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Democracia y cartelización de los partidos políticos
Democracia y cartelización de los partidos políticos
Democracia y cartelización de los partidos políticos
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Democracia y cartelización de los partidos políticos

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About this ebook

El sistema de partidos políticos se consagró, desde su concepción, como el instrumento clave de mediación en las democracias representativas. En las últimas décadas, sin embargo, la conexión de los partidos con sus bases y con la sociedad civil ha sufrido un innegable retraimiento, que se expresa en el decrecimiento de las tasas de afiliación e identificación con los partidos, el auge del absentismo electoral y la implantación de una atmósfera generalizada de desafección con la política institucional. Mediante un colosal proyecto de investigación y recopilación de datos que supuso treinta años de trabajo, Richard S. Katz y Peter Mair describen el proceso según el cual los partidos políticos, en este clima de pérdida de legitimidad de las democracias liberales, abandonaron las viejas estructuras de partidos de masas y partidos “atrapalotodo”, y acabaron por emular el funcionamiento de un cártel.

Cada vez más dependientes de financiación pública y ajustados a las lógicas institucionales del Estado, los partidos políticos se han verticalizado y profesionalizado, han perdido su contacto con las masas y los movimientos políticos y han primado su posición institucional frente a su presencia en las calles. Si bien los partidos protagonizan un encarnizado conflicto mediático, el desacuerdo real se ha reducido a una mera competencia por el poder institucional. En el contexto de la actual crisis de legitimidad de las democracias liberales y el auge del populismo de extrema derecha, este proceso de cartelización del sistema de partidos, que Katz y Mair exponen aquí sobre los sólidos resultados de su vasta investigación, supone un fenómeno indispensable para entender nuestro presente.
LanguageEspañol
Release dateMar 7, 2022
ISBN9788413523774
Democracia y cartelización de los partidos políticos
Author

Peter Mair

Fue un politólogo irlandés, nacido en 1951 en la pequeña localidad costera de Rosses Point. Estudió historia y política en Dublín y fue profesor asistente en las universidades de Limerick, Strathclyde y Manchester y en el Instituto Universitario Europeo, en Florencia. Se doctoró por la Universidad de Leiden, donde continuó como profesor hasta su regreso al Instituto Universitario Europeo en 2005. Fue galardonado, junto con Stefano Bartolini, con el Premio Stein Rokkan de Investigación en Ciencias Sociales Comparadas, y publicó y editó numerosos libros de referencia en su disciplina. Hoy en día en considerado como uno de los politólogos más renombrados de su generación gracias a sus pioneras investigaciones sobre los sistemas de partidos. Continuó impartiendo clase e investigando sobre democracia y partidos populistas desde Florencia hasta su fallecimiento en 2011.

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    Book preview

    Democracia y cartelización de los partidos políticos - Peter Mair

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    Índice

    ESTUDIO INTRODUCTORIO, por Juan Carlos Monedero

    La bola de cristal de los partidos augura malos presagios…

    Preguntas de un obrero lector: ¿de qué hablan Maquiavelo, Gramsci y la ciencia política?

    No será porque no lo advirtieron con tiempo

    Los partidos políticos ante el desafío neoliberal: pan para hoy, hambre para mañana

    El populismo estaba escrito en el agotamiento del partido cártel

    ¿Un futuro aciago para los partidos políticos? Entre la inacción y el populismo de derechas

    Conclusión: ¿pueden los partidos-movimiento actuar como vacuna contra la banalización de la democracia?

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO 1. EL PROBLEMA

    El modelo simple de agente-principal del gobierno de partidos

    Cambios en los partidos

    La tesis del cártel

    Partidos cártel y cártel de partidos

    Dando sentido a la cartelización

    Los partidos cártel

    Limitaciones a la cartelización

    Críticas

    Implicaciones

    Planteamiento del libro

    CAPÍTULO 2. AUGE Y DECLIVE DE LOS PARTIDOS

    El partido de cuadros

    El partido de masas

    El partido atrapalotodo

    CAPÍTULO 3. EL LUGAR DEL PORDER EN LOS PARTIDOS

    El desgaste del partido en la base

    La política como profesión

    Conclusión

    CAPÍTULO 4. LOS PARTIDOS ENTRE SÍ

    La convergencia en las políticas

    El cambio en los modos de competición

    Las coaliciones

    CAPÍTULO 5. LOS PARTIDOS Y EL ESTADO

    Las leyes de los partidos

    Los partidos como organizaciones

    Los partidos como agentes de la sociedad civil y como contendientes electorales

    Los partidos en el gobierno

    La financiación de los partidos

    Las leyes de partidos y el interés de los partidos

    La expansión de los cargos públicos - partidistas

    CAPÍTULO 6. EL PARTIDO CÁRTEL

    La tesis del cártel revisada

    Los tipos ideales en la teoría social

    Los cárteles en la economía y la política

    Un cártel de partidos

    El partido cártel

    El partido cártel, la democracia de consenso y el Estado regulador

    CAPÍTULO 7. EL PARTIDO CÁRTEL Y LA OPOSICIÓN POPULISTA

    Los vínculos entre los ciudadanos y los partidos

    Experiencia y legitimación de resultados

    En cualquier caso, ¿cuál es el problema de la democracia de partidos?

    El auge del populismo

    Mirando al futuro

    Una nota final

    BIBLIOGRAFÍA

    ÍNDICE DE TÉRMINOS

    NOTAS

    Richard S. Katz

    Politólogo y profesor de ciencia política nacido en 1947. Estudió y se doctoró en la Universidad de Yale y ha sido profesor de la Universidad Estatal de Nueva York, la Universidad de la Ciudad de Nueva York y profesor invitado en el Instituto de Estudios Políticos de Lille y la Universidad Centroeuropea en Budapest. Ha realizado y publicado numerosas investigaciones sobre los sistemas electorales y los partidos políticos de las democracias liberales modernas. Actualmente continúa con sus labores como miembro del comité ejecutivo del Consorcio Europeo de Investigación Política y profesor de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore.

    Peter Mair

    Fue un politólogo irlandés, nacido en 1951 en la pequeña localidad costera de Rosses Point. Estudió historia y política en Dublín y fue profesor asistente en las universidades de Limerick, Strathclyde y Manchester y en el Instituto Universitario Europeo, en Florencia. Se doctoró por la Universidad de Leiden, donde continuó como profesor hasta su regreso al Instituto Universitario Europeo en 2005. Fue galardonado, junto con Stefano Bartolini, con el Premio Stein Rokkan de Investigación en Ciencias Sociales Comparadas, y publicó y editó numerosos libros de referencia en su disciplina. Hoy en día es considerado como uno de los politólogos más renombrados de su generación gracias a sus pioneras investigaciones sobre los sistemas de partidos. Continuó impartiendo clase e investigando sobre democracia y partidos populistas desde Florencia hasta su fallecimiento en 2011.

    Richard S. Katz y Peter Mair

    Democracia y cartelización

    de los partidos políticos

    Estudio introductorio de Juan Carlos Monedero

    Traducción de Rocío López Ruiz

    SERIE REVERSOS DEL LEVIATÁN

    DIRIGIDA POR JUAN CARLOS MONEDERO

    Diseño de cubierta: Estudio Joaquín Gallego

    TRADUCCIÓN DE ROCÍO LÓPEZ RUIZ

    REVISIÓN TÉCNICA FINAL de JUAN CARLOS MONEDERO

    ESTUDIO INTRODUCTORIO DE JUAN CARLOS MONEDERO

    © Richard S. Katz y Peter Mair, 2018

    Democracy and the cartelization of political parties was originally published in English in 2018. This translation is published by arrangement with Oxford University Press. Los Libros de la Catarata is solely responsible for this translation from the original work and Oxford University Press shall have no liability for any errors, omissions or inaccuracies or ambiguities in such translation or for any losses caused by reliance thereon.

    Democracia y cartelización de los partidos políticos fue publicado originalmente en inglés en 2018. Esta traducción se publica por acuerdo con Oxford University Press. Los Libros de la Catarata es el único responsable de esta traducción de la obra original y Oxford University Press no tendrá ninguna responsabilidad por cualquier error, omisión, inexactitud o ambigüedad en dicha traducción o por cualquier perjuicio que pueda derivarse de ella.

    © Los libros de la Catarata, 2022

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 20 77

    www.catarata.org

    Democracia y cartelización de los partidos políticos

    isbne: 978-84-1352-377-4

    ISBN: 978-84-1352-405-4

    DEPÓSITO LEGAL: m-5.430-2022

    thema: JPA/JPL/JPHV

    impreso por artes gráficas coyve

    este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    ESTUDIO INTRODUCTORIO

    LA ANUNCIADA Y NUNCA ATENDIDA BANALIZACIÓN

    DE LA DEMOCRACIA OCCIDENTAL:

    EL PROGRAMA PENDIENTE DEL PARTIDO CÁRTEL

    Juan Carlos Monedero

    La bola de cristal de los partidos

    augura malos presagios…

    Igual que no existe una teoría general del Estado, no existe una teoría general de los partidos políticos. Como un Santo Grial, muchos son los que andan buscándola. Sin embargo, sin teoría general, ahí están los Estados. Funcionando. Mal o bien, pero funcionando. No es negar la teoría: es pensarla desde otros lados y asumir las debilidades de la disciplina. Los planteamientos políticos, aun sin anhelos académicos, cuando le han visto el alma al Estado han sido capaces de redirigirlos, pese a sus debilidades analíticas. Los politólogos del mainstream nunca publicarían hoy a Maquiavelo. Dirían que le falta consistencia científica y rigor conceptual. Se morirán esos politólogos, nadie les leerá y la gente seguirá consultando El príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio del florentino¹.

    ¿Hace falta una teoría general de los partidos políticos o debemos contentarnos con verles el alma? ¿Impotencia o incapacidad para entender que debemos quedarnos una larga temporada en teorías de alcance medio? Escribió Max Weber en una de sus últimas conferencias: A quien no sea capaz de soportar virilmente este destino de la época, debemos decirle: es mejor regresar en silencio, con humildad y sencillez, sin la habitual publicidad de los renegados, a los amplios, abiertos y misericordiosos brazos de la vieja iglesia. Ella no se lo pondrá difícil². ¿En verdad nos hace falta una teoría general de los partidos políticos o conviene empezar a leer, con la información que tenemos y algo de humildad, los recelos, ambiciones e intenciones de las organizaciones políticas? Los malos diagnósticos, basta echar una ojeada a nuestro alrededor, matan a la democracia. En tiempos sombríos, recordemos, sin claridad conceptual es imposible tener claridad en la organización. Pasen y vean.

    Si fallan los partidos, es mi argumento, falla la democracia popular, sostenía Peter Mair en 2006. En su libro póstumo de 2013 insistía en su mirada pesimista: La era de la democracia de partidos ha pasado. Aunque los partidos permanecen, se han desconectado hasta tal punto de la sociedad en general y están empeñados en una clase de competición que es tan carente de significado que ya no parecen capaces de ser el soporte de la democracia en su forma presente. En este libro que tienes entre tus manos, que cierra el trabajo conjunto de Richard Katz y Peter Mair, la conclusión es aún más sombría: el ensimismamiento de los partidos, refugiados en la colusión de un sistema político cartelizado, es el caldo de cultivo para el surgimiento de partidos populistas de extrema derecha que ponen en riesgo la democracia tal y como la hemos conocido³.

    La mirada abarca las últimas tres décadas. ¿No son los comienzos del desmantelamiento de los Estados sociales, las renuncias de la tercera vía, el fin del consenso redistributivo de posguerra por parte de las élites occidentales, en suma, la globalización neoliberal con sus ganadores y perdedores, señales evidentes de que la percepción social de los partidos iba a enturbiarse? ¿La izquierda radical no había perdido desde la caída del Muro de Berlín su apoyo electoral? ¿No estaban los partidos debilitándose a sí mismos al profesionalizarse y blindarse frente a la sociedad, cediendo sus armas a realidades supranacionales, apagando los superpoderes que los habían hecho deseables, y enrocándose en otras fortalezas que eran vistas con sospecha por la ciudadanía?

    La verdad es que han sido muchas las críticas recibidas por el análisis de la cartelización —a la que algunos ven como una tesis exagerada, con escasa evidencia empírica, muy centrada en los líderes, laxa conceptualmente—. Y, sin embargo, ¿hay alguien dispuesto a dar la cara por ese viejo barco oxidado y lleno de vías de agua que son los partidos⁴? ¿No portan todos ellos una máscara, cedida por el Estado, tras la cual ocultan precisamente su cartelización? ¿No será cierto que ha cambiado algo cuando tanta gente salta electoralmente de bloque en bloque ideológico o toma su decisión de voto el último día?

    Un viejo militante del Partido Socialista Obrero Español, el filósofo del derecho Elías Díaz, recordaba una reunión en los años ochenta con estudiantes interesados en la política. Quería el PSOE ampliar la militancia en el partido y la reunión empezaba con las presentaciones de los recién llegados. Arrancó el primero: No soy militante, soy simpatizante. Y un segundo: Me ocurre lo mismo que al compañero; soy simpatizante, pero no milito. Y siguió un tercero: No soy militante, pero soy simpatizante. Y entonces interrumpió el veterano jurista y sancionó con contundencia: Pues yo soy militante, pero no simpatizante.

    No hay instancias públicas que gocen de menor valoración social, en prácticamente cualquier país, que los partidos políticos. Por la derecha, por la izquierda, desde lo nuevo y desde lo viejo son amonestados; políticos veteranos ya retirados aprovechan el momento y critican a los jóvenes con maneras antiguas para, con poca generosidad, realzar su propia importancia; la Iglesia y el mundo de la cultura los observan con suspicacia, y esa mirada de desprecio la expresan con igual displicencia académicos muy citados, cualquier vecino con derecho al voto o personajes de ficción como Homer Simpson, Tony Soprano o las atracadoras de La casa de papel.

    El informe de 2021 Opinión pública global en una era de ansiedad democrática, del Pew Research Center, basado en los estudios sobre calidad de la democracia de la Economist Intelligence Unit, Freedom House, International IDEA y el proyecto Varieties of Democracy (V-Dem), era concluyente respecto del alejamiento ciudadano de la política convencional. Igualmente, expresaba la demanda de otro tipo de política donde se escuchara más a la ciudadanía (la tónica de esos estudios es similar desde hace más de una década).

    Esa investigación nos permite recordar un axioma válido para todo lo que sigue: el enfado con la política, cuando tiene un cierto eco popular, es siempre expresión de algún cortocircuito social que invalida los grandes consensos vigentes hasta ese momento. Hay dos grandes creadores de desafección. Por un lado, desigualdades que van cobrando fuerza crítica en la ciudadanía. La ira por los derechos perdidos —o por la existencia de privilegios que generan diferentes niveles de ciudadanía— puede tomar forma de enfado irracional (suele ser la vía que camina hacia la extrema derecha) o de reclamación de un cambio político que genere un derecho allí donde hay una desigualdad (una respuesta repetida desde las diferentes familias progresistas). La otra gran vía nace de un miedo que se desata frente algún cambio: una crisis económica, una llegada masiva de inmigrantes (especialmente en países con poblaciones envejecidas), el empoderamiento de colectivos reclamando el reconocimiento de sus derechos (mujeres, indígenas, afrodescendientes), atentados terroristas en suelo patrio o tensiones secesionistas (propio de países plurinacionales o con fuertes minorías). Todos estos elementos generan un repliegue defensivo en forma de identidad que bebe en aguas de un pasado remoto o en la defensa securitaria del orden tradicional al que se ve amenazado.

    Es evidente que desde la crisis económica de 2008 hay un auge de la extrema derecha que está empujando a los partidos con­­ser­­vadores hacia posiciones inimaginables entonces (igual que sorprende, visto el estado actual de Europa, que hace veinte años la Unión Europea estuviera dispuesta a sancionar a Austria si entraba la extrema derecha en el Gobierno)⁵. Son los republicanos norteamericanos raptados por el ideario del Tea Party, es la creciente fuerza del Rassemblement National francés; es la pugna del Partido Popular español con VOX que le lleva a asumir posiciones homófobas, racistas y amables con el autoritarismo; es la queja de Friedrich Merz, el secretario general de la Christliche Demokratische Union (CDU) con su antecesora Angela Merkel; es la derecha brasileña entregándole a Bolsonaro el cetro del conservadu­­rismo; o la derecha chilena abandonando la democracia cristiana y articulándose en las elecciones de 2022 en torno a José Antonio Kast, defensor acérrimo de Pinochet e hijo orgulloso de un nazi oculto en Chile después de la guerra…

    Sin embargo, según el mencionado estudio del think tank norteamericano, no es verdad que la respuesta al alejamiento de los políticos tenga necesariamente una salida reaccionaria. Al contrario, indica que las demandas son de respeto a la diversidad y de mayor participación. ¿No será entonces que están fallando los partidos políticos progresistas? ¿No será que el eje izquierda-derecha se ha corrido ostensiblemente a la derecha? ¿No querrá señalar la hipótesis de la cartelización de los partidos, principalmente, un abandono de las posiciones de izquierda que sostuvo la socialdemocracia —en ocasiones apoyada por los partidos comunistas— durante la llamada edad de oro socialdemócrata entre los cincuenta y los ochenta (etapa del capitalismo organizado y que otros han llamado liberalismo integrado o embridado)?⁶.

    Katz y Mair insisten con razón en que la cartelización no es consecuencia de las crisis, aunque las provocan precisamente por la ceguera compartida de los partidos mayoritarios. Sin embargo, es real el riesgo de una salida autoritaria a la desafección, marcada por la crisis económica o, como decíamos, por algún acontecimiento que desafíe la identidad nacional: la llegada masiva de inmigrantes tras la guerra de Siria o por las hambrunas en Centroamérica, las tensiones secesionistas en Catalunya, los atentados yihadistas en Francia… El auge de la extrema derecha es tanto un acierto del populismo de derechas como un fracaso de la alternativa de izquierda. Parafraseando a Walter Benjamin, las salidas autoritarias siempre expresan el fracaso de un cambio profundo a favor de las mayorías. Cualquier crisis, como momento de reacomodo social, siempre tiene una salida a favor del conjunto de la población y otra a favor de las élites.

    Las conclusiones del informe del Pew Research Center pueden leerse desde la reacción o desde la emancipación: Para muchos, la democracia no está cumpliendo; a la gente le gusta la democracia, pero su compromiso con ella a menudo no es muy fuerte; las di­visiones políticas y sociales amplifican los desafíos de la democracia contemporánea; y la gente quiere una voz pública más fuerte en la política y en la formulación de políticas. Llama la atención que la multiculturalidad no genera mayor confrontación (en muchas economías avanzadas, una parte creciente del público ve la diversidad como una fortaleza de su sociedad) y que la demanda de mayor fir­­meza implica mayor participación, no cirujanos de hierro xenófobos y homófobos, caudillos empresariales con licencia para arrasar con los derechos sociales o una teología política de corte dictatorial (los ciudadanos comunes quieren tener voz en esta discusión, y creen que un sistema democrático saludable incluirá un papel más importante para ellos en la toma de decisiones, decisiones sobre los temas importantes que dan forma a sus vidas)⁷.

    No es extraño, pues, que la idea del partido cártel, con sus connotaciones semánticas de serie sobre narcos, tuviera desde el principio un gran atractivo, especialmente porque se estaban empezando a articular en todo el mundo las protestas contra el modelo neoliberal nacido en los setenta. Para Herbert Kitschelt —crítico de la idea de partido cártel y partidario de la tesis del realineamiento⁸— la visión de Katz y Mair sobre las oligarquías de los partidos cartelizados era quizá excesiva, aún más agria que la de Michels en su ley de hierro. El mismo Kitschelt planteó, quizá precipitadamente, que la idea de una cartelización de los partidos, una tormenta perfecta con rayos, truenos y relámpagos, debía circunscribirse solo a los países del sur de Europa, donde las transformaciones estructurales fueron más limitadas y el clientelismo sigue siendo un mecanismo de vinculación partido-votante relativamente prevalente. Igual que la moneda mala termina desplazando a la buena, la mala praxis de los partidos —en comparación con el tipo ideal de los partidos de masas del siglo XX— ha ido extendiéndose por todo el planeta en una respuesta similar al avance social en el cambio de siglo y al papel de los Estados. Trump no tiene nada que envidiarle a Berlusconi⁹.

    Preguntas de un obrero lector: ¿de qué hablan Maquiavelo, Gramsci y la ciencia política?

    La academia lleva un siglo prediciendo una cosa y la contraria sobre los partidos políticos: si son un medio para la realización de ideales sociales (Max Weber) o un fin en sí mismos, que solo trabajan para su particular grupo (Robert Michels, Moisei Ostrogorski, Simone Weil); si los partidos de masas son un modelo que raramente se ha cumplido (Otto Kirchheimer)¹⁰ o son el modelo por excelencia con el que se miden todos los demás partidos (Katz y Mair); si la desa­­parición de los partidos de masas es una ventaja al fortalecerse como instrumentos políticos adecuados al nuevo tipo de Estado (Paul Webb) o una desventaja al desideologizarse y perder el contenido de clase (Colin Crouch; Juan Carlos Monedero); si los partidos no desaparecen, sino que han construido una democracia donde ha desaparecido el pueblo (Peter Mair); si los partidos tienen un problema de exceso de democracia (Samuel Huntington, Frances McCall Rosenbluth e Ian Shapiro, Fareed Zakaria) o si el problema es la ausencia de democracia interna (José Antonio Gómez Yáñez y Joan Navarro, Boaventura de Sousa Santos...)¹¹. Las taxonomías pueden ser una procesión infinita. Este es uno de los elementos que impide la formulación de teoría general de los partidos, igual que hay en torno a quinientas definiciones distintas de democracia. Entonces, ¿sirve de algo teorizar sobre lo social? Por supuesto, aunque siempre habrá una falta de evidencia empírica o los datos serán insuficientes o contradictorios —salvo cuando se quieran demostrar empíricamente obviedades—. Trabajos como el de Katz y Mair permiten, a través del debate, aproximarnos a la realidad y contar con una guía plausible de las transformaciones en los partidos.

    Recuperando la socrática e indiscreta ironía, hay interrogantes de sentido común que hacen de esta hipótesis acerca de la cartelización de los partidos —la existencia de un gran acuerdo entre los principales partidos que forman más parte del Estado que de la sociedad, que acercan sus ideologías al centro, se profesionalizan y alejan de la ciudadanía— una referencia virtuosa para entender el presente. No porque la ciencia política brinde leyes, sino porque ofrece un análisis armado sobre causalidades, que permite a su vez tanto una explicación como enrumbar la predicción.

    Guiándonos por los maestros de la sospecha, conviene apuntar algunas preguntas acerca de la posible existencia de una cartelización de los partidos políticos —cierto que principalmente europeos o de corte occidental— y del callejón sin salida en el que ellos mismos se habrían metido. Rezarían así: ¿No hay en todos los partidos cada vez más profesionales —economistas, abogados, profesores— y menos trabajadores manuales? ¿No son, en todos los partidos, cada vez más relevantes que los militantes los profesionales contratados —periodistas, consultores, spin doctors—? ¿Acaso no es una clara señal del acercamiento entre los principales partidos —en la ideología o en las formas— el hecho de que un mismo consultor pueda trabajar para organizaciones situadas a lo largo de todo el espectro derecha-izquierda? ¿Es realmente extraño que al provenir la financiación principal del Estado, las regulaciones institucionales del dinero terminen por estructurar de manera similar la administración partidista y el uso de los fondos? ¿No es acaso normal que, al vivir en sociedades saturadas audiovisualmente —con el añadido vertiginoso de las redes sociales, cada vez más aceleradas— todos los partidos tengan que competir con herramientas de comunicación similares a la hora de acercarse a los electores? ¹² . Y si para gobernar un país hay que conquistar un número significativo de votos, ¿no lleva esto a todos los partidos a acercarse con un lenguaje e intención similar a esa bolsa de votos con el fin de recibir sus favores electorales? Teniendo en cuenta que la dirección del Estado, sea desde el Ejecutivo o desde el Parlamento, gestiona entre un tercio y la mitad del PIB de un país —con el tiempo y energías políticas para tenerlo en funcionamiento que esa complejidad requiere— ¿no es acaso igualmente cierto que, como recordaba Duverger en 1951 —parafraseando a Robert Jouvenel— puede terminar siendo verdad que un diputado de derecha, por la cercanía de ambos al Estado, comparta más cosas con un diputado de izquierda que con sus propias bases (Duverger salvaba de esto a los comunistas)?¹³ ¿Y no es cierto que los principales partidos, ganen o pierdan unas elecciones, obtienen recursos suficientes como para seguir el juego y no tienen incentivos para marcharse? ¿No se han vuelto esenciales para la decisión del voto los tramos finales de una campaña, algo vinculado a la volatilidad de los votantes? Y, por último, y sin olvidar que los políticos son seres humanos como cualquier otros, ¿acaso no sería mentir decir que los políticos, estén en las bases de un partido, en la Ejecutiva o en la dirección de un país, tienen la misma naturaleza que los trabajadores de un hospital, de una fábrica de salchichas, de un departamento universitario o de una comunidad de vecinos?

    NO SERÁ PORQUE NO LO ADVIRTIERON CON TIEMPO

    Si hace 25 años alguien hubiera descrito un país en el que los candidatos amenazaran con encerrar a sus rivales, los opositores políticos acusaran al gobierno de robar las elecciones o de establecer una dictadura, y los partidos utilizaran sus mayorías legislativas para destituir a los presidentes y robarles los puestos del Tribunal Supremo, es posible que hubiera pensado en Ecuador o en Rumanía. Probablemente no habrías pensado en Estados Unidos.

    Steven Levitsky y Daniel Ziblatt,

    How Democracies Die (2018)

    La edad de de oro de los partidos ya ha pasado.

    Peter Mair,

    Gobernando el vacío (2013)

    Siempre nos construyen nuestros enemigos. Cualquier institución humana (y los partidos lo son) que deja de actualizarse en un mundo cambiante termina por convertirse en su principal enemigo. En un entorno social donde siempre pierdes energía (reflejos, soltura, capacidad de respuesta, capacidad de diagnóstico, entusiasmo…), solo la información —un buen diagnóstico— puede solventar esa pérdida de energía. Que es lo que, sostienen Katz y Mair, no han hecho los partidos: se cartelizaron para adaptarse a los tiempos líquidos del neoliberalismo y el desarrollo tecnológico, pero en ese refugio sembraron sus propias minas que ahora les rodean.

    Este trabajo de Katz y Mair es, probablemente, el libro más importante sobre partidos políticos escrito en los últimos treinta años. De hecho, se trata de un libro redactado durante treinta años y que solo puede darse por cerrado por el fallecimiento en 2013 de Peter Mair. Una obra que conjuga ciencia política —datos contrastados—, teoría política —marcos hipotéticos sobre la democracia, las organizaciones y los partidos— y filosofía política —elementos normativos sobre lo que es una sociedad justa o el valor de la democracia—.

    De la crisis de la partidocracia, tanto dentro como fuera de la academia, lleva hablándose más de cien años, al menos desde que Ostrogorski enunciara su paradoja democrática, a comienzos del siglo XX. El mismo tiempo que llevan los propios partidos políticos defendiéndose de las críticas, y justificándose con el argumento de que su actuación y evolución tratan justamente de salvaguardar la democracia¹⁴. Los propios partidos llevan el mismo tiempo defendiéndose de las críticas, argumentando que lo que hacen lo desarrollan, precisamente, para salvaguardar la democracia. Con el efecto adverso de lograr, precisamente en los momentos donde se identifican las crisis, que las expectativas ciudadanas y la evolución de los principales partidos sigan caminos divergentes. Como es evidente que no todos los partidos son iguales, que terminen repitiendo comportamientos similares reclama una explicación.

    El desencanto, de momento, no es con la democracia, sino con las organizaciones políticas partidistas. Pero las bases de alguna suerte de fundamentalismo autoritario están sembradas. Que germinen o no lo analizarán nuevas generaciones de politólogos y, llegado el caso, lo sufrirá la mayor parte de la ciudadanía. Como concluyen Katz y Mair, habrá una nueva síntesis, pero aún no sabemos cómo será. Pero podemos apuntar cómo querríamos que fuera.

    Los análisis no pueden ser asépticos. Al menos hasta que pase la tormenta. Se venía diciendo que la tendencia hacia el populismo de ultraderecha marcaba un goteo más que un torrente. Hasta que una cabeza de bisonte con sus respectivos cuernos entró junto a una muchedumbre en el Capitolio el 6 de enero de 2021, con el resultado de cinco muertes, mientras muy cerca, Donald Trump, que había perdido las elecciones, miraba el desarrollo de los acontecimientos por televisión a ver si conseguía fuera de las urnas lo que le habían negado las elecciones. Intervenciones que Estados Unidos había impulsado anteriormente en muchos países fuera de sus fronteras.

    El desencanto con los partidos políticos es, como decíamos, una constante en los estudios politológicos. Sin embargo, sigue siendo cierto que en todos los procesos autoritarios, sea a través de golpes clásicos o de golpes blandos —golpes judiciales, parlamentarios y mediáticos—, los partidos políticos que molestan al poder son ridiculizados, acusados, golpeados o eliminados. Es decir, que en las salidas autoritarias los partidos políticos son, junto con los sindicatos, los primeros que molestan. El eje derecha-izquierda sigue teniendo validez para los golpistas del siglo XXI (y, de hecho, sigue siendo el principal articulador de la representación política). Hoy, las interrupciones políticas violentas se dan principalmente desde gobiernos iliberales y contra los partidos y gobiernos de la izquierda y, aunque existen interrupciones militares, fundamentalmente se dan en forma de guerra jurídica (lawfare)¹⁵. Lo que deja abierta otra pregunta: ¿no es lo que hace hoy la extrema derecha muy parecido a lo que han hecho siempre los bipartidismos cartelizados contra las fuerzas críticas con el capitalismo y el neoliberalismo desde que funciona la cartelización de los partidos?

    En la cartelización, esa amenaza se conjuró desde las fórmulas bipartidistas, el modelo defendido como superior en nombre de la eficacia, frente a la fragmentación partidista que primaba la democracia (entendida como representación). Hasta que el modelo explotó en la cara del propio sistema, que experimentó salidas hacia la extrema derecha. Hace treinta años, Katz y Mair advirtieron de que se estaba dando una cartelización de los sistemas de partidos y de los propios partidos. Que cada vez formaban más parte del Estado y menos de la sociedad civil, y que ese alejamiento debilitaba la credibilidad que tenían los partidos en el seno de esta última. Faltaban treinta años para que gente envenenada por las redes sociales y las televisiones —como había ocurrido tres décadas atrás con la radio de las Mil Colinas, responsable de envenenar ideológicamente a los hutus contra los tutsis en Ruanda— entrara en el Capitolio intentando evitar que Joe Biden fuera nombrado presidente de Estados Unidos.

    Peter Mair, antes de su fallecimiento, dejó un borrador para este libro donde expresaba con enorme claridad su visión del partido cártel:

    El partido cártel es un tipo de partido que, según se postula, ha surgido en los sistemas democráticos y se caracteriza por la interpenetración del partido y del Estado, y por la tendencia a la colusión entre partidos. Con la aparición del partido cártel, los objetivos de la política se vuelven autorreferentes, profesionales y tecnocráticos, y lo que queda de la competición sustantiva entre partidos se refiere menos a diferencias políticas y más […] a la provisión de espectáculo, imagen y teatro. Sobre todo, con la aparición de los partidos cártel, la capacidad para resolver problemas en la vida pública está cada vez menos politizada y menos incorporada a la competencia entre los partidos políticos.¹⁶

    Es un enorme acierto analítico en este libro la división para el análisis de los partidos, inspirada en V. O. Key, en tres caras: las bases del partido, el aparato central que gobierna el partido y los miembros del partido que están en cargos institucionales. En otras palabras, se trata de analizar el partido en tres lugares en pugna permanente y cuya correlación de fuerzas interna —aunque manejando recursos externos, como los medios o la financiación— determina el tipo de partido.

    Es evidente que hoy en día, los cargos públicos dominan el aparato del partido y han logrado desactivar a las bases, salvo cuando se representa una rebelión precisamente contra el aparato del partido¹⁷. Son momentos de recuperación ideológica que rescatan rasgos del partido de masas pero que, por lo general, apenas logran la sustitución de unas élites por otras. Los marcos políticos actuales no permiten grandes transformaciones (estas peleas internas no tienen detrás comúnmente un argumento ideológico rupturista, sino que expresan la competencia por el poder). Esta respuesta de las bases a la cartelización sirve, al mismo tiempo, para señalar con nostalgia esa edad de oro donde, supuestamente, las bases del partido mandaban en las organizaciones. Aunque seguramente la realidad fuera que las sociedades europeas habían salido más comprometidas y democráticas de la Segunda Guerra Mundial y no tanto que los partidos de masas fueran modelos de democracia interna. La pugna en los partidos entre democracia y eficacia es una contradicción permanente, cuyo desafío, aún no resuelto, es convertirla en una tensión creativa que desborde el marco existente y apueste por la profundización democrática (que es lo que podría esperarse que hiciera la forma "partido-movimiento como posible nueva síntesis, aunque hasta la fecha no va más allá de una hipótesis).¹⁸

    La democracia es un ideal en donde con frecuencia se depositan todas las esperanzas, incluidas las irracionales, de una mejora vital a través de la participación. El enfado con la democracia de partidos parece un hecho consumado. Y el truco poco elaborado de echar la culpa afuera (a la Unión Europea, al Fondo Monetario In­­ternacional, a la Organización Mundial del Comercio, a Facebook, Twitter, a la OTAN o a los medios de comunicación) no deja de ser, pese al poder extraordinario de las instancias internacionales y de los medios de comunicación, una señal de impotencia de ese tipo de democracia. ¿Sería una solución la planteada por Huntington de reducir las demandas sobre la democracia —en concreto, sobre su conseguidor, el Estado—para no recargar al sistema político y, por tanto, decepcionar menos al ofrecer menos? ¿Tiene razón la idea sugerida por Katz y Mair de que un exceso de democracia que otorgue un papel principal a los activistas de un partido lleva a una polarización nada deseable? ¿No es cierto que los militantes más comprometidos de un partido raramente se parecen al conjunto de los votantes y que terminan sectarizando a las organizaciones políticas? Pero si los militantes más comprometidos son problemáticos, ¿no regresamos a la paradoja de que dejamos la democracia en manos de unos partidos que no practican internamente la democracia?

    Los problemas sobrevenidos desde el comienzo del neoliberalismo han dañado a los partidos tradicionales llevándoles a un callejón sin salida. Pero no tanto como sus propios errores anteriores: Perseguimos la idea —sostienen aquí Katz y Mair— de que, aunque algunas cuestiones actuales como la inmigración o la dislocación económica pueden ser los catalizadores de la actual ola de revueltas populistas, las causas subyacentes son inherentes a la práctica contemporánea de la política de partidos democráticos y, por tanto, a los procesos que han impulsado la propia cartelización.

    Lo resume Piero Ignazi:

    La pérdida de afiliados no ha implicado, sin embargo, una reducción de la influencia de los partidos en los sistemas políticos. Antes bien, los partidos han reaccionado al nuevo entorno moviéndose desde el énfasis en los recursos humanos hacia el de los recursos estructurales y financieros, e incluso hacia los recursos adicionales del patronazgo y el clientelismo. Este movimiento ha capacitado a los partidos para conservar las riendas del poder, pero con un coste: el creciente desafecto y descrédito hacia los partidos. Además de esto, debo añadir que las malas prácticas, la podredumbre y la corrupción o han aumentado o han sido reveladas con valentía. ¹⁹

    La verticalización de los partidos y el creciente poder del partido en cargos públicos, con el consiguiente acaparamiento de recursos y poder, permitieron a los partidos sortear los desafíos del desmantelamiento social que puso en marcha el neoliberalismo, pero pagaron este ilusorio poderío con una pérdida de legitimidad. Aparecieron como leviatanes inestables: sanos, acaparadores y poderosos, pero con el talón de Aquiles de la desle­­gitimación²⁰.

    La variable independiente de estos movimientos fue —es una hipótesis fuerte— el incremento del gasto social, en consonancia con las mayores demandas sociales de finales de los años sesenta. A partir de la crisis de 1973, con sus cuellos de botella y sus recortes, los partidos se hacen sospechosos tanto desde la derecha —el Estado nos roba con los impuestos y nos quita libertad— como desde la izquierda —al Estado lo dirige una élite alejada del pueblo que solo trabaja para ellos—. El Mayo del 68 —la última vez que hubo acción colectiva en Occidente con capacidad de cambio estructural— generó nuevas demandas políticas que articularon nuevos grupos políticos: neoliberales, extrema derecha populista, neoconservadores y también posmaterialistas libertarios. Atrás iba quedando el confesionalismo de los partidos conservadores y el tradicional eje izquierda-derecha. La sociedad se iba haciendo líquida, más individualista y las cuestiones de clase parecían perder fuelle frente al posmaterialismo²¹. Los partidos encararon el nuevo milenio sobrecargados. Desde la izquierda les reclamaban, además de las cuestiones clásicas vinculadas a asuntos materiales de clase, la defensa de más libertad y participación, más intervención en el proceso de toma de decisiones y más atención a las cuestiones de la calidad de vida. Por la derecha se reclamaba protección y seguridad, y el anhelo compartido de pertenencia e identidad²².

    La irrupción del modelo neoliberal desde finales de los setenta, su impulso y su resistencia vino, pues, igualmente acompañada de la incorporación de nuevos sujetos políticos, algunos volátiles y circunstanciales, otros llegados con la promesa de quedarse: adversarios de la globalización, enemigos de la Unión Europea —que le dieron la victoria al Brexit—, el auge de los independentismos —de Escocia a Catalunya—, los imitadores de Donald Trump alentados por la figura de Steve Bannon, el feminismo interseccional de la cuarta ola, el auge de la extrema derecha en los parlamentos occidentales, la importancia del evangelismo neopentecostal y del catolicismo integrista, los movimientos sociales ecologistas y la ciudadanía ecologista referenciada en nuevos liderazgos globales —por ejemplo, Fridays for future y la emergente figura de Greta Thunberg—, los partidos verdes, algunos nacidos del ecologismo y la catástrofe medioambiental y otros del oportunismo... Todo en un contexto de enorme polarización que desafía a los entramados políticos en todos los rincones del planeta. Más el auge de las redes sociales que ha roto el dique de contención que significaban los medios de comunicación tradicionales que, a su vez, impulsados por las redes y los digitales, reflejan el corrimiento editorial hacia la derecha cuando no una deriva clara hacia la posverdad y las fake news²³.

    En definitiva, la evolución hacia los partidos cártel —y más allá, por que las clasificaciones de las ciencias sociales siempre son reduccionistas— tiene que ver con su ubicación en el Estado, con el propio desarrollo de las sociedades y también con los desafíos internos en su propia estructura, ligados a la importancia del liderazgo, a sus éxitos y fracasos, a la fuerza, debilidad o equilibrios de sus militantes y al control que esos liderazgos tengan de sus partidos, en especial a sus tensiones territoriales, ideológicas, provenientes de otros liderazgos o de las distintas familias. Conviene recordar, como hacen Katz y Mair, que los partidos no son actores unitarios. En esa relación dialéctica, también estaba, finalmente, el fracaso del cár­­tel, cuando ocurría, a la hora de frenar nuevas formaciones políticas. Que es lo que les ha pasado con el surgimiento de los momentos populistas. El creciente control estatal de mayores porcentajes de la renta del país vía presupuestos generales hacía el resto.

    También es importante señalar la que, con bastante probabilidad, sea la variable independiente en las ciencias sociales durante la segunda mitad del siglo XX: la Guerra Fría (algo en lo que Mair sí entró en sus trabajos, pero que en este libro, finalizado por Katz, está ausente). Porque la existencia de la Unión Soviética, de manera evidente en Europa, condujo a un acuerdo social claramente escorado hacia la izquierda (las propuestas económicas de la CDU alemana en las elecciones de 1949 implicaban la nacionalización de prácticamente todos los grandes medios de producción) y a un acuerdo firme entre la derecha y la izquierda socialdemócrata respecto del enemigo comunista (marcado ya en los acuerdos de Yalta y Potsdam en 1944-45) que daba el tono del cártel al definir desde fuera la moderación ideológica. No olvidemos que la socialdemocracia aceptó que muchos exnazis y exfascistas se incorporaran en

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