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El libro negro de los templarios: Un crónica "sombría" pero real de los Caballeros Templarios
El libro negro de los templarios: Un crónica "sombría" pero real de los Caballeros Templarios
El libro negro de los templarios: Un crónica "sombría" pero real de los Caballeros Templarios
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El libro negro de los templarios: Un crónica "sombría" pero real de los Caballeros Templarios

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Este libro de Miguel Aracil da la espalda a la tradición convencional sobre los templarios. La documentación histórica nos demuestra que estos caballeros fueron, ante todo, seres humanos con sus virtudes y sus defectos, y como verdaderos hijos de su tiempo, debieron de cojear del mismo pie que muchos de sus coetáneos. En el caso de los templarios, como si se tratara de una leyenda que se alimenta de sí misma y a la que se le añaden ingredientes cada vez más cómicos, estos caballeros se han convertido, sin serlo, en los verdaderos protagonistas de los siglos de oro de la Edad Media.
En este sentido el autor nos propone un libro singular. En él vamos a ver la otra cara de los caballeros templarios. La historia es la que es y por muchas interpretaciones que hagamos de ella, siempre será la misma a los ojos del tiempo. Esta que aquí empieza es la versión de Miguel Aracil. Una obra novedosa y que seguro no dejará indiferente a nadie sobre las tropelías y los abusos de una de las órdenes más polémicas de la Edad Media, los caballeros templarios.
LanguageEspañol
Release dateJun 1, 2022
ISBN9788419087621
El libro negro de los templarios: Un crónica "sombría" pero real de los Caballeros Templarios

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    El libro negro de los templarios - Miguel Aracil

    Libro_Negro_de_los_Templarios_-_Miguel_Aracil.jpg

    © Plutón Ediciones X, s. l., 2022

    Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

    Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

    E-mail: contacto@plutonediciones.com

    http://www.plutonediciones.com

    Impreso en España / Printed in Spain

    Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

    I.S.B.N: 978-84-19087-62-1

    Dedicatoria

    A mi hija, la periodista y social media Elisabet Gómez, por su ayuda a la hora de buscar cierta documentación por archivos perdidos y por aguantar, en ocasiones, mi carácter un tanto prusiano.

    A mi esposa Gemma, que aceptó posponer un planificado y casi utópico viaje a Jerusalén con motivo de nuestro cuarenta aniversario para facilitarme poder acabar este libro.

    A los miembros de la Asociación Catalana de Estudios Forteanos (A.C.E.F.) por su siempre incondicional apoyo, pese a los malos tiempos que corren (pocos, pero siempre unidos).

    Al periodista Lorenzo Fernández Bueno, que me aconsejó, aunque de forma un tanto críptica, este libro.

    Al artista de la fotografía Juan Carlos Díaz, incansable buscador de imágenes para congelar el presente y dejar constancia en el futuro.

    Prólogo:

    El otro lado de la historia

    El libro de Miguel G. Aracil que el lector tiene ahora mismo en las manos es, sin lugar a dudas, un libro atípico. Se podría pensar que es un libro más sobre templarios, cátaros o enigmas medievales tan presentes en estas fechas, pero les puedo asegurar que no es así.

    Desde que hace ahora casi dos años se publicara en España la novela de Dan Brown, El código Da Vinci, parece que los templarios han resurgido de sus cenizas como el ave fénix. Y eso que ni siquiera son el tema principal de la novela. Pero desde esa fecha, la aparición de libros sobre los templarios y, por extensión, sobre el priorato de Sión, los cátaros, María Magdalena, el misterio de las catedrales y la polémica de Jesús de Nazaret con los Evangelios Apócrifos, ha sido tan efervescente como una pastilla de jabón concentrado en una lavadora. Por si no tuviéramos suficiente con la aparición de nuevos libros tendentes a la prédica facilona, los editores avispados han decidido sacar del armario del olvido reediciones de viejos tratados sobre los mismos temas; obras que en algunas ocasiones han protagonizado una especie de segunda juventud, alcanzando incluso un éxito infinitamente mayor que el disfrutado cuando vieron la luz por primera vez hace diez o veinte años.

    Hace pocos días fui testigo en una librería de Madrid de un suceso que no me resisto a comentar. La anécdota estaba protagonizada por un par de mexicanos (deduje su procedencia por el acento y las expresiones utilizadas) que hojeaban un libro sobre Cristóbal Colón. El interés inicial se tornó pronto en sonrisa para acabar en risotadas. Con la voz entrecortada por el carcajeo, uno de los dos amigos leía en alto el título del libro. En unas pocas palabras, el autor (evitaré mencionarlo) había hecho una receta magistral utilizando los ingredientes básicos de cualquier libro de enigmas históricos. Todo estaba aderezado con deliciosas pastillas de caldo, a la sazón, un poco de masonería (chup-chup), dos tercios de templarios (chup-chup) y una pizca de Colón (chup-chup). Veinte minutos en el fuego editorial y el resultado final, como es de esperar, es un plato incomestible en el que se mezclan churras con merinas sin ningún rigor académico.

    Todos esos libros cuentan con un denominador común. Se hace especial hincapié en el lado oscuro de la Orden del Temple. La cantidad de interrogantes que hay sobre esta orden militar y religiosa cuyo verdadero nombre era Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, es, efectivamente, grande, lo que ha dado a especulaciones de todo tipo sobre su origen, desarrollo y verdadero final.

    Ahora bien, la cantidad de leyendas urbanas que han corrido paralelas en la época contemporánea sobre los templarios son, y seguro que no me equivoco, muy superiores a las mentiras y tropelías que se dijeron sobre ellos cuando se les acusó de las cosas más surrealistas hace ahora siete siglos.

    Este libro de Miguel G. Aracil da la espalda a la tradición convencional sobre los templarios. De ahí su originalidad. La documentación histórica nos demuestra (aquí está el mérito del autor) que estos caballeros fueron, ante todo, seres humanos con sus virtudes y sus defectos. El propio entorno social y la idiosincrasia religiosa del momento nos tienen que hacer ver que, como demuestra Miguel G. Aracil en este libro, los templarios, verdaderos hijos de su tiempo, debieron de cojear del mismo pie que muchos de sus coetáneos. La avaricia, la codicia, la ambición del poder o los comportamientos más crápulas y deshonestos debieron de ser moneda de cambio entre sus miembros. Y no por ello nos tenemos que llevar las manos a la cabeza. Seamos justos y lógicos; nadie construye un imperio económico como el que ellos levantaron dedicándose a plantar flores en un jardín ni comportándose como hermanitas de la caridad. Al igual que sucede con otros grandes personajes de la historia, como Enrique VIII, Felipe II o Napoleón, no llegaremos a conocer la verdadera materia prima de la que están fabricados sus corazones si no eliminamos previamente las capas de fábula y leyenda que los cubren. Y así, a pesar de los grandes momentos de la historia que protagonizaron, descubrimos que, por ejemplo, los personajes que acabo de mencionar en muchas ocasiones se comportaron como verdaderos tarados, asesinos y cobardes. Y no por ello la Historia cambia un ápice. Es la que es y no hay que darle más vueltas.

    En el caso de los templarios, como se si tratara de una leyenda que se alimenta de sí misma y a la que se le añaden ingredientes cada vez más cómicos, estos caballeros se han convertido, sin serlo, en los verdaderos protagonistas de los siglos de oro de la Edad Media. Lo estrambótico alcanza límites insospechados hasta el punto de que parece que no hay región del mundo que no se precie de tener un legado templario entre su patrimonio histórico y arqueológico. Especialistas que conocen muy bien el tema lo han dejado bien claro. Como mi querido amigo Juan García Atienza me señalaba en una ocasión, la huella de los templarios en España, por poner un caso, no es tan grande como se ha querido ver. Hay que tomar con mucha precaución a todos aquellos que, por el simple hecho de ver una cruz patada, ya señalan un lugar como herencia de los templarios sin saber que esa cruz ha sido utilizada por multitud de órdenes y congregaciones religiosas mucho tiempo después.

    En este sentido, Miguel G. Aracil nos propone un libro, como decía antes, singular. En él vamos a ver la otra cara de los caballeros templarios. Descubriremos que algunos de sus líderes fueron verdaderos excéntricos, y en ocasiones aplaudiremos como auténticos monstruos carniceros que otros acabaran devorados por las llamas del fuego purificador.

    Como decía más arriba, la historia es la que es y, por muchas interpretaciones que hagamos de ella, siempre será la misma a los ojos del tiempo. Esta que aquí empieza es la versión de Miguel G. Aracil. Una obra novedosa sobre las tropelías y los abusos de una de las órdenes más polémicas de la Edad Media, los caballeros templarios, y que seguro no dejará indiferente a nadie.

    Nacho Ares (Historiador)

    El porqué de este libro

    La verdadera historia de la leyenda del Temple

    está casi enteramente por hacer y por escribir.

    Doctor Alain Demurger

    El día 6 de marzo de 1836, cuando apenas empezaba a clarear el día, 183 hombres —principalmente norteamericanos, aunque los había de otras procedencias, y armados hasta los dientes— esperaban junto a muros y parapetos a que un enemigo muy superior en número —pues se supone que eran más de tres mil—, mandado por oficiales profesionales e incluso mejor armado gracias a su tren de artillería arremetiera contra la antigua misión española, convertida en aquellos momentos en una pequeña y rudimentaria fortaleza.

    Entre los muros secos de sol y centenarios, estaban tres hombres que se harían célebres e incluso legendarios tras su muerte. El joven e inexperto comandante de los sitiadores, William Barret Travis; el rico y valiente Jim Bowie, famoso por su enigmático y ya legendario cuchillo —el cual ha creado escuela— y sus duelos a muerte siempre victoriosos; y el camorrista, bebedor y fanfarrón cazador y explorador David Crockett. El primero murió en los primeros momentos del asalto. El segundo solo tuvo la oportunidad de demostrar su valor, que nadie puede poner en duda, matando de un disparo a quemarropa a un soldado mejicano desde su cama, ya que los últimos días los pasó acostado, sufriendo de lacerantes dolores posiblemente debidos a una hernia discal. El tercero, según las pocas crónicas hechas ese mismo día, fue matado a golpes de bayoneta y machete por los soldados mejicanos; una vez finalizado el combate, se le encontró junto a otros cuatro —otros dicen que solo dos— compañeros, escondido entre sacos, barriles y vituallas, e incluso se dice, aunque quizá se trate solamente de una calumnia, que estaba disfrazado de mujer para pasar desapercibido.

    Desde que sonó el primer disparo hasta que el fuerte-misión cayó en manos de las tropas regulares mejicanas del general Antonio Miguel de Santa Ana, transcurrieron NOVENTA minutos. Ese cruento suceso es actualmente conocido y magnificado como la batalla de El Álamo.

    La batalla del Álamo

    Quien más, quien menos ha visto en alguna ocasión el film interpretado y dirigido por el patriotero e impresionante actor norteamericano John Wayne, el impecable Richard Widmark y el siempre polémico y variable Laurence Harvey, entre otros, y cuyo guion, obra de James Edward Grant, si lo comparamos con el suceso histórico que al parecer es el real solo coincide en la fecha, el lugar —San Antonio de Béjar (Tejas)— y una contienda que seguiría aún durante bastantes meses y que enfrentaría a tejanos y mejicanos con el beneplácito, cuando no la instigación directa, de los ya por entonces expansionistas Estados Unidos de Norteamérica.

    Antes de continuar, que quede claro que no queremos, en absoluto, quitar ni un ápice de valor y consideración a los hombres de los dos bandos; hombres que murieron por unos nobles ideales, hecho que personalmente consideramos totalmente digno de admiración y respeto. Solo hacemos mención a este bélico acontecimiento para que el lector vea cómo en algo sucedido hace menos de dos siglos, la gente —lógicamente, los norteamericanos— ha hecho de una cortísima batalla todo un hecho épico, y ha intentado y conseguido, como ya es habitual en ellos, que personajes con sombras —como Crockett, por ejemplo, o el presumido y absurdo en ocasiones Travis— estén rodeados, en cambio, de luces, y que con el paso de las décadas la mayoría de la gente crea en la versión patriotera y manipulada de unos para olvidar lo que realmente sucedió en aquello que el historiador Edward Bobrowski, especialista en el tema, denominó en uno de sus trabajos al respecto como Los noventa trágicos minutos del Álamo.

    Algo muy parecido ha sucedido con el tema de los Caballeros del Temple. Nadie puede dudar que, durante su existencia, fueron una gran potencia militar, religiosa y política —sin olvidar la muy importante parte económica—, y que sus guerreros contribuyeron extraordinariamente a la reconquista temporal de los llamados Lugares Sagrados o Santos Lugares durante las cruzadas en Tierra Santa. También es verdad que fueron ellos los que, muy posiblemente, abrieron las puertas de la luz a una Edad Media llena de oscurantismo, ya que es más que probable que el siempre maravilloso, impresionante y hermético estilo gótico, verdadera enciclopedia de los distintos saberes —geometría, simbología, arquitectura, ingeniería, alquimia, matemática, escultura, astronomía, astrología, etc.— tuviera más relaciones con los templarios de lo que habitualmente se dice. Sobre este tema mencionaremos una teoría que asegura que, además de coincidir prácticamente el nacimiento del gótico con el comienzo de la Orden del Temple, las grandes cantidades de dinero que en un principio se destinaron a erigir las grandes catedrales solo podían salir de las dos grandes potencias económicas del momento —además de las aportaciones voluntarias—: judíos y templarios; y los primeros no eran precisamente muy dados a invertir su dinero en monumentos cristianos. Pensemos que no será simple casualidad, o al menos eso creemos, que el primer edificio religioso que podemos definir como gótico, el de Sant Denís, fue mandado construir por el abad Suger en 1137, y este religioso era amigo personal de Benardo de Clairvaux, promotor del Temple. Otro factor a tener en cuenta es el auge que los templarios dan al culto primordial a la Virgen, bastante secundario hasta entonces, incluidas muy particularmente las de color negro; o lo que es lo mismo, el regreso a la ancestral devoción hacia la Gran Diosa Mater, la Madre Primigenia, tan común en todas las culturas y civilizaciones y que se remonta a los primeros pasos trascendentales del hombre, el cual regresó a la casi cristianizada Europa de las manos de esos guerreros-monjes. Otro aspecto que no debemos olvidar es la gran movilidad que dieron a la economía y el comercio europeo, y que muy posiblemente fueron, como veremos en otro capítulo, la piedra primordial de lo que hoy es la economía de Occidente, así como los padres de la banca en Europa. Llegados a este punto, creemos interesante citar la controvertida y posiblemente algo exagerada frase del historiador especializado en órdenes militares medievales Desmond Seward: Ninguna otra institución medieval ha hecho tanto para el auge del capitalismo.

    Sus conocimientos esotéricos fueron, sin ningún tipo de duda, una realidad; tanto la geobiología, simbología, hermetismo y arquitectura sagrada como aspectos de la magia cósmico-telúrica que hoy nos pueden parecer fantasiosos. Sus contactos durante las cruzadas con los movimientos y las escuelas místicas e iniciáticas de Oriente, principalmente de Egipto y la antigua Mesopotamia, e incluso con la misteriosa secta de los asesinos de los que hablaremos extensamente en otro capítulo de este libro, les introdujeron en unos conocimientos de los que Europa, exceptuando quizá la culta España musulmana y los principales enclaves con población judía, ni siquiera conocían, y que, en algunos casos, pudieron iniciarlos en secretos perdidos. Libros antiguos que se remontaban a siglos o quizá milenios pudieron muy fácilmente ser consultados por algunos dirigentes templarios durante sus correrías por tierras orientales, y en ellos aprendieron conocimientos que la oscurantista y supersticiosa Europa, siempre férreamente vigilada de cerca por la dogmática Iglesia Católica, hubiera sin duda anatemizado.

    Pero, en general, se tiende a creer—y pensamos que de forma totalmente equivocada— que todos los templarios estaban iniciados en antiguos y trascendentales secretos provenientes, quizás de antiguas y casi olvidadas civilizaciones, desde las mesopotámicas hasta la siempre fascinante del País del Nilo. No dudamos ni un solo momento en

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