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Fichados. Los archivos secretos del franquismo
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Fichados. Los archivos secretos del franquismo

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La Brigada de Investigación Social, conocida por la oposición antifranquista como “La Social” o “La Secreta”, dependía de la Dirección General de Seguridad. Durante el régimen, una obsesión de la DGS fue el control de la subversión. Para ello crearon un servicio de seguimiento de “activistas” y “desafectos”, tanto en España como en el exterior, y establecieron relaciones con centrales de inteligencia de otros países. Pero el mayor logro fue el de generar en la opinión pública la convicción de que la seguridad de todos dependía de los ciudadanos y de cómo actuasen, favoreciendo así la relación de porteros, vecinos y miembros de organizaciones aspirantes a congratularse con el régimen, que se convirtieron en un ejército de delatores y confidentes, y acrecentando el conocimiento que “la Social” tenía sobre la vida cotidiana de los españoles y su afinidad política o religiosa.
Se creó entonces la División de Investigación Social, al más puro estilo nazi, y la Secretaría Técnica, cuya labor consistía en crear boletines de uso interno que contenían fechas, nombres y fichas policiales de cuantos eran considerados un peligro para el régimen. En dichos boletines se detallaban los seguimientos y se incluía información relevante. Reuniones confidenciales, congresos, conferencias y un largo etc., eran de conocimiento de «La Social», cuyos miembros estaban informados de cuanto acontecía. Quien entraba a formar parte del archivo de la Secretaría General era carne de cañón. Podía ser detenido en cualquier momento, nunca se borraban sus antecedentes, hiciera lo que hiciese, y no tenía acceso a puestos dentro de la administración a menos que claudicara de sus ideales y dejara constancia de su arrepentimiento.
Esa información se destruyó en gran parte, pero este libro y su autor llevan muchos años adentrándose en el oscuro mundo de “La Brigada”, descubriendo nombres, papeles e historias. Muchas notas, documentos y horas sentado frente a hombres curtidos en la lucha callejera. Algunos con la pistola todavía en un cajón de la mesita de noche, otros compartiendo anécdotas y sufriendo en silencio el escarnio de haber pertenecido a aquella policía. Vamos a adentrarnos en las fichas policiales más secretas del régimen. Notas y documentos que no deberían existir, pero que después de más de veinticinco años de investigación verán la luz.
LanguageEspañol
PublisherLid Editorial
Release dateOct 23, 2020
ISBN9788418578700
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    Fichados. Los archivos secretos del franquismo - Gabriel Carrión

    INTRODUCCIÓN

    Corría el año 1994. Trabajaba desde mi humilde productora haciendo reportajes independientes para una cadena nacional de televisión; además, había adquirido cierto prestigio como contertulio televisivo y radiofónico debido a un libro en el que trabajé como coautor, junto con un periodista gallego, sobre sectas satánicas, y a otro, titulado El lado oscuro de María, donde había buceado en el trasfondo de las apariciones en diversos lugares del mundo, encontrando un tufillo a ultraderecha imposible de soslayar.

    Fueron años complejos, de no estar en ninguna parte, buscando historia tras historia, muertes de niños, violaciones, políticos corruptos, fantasmas, asesinos en serie, profanaciones, psiquiátricos, y un largo currículum de hoteles, garitos y alcohol, amén de otras historias que son difíciles de contar.

    Un día apareció en un semanario de la época un artículo sobre los papeles de la Social. Lo recuerdo bien, la noche estaba oscura como boca de lobo y me encontraba cenando en un VIPS cerca de Sor Ángela de la Cruz, en Madrid. Tenía la malsana costumbre de bajarme a las doce de la noche, de mi pequeño apartamento, justo al lado del Mesón Donostiarra, a tomar un pequeño emparedado y una Coca-Cola, y entonces vi la revista y pensé en M. La compré, y así empezó todo.

    Apenas unos meses después, veía los primeros papeles de la Social, y así hasta hoy, veintiséis años después. M. era un antiguo inspector de la Brigada del franquismo que, en aquella época, trabajaba conmigo a disgusto de su familia, aunque quizá el alcohol y las ausencias también tenían algo que ver…, así como las largas noches en vela y los secretos que me contó. Él me ayudó a comenzar, me puso en la dirección adecuada, por lo que le estaré inmensamente agradecido. Desde entonces, supe que tendría dos vidas: una, la cotidiana (otros libros sobre sectas, intervenciones televisivas, amores y desamores), y otra, más singular, de silencios y secretos, de historias tras una copa de coñac con personajes que me confesaron actos terribles, con una sola advertencia: que nunca los traicionase. Y así lo llevo haciendo desde hace todos esos años.

    A la muerte de Franco, la amnistía que sacó a todos los militantes de izquierdas de la cárcel también indultó a los miembros de la Social sin ruido alguno. Ese largo ejército, conocedor de las más profundas y oscuras cloacas del Estado franquista, fue jubilado por Martín Villa. Pero no todos acabaron en la calle, bien pagados o alcohólicos: muchos siguieron ejerciendo en diversos cuerpos de la seguridad del Estado; otros pasaron a la seguridad privada, y así, poco a poco, la Social desapareció, se diluyó.

    Con el inmenso fragor que desde hace años se viene escuchando sobre la necesidad de seguir ahondando en las dos Españas, en la guerra civil de una manera frentista, con el único objeto de sumar un puñado de votos, se nos ha ocurrido como sociedad ocultar y olvidar la enorme tragedia que fue la dictadura de Franco y al mayor cuerpo de represión de la historia de Europa, posiblemente después de la KGB. Los nazis mataron a millones de seres humanos durante un periodo de tiempo corto, atroz. La Brigada de Investigación Social «suicidó», asesinó, detuvo y mutiló física y psicológicamente a millones de personas en este país durante años. ¿Y qué se sabe acerca de ellos? Nada. ¿Por qué?

    Permítanme que no dé la respuesta —aunque la intuya—, no al menos en esta aproximación a su historia. Seguramente, aunque este es el cuarto libro que publico sobre temas políticos, seguirán otros que incidirán en la Social. Quizá, como me han comentado, sería ideal escribir una saga de novelas sobre ello. Puede que lo haga, si la vida —ya no soy un jovenzuelo— me deja tiempo…

    Los represaliados van muriendo; los que escucharon a altas horas de la madrugada a la Policía, año tras año, golpear la puerta de su domicilio para ser llevados al calabozo cada vez son menos; los que por llevar una poesía en gallego o un libro de un poeta comunista se llevaron unas hostias no desean hablar; muchos se avergüenzan de haber pertenecido a determinadas organizaciones clandestinas; otros, sencillamente, se pasaron al bando de la gente que no quiere conflictos… Pero ¿recordar la verdad es un conflicto?

    Este libro es un viaje complejo, difícil, austero, a través de una memoria histórica por la que, al parecer, no se desea viajar tan profundamente como se debiera. La Social sigue presente, sus tics siguen estando ahí. Muchos de sus miembros se jubilaron bien entrados los ochenta, y algunos pasaron a servir en las cloacas del Estado democrático. ¿Quiénes mejor para enseñar a espiar y a realizar seguimientos? ¿Quiénes mejor para enseñar a torturar o a crear un espacio opresivo para realizar en él los interrogatorios? ¿Cuántos de sus discípulos siguen estando en las filas del ejército que nos protege?

    Llegar hasta aquí no ha sido fácil. La documentación que da cuerpo a este libro fue «técnicamente» destruida, pero algunos comisarios no cumplieron la orden ministerial de Martín Villa y guardaron material en altillos o archivadores olvidados en trasteros. Hoy día esta información no existe; y no crean, no han sido pocos los que la han buscado, tanto de una ideología como de otra. El lector tiene ahora la oportunidad de poner en valor la lucha de tantos por conseguir la libertad de la que gozamos, y el esfuerzo de unos pocos policías por haberme permitido acceder a este ingente tesoro que ahora comparto. La verdad solo tiene un camino y ese camino es la información. Quizá muy pronto podamos exponer dichos documentos, notas y fotografías. El editor y yo trabajamos ya en ello.

    Fichados es una pequeña ventana de documentación que se creía inexistente, destruida, desaparecida, pero que contiene miles de nombres de personas que, en lo pequeño y en lo grande, lucharon para conseguir que ustedes y yo podamos estar hoy interrelacionándonos en libertad.

    Espero que esa misma libertad nos permita seguir avanzando, sobre todo para cumplir lo prometido a algunos miembros de la Social que, en el ocaso de sus vidas, me confesaron que muchos solo cumplían órdenes, pero que otros eran unos verdaderos psicópatas a los que el régimen exprimió y premió. Sin embargo, ellos saben que este libro es, sobre todo, un tributo a la memoria de quienes los sufrieron; tan solo a un puñado de ellos, pues he dejado por pura necesidad miles de nombres, de datos, de historias sin contar. Ojalá algún día podamos retomar la faena.

    1.

    Los papeles secretos de la

    Brigada de Investigación Social

    «Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad»¹. No ha sido fácil encontrar una frase que resuma la lucha de tantos durante la dictadura de Franco. Aunque las cifras de cuantos fueron represaliados durante la dictadura no serán nunca ni computadas ni reales, se ha llegado a un pequeño consenso sobre la cantidad de personas que eran detenidas diariamente por ser consideradas «desafectos al régimen»: alrededor de 1000.

    Al ser este un libro que nos adentra en los papeles secretos de la Social, debemos poner, en primer lugar, fecha al principio y al final de nuestra historia: 1955-1977. Veintidós años durante los cuales la maquinaria represora de la dictadura se consolida como una herramienta fundamental para sostener el Estado franquista.

    La información que existe sobre la Brigada de Investigación Social (BIS), llamada también Brigada de Investigación Político-Social, o Brigada de Investigación Criminal, es poca, aunque todos coinciden en lo mismo: era un gran aparato represor al servicio del franquismo. Mientras unos rastrean sus orígenes hasta la dictadura de Primo de Rivera, otros mencionan su inicio en las buenas relaciones con el nazismo que mantuvo algún que otro general del Ejército español en el inicio de los años 40².

    La Brigada de Investigación Social fue conocida por la oposición antifranquista como la Social, la Secreta o la Brigada. Dependía de la Dirección General de Seguridad, conocida como la DGS, un órgano dependiente del famoso Ministerio de la Gobernación, cuya sede estaba ubicada en el edificio de la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol, en el kilómetro 0 de la capital. Edificio hoy conocido por estar en él el Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid. La fundación —y principal artífice de su eficacia— se atribuye a Blas Pérez González, quien fuera ministro de la Gobernación desde 1942 a 1957. La responsabilidad de este cuerpo consistía en defender al régimen de los delitos que cometían los miembros de las diferentes fuerzas políticas, organizaciones sindicales contrarias a la doctrina oficial, o cualquier persona que atentara de palabra, obra u omisión contra las directrices de la dictadura. Según algunos datos de mediados de los 60, la Social podría haber alcanzado los 8500 miembros repartidos por toda la geografía española, si bien pudieron ser muchos más al inicio de los 70. En 1940 se creó la Policía Armada, hoy, con bastantes matices, la Policía Nacional, cuya principal misión era reprimir y vigilar de manera permanente a la sociedad en general, para que no hubiera alteraciones del orden público. La Policía Armada tenía carácter militar, y por ello sus componentes estaban sujetos al Código Militar de Justicia, así como quien atentase contra ellos, tal y como ocurrió a lo largo del franquismo. Esto, sin duda, fue muy conveniente para los políticos de la época, que no tuvieron que lidiar con sentencias complejas que hubieran manchado sus manos de sangre. Todo quedaba en manos de los militares. La justicia ordinaria estaba para otra cosa. Este cuerpo, al depender también del Ministerio de la Gobernación, fue integrado en la Dirección General de Seguridad (DGS), aunque quedando al mando de un general de brigada del arma de infantería.

    En todo el tiempo que duró el régimen, una de las obsesiones que tuvo la DGS fue el control de la subversión y el terrorismo. Para ello, crearon un servicio permanente de seguimiento de activistas y desafectos, tanto en España como en el exterior. Establecieron relaciones con centrales de inteligencia de otros países; formaron parte del proyecto Interpol, al que se adhieren el 15 de junio de 1951, ubicándose una oficina central en Madrid. Pero el mayor logro de la DGS fue el de generar en la opinión pública española la firme convicción de que la seguridad de todos dependería muchas veces de los ciudadanos y de cómo actuasen, favoreciendo así la relación de porteros, vecinos y miembros afines a organizaciones aspirantes a congratularse con el régimen y la Policía Armada, que se convirtieron en un ejército de delatores y confidentes; amplificándose así los conocimientos que la Social tenía sobre la vida cotidiana de los españoles y su afinidad política, religiosa o moral.

    Uno de los grandes logros de la DGS fue la creación de un archivo central de información donde se comenzó a trabajar con todos los datos que llegaban. Se creó entonces la División de Investigación Social, al más puro estilo nazi, y, dentro de la misma, la Secretaría General, cuyo trabajo consistía en crear boletines de información interna sobre todo tipo de cuestiones relacionadas con la subversión y el terrorismo. Información solo de uso interno, que contenía fechas, nombres, fichas policiales y actuaciones de cuantos eran considerados un peligro para el régimen. En dichos boletines informativos, se describían los seguimientos y las actuaciones contra todo el mundo, y se incluían, en los mismos, la información más relevante sobre las acciones de los exiliados por el mundo. Reuniones confidenciales, congresos, conferencias, y un largo etcétera, eran de conocimiento de la Social, cuyos miembros estaban perfectamente informados de cuanto acontecía, no solo dentro de nuestro país, sino también fuera del mismo. Quien entraba a formar parte del archivo de la Secretaría General como desafecto era carne de cañón permanente. Podía ser detenido y controlado en todo momento por la seguridad del Estado franquista. Nunca se borraban sus antecedentes, hiciera lo que hiciese, y no tenía acceso a puestos relevantes dentro de la Administración, al menos hasta que no claudicara de sus ideales y dejara plena constancia de su arrepentimiento.

    ¿Dónde fue a parar toda esa información?

    En el verano de 1976, Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación³ en el primer Gobierno de Adolfo Suárez, inició la liquidación de la Brigada de Investigación Social, aunque esta siguió funcionando hasta mediados de 1977, cuando la Secretaría General dejó de realizar boletines informativos internos. Los hombres y medios pasaron a la Comisaría General de Información, de la que se hizo cargo el comisario Roberto Conesa, quien fue llamado a Madrid por Martín Villa para que resolviese los secuestros de Antonio María de Oriol, presidente del Consejo de Estado, y del teniente general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Superior de Justicia Militar, quienes fueron raptados por miembros del GRAPO en una acción sin precedentes en la historia de España, después del asesinato de Carrero Blanco en 1973.

    Martín Villa negó siempre haber visto algunos de los documentos o fichas policiales que componían los archivos de la Brigada, aunque esto nadie se lo creyó nunca. En 1978, una ley ministerial estableció «la inutilización administrativa, archivo reservado y expurgo de los archivos generales de la Dirección General y de la Guardia Civil de antecedentes relativos a actividades políticas y sindicales legalmente reconocidas». Con esta orden, ¿a quién se pretendía proteger en aquel 1978?

    Los que sufrieron el azote de la Brigada de Investigación Social siempre han estado dispuestos a que se supiera la verdad. Esa información se destruyó en gran parte, pero este libro y su autor llevan muchos años adentrándose en el oscuro mundo de la Brigada, descubriendo nombres, papeles y retazos de historias, algunas de las cuales van a ver la luz por primera vez en el presente libro. Muchas notas, documentos y horas sentado frente a hombres curtidos en la lucha callejera. Algunos, con la pistola guardada todavía en uno de los cajones de la mesita de noche; otros, compartiendo anécdotas y sufriendo en silencio el escarnio de haber pertenecido a aquella Policía: «¡Nosotros solo recibíamos órdenes!». En algunos casos, ni sus hijos ni mucho menos sus nietos sabían a qué cuerpo policial habían pertenecido.

    Vamos a adentrarnos, a partir de este momento, en las fichas policiales más secretas del régimen. Notas y documentos que no deberían existir, pero que, después de más de veinticinco años de investigación, algunas de ellas verán la luz.


    1 Esta cita corresponde a la canción Canto a la libertad, de José Antonio Labordeta Subías, docente y cantautor por la libertad, que acabó siendo diputado por la Chunta Aragonesista en las Cortes de Aragón en 1999 y diputado nacional en Madrid (2000-2008). El 6 de septiembre de 2010, en su domicilio, recibe, de manos de Carmen Chacón (ministra de Defensa) y de Ángel Gabilondo (ministro de Educación), la Orden de Alfonso X el Sabio. Trece días después (19 de septiembre de 2010), fallecería en Zaragoza.

    2 La información que especifico ha sido sacada de Wikipedia, sin copiar literalmente ninguno de los datos por no considerarlos el autor relevantes para el desarrollo de este libro, que estaba bajo el epígrafe «Brigada Político-Social». Cualquier lector interesado en profundizar en el tema seguro puede seguir esta línea de investigación.

    3 El nombre de «Ministerio de la Gobernación», creado en las Cortes de Cádiz, fue sustituido en 1977 por el de «Ministerio del Interior», conocido así en la actualidad.

    2.

    El hijo del terrorista

    Los datos del atestado policial de la última

    detención del padre de Pablo Iglesias

    El 27 de mayo de 2020 hubo un tenso debate en la sesión de control al Gobierno. Me imagino a Pablo Iglesias, a la sazón vicepresidente del Gobierno, después de haber tenido una serie de encontronazos verbales con Cayetana Álvarez de Toledo, diputada del Partido Popular, a la que había llamado «marquesa» en diversas ocasiones, sentado en su escaño y escuchando lo que esta iba a espetarle: «Se lo voy a decir una primera y última vez: ¡usted es el hijo de un terrorista! Esa es la aristocracia a la que pertenece usted»⁴.

    Pablo Iglesias, al oírla, comentó que le diría a su padre que ejerciera cuantas acciones legales tuviera a bien interponer. Y sin entrar a añadir ninguna otra cuestión, aunque, de fuentes cercanas, sé que Iglesias se sintió muy airado, sobre todo por su padre. Meritxell Batet, presidenta de la Mesa del Congreso, intentó que Cayetana Álvarez de Toledo retirase aquella afirmación, para poder borrarla del diario de sesiones, pero solo obtuvo su ratificación: «Su padre fue miembro del FRAP». Meritxell entonces, ejerciendo su prerrogativa legal, decidió retirar dicha afirmación del diario de sesiones.

    Imagino que, como ocurrió con Hermann Tertsch, eurodiputado electo de VOX desde mayo de 2019, quien fue condenado a pagar 15 000 euros al padre de Iglesias por afirmar en un tuit que Francisco Javier Iglesias pudo estar vinculado con el asesinato de un policía en 1973, algo que es totalmente falso, a Cayetana le caerá también una cantidad parecida por su afirmación difamatoria.

    ¿Perteneció Francisco Javier Iglesias al FRAP?⁵ Técnicamente, sí, pero como se pertenecía a cualquier movimiento en aquellos años. Con más de ochocientos grupos enfrentados al régimen, muchos de ellos locales, no era difícil aliarse con alguno de ellos en la universidad, en las escuelas politécnicas o de oficios, en las fábricas o en las iglesias donde se hablaba del Che Guevara o se daba refugio a movimientos de todo tipo por parte de sacerdotes poco afectos al régimen.

    La primera noticia que la Brigada tiene del FRAP queda reflejada en el Boletín Informativo número 35 del 26 de abril de 1971. En él se cuenta, a modo de resumen, que ha aparecido una nueva organización ilegal denominada FRAP, un grupo formado por diferentes organizaciones que se unifican para generar una mayor imagen de marca; entre sus filas coexistían multitud de jóvenes y no tan jóvenes. El 4 de julio de 1973, en un boletín extraordinario, la Secretaría General de la Comisaría General de Investigación Social, con número de registro 9955, redacta un documento titulado «El Primero de Mayo en Madrid». En dicho boletín, y escrito por los propios miembros de la Brigada, se lee:

    Francisco de Asís Luque (…), nacido el 6-2-954 en Madrid, hijo de (…), soltero, estudiante de 2.º de Ciencias Matemáticas en la Universidad Complutense, con domicilio en (…).

    Francisco Javier de Castro (…), nacido el 6-1-952 en Madrid, hijo de (…), soltero, estudiante de 4º curso de Ciencias Físicas, con domicilio en (…).

    Francisco Javier Iglesias Peláez, nacido el 17-4-954 en Madrid, hijo de Manuel y María Dolores, soltero, estudiante de 2.º curso de Derecho, con domicilio en la calle Maldonado

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