlatelolco se les daba formal prisión por delitos fabricados (Cano, 1998, p. 273), otros salieron de sus escondites para exiliarse, algunos más se fueron a la clandestinidad para emprender la lucha armada.

    Tres años después, una tarde nublada en la capital del país, estudiantes tomaron nuevamente las calles para sumarse a las demandas de los jóvenes universitarios de Monterey; aquel gesto solidario también fue una oportunidad para reagrupar al movimiento en torno a las demandas democráticas pendientes; dicha exigencia resultaba de alta peligrosidad para un régimen de corte autoritario como el del Partido Revolucionario Institucional (PRI). La respuesta del sistema político fue violenta y represiva, las palizas y las balas de los paramilitares denominados Halcones, dejaron cuerpos inertes en las calles de San Cosme, jóvenes asesinados y rematados en ambulancias y hospitales. Era manifiesto que el gobierno de Luis Echeverría aplicaría cero tolerancia a la disidencia del país.(1)

    El siguiente texto aborda aquella masacre acaecida hace cincuenta años a partir de diversas ópticas, desde la lógica autoritaria del régimen y su hegemonía, hasta el contexto regional de Guerra Fría y la nueva etapa de la contrainsurgencia implantada con la llegada a la presidencia de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), quien fungió como informador de la Central Inteligencie Agency (CIA) cuando fue burócrata en los sótanos del espionaje de la Secretaría de Gober­nación. Es importante entender la masacre del 10 de junio de 1971 como parte de una continuidad de luchas provenientes de los años sesenta, así como la constante respuesta violenta del régimen. El episodio del

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