El umbral de una vida
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El umbral de una vida - Enrique Garza Grau
El umbral de una vida
Copyright © 2019, 2021 Enrique Garza Grau and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726712957
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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PRO - LOGOS
Me van a permitir que me ponga algo pedante. Imagino que están acostumbrados a que cualquier libro de cierto empaque cuente con un prólogo. Es lo suyo. La verdad es que nadie tiene muy claro para qué son estas especies de introducciones puestas previamente a lo mollar de una novela, como si se tratara de títulos de crédito de una película de toda la vida. Si vamos a la etimología (ya avisé que me iba a poner pedante), veremos que son dos palabras. Como de hecho he titulado estas líneas. Pro, que significa «a favor de», y Logos, «discurso». Todo esto en griego clásico (si pedanteamos, pedanteamos en condiciones), querría decir en román paladino algo así como que el que lo escribe va a hacer una apología, bien de la obra, bien del autor. A persuadir al lector de que lo que viene a continuación es como para no perdérselo. A alabar al autor como un nuevo Homero, un redivivo Cervantes, un Premio Planeta en ciernes.
Lo normal es que el libro haya sido comprado por el potencial lector con un cierto conocimiento de causa. Tal vez porque ya saben del autor, a lo mejor hasta personalmente. O de otra obra suya anterior, como podría ser en este caso por su Historia de un legajo. Tal vez porque el título le ha llamado la atención, o la portada le ha atraído mientras curioseaba entre los anaqueles de una librería de barrio. A lo mejor en la de una estación de tren, o cuando esperaba en un aeropuerto las cienes de horas previas al viaje. Y la contra solapa le ha terminado de animar, con esa breve sinopsis sobre el tema o asunto de la novela, para acabar así en las manos del lector.
¿Qué pasa entonces? ¡Que me da la sensación que no me estará leyendo nadie! En serio. ¿Hay alguien ahí leyéndome…? ¿Hola…? Lo que yo decía. Lo que suele pasar. ¡Que la gente con el libro ya comprado lo que tiene ganas es de leerlo! ¿Qué necesidad hay de perder tiempo con algún amigacho del autor al que habrá metido en el embolado de un prólogo que lo único que hace es demorar la ansiada trama que promete el título? ¡A ver si va a ser, además, un metepatas de esos que por querer animarte (más) a la lectura, va y te suelta un spoiler como ahora se llama a que te destripen la trama! Además en plan sutil. Algo así como «y el lector disfrutará con los personajes y con esta historia, aunque la misma no va a acabar como desean ni piensan». Leñes. ¡Pero si aún no había pensado nada!
Ya hemos condicionado al lector. ¿Y para qué? Pues para reafirmarse en que va a ser el último prólogo que lea. Y harán bien. Decía Paolo Sorrentino que «Algunas veces […] sientes en el prefacio tal exceso de entusiasmo y tal alarde de observaciones y de vértigos culturales, que terminas sospechando que el libro mismo no podrá estar a la altura del prefacio». No teman. Si finalmente alguno le ha dado por ponerse con estas líneas antes que a devorar la trama que les aguarda, ya verán como para nada es el caso. El libro supera obviamente con creces el prefacio. Es más, de nuevo espero que nadie esté perdiendo el tiempo con estas líneas sino aprovechándolo con la fructífera lectura del mismo.
Porque desde ya les digo que no voy a hablar de su trama. Desvelarles hasta qué punto está basada en hechos reales (un secreto: todos los que escribimos basamos nuestros escritos en hechos reales. Hasta Tolkien y JK Rowling, no les digo más), y en qué partes van a encontrarse con giros inesperados. No piensen que les voy a hablar de su estilo o al tipo de novela con que van a enfrentarse cada noche antes de acostarse, o pasando las páginas mientras van viviendo otras vidas yendo a sus respectivos quehaceres cotidianos. No seré yo quien les ponga en prevención ante lo que ha sido la labor de meses de trabajo por parte del escritor. ¡Quiá!
Pero si fuera del escritor de quien esperan que hable… otra vez voy a defraudarles. Porque, como comprenderán, mal no voy a hablar de él. Quedaría feo la rotura de confianza que en mí ha puesto para elaborar este parachoques literario que un prólogo es. Y porque si les cuento lo bellísima persona que es (que lo es, y muy amigo de sus amigos, que dicen los cursis que no saben decir otra cosa de sí mismos), pues se creerán que, como vivimos ambos en San Lorenzo de El Escorial, esto le va a costar un cocido de los buenos en el mítico Charolés. Que le va a costar, conste.
Aunque ni falta haría. Si en algo valoré el hecho de aceptar un compromiso y una responsabilidad con el autor para escribir estas líneas, no es por intereses deliciosamente espurios, ni por la gran amistad que cada vez espero mayor, con el autor. ¡Es que me encanta lo que escribe! Disfruto con las líneas de sus artículos, lo primero que leí de él, y con su prosa. Porque es una maravilla poder perderse en las páginas de sus escritos de manera en que te demuestra con toda la humildad de la que se pueda hacer gala, cómo esto de la escritura es un oficio. Un oficio para el que se ha preparado como tremendo lector que es (no les cuento cómo es su biblioteca para no darles la envidia que a mí me dio, y de la mala), y donde se ve plasmada tal afición en lo que ahora podría ser su profesión.
Está claro que nadie vive de la escritura. ¡Si lo sabré yo! Pero precisamente este conocimiento hace que esté convencido de que el nuevo libro de don Enrique Garza Grau, es el de un escritor profesional. Este nuevo libro de Quique, como ustedes le llamarán con cariño cuando tengan la ocasión de que les dedique un ejemplar que tú, maldito lector, te has empeñado en demorar la lectura por culpa de estas inútiles líneas. Un nuevo libro que va a ser un regalo impagable para todo aquél enamorado de esas historias que parecen imposibles. Que sólo son posibles en la mente de un escritor. Que no pueden ser verdad. Y que, sin embargo, Quique las ha hecho posible. ¿Cuánto habrá de cierto? En el relato que viene ahora eso es lo de menos. En el autor del mismo, todo.
Pasen la página. Traspasen el umbral. Sean bienvenidos. Y disfruten. Yo lo hice.
Javier Santamarta del Pozo
Politólogo y escritor
A mis padres, que tanto he querido.
Y se fueron juntos en el último capítulo.
1
Sabaudia
Amaneció. Una tenue y alegre lluvia de estrellas juguetea sobre el agua del lago: el reflejo, como chispas sobre el mar, lo acompaña una coral en oración de maitines de aves, peces y el eco suave de un sensual sonido que procede de la garganta del litoral boscoso. No recuerdo haber disfrutado nunca del alba como esta madrugada, mientras tomo notas en mi Moleskine recostada en la hamaca del jardín en el Hotel Il San Francesco. La luz de la aurora extrae sus enormes manos del vientre de la noche, comienza un nuevo día preñado de alegría y dolor; abrazos y odio; pasión y razón. Todo ello envuelto en celofán de verdes prados que lloran rocío, agua plata y oro y olor a primavera. La bruma atraviesa el lago sin rozarlo como un fantasma. Esta explosión de sensaciones me enturbia la pasión por vivir¿Cómo pudo ocurrir? Estoy aquí, viva, con una existencia repleta de pasado y enorme esperanza en el futuro. Tuve tiempo para pensar en el ser y el sentido de la vida, su temporalidad y la lógica de lo efímero. Todo ocurrió en un instante eterno. Benito Megalere intentó explicarme la sinrazón que mueve al hombre hasta convertirlo en asesino selectivo o indiscriminado: cómo actúan, cómo piensan y qué sienten esos monstruos. Suponiendo que pueda aceptar, aunque sea como hipótesis, que una persona de veintidós años capaz de causar aquella orgía de muerte y odio tiene sentimientos. Y si efectivamente los tiene, aunque sean turbios y sórdidos, he de plantearme: ¿qué gobierna su mente para que sus resortes intelectuales funcionen esclavizados por el Mal?
En una hora pasaré a desayunar junto a la chimenea francesa: me fascina la estética de este lugar. El juego del blanco en sus paredes y el negro del metal que en invierno recoge las brasas y su crepitar en mi corazón durante las tertulias horneadas con buena compañía y una copa de vino: la bebida de nuestra antigua Roma sobre la que tanto escribió Plinio El Viejo. El vino, es fuente de placer y vida, late su sangre en mi corazón como la libido de un adolescente. La calidez del ambiente calmado del hotel y su decoración exquisita, intemporal y victoriana, me transportan a la soledad en mi mundo interior.
Intenté recordar la versión oficial contada por Toul Abdel en su declaración a los Carabinieri. Confío ciegamente en que no se me turbe la memoria entre el sopor del sol, el cielo azul y la arena de la playa de Sabaudia. Quizá, es una buena terapia revivir el infierno y sobrellevar la ansiedad que desbrozó bajo el brocal del pozo de mi existencia:
–Siéntese señor Toul. Le voy a leer sus derechos ¿necesita traductor? –preguntó el comisario Aldo Abadinchi clavando su mirada desgarradoramente viva, tan natural como frecuente en los hombres italianos.
Sus ojos verdosos y el tronco algo orondo, le hacen un aspecto amable y sutil. La mirada la esgrime como su mejor arma en el interrogatorio: el rostro se perfila con trazos de aspecto bondadoso y cercano. Sus facciones amables, le resultan útiles para cautivar la voluntad del interrogado de forma paulatina, sin que este pueda percibir la intención del comisario. Aldo coloca las manos fuertes y blanquecinas sobre la mesa, tal y como le enseñaron en la academia. Los interrogatorios están totalmente medidos, estudiados gesto a gesto con un fin concreto: persuadir y escenificar lo necesario hasta que el interrogado subyugado por el diálogo, se someta a la impronta de los mensajes corporales del policía. Aldo va acorralando al interrogado como las realas lo hacen a los jabalíes en una montería.
–¿Conoce nuestro idioma?, ¿o necesita traductor? Sr. Toul.
–No necesito traductor. Entiendo italiano, español y francés.
–Pues bien, procedo. Tiene derecho a guardar silencio no declarar si no quiere; tiene derecho a no contestar alguna o algunas de las preguntas que le formulen, o manifestar si desea declarar directamente ante el Juez. Tiene derecho a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable, a hablar con su familia, a ser reconocido por un médico…
–Entiendo. Puede comenzar. Pregunte lo que quiera –dijo Toul, doblando el espinazo hasta adoptar en la silla, una posición casi fetal. Centró la mirada en sus sandalias de cuero hediondo marroquí. Volvió a levantar ligeramente la vista dispuesto a recibir con calma tensa la primera pregunta.
–¿Por qué vino a Italia en febrero? ¿Cómo llegó hasta aquí? –Aldo, es un maestro en el arte de la dialéctica persuasiva, freudiana. Maneja con paciencia y buen pulso cualquier interrogatorio. Su aspecto cándido, oculta la capacidad que tiene para usar con destreza toda la estrategia necesaria para desnudar la mente de un asesino; la misma que le permite seducir y desvestir a una mujer bella en minutos.
–Fui a Túnez a cumplir el mandato de Allah «A la persona que participe en la yihad por Su causa, y crea en la palabra, Allah le garantiza que le admitirá en el Paraíso o le traerá de regreso al hogar del que salió con la recompensa o el botín que haya ganado». Él me trajo. Llegué a Italia en una barcaza invivible, hacinado con noventa hermanos. Atravesé el Mediterráneo desde Al Huwariyah hasta Portoempedocle para liberar este mundo repugnante de infieles y canallas. Debo obedecer Su voluntad: luchar contra los enemigos del Islam. Pasé frío, mucho frío, me costó superar la hipotermia. Mis manos todavía están contraídas; algunos hermanos me vomitaban encima. Era consciente de que pasaría momentos de temblores y la piel cogería el color del mar. ¡Allah es grande! No me dejó perder el conocimiento para que pudiera cumplir mi misión. Lamento haber tirado al mar a los dos hermanos que se desmayaron, pero no hubo más remedio: si hubieran muerto en la barcaza, el pánico nos habría llevado a la deriva y se habría frustrado «Su misión». Gritaron como mujeres al caer al agua; los hermanos rogaban nuestra ayuda, sentí no poder ayudarles, pero de haberlo hecho habría muerto con ellos. La compasión es cosa de infieles, insana, Allah los acoge: él los arropa. Los elegidos, tenemos que cumplir Su voluntad sin dudas ni lamentaciones.