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El secreto de Thomas Hamilton: Una condena de amor
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El secreto de Thomas Hamilton: Una condena de amor
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El secreto de Thomas Hamilton: Una condena de amor

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About this ebook

Thomas Hamilton, un hombre con demasiados secretos, muchos de los cuales, la gente ya no trataba descubrir, era mejor no meterse con él en ese aspecto, nadie que lo conociera se atrevería a hacerlo; bueno, a excepción de una persona, una joven mujer que había entrado a su vida de forma abrupta y a la cual le había hecho la vida difícil desde el mo
LanguageEspañol
PublisherSER Editorial
Release dateNov 10, 2021
El secreto de Thomas Hamilton: Una condena de amor
Author

Sofia Duran

Sofía Durán, nació en La Barca Jalisco, durante su niñez, se mudó varias veces de ciudad junto con su familia, actualmente vive en la ciudad de Guadalajara. Desde niña se mostró como una apasionada lectora y pronto comenzó con la escritura, iniciando con pequeños relatos, hasta que en 2017 comenzó a subir sus primeras novelas en la plataforma digital Wattpad, donde fue tomando experiencia y mejorando conforme avanzaba su saga, la cual cuenta con diez libros, siendo “El misterio del relicario de plata” una de sus entregas más exitosas, con más de un millón de lecturas.

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    El secreto de Thomas Hamilton - Sofia Duran

    001_01003_01

    Sofía Durán

    ©El secreto de Thomas Hamilton

    Reservados todos los derechos.

    Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

    Editado por SER Editorial

    Corrección de estilo: Marco Batta

    Diseño de portada e interiores: Valeria Arias

    Copyright 2020 © Sofía Durán

    Primera edición, julio 2020

    Para mis abuelitos Lety y Jorge,

    dos exteordinarias personas que siempre

    han sido inspiración en mi vida.

    I

    LA PELIGROSA VELADA DE LOS FLAMENT

    sep_01

    19 de octubre de 1882,

    París, Francia.

    La cuidad del amor era sin duda especialmente hermosa en esos meses de otoño. El clima era agradable, con una perfecta conjunción de frescura y calor que hacía los días bastante apetecibles para salir a pasear por las calles adoquinadas. Esto resultaba una magnifica tentación para el apetito que, sin duda, sería satisfecho por la excelente comida de París, sobre todo, si se tomaban en cuenta los postres que habían pasado a ser los predilectos de Annabella.

    En verdad, resultaba triste que, en un lugar tan hermoso, lleno de algarabía, fiestas y alegría, ella se encontrara tan sombría y solitaria, pese a que estaba ahí con su esposo. No obstante, y aunque a veces se entristeciera por el hecho, encontraba una salvación en sus inmensos deseos de conocer la verdad oculta tras el misterio de su esposo que, al parecer, tenía algo que ver con el relicario y su madre.

    Está por demás decir que había llevado el pequeño artilugio a todas las joyerías de la zona, con la esperanza de que alguien pudiera descifrar al creador o, por lo menos, al proveedor de dicha joya. Sin embargo, pese a que todos hablaban de su diseño, nadie sabía nada del relicario menos sobre su procedencia. En un inicio se desmoralizó bastante al ver frustrados sus esfuerzos, había dado por sentado que un diseño tan delicado podía haber salido de una tienda parisina.

    Debía aceptar que nunca imaginó que su matrimonio se fuera a desarrollar de esa manera. De hecho, desde el día en que llegaron, no habían compartido habitación, cosa que parecía relajar a Thomas quien solía salir por las noches. Annabella quería pensar que era por cuestiones de su vida secreta y no porque tuviera un romance con otra mujer; pero, gracias a esas continuas salidas, ella también había podido entrar a su habitación y contra toda su educación, hurgaba en las cosas de su marido. Thomas jamás se habría imaginado a su mujer haciendo algo semejante y eso solo le facilitaba las cosas a Annabella.

    Esa noche, para su sorpresa, Thomas le había pedido que se arreglara, los habían invitado a una velada de la cual no se lograrían escapar debido a la insistencia de sus anfitriones. Lo cual no dejaba de parecerles extraño, nadie los veía juntos durante el día, ni tampoco por las noches. Annabella se dedicaba a pasear por París junto a su tía Alana o su prima Giorgiana, pero jamás con su marido.

    —¿Estás lista? —Thomas entró ya vestido para asistir a la gala.

    —¿Se puede saber por qué has aceptado la invitación? —se levantó del tocador y lo miró—. Normalmente evitas este tipo de eventos, al menos conmigo nunca vas a uno.

    —Lo sé, pero en esta ocasión lograron sorprenderme —elevó una ceja y se miró en el espejo—. Al parecer notaron que somos pareja y en la invitación estaba tu nombre.

    —¿Qué tendría eso de malo? Soy tu esposa, ¿no?

    —Sí, pero nadie lo sabe en realidad —se acomodó el cuello de la camisa y sonrió de lado. Sus ojos se iluminaban perversamente—. Me interesa saber cómo fue que se enteraron o por qué lo supusieron.

    —Entonces esa es la razón por la que iremos: curiosidad.

    —En cierta forma, sí —asintió—. ¿Algún problema?

    —Solo el ser tu esposa —dijo vanidosa, saliendo de la habitación.

    Cuando iban en la carroza hacia la casa de los Flament, Annabella no pudo evitar sentirse abrumada. Comenzó a juguetear con aquel collar del que pendía su anillo de compromiso; pero, al notar que llamaba la atención de su marido, lo escondió entre las perlas de su cuello y el escote del vestido oliva que llevaba.

    —¿Te he dicho que te ves hermosa esta noche?

    —No —respondió sin despegar la vista de la ventana—, pero te lo agradezco.

    —Te aconsejo que no te separes de mí cuando lleguemos a la velada.

    —¿Por qué razón?

    —Solo haz lo que te digo, Annabella, no todo necesita una explicación.

    —No quiero permanecer a tu lado —dijo sin más—. Así que, si quieres que lo haga, tendrás que decirme la razón.

    —Estas personas no son de mi confianza, preferiría no exponerte a ningún peligro.

    —Así que es otra velada como la de los Ronnan. Si es el caso, comprendo las razones por las cuales debo temer —dijo con soltura—. Hablando de ese evento en particular, no he visto a la señorita Chantal últimamente.

    —Mientras estés conmigo, nada malo te sucederá — Annabella lo dudaba. En anteriores ocasiones había estado a su lado y nada había evitado que saliera herida—. Y en lo que respecta a Chantal, volverá, aunque no creí que la echaras de menos.

    —Mera curiosidad.

    En cuanto bajaron de la carroza, Annabella predijo el rumbo que esa velada tomaría. Las fiestas parisinas solían dirigirse vela en popa hacia el descontrol y, en la casa de los Flament, el barco parecía avanzar a buen paso, puesto que las risas, la música y los efectos de la embriaguez ya se percibían desde mucho antes siquiera de llegar a la morada. A pesar de lo fabuloso y bello del lugar, Annabella no podía adecuarse con tanta facilidad a esos efusivos saludos de doble beso y gritos por doquier. Era verdad que la corte rusa no era tranquila y era famosa por su falta de escrúpulos, pero ella no había estado ni solo un día en aquel lugar. Creció en Inglaterra, con aquellos modales sobrios y poco flexibles.

    —¡Oh, querido! ¡Ha venido! ¿No te lo he dicho yo? Te dije que vendría —decía la dueña de la casa a su marido—, Thomas Hamilton en persona. Es todo un honor que aceptara y… ella es una dama de lo más hermosa, aunque me sorprende.

    —Señora Flament, un gusto.

    —Lucrecia —riñó el marido a su lado—, no debes molestar a hombres como él. Es un gusto tenerlo en esta velada, señor. Deseo que la disfrute, al igual que la dama.

    —Seguramente así será.

    Annabella había notado el comportamiento extraño de su esposo. Pese a que los anfitriones y varias de las personas mostraban curiosidad por ella, Thomas lograba evitar el tema de forma magistral, presentándola solo con su nombre y no como su esposa. Eso la molestaba y, por lo mismo, no le pareció conveniente seguir tomada de su brazo. A pesar del esfuerzo que le llevó apartarse de él, lo consiguió, perdiéndose entre los extravagantes invitados que rápidamente la integraron a sus grupos de conversación, bailes e incluso la invitaron a beber.

    Sentía la mirada penetrante de su esposo sobre su espalda cada vez que la veía bailar con uno u otro caballero; pero, si él no le daba su lugar como esposa, entonces ella no tenía por qué comportarse como tal. Se divirtió cuanto pudo. Pese a sentirse desanimada en su interior, no podía dejar que Thomas lo notara. Sin embargo, al final, no fue capaz de fingir durante tanto tiempo y decidió dar un paseo por los jardines iluminados de los Flament.

    Sintió el agradable roce del césped en sus tobillos y el aire fresco de la noche. Le recordaba tiempos más simples, cuando podía quitarse los zapatos e irse corriendo por los jardines de Bermont sin que nadie dijese nada sobre su comportamiento.

    —Señora Hamilton, ¿me permite acompañarla?

    Annabella se volvió sorprendida por haber sido llamada de esa forma y sintió la tensión recorrer su cuerpo. Su esposo se había cuidado de no presentarla como su esposa, entonces, ¿por qué ese hombre lo sabía?

    —No, señor, no se lo permito —dijo segura— y no sé porque me llama de esa forma. Es inadecuado.

    —Veo que le sigue el juego a su marido. Parece una mujer inteligente, pero dudo que le agraden esas condiciones de vida —se acercó—. Estarse escondiendo todo el tiempo no debe ser muy agradable. No vale la pena mentirme, he venido solo para comprobar algo y ya lo he hecho: usted no es una mujer más en los brazos del Hombre Siniestro. Lo noto por cómo la mira, cómo la cuida, no la pierde de vista.

    —Y si así fuera, ¿no le daría miedo hacerlo enfadar? No creo que sea un hombre con el que desee toparse — Annabella recorrió el fornido cuerpo del hombre y suspiró, tenía que irse de ahí—. Será mejor que se vaya.

    —No lo creo, madeimoselle. Como dije, vine a comprobar algo y ese algo es… saber qué tan débil es su marido cuando sabe que usted está en peligro, cuánto puede llegar a equivocarse con tal de salvarla.

    Annabella no pudo más que intentar escapar de la situación, pero eso solo hizo que el hombre la tomara con fuerza y la tirara al suelo, donde ella se resistió a base de patadas, rasguños y golpes. Intentaba llamar la atención, pidiendo auxilio y gritando, pero estaban lejos de la casa y ese hombre lo aprovechaba. Él era más fuerte que ella y terminaría por dominarla, eso lo sabía. Tenía que pensar en algo, por lo menos debía rezar para que su marido apareciera.

    Repentinamente se sintió liberada del peso extra sobre su cuerpo y vio con horror el cuerpo de su atacante contra el suelo. Miró hacia su salvador con un deje de miedo: su marido no se veía muy feliz, Annabella podía decir que estaba más enojado que nunca y solo esperaba que todo su enojo no lo descargara contra ella.

    —¡Lo sabía! ¡Sabía que vendrías a rescatarla! El que tengas mujer te hace débil, Hombre Siniestro.

    Thomas no dejaba de darle la razón a ese hombre, en ese momento no podía hacer otra cosa más que calcular cuánto daño era capaz de hacerle sin asesinarlo. No podía soportar la sonrisa triunfal que le dirigía y, mucho menos, que intentara demostrar algo intentando abusar de una mujer, de su mujer. Apenas logró dar un paso hacia él, cuando de pronto un hombre saltó desde una rama y pateó con fuerza la cabeza del agresor. Annabella tuvo que cubrir su boca por la impresión.

    —Yo me haré cargo de él —dijo seriamente—. Deberías concentrarte en tu mujer.

    —La llevaré al hotel e iré a interrogarlo yo mismo.

    —Está bien, Thomas —el hombre tomó el cuerpo inerte del agresor y lo colocó sobre los hombros con agilidad sorprendente. ¿Nadie le diría nada por andar por todo París con un hombre a cuestas?

    Annabella no se había percatado de que seguía sentada en el suelo. Estaba muy impresionada como para moverse. Solo cuando su marido se acuclilló a su lado y pasó un mechón de pelo detrás de su oreja, pudo reaccionar.

    —¿Te encuentras bien?

    —Sí —se puso de pie—, tan bien como puedo estarlo siendo tu carnada.

    —Al menos piqué, si no hubiera llegado…

    —Ese hombre de los árboles, ¿quien era?

    —Un amigo mío, no debes preocuparte —miró a Annabella con fastidio—. ¿No te dije que no te separaras de mí? Hiciste lo que te vino en gana toda la noche e incluso nos pusiste en peligro a todos. En serio, no sé qué tienes en la cabeza.

    Ella lo miró con desprecio y caminó hacia la casa con orgullo y pomposidad. Thomas sentía que esa mujer iba a desquiciarlo, no sabía en lo que se metía. No debió llevarla a esa fiesta, había sido descuidado. Se había prometido no volverla a poner en riesgo, como en aquella ocasión con los Ronnan.

    Aunque la tuvo vigilada durante toda la noche, esa mujer había encontrado la manera de ponerse librarse de él y de alguna forma se topó de nuevo con una situación de vida o muerte. Haciendo que resaltara a la vista lo mucho que se aterraba cada vez que le informaban que estaba o había estado cerca de algún peligro.

    Su esposa había cambiado mucho en muy poco tiempo. La joven de antes habría llorado en una situación similar; sin embargo, la mujer que ahora viajaba con él estaba tan despreocupada que no le había dirigido la palabra el resto de la noche e incluso llegando al hotel, se había despedido con un movimiento de manos y se durmió en menos de cinco minutos. Le molestó pensar que quizás habían llegado al punto en que Annabella solo vivía a su lado, pero nada más.

    II

    MI AMIGA MORGAN

    sep_01

    Annabella se durmió pensando en salir durante todo el día siguiente para no tener que toparse con su marido. Ni siquiera pensaba pedirle explicaciones porque sabía que no las recibiría. Tan solo llegar al hotel, Thomas le había indicado que se encerrara en sus habitaciones y no saliera por ningún motivo. No se dio cuenta que había llegado sino hasta que despertó el día siguiente, cuando sorpresivamente al despertar lo había encontrado a su lado, abrazándola como cualquier esposo lo haría.

    Se sentó con cuidado para no despertarlo y lo observó por un largo rato en medio de su propio estupor. Era mucho más fácil convivir con él cuando no tenía aquellos ojos fríos encajándose en su alma. Se preguntó si alguna vez Thomas se detendría a mirarla tal y como ella lo hacía. Sin pensarlo, se estiró y tomó su libreta de dibujo, comenzando a garabatear lo que veía.

    —¿Qué haces? —Annabella no pudo evitar dar un pequeño salto y cerrar de golpe la libreta—. Así que nuevamente soy tu fuente de inspiración…

    —Me habías dicho que solo podía dibujarte a ti —giró los ojos y se levantó de la cama con rapidez—. ¿Qué haces en mi habitación?

    —No sabía que se necesitara una explicación. Eres mi esposa, puedo dormir contigo cuando quiera —dijo sin más.

    —Por favor, Thomas —lo miró incrédula—. La verdad.

    —De acuerdo, me quedé preocupado al regresar, así que preferí quedarme contigo.

    —De velador no tienes nada —le dijo con ambas cejas levantadas—. Seguramente te quedaste dormido…

    —Cumplí mi cometido —sonrió y le besó la mejilla, confundiéndola.

    Había días en los que la joven apenas lograba comprender la mitad de las acciones de ese hombre. Suspiró y fue a cambiarse. Ya era una costumbre suya salir a dar un paseo por las mañanas, le agradaba ver a la gente distinguida coqueteando por los parques y sonriendo discretamente de una banca a otra. Era un amor puro que disfrutaba contemplar.

    —¡Lady Annabella! —el marcado acento francés le dio idea de quién la llamaba.

    —Lady Morgan, es un gusto saludarla de nuevo — sonrió Annabella.

    —Comienza a hacerse una agradable coincidencia toparme con usted en estos paseos —lady Morgan era una dama bonita, cuidadosamente peinada y solía llevar sombreros ridículos que no le cubría del sol.

    Ambas jóvenes siguieron su camino, aunque para Annabella era un alivio tener con quién conversar

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