Juan Carlos Aragón: El Carnaval con mayúsculas: Una revisión de la obra del Capitán Veneno
By Jaime Cedillo and Juan José Téllez
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"Jaime Cedillo, un joven poeta toledano, se atreve a escudriñar este reciente mito de una manera cordial pero rigurosa, en donde el entusiasmo del seguidor no nubla el espíritu analítico sobre su obra. Bajo el título de Juan Carlos Aragón: el Carnaval con mayúsculas late, como en su subtítulo se indica, "una revisión de la obra del Capitán Veneno". Cedillo contextualiza algunas de las mejores letras del creador gaditano, entrelazando su biografía con la historia reciente de la ciudad. En este libro se advierte una percepción plural de la obra y la persona de Aragón. La droga, la prostitución, la corrupción política o la hipocresía social son algunos de los lugares comunes por los que transcurren las cuartetas de Aragón, quien también mantiene una relación nutricia con la canción de autor, lo que influiría notablemente en sus creaciones".
Del prólogo de Juan José Téllez
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Juan Carlos Aragón - Jaime Cedillo
Jaime Cedillo
Juan Carlos Aragón:
El Carnaval con mayúsculas
Una revisión de la obra del Capitán Veneno
Prólogo de Juan José Téllez
© Jaime Cedillo
© Prólogo: Juan José Téllez
© 2021. Editorial Renacimiento
www.editorialrenacimiento.com
polígono nave expo, 17 • 41907 valencina de la concepción (sevilla)
tel.: (+34) 955998232 • editorial@editorialrenacimiento.com
Diseño de cubierta: Equipo Renacimiento
© Fotografía de cubierta: Joaquín Ferrer (Lucena)
isbn: 978-84-18818-00-4
prÓlogo:
Juan Carlos Aragón, contradictoriamente fiel
«Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver». Esa recomendación de Humphrey Bogart en la película Llamad a cualquier puerta, tuvo que oírla y apropiársela Juan Carlos Aragón Becerra (Cádiz, 26 de mayo de 1967). Licenciado en filosofía, profesor, escritor libresco –La risa que me escondes, El carnaval sin apellidos, El carnaval sin nombre, Los últimos versos del Capitán Veneno, El pasodoble interminable–, la afición le aclama como un formidable letrista del Carnaval de Cádiz, aunque su personalidad y creatividad fueran poliédricas.
Su prematura muerte –¿cuál no lo es?– truncó una brillante carrera en distintos ámbitos –también escribía artículos periodísticos a través de una suerte de blog personal e intransferible–, pero sobre todo le añorarán quienes le contemplan como referente del carnaval gaditano, para el que firmó más de 41 comparsas y chirigotas, e incluso dos coros. Sin embargo, también esas mismas circunstancias han engrandecido su leyenda incluso fuera del círculo cerrado, cada vez más amplio, del carnaval.
Jaime Cedillo, un joven poeta toledano que sorprendió a los lectores avisados con Intramuros, su primer libro de poemas, comparte la vocación literaria con la del Carnaval a través de una agrupación que construye su propio repertorio en la localidad de Torrijos. Y en esa confluencia creativa, compartida en su día por el llorado Ignacio Montoto, Cedillo se atreve a escudriñar este reciente mito de una manera cordial pero rigurosa, en donde el entusiasmo del seguidor no nubla el espíritu analítico sobre su obra.
Bajo el título de Juan Carlos Aragón: El Carnaval con mayúsculas late, como en su subtítulo se indica, «una revisión de la obra del Capitán Veneno». Para ello, Cedillo contextualiza algunas de las mejores letras del creador gaditano, entrelazando su biografía con la historia reciente de la ciudad. Y es que, a tenor de lo que en este libro se vislumbra, uno y otra se complementan y el genius loci no se convierte en una hipótesis, sino en una evidencia. Siguiendo a Juan de Mairena, Juan Carlos Aragón asumiría la tradición celta del bardo, que se convierte en voz de la tribu.
Eso es lo que viene a concluir Jaime Cedillo, tras la exploración de los sucesivos cantos que fuera desgranando a través de sus libretos carnavalescos y de sus otros versos: a la tierra y a la ciudad, al amor y a lo social, la gente corriente, la política o las controversias que también generaron su peripecia biográfica, no exenta de polémicas y actitudes «odiorables» –a decir de uno de sus grandes afectos– que, sin embargo, enriquecieron su carisma en lugar de cuestionarlo. En la obra y en la persona de Juan Carlos Aragón se bifurcaría en torno a dos contextos complementarios: Cádiz como contexto espacial y El Carnaval como contexto conceptual. Pero también el viejo mester de clerecía hermanado con el de juglaría por «la intención poética» que, a decir de Cedillo, preside el cancionero carnavalesco de Juan Carlos Aragón, del que cita una frase de su ensayo El Carnaval sin nombre: «Hay poetas que escriben Carnaval y letristas de Carnaval que intentan –y a veces consiguen– figuras poéticas en su repertorio».
En el trabajo de Jaime Cedillo se advierte una percepción plural de la obra y la persona de Aragón, por lo que no desdeña una aproximación a su literatura, desde la enseñanza a la creación, o al humor. Tampoco queda en saco roto el parentesco claro pero a veces distante en las dos grandes manifestaciones de Cádiz, la ciudad de los dos cantes, como le calificaría Javier Osuna en un ensayo imprescindible. Y como, durante su pregón del Carnaval de Cádiz 2020, recalcó acertadamente David Palomar, ahora cantaor brillante pero en tiempos comparsista prometedor.
Hubo un Cádiz abierto a la mar océana que, sin embargo, parece ensimismado ahora de muros para adentro. Juan Carlos Aragón pertenecía al primero de ambos imaginarios gaditanos y, como tal, tuvo vocación universalista, desde sus pasiones latinoamericanas, especialmente Cuba pero también Montevideo y sus dos carnavales, el de los negros y el de los blancos a la manera de Cádiz.
Ese universalismo le llevará, por ejemplo, a poner contra las cuerdas al racismo, dándole la vuelta a la habitual denuncia carnavalesca sobre la fragilidad de los inmigrantes: «Juan Carlos –escribe Cedillo– volvía a dar un giro para tratar el asunto de los emigrantes gaditanos que, por la desfavorable situación económica, se veían obligados a salir de su ciudad para trabajar». La droga, la prostitución, la corrupción política o la hipocresía social son algunos de los lugares comunes por los que transcurren las cuartetas de Aragón, quien también mantiene una relación nutricia con la canción de autor, lo que influiría notablemente en sus creaciones pero, a su vez, inspiraría incluso a ídolos del pop como Alejandro Sanz, que llegó a invitarle a veces al escenario. Aunque Cedillo no olvida que Aragón terminará reprochándole como a Pablo Alborán o David Bisbal, sin mencionar ninguno de sus tres apellidos, el escaso compromiso político de sus canciones. En su banda sonora sentimental, recicla para sus popurrís canciones de autores como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, pero también Pedro Guerra, Joaquín Sabina o Víctor Manuel, pero también Bob Dylan o Leonard Cohen.
En todo caso, Cedillo nunca olvida que Juan Carlos Aragón se consideraba músico antes que poeta o letrista. La palabra, siempre limitada, frente a la música, absolutamente indefinida y sin fronteras. Esa otra dualidad puede rastrearse a través de este libro, que oportunamente incluye una selección de sus mejores temas y una conclusión latente en distintos apartados de esta obra, tal y como lo describe Jaime Cedillo: «Un filósofo que detestaba la erudición, un profesor al que no le gustaban los colegios, un ateo que no hacía más que hablar de Dios y se casaba por la Iglesia. Así era Juan Carlos Aragón, contradictorio. O sea, fiel a sí mismo». Amén.
Juan José Téllez
A la reina de mi casa,
mi compañera de vida
y también de Carnaval,
que aunque no sea lo mismo
los dos sabemos
que es igual
INTRODUCCIÓN
Las casualidades no existen. Las disciplinas artísticas son más o menos grandes porque ha habido creadores que se han aproximado a ellas. El Carnaval de Cádiz es reconocido en el mundo por obra de quienes han contribuido a su dimensión. Se antoja prácticamente imposible encontrar otro rincón en el atlas que haya parido tanto ingenio por metro cuadrado a lo largo de la historia. Bien, pero esto ya se ha dicho. Estimado lector, ¿a que ya lo has leído? ¿A que ya lo escuchaste? Resulta mucho más extraordinario que un solo autor haya transformado un género. Una hazaña de semejante magnitud se consigue por medio de muchos factores, pero hay uno, concretamente, que es ineludible: la voluntad de trasgresión.
El Carnaval de Cádiz tiene una relación de pertenencia tan extrema con la Tacita de Plata que, a lo largo de la historia, no ha sido fácil introducir elementos novedosos, por más que luego arraigaran y hayan derivado en un enriquecimiento. Cada año resucita en Cádiz el eterno debate acerca de conservar la pureza o permitir la innovación. El caso que nos ocupa va más allá del gastado conflicto. No es solo una cuestión de renovar los cánones tradicionales, un requisito que debiera ser indispensable para el progreso en cualquier campo del arte. Se trata de la incorporación de un ingrediente que cambiaría para siempre la historia del Carnaval de Cádiz: la literatura. Hablamos, por tanto, de una revolución.
El 26 de mayo de 1967 nace el autor más revolucionario de la historia del Carnaval. No solo nos referimos al ámbito político, cuyo tratamiento desarrollaremos con intensidad a lo largo del texto, sino a la revolución como concepto artístico, la defensa de una posición individual con respecto a la disciplina que desarrolla. Juan Carlos Aragón asumió los principios vanguardistas que el Carnaval de Cádiz ha defendido desde sus orígenes. A partir de aquí, construyó un estilo personal e irreverente, un sello original que, hasta el día de su muerte, lo distinguió del resto. Acuñó una máxima a la hora de hacer Carnaval: decir todo lo que nadie se atrevía a expresar. Así construyó, inconscientemente, un personaje de perfil polémico.
Como decíamos, la vertiente literaria sería la novedad más diferencial que introduciría Aragón en el género. Nunca pretendió que una manifestación popular se convirtiera en un género de culto, pero sí dignificó la condición primera hasta su máxima expresión a través de la calidad de sus letras. Hasta la llegada de Juan Carlos Aragón, los repertorios interpretados por las agrupaciones del Carnaval de Cádiz no experimentaron una aproximación a la literatura de un modo similar. No solo por el voltaje poético que imprimió a sus textos desde sus primeras participaciones, sino por las propuestas éticas y estéticas en cada una de sus obras, año tras año. El personaje a interpretar o la idea a desarrollar –el tipo– nunca escapó a las profundas inquietudes poéticas e ideológicas del autor.
Si Los Yesterday –primer premio en la modalidad de chirigota en 1999– se convirtieron en un espejo para la juventud progresista gaditana a partir de un homenaje al movimiento jipi de finales de los 60, Los Ángeles Caídos –primer premio en comparsa en 2002– representaban el carácter del maldito, el perdedor, el errante y, en definitiva, la etiqueta outsider que siempre acompañó al autor. Por su parte, Los Millonarios –primer premio en comparsa en 2015– desarrolla la crítica social más brillante de todas las que expuso. A partir de una aguda paradoja –representaban a un mendigo–, el repertorio oscila entre el lamento y la esperanza con respecto al futuro de la sociedad.
Cuatro primeros premios de comparsa y uno de chirigota son el bagaje de toda su trayectoria en el Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas (COAC) desde su primera participación con autoría íntegra en 1994. Son muchos los que piensan que el reconocimiento por parte del concurso que cada año se celebra en el Teatro Falla es insuficiente. Bien es cierto que ha disfrutado del respaldo del público prácticamente desde sus inicios, y que su obra es tan sobresaliente que los galardones ya importan poco. Sus colegas de la fiesta –autores, directores e intérpretes de agrupaciones carnavalescas– consideran que su ausencia deja un socavón difícilmente rellenable, como no podía ser de otra manera. Y añaden que el Carnaval no será lo mismo después de él, dado que su periplo ha sido más que un paréntesis en la historia.
Por otro lado, Aragón ha sido, desde hace más de dos décadas, uno de los emblemas del Carnaval de Cádiz, junto a nombres como José Luis García Cossío «Selu», Antonio Martínez Ares, Tino Tovar o Jesús Bienvenido. La trascendencia mediática de sus agrupaciones superaba los límites de Cádiz, tal como lo hicieran a finales de los años 60 del siglo XX Los Beatles de Enrique Villegas –Los Escarabajos Trillizos era el nombre original y tuvieron una gran repercusión mediática en el resto de España tras su segundo premio cosechado en el concurso del Teatro Falla en 1965–. Juan Carlos contaba con una importante legión de seguidores que, según él mismo creía, eran más numerosos en el resto de Andalucía que en la propia Tacita. De todos modos, seríamos injustos si justificáramos con esta causa la talla de su figura. La dimensión poética de su obra carnavalesca trasciende el inconmensurable personaje que la puso en pie.
El verdadero éxito es haberlo conseguido con una pluma que iba a contracorriente del resto del Carnaval. Al poeta le gustaba recordar un mensaje que uno de sus seguidores envió a su viejo amigo y director de algunas de sus agrupaciones, Vicente Lázaro «Lali», tras el pase de una de sus comparsas. Al parecer, el aficionado felicitaba al autor y, hacia el final, apostillaba: «Es el único que hace Carnaval… o el único que no lo hace». En su última participación en el concurso regresó a la chirigota, la que con tanta nostalgia rememoró durante sus años de comparsista. Preguntado por su obra favorita en una de las últimas entrevistas que concedió, respondía: «De todas las agrupaciones, me quedaría con Los Tintos [de Verano] porque Los Yesterday gustó a demasiada gente». Si el lector se compromete a la lectura de este libro, le aseguro que esta no es una de las declaraciones más interesantes que encontrará en sus páginas.
Este ensayo se elabora con el objeto de dignificar la condición de Juan Carlos Aragón como figura literaria a través de un análisis profundo sobre su obra carnavalesca. Una obra fecunda, compleja, evolutiva y repleta de particularidades. A sabiendas de que es un paisaje inabarcable, el objeto ha sido iluminar los cercos más complejos de su escritura y elevar a la categoría que merecen los hallazgos más extraordinarios que contiene. Sus variables son infinitas, sus matices son incalculables. A partir de los contextos espacial –el capítulo «Cádiz»– y conceptual –«El Carnaval»–, los cuales he considerado imprescindibles para encarar este ensayo, se presenta en «El canto» una miscelánea de temas apoyada en ejemplos que el autor abordó a lo largo de su trayectoria carnavalesca, para desentrañar su contenido en capítulos posteriores.
La intención es que el lector se aproxime primero a una desprejuiciada lectura / escucha de su obra, antes de penetrar en la investigación definitiva, desarrollada en «El humor», «La música», «La literatura» o «El pensamiento». Se trataba de inmiscuirse en sus letras, hacerlas pedazos y, a la manera de un científico que utiliza un microscopio o un doctor se sirve de un bisturí quirúrgico, localizar primero y operar después sobre los órganos más significativos en el cuerpo de su obra. Sobre el debate acerca de si los autores de Carnaval de Cádiz habrían de ser considerados poetas, mi juicio es positivo. En el caso de Juan Carlos es, definitivamente, una perogrullada. Por si fuera poco, tuvo a bien certificarlo con la publicación de dos poemarios: uno en 2010, La risa que me escondes, con la editorial La isla de Siltolá; y otro en 2015, Los últimos versos del Capitán Veneno, autoeditado. En fin, será el lector quien lo refute a lo largo de estas páginas.
El Carnaval con mayúsculas no pretende ser más que una contribución al hecho de mantener viva la obra de un autor irrepetible, propósito felizmente reivindicado por su esposa, Luisa Tejonero, en declaraciones recientes. Este libro existe gracias a su legado y no tiene otro fin que el de ser absorbido sin prisas, con sus repertorios cerca por si algo, de pronto, te recuerda a cuando lo escuchaste por primera vez o no sabes por qué te suena. Se han incluido piezas completas de sus repertorios (centradas) y algunos fragmentos de letras (alineados a la izquierda) que complementan lo que se desarrolla en el texto. En definitiva, se trata de un homenaje a su obra, su legado fundamental. Juan Carlos Aragón utilizó el Carnaval como forma de expresión para volcar todas sus inquietudes artísticas en el plano literario, musical y escénico. En los últimos años sus repertorios gozaban de una calidad excelsa a todos los niveles, sus versos eran más logrados que nunca, la forma de atacar los temas no estaba exenta de mordiente y, por si fuera poco, sabemos que se encontraba en un feliz estado emocional. Original, excéntrico, contradictorio, inteligente, vulgar y exquisito, te presento a un autor que, en ningún caso, te dejará indiferente. Adelante.
1.
Cádiz, un escenario múltiple para un artista único
«Cádiz, Tacita de Plata, más de plata que tacita,
la que siempre resucita por más veces que se muera.
La del árbol milenario, la del barco de La Habana,
la que por cada mañana hace el día a su manera».
Comparsa
Los Millonarios
(2015)
Si Juan Carlos Aragón se ha convertido en un mito es por su condición de autor referente en el Carnaval de Cádiz contemporáneo. Carnavalero, sí, y también filósofo y profesor de secundaria, pero antes gaditano. Nacido el 26 de mayo de 1967 en el barrio de La Laguna, Aragón siempre manifestó su amor incondicional hacia la ciudad que lo vio crecer y en la que ha desarrollado la actividad por la que será recordado para siempre. La alegría de sus gentes, el sentido del humor que siempre definió un carácter singular para afrontar las adversidades, y la brillante espontaneidad e ingenio