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Anos bisiestos: Cinco historias argentinas
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Ebook149 pages2 hours

Anos bisiestos: Cinco historias argentinas

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Estos relatos, narrados desde la perspectiva del yo autoral, y cuyos momentos álgidos tuvieron lugar en años bisiestos, han sido elaborados sobre hechos verídicos y giran en torno a eventos sucedidos en cinco pueblos argentinos. Escritas con emoción y realismo, son cinco vívidas historias-a medio

LanguageEspañol
Release dateMay 2, 2022
ISBN9781736848821
Anos bisiestos: Cinco historias argentinas
Author

Rita Sturam Wirkala

Rita Sturam Wirkala es escritora argentina residente de la ciudad de Seattle (EE.UU.). Escribe novelas, poesía, cuentos, ensayos académicos en literatura española y libros de texto. Asimismo, imparte clases y talleres de Escritura Creativa , una serie auspiciada por la Fundación de la Biblioteca Pública de Seattle. Estudió música en la Universidad de Rosario, Argentina, y literatura en la University of Washington de Seattle, donde obtuvo su doctorado en literatura medieval española. Después de 20 años de enseñanza universitaria, está parcialmente jubilada, y dedica su tiempo a escribir, viajar y cuidar a sus cinco nietos. Sus extensos viajes, así como lecturas en diferentes áreas más allá de la literatura (antropología, psicología, filosofía y ciencias) informan e inspiran todo su trabajo.

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    Anos bisiestos - Rita Sturam Wirkala

    Años bisiestos: Cinco historias argentinas

    Años bisiestos: Cinco historias argentinas

    Rita Sturam Wirkala

    © del texto: Rita Sturam Wirkala, 2021

    © de esta edición: All Bilingual Press, 2021

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y trasformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. Para información, diríjase a: orders@allbilingual.com

    Impreso en U.S.A.

    ISBN: 978-1-7368488-1-4

    ISBN: 978-1-7368488-2-1 (e-book)

    All Bilingual Press

    Seattle, WA, U.S.A.

    www.allbilingual.com

    En memoria de las víctimas de la represión sindicalistas a manos de La Forestal, la compañía inglesa que explotó el quebracho colorado en la región del chaco argentino durante nueve décadas, en el centenario de la masacre obrera de 1921.

    Seattle, septiembre de 2021

    Otras obras de la autora Novelas

    El Encuentro- Ed. Pearson, Madrid, 2011 (Premiada en el International Latino Book Award, 2011)

    The Encounter – All Bilingual Press, Seattle, 2014 (Premiada en el Books into Movies Award, 2014)

    Las aguas del Kalahari- All Bilingual Press, Seattle, 2018 (Premiada en el International Latino Book Award, 2019)

    Novelas juveniles

    Tarsiana, (Bilingüe), All Bilingual Press, 2011

    Tales for The Dreamer- Hoopoe Books, Los Altos, 2018

    Cuentos para El SoñadorAll Bilingual Press, Seattle, 2019

    Contos para O SonhadorGrupo Narrativa, Lisboa, 2021

    Crónicas y Cuentos

    Los huesitos de mamá y otros relatos, Ed. Laborde, Argentina, 2018

    Poesía infantil y juvenil

    Mis primeros poemas, All Bilingual Press, Seattle, 2014

    Poemas para chicos y grandes, Vol. 1, All Bilingual Press, Seattle, 2013

    Poemas para chicos y grandes, Vol. 2, All Bilingual Press, Seattle, 2015

    Historietas y cómics

    Bobi y Cuqui en español. Chistes y aventuras del dúo canino, (Bilingüe). All Bilingual Press, Seattle, 2021

    Ensayos

    La magia de la palabra. Guía para la escritura creativa en español, All Bilingual Press, Seattle, 2020

    Huellas del sufismo en el Libro de Buen Amor. Prólogo de Joseph Snow. All Bilingual Press, Seattle, 2020.

    ÍNDICE

    Prólogo de la autora

    I. La Forestal

    II. Matilde

    III. Esther y yo

    IV. Evita

    V. Eloísa

    Agradecimientos

    Acerca de la autora

    Prólogo

    Un libro, ya sea un simple relato o un conjunto de ellos, armado con los hilos de los recuerdos, es un cáliz donde reposa el tiempo vivido. En este breve volumen he seleccionado apenas algunos fragmentos de ese tiempo, condensados en cinco relatos que, por coincidencia o no, acontecieron en años bisiestos. He elegido presentarlos en orden cronológico revesado, como quien recorre el camino hacia atrás.

    Lo cierto es que transitar la ruta de la memoria es un quehacer lleno de sorpresas. Y no pocas veces este camino se bifurca y uno se encuentra huyendo por una lateral, en el sendero salvaje de la invención. Pero lo que allí colectamos, si es menos fidedigno en cuanto a los días y las horas, los nombres y las palabras proferidas, no lo es en términos de la emoción y los pensamientos. Recordamos un evento de forma cristalina, y lo redactamos tal cual. Pero en aquellos huecos donde solo el ambiente, las sombras que lo rodean, el espíritu que lo habita y el sentimiento que suscita es lo que nos llega al presente, nos servimos entonces de la fabulación para transmitir lo que importa, el meollo de la historia. Y en esa soledad tan sonora que requiere la escritura de unas memorias, todo recuerdo nítido es celebrado y minuciosamente expuesto, y todo fantasma es bienvenido. Por lo tanto, la trabazón de estos relatos obedece tanto a unos como a otros.

    En La Forestal narro un ignominioso capítulo de la historia argentina. Descubrí los eventos–no sin pagar un precio por ello–poco antes de abandonar el país y partir hacia mi exilio a tierras brasileras.

    A Matilde la conocí unos años antes, en los albores de los movimientos feministas en Argentina.

    Esther y yo es la crónica de un viaje de juventud, apenas con un pie fuera de la adolescencia, en la región patagónica del país donde el Holocausto aún proyectaba su sombra.

    Lo que cuento en Evita, el fervor por la legendaria figura argentina y su desplome del pedestal donde se erguía en mi pueblo natal, fue algo que atestigüé siendo aún niña.

    Eloísa ocurrió antes de mi llegada al mundo. Es una historia que la escuché de mi madre, contada en retazos, de manera sucinta y hasta tangencial, diría, a la cual he agregado mis suposiciones para llenar los vacíos y aunar los fragmentos.

    En el proceso de rescatar los recuerdos de estos eventos, he recurrido a un semillero de palabras para dejar explícito su significado subyacente. Tal vez ese significado pueda tocar otras almas, y esto nos acerque más.

    Seattle, septiembre de 2021

    I

    La Forestal

    Todo duró lo que duró la sangre, la espalda, el corazón, el brazo hachando en el infierno rojo del quebracho.

    Rafael Lelpi

    Recibí la triste notica de la muerte de mi madre cuando me encontraba East Timor en medio de las celebraciones—y el caos—de la reciente adquirida independencia de Indonesia, el poder colonial. Volé a Argentina desde el otro hemisferio, llegué tarde para el sepelio, pero me aboqué a seleccionar para mí algunas de sus pertenencias y dar destino a otras. En el proceso me encontré con un diario de mi juventud. Lo hojeé con avidez, encontré muchas tonterías y un tesoro: la crónica de un evento que por cierto nunca había olvidado, pero cuyos detalles se me habían vuelto difusos. Lo había dactilografiado en mi antigua Olivetti (siempre fui consciente de mi garrapateada caligrafía) y las hojas estaban dobladas y pegadas a un cuaderno. Lo guardé por otras dos décadas, y en tiempos recientes me he dado a transcribirlo.

    Aunque debí editar el lenguaje, la narración es fidedigna a los hechos acaecidos en aquellos dos turbulentos días en Tartagal en aquel bisiesto año de 1972.

    ***

    Viernes

    La esposa del intendente, una chica joven, me recibió en la Terminal. Su esposo estaba de viaje, pero ella me llevaría a hablar con el presidente del comité cultural del pueblo, quien ya estaba al tanto de mi visita.

    Se llamaba Lucía. Le pedí que me indicara un hotel, pero me respondió ¡de ninguna manera, te quedás en casa!. No me hice rogar. Siendo la residencia de una autoridad, seguramente tendrían agua caliente.

    —Felicia, llevá la valija de la señorita—dijo. Solo entonces percibí la presencia de una muchachita a cierta distancia, delgada, de piel marrón casi dorada, que me miraba a través de un flequillo largo y oscuro.

    —No, está bien, es liviana—dije.

    —¡De ninguna manera!—respondió Lucía.

    Tuve que ceder ante tal enfático ofrecimiento.

    En el camino distinguí a lo lejos una torre alta, algo rojiza, que parecía construida de ladrillos.

    —¿Qué es aquello?— pregunté.

    —¿Qué cosa?

    —Esa torre.

    —Ah, es una chimenea, ya no se usa.

    Más tarde me di cuenta de que esa saliente tan inmensa sobre un pueblo chato ya hacía parte del perfil urbano, que se la podía ver desde cualquier ángulo del pueblo, pero que sus habitantes habían dejado de verla, como ya no percibimos tampoco los postes de la luz eléctrica. Con un poco de esfuerzo imaginativo podía pensar que estaba en Turquía viendo un minarete musulmán. O en Italia frente a la Torre Rossa.

    Anduvimos unas cinco cuadras y llegamos a la casa—nada impresionante, pero con un ornamentado jardín.

    Nomás al entrar me ofrecieron un mate.

    —Gracias, Lucía. No puedo, me patea el hígado—. Ciertamente, la yerba mate es una de las pocas costumbres gauchas de mi patria que me caen mal.

    —Ah, entonces te hago un tecito de yerba buena.

    Ese té tampoco era santo de mi devoción. Mi organismo clamaba por café. Pero fui educada y lo acepté. Luego apareció Felicia con una bandeja de pastelitos de dulce de membrillo muy azucarados, que sabían a abuela y a infancia. A esos los devoré.

    Lucía me hizo muchas preguntas sobre mi familia, que si tenía novio, que si había tenido. No quise decirle que por años había pasado por mi vida un desfile de personajes inverosímiles, que había cambiado de novio como de cuarto de pensión y, como estos, fueron amores transitorios, porque a ninguno lo sentía como mío. Yo quería un hombre inteligente, intelectualmente curioso, correcto, tal vez un poeta... Al parecer solo conseguía débiles mentales. Le inventé unas historias. Mi universo era tan lejano al suyo como podía ser el mío con respecto a Hollywood.

    Para cambiar de tema, le hablé de mi trabajo en Tartagal. El pueblo era el beneficiario de un programa nacional para desarrollar la cultura en la zona chaqueña, le dije, y la orquesta de la vecina provincia de Corrientes, donde yo trabajaba como oboísta, me había enviado a realizar el primer contacto diplomático.

    —Mañana te llevo a conocer al director del comité—dijo, feliz de tener una función en el proyecto—. ¿Querés bañarte?

    —¡Me encantaría!—respondí enseguida. Necesitaba un baño caliente, pero no sabía qué esperar. Todavía no me había acostumbrado al aparato calentador de mi pensión en Corrientes, con los tétricos cables eléctricos expuestos. Ya había escuchado una historia de alguien electrocutado durante la ducha.

    —Felicia, prepará el baño para la señorita.

    La muchacha entró al cuarto de baño con una alcuza en la mano y yo la seguí. Vertió el contenido en un receptáculo circular debajo del tanque de agua sobre la ducha, abrió el grifo, encendió un hisopo, lo insertó en el receptáculo, y ¡bum! Un círculo de fuego rodeó el tanque, y yo me eché para atrás.

    —Listo, señorita, el agua enseguida le va a salir caliente. ¿Necesita que le friegue la espalda?

    —No, no, Felicia, estoy bien así. Gracias—dije, y cerré la puerta, pensando en Brunilda y el mágico círculo de fuego del Nibelungo en la ópera de Wagner.

    Al final, este calentador a alcohol, como enseguida adiviné, resultó más manejable que el espantoso calefón eléctrico, y cuando el combustible se había consumido y las llamas se apagaron, yo ya me había librado de la mugre de mi largo viaje.

    Como no había hombres en la casa, no me importó salir envuelta en la toalla.

    —Le puse su valija en el dormitorio de la señora— anunció Felicia. No se me había ocurrido preguntar cuál era mi cuarto, pero ahora era obvio que no lo había, e iba a compartir la habitación con Lucía. Solo cuando entré noté que había solo una cama: la matrimonial.

    Me vestí, me armé de coraje y le pregunté:

    —Lucía, ¿dónde duermo yo? ¿En el sillón de la sala?

    —¡De ninguna manera! Ya te conté que mi esposo está viajando, así que podemos dormir las dos en la cama grande.

    Me quedé muda. Solo asentí con la cabeza. No, no estaba soñando. Parece ser que iría a dormir con mi recién conocida anfitriona. Sabía que no había malicia en su propuesta; era apenas su ingenua y campechana forma de mostrarse hospitalaria.

    Lucía notó mis zapatos. Eran los mismos con los que había llegado.

    —¡Felicia! ¡Limpiá los zapatos de la señorita Rita!

    —No hace falta, Lucía, yo les paso un trapo, y listo.

    —¡De ninguna manera!

    Tampoco pude negarme. Iba a quitármelos cuando Felicia apareció con un cajón de lustrabotas y

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