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La democracia ateniense en la época de Demóstenes
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La democracia ateniense en la época de Demóstenes

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La democracia ateniense de los siglos V y IV a. C. es el ejemplo más famoso y quizás el más perfecto de democracia directa. Cubriendo el período 403-322 a. C., Mogens Herman Hansen se centra en los últimos treinta años cruciales, que coincidieron con la carrera política de Demosthenes. Hansen distingue entre las siete instituciones políticas de la ciudad: la Asamblea, los nomothetai, el Tribunal Popular, las juntas de magistrados, el Consejo de los Quinientos, los Areópagos y los ho boulomenos. Analiza cómo los atenienses concibieron la libertad tanto como la capacidad de participar en el proceso de toma de decisiones como el derecho a vivir sin la opresión del estado u otros ciudadanos.
Examina la democracia ateniense como sistema político y como ideología. Al describir el primero, distingue entre los tres principales órganos de toma de decisiones (la Asamblea, los Legisladores y los Tribunales del Pueblo), y los magistrados responsables de preparar la agenda de la legislatura y de llevar a la práctica sus decisiones. Al discutir la ideología democrática ateniense, el libro también hace una distinción importante entre los ideales de los demócratas mismos y los que les imputan los críticos de la democracia.
LanguageEspañol
Release dateApr 11, 2022
ISBN9788412528503
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    La democracia ateniense en la época de Demóstenes - Morgen H. Hansen

    Prefacio a la

    segunda edición

    Esta edición revisada difiere de la edición de 1991 por la adición del capítulo 14 (pp. 501-543). En él resumo todas las nuevas y controvertidas ideas de los trece primeros capítulos que, por otro lado, se han reimprimido sin cambios. Siguiendo el método que empleé en las páginas 125-130 de mi The Athenian Assembly (Oxford, 1987), el nuevo capítulo 14 adopta la forma de ciento sesenta tesis breves, cada una de ellas anotada con referencias a estudiosos que han mantenido posiciones diferentes antes o después de la aparición en 1991 de la primera edición. Se ha revisado, lógicamente, la bibliografía original para incluir todos los nuevos libros y artículos citados en el capítulo 14.

    La primera edición fue reseñada en las siguientes revistas: Ancient History Bulletin 6 (1992), pp. 172-176 (Robert Develin); Choice (1992), p. 548 (Samuel M. Burstein); The Classical Review 42 (1992), pp. 365-367 (Peter Rhodes); Times Literary Supplement (10 de abril de 1992) 10 (James Davidson); American Historical Review 98 (1993), p. 1578 (Richard Garner); Gnomon 65 (1993), pp. 677-681 (Martin Dreher); Göttingische gelehrte Anzeigen 245 (1993), pp. 160-187 (Martin Dreher); The Historian 55 (1993), pp. 540-541 (Craig Hanson); The Review of Politics 55 (1993), pp. 165-167 (Robert Vacca); Southern Humanities Review (1993), pp. 67-69 (Mario R. Mion); Tijdschrift voor Geschiedenis 106 (1993), pp. 406-407 (J. J. Flinterman); Revue historique de droit français et étranger (1993) 633 (Alberto Maffi); Historische Zeitschrift 259 (1994), pp. 159-162 (Karl-Joachim Hölkeskamp); Opuscula Atheniensia 20 (1994), pp. 272-276 (Lars Karlsson); Polis 2 (1992/4), pp. 159-170 (Stephen Todd).

    Abreviaturas de las

    fuentes clásicas

    imagen

    01

    La democracia directa

    en perspectiva histórica

    Casi todo el mundo que escribe sobre democracia empieza con la distinción entre democracia «directa» y democracia «indirecta» o «representativa».[41] Los que se centran en las instituciones a veces utilizan la oposición entre «democracia asamblearia» y «democracia parlamentaria»; pero la distinción es la misma: en una democracia directa el pueblo se gobierna realmente a sí mismo, esto es, todos tienen el derecho a participar en la toma de decisiones, mientras que en el otro modelo la única decisión que todos tienen el derecho de tomar es elegir a los que toman decisiones.

    Incluso los análisis estructurales de la democracia reivindican siempre una perspectiva histórica (lo que es bastante natural). Esta consiste en afirmar que la democracia directa ya no existe,[42] en todo caso en los Estados soberanos, a diferencia de las unidades más pequeñas; y esa innegable verdad tiende a completarse con la afirmación de que dicha democracia ya no puede existir debido al tamaño de las sociedades modernas[43] (lo cual supone ignorar de hecho que la tecnología moderna ha hecho que la vuelta a la democracia directa sea algo bastante factible; otro tema es que sea algo deseable o no).[44]

    La perspectiva histórica en la otra dirección, esto es, hacia el pasado, tiende a variar con la nacionalidad del autor. El mundo de habla inglesa se ha interesado por las ciudades-Estado griegas y la democracia ateniense clásica,[45] excepto que los norteamericanos también se han visto irresistiblemente atraídos por su propia manifestación de democracia directa en la «asamblea municipal de Nueva Inglaterra».[46] Los franceses, desde Rousseau, han puesto además sus ojos en los Alpes en busca de inspiración,[47] mientras que a algunos estudiosos alemanes y escandinavos les encanta seguir hablando de la vieja democracia directa de las tribus germánicas.[48] Sin embargo, debe descartarse sin más otro caso histórico: las ciudades italianas del Renacimiento. Venecia, Florencia, Milán y las demás eran incuestionablemente ciudades-Estado, y en ese respecto pueden compararse provechosamente con las poleis griegas, pero eran gobernadas por una monarquía o una oligarquía;[49] la democracia surgió en ellas solo como un paréntesis de corta vida.[50] Así pues, no proporcionan un paralelo histórico cuando lo que se discute es la democracia y el Estado democrático.

    Los cuatro restantes ejemplos históricos de democracia directa exigen una aclaración; y la primera, la Urdemokratie germana. Se remonta a una frase de la Germania de Tácito, difundida por Montesquieu;[51] sin embargo, los historiadores y los arqueólogos de épocas más modernas se han visto obligados a abandonar como mito la noción de un antiguo sistema igualitario de gobierno entre las tribus germánicas. En cuanto a Suiza como cuna de la democracia, la idea tiene dos fundamentos, uno más sólido que el otro. El primero es que desde la Edad Media cuatro cantones suizos y cuatro medio cantones han sido gobernados por asambleas del pueblo (Landsgemeinden), cinco de las cuales todavía existen hoy:[52] ya en el siglo XVI Bodino llamó la atención sobre ellas como ejemplos de democracia directa.[53] Constituyen un paralelo real —en verdad, el único— de la democracia ateniense; porque, aunque en la actualidad los cantones solo son unidades subordinadas con poderes locales limitados, en su día eran Estados soberanos gobernados por una democracia directa. El otro argumento a favor de Suiza se encuentra principalmente en Rousseau. Aunque solo mencionó de pasada la verdadera democracia de los pequeños cantones forestales,[54] y se centró principalmente en su ciudad natal de Ginebra, que erróneamente concibió como una democracia,[55] al mismo tiempo pensaba, también erróneamente, que la Atenas de Pericles no era una democracia.[56] En realidad, hay poco que decir sobre Rousseau como historiador, aun cuando sus ideas hayan tenido una poderosa influencia en el pensamiento político. En cuanto a la asamblea municipal de Nueva Inglaterra,[57] era efectivamente una democracia directa, pero solo a escala municipal; así que, aunque es interesante compararla con la Asamblea del Pueblo ateniense, no ofrece ninguna base para el estudio de la democracia como forma de gobierno del Estado. (Más interesante, de hecho, es la constitución «democrática» de Rhode Island de 1647, que no ha recibido la atención que merece).[58]

    Nos vemos así de vuelta en Atenas como el mejor ejemplo de un Estado importante gobernado por una democracia directa. Esa forma de gobierno fue introducida por Clístenes en 508/7 a. C. y abolida por los macedonios cuando conquistaron Atenas en 322/1. Sabemos que muchas otras ciudades-Estado griegas tenían constituciones democráticas; pero prácticamente toda la evidencia que tenemos remite a Atenas, de modo que es la única democracia directa de la que podemos dar cuenta adecuadamente, aun cuando pueda ocurrir que en algunos aspectos importantes Atenas es una anomalía, y que el tipo de gobierno popular ateniense no fuera el único conocido por los griegos. En la Política Aristóteles habla de un tipo de democracia en la que la única función de la Asamblea del Pueblo es elegir a los magistrados y hacerles rendir cuentas de su conducta en el cargo, mientras que todas las decisiones políticas las toman los magistrados sin que el pueblo diga una palabra.[59] Eso es, por supuesto, una democracia «indirecta», y por ello debemos rechazar como errónea la creencia común de que la democracia griega siempre era «directa»[60] mientras que la democracia moderna siempre es «indirecta». Pero Atenas, en todo caso, era una democracia «directa», la mejor conocida de la historia hasta la fecha; y es esa democracia directa la que será descrita y analizada en las páginas que siguen.

    [41] Holden (1974) 5, pp. 26-29; Lively (1975), pp. 29-32; Pennock (1979), p. 7; Lijphart (1984), p. 1; McLean (1989), p. 5.

    [42] Sartori (1962), p. 252; Holden (1974), p. 5.

    [43] Sartori (1962), pp. 255-256; Holden (1974), p. 27.

    [44] Arterton (1987); McLean (1989). Cf. Hansen (1989b), p. 6.

    [45] The New Encyclopaedia Britannica, 15.ª ed. (1975), s. v. Democracy.

    [46] Encyclopaedia Americana (ed. de 1980), s. v. Democracy.

    [47] Grand dictionnaire encyclopédique Larousse (1982), s. v. Démocratie.

    [48] Amira (1913), pp. 126, 149 y ss.; Ross (1946), pp. 22-24.

    [49] Plamenatz (1963), pp. 9-11.

    [50] Marks (1963).

    [51] Tácito, Germania 11. Montesquieu, De l’esprit des lois 6.11 (p. 167 de la ed. Garnier, París, 1961).

    [52] Ryffel (1903); Stauffacher (1962); Kellenberger (1965); Carlen (1976).

    [53] Bodino, Les six libres de la république 2.7.

    [54] Rousseau, Projet de constitution pour la Corse, Oeuvres, Pléiade ed. (París, 1967), III, p. 906.

    [55] Rousseau, «Dédicace» a Sur l’origine de l’inégalité, Oeuvres III, pp. 111-121. Miller (1984).

    [56] Rousseau, Sur l’économie politique, Oeuvres III, p. 246.

    [57] Sly (1930).

    [58] Ball, Farr y Hanson (1989), pp. 72-73.

    [59] Arist. Pol. 1318b21-22, 28 y ss., 1274a15-18, 1281b32-34. Hansen (1989c), pp. 96-97.

    [60] E. g., Meier (1990), pp. 85, 165, 218.

    02

    Evidencia

    Como en toda investigación histórica, una primera pregunta en este libro debe ser cuánto sabemos sobre nuestro tema —la famosa «democracia directa» que supuestamente fue introducida en Atenas por el aristócrata Clístenes hace unos 2.500 años—[61], cómo lo sabemos y, no menos importante, cuánto no sabemos. En vez de dar una lista indigerible de «fuentes», aquí intentaremos hacer un análisis más crítico y explicativo del estado de la evidencia para la democracia ateniense y discutir alguno de los más importantes problemas de su interpretación, especialmente su ordenación cronológica, que es la principal razón por la que este libro versa sobre la democracia ateniense en la época de Demóstenes y no en la época de Pericles.

    Pero, primero, el alcance y la variedad de las fuentes a nuestra disposición, y al mismo tiempo sus limitaciones, pueden ilustrarse con una serie de ejemplos. Estos consisten en diecisiete pequeñas viñetas de la historia ateniense, en orden cronológico, cada una iluminada por una única fuente.

    Ejemplos

    Tras la introducción de la democracia por Clístenes en 507, y quizá no antes de c. 460, los atenienses construyeron para sí mismos un lugar para la asamblea en el promontorio llamado Pnyx justo al otro lado de la colina del Areópago; hacia 400 fue reconstruido y ampliado. Posteriormente quedó oculto bajo una enorme tercera reconstrucción de la época del emperador Adriano (cuando quizá ya no servía de emplazamiento a la asamblea), pero en el transcurso de las excavaciones en la década de 1930 se redescubrieron los cimientos clásicos, y fue posible reconstruir las dos fases anteriores del recinto de la asamblea de los atenienses, Pnyx I y Pnyx II.[62]

    El ostracismo, es decir, diez años de destierro impuesto por una votación en la que los votos estaban escritos en ostraka, fragmentos de teja, era una de las instituciones más notables y criticadas de la democracia ateniense. El primer ostracismo tuvo lugar en 487, el último alrededor de 416.[63] Unos once mil ostraka, en los que los ciudadanos rayaban (o les rayaban) el nombre del líder político que querían ver expulsado, se han encontrado en las laderas de la Acrópolis, en el Ágora y en el cementerio del Cerámico.[64] No menos de 4.647 de los ostraka del Cerámico están inscritos con el mismo nombre, el del sobrino de Clístenes, Megacles, hijo de Hipócrates del deme Alópece (Megakles Hippokratous Alopekethen). En realidad, fue ostraquizado dos veces,[65] la primera vez en 486,[66] pero los ostraka del Cerámico parecen pertenecer a su segundo ostracismo, que probablemente ocurrió en la década de 470.[67]

    En los primeros años de la guerra del Peloponeso un ateniense desconocido escribió un panfleto en el que se describía el gobierno ateniense del pueblo como un producto fabricado con absoluta consistencia desde una concepción deformada de la humanidad y un concepto equivocado de la sociedad. El demos se entiende como «el pueblo llano» y no como «la totalidad del pueblo», y la democracia consecuentemente se considera como «el gobierno de los pobres» en vez de como «el gobierno del pueblo».[68] El panfleto se atribuyó falsamente a Jenofonte y fue transmitido entre sus escritos; ahora se ha vuelto común[69] llamar al autor el «Viejo Oligarca», porque así es como suena.[70]

    La comedia de Aristófanes Los acarnienses es de 425. Empieza con una escena en la que Diceópolis el campesino está solo sentado en el lugar de la Asamblea, quejándose de que el resto de los ciudadanos todavía está charlando en el Ágora aunque la reunión debería empezar poco después del amanecer. Ve cómo los prytaneis (los presidentes de la Asamblea) llegan a la carrera tarde, abriéndose paso a empujones para sentarse en el banco delantero, mientras los otros ciudadanos que están abajo en el Ágora son conducidos hacia el Pnyx por una fila de policías que llevan una cuerda empapada en pintura roja.[71] En algunos de los manuscritos en los que la obra ha llegado hasta nosotros hay una nota marginal que dice que cualquier ciudadano que tuviera pintura roja en su ropa se exponía a una multa.[72]

    En el festival de las Dionisias en 422 (probablemente) se representó una tragedia de Eurípides, en la que el rey Teseo aparece como un paladín de la libertad y del gobierno del pueblo. Apoyado por su pueblo, se resiste a la petición del tirano de Tebas de extraditar a ciertas mujeres de Argos que han buscado asilo en el Ática. El rey Teseo y el mensajero del tirano de Tebas entablan una fiera discusión de más de cien líneas sobre constituciones, en la que Teseo proclama que la libertad, la igualdad y el respeto por las leyes se hallan en un gobierno del pueblo, frente al gobierno arbitrario de un tirano.[73] La tragedia, llamada Las suplicantes (Hiketides), no se considera una de las mejores de Eurípides, y es un curioso azar el que haya preservado para nosotros este valioso testimonio de la ideología de la democracia ateniense en la época de Pericles: de una edición de las obras completas de Eurípides por orden alfabético han sobrevivido por puro azar dos grupos de cinco tragedias, cada uno de cuyos títulos empieza con una de las letras de épsilon a eta o de iota a kappa (Hiketides empieza por iota, ya que el griego no representa la h con una letra).[74]

    Poco antes de 411 el sofista no ateniense Trasímaco escribió un panfleto sobre la «constitución ancestral» de Atenas, un texto nostálgico de la supuesta edad en la que los jóvenes sujetaban la lengua y dejaban hablar a los ciudadanos mayores y más experimentados.[75] El comienzo del panfleto de Trasímaco se cita en un manual helenístico de retórica como un excelente ejemplo de la elocuencia de los antiguos oradores.[76]

    En su Historia Tucídides cita, aunque con sus propias palabras, el discurso fúnebre de Pericles de 430 en el funeral público anual de los que habían caído luchando por Atenas. El núcleo del discurso es un encomio de los caídos, de los antepasados y de la polis de Atenas y su constitución: de nombre es una democracia, pero de hecho es un gobierno de la mayoría, donde todos tienen iguales derechos ante la ley y los individuos se respetan y recompensan de acuerdo con sus méritos.[77]

    Al final del primer libro de su Historia de Grecia (Hellenika) Jenofonte ofrece una descripción, de diez páginas, del célebre Juicio de los Generales en 406, en el que ocho de los diez miembros del Comité de los Generales fueron acusados, tras la victoria en la batalla naval en las islas Arginoussai, de no haber recogido a los supervivientes y los cuerpos de los caídos de los barcos hundidos por el enemigo. Ellos alegaron que una repentina tormenta lo había hecho imposible, pero los acusadores convencieron a la Asamblea de que los generales eran culpables de traición. Fueron sentenciados a muerte colectivamente (lo que en realidad era ilegal) y los seis de ellos que estaban en Atenas fueron ejecutados. Jenofonte termina diciendo que los atenienses se arrepintieron poco después de su sentencia de muerte a los generales y procedieron a condenar a los acusadores y los ejecutaron.[78]

    En 367 los atenienses sellaron una alianza con Dionisio I, el tirano de Siracusa. El tratado fue aprobado por la Asamblea e inscrito en una stele de mármol de la que todavía poseemos fragmentos.[79] Se han perdido los comienzos y los finales de línea, pero el medio está intacto y, dado que la inscripción está escrita stoichedon como era habitual, i. e., como un tablero de ajedrez con las letras una debajo de la otra sin espacios en blanco, puede calcularse que había treinta y tres letras por línea.[80] También, las inscripciones atenienses estaban escritas en un estilo formal con fórmulas invariables, de modo que puede restaurarse casi toda la inscripción de Dionisio con un alto grado de probabilidad. Dice, inter alia, que la alianza pretende durar «para siempre»: como cabía esperar, su tiempo de vida no fue sino breve.

    Hace cien años se encontró cerca de Spata, en Ática central, en una tumba de alrededor de 350 a. C., una pequeña placa de bronce que medía 11 cm × 2 cm × 3 mm de grosor. Se habían grabado tres nombres en el bronce, pero dos de ellos se habían borrado de nuevo y solo podemos acertar a ver el tercero y último que estaba debajo: «Eupolemos Timodo(.ou) Erchieus». La placa también tiene una letra del alfabeto y un sello que representa un búho visto de frente.[81] Hoy poseemos unas cien de esas placas, y sabemos que eran los billetes de identidad de los jurados atenienses: el búho es el mismo que aparece en las monedas de tres óbolos,[82] y tres óbolos era precisamente la paga por un día de servicio de jurado.

    Los primeros diecisiete de los sesenta y un discursos que nos han llegado bajo el nombre de Demóstenes pretenden ser versiones publicadas de discursos que él dio en la Asamblea: hoy se consideran discursos genuinos del gran orador catorce de ellos.[83] Fueron pronunciados en los años 354-341, y en su mayoría se dirigían contra el archienemigo de Atenas en esos años, Filipo II de Macedonia.[84] El propio Demóstenes hizo publicar sus discursos políticos, quizá por despecho, pues los atenienses casi nunca hicieron caso de sus consejos. Es notable que Demóstenes dejara de publicar sus discursos en 341, justo cuando ese órgano por fin empezó a aprobar los decretos que él proponía y le reconoció como el principal estadista en la lucha contra Macedonia.[85] Los decretos que persuadió a los atenienses de que aprobaran desaparecieron hace mucho tiempo y solo se conocen por referencias esporádicas en otras fuentes, pero todavía podemos leer sus discursos políticos. Fue por la brillantez de su retórica por lo que el orador Demóstenes logró crear el mito del estadista Demóstenes, cuyo efecto llegó hasta el siglo XX,[86] momento en que otro estadista, Georges Clemenceau, empleó su otium para escribir una biografía de Demóstenes en la que lo idealizaba como campeón de la democracia contra el autócrata Filipo.[87]

    Las Leyes son el magnum opus de la vejez de Platón, y quizá no estuviera del todo acabada cuando murió, en 347. Es un diálogo en el que un ateniense, un espartano y un cretense discuten no sobre la mejor constitución sino sobre la mejor constitución factible. Esta utopía se llama Magnesia.[88] Es una ciudad-Estado con 5.040 (factorial de 7) ciudadanos varones adultos.[89] Su constitución y administración se describen con la minuciosidad propia de un anciano; y muchos de los detalles están copiados de la Atenas contemporánea.[90]

    En las excavaciones del Ágora apareció la base de mármol de la estatua erigida por los atenienses en la década de 330 a la diosa Demokratia;[91] y después se encontró lo que probablemente es el torso de la propia estatua.[92] Del mismo periodo, en los fragmentos de las cuentas de los Tesoreros de Atenea hay referencias a los pagos de los generales en conexión con las ofrendas hechas a esa diosa.[93]

    En 336 Ctesifonte, un secuaz de Demóstenes, hizo la famosa propuesta para que su jefe fuera condecorado con una corona de oro por sus éxitos en la mejora de las defensas de la ciudad tras la derrota ante Filipo en 338. Esquines inmediatamente acusó a Ctesifonte de haber propuesto un decreto inconstitucional, pues Demóstenes era magistrado cuando se hizo la propuesta y los honores a magistrados en el cargo estaban prohibidos por ley. El caso tardó mucho tiempo en llegar a término, y no lo atendió el jurado hasta 330.[94] Demóstenes asumió personalmente la defensa de su secuaz, y por una vez poseemos ambos discursos, el de acusación y el de defensa.[95] Desde un punto de vista legal Esquines estaba en lo cierto,[96] pero el juicio se transformó en una batalla sobre la historia pasada entre el promacedonio Esquines y el antimacedonio Demóstenes; y, a pesar de que realmente Atenas había perdido la guerra contra Macedonia, Demóstenes, no obstante, ganó el caso y obtuvo más de las cuatro quintas partes de los votos.[97]

    Aristóteles escribió un tratado teórico sobre política (la Política) en ocho libros, y, como base empírica de la teoría, él y sus discípulos escribieron descripciones detalladas de los sistemas reales de no menos de 158 Estados,[98] de los cuales los más conocidos eran Atenas[99] y Esparta.[100] Las 158 descripciones se perdieron todas posteriormente, y solo se sabe que existieron por referencias dispersas; pero en la década de 1880, en las arenas de Egipto, se encontraron cuatro pequeños rollos de papiro, en cuyos reversos era posible leer un texto superviviente casi completo del tratado de Aristóteles que denominamos Constitución de los atenienses.[101]

    Sentado en casa en su natal Beocia, en tiempos del emperador Trajano, el filósofo moral Plutarco escribió una larga serie de Vidas paralelas de estadistas griegos y romanos, casi siempre en parejas, uno griego y uno romano. Una de estas parejas es la de Catón el joven y el rhetor y general del siglo IV Foción. De acuerdo con Plutarco, Foción a menudo estaba en contra de la voluntad popular y tenía en poca estima el juicio político del pueblo, así que cuando, un día, el pueblo aplaudió espontáneamente una propuesta suya, se volvió con inquietud hacia su vecino y le preguntó si había dicho alguna estupidez.[102]

    Todavía se leía mucho a los oradores áticos en Roma, pero a menudo los lectores tenían dificultad en entender las instituciones y los sucesos históricos, un conocimiento que los oradores daban por supuesto en sus audiencias. Por ello llegaron a escribirse diccionarios y obras explicativas. En el siglo II d. C.[103] un tal Harpocración escribió la primera obra de ese estilo conocida: contiene cerca de cuatrocientas explicaciones, en orden alfabético, de las palabras y expresiones difíciles en los diez oradores áticos.

    Estos diecisiete breves apuntes muestran no solo lo ricas que son nuestras fuentes, sino también cuán fortuitas son y cuántas lagunas hay en nuestro conocimiento. Si tuviéramos el corpus de leyes que los atenienses grabaron en piedra en 403/2[104] y cada uno de los más de mil discursos que podían leerse en la Biblioteca de Alejandría en el periodo helenístico, seríamos capaces de reconstruir la Asamblea y el Tribunal del Pueblo con mucha mayor exactitud: en estos casos nos faltan fuentes que existían, pero que se han perdido. Si tuviéramos cifras censales sobre el número de ciudadanos, y de metecos y esclavos, tendríamos un conocimiento mucho más seguro de la población de Atenas; pero en este caso nos faltan fuentes que nunca existieron.

    Divisiones de la evidencia

    Según el contenido

    Las fuentes de evidencia de la democracia ateniense pueden agruparse de varias maneras, cada cual con su particular utilidad. Consideremos primero una división entre lo que podemos llamar «supervivencias» de la democracia y «descripciones» de la democracia. Las supervivencias incluyen no solo los restos arqueológicos y las inscripciones: también incluyen algunas fuentes literarias, tales como los discursos de Demóstenes. La alianza ateniense con Dionisio y la Primera Filípica son ambas «supervivencias» desde este punto de vista, porque ambas fueron parte del proceso democrático y sin ellas la misma historia podría haber tomado un rumbo diferente. (Aunque debe tenerse en cuenta que nuestros textos publicados son versiones revisadas de los discursos reales, y solo pueden contar como evidencia documental en la medida en que efectivamente relatan lo que en realidad se dijo: habitualmente eso es lo que suponen los historiadores, pero no puede probarse).[105] Ese tipo de evidencia documental debe contraponerse a las descripciones de la democracia ateniense en, por ejemplo, Aristóteles y Plutarco: la primera es testimonio de la comprensión contemporánea de la democracia; la segunda, de cómo se veía en una época posterior, pero ambas son «descripciones», no «supervivencias».

    Según la transmisión

    Otro posible agrupamiento de la evidencia es por tipos de transmisión: en este planteamiento contrastamos la transmisión directa de las inscripciones y otros materiales supervivientes con la transmisión indirecta del gran bloque de fuentes literarias. Estas últimas se conocen en gran parte solo por los manuscritos escritos en Bizancio desde el siglo IX al siglo XV, traídos a Italia por estudiosos, laicos y clérigos, cuando se revitalizaron los estudios griegos en Occidente en los siglos XIV y XV, y preservados ahora en las grandes bibliotecas europeas.[106] Solo sobreviven unos pocos textos en fragmentos de papiro de Egipto, preservados en las secas condiciones de las arenas del desierto:[107] los más importantes para nosotros son la Constitución de los atenienses de Aristóteles, a la que ya nos hemos referido, y algunos de los discursos del estadista Hipérides, pues aunque sobrevivieron cuarenta de sus discursos en un manuscrito bizantino, fue destruido por el fuego cuando los turcos capturaron Budapest en 1526, y nunca se habían imprimido.[108] Después de eso, Hipérides no fue más que un nombre hasta los descubrimientos de papiros en el último siglo, cuando aparecieron seis discursos, aunque cinco de ellos solo en fragmentos.

    También se han encontrado fragmentos de papiro de textos de los que todavía de hecho sobreviven manuscritos. Dichos fragmentos, por supuesto, no amplían cuantitativamente nuestro material de fuentes, pero proporcionan una importante corroboración; porque la comparación entre los textos de los papiros (que siempre son mucho más antiguos y están más cerca de los originales) y los manuscritos muestra que en la mayoría de los casos se han deslizado muy pocos errores a pesar de todas las numerosas copias de copias que median entre ellos.[109] Por regla general, por tanto, podemos asumir que nuestros manuscritos son reproducciones razonablemente fieles de los textos originales tal como fueron compuestos por primera vez entre mil y mil quinientos años atrás.

    Juntando las dos divisiones, podemos ver que, por regla general, los documentos se transmiten directamente y las descripciones se transmiten indirectamente. La única excepción son los discursos, que participan de ambas cosas: son documentos, igual que las inscripciones, pero en lo que respecta a la transmisión se conocen solo por los manuscritos medievales.

    Según el género

    En este agrupamiento las inscripciones están en un lado y todas las fuentes literarias en el otro, subdivididas a su vez en discursos (pero incluidos los panfletos), historia, filosofía y drama; otros tipos de literatura no son significativos desde nuestro punto de vista.

    Inscripciones. La publicación era un prerrequisito de la democracia, así que los atenienses tenían que exhibir en público todo lo que podían. El estilo de publicación tenía que corresponder al estilo de vida de los atenienses. Los antiguos griegos no vivían mucho dentro de sus casas: las mujeres, ciertamente, tenían que quedarse en casa la mayor parte del tiempo, pero los ciudadanos varones pasaban el tiempo, cuando no trabajaban, en ágoras, pórticos y palestras. Los atenienses tenían efectivamente un archivo público en el Metroón en el Ágora, donde estaba disponible una copia de cada documento público, escrito en papiro, para cualquier ciudadano que lo solicitara,[110] pero lo que tenía que atraer la atención del público tenía que exhibirse en lugares públicos. En cuanto al material, en un país donde la piedra caliza y el mármol se hallaban por doquier, mientras que era una rareza desde la Edad del Bronce,[111] la forma natural de publicación era la losa de mármol grabada (stele).

    ¿Qué tipo de materiales, entonces, tenían los atenienses la necesidad de publicar? Cada año la Asamblea aprobaba probablemente más de cuatrocientos decretos.[112] En el siglo IV el Comité de Legisladores, los nomothetai, varias veces al año tenía que abordar propuestas para alterar o expandir el código de leyes revisado de 403/2.[113] Al final de cada año los comités de magistrados tenían que responder masivamente por su administración y por los fondos bajo su control: los tesoreros de Atenea (tamiaia), por el erario del templo en la Acrópolis; el Comité de Subastas (poletai) por el dinero obtenido con las subastas públicas; los superintendentes de los Astilleros (epimeletai ton neorion), por las naves de guerra y todo su aparejo, y así sucesivamente.[114] Así pues, los magistrados tenían que mantener inventarios y una contabilidad: los documentos, indudablemente, se escribían primero en papiros o en tableros blanqueados, pero muchos también se grababan en piedra. También se inscribían muchas stelai de mármol con listas de nombres, la lista de deudores del Estado que se guardaba en la Acrópolis,[115] las listas de los comités administrativos del Consejo (los prytaneis) y listas incluso de todos los consejeros del año, guardadas frente a la sede del Consejo (el bouleuterion),[116] y los nombres de todos los ciudadanos que habían muerto en la batalla, inscritos año tras año y guardados (en algún lugar) en el cementerio del Cerámico.[117]

    Solo en el Ática se han encontrado más de veinte mil inscripciones, en su mayoría fragmentarias, y varios miles de ellas son documentos públicos de la edad dorada de la democracia. Solo para el siglo IV tenemos unos quinientos decretos,[118] diez leyes,[119] más de cuatrocientas contabilidades e inventarios,[120] cincuenta y pico inscripciones con los nombres de los prytaneis y otros consejeros. Los documentos en bronce son mucho más raros.[121] Al final del año las pequeñas placas de bronce se preparaban para los jurados del siguiente año,[122] y se empleaban grandes stelai de bronce para las listas de los nombres de los aptos para el servicio militar.[123] Como podrá imaginarse, las stelai de bronce valiosas han desaparecido hace tiempo, pero se han encontrado unas cien placas de los jurados.[124]

    Discursos. La democracia ateniense era una democracia asamblearia; además, en el Tribunal del Pueblo no menos que en la Asamblea, debido a la cantidad de gente, los debates debían consistir en una serie de discursos pronunciados por ciudadanos políticamente activos ante una audiencia. Por tanto, el poder político se basaba en la elocuencia, y la demanda de elocuencia produjo un género de prosa enteramente nuevo, a saber: la retórica.[125] La retórica nació a mediados del siglo V en Siracusa y Atenas, los dos pilares de la democracia en el oeste y el este, y durante todo el resto de la Antigüedad siguió habiendo una estrecha conexión entre política y retórica.[126] Las tres especies del género eran todas políticas: el discurso para aconsejar, pronunciado ante la Asamblea o el Consejo; el discurso forense, ante el Tribunal del Pueblo; y el discurso para ocasiones especiales, tales como el discurso fúnebre de Pericles.[127] Pronto fue prácticamente universal que los políticos tomaran clases de retórica, a menudo de «sofistas» itinerantes,[128] y desde aproximadamente 420 a. C. algunas figuras políticas empezaron a publicar sus discursos.[129] Puede que el propósito fuera mantener en ebullición la olla política fijando una contribución oral en forma escrita; pero, incluso cuando los temas políticos y los juicios públicos habían perdido tiempo atrás su contemporaneidad, los viejos discursos seguían leyéndose como literatura y como ejemplos de escuela de elocuencia. Como las siete maravillas arquitectónicas del mundo, se formó una lista de los diez mejores maestros de oratoria, todos los cuales eran ciudadanos atenienses (Antifonte, Andócides, Isócrates, Demóstenes, Esquines, Licurgo e Hipérides) o metecos atenienses (Lisias, Iseo y Dinarco).[130]

    Ha llegado hasta nosotros un total de unos ciento cincuenta discursos de esos maestros, el más antiguo de 419/18,[131] y el más tardío de 322, justo antes de la abolición de la democracia.[132] De ellos, diecisiete son discursos para el pueblo, casi todos de Demóstenes; y más de cien son discursos forenses de cada uno de los diez oradores.[133] La mayoría fue escrita para clientes que pagaban por ello;[134] solo unos pocos fueron pronunciados por los mismos oradores, y lo fueron normalmente en juicios «políticos».[135] Especialmente importantes para nosotros son los discursos de acusación supervivientes en las acusaciones públicas por haber propuesto decretos inconstitucionales o leyes indeseables,[136] pues en ellos hay largos pasajes sobre la estructura y funcionamiento de las instituciones democráticas y defensas bien formuladas de los ideales del gobierno popular. Finalmente, además de los ciento cincuenta discursos supervivientes tenemos referencias a (y títulos de) varios cientos de discursos perdidos preservados por los lexicógrafos.[137]

    Panfletos. Solo una generación después del nacimiento de la retórica los griegos inventaron otra forma de prosa, el panfleto político: era una extensión de los discursos políticos, un discurso que en realidad nunca se había pronunciado en reuniones políticas, sino que circulaba simplemente en copias escritas para ser leído en círculos privados. Además del panfleto del siglo V del Viejo Oligarca y el panfleto de Trasímaco, ya mencionados, del siglo IV han sobrevivido diversos largos panfletos de la mano de Isócrates (436-338). Rara vez aparecía Isócrates por la Asamblea, sino que prefería escribir ensayos en los que daba a Atenas el beneficio de su consejo sobre asuntos políticos y constitucionales: para el estudio de la democracia ateniense los más importantes son el Areopagitikos (de alrededor de 357),[138] Sobre la paz (355) y el Panathenaikos (338). Todos ellos son obras de su vejez en las que criticaba su época y abogaba por el retorno a la «democracia de los antepasados», esto es, la constitución que supuestamente tenía Atenas en tiempos de Solón.

    Obras históricas. La historiografía empezó como un género de prosa en Grecia una generación antes que la retórica, en la primera mitad del siglo V, pero cuando se llama a Heródoto «padre de la historia», en gran medida es verdad. Es él quien hace una larga descripción de lo que desde nuestro punto de vista es el comienzo de la historia, la guerra civil que condujo a la introducción de la democracia por Clístenes;[139] y en el libro 3 registra (creyéndolo auténtico) el supuesto debate de los nobles persas en 522 a. C. sobre los tres tipos de constitución —monarquía, oligarquía y gobierno del pueblo—, que es la primera pieza sustantiva de teoría política que tenemos en prosa griega.[140] Los historiadores tenían interés principalmente en la historia política y militar, y la historia social, en general, solo captaba su interés cuando describían a pueblos extranjeros; pero puesto que la guerra y la paz se decidían en Atenas en la Asamblea, había muchas oportunidades de traer a colación el proceso de toma de decisiones en la Asamblea o el desarrollo de un juicio político en el Tribunal del Pueblo contra un líder político supuestamente corrupto o un general desafortunado. Dichos pasajes en los historiadores adoptaban la forma de discursos inventados ante la Asamblea, que son la versión de los historiadores de los discursos reales de los oradores.[141] Por esa razón hay mucho material útil sobre las instituciones de la democracia en Heródoto, Tucídides y Jenofonte. Los otros historiadores que escribieron sobre historia griega hasta finales del siglo IV se han perdido todos, pero en el caso de los más importantes de ellos —Teopompo, Éforo, Anaxímenes de Lámpsaco y Jerónimo de Cardia— sus obras formaron las fuentes principales de la Historia del mundo de Diodoro de Sicilia, escrita en tiempos del emperador Augusto, y los libros 16-20 de esa obra afortunadamente han llegado completos hasta nosotros.

    También había autores que escribían trabajos especializados sobre la historia de Atenas y el Ática, conocidos como Atthides.[142] Se conocen solo en exiguos fragmentos, pero muchas de las piezas que efectivamente poseemos tienen una importancia particular porque los atidógrafos a menudo describían rasgos constitucionales que quedaban fuera de la esfera de interés de los grandes historiadores. Los atidógrafos más destacados eran Androción, quien tras una activa vida política escribió un Atthis en ocho libros en torno a 340-330, y Filócoro, quien escribió el siguiente Atthis importante en la década de 260, en no menos de diecisiete libros.[143]

    Finalmente, como se hace tradicionalmente, debemos contar a Plutarco (c. 50-125 d. C.) entre los historiadores, aunque sus Vidas paralelas realmente son ensayos de filosofía moral más que historia tal como la entendemos. Los nueve estadistas atenienses cuyas biografías escribió son Solón, Temístocles, Arístides, Cimón, Pericles, Nicias, Alcibíades, Demóstenes y Foción. Plutarco era muy culto y, a diferencia de los historiadores, solía citar y discutir sus fuentes; sus Vidas son, por tanto, una fuente importante para nosotros, porque a menudo se basan en escritos que se han perdido. Su relato, sin embargo, es en gran medida anecdótico y, lo que es más, está impregnado de sus propias actitudes, que nos dicen más sobre el Imperio romano en tiempos de Trajano que sobre la constitución ateniense quinientos años atrás: los historiadores deberían usarlo, pues, con sumo cuidado.[144]

    Filosofía. El género en prosa más antiguo era en realidad la filosofía; pero no antes del siglo V empezaron los filósofos a considerarse el centro de la humanidad en el universo. Los hombres son seres sociales, decían; así pues, de todas las disciplinas filosóficas, el estudio de la polis era la más importante. (Las primeras reflexiones sobre las constituciones de un filósofo son los fragmentos de Demócrito —no anteriores a, digamos, 430—).[145] Es por eso por lo que Platón y Aristóteles consideran que la piedra angular de sus escritos sobre moralidad son sus pensamientos sobre el Estado y la sociedad, y, por consiguiente, sobre la sociedad ideal.[146] En su República Platón discute la mejor ciudad-Estado imaginable, en las Leyes la mejor realizable.[147] En la Política Aristóteles ofrece, en el libro I, lo que hoy llamaríamos un análisis sociológico de la ciudad-Estado, en el libro 2 una revisión histórica de los análisis que se han hecho de ella, y en los libros 3-6 un análisis en términos de ciencia política; en conjunto ofrece un marco para el análisis (inacabado) de cómo debería estar ordenada una ciudad-Estado (libros 7-8).

    En estos autores los problemas del pensamiento político habitualmente se abordan de manera general recurriendo a los tres tipos principales de constitución —el gobierno de uno, el gobierno de los pocos y el gobierno de los muchos—, cada uno de los cuales con una variante positiva y una variante negativa. Este modelo de seis elementos se encuentra ya plenamente desarrollado en El político de Platón.[148] Reaparece en el libro 3 de la Política de Aristóteles,[149] y en la actualidad Aristóteles se ha llevado el mérito de lo que en realidad tomó de su viejo maestro. En el libro 8 de la República de Platón hay una detallada descripción, aunque esquemática, del desarrollo —o, mejor dicho, de la degeneración— de las constituciones, en la que se pinta a la democracia como la peor de todas las constituciones excepto una: peor que la oligarquía pero al menos mejor que la tiranía, que es la que lógicamente termina por sustituir a la democracia.[150] En El político, ha mejorado un poco el prestigio de la democracia: ahora es mejor que la oligarquía y la tiranía, pero sigue siendo inferior a la monarquía y la aristocracia.[151] En las Leyes el ideal se ha convertido ahora en una constitución mixta con elementos de monarquía y de democracia[152] (y es aquí donde muchos de los detalles reflejan las instituciones reales de Atenas). En la Política de Aristóteles, libros 4-6, las constituciones democráticas se dividen en cuatro variantes, declinando desde la antigua democracia agraria moderada (tipo I) hasta la democracia urbana radical de su propio tiempo (tipo IV).[153]

    Ocasionalmente, podemos encontrar una evaluación más específica y crítica de la democracia particular de Atenas. Así, en el Gorgias Platón pone a discutir a Sócrates con los retóricos Gorgias, Polo y Calicles, y demuestra que en una democracia asamblearia como la de Atenas la habilidad retórica del demagogo siempre prevalecerá sobre el conocimiento experto del estadista.[154] Aún más importante para nosotros es el famoso discurso que Platón pone en boca de Sócrates, la Apología, que durante más de dos mil años se ha leído como una hoja de cargos contra la democracia ateniense y su tan cacareada libertad de expresión.[155] Finalmente, en el libro 2 de la Política de Aristóteles hay un breve esbozo del desarrollo histórico de la constitución ateniense en el que la moderada democracia mixta, como la que supuestamente Solón introdujo en 594, es clasificada como la mejor variedad, mientras que la del propio tiempo de Aristóteles se ha convertido en una redomada democracia radical de la peor especie.[156]

    Drama. El drama europeo se remonta a los festivales de Dionisio en Atenas, en los que cada año se representaban tragedias y comedias.[157] El argumento de la tragedia es normalmente mitológico, pero los héroes antiguos que son sus personajes hablan una lengua que refleja la sociedad contemporánea;[158] así que no es sorprendente que encontremos en los tres grandes trágicos escenas en las que la democracia ateniense, bajo un aspecto mitológico, es alabada por los personajes. En Las suplicantes (Hiketides) de Esquilo tenemos el cuadro más temprano preservado de una asamblea, en Argos (por lo que hay que entender «Atenas»),[159] y el mismo escenario se encuentra, como hemos visto, en la tragedia del mismo nombre de Eurípides.[160] En cuanto a Sófocles, algunos historiadores creen que sus tragedias tuvieron tanta resonancia política porque expresaban sus preocupaciones por los aspectos tiránicos del comportamiento de Pericles.[161]

    En las tragedias siempre se discuten los ideales de la democracia; en las comedias, a menudo su funcionamiento y sus instituciones.[162] De hecho, en el primer siglo de la comedia (hasta c. 390) el enfoque satírico de los temas contemporáneos proporciona la mayoría de los chistes, y los líderes democráticos son despellejados vivos, a veces llamándolos por su nombre y otras bajo disfraces tales como «el curtidor» para Cleón en Los caballeros (424). Y en Los acarnienses (425), Las avispas (422) y Ekklesiazousai (¿392?)[163] de Aristófanes se hallarán las caricaturas más divertidas de la Asamblea y los tribunales, y del papel que el ateniense medio jugaba en ambos.

    Lexicografía. En la época helenística empezó una era por completo nueva de la cultura europea: fue el comienzo de la erudición y las bibliotecas y los catálogos y la investigación literaria y los comentarios a los Mejores Autores, y era Alejandría, no Atenas, la cuna de la erudición.[164] Fue allí donde Calímaco compiló en el siglo III la edición autorizada de Demóstenes, que, además de los discursos auténticos, también contenía una serie de discursos originales adicionales del siglo IV que ahora sabemos que no eran obra de Demóstenes.[165] El coleccionismo de libros también trajo consigo falsificaciones deliberadas de obras, de las que diremos unas palabras más adelante. Todo menos inútil, por otro lado, fue el comentario a Demóstenes realizado en el siglo I a. C. por Dídimo (al que se llamó Bibliolathes, «el que olvida libros» pues no podía recordar sus propios libros, de tantos como había escrito).[166] Ha aparecido un gran fragmento de papiro del comentario de Dídimo a la Cuarta Filípica, y contiene valiosas observaciones sobre el trasfondo histórico.[167]

    En las épocas helenística, romana y bizantina se publicaban comentarios eruditos como escolios o léxicos. Los escolios eran comentarios escritos punto por punto en los márgenes (aunque en épocas anteriores se publicaban separadamente); los léxicos eran explicaciones por orden alfabético de palabras y nombres de la literatura clásica. Específicamente, los escolios a las comedias de Aristófanes y a los discursos de Demóstenes son tesoros de ilustración sobre las instituciones atenienses, respecto precisamente del tipo de cosas que las generaciones posteriores necesitaban saber para entenderlas. De los léxicos, los más importantes son el léxico de Harpocración a los diez oradores áticos, del siglo II d. C.; el del patriarca bizantino Focio, del siglo IX; y la enorme Suda (también bizantina), del siglo X.

    Fuentes apócrifas. Los historiadores de la Antigüedad siempre tienen que afrontar el problema de las fuentes dudosas. Para el estudio de la democracia ateniense en la época de Demóstenes, afortunadamente, eso no es un problema mayor; pero tampoco puede pasarse por alto. Los casos que nos afectan son todos apócrifos de la Antigüedad misma: no hay falsificaciones modernas relevantes. En consecuencia, las fuentes en cuestión no son necesariamente mala evidencia que haya que rechazar: simplemente, no son lo que pretenden ser, pero correctamente entendidas todavía pueden ser muy valiosas.

    Las únicas falsificaciones efectivas relevantes son algunas supuestas cartas de gente conocida.[168] Poseemos cartas que supuestamente son de Esquines, Demóstenes e Isócrates, y algunas pueden ser genuinas, pero el análisis estilístico detallado ha mostrado que todas las atribuidas a Esquines[169] y al menos dos de las atribuidas a Demóstenes[170] fueron escritas en la época helenística, probablemente por personas que se dedicaban a proporcionar a coleccionistas y bibliotecarios cartas célebres.

    Había una moda en la época helenística y posteriormente de escribir ejercicios retóricos al estilo de un orador conocido, como, por ejemplo, Lisias, y algunos ejercicios de esa especie luego se tomaron por discursos genuinos y se incluyeron en las ediciones antiguas de Lisias,[171] Andócides,[172] etc. En este caso también es el análisis estilístico el que nos permite distinguir los ejercicios de los discursos reales; los primeros son apócrifos por lo que hace a la historia de Atenas, aunque obviamente no son falsificaciones en el sentido moderno.

    Los discursos en la Asamblea y en los tribunales a menudo se entremezclaban con la lectura de documentos, tales como decretos y leyes, por boca de un empleado, y en varios casos los manuscritos medievales retienen esos documentos, todavía en su lugar en medio del argumento retórico. Muchos de ellos son positivamente genuinos[173] y han sido, por ejemplo, confirmados por la evidencia de las inscripciones.[174] Genuinas son, ciertamente, las leyes sobre el proceso legislativo citadas por Demóstenes en el discurso contra Timócrates.[175] Pero igualmente otros son totalmente falsos, como todos los supuestos decretos en el discurso de Demóstenes Sobre la corona (donde son inventados todos los nombres de los arcontes);[176] los documentos reales se perdieron con anterioridad, pero el discurso era tan famoso que la gente lo reconstruyó como mejor pudo: no lo bastante bien como para que se nos ocultara que los supuestos decretos se escribieron a finales del siglo II a. C. En varios casos, sin embargo, los historiadores siguen dudando sobre si dichos documentos insertados son genuinos o no: por ejemplo, el juramento que habían de prestar los jurados en el Tribunal del Pueblo, citado in extenso en el discurso contra Timócrates.[177]

    En la literatura política panfletaria desde finales del siglo V en adelante, los escritores a menudo invocaban el espíritu de la «democracia ancestral» para que presidiera sus propios modelos; y, debido a la falta de conocimiento y perspectiva histórica de los atenienses, podían atribuir cosas a los ancestros sin apenas miedo a que les pidieran responsabilidades por ello: un ejemplo sería el cuadro que pinta Isócrates de la «democracia original» desde Teseo a Solón.[178] En ese caso todavía poseemos el panfleto, el Panathenaikos de 338, pero en otros casos el panfleto se perdió y, sin embargo, su información se dio por buena en su tiempo y así se insertó en la tradición histórica como un hecho. El ejemplo más famoso en relación con la democracia ateniense es la «constitución de Dracón» en el capítulo 4 de la Constitución de los atenienses de Aristóteles, donde se nos describen cosas tales como un Consejo de 401 cuyos miembros son seleccionados por sorteo y son castigados con una multa que varía de acuerdo al estatus si no se presentan a las reuniones.[179] Que la constitución de Dracón es una quimera lo demuestra no solo el desarrollo histórico de Atenas, en relación al cual es un anacronismo, sino también diversos aspectos formales: el capítulo 5 de la Constitución de los atenienses encaja perfectamente en el final del capítulo 3, y en el resumen de las constituciones del capítulo 41 la constitución draconiana es igualmente una inserción evidente.[180] Debe proceder de un panfleto político perdido, quizá de la época de las batallas constitucionales de finales del siglo V.[181] Desgraciadamente, no podemos decir con seguridad cuándo tuvo lugar la inserción: quizá incluso en la misma última fase de la composición de la Constitución de los atenienses.[182] Como evidencia para la Atenas de la época arcaica no tiene lógicamente valor, pero sí tiene el máximo valor para entender la democracia de la época clásica; pues muestra mejor que la mayoría de las fuentes el afán de los atenienses por anclar sus instituciones en el pasado, y también muestra por qué instituciones se luchó especialmente durante la crisis que desembocó en la «nueva democracia» en 403/2.

    Distribución cronológica de la evidencia

    Es de todas las fuentes que acabamos de esbozar de donde sacamos la información sobre las instituciones de la democracia ateniense y sobre sus ideales; pero la evidencia para esos dos aspectos de la democracia está distribuida de forma muy desigual, tanto en los géneros como, lo que es todavía más importante, en el tiempo.

    Fuentes para las instituciones de la democracia

    Las fuentes para las instituciones de la democracia son principalmente documentales, esto es, en parte inscripciones y en parte discursos; de las otras fuentes literarias, las únicas que arrojan luz sobre las instituciones son la aristotélica Constitución de los atenienses, ciertas escenas en Aristófanes y los escasos fragmentos de los atidógrafos. En cuanto nos concentramos en los documentos, queda claro que están cronológicamente repartidos de manera desigual, si bien su centro de gravedad está en la segunda mitad del siglo IV, particularmente en los años 355-322.

    No ha sobrevivido ni un solo discurso del periodo del crecimiento del poder imperial ateniense desde las guerras persas hasta la guerra del Peloponeso; y eso no es porque los hayamos perdido sino simplemente porque nadie pensó en escribir y hacer circular sus discursos hasta después de la época de Pericles. Los discursos más antiguos supervivientes son los discursos de alrededor de 420-411 pronunciados ante el tribunal judicial de Antifonte para casos de homicidio;[183] solo otros dos discursos completos[184] se remontan al periodo anterior a la restauración de la democracia en 403. Desde 400 hasta 380 tenemos algunas perlas de gran valor para la historia constitucional en los discursos de Lisias y los ensayos de Isócrates, y luego hay otra laguna desde 380 hasta 355, llenada solo por los discursos sobre derechos de sucesiones de Iseo. Pero entonces, repentinamente, desde 355 en adelante tenemos un torrente de discursos, de Isócrates, Demóstenes, Esquines, Licurgo, Hipérides y Dinarco, muchos de ellos con observaciones sobre las instituciones de la democracia porque fueron pronunciados en acusaciones políticas.

    Las inscripciones están distribuidas más desigualmente a lo largo del periodo clásico, pero aun en este caso hay un desequilibrio claro a favor del siglo IV. Nuevamente, no es la aleatoriedad de la supervivencia la que nos está haciendo trucos, sino el retraso en la transición de la tradición oral al documento escrito. Hasta 411 los atenienses tenían dudas sobre si las leyes constitucionales de Clístenes existieron en forma escrita en algún sitio.[185] Unos años después se estableció por vez primera un archivo público, quizá en 409[186] y sin duda en conexión con la gran revisión pretendida de las leyes de Atenas; seis años después el código revisado se grabó en piedra.[187]

    La distribución sesgada entre los siglos V y IV se aplica a todos los tipos de inscripciones, y puede demostrarse mediante un breve examen de las leyes y decretos supervivientes. Del siglo V tenemos fragmentos de doscientos cincuenta decretos que directa o indirectamente arrojan luz sobre la democracia; pero muchos de ellos se refieren al tributo de las ciudades aliadas, y así nos dicen más sobre la administración de la Liga Délica que sobre las instituciones democráticas de Atenas.[188] Del siglo IV, por otro lado, tenemos fragmentos de más de quinientas leyes y decretos y, lo que es más, los preámbulos a los decretos se han vuelto más detallados y están compuestos en un estilo más uniforme, haciendo posible restaurar las fases en el proceso de toma de decisiones políticas con mucha mayor certidumbre.[189]

    Una consecuencia de la desigual distribución es que la única institución democrática del siglo V de la que tenemos un conocimiento detallado es el ostracismo. Se preservan unos diez mil ostraka;[190] por puro azar, en dos fragmentos de los atidógrafos (más una fuente parafraseada por Plutarco)[191] tenemos descripciones del procedimiento; y la importancia política del ostracismo aseguraba que fuera mencionado más a menudo por los historiadores que otras instituciones.[192] Aparte de eso, cuando intentamos iluminar la democracia de la época de Pericles, descubrimos que incluso la Asamblea, el Consejo y los tribunales siguen en la penumbra debido a la falta de evidencias. Sobreviven rastros del marco arquitectónico de las instituciones, pero solo los rastros más escasos de las propias instituciones. Ocurre más bien lo contrario con la democracia del siglo IV, donde se puede cotejar un número mucho mayor de inscripciones y todos los discursos con las detalladas descripciones de Aristóteles de las instituciones de su tiempo para facilitar un cuadro integrado de cómo funcionaba la democracia en la época de Demóstenes.

    Los historiadores del mundo antiguo siempre han preferido centrarse en la época de Pericles, considerándola la época de la verdadera grandeza de Atenas en arte y literatura, así como en política; que la filosofía y la retórica alcanzaran su apogeo en el siglo IV es lo de menos. Eso ha dado una forma particular especialmente a las historias inglesas y estadounidenses de la democracia ateniense, a saber: una descripción histórica (diacrónica) de la evolución hasta Efialtes en 462, coronada con

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