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Soledad
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Ebook226 pages2 hours

Soledad

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Las personas mayores que viven solas, a menudo, tienen unas relaciones sociales deficientes. No siempre mantienen un contacto frecuente con la familia o con los amigos y las condiciones de su vivienda o edificio, en ocasiones sin ascensor u otras medidas de accesibilidad, les limitan en su vida diaria. Este déficit en las relaciones se denomina soledad social.
LanguageEspañol
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Release dateAug 14, 2021
ISBN9791220835978
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    Soledad - Maria Phili

    La ausencia de un ser querido

    Cuando (por separación en la pareja, fallecimiento de un ser querido u otra causa) desaparece de nuestra vida alguien a quien hemos amado o que ocupaba un espacio estelar en nuestra cotidianeidad, nos invade una particular sensación de soledad, un vacío, una nada enmudecida que nos sume en la tristeza y la desesperanza. Hemos de sobrellevar la dolorosa percepción de horfandad, de ausencia de una persona insustituible. Nos vemos perdidos y sin referencias en las que antes nos apoyábamos para afrontar la vida.

    Somos seres sociales que necesitamos de los demás para hacernos a nosotros mismos. Y no sólo para cubrir nuestras necesidades de afecto y desarrollo personal, sino también para afianzar y revalidar nuestra autoestima, ya que ésta se genera cada día en la interrelación con las personas que nos rodean.

    La pérdida es irreemplazable pero no debe ser irreparable. Ese hueco o, mejor, su silueta, quedará ahí pero si nos permitimos sentir la tristeza y nos proponemos superarla a base de confianza en nosotros mismos, podremos reunir fuerzas para establecer nuevas relaciones que cubran al menos parcialmente ese déficit de amor que la ausencia del ser querido ha causado. Hemos de intentar que la carencia de esa persona no se convierta en una carencia general de relaciones. Esta soledad es dolorosa, pero puede convertirse en positiva si la interpretamos como oportunidad para aprender a vivir el dolor sin quedarnos bloqueados. Y para generar recursos y habilidades para continuar transitando satisfactoriamente por la vida. Debemos interiorizar y controlar el dolor, sabiéndolo parte inherente a la vida, aprendiendo a no temerlo y a no mantenernos al margen del sufrimiento como si de una debilidad o incapacidad se tratara. Quien sabe salir del dolor está preparado para disfrutarla la plenitud en momentos venideros.

    La soledad social

    La de quien apenas habla más que con su familia, sus compañeros de trabajo y sus vecinos es una soledad muy común en este mundo nuestro. Nos sentimos incapaces de contactar con un mínimo de confianza con quienes nos rodean, tememos miedo que nos hagan o nos rechacen. Plantamos un muro a nuestro alrededor, nos encerramos en nuestra pequeña célula (en ocasiones, incluso unipersonal) y vivimos el vacío que nosotros mismos creamos y que justificamos con planteamientos como no me entienden, la gente sólo quiere hacerte daño, para lo único que les interesas es para sacarte algo, cada vez que confías en alguien, te llevas una puñalada. Si la soledad es deseada nada hay que objetar, aunque la situación entraña peligro: el ser humano es social por naturaleza y una red de amigos con la que compartir aficiones, preocupaciones y anhelos es un cimiento difícilmente sustituible para asentar una vida feliz. Es una meta difícil y las estructuras y hábitos sociales de nuestra civilización frenan este empeño de hacer y mantener amistades, pero merece la pena empeñar lo mejor de nosotros en el intento.

    Esa soledad no deseada puede convertirse en angustia, si bien algunos se acostumbran a vivir solos. Se revestirá esta actitud de una apariencia de fortaleza, autosuficiencia, agresividad o timidez. Y todo, para esconder la inseguridad y el miedo a que no se nos quiera o no se nos respete.

    Hay también otras soledades indeseadas, como esas a las que se ven abocadas personas mayores, amas de casa, o quienes muestran una orientación sexual no convencional, o quienes sufren ciertas enfermedades, incapacidades físicas o psicológicas o imperfecciones estéticas.

    Un estado transitorio, nada más

    La soledad es una situación que hemos de aspirar a convertir en transitoria y que conviene percibir como no forzosamente traumática. Podemos mutarla en momento de reflexión, de conocernos a fondo y de encontrarnos sinceramente con nuestra propia identidad. Hay un tiempo para comunicarnos con los demás y otro (que necesita de la soledad) para establecer contacto con lo más profundo de nosotros mismos. Hemos de hablar con nuestros miedos, no podemos ignorarlos ni quedarnos bloqueados por ellos. Es conveniente que, en ocasiones, optemos por la soledad. En suma, equilibremos los momentos en que nos expresamos y atendemos a otros, y los que dedicamos a pensar, en soledad, en nuestras propias cosas.

    Vencer la soledad no deseada: unos pasos útiles

    Diagnóstico: qué tipo de soledad es la que estamos sufriendo y a qué circunstancias se debe.

    Conocernos bien. Dejemos a un lado el miedo a mirar dentro de nosotros, y afrontemos la necesidad de saber cómo somos: nuestras ilusiones y ambiciones, limitaciones y miedos, quién quiero ser, cómo me ven, cómo me veo…

    Fuera la timidez. Tomemos la iniciativa para conseguir nuevas relaciones. Establezcamos qué personas nos interesan, y elaboremos una estrategia para contactar con ellas.

    No hay nada que perder. El miedo al rechazo es un freno para entablar nuevas amistades o amores. El objetivo es importante, no nos andemos con remilgos.

    Sin victimismos. El mundo resulta en ocasiones cruel, vulgar y materialista, de acuerdo. Pero seguro que hay otras personas que pueden estar deseando conocer a alguien como nosotros.

    Encerrarnos en nosotros mismos es reconocer la derrota. A la mayorìa la soledad nos hace daño, y nos sienta mejor tener con quién hablar, intimar y a quién querer.

    No somos tan raros como a veces pensamos. No hay más que hablar en profundidad y confianza con cualquier persona para comprobarlo. Podemos llenar a más gente de la que creemos y nos pueden resultar atractivas muchas personas que tenemos muy cerca.

    CAPÍTULO 1: Voluntariado con personas mayores para combatir su soledad

    La unión de los términos envejecimiento y enfermedad no tiene por qué ser una constante, aunque sí es cierto que con la edad se van acumulando errores de toda una vida, que pueden alterar la salud. Por ello es muy importante la prevención y que ésta se realice desde edades tempranas. Cuando aparece la enfermedad en personas mayores, aumentan las posibilidades de que coincidan varias dolencias, lo que hace que una altere y potencie a la otra, y que sea necesario tomar varias medicinas a la vez. El cuerpo tampoco puede responder de la misma forma que antes, por lo que es muy probable que crezca el riesgo de que se pueda producir incapacidad si no se cuida de manera adecuada.

    Trato con la persona mayor enferma

    Cuando una persona mayor padece una enfermedad, tiene miedo, sobre todo a no sobrevivir y morir. Por ser mayor, se tiene la vivencia de la muerte de una forma más cercana que a otras edades más jóvenes y conocen la experiencia de otros conocidos que ya han fallecido, cuando no han sido sus propios cónyuges.

    Las formas más comunes de comportarse ante la enfermedad son:

    - Querer curarse. La mayoría se encuentra dentro de este grupo. Por ello las personas mayores suelen ser personas colaboradoras y agradecidas, siempre y cuando se les trate de la forma idónea.

    - No quieren curarse. Esto es muy poco frecuente, puede que deseen morir, pero si esto es así se debe a que se consideran una carga tanto afectiva, como familiar.

    - Quieren seguir enfermos para así manipular el entorno. Es poco frecuente, pero en algunas ocasiones, la persona mayor sólo ve esta situación como única medida de llamada de atención ante la falta de cuidados o afectividad por parte del entorno. Aquí los familiares deben saber cómo corregir esta situación. Un trato cariñoso constante y no sólo cuando están enfermos es una buena solución.

    Algunas recomendaciones útiles para los cuidadores en relación con las personas mayores enfermas son:

    - Intentar comprenderle, es decir, ponernos en su lugar, para así poder entenderle mejor.

    - Nunca hay que gritarle. Se le debe hablar siempre en tono normal, mirándole a la cara, y con contacto físico (dándole la mano, suaves caricias en el dorso, etc).

    - Es tan malo el pesimismo como el optimismo. Una visión realista, positiva, es la mejor forma de afrontar sus problemas.

    - Aunque es importante hablar con las personas mayores enfermas, lo más importante y lo más difícil es escuchar, escuchar sin prisas y sin críticas.

    - Todo lo relativo a la persona mayor, sobre todo a la de más edad, al igual que ocurre en el caso de los niños de menor edad, requiere paciencia, entre otras cosas porque la curación y la recuperación necesita más tiempo que en otras edades. Con impaciencia no alcanzará nada.

    - Como se ha comentado con anterioridad en otros capítulos, no es conveniente hacer las cosas que precisen más de lo necesario.

    - Hay que ayudarles lo justo, hacer lo que no puedan y dejarles cuando ya lo pueden hacer. Por ejemplo, podemos servirle y cortarle el pan, el filete, pero dejar que ellos se lo lleven a la boca.

    - El respeto de su intimidad es fundamental. Todo lo referido a la higiene corporal es siempre un daño a nuestro pudor, por lo que el respeto en este sentido es básico. Que el cambio de pañales o el baño se haga en intimidad ayuda a demostrar el respeto que se tiene por la persona a quien se cuida.

    El proceso de envejecimiento es inherente a la condición humana, por lo que lo que lo aconsejable, aunque no siempre resulte fácil, es asumirlo con naturalidad. No podemos evitar que cada día que pase seamos más viejos que el anterior, pero sí que el miedo, la tristeza o la apatía marque esa etapa de nuestra vida y de la de nuestros seres queridos.

    En nuestros días envejecimiento significa achaques, dolores, problemas, dependencia, soledad..., pero no siempre ha sido así y no tiene por qué ser así. El mejor punto de partida para cambiar esta visión se encuentra en una pregunta: ¿cómo queremos vivir la vejez? No es frecuente que este interrogante surja en una persona joven o de mediana edad. Ahí radica uno de los problemas que surge ante esta etapa de la vida. Se obvia y se ve como algo lejano y ajeno a nosotros, que no nos afecta, cuando lo cierto es que mañana seremos nosotros los que viviremos la realidad en la que hoy se encuentran nuestros mayores.

    La vejez es un destino que nos afecta a todos, por lo que la labor que hagamos por nuestros mayores significará trabajo para nosotros mismos. El envejecimiento no es algo estático, rígido, sino dinámico, cambiante, es decir, el que se vive ahora no será el mismo del de la siguiente generación, como tampoco es igual al de la generación anterior. Si echamos la vista atrás vemos que la vida de nuestros abuelos no es igual que la de nuestros padres o la de nuestros hijos. Por ello la vejez no es ni será la misma. Será diferente en cada generación, al igual que es diferente la sociedad en la que te toca vivir.

    No debemos olvidar que no hay cambios ni mejoras si nadie se implica. De nosotros depende la transformación de la imagen del envejecimiento. El primer paso es intentar comprender las necesidades de los mayores, sus miedos... siempre desde el respeto a unos valores que pueden ser diferentes a los nuestros. El segundo se basa en mejorar su atención porque si aprendemos a cuidar a nuestros mayores aprendemos a cuidar de nosotros mismos. En esta labor es esencial evitar lo más temido por la persona mayor, la dependencia. Por último, hay que insistir con los medios a nuestro alcance para que los gobiernos, los bancos, los servicios sanitarios y sociales, los más jóvenes, las ONG, la publicidad... en definitiva, la sociedad en la que vivimos, aprenda a valorar el envejecimiento, respete y no relegue a un sector de la población que en breve estará constituido por los que en estos momentos marcan las leyes, los comportamientos, el reparto de bienes y las decisiones.

    Hay muchas formas de envejecer. Se puede envejecer de forma acelerada, con el objetivo de ganar años a la vida y con el riesgo de un alto grado de dependencia, o bien se puede envejecer a un ritmo normal, con la meta de dar vida a los años y con un bajo grado de dependencia que se centraría en la última etapa. Con seguridad todo el mundo prefiere este segundo tipo de envejecimiento.

    Este tipo de envejecimiento es posible en la actualidad. Se conoce con el nombre de envejecimiento saludable o envejecimiento activo y numerosos estudios avalan sus resultados de menor dependencia tanto física como mental (menor deterioro cognitivo, afectivo y social). Envejecimiento no es sinónimo de enfermedad, de dolor, de necesidad de ayuda de una o más personas, de demencia... Todo ello es sinónimo de un mal envejecimiento. Envejecer con salud, pese a lo que en principio se puede pensar, no requiere una gran cantidad de dinero y está al alcance de todos. Si sabemos cómo envejecemos, podremos mejorar nuestro envejecimiento.

    La forma más sencilla de entender el envejecimiento sería la siguiente definición: Cambios que sufren los seres vivos con el paso del tiempo. El envejecimiento biológico, sus causas y sus remedios han sido objeto de interés desde que la especie humana fue consciente de lo perecedero de su existencia y de su inevitable limitación en el tiempo. Ya en papiros egipcios se encuentran descripciones de remedios y ungüentos que retrasaban el proceso de envejecimiento. La búsqueda de la fuente de la eterna juventud o los mitos sobre la inmortalidad han dado lugar a páginas inolvidables en la historia de la literatura universal.

    A pesar del interés que despierta el envejecimiento en el mundo científico, aún hoy no se conoce el mecanismo íntimo por el que se envejece. Sin embargo sí que se han delimitado mecanismos y factores que influyen en este proceso vital.

    Todos los estudios coinciden en afirmar que existe una base genética sobre la que actúan distintos agentes externos -que van desde el tabaco hasta las más diferentes patologías- que acortan o aceleran el envejecimiento.

    Las teorías más destacables sobre la biología del envejecimiento son las siguientes:

    Teoría endocrina. El envejecimiento se produce por una pérdida de las secreciones hormonales, en especial de las glándulas sexuales, que produciría el decaimiento orgánico que acarrea el envejecimiento. El padre de esta teoría fue el insigne Brown-Séquard, basada en su autoinyección de macerados de testículo, y Voronoff, conocido por los implantes de testículo de gorila.

    Teoría del reloj biológico. Según esta teoría, el proceso de envejecimiento está genéticamente programado. Dicho de otro modo, existiría el llamado gen del envejecimiento que, en un momento determinado, provocaría la aparición de los cambios moleculares, celulares y de sistemas que se observan con el envejecimiento.

    Teoría de los radicales libres. Esta teoría se basa en un fenómeno común que se produce en las células vivas de los organismos aerobios (aquellos que necesitan del oxígeno para vivir), el de los procesos o reacciones químicas de oxidación-reducción. Estas reacciones químicas,

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