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Cómo Bajar de Peso Sin Hacer Dietas ni Ejercicios: Descubre cómo Adelgazar Comiendo y Perder Peso Rápido y Naturalmente: Descubre cómo adelgazar comiendo y perder peso rápido y naturalmente
Cómo Bajar de Peso Sin Hacer Dietas ni Ejercicios: Descubre cómo Adelgazar Comiendo y Perder Peso Rápido y Naturalmente: Descubre cómo adelgazar comiendo y perder peso rápido y naturalmente
Cómo Bajar de Peso Sin Hacer Dietas ni Ejercicios: Descubre cómo Adelgazar Comiendo y Perder Peso Rápido y Naturalmente: Descubre cómo adelgazar comiendo y perder peso rápido y naturalmente
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Cómo Bajar de Peso Sin Hacer Dietas ni Ejercicios: Descubre cómo Adelgazar Comiendo y Perder Peso Rápido y Naturalmente: Descubre cómo adelgazar comiendo y perder peso rápido y naturalmente

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About this ebook

Esta obra revela un descubrimiento asombroso: que muchos manjares comunes son, no sólo protectores, ricos en vitaminas y elementos esenciales de sustento, sino que también sirven para bajar de peso. EI doctor Lindlahr, quien fuera presidente de la Sociedad Nacional de Nutrición, explica cómo han de utilizarse estos alimentos saludables y cómo se han de combinar con otros.

Después de una entretenida exposición sobre los males y la inutilidad de la gordura, el autor demuestra que, comiendo cuidadosamente y con discernimiento, el lector puede no sólo perder peso, sino además mejorar su salud, librarse de la pesadez que acompaña a la gordura y actuar como si tuviese muchos años menos de los que tiene.

En este libro de nutrición y alimentación saludable encontrará recetas ensayadas para una semana, cómo seguir cada una de ellas, y descubrirá una serie de cuadros de calorías que indican de un solo vistazo el valor calórico de porciones ordinarias de más de 200 platos comunes que se pueden comer sin el menor riesgo de engordar, y sin necesidad de recurrir a ejercicios violentos o a medicinas artificiales.
LanguageEspañol
Release dateAug 23, 2021
ISBN9781640811034
Cómo Bajar de Peso Sin Hacer Dietas ni Ejercicios: Descubre cómo Adelgazar Comiendo y Perder Peso Rápido y Naturalmente: Descubre cómo adelgazar comiendo y perder peso rápido y naturalmente
Author

Dr. Víctor H. Lindlahr

Victor Hugo Lindlahr (1897 -1969) fue un presentador de radio estadounidense, escritor de alimentos saludables y médico osteópata. De 1936 a 1953, presentó Talks and Diet, (Conversaciones y Dieta) una popular serie de radio sobre nutrición.     En 1918, Lindlahr se graduó de la Facultad de Medicina Osteopática de Chicago. Su padre fue el naturópata Henry Lindlahr.     En 1940, escribió el libro Eres lo que Comes, uno de los primeros textos del movimiento de alimentos saludables en los Estados Unidos, del que se vendieron más de medio millón de copias.      Lindlahr ha sido descrito como un promotor de las dietas de moda. Desarrolló una dieta baja en carbohidratos a la que llamó Dieta Catabólica.

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    Una dieta de menos de 1000 calorías, incluso menos de 700. No pierdan el tiempo.

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Cómo Bajar de Peso Sin Hacer Dietas ni Ejercicios - Dr. Víctor H. Lindlahr

1Compañeros en desgracia

Amigo lector; lo que aquí escribimos proviene de una persona que, como se acostumbra a decir, se halla embarcada en la misma nave; suponiendo naturalmente que sea usted también gordo. Si algunas veces le parezco un poco rudo o un poco desconsiderado con los obesos, le ruego recuerde que en ello va en cierto modo involucrado un suave autocastigo.

Encontrándome frente al mismo problema que usted, e impelido por la enorme curiosidad de aprender por qué las cosas son como son, he tenido fuertes razones personales para bailarme interesada en la gordura. Además, he nacido, por así decirlo, en un ambiente en el cual era necesario conocer algo sobre los alimentos y la manera de reducir el peso, lo cual ha sido otro estimulante para estudiar el problema de la obesidad. Finalmente, por intermedio de la radio se me presentó una magnífica oportunidad, como seguramente nunca la había tenido nadie, para estudiar a la gente gorda. Todo esto en conjunto constituye la razón principal de la existencia de este libro.

Nosotros, los gordos, formamos una clase aparte. La gente feliz que no tiene preocupaciones por su aumento de peso nunca sabrá los malos ratos de los cuales se ha evadido. Aquellos que pueden sentarse tranquilamente a la mesa y tomarse sus tres comidas por día escogiendo lo que más le agrada, sin temer que su peso aumente, tienen también naturalmente sus problemas nutritivos, pero es más que seguro que no se dan cuenta de ninguno de ellos ni les proporciona quebraderos de cabeza; por lo menos, no los trae mal esa peste de la nutrición que se llama «caloría».

Los obesos formamos una gran clase tanto en tamaño como en número. Si calculamos aproximadamente la población de los EE. UU. en la cifra de 130 millones, podemos asegurar que unos 80 millones han pasado de los 21 años. No podemos saberlo con exactitud a causa de que el porcentaje de nacimientos está bajando mientras que, al mismo tiempo, mueren menor número de niños; este hecho, junto con el aumento del término medio de vida, complica extraordinariamente las estadísticas. Tales dificultades afectan igualmente las estadísticas sobre la obesidad, puesto que es en la edad media de la vida cuando la gente engorda más fácilmente.

Muy pronto, una tercera parte de la población de los EE. UU. tendrá más de 50 años, lo cual acarreará una cantidad de problemas. Estos cambios que se están produciendo en el equilibrio de la población hacen difícil dar con un poco de certeza el número de obesos existentes, a pesar de los abundantes datos que nos proporcionan las estadísticas de seguros. Con todo, intentaremos hacernos una idea aproximada.

Si aceptamos la cifra de 80 millones de adultos, podemos admitir, con bastante precisión, unos 16 millones de obesos y unos 37 millones de excesivamente flacos.

La cifra de 37 millones que están por debajo del peso podrá sorprender, pero es esencialmente correcta.

El déficit de peso no recibe generalmente la atención que se presta a la obesidad. La mayor parte de las compañías de seguros clasifican a los obesos en tres clases: 1º, los que tienen de un 5 a un 14 % de exceso; 2º, los que tienen de 15 a 24 % y 3º, los que tienen de 25 % para arriba.

Los médicos de seguros usan una manera complicada, pero muy eficiente, para estimar el porcentaje de individuos con exceso de peso. No sacan sus conclusiones consultando simplemente las tablas de peso por edad y estatura, sino que determinan el exceso de peso comparando éste con la estatura, el ancho de hombros y el de caderas. Cuando uno desea realmente saber el exceso de peso que tiene, debe consultar a un médico que conozca el método para hallar los pesos normales. Es fácil, si se desea, obtener una idea aproximada de la normalidad o anormalidad del propio peso consultando las tablas que están al final de este libro.

El hecho de que el peso de uno esté en la clase 1, 2 o 3, es muy importante para las probabilidades de una larga vida y buena salud. Cuanto mayor sea el exceso de peso, más grande es el peligro para la salud y para la vida.

De los 16 millones de adultos que pesan de más, cerca de 11 millones corresponden a la clase 1. Su porcentaje de mortalidad es un 22 % más alto que el de los individuos normales. Más o menos unos 4 millones caen en la clase 2, con un exceso de mortalidad de 44 % y más o menos 1 millón de obesos corresponden a la clase 3. Su mortalidad se eleva a 74 % sobre la normal. Existe, más o menos, una persona por cada 100 obesos cuyo exceso de peso llega al 50 % o más.

Hay que añadir a esta lista unos 6 o 7 millones de obesos lactantes, niños y jóvenes. Todo esto en conjunto forma, pues, una cantidad impresionante.

Para todos aquellos que quieran reducir su peso, nosotros poseemos realmente algo interesante; no sólo una dieta de reducción de primera clase, sino mucho más que eso: un plan que les capacitará para mantenerse fácilmente en vigilancia, luchando cómodamente y con éxito contra el exceso de gordura.

No es ciertamente raro el obeso que finalmente se decide a pasar hambre hasta que pierde 5 kilos y después, cansado de sufrir, abandona la partida. A veces, al cabo de un mes, ha vuelto a recuperar los 5 kg, que había perdido, y entonces el gordo se pregunta: «¿Para qué esforzarme, si vuelvo a engordar en seguida?» Después, cuando ve que crece otra vez la sotabarba y que hay que practicar uno o dos agujeros más en el cinturón, desesperado vuelve otra vez a su plan de adelgazamiento, o bien a otro nuevo.

Así pasa la vida: dos pasos adelante y tres pasos atrás. Esta clase de existencia, penosa e insufrible, tiene que ser dejada de lado definitivamente.

Pero no es suficiente decir esto, sino que estoy en condiciones de prometerle a usted, amable lector, que podrá, si lo desea, vivir en adelante con la misma actitud que yo personalmente tengo con respecto a la gordura, es decir, una actitud alegre, feliz y confiada. La grasa es, precisamente, un miserable sebo, esencialmente débil y cobardemente líquido, que se mete en todos los rincones del organismo, pero que es fácilmente destruido y cuya acumulación puede evitarse.

Algunos tipos de grasa orgánica son algo más resistentes que otros; pero, incluso el más duro puede ser transformado en agua, un popo de ácido carbónico y otros productos, por el fácil sistema de poner en actividad ciertos procesos químicos del organismo.

Hace muchos años, un brillante hombre de ciencia de Múnich, Carlos Voit, demostró que los patos que comen maíz y otros cereales podían convertir el almidón de éstos en grasa de pato. Fue entonces cuando la ciencia inició la comprensión de los problemas del aumento de peso. La química alimentaria de los animales no es apenas distinta de la de los seres humanos.

Otros químicos estudiaron la composición y transformación de los azúcares de las frutas y de otros alimentos. De hecho, la mayoría de los grandes químicos del siglo pasado contribuyeron a aclarar todos los problemas referentes a la grasa, y nos demostraron hasta la evidencia que el problema de la grasa del organismo es el mismo de la química alimentaria.

En efecto, fundamentalmente, el problema de la grasa orgánica es un problema de alimentos y de hábitos de comida. Por mucho que tratemos de esquivarlo, y de engañarnos, este es un hecho que persiste reiteradamente.

Desde que existe la humanidad, ha habido hombres gordos y flacos. Las figuras dibujadas por los primitivos egipcios muestran, de cuando en cuando, algún tipo gordo.

El Talmud nos habla de un rabí tan obeso que «al abrirle el vientre sacaron de él dos canastos de grasa». La Biblia habla de Israel, «quien comía grasas y dulce hasta que se volvió pálido como la cera, y tan enormemente gordo, que producía «asco» verlo delante del Señor».

Siempre ha habido quien ha sospechado la relación existente entre el alimento y la grasa del cuerpo, pero en cambio, para la mayor parte, esta relación no existía. Es muy probable que la gorda tía de Tutankamón sostuviese que «comía como un pajarito». Nuestros antepasados no tenían ninguna culpa de estar equivocados, pues era muy difícil para ellos comprender los problemas de la obesidad. Hipócrates, el padre de la Medicina, enseñaba que no existía más que una clase de alimento para el cuerpo, un «alimento universal» extraído de cada una de las sustancias alimenticias corrientes, y que esta sustancia primaria era la que nutría el cuerpo.

Los hombres de ciencia se contentaron con esta teoría hasta hace más o menos 100 años. Entonces empezaron lentamente a cambiar de opinión. Hacia el año 1800, un hombre de ciencia llamado Einhoff alimentó a una vaca con diferentes grasas y semillas por determinados períodos de tiempo, y pudo demostrar que esos alimentos tenían valores diferentes, aunque durante algunos años este conocimiento verdaderamente fundamental se utilizó solamente en la ganadería.

Por extraño que parezca, la primera dieta de reducción de que tuvo noticia el mundo científico y médico apareció solamente en 1863 (la dieta de Banting). ¡Cuán lenta es la marcha del conocimiento! Pero es aún más extraño quizás el hecho de que los principios en que se apoya esta primera dieta de reducción, groseros y pocos eficaces, ejercen aún cierta autoridad.

El doctor William Banting, enormemente gordo, adelgazó prescindiendo en las comidas de los almidones y las grasas, de modo que vivió prácticamente de carne sola. Adelgazó efectivamente, pero a la larga se mató él mismo con esta dieta desequilibrada. A pesar de ello, se ha considerado desde entonces a Banting como una autoridad en el problema de la reducción de peso. Debemos agradecerle la iniciación del buen camino, y en cambio agradecer a nuestro ángel tutelar que el estudio moderno sobre la nutrición haya guiado nuestros pasos por caminos menos peligrosos.

Para dar al lector una idea previa de lo que va a seguir, me permitiré adelantar que nuestro sistema de limitar el peso está basado en el conocimiento de cómo se comportan los varios alimentos en el organismo. Ciertas frutas y verduras originan en el cuerpo una serie de reacciones por las cuales éste quema la grasa, literalmente. Es cierto que nosotros usamos la caloría como medida, pero el principio de nuestro método consiste no en quitar el alimento a ciegas, sino en un procedimiento que permite comer y adelgazar. El lector deberá tomar este método con el espíritu de un caballero andante que va a tener una justa con el Dragón de la Obesidad. Para mí, el luchar contra la grasa constituye un juego de ingenio, una verdadera aventura de la cual nunca me canso.

Por la noche me subo a la balanza y cuento los puntos ganados; si he mantenido mi peso en ese día, estoy contento; si me he quitado medio kilo, ¡hurra!

En cambio, he aumentado medio kilo; ¿qué pasó, pues? Por lo menos sé cómo estoy, y es fácil disolver la grasa extra por medio de la comida. Puede ser interesante, de vez en cuando, dejarse ganar por el diablo gordo y especialmente cuando el kilo de peso se ha ganado por el dulce camino de un agradable pastel. No es desagradable, en efecto, decidirse a perderlo otra vez. El dominio de la química del cuerpo humano por medio de la ingestión de ciertos alimentos es intensamente fascinador.

Los alimentos capaces de adelgazar están de nuestro lado, y los que engordan están del lado contrario. Numéricamente nuestros contrarios tienen ventaja, pero aquí reside el interés de la partida; la estrategia y la buena táctica vencen aquí, como en toda lucha.

En los EE. UU. tenemos a nuestra disposición para alimentarnos unas 250 sustancias diferentes. Además, las diversas combinaciones entre estos alimentos y las distintas maneras de prepararlos llevan el número de platos variados a unos cuantos millares.

Fundamentalmente existen unos 100 alimentos capaces de ayudarnos a destruir la grasa, y otros 50 pueden considerarse «neutrales» en la lucha. Los que restan, son importantes enemigos nuestros. Si nos dejamos tentar por éstos llegaremos a gordos, de modo que para conservarnos delgados tenemos que mantenernos fieles a nuestros partidarios y evitar a los contrarios. Conociendo bien quién es quién entre los alimentos, podemos trazar fácilmente nuestro camino entre las filas enemigas, y eludirlos con facilidad. Podemos comer, si queremos, en el más tentador de los restaurantes, y sin embargo engañar a nuestros enemigos; todo es cuestión de conocer las tendencias de los alimentos.

Podemos escoger fácilmente un entremés, una sopa, una ensalada, o un postre que no aumente nuestro peso. Si por casualidad tenemos que comer en un buen restaurante, eso nos pondrá nuevamente en apuros, pues el maître d’ hotel, sus ayudantes y los camareros nos vendrán con sugestiones y atenciones que será difícil eludir. No obstante, es fácil ganarse su cooperación con decirles: «Estoy vigilando mi dieta, y quisiera una buena comida; vamos a ver lo que ustedes son capaces de hacer por mí.»

Lo difícil para la mayor parte de la gente que trata de mantenerse su peso normal, es que no sabe lo suficiente sobre las diferentes comidas para distinguir los amigos de los enemigos. Se encuentran perdidos cuando se ven ante un menú o frente a la tarea de comprar la comida para el día.

Esto es bastante desagradable, pues se sienten derrotados antes de empezar; para ellos, según parece, todas las comidas que existen, excepto cinco o seis, son comidas que engordan, y los pocos y desabridos alimentos adelgazantes que ellos conocen son, probablemente, de un gusto abominable. Practicar un régimen cuando no se conoce el valor de los alimentos, es lo mismo que jugar a los naipes si uno no sabe distinguir un as de una sota.

También sucede que muchas personas que no tienen tendencia a engordar no pueden concebir que uno pase la vida defendiéndose contra ciertos alimentos, pero en cambio nosotros los gordos sabemos bien lo que esto significa.

Si el lector tiene la paciencia de seguir adelante con este libro, podemos prometerle que podrá comer a gusto y no obstante vigilar perfectamente su tendencia a volverse gordo. Hay miles de personas que están practicándolo, y puede aumentar aún su número.

Puede suceder que la campaña que nosotros hemos llevado a cabo y la forma en que lo hemos hecho para mantenernos dentro de los límites normales de peso, no sean completamente del gusto del lector, en lo que se refiere a sus gustos individuales respecto a los diversos alimentos, pero esto no tiene verdadera importancia en la cuestión; lo realmente importante son los principios que ella contiene, en los que hemos fundado nuestra dieta. Es fácil para el lector aprender las reglas y luego jugar la partida como le guste más; puede usar los alimentos que le agraden, porque tiene amplio surtido para elegir.

Para que el lector se dé cuenta de cómo actúa este programa en la práctica, puedo relatarle mi experiencia personal. En el momento en que estoy escribiendo, mi peso es de 80 kilos, sin ropas.

Hace siete años, mi peso se hallaba alrededor de 86 y medio; me sentía muy bien y no había pensado en bajar de peso, cuando, en cierta ocasión, me fui al mar por unas largas vacaciones y, en esa época, un amigo me tomó una fotografía en traje de baño mientras yo estaba descansando en una silla en la playa y luego fue lo bastante cruel para regalarme una prueba del retrato.

No recuerdo haber experimentado mayor confusión y vergüenza que al verme en mi gordinflonería tal como me veían los demás. Furtivamente busqué una balanza; pesaba 94 kilos y yo, que sabía que estar demasiado gordo no es saludable, me sentí avergonzado. Había llegado la

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