Disfruta de millones de libros electrónicos, audiolibros, revistas y más con una prueba gratuita

A solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar cuando quieras.

Vivir el cuento: Antología personal 1985-2008
Vivir el cuento: Antología personal 1985-2008
Vivir el cuento: Antología personal 1985-2008
Libro electrónico283 páginas4 horas

Vivir el cuento: Antología personal 1985-2008

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿Cuántos mundos se pueden crear en más de dos décadas de carrera como cuentista? ¿Cuántos personajes? ¿Cuántas historias? Vivir el cuento no solamente procura contestar esas preguntas, sino que nos muestra a Uriel Quesada como artista y como persona de su tiempo. Dice el autor que una antología es a la vez una biografía. "Vivir el cuento" nos permite recorrer la evolución literaria, ética y vivencial de uno de nuestros grandes escritores.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ago 2021
ISBN9789930595343
Vivir el cuento: Antología personal 1985-2008
Leer la vista previa

Relacionado con Vivir el cuento

Títulos en esta serie (5)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Vivir el cuento

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Vivir el cuento - Uriel Quesada

    Uriel Quesada

    Vivir el cuento

    Antología personal 1985-2008

    Estimado lector: Muchas gracias por adquirir esta obra

    y con ello, apoyar los esfuerzos creativos de su autor y de la editorial,

    empeñada en la producción y divulgación de bibliodiversidad.

    Su apoyo implica impedir copias no autorizadas de la misma

    y confiamos plenamente en su honestidad y solidaridad.

    logouruk

    Colección Sulayom

    San José, Costa Rica

    Primera edición, 2021.

    © Uruk Editores, S.A.

    © Uriel Quesada.

    San José, Costa Rica.

    Teléfono: (506) 2271-6321.

    Correo electrónico: info@urukeditores.com

    Internet: www.urukeditores.com.

    Fotografía de portada: Nadia Reiman

    Prohibida la reproducción total o parcial por medios mecánicos, electrónicos, digitales o cualquier otro, sin la autorización escrita del editor. Todos los derechos reservados. Hecho el depósito de ley.

    Impresión: Publicaciones El Atabal, S.A., San José, Costa Rica.

    Para La Macha, Juanito y Carlos

    Una buena ley sería que el cuento

    no fuera ni novela ni poema ni ensayo,

    y que a la vez sea ensayo y novela y poema

    siempre que siga siendo esa cosa misteriosa

    que se llama cuento.

    Augusto Monterroso

    Introducción

    Las antologías personales pueden ser muchas cosas, pero principalmente son un espejo en el que el escritor se contempla a sí mismo. Por esa razón, en una primera instancia son un acto narcisista, y lo peor que le puede pasar a un autor es caer en la tentación de convertir una antología personal en una especie de «obras completas», donde todo cabe porque uno se cree imprescindible. Muy pocos escritores en el mundo han podido a lo largo de su carrera mantener un nivel de calidad –o de interés para los lectores– que permita que toda su obra sea legible o digestible con el paso del tiempo.

    Si uno trata de renunciar a ese primer impulso narcisista, llega el lento y doloroso proceso de selección. Al menos en mi caso, en el que escribir desata muchas de mis inseguridades, cada texto es sospechoso de tener muchas fallas, de haber envejecido mal y, sobre todo, de no decirme a mí como lector lo que me que decía años atrás. Para balancear la parte más narcisista con los temores, las demandas editoriales a veces ayudan. En mi caso, fue el número de páginas del manuscrito. Al momento de escribir esta introducción apenas he transgredido ese límite, aunque el primer borrador de este libro tenía muchos más cuentos. Como cuentista, sin embargo, las restricciones me guían y desafían, pero creo firmemente que me permiten llegar a mejores resultados.

    Al seleccionar cuentos la antología también se convierte en otra cosa, sobre todo en un documento biográfico. Queda lo que uno considera que debe quedar, lo que parece relevante o posible dentro de los límites que se han acordado con el editor. Como antólogo de la obra propia, uno debe tomar unos pasos atrás para poder ver lo hecho desde cierta distancia. Mis primeros cuentos datan de principios de los ochenta. Los últimos incluidos en este libro fueron escritos más de veinte años después de los primeros. La persona que escribió Te hemos traído el mar no es, ni por asomo, la misma que escribió Retrato hablado o la que escribe estas líneas. Ha pasado mucha agua bajo el puente, incluyendo muchas páginas y proyectos.

    En 1985 publiqué mi primer libro, Ese día de los temblores. En aquel entonces el mundo estaba a mis pies, pero no lo sabía. Tampoco estaba consciente de lo que significaba la carrera de escritor. Simplemente confiaba en que las cosas saldrían bien y que, de una manera u otra, llegaría a ser un escritor de tiempo completo. Al releer Ese día de los temblores encuentro ya una cuidadosa elaboración del lenguaje. Tal vez esa sea la mayor virtud de un libro que intenta recuperar una cotidianeidad, un mundo del cual el escritor apenas estaba aprendiendo. Creo que las historias, en su mayoría, quedan supeditadas al lenguaje, en lugar de que este sirva a las tramas. Como diría Alfonso Chase con respecto a El Ángel y Te hemos traído el mar, los dos incluidos en Vivir el cuento: «El elemento de belleza natural de la palabra construye el fondo de lo narrado, con nostalgia y maestría, escritos en lo profundo de la consciencia, poética que define lo narrado con elementos esenciales a su arte personal». Te hemos traído el mar ha sido reproducido múltiples veces, incluso apareció en una antología en inglés compilada por Barbara Ras. En 2007, el cuento se leyó como parte del currículo de un colegio universitario de Virginia. Fui invitado a dar una charla y a participar en otras actividades con estudiantes. Al final de la jornada, camino al hotel, mi anfitriona hizo el siguiente comentario: «No entiendo cómo una persona tan afable como usted pudo escribir un cuento tan triste». Guardo esas palabras como uno de los más intrigantes elogios que he recibido.

    El atardecer de los niños (1990) representa a la vez una continuación y una ruptura. El libro, además, ganó los premios Editorial Costa Rica y Aquileo J. Echeverría. En un breve prólogo, Carmen Naranjo resume así el razonamiento del jurado del premio ECR: «Exquisito empleo del idioma, en cuanto a construcción y expresión cabal; la variedad temática; el amplio conocimiento del arte de narrar y la diversidad de técnicas narrativas empleadas». Gastón Gaínza, uno de los miembros del jurado, dijo en un artículo que el libro se imbricaba en un espacio de lo maravilloso y que, como ejemplo de la literatura del post-boom, su tema predominante era la indagación de la identidad. A más de treinta años de haber escrito esos cuentos, concuerdo como lector con las apreciaciones sobre El atardecer de los niños. Alguien me decía no hace mucho que la identidad (o identidades) era el tema al que volvía una y otra vez. Probablemente es cierto, pero me gustaría pensar que mis preocupaciones en torno a la identidad han madurado, se han vuelto al menos más concretas y más cercanas a los lectores. Para esta antología he incluido un par de cuentos fantásticos, Soñar lo soñado y Detrás de la puerta, así como el que da título al libro. El atardecer de los niños me gusta porque la trama se torna más relevante que los juegos de lenguaje. También me agrada que en pocas páginas se retratan varios personajes, todos vulnerables y en procura de resolver las tensiones entre tradición y cambio, entre ser niño y volverse adulto, entre vivir y enfrentarse a la muerte.

    Hacia mediados de la década de 1990 aparece Larga vida al deseo, un libro que marca un antes y un después en mi producción literaria. Si bien todavía hay cuentos fantásticos a la manera de Julio Cortázar –Cómo prepara la vajilla para un desastre es un claro ejemplo– la colección busca otros derroteros con historias que hablan abiertamente sobre la muerte, la responsabilidad civil, el amor y el deseo. Es un libro también más maduro, más enfocado en el desarrollo de los personajes y sus avatares. Dos cuentos me parecen particularmente relevantes. Larga vida al deseo se refiere a la búsqueda de una familia de elección. A pesar de las muchas mujeres que se cruzan en su camino, la atracción que Mesías, el protagonista, siente por ellas no es necesariamente sexual. Por el contrario, se basa en complicidades, en el hecho de haber sufrido bullying, en la discriminación por ser diferente. Si hay algo de experimentación con el cuerpo, esta se da desde el anonimato y el secreto, y es la posibilidad de «llamar las cosas por su nombre» lo que rompe el hechizo. Esta historia sin historia, por su parte, se contradice a sí misma en cada párrafo, o tal vez se refiere a una historia que no puede ser nombrada: la de los deseos imposibles, o más bien contenidos por algo que está dentro de los personajes. Es también un cuento sobre el voyerismo, como si el placer de ver fuera un paliativo a la imposibilidad de poseer.

    Mi siguiente libro, Lejos, tan lejos, es una obra de exilio. Su escritura refleja un desplazamiento: Nuevo México, Nueva Jersey, Florida, La Habana, Cartago… lo mismo ocurre con sus temas y sus paisajes, desde lo más urbano hasta los maravillosos espejismos del desierto norteamericano. Este libro también muestra un cambio de influencias. Lo maravilloso ha dado paso a la alucinación, los juegos de lenguaje procuran estar al fondo, como escondidos, para que la trama sea más transparente. Estos cuentos beben más del realismo sucio estadounidense que del realismo mágico latinoamericano, aún muy en boga en aquel tiempo, aunque transformado y asimilado por otras culturas. Ciudades como Las Cruces o Nueva Orleans se vuelven protagonistas centrales del relato, influyen en los personajes a tal punto que determinan su estado emocional. Esos personajes se extravían en las calles, pierden consciencia de sí mismos ante la riqueza que ven o por la inclemencia de un clima que jamás imaginaron que podía existir. Este es el libro que ha viajado más, y se ha dicho mucho de historias como Bienvenido a tu nueva vida o El elefante birmano. Un cuento que personalmente me resulta muy significativo es Lejos, tan lejos, que podría agruparlo con otros en torno a un problema central: la disolución del ser. Basado en un hecho real, mis primeras experiencias en Nueva Orleans, la trama se refiere a esos momentos límite en que todas las certezas están en crisis y el futuro se limita al instante mismo que se está viviendo. Sin embargo, al contrario de otros cuentos, Lejos, tan lejos ofrece una salida en la solidaridad entre marginados, en el cariño, en el contacto físico, en el calor humano. Creo que el personaje de La Figura, con su espíritu de lucha, su simpatía y generosidad, le permite al narrador retomar su vida y seguir adelante.

    El último libro que forma parte de esta antología es Viajero que huye, de 2008. Quisiera referirme a un ensayito al final de la colección titulado Post Scriptum, principalmente al siguiente párrafo: «las referencias a lugares y fechas al final de cada historia tienen el propósito de integrar a la ficción la circunstancia vital en la que el cuento ha sido escrito, algo así como una biografía oculta, apenas mencionada como dato». Esa idea de la biografía oculta me lleva de vuelta al principio de esta introducción. Si un libro como Ese día de los temblores es una búsqueda de la identidad desde un espacio cultural y político local/nacional, con un futuro que parecía cierto dentro lo que era la cultura costarricense de los años ochenta, Viajero que huye es su opuesto: la identidad no se encuentra ni aquí ni allá, se construye desplazamiento a desplazamiento, carece de asidero, emigra, deambula. Es, por lo tanto, un elemento fluido, capaz de cambiar y contradecirse. Tres de los cuentos incluidos en esta antología se refieren a ese fluir: Escuchando al maestro, Madame Sessmá y Retrato hablado. Por su parte, Todos los poetas muertos parte de una anécdota que me contó la escritora nicaragüense Irma Prego sobre el día en que se publicó la noticia de la muerte de Yolanda Oreamuno. Ese hecho afectó a quienes la conocían y admiraban, y me permitió componer un homenaje a gente fundamental en mi etapa de formación como escritor.

    Vivir el cuento está organizado en cuatro secciones con temáticas comunes. La primera, Las transformaciones tiene cuentos sobre personajes que experimentan profundos cambios, aun a su pesar. Esos cambios son un paso hacia otras realidades y experiencias vitales. Los deseos agrupa historias sobre amor, sexo y voyerismo. La mayoría de mis cuentos sobre la experiencia homosexual se encuentran en esta sección. Los mundos muestra algunas de las historias fantásticas (en los noventa se hablaría de «lo maravilloso») que se hallan dispersas en todos mis libros. La última sección, Los ausentes, aborda el tema de la muerte y el cambio, pero desde una perspectiva distinta a Las transformaciones. El morir es aquí más sombrío, con pérdidas que los personajes apenas empiezan a procesar.

    Durante los meses que he trabajo en la preparación de esta antología, he visto casi todos los episodios de una serie producida por la Universidad de Guadalajara, titulada Café Chéjov. Como su nombre lo sugiere, el programa se dedica al cuento. Por él han desfilado decenas de autores de habla hispana –apenas un centroamericano, Sergio Ramírez– que tienen una obra cuentística importante. También han participado algunos críticos y editores. El show siempre se inicia con una primera reflexión sobre lo que es un cuento, y quisiera referirme a ideas que me han gustado y que comparto en alguna medida. La escritora boliviana Liliana Colanzi, por ejemplo, habla de la extensión del texto como propósito y de la intensidad en la prosa que hermana al cuento con la poesía. El mexicano Ignacio Padilla llama al cuento un género utópico, que busca una imposible perfección –la imperfección, por contraste, sería el rasgo distintivo de la novela–, y así, lo que llega a manos del lector es el resultado de una derrota, los restos de un intento por encapsular un mundo completo en un texto caracterizado por la concentración e intensidad de los hechos narrados y la austeridad de los elementos de la historia. Clara Obligado habla de contar más con menos elementos; nos dice también que un cuento crece a través del despojo –de lo superfluo, aclararía yo–, de la condensación y contención. El editor Juan Casamayor insiste en la importancia de la elipsis en la composición de un relato, y nos advierte que la escritura final de un cuento ocurre en el acto mismo de su lectura.

    Personalmente creo que en la escritura del cuento hay un propósito de brevedad. Claro que breve es un concepto esquivo. Yo mismo he escrito cuentos de un par de renglones y cuentos de casi cincuenta páginas. La brevedad, sin embargo, se logra por un uso muy consciente de los recursos narrativos (las musas no existen, al menos no para mí), guiados por la concisión, la precisión y la economía. Como han señalado varios de los escritores antes citados, el lector juega un papel central en completar el sentido, expandiendo sin necesariamente proponérselo las posibilidades de significado del texto. Ese reto no es nuevo, viene de una larga tradición en la que los cuentos –orales o escritos– plantan en nuestra imaginación un mundo que vamos haciendo más y más complejo cada vez que leemos u oímos la historia. Como lector, me gustan las historias que me causan un impacto inicial, que no me dejan indiferente, que me invitan a volver para descubrir lo que está implícito o sugerido, lo que se dice como por casualidad pero forma el corazón del conflicto, lo que explica la reacción o el destino de los personajes.

    Algunos escritores clásicos se mencionan una y otra vez en Café Chéjov como fundamentales en la formación de las nuevas generaciones. Antón Chéjov, por supuesto, y en menor medida Edgar Allan Poe. También Guy de Maupassant, John Cheever, Flannery O’Connor, Alice Munro… De América Latina, Jorge Luis Borges, pero más aún Julio Cortázar. Juan Rulfo tiene sus seguidores, sobre todo en México, y de Brasil las referencias más recurrentes son Clarice Lispector y Rubem Fonseca. En mi altar personal están, además, Juan Carlos Onetti, Augusto Monterroso, Raymond Carver, Rodrigo Rey Rosa, Carmen Naranjo y Myriam Bustos. No puedo decir exactamente qué aprendí de cada quien. Sus influencias las descubro en detalles, en homenajes que pongo en mis cuentos a manera de pistas, en preocupaciones éticas y estéticas que han guiado la escritura de mis cuentos.

    Nueva Orleans, Louisiana, 11 de julio de 2019

    I

    Las transformaciones

    Abuela anda de viaje

    Abuela horneaba pan, galletas y bizcochos, como toda abuela. Le encantaba la sopa de verduras y sorber el café ruidosamente. Era una señora especial, tan distinta, tan contenta de ser quien era.

    Les rezaba a muchos santos, pues nunca quiso aburrir a uno solo con todos los milagros que necesitaba. A San Antonio, por ejemplo, le pedía únicamente la oportunidad de vernos a todos casados; a Santa Elena Mártir, que le dijera al oído el número premiado de la lotería; y al Santo Job que le diera paciencia para soportar a Santa Elena y sus malos consejos con la lotería.

    Vivía en una casa grande y cansada con mi abuelo el viajero, que andaba siempre visitando amistades, comiendo en las ferias, rezos y turnos, o cargando el santo principal en las procesiones. Como mucho tiempo pasaba sola, mi abuela tenía por amiga a una lora sin nombre y sin edad conocida. La lora se paseaba por una percha que mi abuelo puso en la cocina, llamándonos a todos. Alrededor de las tres decía: Fina, café. Mi abuela preparaba dos tazas y remojaba pedazos de pan español, unos para la lora, otros para ella.

    A veces hacía recuerdos de épocas alegres, riéndose sola en aquella casa donde ya no corrían niños. Entonces, la lora soltaba tales carcajadas que abría sus patas y dejaba caer el pan al suelo, perdiendo su merienda. A la abuela le conmovía el escándalo de la lora porque el pájaro había aprendido la forma de reír de todos, y como respuesta a sus cuentos la abuela escuchaba las carcajadas del abuelo viajero, de padrino, de papá, los primos, mis hermanos y yo. Era como si todos nos sentáramos a recordar con ella el tiempo de antes y nos hiciera mucha gracia.

    De cuando en cuando, con su bolsa de mecate y su mantilla bordada, se iba a los mercados, a las iglesias y las tiendas. Compraba estampas con oraciones, imágenes de santos, melcochas, alguna tela para sus vestidos largos de siempre, y todo tipo de hierba que pudiera curarle sus males. Era feliz así.

    Un día se le olvidó quién era mi abuelo. Se le quedó mirando largo rato antes de preguntarle si se conocían de algún lado. A mi abuelo viajero le dio un susto tan grande que llamó a los tíos y a papá para pedirles consejo. A ellos más bien les pareció muy cómico, podría ser una broma de la abuela, y decidieron no preocuparse.

    Yo fui a verla y la encontré tan alegre como siempre. De pronto, interrumpiendo su charla, me dijo: vaya a buscar mi pupitre y mi pizarra porque ya debo irme a la escuela.

    Yo no entendí qué ocurría, pero a mis tíos les hizo gracia y me dijeron que los viejitos, a veces, viajan al pasado. Debés estar listo, ellos simplemente hacen la valija y se marchan sin avisar. Parecía cierto. A ratos abuela era la de siempre, enseñándole palabras a la lora, horneando pan o tratando de mantener limpia la casa fatigada. A ratos era una muchacha que iba hacia la costa en carreta, o la señora que recibía visita de sus viejos amigos, gente que yo no podía ver pero ella sí.

    La abuela viajaba a su pasado. Cuando yo le pedí el secreto, llevame con vos, abuela, enseñame esos paisajes y esos caminos, y presentame a tus amigos invisibles, se sorprendió y, muy triste, no supo qué decir. Le pregunté a mis papás. Ellos respondieron: eso es secreto de viejos. Cuando yo lloraba queriendo irme con ella dentro de una historia, el abuelo viajero me daba un abrazo gentil, me explicaba que ella no podía llevarse a nadie, y lloraba unas lágrimas conmigo.

    ¡Seguro era un mundo tan bello! Una tarde entró en él y no quiso regresar de nuevo al nuestro. Ella seguía allí de carne y hueso, pero su pensamiento ya no estaba ni en la sala, ni en la cocina, ni frente al horno de asar bizcochos. Conversaba con los amigos invisibles, se iba a lugares que ya no existían, trabajaba con una máquina de coser imaginaria, escribía en su pizarra, o llamaba al cochero para ir a pasear en un domingo inacabable.

    Mi abuelo el viajero dejó de andar de sitio en sitio para estar con ella. Le dio de comer, arregló su cama, tuvo siempre a mano un espejo, un cepillo y colorete para peinarla y poner algo de rubor en sus mejillas. Al tiempo regaló la lora, pues había olvidado las risas de todos. La casa cansada se volvió triste. La abuela se acomodó en su cama para no salir nunca más. ¡Había tanto que soñar!

    Una tarde me dijeron: no la vas a ver de nuevo, no es conveniente. Quise una explicación y papá dijo: es mejor recordar a la gente cuando está sana y feliz. Tu abuela se siente muy mal, no es justo verla así.

    Entonces pusieron en mis manos una foto suya. Estaba sentada entre los maceteros de geranio, con su vestido de ir al mercado y la misa. La mano izquierda apretaba un pliegue de su vestido. La derecha estaba extendida frente a la cámara como diciendo adiós. Parecía mirarme con sus ojillos sonrientes. Parecía estar en paz, con ese gesto hermoso de las personas para quienes soñar significa vivir para siempre.

    Te hemos traído el mar

    Hace diez años que no voy al mar. Tengo tantos deseo de verlo que esta mañana le rogué a mamá hasta hacerla llorar. Lo recuerdo muy bien, a pesar del tiempo y de lo pequeño que era cuando lo conocí. Casi puedo sentir su movimiento acompasado, el sonido como si estuviera masticando la arena, los botes a lo lejos sube y baja sobre las olas.

    Tenía seis años en aquel entonces. Fue la primera vez que lo vi, y papá me prometió regresar los veranos siguientes. Nunca cumplió. Luego vinieron los dolores, el día de octubre cuando por primera vez no pude sostenerme en pie, estos aburridos años en cama ocupados en inventar y creer promesas que, como la de regresar a la playa, nunca serán realidad. Recuerdo una a una las más importantes: primero curarme, después la maestra para completar mis estudios, la silla de ruedas para salir a la calle, el sillón para que no estuviera siempre en la cama, los libros con dibujos grandes, el radio portátil. Pronto me ofrecerán un sacerdote para ponerme en paz con Dios y sé que no lo traerán. ¿Alguien con tanto tiempo alejado del mundo, preso sin culpa, sin oportunidad de escapar de un cuarto viejo, qué daño o mal puede causar a nadie?

    Sin embargo, no debo ser malagradecido, algo me han dado sacrificándose en su pobreza para hacer soportable mi invalidez. Convencidos de la ineficiencia de la Seguridad Social, pagaron un par de consultas privadas a un especialista con la esperanza de que el diagnóstico estuviera equivocado. Oí cuando el doctor les dijo que lo único por hacer era esperar y pedir un milagro al Señor. Respiré más tranquilo, el doctor se despidió diciendo

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1