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La falta de amor es perjudicial para la salud
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Ebook152 pages

La falta de amor es perjudicial para la salud

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About this ebook

Pese a los grandes avances de la medicina, muchos de nosotros seguimos enfermando física y psíquicamente. Gerald Hüther, investigador del cerebro, director de la Akademie für Potentialentfaltung (Academia para el Desarrollo del Potencial) y autor de varios best sellers, analiza en este libro cómo es posible que el sistema de salud mejor y más caro del mundo no consiga hacernos más sanos. En su opinión, aunque contemos con el respaldo de la medicina más avanzada, el proceso de sanación es siempre, en última instancia, un proceso de autosanación. Apoyándose en el modo de funcionamiento del cerebro, el autor muestra de un modo sencillo y convincente hasta qué punto la falta de amor hacia nosotros mismos y hacia los demás es capaz de anular nuestra capacidad de autocuración. Por consiguiente, en un mundo como el actual, globalizado, digitalizado, y condicionado además por limitaciones económicas y en el que la falta de amor está muy extendida, el número de personas aquejadas de enfermedades mentales y físicas no puede sino aumentar de forma creciente. Gerald Hüther propone un modo eficaz y fácil de seguir, apto para cualquier persona, para poder salir de este atolladero. El libro ofrece las claves para distinguir lo que nos enferma y llevar una vida sana, concienciándonos de que la falta de amor hacia uno mismo y hacia los demás es causa de enfermedad.
LanguageEspañol
PublisherPlataforma
Release dateJan 26, 2022
ISBN9788418927218
La falta de amor es perjudicial para la salud
Author

Gerald Hüther

Gerald Hüther zählt zu den bekanntesten Hirnforschern im deutschsprachigen Raum, ist Autor zahlreicher (populär-)wissenschaftlicher Publikationen und Vorstand der Akademie für Potentialentfaltung.

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    La falta de amor es perjudicial para la salud - Gerald Hüther

    1.

    ¿Qué nos mantiene sanos?

    La sabiduría profunda de una cultura se manifiesta en los términos que esa cultura ha encontrado para denominar los fenómenos que se viven y forman parte de esa cultura. Precisamente, uno de esos términos es «falta de amor». La falta de amor hace infelices a las personas, destruye relaciones, socava la confianza y, además, enferma. A lo largo de muchas generaciones nuestros antepasados no han dejado de observarlo y, en algún momento, han observado e identificado ese concepto universal de falta de amor. Es interesante, pero se vuelve realmente apasionante si buscamos un concepto que exprese lo que nos sana, pues debería designar lo contrario a la falta de amor. Sin embargo, los términos «amorosidad» o «cariñosidad» no existen en nuestro idioma. ¿Por qué? Al igual que nuestros antepasados percibieron y sintieron lo que nos enferma, también debieron de haberse dado cuenta de lo que nos sana. ¿Acaso es posible que no exista nada capaz de sanarnos, puede ser que la salud sea algo que se genera siempre por sí misma? Eso significaría que todos los organismos vivos tienden por naturaleza a alcanzar un estado que denominamos «salud».

    Entonces, nacer sano y permanecer sano sería tan normal y obvio como estar vivo. Tampoco poseemos palabras para aquello que nos hace estar vivos, pero sí para todo lo que provoca un fin prematuro de nuestra vida: accidente mortal, intoxicación, fallo orgánico. Podemos morir de hambre, de sed, asfixiarnos, incluso acabar con nuestra propia vida. Todo eso puede ocurrirnos y llevarnos a la muerte, pero nada ni nadie puede devolvernos la vida.

    Lo mismo sucede con la libertad. Todos nacemos con la necesidad de conformar nuestra vida, así que desde el principio el ansia de libertad es algo innato en nosotros. Por eso nada ni nadie puede darnos la libertad. Ya somos libres y también queremos permanecer libres. No obstante, es muy posible quitarnos esa libertad, y de muchas maneras diferentes, no solo a través de las acciones y las órdenes de otros. Algunos incluso se construyen voluntariamente una cárcel de conceptos esclavizantes en su propio cerebro. Pero también debemos saber que la capacidad de desarrollarnos, de abrazar la vida con todas las oportunidades que ella nos brinda para ser felices y para permanecer sanos, es innata en todo ser humano.

    Algo que se genera por sí mismo, y que acostumbra a desarrollarse solo, no necesita de nada ni de nadie que lo «haga». Un aspecto que nuestros antepasados, en la búsqueda de palabras que describieran los fenómenos que contemplaban, ya habían comprendido. Eran capaces de entender lo que esclaviza, entristece o enferma a las personas. Para ello, también encontraron palabras que aún utilizamos en el presente. Pero no podían registrar ni medir aquello que los volvía felices, libres y sanos, y los mantenía con vida, ni para nombrar eso que siempre está presente como característica fundamental de lo vivo, porque no es necesario un concepto, y justo por eso es imposible describirlo con palabras.

    Vivir en correspondencia con nuestra naturaleza

    Así que lo que podríamos hacer para mantener y recuperar nuestra salud no sería otra cosa que vivir en correspondencia con nuestra naturaleza. Solo deberíamos alimentarnos para que todas las células de nuestro cuerpo reciban lo necesario para poder hacer todo lo que las mantiene vivas y en el mejor estado posible. Y por supuesto, también debemos brindarle a todo nuestro cuerpo lo que necesita para permanecer sano. La abundancia de movimiento forma parte de su naturaleza, al igual que respirar aire puro y beber agua limpia. Y las células nerviosas de nuestro cerebro requieren fases de exigencia, pero también tiempo de descanso y recuperación. El ajetreo y la falta de sueño no se corresponden con su naturaleza, como tampoco un exceso de confusión cerebral.

    Todo lo que nuestro cuerpo necesita para permanecer sano ha sido estudiado hasta el último detalle. Los niños lo aprenden en la guardería o en la escuela. Aparece en los libros de texto y en las revistas dedicadas a la salud, se habla de ello en la radio y en la televisión, y se difunde en Internet mediante vídeos y audios. Hace mucho tiempo que lo que imposibilita que muchas personas puedan decidir cómo vivir su vida para permanecer sanas no es la falta de conocimientos o de oportunidades para hacerlo. Como en otros numerosos aspectos de la vida, el problema no es la falta de conocimientos, sino la falta de un cambio de actitud.

    Ese cambio de actitud no llegará simplemente porque nos lo expliquen o enseñen mejor, ya que lo que impulsa a las personas a cambiar de estilo de vida y a modificar sus conductas habituales no es la simple descripción objetiva de lo que les correspondería según su naturaleza y que, de todos modos, solo por eso, resultaría saludable. Si lo que descubrimos de ese modo no nos llega al corazón, nada se modifica en nuestro cerebro. Esa información, esos descubrimientos, solo consiguen llegar al corazón si en nosotros se desencadenan sentimientos y, como consecuencia, se activan las áreas emocionales del cerebro. Solo cuando eso ocurre lo leído u oído alcanza un significado subjetivo para cada uno de nosotros, y únicamente entonces llegamos a estar dispuestos a reflexionar al respecto, a tomar conciencia de nuestro modo de vida poco saludable y a llegar a cambiar lo necesario para que ese modo de vida esté en consonancia con las necesidades naturales del cuerpo.

    Prestar atención a las señales enviadas por nuestro propio cuerpo

    En general, los seres humanos no necesitamos consejeros que nos indiquen todo lo que no es sano. Desde el comienzo de la vida, nuestro cuerpo cuenta con la capacidad de enviar mensajes a nuestro cerebro cuando hacemos algo que nos perjudica, frente a lo cual nuestro cuerpo reacciona, por ejemplo, cuando atentamos contra una necesidad corporal, cuando dormimos demasiado poco, cuando bebemos demasiado, comemos demasiado o demasiado poco, cuando nos sobrecargamos y permanecemos sentados durante demasiado tiempo o cuando no inspiramos suficiente oxígeno. Siempre que algo deja de ser como debería ser de manera natural, el cuerpo nos informa y envía el correspondiente mensaje al cerebro.

    Dichos mensajes suelen ser lo bastante intensos como para provocar las reacciones cerebrales necesarias para desactivar la molestia. Pero esos mensajes solo son «lo bastante intensos» cuando la persona en cuestión no se limita a percibirlos, sino que les presta la suficiente atención y no reprime las reacciones emocionales que los acompañan. Solo entonces el mensaje procedente del propio cuerpo alcanza un significado subjetivo para esa persona, y solo entonces modificará su conducta de forma natural para que en el cuerpo todo vuelva a encajar mejor. ¿Cómo? Dejando de hacer algo que no le va bien.

    Como es lógico, después de todo lo expuesto, se puede pensar que también hay personas que han aprendido a pasar por alto sus necesidades físicas y los mensajes que en consecuencia les envía su propio cuerpo. Seguramente encontrarían otros asuntos que les resultaran más importantes que su salud corporal. A menudo, estas personas ya han decidido que para ellas y su bienestar son más relevantes las ambiciones de las personas que desempeñan un papel destacado en su vida, como sus padres, sus educadores, sus maestros y, en la infancia, con mucha frecuencia, los niños de su misma edad, que los mensajes que reciben de su propio cuerpo. Por eso han aprendido a reprimir la percepción de dichos mensajes y, a la vez, sus cerebros han generado las redes inhibitorias idóneas. Más adelante, esas personas ya no perciben su cuerpo y sus mensajes con la suficiente sensibilidad y las señales que les llegan al cerebro dejan de tener

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