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Rock’ando Por Los 70s
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Rock’ando Por Los 70s

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About this ebook

10 países .10 años. De Inglaterra al Tíbet.- 'Los libros de viajen no han llamado particularmente mi atención, sin embargo, las primeras diez páginas me hicieron cambiar de parecer. He leído muy pocos autores que puedan transmitir tanto carisma en la voz narrativa sin sonar falso. Estuve absolutamente fascinada por su narración.Se siente que Maggie te está hablando directamente. Algunos de los hechos que la autora mencionó me dejaron atónita, como los precios que pagó por los conciertos de bandas clásicas o cómo incluso dudó si valía la pena ir a una actuación de Elton John. La autora es honesta, ingeniosa y por momentos divertida.' Luna Stella Comentarista Independiente

LanguageEspañol
Release dateApr 13, 2021
ISBN9781005756116
Rock’ando Por Los 70s
Author

Maggie O'Brien

Maggie O'Brien was born in Bristol, UK of an English mother and Irish father. She lives and writes in Ireland. With an Honours degree in Philosophy, English Literature and German, she has performed her poetry and was broadcast by the B.B.C in the early 1990's. Maggie also paints

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    Rock’ando Por Los 70s - Maggie O'Brien

    Rock’ando por los 70s

    Thumbing Through the 70s.

    Este libro está dedicado a

    Cach y Maia, Seb, Madda, Majo Cabana

    Y todos aquellos en América Latina

    para quienes ésta década

    es cosa de leyenda

    Reconocimiento,

    Con cariño y gratitud a Marianna Hari, sin la cual esta traducción nunca hubiera sido posible

    Prefacio

    Este libro, no pretende ser nostálgico. Tampoco es un relato sobre lo ocurrido a lo largo de diez años. ¿Cómo podría serlo?

    Se trata de la promesa hecha a unos encantadores jóvenes que conocí tras bastidores en un festival de música en Buenos Aires, a finales de 2016.

    Me pidieron con mucho entusiasmo que les contara cualquier historia que tuviera sobre la década de los setenta, una década que les fue robada por un régimen brutal. Me vi contándoles anécdotas de mis viajes. Me hicieron prometerles que las escribiría todas.

    Mi cometido era escribirlas como si se las estuviera contando a ellos, sentados compartiendo en una mesa. De la mejor manera que he podido, cumplí esa promesa.

    Escribiendo estas anécdotas he aprendido mucho.

    Para mí, este libro revela las libertades que hemos perdido en tan poco tiempo, y los cambios que el turismo masivo ha provocado. Pero sobre todo, ha resultado ser una oda a la bondad humana.

    Predicadores, poetas y eruditos no lo saben,

    templos, estatuas y campanarios no lo muestran,

    si sabes el secreto procura no arruinarlo.

    ¡Mantente un Ser afortunado!

    Alan Price

    La musica que me llevo

    Hablando de mi Generación: The Who

    En la ruta para descubrirlo: Cat Stevens

    En medio de la nada: Dusty Springfield

    En un hotel, cariño: Elton John

    Viajando en un coche cama: Joni Mitchell

    Pregúntale a Alicia: Jefferson Airplane

    Pelea de Kung Fu: Carl Douglas

    Una noche en la ópera: Queen

    Todos Hemos Tenido, Esos Sueños: Bob Dylan

    El tiempo esta de mi lado, así es: The Rolling Stones

    Viniendo del frio: Bob Marley

    Días de un futuro pasado: The Moody Blues

    En un Carrusel: The Hollies

    Cada Foto Cuenta una Historia: Rod Stewart & the Faces

    Buenas vibraciones: The Beach Boys

    Tocando mi música bajo el sol: The Steve Miller Band

    Extraña Infusión: Cream

    Viviendo en el pasado: Jethro Tull

    Río profundo montaña alta: Ike & Tina Turner

    Llama Paraíso, a algún lugar: The Eagles

    Dios juega a las canicas con sus planetas: Donovan

    Una chica con ojos de caleidoscopio: The Beatles

    ¡Todos a bordo del Tren!:Crosby, Stills, Nash & Young

    ¡Dinero! Es una lata: Pink Floyd

    Ejerciendo cierto control: Roy Harper

    Fiebre de Noche. ¡Fiebre de Noche!: The Bee Gees

    Sobre aguas turbulentas: Simon & Garfunkel

    Deja Rodar los buenos tiempos: Little Richard

    En busca de los reyes míticos: Dorie Previn

    Súbete a un bus, Gus: Paul Simon

    Mis Mejores Deseos:Free

    En los caminos de la magia:Fleetwood Mac

    Un gurú está brujeando por allí: Loudon Wainright lll

    Construyendo sueños en tierras de un extraño: Supertramp

    Matándome suavemente: Roberta Flack

    Una noche maravillosa para un baile de luna: Van Morrison

    Krishna, Krishna. Hare. Hare: George Harrison

    Donde colisionan el camino y el cielo: Jackson Browne

    En la noche, las estrellas arman un show de gratis:The Drifters

    Podemos escuchar los botes pasar: Leonard Cohen

    Un tapiz terrestre desde el horizonte: Don McLean

    Hablando de mi Generación: The Who

    -Talking about ‘My generation’-

    En 1969, volé del nido. Si bien el mundo en el que nací y crecí era cariñoso nutridor, ya se me hacía demasiado pequeño. No tenía dinero para irme, pero eso no me detendría. Aun hoy en día, me cuesta comprender a quienes dicen: Quiero viajar pero no tengo el dinero. Yo tenía 17 años y había volado a Berlín por ocho semanas con el Voluntary Service Overseas (Servicio Voluntario en Ultramar). Esa organización costeó todos los gastos. Todo lo que yo debía hacer era ayudar a otros.

    El primer día completo de mi recién descubierta independencia, nos dieron un recorrido de bienvenida por la ciudad. Acabábamos de llegar del Punto de Control Charlie en el Muro de Berlín y nos paramos en el lugar donde John F. Kennedy pronunció su famoso discurso en 1963, donde exclamó ser ‘una rosquilla rellena de mermelada’. Era el 20 de julio de 1969 y, las multitudes se reunían frente a la vitrina de una tienda. Me acerqué para ver qué era lo que sucedía. De repente estábamos todos viendo a una fila de televisores que mostraban imágenes en blanco y negro del primer alunizaje.

    Considerando que era mi primer vuelo, el lema sobre el alunizaje de ese día siempre debió haber sido: Un pequeño paso para la humanidad, un gran salto para Maggie. Yo también había salido de mi mundo. Claro está ellos no tenían por qué saberlo. Sin embargo, era auspicioso, ¿no te parece? También era el verano previo a mi partida a la universidad, a 400 kilómetros al norte de Bristol, donde crecí. Estaba en movimiento. Mis alas mostraban estar funcionando bien. Mezclando metáforas, me había contagiado del virus de viajera. A partir de ese año, nunca más volvería a invertir mi vida en el conformismo o la cultura doméstica.

    Los años 70 fueron explosivos. La década era perfecta para que la juventud estuviera vibrante y, si no, estaban en un planeta diferente al mío. Claro, Gran Bretaña estaba hecha un lío, pero ¿acaso no era así siempre? Cosas más importantes estaban sucediendo. Roger Daltrey había encontrado su voz, Simón y Garfunkel estaban en su apogeo, Cassius Clay flotaba como una mariposa y picaba como una abeja y Cat Stevens era para morirse de lo guapo. Por otro lado, los Moody Blues nos llevaba a todos de cabeza con maravillosos álbumes conceptuales y los Beatles se estaban separando. Esos 10 años marcan un lugar en el tiempo que algunos ahora llaman la Década del Yo. Luego de toda la guerra y conmoción recientes, había una sensación general y genuina de que los políticos no habían logrado mejorar el mundo y tal vez el individualismo era el camino a seguir. Fuera lo que fuese, estaba más que feliz de ser parte de ello, de romper las reglas si era necesario y vestirme tan loca como quisiera.

    Durante los años 60, los hippies habían hecho volar por las nubes muchas de las formas de pensamiento antiguas para acuñar una frase. En los 70, cosechamos las recompensas. Los individuos, así como las culturas, tienden a glorificar una época pasada como una Edad de Oro. En mi caso, los finales de los 60s y los 70s sin duda, fue una época dorada para que los jóvenes tuviésemos oportunidad de viajar. El mundo entero estaba abierto de par en par, a un paso y una opción de distancia, para aquellos de nosotros que teníamos zapatos de viaje y picazón en los pies.

    La nuestra, fue la generación que presenció el nacimiento de las pequeñas bandas que se convirtieron en mega bandas. Estuvimos allí desde el principio. Como estudiantes universitarios británicos, les dimos apoyo para que lo lograran. Tal como lo dijo Pete Townshend de The Who en su famosa frase: Si las estaciones de radio piratas condujeron la primera ola del rock, entonces las universidades condujeron la segunda. Éramos parte del dos por ciento privilegiado del país, lo sabíamos y lo aprovechamos al máximo. A veces pienso que nuestra generación les dio mala fama a los estudiantes, pero tal vez sólo la empeoramos.

    A principios de los 70, la Universidad de Leeds era el lugar donde las bandas tocaban. The Who tocó en Leeds para mi cumpleaños en febrero de 1970. Para ese septiembre sería una estudiante de tiempo completo de ese lugar. Ahora puede sonar extraño, pero una sala que pudiera albergar a más de 2.000 personas, para ese entonces, era un gran lugar. Eso nos malcrió y echó a perder. The Who, Led Zeppelin, Pink Floyd, los Stones, Rod Stewart y the Faces, Free, Cream, Derek y los Dominos con Clapton… la lista sigue y sigue. Todos los sábados por la noche llegaban a tocar para nosotros y les hicimos saber exactamente lo que sentimos. ¿Sabíamos que llegarían a ser estrellas? ¡Bah!, por supuesto que no. Tampoco ellos. Todos éramos jóvenes. Los jóvenes no piensan a tan largo plazo.

    Sí, todos llegaban los sábados y, pagábamos £1. A veces aumentábamos hasta £1,50 pero solo para presionar y era causa de debate. En aquel entonces, con una libra podrías comprarte hasta 15 cervezas en la barra de estudiantes. Recuerdo claramente una acalorada discusión sobre si pagar 10 chelines (50 peniques) para ver a un nuevo chico llamado Elton John. Por lo que sabemos, era un pianista llorón que tenía un sencillo, Your Song, en las listas de éxitos. Esto no lo hacía muy atractivo para nosotros. No nos gustaba mucho su show.

    No sé qué nos hizo quedarnos, pero lo hicimos. ¡Oh, caramba, en ese entonces el joven Elton podía ¡rockear! Para entonces, solo tenía 23 años. ¿Con respecto a Rod Stewart? Muy agradecida Rod. Te aseguraste bien de que cada vez que entraba en un bar o un centro de estudiantes, una multitud gritara Maggie, desearía no... haber... visto nunca tu cara.

    Mi educación fue gratuita, la pagó el Estado. ¡Sí! Desde los cuatro años y medio hasta los 22 años, el gobierno asumió el costo de mi formación. Ahora es extraño pensar que en los años 70 Gran Bretaña se consideraba pobre, mientras que la educación, la atención médica, la odontología, tratamientos oftalmológicos y las recetas médicas eran gratis. Ahora que Gran Bretaña es supuestamente rica, todos estos servicios cuestan un mundo. ¿Cómo ocurrió eso? Divago al respecto.

    El año universitario tenía tres periodos. Cada periodo duraba ocho semanas. Saca tú la cuenta. ¡Lo tienes! Estaríamos libres 28 semanas del año. En esas largas vacaciones, conseguíamos trabajo en un bar, en una sala de bingo, una tienda por departamentos, una oficina o una fábrica. Después de un mes de trabajo, nos íbamos por Europa o donde quisiéramos. Vivíamos en playas, bosques o dondequiera que nuestras fantasías nos llevaran.

    Mi amiga Carolyn y yo viajábamos en autostop por Europa hasta Grecia. Hicimos el Gran Tour del pobre hombre, como el Voyager 2, en nuestros casos siguiendo los pasos de todos los grandes poetas y artistas europeos en siglos pasados. Entre muchos lugares, visitamos Ámsterdam, París, Roma, Venecia, Florencia, Milán, Pompeya y Atenas, terminando inevitablemente en una isla griega. Con frecuencia esta isla era Rodas o Corfú. En las largas travesías al sur, terminábamos durmiendo debajo de viaductos, en callejones e incluso una vez en las ruinas aún no excavadas de Pompeya. Tomábamos autostop en camiones, automóviles de todas las formas y tamaños y en las clásicas y populares furgonetas Volkswagen. Todo esto me permitió conocer a australianos, canadienses, estadounidenses y muchísimas personas de mi edad en toda Europa. A veces, parecía que estábamos viviendo en una película de Cheech y Chong.

    En nuestro destino, las islas griegas, junto con otros jóvenes como nosotras, dormíamos en playas desiertas en sacos de dormir o chozas de bambú, hacíamos masivas parrilladas de pescado fresco capturado a metros de distancia en el reluciente mar Egeo y festejábamos hasta que caer rendidos. Así vivimos hasta finales de septiembre. Realmente debo volver a la escuela, así que, buscamos aventón de vuelta.

    En ese mundo paralelo que llamamos real, vivimos los días oscuros de El invierno del descontento, la escasez de petróleo, las huelgas y la grisura general. Para nosotros, una de las mayores decepciones fue la decisión de Gran Bretaña de unirse al Mercado Común Europeo en 1973, un paso que parecía parroquial, condenando a nuestro país a la introspección. La Commonwealth funcionaba perfectamente bien y nos aseguraba amigos en todo el mundo. Europa era pequeña en comparación. Los estudiantes, votamos no por respeto a nuestros amigos de la Commonwealth y temíamos por los efectos en sus economías. Hoy existe una actitud diferente, una actitud de que Europa es la panacea es un mundo amplio. Los tiempos cambian. Supongo que es cuestión de zonas de confort.

    Por otro lado, siendo parte de la intelectualidad de la nación, ¡estudiábamos mucho! ¿Verdad? Dentro del exterior aparentemente anticuado de la Unión de Estudiantes de Leeds, habían construido una extensión enorme y moderna. Era una construcción audaz de hormigón blanco con áreas abiertas para sentarse y techos de vidrio. Salas de televisión comunes bien escalonadas, como los cajones del algún armario gigante, que se dejaron abiertas al mejor estilo estudiantil y nos honraban con su presencia. Hago mención a ellos, para darles una idea de la vida estudiantil y asegurarles lo sabiamente que gastábamos el dinero de los contribuyentes. Déjame invitarte a un típico jueves por la noche. Esa era una noche para estar allí, en esas salas de televisión. Los salones estaban absolutamente abarrotados.

    A las 6:30 pasaban a Tom y Jerry. Cuando el nombre Fred Quimby aparece en la pantalla, y se escucha el rugido de ‘¡Yay, Fred Quimby!’, que surgía de la multitud aglomerada. Luego de las caricaturas seguía Star Trek con el inimitable Capitán Quirk. Por muy ingenua y poco convincente que parezca ahora la serie, Star Trek era radical.

    Mucho, mucho tiempo antes que la audiencia participara en los shows de Rocky Horror, para un hombre, cientos de nosotros cantábamos al unísono: Con astucia ser audaz, ir donde ningún hombre ha ido jamás. Había un silencio momentáneo y ensordecedor antes de un final impactante. Cuando la tripulación de Quirk hacía una misión de salida, siempre aparecía un miembro del reparto desconocido. Cantábamos: No. ¡No lo hagas! ¡Revisa tu contrato! Naturalmente, nos ignoraría e inevitablemente vendría un ataque.

    Después de nuestro viaje semanal por ese universo de látex y poliestireno, cantábamos: Dum dee dum dee dum dum dum dum, que era la introducción a esa otra nueva serie, El Circo Volador de Monty Python.

    El equipo de Python tiene mucho por lo que responder. Esos tipos influyeron mucho en la conversación de los estudiantes. Teníamos que conseguir nuestra dosis semanal de frases para encajar en nuestro vocabulario diario. Mi favorita era me duele el cerebro, pero la lista es larga. Sus escenas se convirtieron en parte de nuestra psique. Nunca dejaban de aparecer en mi mente cuando mi vida daba un giro hacia lo surrealista o completamente cómico. El equipo de Python era anárquico. La animación de Gilliam no se parecía a nada que hubiéramos visto antes. Un sketch en particular resultaría invaluable para cuando finalmente me pusiera en marcha. Era el sketch del libro de frases. En resumen, es una escena entre un turista y un típico inglés. El turista se refiere a su libro de frases, y entrega las traducciones más absurdas, un ejemplo clásico es Mi aerodeslizador está lleno de anguilas. Recuerda esto mientras avanzamos.

    Entonces sí, el sistema Full Grant me dio y, a miles como yo, la maravillosa oportunidad de desplegar nuestras alas. Llevó a una niña de clase trabajadora de una comunidad rural al vertiginoso crisol de una universidad de los años 70. Me presentó a personas de todos los ámbitos de la vida y posición social. Cené con la realeza, los ministros, parlamentarios, e incluso me emborraché con Leonard Cohen. Vivía, amaba y reía con los hijos de los mineros del carbón, y con Polloi y Hoi Oligoi por igual. Aprendí que las personas son personas, para bien o para mal.

    El único problema con la universidad era que el trabajo se interponía a la diversión. Si esa no es una lección para la vida, no sé qué pueda ser.

    A los 22 años, había completado casi 18 años de educación pública. Yo era una B.A., con honores. Licenciatura con un postgrado en Educación. Que eso no te engañe. Los certificados no garantizan la inteligencia. A menudo pueden significar una gran memoria. Había cumplido la promesa a mi abuelo de recibir una educación. Sigue las reglas y se libre, me dijo. Basta con afirmar que tengo ingenio suficientemente para comprender que, a plena conciencia, no podía simplemente dar la vuelta y regresar al salón de clases. ¿Qué podía saber yo que valiera la pena? Por lo que pude ver, no tenía nada que ofrecer a los niños. No estaba lista para ser un modelo a seguir para nadie. No. Era hora de ir por la vida con valentía, enérgicamente, por así decirlo, y con audacia.

    En la ruta para descubrirlo: Cat Stevens

    -On the road to find out-

    Una soleada tarde de primavera de 1975 nos encontrábamos mi amiga Pat y yo esperando el tren de Newcastle en la estación de trenes más antigua del mundo, Temple Meads, en Bristol. Estábamos abrumadas por llevar nuestras mochilas absurdamente pesadas. Estábamos armadas con tan solo los pasaportes, membresías de albergues juveniles, un permiso de conducir internacional, las tarjetas viejas de membresía de la Unión de Estudiantes, £200 cada una, un espíritu despreocupado y tres direcciones clave. Esos tres eran contactos en Newcastle, Stavanger en Noruega y otra en Irán que probablemente nunca usaríamos.

    Sería descortés de mi parte si no menciono el arma secreta que llevábamos. Una actitud positiva y una extraordinaria confianza instaurada y alimentada por nuestra notable escolarización a manos de maestras supremamente dedicadas; mujeres que lograron mantener su paciencia, principalmente, con un grupo de adolescentes que se pasaban de listas.

    En los años 60 y 70, el ahora tan maldecido sistema de Subvención Directa abrió el camino para que los niños más brillantes de las familias más pobres cosecharan las recompensas de una educación de primera clase de forma gratuita. Estudiamos y jugamos en una enorme y antigua casa georgiana, en la parte más elegante de nuestra ciudad. Lo mejor de todo fue que nos llevaron bajo las alas de mujeres que habían llevado vidas extraordinarias por derecho propio y que eran incapaces de siquiera insinuar que las mujeres eran de alguna manera menos competentes que los hombres. Tristemente, las escuelas como La Retraite son cosa del pasado.

    El primer destino fijado fue Newcastle, donde pasaríamos la noche con un viejo amigo de la escuela. Desde allí podríamos subir a un ferry hacia Stavanger. Después de eso, simplemente tomaríamos las cosas según vinieran. Eso era todo. ¡Oh sí! Ambas querríamos entrar en Rusia si pudiéramos. Ese era nuestro plan, si puede llamarse así. ¿Respecto a la escasa suma de dinero? Cometimos un error de novatas al trabajar en una fábrica durante los últimos ocho meses para ahorrar dinero, solo para gastar cada paga tan pronto como la recibíamos. Después de años de ser estudiantes y todos esos exámenes, pensábamos que lo merecíamos. ¡Que les sirva de lección!

    En el mundo actual, la comunicación móvil es real. En aquel entonces, era una fantasía reservada para Star Trek. Aún no se habían inventado los años sabáticos. De todos modos, no se acercan a la sensación de aventura que ambas sentimos ese día en Bristol. Creo que los años sabáticos implican planificación. Qué noción tan peculiar.

    La gente me dice que soy valiente. No estoy muy segura de eso. Me veo como una clásica tonta, por ejemplo William Kempe, el Infame Isabelino. ¡Qué tipo! Bailó la Danza Morris ref 1 por 161 kilómetros desde Londres a Norwich en el año 1600, una travesía de nueve días repartida en varias semanas. Sin embargo, las multitudes lo aclamaron durante todo el camino. Yo no tenía ninguna expectativa.

    Pasamos la noche en Newcastle. De vuelta en Temple Meads, habíamos decidido que teníamos que deshacernos de la mayor parte de nuestro equipaje. Las mochilas eran ridículamente voluminosas. Abandonamos prácticamente dos tercios de nuestra carga y la donamos a la caridad.

    El ferry escandinavo fue una sorpresa agradable. Reluciente, limpio y amigable para los niños, muy lejos del transporte público en mal estado que Gran Bretaña ofrecía. Era obvio que estábamos entrando en una cultura que se preocupaba mucho más por su gente a la hora de la retribución por sus impuestos.

    Stavanger apareció lentamente a la vista. Mis amigos nos recogieron en el pequeño y próspero puerto. En poco tiempo, estábamos comiendo en su encantador departamento. Su maravillosa hospitalidad nos permitió cuatro días para tomar algunas decisiones y tratar de trazar algún tipo de ruta.

    Si vas a enfermar durante una larga aventura, es mejor que lo hagas lo antes posible. Es lo que me sucedió. Estuve enferma los primeros tres días. Sin embargo, nuestros amigos nos llevaron a hacer turismo y sobreviví.

    Si deseas evocar una imagen mental del paisaje noruego, nada mejor que detenerte en estas palabras: majestuosa, impresionante, magnífica y prístina.

    Visitamos un fiordo cercano. ¿Qué puedo decir? En comparación con las aguas contaminadas alrededor de la costa de Gran Bretaña, ¡esto no era agua! Era un espejo monumental que reflejaba perfectamente las empinadas laderas cubiertas de árboles que se deslizaban hacia abajo para mirar el agua y saborear el esplendor de su imagen. El impacto era dramático. Como es arriba es abajo.

    Algunos lugares en este planeta emanan la sensación de ausencia de personas. El cuerpo y la mente lo captan. Estoy segura de que no soy la única que lo siente.

    Noruega era uno de esos lugares. Fue un suspiro de alivio. Mis pensamientos ya no estaban apretujados ni se empujaban para luchar por la atención. Mi cuerpo se relajó. La impresión de espacio fue fenomenal. Allí solo había naturaleza.

    Demasiado pronto, era hora de irse. Cogimos un autobús local a las afueras de la ciudad y desembarcamos en ese punto revelador donde el camino asfaltado se convirtió en una trocha. Creo que esto es lo que comúnmente se llama El final del camino. Muy bien, lo sé, para los menos románticos, ¡A mover más fuerte el codo! A estas alturas, has considerado lo impráctico de hacer autostop en esa gloriosa ausencia de personas. No lo hicimos. ¿Quién dijo que bailar la Danza Morris era práctico?

    Con pocas carreteras e incluso menos automóviles, sacamos el pulgar y esperamos. Esperamos un poco más y luego esperamos. ¿Mencioné que esperamos? Luego caminamos. Para los sensibles entre ustedes, siendo justa, nunca conocerán a Pinocho, ¿verdad? Nosotras si lo conocimos.

    Se detuvo en su camioneta pick up, un hombre adulto ahora, un niño ya crecido, pero lo habría reconocido en cualquier lugar. Los detalles resaltantes eran su pequeño y divertido gorro de lana y, esos tirantes estampados debajo de su chaqueta. Pero además, también tenía una nariz enorme. Pinocho bajó la ventanilla de su pick up y gritó: ¿Bergen? Como no teníamos idea de a dónde íbamos, no importaba mucho a dónde fuéramos. Lo que había salido de su boca era nuestro destino. Asentimos y subimos a bordo.

    La otra razón por la que este joven se merecía el nombre de Pinocho fue por su evidente falta de vocabulario. Durante las siguientes siete horas, más o menos, contó del uno a 1.000 lo suficientemente lento como para inducir un coma. Lo hizo en inglés, alemán, francés, italiano, noruego y sueco. Creo que tenía la intención de impresionarnos. Ciertamente a él le impresionaba y divertía. Cada vez que alcanzaba un factor de 10, se volvía, sonreía y nos animaba a unirnos. Declinamos.

    Pinocho intercaló su recital numérico con 'masse sno' que incluso nosotras, que no hablábamos noruego, podíamos entender. Sin embargo, tenía una agradable manera de decirlo, con deleite envuelto en asombro. Sí causó una impresión, pero no la que pretendía. Recordaré esas dos palabras noruegas hasta el final de mis días.

    Afortunadamente, el paisaje que danzaba por esa ruta costera era fascinante. Observaba unas de las vistas más dramáticas del planeta. En algún lugar, después de 999 en italiano, cogimos un ferry. ¡No me preguntes hacia dónde! Nuestro chofer hizo aparecer un gran termo de café y lo compartió amablemente. Nos paramos en cubierta y observamos con asombro. Después de casi una semana, me di cuenta de que lo habíamos hecho. En realidad estábamos en Escandinavia.

    Bergen era pintoresco. Pinocho nos dejó en un muelle medieval llamado Bryggen. Creo que hoy en día, el lugar es Patrimonio de la Humanidad. No estoy segura. Si no lo es, debería serlo. Viejas y coloridas casas de madera alineadas en el muelle, puestas contra las montañas que rodean la ciudad. El paisaje era una cubierta de una caja de rompecabezas. Siendo Noruega, las laderas estaban alfombradas con bosques de pinos, y cuando llegamos, los enormes árboles estaban cubiertos de ‘masse sno’, de masas de nieve.

    Después de despedirnos efusivamente de Pinocho, que se alejaba contando ya por los 757 en alemán, encontramos el albergue. La señalización es otra cosa en la que se destacan los escandinavos. Aquí en Bergen, encontramos una nueva palabra para describir a Noruega: costoso.

    Me imagino que Bergen ha cambiado mucho en los últimos 40 años. Me pareció una de esas pequeñas gemas listas para la explotación turística. Por el momento, estaba casi vacía, evidenciándose por todas partes los dos pasatiempos principales del lugar, esquiar y pescar. Espero que la comida haya mejorado. La elección era inexistente: comida con o sin pescado. No era inconveniente, pero no éramos las turistas promedio. Los precios, sin embargo, si nos incomodaban. Eran terroríficos.

    Bergen tenía un increíble funicular que subía por las laderas tirado por dos primos escandinavos de Thomas el Motor Tanquero. Desde arriba, teníamos la vista panorámica de la belleza de esta zona. Paisajes majestuosos esperaban por nosotras. Todavía teníamos dinero, pero se desvanecía rápidamente. Al poco tiempo, estábamos de nuevo en carretera.

    En este punto, Noruega se vuelve un poco borrosa. Creo que sé por qué. Eso lo genera el viajar en coche y camión. En un vehículo, todo se acelera. Te sentirás muy cómodo al ver pasar el paisaje. Nunca presté atención exactamente de dónde estábamos. No había necesidad. Teníamos una vaga noción de que llegaríamos al extremo norte, a Narvik y, a través de esa línea imaginaria, a lo que el mundo llama Círculo Polar. Sacamos los consabidos pulgares.

    Hay mucho de nada en Escandinavia.

    Después de casi un día entero viajando con una dulce pareja de ancianos, nos encontramos en medio de la nada. En este lugar en particular, los bosques y los renos eran nuestros únicos compañeros. Altos pinos se erigieron como centinelas. El aire era dulce y la vida se sentía nueva. Caminamos un poco y caminamos un poco más. Caminamos y encontramos un anillo de piedras ordenadas alrededor de trozos de troncos,

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