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Voces y ladridos
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Voces y ladridos

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De acuerdo con Montaigne, los animales «hablan con nosotros

y nosotros con ellos. ¿Cuántas maneras tenemos de hablar

con nuestros perros? Y ellos nos responden».





Voces y ladridos es un ensayo sobre los perros europeos desde su arribo a Nueva España y del problema de los perros desde la conquista hasta el porfiriato. Revela de forma elocuente la manera como se relacionaban las personas y las instituciones con estos animales. Al mismo tiempo, Voces y ladridos representa un esfuerzo para aproximarnos a la historia de la crueldad y de las sensibilidades colectivas.

Esta investigación se sustenta en una extensa bibliografía y en el estudio de numerosos materiales de archivo llevado a cabo por un investigador académico de amplia trayectoria que ha sabido no sólo dar sostén a sus argumentos sino comunicarse en términos casi literarios, lo que convierte a Voces y ladridos en un texto ameno, además de educativo.
LanguageEspañol
Release dateMar 1, 2022
ISBN9788468564975
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    Voces y ladridos - Salvador Ávila

    Introducción:

    ¿Los animales como protagonistas?

    Lo primero que quiero decir es que nunca pensé que los perros me llevarían tan lejos. A finales de la década de 1980, cuando recopilaba material para un trabajo académico, me topé, en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de la Ciudad de México,¹ con un volumen tan sorprendente como sugestivo, que se consulta bajo el nombre de Matanza de perros, 1703-1903. Por esa misma época entré a trabajar en dicha institución y entonces pude, movido por la curiosidad, leer el volumen no una sino varias veces. Mi contacto cotidiano con los documentos del Archivo del Ayuntamiento, me permitió darme cuenta que en muchos de sus acervos, inclusive en los más alejados temáticamente, había información explícita o implícita sobre la fauna canina, que no se refería únicamente a su exterminio. Fue entonces que me hice una pregunta en apariencia sencilla, pero en el fondo capital: ¿Es posible hacer la historia de los perros de la ciudad de México? O de otra manera: ¿Es posible reconstruir la historia de la ciudad de México teniendo a los perros como protagonistas o como hilo conductor?

    Espoleado por estas interrogantes extendí mi búsqueda a otros repositorios (al Archivo General de la Nación y a la biblioteca de la Antigua Escuela de Medicina, principalmente), lo mismo que a colecciones hemerográficas de los siglos XIX y XX. A la vez, traté de localizar bibliografía sobre el tema con el objeto de precisar el lugar que han tenido los perros en el ámbito de la vida cotidiana, en el de las representaciones colectivas, en el de la salubridad pública y, en fin, en su diaria interacción con el ser humano.

    Por mis manos pasaron libros y manuales de etología y zoología (pocos de zoohistoria),² en los cuales aprendí que en algún momento del paleolítico superior (del año 30 mil al 10 mil, antes de nuestra era) celebramos un pacto tácito, no escrito, con los antepasados salvajes del perro, ofreciéndoles alimento y protección a cambio del cumplimiento de ciertas obligaciones. Me sorprendió saber que el naturalista Federico Cuvier y el científico Konrad Lorenz,³ consideran al perro la conquista más notable, la más completa, la más útil que pudo hacer el hombre; el perro, escribió el primero, es el único animal que lo ha seguido por toda la superficie de la tierra.⁴

    Sin embargo, Maurice Agulhon,⁵ representante de la tercera generación de la Escuela de los Annales, constituyó desde el inicio uno de mis principales interlocutores. Agulhon es un historiador sui géneris (si bien todos los historiadores lo son de alguna manera), por su gran capacidad de imaginar problemas, de crear sus propias fuentes y de erigir objetos de estudio. Pero en el fondo, dos elementos definen su quehacer historiográfico: la convicción de que nada hay que no merezca ser entendido y la idea de plantear problemas muy importantes a partir de estudios muy reducidos. Si por un lado trata de explicar las relaciones que existen entre una determinada serie de imágenes (alegorías, símbolos y emblemas), con una particular serie de ideas (libertad, república, revolución, la nación francesa); por el otro sugiere que los cambios ocurridos en los comportamientos colectivos respecto a los animales domésticos (perros, ocas, gallos y caballos, principalmente), son representativos de la nueva mentalidad que condujo, desde los albores del siglo XIX, a erradicar las peleas callejeras de animales como espectáculo.⁶

    Agulhon asistió al tránsito tajante en la década de 1980, en la propia Escuela de los Annales, de lo económico-social a lo mental, lo antropológico y lo cultural.⁷ No obstante la distancia que existe entre él y los fundadores de los Annales d’histoire économique et sociale, debemos subrayar la continuidad de la historiografía que representa con el movimiento inaugurado y definido por Marc Bloch y Lucien Febvre en Estrasburgo, en 1929. Con su frase: La sensibilidad y la historia: un tema nuevo, Febvre puso al descubierto, en el campo de la historia cultural, una parcela fecunda pero apenas cultivada. La influencia de Febvre se percibe con nitidez en la obra de Agulhon, cuyos temas de estudio son las sensibilidades, las sociabilidades, los comportamientos y las mentalidades.⁸

    Considero que existe una notable afinidad entre Maurice Agulhon e historiadores como Emmanuel Le Roy Ladurie y Alain Corbin, todos ellos interesados en trazar la lenta evolución de las sensibilidades en Francia. Este último reflexiona en diversos trabajos acerca de la ciudad sensible y la comprensión perceptiva y emocional del espacio urbano. El autor de El perfume o el miasma ha señalado por ejemplo que:

    La apreciación sensorial de la ciudad no puede [...] reducirse a la arquitectura de piedra, es decir, a una naturaleza muerta. Desborda por mucho esta materialidad. Sus ruidos, sus olores, su movimiento constituyen la identidad de la ciudad tanto como sus objetivos y sus perspectivas.

    El propio Corbin ha llamado la atención sobre cómo las órdenes a los animales, las maneras de nombrarlos, los latigazos y relinchos, el doloroso y terco ¡Y-ah! de las bestias de carga, las onomatopeyas y los chillidos —cuyos usos, dice, tienen también su historia—,¹⁰ contribuyen poderosamente a la riqueza del paisaje sonoro de los campos franceses hasta mediados del siglo XIX, y forman parte además de los procedimientos identitarios.¹¹ Tales investigaciones muestran en su contenido lo que Lucien Febvre bautizó como historia de las sensibilidades y nos hacen pensar que la distancia intelectual que separa a un historiador de otro no es en realidad tan grande.¹²

    Concentrándonos en el tema de los animales, resulta interesante comprobar que ciertos puntos de vista de Corbin guardan una notable semejanza con algunas de las hipótesis expuestas por Agulhon. Dice el primero:

    La lenta disgregación de las formas rituales de la matanza y del suplicio, el aumento de la intolerancia al espectáculo del sufrimiento, son fácilmente ubicables entre el siglo XVI y el final del siglo XVIII, mientras se afirma el humanitarismo y se profundizan las exigencias del alma sensible. [...] Mientras tanto [entre 1833 y 1850] se reglamenta la disección, los combates de animales se prohíben en la capital, y los rastros quedan expulsados de la ciudad.¹³

    Agulhon opina más o menos lo mismo, pero además agrega que el nacimiento de códigos y sociedades protectoras fue posible gracias al surgimiento de una civilización laica, humanista y liberal, es decir, gracias a un cambio en las mentalidades,¹⁴ cada vez más nítido después de la Revolución de 1848. El historiador francés desarrolla esta hipótesis en su ensayo, La sangre de las bestias: el problema de la protección de los animales en Francia en el siglo XIX.¹⁵ En el mismo ensayo reflexiona sobre el lugar que han ocupado los animales en la sociedad y en la cultura francesa, y nos plantea algunas conclusiones, entre ellas, que su historia está por escribirse. Tiene razón. A pesar de que los historiadores europeos (de los Annales o de cualquier otra corriente historiográfica) han puesto bajo la lente de sus microscopios los objetos de estudio más variados e insólitos que podamos imaginar, no han saldado aún la deuda, o al menos no cabalmente, que tienen con la historia de los animales en las sociedades organizadas. Curiosamente esta historia se encuentra diseminada en la masa de notas eruditas de libros de historiadores como Carlo Ginzburg, Emmanuel Le Roy Ladurie, Vito Fumagalli, Fernand Braudel, Eduard Palmer Thompson, Erich Kahler, Alain Corbin y el propio Maurice Aghulon.

    En México, para no hablar de lo que ocurre en otros países de nuestro continente, hasta la fecha los animales han sido sujetos privilegiados de la literatura más que preciados objetos historiográficos.¹⁶ José Revueltas, maestro y animador de la literatura de contenido social, sobresale como uno de los escritores mexicanos que más acude a los animales para describir por ellos la conducta del ser humano. Al igual que en las novelas de Émile Zola, quien creó una épica pesimista de la animalidad humana, al decir de Jules Lemaitre, los animales son en la obra de José Revueltas referencias sustanciales: Probablemente no hay un sólo texto de Revueltas en que la animalización no juegue un papel importante, señala Evodio Escalante en un viejo ensayo donde analiza el tema de la animalización en la obra del escritor, y añade que arañas, serpientes, monos, escorpiones, piojos, zopilotes, saurios y perros, aparecen algunas veces como presencias puras, y otras, la mayoría, como términos de comparación o como adjetivos, pero están ahí como una de las manifestaciones permanentes que produce la obra.¹⁷ La animalización del hombre y la humanización del animal, van a ser una constante en la escritura de Revueltas, concluye Escalante.¹⁸

    Pero esto sucede en el terreno de la literatura. ¿Qué ha pasado con los animales en el ámbito de la investigación historiográfica? Los animales, a la manera de Revueltas, ¿han encontrado ya a su historiador? La realidad es que, aunque los animales domésticos han estado presentes en el desarrollo de nuestra sociedad desde hace mucho tiempo, su historia, digo una historia seria y documentada, es inexistente. Estamos en condiciones de contestar siquiera preguntas tan generales como: ¿Qué se entendía por animal doméstico en el pasado? ¿Qué animales quedaban incluidos en esta categoría? ¿Cuál ha sido su lugar en la vida cotidiana y en los imaginarios colectivos? ¿Cómo podemos caracterizar la diaria interacción entre los animales y el ser humano? ¿Ésta ha sido siempre la misma?, o, por el contrario, ¿ha sufrido transformaciones? En suma, ¿qué podemos aprender acerca de nuestra sociedad a través del estudio de los animales?

    De hecho, casi cualquier pregunta sobre la historia de los animales en nuestro país, nos lleva a emprender una larga y exhaustiva búsqueda en todo género de documentos (literarios, históricos, iconográficos), mismos que, vistos aun de manera aislada, sugieren la infinidad de lecturas que pueden hacerse alrededor del tema.

    ¿Por qué, entonces, estudiar a los perros? Por el momento puedo ofrecer una respuesta ajustada a los propósitos de esta investigación. Porque además de constituir un objeto de estudio en sí mismo, pueden servirnos de guía para explorar los espacios públicos y los espacios simbólicos,¹⁹ los mecanismos de abastecimiento, las formas de consumo y la salubridad pública; así como la moral social, la vida cotidiana y los comportamientos colectivos de las personas que vivieron en la ciudad de México en el pasado lejano o reciente.

    Retomo pues el reto de Maurice Agulhon, convencido de que los perros representan un tema de estudio tan fascinante como complejo, por los diversos enfoques que supone su investigación, y porque ponen en juego un agudo sentido de la observación, del análisis y de la interpretación historiográfica.

    Pero es necesario exponer desde este momento algunas de las hipótesis y objetivos que propiciaron este libro. En primer lugar, sostengo que entre finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX la ciudad de México padeció a consecuencia del excesivo número de perros que en ella vivían, y que la presencia extraordinaria de estos animales fue posible gracias a la existencia de condiciones que favorecieron su reproducción, entre las cuales podemos mencionar las siguientes:

    1.Precariedad de los centros de abastecimiento de la ciudad unido a las formas en que se llevaban a cabo tanto la distribución como el consumo de alimentos (los perros se alimentaban con las piltrafas sobrantes y con todo aquello que se perdía o se desechaba en los consumos);

    2.Infraestructura incipiente de ingeniería urbana incapaz de erradicar eficazmente las inmundicias;

    3.Ineficacia de los métodos de exterminio (o de los métodos de control) de la fauna canina;

    4.Ausencia entre la población del concepto de higiene pública, la ciencia de conservar la salud y evitar las enfermedades.

    Por otra parte, estimo que el problema de la matanza de perros en la ciudad de México evolucionó, durante el porfiriato, hacia un tipo de economía basada en la industrialización y aprovechamiento de los residuos de los perros sacrificados. A la luz de estas hipótesis, mi deseo es analizar la importancia y el tipo de repercusiones que la presencia de perros callejeros tuvo en el ámbito de la sociedad y del entorno urbano de la ciudad de México, en el periodo antes señalado. Concretamente me propongo lo siguiente:

    1.Entender y explicar por qué había tantos perros en la ciudad de México, de dónde provenían, de qué se alimentaban y cómo se distribuían por el recinto urbano;

    2.Conocer y exponer las medidas adoptadas por las autoridades para preservar, controlar o exterminar a la población canina;

    3.Precisar el lugar que tenían los perros en el proyecto urbano y su relación con la salubridad pública;

    4.Tratar de entender y caracterizar la relación existente entre los perros callejeros y los comportamientos colectivos.

    En cuanto a los perros domésticos, cuyo interés no escapa a este trabajo, intentaré dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Qué se entendía por este concepto? ¿Qué tipo de funciones desempeñaban? ¿Cuál era la relación entre estos animales y sus dueños? ¿Qué tipo de codificaciones los contemplaban? ¿Qué objetivos perseguían estas reglamentaciones?

    Por último, debo aclarar que, aunque sigo a los perros de origen europeo desde su arribo a Nueva España,²⁰ con la intención de proporcionar un marco de referencia general, mi verdadero punto de partida en esta investigación son los años 1779-1780, cuando el síndico del Ayuntamiento de la ciudad de México Ignacio Bravo García y el virrey Martín Díaz de Mayorga, vuelven a poner en circulación las ordenanzas expedidas durante el siglo XVI sobre perros. Termino más o menos un siglo después, con la instalación, en 1895, de la primera Casa de Utilización de Despojos de Animales, con lo que la matanza de perros dejó de ser una ocupación despreciable para convertirse en una actividad económica capaz de producir considerables ganancias.

    NOTAS


    1. Ahora Archivo Histórico del Distrito Federal.

    2. Podemos entender a la zoohistoria como el estudio de la relación hombre-animal, visto desde una perspectiva cultural. La zoohistoria explica o debe explicar cómo se han relacionado los seres humanos con las especies animales en diferentes épocas y ámbitos: la casa, la calle, los espectáculos, los mataderos, el mercado, el abasto, la medicina, etcétera. Esta disciplina supone múltiples vertientes de investigación, y demanda tomar en cuenta una heterogeneidad de fuentes, tanto las ya conocidas como las poco tradicionales: literatura, canciones, folklore, documentos iconográficos, datos arqueológicos. Algunos médicos veterinarios han escrito ensayos muy interesantes sobre la historia de los animales en las sociedades organizadas, por ejemplo, acerca de los perros, los gatos, los toros, las abejas, los halcones, etcétera. Sin embargo, esta disciplina auxiliar de la ciencia histórica está escasamente desarrollada. En lo particular, sólo conozco dos o tres trabajos realizados específicamente bajo este enfoque, el más acabado sin duda es el de Robert Delort, Les animaux ont une Histoire. En él nos dice que la historia no sólo concierne a los hombres, sino a los demás fenómenos evolutivos de la naturaleza y de la vida, y en particular a los animales, quienes también tienen su historia no sólo en relación con el hombre, sino por sí mismos. Les animaux ont une Histoire, Editions du Seuil, Paris, 1984. El libro se volvió a editar en 1993.

    3. Konrad Lorenz nació en Viena en 1903. En 1973 le fue concedido el premio Nobel de Fisiología y Medicina, compartido con su compatriota Karl von Frisch y el holandés Nikolas Tinbergen, por sus descubrimientos relacionados con el comportamiento animal. Escribió: El anillo del rey Salomón (1962), Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada (1973), Consideraciones sobre las conductas animal y humana (1974), y Cuando el hombre encontró al perro (1975). Murió en 1989.

    4. Federico Cuvier (1769-1832), citado por Alfred E. Brehm, La vida de los animales, A. Riudor y Cía. Editores, Barcelona, 1880. Tomo I, p. 325. Cuvier es el creador de la anatomía comparada y de la paleontología. En 1815 enumeró 55 especies principales de perros, divididas en tres razas capitales: mastines, spaniels y molosos, estos últimos poderosos perros de guerra.

    5. Maurice Agulhon (Uzès, Francia, 1926-Brignoles, Francia, 2014). Estudió en el liceo de Avignon, de Lyon, y en la Escuela Normal Superior. En 1966 se doctoró en historia en Aix-en-Provence y tres años más tarde obtuvo el mismo título, pero en letras, en la Universidad de la Sorbona. Dedicó la mayor parte de su vida a la docencia, en instituciones como el liceo de Toulon, en la Facultad de Letras de Aix-en-Provence, en la Universidad de París (como profesor de historia contemporánea), en la Escuela Normal Superior y en el Colegio de Francia. Era miembro activo de la Sociedad de Historia de la Revolución de 1848, de la Sociedad de Estudios Románticos, de la Sociedad de Estudios sobre Jean Jaurés y de la Sociedad de Etnología Francesa. En 1991 obtuvo el Gran Premio Nacional del Ministerio de la Cultura, y el año siguiente el Gran Premio de la Academia Francesa. Desde 1992 era miembro del consejo científico de la Misión del Patrimonio Etnológico.

    6. Los esposos Medawar —el marido obtuvo el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1960—, opinan que el cambio de actitud hacia los animales puede considerarse como un producto secundario y tardío del restablecimiento del romanticismo, señalado quizá por la fundación en Inglaterra, en 1824, de una Society for the Prevention of Cruelty To Animals, y por el crecimiento subsecuente del alfabetismo que alentó la proliferación de una literatura para niños de corta edad en que participaban conejos, gatos, zorros, leones, tigres, elefantes, osos y perros. [...] Al parecer, nuestra moderna inquietud por el bienestar de los animales se originó por el aumento general de la sensibilidad, luego de la Segunda Guerra Mundial. Esta nueva conciencia se ha acompañado de un movimiento que critica con firmeza cierto número de prácticas moralmente ambiguas, pero socialmente aceptadas, como la experimentación con animales o la matanza de animales por diversión. P. B. Medawar y J. S. Medawar, De Aristóteles a zoológicos. Un diccionario filosófico de biología, Traducción de Antonio Garst, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 25-26.

    7. Cf. Carlos Barros, Viraje crítico hacia una nueva historia en la revista Annales, en La Jornada Semanal, Núm. 220, México, agosto de 1993, pp. 29-32.

    8. Cf. Peter Burke, La revolución historiográfica francesa. La Escuela de los Annales: 1929-1989, Gedisa Editorial, Barcelona, 1996, pp. 88-89.

    9. Alain Corbin, Del Lemosín a las culturas sensibles, en Jean-Pierre Rioux y Jean-Françoise Sirinelli, Para una historia cultural, Taurus, México, 1997, p. 120.

    10. Todo esto pertenece como ámbito de estudio a la zoosemiótica. En su acepción más simple se denomina zoosemiótica al intercambio de señales entre animales de cualquier especie. La comunicación entre los animales y los seres humanos también es muy frecuente cuando se establece una relación entre ambos. Se da entre el perro y su amo, entre el caballo y el jinete; el animal aprende a obedecer órdenes primero y después a mantener un intercambio de afecto y lealtad indisoluble, debido al tiempo que permanecen juntos. Podríamos considerar a Michel de Montaigne (1533-1592), como uno de los precursores de esta disciplina. Derrida dice de él: "Montaigne no se contenta con despertar, en su abundante riqueza, una tradición que otorga mucho al animal, comenzando por cierto lenguaje [...] reconoce al animal algo más que un derecho a la comunicación, al signo, al lenguaje como signo: una capacidad de respuesta. Según Montaigne, los animales hablan con nosotros y nosotros con ellos. ¿Cuántas maneras tenemos de hablar con nuestros perros? Y ellos nos responden". Michel de Montaigne citado por Jacques Derrida, El animal que luego estoy si(gui)endo, Editorial Trotta, Madrid, 2008, p. 20, nota 3.

    11. Alain Corbin, Del Lemosín a las culturas sensibles, op. cit., pp. 119-120.

    12. Detrás de Corbin puede reconocerse la influencia, además de Febvre, de Pierre Francastel, precursor del análisis histórico de la mirada, y de Robert Mandrou, quien inspirándose en Febvre consagra un importante estudio a la historia de la percepción en el alba de los tiempos modernos, lo que constituye, según el propio Corbin, el único ensayo de síntesis sobre el tema.

    13. Alain Corbin, Del Lemosín a las culturas sensibles, op. cit., p. 112.

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