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Sektion M - Brigada de Homicidios II
Sektion M - Brigada de Homicidios II
Sektion M - Brigada de Homicidios II
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Sektion M - Brigada de Homicidios II

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About this ebook

Algunas personas merecen ser castigadas, otras merecen morir.

Cuando la conocida empresaria Louise Brobacke es encontrada muerta en su piscina, atada de pies y manos a la espalda con bridas, las autoridades no tardan en llamar a Sektion M para que tomen el control de la investigación. Pronto empiezan a sospechar que Louise era de todo menos una víctima y que su asesinato puede estar relacionado con los proyectos comerciales y juegos sucios en los cuales se veía involucrada.

Mientras tanto, Nora Feller sigue sin lograr identificar el extraño e inquietante ambiente que hay dentro de la unidad. Sus colegas se controlan entre ellos, y Nora siente que no puede confiar en nadie de su equipo.

Al mismo tiempo, la sombra de su pasado está cada vez más cerca, amenazando con destruir todo por lo que ha trabajado.

“Sektion M – Brigada de Homicidios” es una serie oscura de crimen y suspense escrita por la sumamente exitosa autora sueca Christina Larsson. La serie, que está escrita directamente para el formato audiolibro, ha sido un éxito tremendo en los países nórdicos, donde ha vendido cientos de miles de ejemplares.
LanguageEspañol
Release dateSep 12, 2022
ISBN9789180001014
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    Bastante más aburrida que la primera. Una pena penita.pena.pena.pena sorry

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Sektion M - Brigada de Homicidios II - Christina Larsson

CAPÍTULO 1

—Esta vez tienes que ser especialmente cuidadosa y precavida. Es una localidad pequeña. El menor incidente suscitará preguntas e interés.

Charlotte asiente con la mandíbula apretada. Maldita sea, es una profesional. No necesita que le recuerden la metodología y las normas de seguridad más básicas. Cada misión es distinta. Disfruta del desafío, de superarse a sí misma en cada ocasión y de las expectativas depositadas sobre ella.

Levanta con lentitud su taza de café. Unos ojos calculadores y fríos la examinan en busca de puntos débiles. Ella da un sorbo y posa luego resueltamente la taza sobre su platito. Charlotte se encoge de hombros con desidia, su voz apenas es un susurro.

—Tienes un pequeño músculo en la sien que revela cuándo estás irritada. ¿Hay algún problema entre nosotros?

—En absoluto —responde Charlotte tratando de parecer despreocupada pero decidida—. Solo que ahora todo será más difícil con Nora en el equipo.

—Haremos como te he dicho. Debes vigilarla, mantente siempre cerca de ella.

—Puedes contar con eso.

—Ten cuidado —la previene con el índice en alto—. Esto te gusta demasiado y tiendes a buscar el límite, comportándote como si quisieras que te pillasen. Y, cuando las cosas se ponen feas, cuando las preguntas se vuelven demasiado acuciantes y se aproximan peligrosamente a la verdad, abres tu caja mágica, tiras de los hilos, despliegas todo tu arsenal y confías en poder manipular tu entorno.

Charlotte se muerde los labios aunque una sensación de humillación se expande por su torso.

—No va a haber ningún problema —asegura.

—Nunca debes dar por supuesto nada ni a nadie. Todos somos reemplazables.

—Claro que es así, pero he notado que uno siempre acaba quedándose con los mejores.

—Tal vez sea cierto. El tiempo lo dirá. Quiero que comiences de inmediato y que el asunto quede resuelto antes de Navidad.

Charlotte afirma con la cabeza y se levanta. Por fin. Mete el sobre con la información en su bolso sintiendo una especie de burbujitas que le recorren el cuerpo entero. Las misiones son como jugar a ser Dios y ella disfruta de cada segundo. Le encantan el reto, el juego y el desenlace esperado.

CAPÍTULO 2

Claes Brobacke extendió su mirada hacia el mar. Nunca dejaba de asombrarle su magnificencia. Las olas se mecían hacia la orilla cual artefacto eterno, rompiendo al arrimarse a tierra firme. Invadía el aire un punzante olor a algas y el atardecer estaba al caer. El mundo se antojaba como un espectro gris. Los acantilados de la costa, moldeados en lisas rocas a través de los milenios, mostraban una alternancia de oscuros matices, y el cielo apenas se veía al ser de un tono más claro que el agua.

Claes reanudó su caminata por la reserva natural llena de árboles mutilados y espesa vegetación. Se adentró entre los bloques de piedra hasta llegar a una pradera junto a la playa, donde el terreno se suavizaba y resultaba más sencillo andar. Se detuvo para respirar hondo. El aire estaba cargado de humedad y dejaba en sus labios un sabor a sal. Un día de verano caluroso habría estado atestado de bañistas, pescadores de cangrejos y amantes del sol hasta donde alcanzaba la vista. La playa que tenía ante él no era larga, pero se arqueaba en una ensenada de una manera cautivadora y cálida. Mar adentro se encontraba el islote Storaskär, como un recordatorio de la más reciente glaciación. Las olas, coronadas por rizos espumosos, bañaban el muelle de piedra que conducía hasta esa isla desnuda de vegetación.

En ese lugar hubo una fábrica de vidrio desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX. Eso fue antes de que se pusiera de moda bañarse en la playa y alojarse en un balneario. Los residuos de la manufactura del cristal —entre otros, plomo, mercurio y arsénico— se vertían en fosas excavadas en las dunas. Lo único que quedaba de la factoría de vidrio era un muro de granito, en cuyas ruinas habían edificado un café y un restaurante junto a la playa. Justo al lado se extendía una parcela propiedad del municipio llena de árboles y matorrales, y, más allá de esta, una vivienda que antaño alojaba a los obreros de la fábrica y que había sido transformada en un chalé con unas magníficas vistas al mar. A continuación, había dos aparcamientos públicos. La ensenada y la zona de la playa estaban rematadas por un restaurante más, antes de donde se alzaban los acantilados y una cantera abandonada. Todo ello con kilométricas vistas al mar. De las muestras tomadas en la zona se había detectado que el terreno y las dunas presentaban un alto nivel de contaminación, por encima de los índices de referencia establecidos por las autoridades de protección medioambiental. O «muy superiores», como se indicaba en el informe técnico ambiental. Claes sonrió satisfecho al pensar en ello. Quién habría sospechado que, con los contactos adecuados, fuera tan fácil alterar ligeramente las cifras y que la gente fuese tan aprensiva. Al vibrarle el móvil en el bolsillo se quitó los guantes, se puso de espaldas al viento y respondió.

—Tenemos un problema con los lituanos. —Era Jonas Ring, su jefe de obra en Haverdal.

—Pero ¡qué demonios…! Pensaba que ya lo habías resuelto.

—Yo también. Pero el caso es que están dando problemas.

—¿Y ahora de qué se trata?

—De nada nuevo. Lo mismo que la última vez.

—Diles que los dejamos sin sueldo y sin vacaciones de Navidad si no espabilan. Seguro que eso los hará recapacitar.

—¿No sería mejor que tratáramos de satisfacer sus demandas?

—¿Es que quieres empezar a limpiarles el culo? ¿O acaso alojarlos en el Hotel Tylösand?

—No, pero quizá sí tentarlos con una gratificación si terminamos la obra a tiempo. Con zanahoria en lugar de látigo, ya sabes.

Claes torció el gesto. Se vería obligado a sustituir a Jonas en breve si continuaba congraciándose con los trabajadores.

—Les das la mano y no tardan en cogerte todo el brazo. Asegúrate ahora de poner fin a todos los problemas.

—Está bien. Trataré de calmarlos.

—Haz como quieras, pero soluciónalo. La obra tiene que estar lista el veinte de diciembre.

Claes cortó la llamada. ¡Santo cielo! ¿Es que siempre tenía que solucionarlo él todo? A Louise no le haría ninguna gracia. El asunto lo había puesto de mal humor. Marcó un número en su teléfono y dejó que sonara la señal hasta que respondieron.

—¿Diga? —repuso una voz áspera.

—Hola, soy yo. Tenemos dificultades con los que llegaron en octubre. ¿Sabes a quiénes me refiero?

Tras una larga retahíla de palabras, probablemente improperios, en un idioma que Claes no entendía, el otro añadió:

—Son los que nos trajimos de Vilna. Un error. Es mejor buscarlos en el campo.

—Necesitamos reemplazarlos lo antes posible.

—El sábado llega un nuevo envío a Halmstad. La idea era que siguiera su camino hasta Kungsbacka, pero puedo redirigirlo.

Claes dejó escapar un suspiro y volvió a guardarse el móvil en el bolsillo de la chaqueta. A veces era necesario dar ejemplo. Llamaría a Jonas al día siguiente para informarle.

Estaba anocheciendo y le resultaba difícil ver por dónde pisaba. Dio un traspiés y maldijo en voz alta. Si las cosas salían según sus planes, en cinco años ese lugar presentaría un aspecto completamente distinto. Estaría iluminado y pavimentado con baldosas, o bien asfaltado, para no tropezar ni tener que andar a tientas. Al día siguiente se reuniría con representantes del municipio. Miró su reloj. Había llegado el momento de regresar a casa, en media hora cenarían. Louise iba a preparar tortitas de patatas ralladas con panceta ahumada. Se le hacía la boca agua pensando en ello.

CAPÍTULO 3

Nora Feller se pasó el brazo por la frente para apartarse las sudorosas puntas de la mata de pelo desprendida de la cola de caballo que había acabado sobre sus ojos. Ensanchó hombros y piernas, respiró hondo, se agachó y cogió la barra con ambas manos. Plegó suavemente las rodillas, como marcaban los cánones, y subió hacia el pecho. Se había propuesto levantar ciento treinta y cinco kilos. Una nueva marca personal. Por el rabillo del ojo advirtió que Charlotte la observaba. ¿Quería comprobar si Nora era capaz de hacerlo?

Buscó un punto al fondo del local, fijó la mirada en él e izó la barra, tirando de ella por las espinillas, pegada al cuerpo, y luego sobre los muslos hasta enderezar el cuerpo por completo.

Charlotte la aplaudió.

—¡Buen trabajo!

Nora dejó caer la barra al suelo. Las piernas le temblaban y tenía los dedos agarrotados.

Dio un paso atrás y no pudo contener una sonrisa. Charlotte le correspondió con otra. Nora se sentía como una chiquilla ávida de atención que exhibía sus habilidades ante su maestra. Se frotó el rostro para destensar sus rasgos faciales.

—Dejémoslo por hoy —propuso, respondiendo la otra con un pulgar hacia arriba.

Nora y Charlotte entraron en silencio al vestuario. Nora abrió su taquilla y comenzó a quitarse la ropa de deporte sudada.

—¿Estás a gusto en el nuevo apartamento?

—Sí. Gracias por gestionarlo.

—¿Te ha dejado Kristian en paz?

Nora se quedó bloqueada. A lo largo de la sesión de entrenamiento no había pensado en él ni una sola vez. Normalmente, su acoso enfermizo la carcomía por dentro, haciendo trizas su autoestima. Kristian, aquel de quien había estado tan enamorada y que luego resultó ser una pesadilla, aquel que la había maltratado y perseguido hasta el punto de tener que renunciar a su puesto y mudarse a Gotemburgo por pura desesperación. En el pecho volvía a sentir esa bola de angustia y miedo en expansión que robaba todo el espacio disponible y aniquilaba toda alegría.

Nora notó una mano sobre su hombro.

—¿Estás bien?

Negó con la cabeza y se sentó en el banco frente al armario.

—¿Sabes…? Me despierto con el más mínimo ruido. El corazón me palpita tanto que creo que van a reventarme las costillas. Soy consciente de que suena a cliché, pero esa noche, cuanto trató de entrar en mi apartamento, pensé que había llegado mi hora. Pasé tanto miedo…

—Sé que te lo he preguntado ya, pero ¿estás segura de que había alguien más ahí?

—Sí —respondió Nora, mirando a Charlotte a los ojos—. Estoy completamente segura, pero no entiendo quién podía ser. Las luces del hueco de la escalera se apagaron. Oí un alboroto, como si dos personas se estuvieran peleando, y luego se hizo el silencio. Cuando la policía llegó un cuarto de hora después, ya no estaban.

Nora no le había contado a Charlotte lo de la visita de Carl Aston, algo la hacía guardar silencio al respecto. Charlotte le caía muy bien, pero la razón le decía que no conocía para nada a esa persona.

—Es extraño y desagradable —dijo Charlotte—. Pero ¿sabes qué? He consultado con un contacto en Recursos Humanos —añadió bajando la voz—. Parece que han asignado a Kristian a un equipo de operaciones con base en Oriente Medio.

A Nora la atravesó un alivio indescriptible.

—¿Cómo? ¿Estás segura? ¿Por qué no me lo habías dicho?

Charlotte se encogió de hombros.

—No es una información cien por cien verificada.

—Espero que sea cierto y que se quede allí. —Nora se puso en pie resueltamente, se quitó el sujetador y las bragas, cogió la toalla y la botella de champú y cerró la puerta de la taquilla.

—Olvidémonos de todo lo relacionado con Kristian. ¿Cuánto tiempo crees que tardarán en encomendarnos una nueva misión? Estar así a la espera me pone de los nervios.

Nora se encaminó hacia las duchas seguida de Charlotte, que abrió el grifo para comprobar con la mano la temperatura del agua.

—Disfruta de este tiempo libre. A veces, nada más llegar a casa tras finalizar la investigación de un asesinato, ya nos envían al siguiente.

Nora se metió en la ducha contigua.

—¿Qué hacen todos los demás mientras tanto?

—Los trámites posteriores, análisis, contactos con el fiscal…

—¡Ah! Entonces, ¿el resto están trabajando? ¿Y por qué yo no…? ¿Por qué no me han asignado ninguna tarea?

—Ya sabes que eres nueva. Llegado el momento, recordarás este período y anhelarás el tiempo libre.

Nora se abstuvo de replicarle. Se sentía apartada aunque tuviera constantemente a Charlotte a su lado, asegurándose de que todo estuviera bien, acompañándola en los entrenamientos, tomando café con ella y escuchándola.

Se ducharon y vistieron en silencio. La cuestión de quién había impedido a Kristian entrar en su apartamento rondaba la cabeza de Nora en todo momento. ¿Quién había seguido a Kristian con la intención de protegerla a ella? No había mucha gente que conociera le existencia del apartamento subalquilado en Kålltorp. En realidad, un número incómodamente reducido. Era probable que Recursos Humanos no hubiera protegido sus datos como debiera. ¿O era uno de sus nuevos compañeros el que había filtrado la información? Le vino a la cabeza de inmediato su jefe, Luka Petrovic, que en todo momento se comportaba como si quisiera deshacerse de ella. Nora se mordió el labio. Tal vez tan solo pretendía ponerla a prueba. Hasta el momento solo había participado en una investigación, pese a lo cual había estado varias veces a punto de renunciar al puesto por culpa de él. Al final, se había decidido por conceder otra oportunidad al nuevo trabajo y a sus nuevos y, diríase, trastornados, compañeros. Solo con Charlotte sentía algún tipo de afinidad.

CAPÍTULO 4

Claes Brobacke se arregló la corbata y miró de reojo el reloj de pulsera antes de bajarse del coche frente a la sede del gobierno provincial en la calle Slottsgatan, un edificio de dos plantas de techo plano, feo como pocos, que constituía la vergüenza de Halmstad en su emplazamiento entre la iglesia de San Nicolás del siglo XV y el castillo del siglo XVII. Deberían demoler ese adefesio y construir algo que encajara en el paisaje urbano. Ni siquiera los candelabros de Adviento que adornaban todas las ventanas conseguían hacer más agradable la vista del inmueble.

Nada más atravesar la puerta del vestíbulo, Claes fue recibido por la consejera provincial, Åsa Ericson, y el gerente de la Oficina de Medioambiente, Ola Ljungberg, que le dieron la bienvenida y lo guiaron hasta una sala de conferencias donde ya lo esperaban Ulf Ludvigsson, director del Departamento de Medioambiente, junto con Tobias Wikström, consejero municipal y buen amigo de Claes. Se saludaron con cordialidad y se sentaron alrededor de la mesa de conferencias, ya preparada con café y bocadillos de gambas.

—Fantástico… —comenzó el consejero municipal, mirando a los congregados—. Queremos decirte que apreciamos mucho esta iniciativa, Claes.

Los demás asintieron con la cabeza. La única que no parecía impresionada era la consejera provincial, Åsa Ericson.

—Un municipio funciona de forma más eficiente si prospera en estrecha colaboración con la comunidad empresarial —sentenció Tobias, adoptando luego un gesto serio mientras buscaba la mirada de todos y cada uno—. En mi opinión, la propuesta de Claes beneficia a todas las partes.

El consejero municipal abrió su portátil, se bajó las gafas hasta la punta de la nariz, tecleó en su dispositivo y enseguida apareció una fotografía de la playa de Steninge tomada con un dron.

—El terreno del que estamos hablando, contaminado por la fábrica de vidrio aquí ubicada cien años atrás, se limita esencialmente a esta área.

Tomó entonces el mando a distancia con puntero láser y un circulito de luz rojo se deslizó de un lado a otro de la pantalla.

—Ahora te cedo a ti la palabra, Ola, para que des cuenta del informe técnico sobre la toma de muestras.

A juicio de Claes Brobacke, Ola, del Departamento de Medioambiente, era un verdadero blandengue, un acérrimo neorrural que vestía pantalones y camisa de excursionista pese a pasarse casi todo el día en la oficina. Seguramente también era vegetariano, o incluso vegano, ya que presentaba un aspecto bastante raquítico y pálido, como es

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