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Sombras
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Sombras

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En esta ocasión la trama se desplaza hacia la milenaria Castilla y un pueblo que fue lugar de reunión de brujas y encomienda templaria. Enriquito, nuestro protagonista, es enviado a casa de sus tíos por Auxilio Social, después de que sus padres murieran en Madrid en un bombardeo. Allí pasa los días correteando con sus nuevos amiguitos del pueblo, especialmente el Cipri, y viendo sombras y aparecidos en la vieja casona familiar. Uno de esos ´fantasmas' es su tío Paulino que, tal como están las cosas, prefiere hacerse el muerto. El contrapunto mezquino lo pone Don Pascual, el sacerdote del pueblo, falangista de armas tomar, que denuncia a sus vecinos por rojos y es una persona miserable. Hasta que el caballero templario, una de las sombras, decide tomarse venganza. El gótico castellano cobra un nuevo sentido con el último título de Mikel Atz.

LanguageEspañol
PublisherDavid Pallol
Release dateJul 30, 2021
ISBN9798201795627
Sombras
Author

Mikel Atz

Este escritor de nuestra colección es, ante todo, un chicarrón del norte que envuelve su ficción en la bruma y las leyendas de ese mítico territorio. Igual nos traslada a Euskadi que a Asturias que a Galicia que al norte más remoto de Castilla. Su nombre, de hecho, viene de Mikelatz, uno de los dos hijos de los dioses vascos Sugaar y Mari. Su nombre es de por sí evocador, pero no hay nada más evocador que su prosa.

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    Sombras - Mikel Atz

    Mikel Atz

    © iPulp Colección

    Todos los derechos reservados

    E ntre la infancia, la niñez, la adolescencia y la madurez, tendría que haber fuertes líneas trazadas con pruebas, muertes, proezas, ritos, historias, canciones y juicios.

    Jim Morrison, The Doors.

    −Abrígate bien, que donde vas hace más frío.

    Doña Amparo le caló bien la gorra, le recompuso la bufanda y le ajustó el abrigo. Enriquito miró a su alrededor para despedirse de su barrio y de la ciudad. Partía al norte del norte, a un lugar remoto de Castilla la Vieja. Quintanilla del Castillo se llamaba el pueblo y estaba por ahí arriba, en la provincia de Burgos, Soria o Palencia, no estaba seguro. Su tía Carmela vivía allí. Le acompañaba uno de sus primos, mayor de edad, para que no viajara solo. Iban juntos en tren hasta Miranda de Ebro; desde allí en autobús de línea hasta el pueblo.

    Estamos en plena posguerra: 1941.

    Las tropas nazis parecen imparables en Europa.

    Enriquito es hijo de un matrimonio muerto en un bombardeo de Madrid.

    Auxilio Social lo manda con su tía Carmela, que había quedado viuda hace poco de su marido el tío Paulino. Su tía vivía en una casona imponente que había heredado, junto a unas tierras de labor, puesto que su hermano mayor había muerto en Cuba a causa de unas fiebres, siendo soldado, y al pequeño se lo llevó muy joven una pulmonía. Se casó muy mayor, iba para solterona. Su tío Paulino, que en paz descanse, había sido todo un personaje: notorio librepensador, ateo declarado y republicano convencido, de los de Azaña. El suyo había sido un matrimonio tardío pero feliz, bien avenido a pesar de sus diferencias, pero sin hijos. Enriquito venía un poco a suplir eso. Mientras su tía salía a recibirle y se despedía de su primo, que regresaba a Madrid, Enriquito se dedicó a observar a su tía. Era una isla de carne. Enriquito pensaba en el alboroto que armaría en las calles de Madrid unos años atrás, sitiado y muerto de hambre. Una de dos, o se la comían viva como en una merienda de negros o la apedreaban por cerda acaparadora. Luego contempló el jardín en torno a la casa. Estaba descuidado. Aquí y allá unos árboles frutales –nogales, almendros, manzanos y una higuera majestuosa− seguían dando frutos; había otros árboles en el jardín: un castaño y un par de fresnos, con la corteza rugosa salpicada de las costras color cobre del hongo yesquero. Había también una pérgola de hierro en la que se enredaba una parra exuberante que se cargaba en otoño con racimos de uvas como canicas carnosas.

    La casa era muy grande para su tía sola, pensó Enriquito nada más verla. Pero vivía con Tomasa, que era su criada y le hacía compañía. Tomasa apenas era unos años mayor que Enriquito y era del pueblo de al lado, que tenían fama de ser muy brutos. La joven criada era deslenguada y desenvuelta.

    Nada más verle, le dice:

    −Anda, que estás para regalar carnes. Qué piernas más raquíticas tienes, si pareces la novia de Popeye.

    Su tía, toda de negro, suspira y dice:

    −Estás hecho un alfeñique, hijo.

    −En Madrid se pasa mucha hambre, tía, argumenta Enriquito.

    −Gracias a Dios ya no estás con esos rojos. ¡Ay, tu tío, qué mal bando fue a elegir!

    Y se santiguó. Luego dijo.

    −Anda, pasa, no te quedes ahí fuera.

    Antes de enseñarle el que iba a ser su cuarto, fueron a la cocina.

    La Tomasa le dijo:

    −Anda, que está más

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