Electra
By Benito Pérez Galdós and Germán Gullón
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About this ebook
Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós (1843-1920) was a Spanish novelist. Born in Las Palmas de Gran Canaria, he was the youngest of ten sons born to Lieutenant Colonel Don Sebastián Pérez and Doña Dolores Galdós. Educated at San Agustin school, he travelled to Madrid to study Law but failed to complete his studies. In 1865, Pérez Galdós began publishing articles on politics and the arts in La Nación. His literary career began in earnest with his 1868 Spanish translation of Charles Dickens’ Pickwick Papers. Inspired by the leading realist writers of his time, especially Balzac, Pérez Galdós published his first novel, La Fontana de Oro (1870). Over the next several decades, he would write dozens of literary works, totaling 31 fictional novels, 46 historical novels known as the National Episodes, 23 plays, and 20 volumes of shorter fiction and journalism. Nominated for the Nobel Prize in Literature five times without winning, Pérez Galdós is considered the preeminent author of nineteenth century Spain and the nation’s second greatest novelist after Miguel de Cervantes. Doña Perfecta (1876), one of his finest works, has been adapted for film and television several times.
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Book preview
Electra - Benito Pérez Galdós
ELECTRA
BENITO PÉREZ GALDÓS
ELECTRA
INTRODUCCIÓN
DE ELENA CATENA
PRÓLOGO Y EPÍLOGO
DE GERMÁN GULLÓN
4098_fmt.jpeg© De la introducción, Elena Catena, 1998, 2001
© Del prólogo y epílogo, Germán Gullón, 2020
© Malpaso Holdings S. L., 2021
C/ Diputació 327, principal primera.
08009 Barcelona
www.malpasoycia.com
ISBN: 978-84-18236-44-0
Maquetación: Palabra de apache
Imagen de cubierta: Rex Whistler - Lady Caroline Paget, 1930
Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente
prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio
o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las
fotocopias y la difusión a través de Internet), y la distribución de ejemplares
de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones
que determine la ley.
Para Andrés Amorós,desde siempre tan querido,
tan admirado.
Para don Antonio Roche y don Manuel Bonsoms,
por su paciencia, por su cortesía.
PALABRAS PROLOGALES
Hay obras en la historia de la literatura universal que constituyen un hito, porque captan un aspecto de la vida social cuya urgencia y relevancia las convierte en textos icónicos. Así sucedió con la obra de teatro, la Casa de muñecas (1879), de Henrik Ibsen, una defensa de los derechos de la mujer. Electra, de Galdós, supuso también al estrenarse en Madrid (1901) un auténtico bombazo, parecido al estreno del drama francés Hernani (1830), de Victor Hugo, que escenificaba la batalla entre los románticos y los clasicistas, mientras la española catalizó la opinión pública nacional. Abordaba un tema candente, la influencia de la Iglesia en las familias burguesas. Su onda expansiva fue enorme, hubo dulces, cigarrillos, cerillas, periódicos Electra, como si un artefacto de fragmentación hubiera explotado en medio de la sociedad española. Y un poco era así, la obra vehiculaba la frustración y la rabia de la clase burguesa progresista y de la llana con la política de la Restauración, que incumplió el programa de reformas nacional prometido tras la Revolución de 1868, cuando la reina Isabel II se vio obligada a abandonar el trono. Las reformas administrativas, la defensa de la separación de poderes, especialmente entre Iglesia y Estado, no acabaron de consolidarse, o se vieron entorpecidas, como la libertad de prensa, lo que impedía la normalización de la vida democrática. Además, los españoles acababan de sufrir la humillante pérdida de las colonias de Ultramar, la isla de Cuba, la perla de las Antillas, Guam y las Filipinas, que nos reducía a una potencia mundial de segundo rango.
El estreno de Electra en el teatro Español despertó las esperanzas de la clase intelectual, que ocupaba las butacas, de que la acción política, la protesta, iba a modificar el rumbo del país, dirigiéndonos hacia una era de progreso social. Galdós, sutilmente, y hoy lo entendemos mejor, confiaba más en los avances de la ciencia que en los políticos, que a fin de cuentas tienen influencia limitada sobre la vida social. Desde la publicación de su novela Doña Perfecta (1876), protagonizada por Pepe Rey, un ingeniero, y Máximo, el de esta obra, un investigador de la conducción eléctrica, dos científicos, venía indicando nuestro autor que los hombres de ciencia eran los responsables de la marcha hacia delante, del progreso de la sociedad española. Ayer como hoy, los políticos, y ese es el mensaje de Galdós, ejercen una influencia sobre una parcela limitada del dominio público, y desde luego el progreso compete a ingenieros e investigadores, hoy quizá debemos mencionar a biólogos moleculares e ingenieros digitales. El autor enviaba asimismo un fuerte mensaje sobre el valor de la conciencia humana, el terreno privado de cada ciudadano, de la propia persona, de la joven Electra, expresando que le pertenece al individuo.
En 1901, la recepción de la obra enfocó solo un aspecto del mensaje, porque como dije el clima social estaba condicionado por el descontento de los españoles con el estado de los asuntos públicos, y el anticlericalismo fue el sentimiento que unió los deseos de reforma, aunque, según comentaré en el Epílogo, la obra considerada en el siglo
XXI
permite una lectura de mayor alcance temático. El anticlericalismo se convirtió en una punta de lanza, el mensaje de la obra, que se repetirá en la prensa española y extranjera, caldeó los ánimos de la gente y, a la vez, suscitó la animadversión hacia su persona y obra de los conservadores y del clero, especialmente los jesuitas. Las repercusiones fueron importantes, y se evidenciaron cuando las fuerzas reaccionaras se opusieron años después (1912) a que le concedieran el Premio Nobel, un momento de infamia nacional, que le escamoteó la fama universal.
Hace diez años (2010), el dramaturgo Francisco Nieva hizo una versión moderna de la obra, que fue recibida con aplauso. Nosotros, con motivo del centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós (1943-1920), hemos querido recuperar la edición de Elena Catena de Electra, cuya publicación en 1998 supuso un hito en los estudios galdosianos. Ofrecía al lector el olvidado texto de esta obra dramática, la más famosa de un autor conocido principalmente por su obra narrativa, y la acompañaba con una introducción, donde con competencia crítica se explica la relevancia y el contexto de la obra. Sus palabras introductorias siguen siendo válidas, por eso las reproducimos aquí, y junto con las nuestras epilogales pensamos ponen al día la presentación de esta obra clave de nuestra literatura. Hemos actualizado también la bibliografía.
INTRODUCCIÓN
EL ESTRENO DE ELECTRA
EL ENSAYO GENERAL
En la última semana del mes de enero de 1901, más de un centenar de personas, residentes en Madrid, recibieron en sus domicilios una insólita invitación: En un tarjetón (11,5 × 8,5) el famoso novelista y autor teatral, don Benito Pérez Galdós, con la fórmula típica B. L. M. (besa la mano), seguida del nombre correspondiente, invitaba «al ensayo general de Electra, en el Teatro Español, el 29 del corriente a las nueve menos cuarto de la noche. Madrid y enero de 1901. (Personal e intransferible)». A la izquierda del tarjetón aparecía el dibujo-logotipo de las obras editadas por Galdós: un círculo con la figura de una esfinge alada —mitad cuerpo y rostro femeninos— sentada sobre una esfera, apoyados en ella sus brazos muy largos y asomando a los dos lados, en vez de piernas humanas, unas patas estilizadas. Rodeaba la imagen del logotipo un anillo con la divisa Natura, Ars, Veritas. Este logotipo se ofrece igualmente en muchas de las publicaciones actuales sobre nuestro autor, especialmente en Anales Galdosianos, desde 1965.
La invitación susodicha debió de ser recibida con asombro, y por supuesto produjo mucha expectación, pues el tipo de ensayo que se ofrecía de un modo tan formal era una experiencia nueva en España. Las invitaciones fueron enviadas a la flor y nata de los periodistas, artistas, pintores, músicos, escritores, políticos y médicos de la capital de España, que entonces bordeaba el medio millón de habitantes.
La novedad de aquel ensayo general fue que se representó con vestuario, decoraciones, muebles y todo lo concerniente a un montaje y puesta en escena total de una obra de teatro.
Conocemos detalles muy interesantes y sugestivos sobre aquel ensayo general del 29 de enero de 1901 en el Teatro Español de Madrid. Ramiro de Maeztu lo relató en un artículo publicado en El País con el título «El público desde dentro». Se describe en este artículo —el 31 de enero de 1901— la tensión emocional que había entre el público y la actitud impertinente y agresiva entre los más jóvenes invitados. También Maeztu ofrece la lista de las personas (hombres todos) más conocidos en el Madrid de entonces: Amadeo Vives, Pío Baroja, Valle-Inclán, Joaquín Sorolla, Echegaray y J. Martínez Ruiz, que todavía no firmaba con el seudónimo de Azorín. Al día siguiente, tuvo lugar el estreno de Electra: el Teatro Español se llenó —era el estreno oficial—; hombres de muy distintas ideologías estaban presentes. Lo notable es que todo el público estaba en cierto modo alertado, sabían todos «de qué trataba la obra» y lo sabían porque los asistentes al ensayo general de la noche anterior habían divulgado en los puntos neurálgicos de la opinión madrileña la impresión que les había producido la representación de Electra.
LA NOCHE DEL ESTRENO (30 DE ENERO DE 1901)
Todos cuantos iban entrando en el Teatro Español conocían la obra de oídas. En las redacciones de los periódicos, en las tertulias de los cafés, en el Ateneo de Madrid, en muchos despachos de los centros políticos, en la Universidad y, por supuesto, en muchos centros religiosos, sin excluir el propio obispado madrileño, es decir, en lo que más arriba hemos llamado centros neurálgicos de la opinión pública, el gran tema, la gran cuestión fue la obra teatral Electra.
Catorce veces salió Galdós a escena. Don Marcelino Menéndez Pelayo, cuya reacción favorable a la obra no cae en vacío (católico fervientísimo y maestro indiscutible de la historia literaria española, sus opiniones fueron aireadas por toda la prensa liberal) había afirmado que el cuarto acto de Electra «era uno de los actos más hermosos que se habían escrito en España» (El Liberal, 1 de febrero de 1901).
Baroja contó en sus memorias lo ocurrido en el famoso estreno. La representación fue interrumpida varias veces por los estruendosos aplausos del público y por los gritos contra el personaje de Pantoja. Ramiro de Maeztu, según el relato de Baroja, con voz tonante da un terrible grito de «¡Abajo los jesuitas!», cuando Máximo, en la escena
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del acto cuarto, acomete a Pantoja y agarrándole por el cuello le arroja sobre un banco que hay en el jardín del palacio de los García Yuste. Añade Baroja: «Entonces todo el público comenzó a estremecerse, y algunas señoras de los palcos se levantaron para marcharse». El grito de Maeztu y la reacción de las señoras de los palcos se repetirán en las calles y en los teatros hasta casi cinco meses después del estreno.
En ninguna escena, en ninguna frase de los cinco actos de Electra hay ni la más leve referencia, ni la insinuación a los jesuitas; sin embargo, los que gritaban contra ellos habían personificado en el personaje de Pantoja a un padre jesuita —el padre Cermeño— sujeto verdadero de una historia real: «El caso de la señorita Ubao», dado a conocer por toda la prensa nacional de aquel entonces, y del que trataremos más adelante. En cuanto a las señoras que abandonaban el teatro en plena representación manifestando así su repulsa y desagrado también fueron escena y actitud repetidas en los meses siguientes al estreno y siempre en ocasión de otros estrenos. Cuando los periódicos recuerdan estas actitudes, hacen constar que se trata de señoras: en el estreno de Madrid, Baroja es más preciso: «señoras de los palcos».
DESPUÉS DEL ESTRENO DE ELECTRA
Y luego llegó una especie de convulsión social que incluso fue calificada de «levantamiento general». En varias provincias españolas se proyectaron homenajes a Galdós, aunque en ninguna de ellas se tenían más noticias de Electra que las aparecidas en los diarios madrileños. Los amigos de Galdós que vivían en provincias, enterados del éxito de su obra, escribieron y hasta algunos enviaron telegramas —que por entonces solían utilizarse solo para comunicar las malas noticias— felicitando a don Benito. Leopoldo Alas, Clarín, le dice en carta:
Figúrese si estaré contento y entusiasmado con el gran éxito, único (subraya Clarín) de Electra. Aquí tampoco se habla de otra cosa. Todos me preguntan si conozco la obra. Si se hace algo general [subrayado], en Oviedo no nos quedaremos atrás. Si nos autorizan el mitin del 11 hablaremos en Campoamor [el teatro de Oviedo] Melquíades Álvarez y yo de Electra… de oídas. Mándeme la obra en cuanto se imprima.
El estreno de Electra produjo además otras reacciones, diríamos, pintorescas: aparecieron en las tiendas y mercados sombreros, caramelos, licores con el nombre de Electra. El restaurante Lhardy, el más famoso y elegante de Madrid, puso el nombre de la obra galdosiana a uno de los platos ofrecidos en el menú de la casa.
A finales del mes de febrero se estrenaría en el Teatro Eslava de Madrid una parodia de Electra con el título de ¡Alerta!, escrita por dos comediógrafos especializados en obras divertidas e intrascendentes, los señores Escacena y Muñoz. La parodia fue autorizada por Galdós. Esa clase de parodias de grandes obras famosas era muy popular en el Madrid de principios de siglo. El procedimiento fue estudiado por don Alonso Zamora Vicente en su «Discurso de Ingreso en la Real Academia Española» (1967). Allí se nos ofrecen curiosos ejemplos de titulación paródica: la ópera Carmen se