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El niño de guerra
El niño de guerra
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Ebook210 pages3 hours

El niño de guerra

By Arny

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About this ebook

Obra sobre un joven adolescente que no acepta la guerra y no se cree lo que está pasando. Esto le hace madurar muy rápido.
Al estallar la guerra en su ciudad está obligado a salir de allí antes de que lo cogieran los militares serbios y le mandasen al frente a luchar contra su pueblo. El niño de guerra huye de su ciudad con otros tres amigos que le acompañan en la aventura de llegar a la zona libre y cruzar la frontera de Bosnia para llegar a Croacia, y para más tarde ir a casa de su tío en Eslovenia.
LanguageEspañol
Release dateSep 13, 2021
ISBN9788413869667
El niño de guerra

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    El niño de guerra - Arny

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    Créditos

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Arny

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1386-966-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .INICIO

    Vida. ¿Qué es una vida? ¿Se preguntaron alguna vez qué es una vida y pelear por ella hasta el final? La importancia de una vida en general para mí no tenía un significado preciso en mi infancia. Lo que sí me importaba, en general, era jugar con mis amigos, estudiar, salir por las tardes hasta llegar a la noche a casa para poder ver un ratito la tele y cenar para, más tarde, ponerme el pijama y dar esos dos besos a esos papás que amas tanto, que te educan, te dan consejos: qué es lo malo, qué es lo correcto y que velan por ti. Yo no me puedo quejar de mi infancia y estoy muy orgulloso de mi madre y de mi padre, que en paz descanse. Tengo 46 años y vivo en España felizmente casado con dos hijos que amo con locura y que cada día me estoy esforzando por guiarles por el buen camino, como mi padre que me educó y guió hasta el día de su muerte. Antes de hablar de mi vida como refugiado político en España, voy a retroceder a mi vida antes de estallar la guerra de mi pueblo, llamado Sanski Most cuando aún tenía 17 años.

    Sanski Most, mi ciudad natal.

    Me llamo Arnes Alagic Burnic y como aquí, en España, tenemos que poner el apellido de mamá, cosa que no me disgusta para nada y que de ahí viene mi segundo apellido, Burnic. Mi ciudad natal llamada Sanski Most y está ubicada en la parte noroeste de Bosnia y Herzegovina en la región llamada Krajina. Perdonadme mucho, pero no soy un artista ni un escritor nato, escribo de corazón lo que siento en mi interior de tal manera, tan natural, y quizás el libro no me salga tan bien como quisiera, pero para eso está usted, para que la evalúe y espero que le guste. Bueno, sigo, mi padre, Demal Alagic, un hombre campechano, alto, fuerte, rubio con ojos verdes y siempre positivo en la vida, de gran corazón, honesto y, sobre todo, humilde y lleno de sabiduría, nació entre seis hermanos. Por las circunstancias de la vida, tuvo que trabajar desde muy temprana edad para poder dar de comer a sus hermanos y a mi abuela. El abuelo, Smajo Alagic, estaba trabajando en Alemania. Emigró en los años sesenta para trabajar de maquinista de una locomotora que sacaba carbón de una mina en Frankfurt. Se fue para mejorar la vida de sus hijos, pero desafortunadamente al llegar a Alemania cayó en la bebida y así apenas mandaba dinero a casa. En una ocasión, ofrecieron a mi padre el trabajo en Alemania. Yo tenía unos 3 o 4 años, me lo contó mi madre. Él rechazó la oferta por mi abuela. Me contaron que mi abuela se puso a llorar y le dijo: «Si tú te vas, ¿quién se hará cargo del resto de tus hermanos? Eres único con el trabajo, ¡hijo mío, por favor, no te marches!».

    Mi padre entonces rechazó la oferta de trabajo. Y nuestras vidas continuaban en Sanski Most. Ese fue mi primer destino, que no se cumplió al marcharme con tan solo 3 o 4 años. Bien. Mi madre, un orgullo para mi familia, un pilar muy importante en mi familia, se llama Enisa (Burnic) Alagic. Guapa, morena, una mujer llena de vida y también positivista y llena de palabras sabias, gracias a ella tuve una infancia muy, pero muy buena, aunque la pobreza nos podía, pero ella siempre con la cabeza muy alta. Ella era mi motivación diaria para ser positivo, igual que en esta vida de hoy en día. Aunque por dentro sí le preocupaba algún que otro problema, pero nunca lo sacaba para que nosotros no lo notáramos. La verdad, lo disimulaba muy bien. Nació en familia numerosa entre sus seis hermanos, la educaron mis abuelos muy bien y cada uno de sus hijos, con respeto para saber escuchar y, sobre todo, llevarse bien entre hermanos.

    Mi hermano Haris Mi padre Djemal Mi madre Enisa

    ¡Mi hermano! Mi hermano, madre mía, se me llena la boca al decirlo. Llamado Haris Alagic Burnic, mi hermano pequeño, aunque nos llevamos dieciocho meses de diferencia, pero en altura menos (el 1,84 m y yo 1,95 m). Un muchacho muy alegre, guapo, rubio, con ojos claros, lleno de vida. Él tiene gran importancia en este libro. Muy buen estudiante, inteligente, ordenado, muy disciplinado, como realmente nos educaban en los colegios de primaria de Social Federativa República Yugoslavia (SFRJ). Respetar al mayor, saber escuchar y, sobre todo, no decir nada malo en las calles de la ciudad sobre el gobierno, si no, esa misma noche acababas en el calabozo, por no respetar la dictadura de mariscal Tito. Pero vamos, hemos tenido una dictadura muy buena a razón de la economía de Yugoslavia, teníamos la sanidad gratis, estudios gratuitos, tanto primarios como universitarios. Era uno de los países del régimen comunista independiente (no pertenecía ni a la OTAN ni al bloque ruso, llamado Pacto de Varsovia o NATO) con mayor prosperidad en Europa, aunque era una dictadura, pero podías vivir. Me acuerdo cuando mariscal Tito murió, ese día jamás se me olvidará porque ese día las sirenas de las factorías, cuarteles militares, estación de bomberos no paraban de sonar y la gente con lágrimas y llanto, como si hubiera muerto alguien muy cercano. Fue uno de los libertadores de Yugoslavia, en la Segunda Guerra Mundial, peleando con sus partisanos contra Adolf Hitler. Y a raíz de ahí, su propio pueblo le proclamó presidente de Yugoslavia, hasta el día de su muerte, en 1980. Me acuerdo. En mi infancia, cada 25 de mayo se celebraba el Día de la Juventud . Es su supuesto segundo cumpleaños. El 25 de mayo de 1944 escapó de un masivo ataque que organizó Hitler contra él, en ciudad de Drvar. Para ese día festivo, participaban miles de niños, gente joven en el campo de fútbol municipal, potenciando todo tipo de deportes y, sobre todo, el fútbol y el baloncesto, que aún hoy en día perduran en las escuelas y la vieja enseñanza balcánica. Yo fui formado en un club de mi pueblo, en el baloncesto KK. SANA y en kárate estilo shotokan. Enterrado mariscal Tito, y al pasar una década, la situación en Yugoslavia estaba en tensión, hasta que, en 1991, Eslovenia se independiza en 10 días. Y el comienzo de mi historia se inicia aquí.

    Domingo, 19 de abril de 1992. Era día soleado, primaveral, aún respirando aire fresco, que venía desde lo alto de las montañas y, a su vez, los arroyos llenos de agua por el deshielo para que, después, acaben su trayectoria en el río Sana, que surca desde lejos y parte la ciudad en dos. Apenas ya se ve la nieve y las flores comienzan a brotar. Los campos de mi pueblo reciben por esas fechas un color muy especial. Los pájaros ya comienzan a hacer sus primeros vuelos, y sus pequeños, aprendiendo de sus padres las primeras clases de vuelo. Pero había algo en ese ambiente que inquietaba a mis vecinos. Una cosa que se llama «la guerra». La república vecina, Croacia. llevaba ya casi sufriendo un año de lucha contra los paramilitares serbios. Y el temor de mi pueblo y la gran pregunta era: ¿llegará aquí? Sarajevo capital estaba atacada y rodeada por los francotiradores y tropas serbio-bosnias. Llevan luchando desde primeros del mes de abril. Y el 28 de mayo, un pueblo cercano a Sanski Most, llamado Trnova, fue atacado por las tropas serbias. En casa estábamos los cuatro. La verdad, mi hermano y yo ya no podíamos salir de casa por seguridad y tampoco podíamos ir a donde quisiéramos. Papá nos mandaba a la tienda del barrio, a por algún alimento y a la panadería, pero no podíamos entretenernos mucho con nuestros amigos y vecinos, que aún andaban por la calle. El pueblo estaba asustado. Papá llevaba ya varios días sin trabajar por orden del director de la fábrica, por si acaso pasaba lo que nadie quería. Nosotros tampoco podíamos ir a la escuela. Nos dijeron mediante una carta, que enviaron a cada alumno, que las instituciones educativas, colegios, institutos y universidades se cerraban hasta el nuevo aviso. También, el último día, por la megafonía del instituto dijeron que se cerraba hasta próximo aviso. Como lo típico de los niños, nos daba una alegría. Más bien porque se aproximaban los exámenes, pero a su vez, tristes, porque sabíamos, aunque fuera mentira, que se acercaba algo muy gordo y serio. Salí de la casa esa mañana con mi hermano, que me acompañó hasta la tienda para no ir solo y, de paso, por sentirme tranquilo yéndome con él. Pasamos a la tienda, allí estaba el dependiente, dueño y vecino Huse. Un señor mayor, calvo, regordete, con su chaleco blanco, muy simpático y amable. Lo quería todo el barrio. Contaba unos chistes muy buenos, pero esta vez nuestro vecino no estaba tan chistoso ni sonriente. Pegado al televisor viendo las imágenes de bombardeo de Sarajevo, se dio la vuelta y nos dijo:

    —Mirad, niños, lo que están haciendo de nuestro país es vergonzoso, estamos en el siglo XX y que haya una guerra en Europa. En un país próspero y rico en todo. —Nos miró con una cara triste y con la barbilla temblando. Se puso a llorar. Mi hermano le preguntó:

    —¿Señor Huse, se encuentra bien? ¿Qué le pasa?

    Se limpió rápidamente las lágrimas de la cara con su manga. Apartó el libro del mostrador con las deudas de los clientes. El hombre fiaba a todo el barrio porque también sabía la situación de cada casa.

    —Perdonadme, mis niños. ¿Decidme, qué deseáis? —dijo con una voz baja. Para animarnos y quitar la tristeza, nos dijo—: ¡Eh! Que no sea tabaco y alcohol.

    Compramos salchichas de vacuno, una docena de huevos, una caja de leche y un par de chuches y caramelos. Al salir, nos despedimos de Huse con un «buenos días y hasta la próxima». Mi hermano y yo nos quedamos mirando el uno al otro, sin decir ni una palabra. Pero al ver a mi hermano, su cara no era normal sino más bien de preocupación. No le quise decir nada, intenté disimular un poco y desviar lo ocurrido con otro tema. Pasamos por la panadería para comprar el pan de cada día y también unos panes redondos, típicos de Bosnia para que nos haga mamá Cevapi (chevapi). Es uno de los manjares de la cocina típica balcánica. Carne picada de vacuno y cordero, hechos en cuadradillos o en redondo de unos tres o cuatro centímetros de largos. Hecho a la plancha con sus especies. Una vez hecho, acaba en el interior del panecillo pequeño redondo tipo torta.

    Las calles, al ser el domingo, estaban llenas de gente comprando a lo loco, en grandes cantidades. Sabíamos lo que se nos venía encima. De vuelta a casa, casi llegando, pasaba el convoy de tropas serbio-bosnias con sus camiones y tanques hacia el monte, cerca de nuestro barrio. Asustados los dos, nos pusimos a correr hacia la casa para avisar a papá y a mamá de lo que acabábamos de ver. Abrimos la puerta de la casa con un sofoco que apenas pudimos hablar.

    —¡Papá, papa! —dijo mi hermano.

    Nuestro padre salió del trastero, que tenía lleno de latas de comida por si acaso estallaba la guerra. Mamá salió de la cocina al oír la voz de mi hermano y con cara de susto.

    —¡Qué os pasa! Decidme. Parece que os persigue el diablo —dijo mi padre.

    —Papá, hemos visto las tropas serbias y los tanques enormes.

    Al decir eso, a mi padre se le cambió la cara. En realidad, nadie quería asumir la verdad de lo que estaba ocurriendo. Todo el mundo veía en las noticias lo que ocurría en Sarajevo. Pero aquí no, aquí no llegaría. Intentaban huir de la realidad. Parecía que todo el pueblo vivía en una nube. Y qué vas a decir: «¡Señores, se acerca una guerra!». Les daba miedo oír esa frase. Después de dejar la compra, mi hermano y yo nos pusimos a desayunar. Como hacía sol, salimos a la pradera con los niños del barrio a jugar al fútbol. Allí podíamos estar y jugar horas y horas hasta que te llegase la voz de la madre hasta tus oídos.

    —¡Arny, Hary! Chicos, ¿vosotros tenéis casa? —La frase favorita de mi madre.

    Nos despedíamos de nuestros amigos y quedábamos por la tarde para jugar otro partido. Como no había instituto, pues como si estuviéramos de vacaciones. Comiendo, mi padre tenía la cara seria. Nos volvió a preguntar.

    —¿Estáis seguros de lo que habéis visto?

    Le contesté:

    —Papá, sí, estamos muy seguros, además pregunta a nuestro vecino Fajko. Estaba en la valla de su casa cuando pasaron.

    Terminamos de comer. Ayudamos a mamá a recoger la mesa. Nuestro padre se puso en su sillón a ver las noticias. Nosotros dos nos salimos a la calle en busca de nuestros amigos, vecinos de nuestra pandilla, para ver si iba a haber partido o no esa tarde. El sol apenas se veía tras unas nubes que llegaron desde las montañas y la tarde se puso fea. Vimos a nuestro primo Hairo. Le preguntamos si se apuntaba a un partido de fútbol en la pradera que estaba cerquita de casa. Nos contestó que sí, claro. Era un amante del fútbol y tenía mucho talento con el balón. Era poca cosa, muy delgado, moreno, muy veloz y luchador, en cada partido que juega parece como si fuera el último. Todos los niños querían jugar con él en sus equipos, así las opciones de ganar aumentaban... Su padre era jugador profesional y de ahí venía su talento. Entre ir de una casa a otra, llamando a las puertas, juntamos un buen grupo de niños para disputar el partido en nuestra pradera favorita. Me acuerdo que eran las tres de la tarde cuando comenzamos a jugar. Pasó media hora e íbamos ganando 1-0. El equipo contrario tampoco estaba mal, mordían el balón, jugaban muy bien, pero nosotros les superábamos técnicamente. Llegamos al descanso, nos pusimos a beber agua y comentar los errores que cometimos en el partido. Comenzamos a jugar la segunda parte. Pasaron unos minutos de juego, desde los montes lanzaron el primer misil a mi barrio. En ese instante, nos quedamos quietos e inmóviles. Nos miramos entre nosotros, miré a mi hermano Haris. Teníamos unas caras que era difícil describir. Como si no estuviera pasando lo que acababa de ocurrir. En ese instante, nuestro reloj del partido se paró. El partido, hasta hoy, está inacabado, pero sí empezó en ese instante un partido de lucha por la vida.

    Después de estallar el proyectil del cañón que fue lanzado desde los montes, provocó un ruido tan tremendo que empezó el caos por las calles. Nosotros salimos corriendo hacia la casa. Parecía que no llegabas nunca, mientras las bombas caían sobre nuestro barrio y a la ciudad. Nuestro padre salió en busca de nosotros. Nos vio y nosotros a él. Nos levantó la mano y gritó:

    —¡Corred, hijos, ¡corred rápido!

    Mis padres ya estaban en la casa de los vecinos y no estaban solo mis padres, allí había una decena de hombres y mujeres escondidos. Al pasar, nos pusieron en un rincón. Abrieron las ventanas y bajaron las persianas para que los cristales no se rompieran con la detonación y mataran a alguien. Nuestra casa era de planta baja, era más fácil y probable que no te salvaras. Sin embargo, la de nuestro vecino Edin era una casa de dos plantas. Es más difícil que el proyectil rompa las dos plantas de hormigón con un grosor bastante considerable. Bombardeaban y bombardeaban. No pararon en toda la tarde y noche. Solo había paradas cada media hora de cinco minutos para enfriar los cañones. En esos instantes, se escuchaban los llantos de mujeres y niños. Me acuerdo. Estaba abrazado por mi hermano. Lo sentí tan cerca como nunca. Tan cerca que pude sentir los latidos de su corazón tan acelerados que parecía que se le iba a salir. Había una mujer cerca de nosotros, no sé quién era. Estábamos totalmente a oscuras. Lloraba y lloraba y solo decía: «¡Dios mío, vamos a morir, vamos a morir!». En el otro rincón, no muy lejos de nosotros, se oía a una niña pequeña hablar. Y por la voz no tendría más de 5 años. Hablaba con su madre. Preguntaba: «Mamá, mamá, ¿qué es ese ruido?». Su madre le contestaba: «Hija mía, son truenos, está tronando, cariño. Pronto lloverá, cariño mío». Cerca de mí, estaba mi madre casi pegada a nosotros dos. Nos daba la espalda para poder protegernos con mayor envergadura con su cuerpo. Mi hermano se calmó, lo sentía más tranquilo. Papa me cogió la mano derecha. Tenía la mano sudada. Los nervios, el miedo, preocupación o

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