UN MESÍAS para un pueblo
Pese a lo que pueda parecer, ni el nazismo ni el estalinismo fueron, en puridad, regímenes antirreligiosos, sino, por el contrario, auténticas religiones de Estado en las que el culto tradicional a un dios se vio sustituido por el debido al líder mesiánico: lo que Hitler y Stalin –lo mismo puede decirse, con distintos matices, de Mao, Franco, Kim Il-sung y otros ‘hombres providenciales’– no toleraban era la competencia.
El 7 de noviembre de 1921, el periódico del Partido Nazi, el Völkischer Beobachter, publicó una breve circular. En el futuro, para referirse al máximo dirigente del nacionalsocialismo no se utilizaría el anticuado nombre de “presidente”; en su lugar, se le otorgaba el título de Führer (guía, caudillo, conductor), una denominación que, andando el tiempo, adquiriría connotaciones místico-religiosas. Más adelante, el periódico abundó en esta conexión: “En Hitler –podía leerse– hemos encontrado lo que desean millones de alemanes: un Führer y un nuevo mesías”.
CUESTIÓN DE FE
En los años posteriores a la abdicación del emperador Guillermo II, parte del pueblo alemán se encontró en una especie de vacío espiritual. La democracia era una opción muy plana frente a las glorias del antiguo Imperio germánico, y se suspiraba por un hombre capaz de reconstruirlas. “Deseamos que aparezca un líder que nos enseñe el camino”, escribió un periodista en 1923. “Será duro
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