Escoge tus batallas: El caso del triaje teológico
Por Gavin Ortlund
Descripción
In theology, just as in battle, some hills are worth dying on and others are not. But how do we know which ones? When should doctrine divide, and when should unity prevail? Just as a medic on a battlefield treats the severely wounded first and then moves on to the less serious injuries, we must prioritize doctrine in order of importance. Pastor Gavin Ortlund implores us to cultivate humility as we prioritize doctrine into four ranks―essential, urgent, important, and unimportant―so that we will be as effective as possible at advancing the gospel in our time.
Sobre el autor
Gavin Ortlund (PhD, Fuller Theological Seminary) serves as senior pastor of First Baptist Church of Ojai in Ojai, California. He is the author of Anselm's Pursuit of Joy and Retrieving Augustine's Doctrine of Creation.
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Escoge tus batallas - Gavin Ortlund
PRIMERA PARTE
¿POR QUÉ UN TRIAJE TEOLÓGICO?
1
El peligro del sectarismo teológico
Es fácil perder el equilibrio cuando estás parado en un pie. La mejor postura es la del equilibrio entre ambos pies: una postura de aplomo . Por eso los boxeadores ponen tanto cuidado en su juego de piernas.
En nuestra vida teológica también necesitamos aplomo. El carácter del evangelio es complejo. Contiene tanto la verdad como la gracia, tanto la convicción como el consuelo, tanto la dureza de la lógica como las profundas cavernas del misterio. En un momento es tan vigorizante como una brisa fría y al siguiente tan nutritivo como una comida caliente. La fidelidad al evangelio, por lo tanto, requiere más de una virtud. A veces debemos luchar con valentía y otras veces sondear con suavidad. En una situación debemos enfatizar lo que es obvio, y en otra debemos explorar lo que tiene matices.
Jesús es la mezcla perfecta de estas diversas cualidades: «Apacible y humilde de corazón» (Mat. 11:29), y sin embargo no temió limpiar el templo (Mat. 21:12-13) o denunciar a los fariseos (Mat. 23). La mayoría de nosotros, por el contrario, tiende a inclinarse ya sea hacia la valentía o hacia la dulzura, particularmente cuando se trata de un desacuerdo teológico. Por ejemplo, podemos ser naturalmente cuidadosos con la claridad teológica, pero tener un punto ciego para la destructividad de la división. En el otro sentido, podríamos horrorizarnos por la falta de amor que algunos cristianos exhiben, pero ser ingenuos sobre los efectos de la erosión doctrinal. Como señaló Martín Lutero: «La suavidad y la dureza […] son los dos principales defectos de los que proceden todos los errores de los pastores».¹ Lo mismo podría decirse de todos los