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Herederos malditos: El hijo del agua
Herederos malditos: El hijo del agua
Herederos malditos: El hijo del agua
Ebook379 pages4 hours

Herederos malditos: El hijo del agua

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About this ebook

Han trascurrido siglos desde la era oscura y El Valle ha encontrado una forma de sobrevivir tras la guerra, que consiste en arrastrar a los guardianes a librar diferentes batallas y a cumplir pequeñas misiones para asegurar la paz que consiguieron hace mucho tiempo. Pero todo cambia cuando en medio de una misión, Noah Rutlegle es atrapado por un ca
LanguageEspañol
Release dateApr 8, 2021
ISBN9789585162228
Herederos malditos: El hijo del agua
Author

María Ospina G.

María Ospina G. Nació en Rionegro, Antioquia en 1998, ciudad en la reside actualmente y adelanta sus estudios en derecho. Esta joven escritora es una apasionada por las letras desde niña, empezó a escribir desde que tenía trece años, inició con poemas y pequeños escritos hasta consolidar lo que sería Herederos malditos, trilogía de fantasía juvenil de la que se publicó la primera parte en el marco del Festival Serendipia de la mano de Calixta Editores. «El hijo del agua» es la segunda entrega de la trilogía

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    Herederos malditos - María Ospina G.

    Portada-Plana-Herederos-_Malditos-el-hijo-del-agua.jpg

    ©2021 María Camila Ospina García

    Reservados todos los derechos

    Calixta Editores S.A.S

    Primera Edición Marzo 2021

    Bogotá, Colombia

    Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

    E-mail: miau@calixtaeditores.com

    Teléfono: (571) 3476648

    Web: www.calixtaeditores.com

    ISBN: 978-958-5162-22-8

    Editor en jefe: María Fernanda Medrano Prado

    Editor: Natalia Garzón Camacho

    Corrección de estilo: Laura Tatiana Jiménez Rodríguez

    Corrección de planchas: María Fernanda Carvajal Peña

    Maqueta de cubierta: Julián R. Tusso @tuxonimo

    Diagramación: Julián R. Tusso @tuxonimo

    Impreso en Colombia – Printed in Colombia

    Todos los derechos reservados:

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

    Para Susana, que viajó a mi lado a estos mundos llenos de príncipes, hadas, demonios y luz.

    Vivir es lo contrario de amar

    Albert Camus

    PREFACIO

    Año ocho después de la paz

    El rey ha perdido la cordura». Esos eran los susurros que se escuchaban por montón y retumbaban en cada rincón de los doce reinos, eran las palabras que se negaban a salir de la boca de los caballeros, incluso de la cabeza de la mano derecha de su majestad, que se dirigía con temor a su encuentro.

    Habían pasado ya ocho años desde la firma de los tratados, ocho años desde que la última batalla de la era oscura se libró; al principio, todo parecía muy sencillo, con el nacimiento de El Valle tras la unión de los reinos, el camino para diezmar al ejército, que se levantó contra ellos, había sido claro. Fue entonces, cuando los rumores de un ser bendecido con el don de la visión se hicieron escuchar por toda la tierra, pero no fue hasta que se comenzó a hablar sobre doce héroes elegidos para gobernar que el rey puso su mirada en aquel hombre que se escondía en una cueva a las afueras de lo que se había convertido en El Valle. En ese momento, muchos creían que se trataba de simple codicia, tal vez miedo a perder la corona impulsado por el nacimiento de los caballeros provenientes de cada uno de los reinos, nadie se imaginó que lo que en verdad impulsaba al monarca era un sentimiento desgarrador de desasosiego que se apoderó de él en el momento en el que a sus oídos habían llegado las llamadas por el oráculo, tres profecías malditas; fue en ese momento cuando algo dentro del rey murió y sus ojos fueron cegados por lo que muchos llamarían locura.

    La guerra había durado demasiado, cruel y devastadora, hizo caer a grandes hombres y desaparecer a naciones enteras. La unión de los doce grandes, que prometió la luz una vez más sobre la tierra nublada de oscuridad, trajo consigo la paz, pero a qué costo. Los tratados aseguraban que en el trono estuviese un rey y una docena de consejeros; los caballeros elegidos por cada reino, para la guerra que se esperaba, gracias a que Lucifer liberó un gran poder de entre los guardianes. Pero ¿qué pasaría ahora que los caballeros no aceptaban la ley y el monarca había perdido la razón?

    —Algo había en los ojos del oráculo —Eran las palabras que ya estaba cansado de repetir la mano derecha del rey, en defensa de este.

    —No es apto para reinar —vociferó uno de los caballeros. Los demás dieron un grito de aprobación a las palabras que él decía—. Si el cielo no ha podido terminar con la vida de este, qué importancia tiene si le ayudamos nosotros —Una vez más se escucharon gritos en el pequeño salón en el que se solían reunir aquellos doce hombres a beber sidra y desahogarse.

    Un hombre grande y fornido, pero sensato, que era la mano derecha del rey, a pesar de haber crecido en las guerras, dejó escapar un suspiro. Estaba cansado, había peleado al lado de ese sujeto, lo conocía mejor que ningún otro, sabía que no existía en la tierra un individuo más apto para reinar y dirigir la nueva nación que se levantaba ante los ojos de todos, después de la desoladora guerra; aun así, ya no tenía argumentos para defender las acciones sin fundamentos de su majestad.

    No había nada que hacer, pasó noches enteras manteniendo la paz entre los caballeros y al margen los murmullos contra el rey, pero esa era una batalla que no podía ganar, la decisión estaba tomada, ya había un plan sobre la mesa y una sentencia que esperaba ser cumplida.

    Su corazón se contraía dentro de su pecho con cada paso que daba en camino al encuentro del monarca, no sabía cómo las palabras hallarían la forma para salir de su boca, cómo podría decirle que había fallado, que no existía nada más que hacer, solo huir o enfrentar la muerte.

    —No sabía que te vería hoy —Fue lo primero que dijo el rey en cuanto sintió su presencia—. Aun así, te esperaba —Las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos, amaba a aquel que podía llamar amigo, tanto como un hombre puede amar a otro.

    —Me temo que no traigo buenas noticias —Las palabras salían como dagas afiladas lastimando todo a su paso.

    En cuanto lo escuchó, el gobernante se incorporó con afán, alejándose de los pergaminos que lo rodeaban y acercándose a su mano derecha que se encontraba a pocos metros de la entrada; la forma en la que ese hombre lo observaba era suficiente para que supiera que se acercaba un fin.

    —Deja que las palabras salgan de tu boca —dijo el rey al fin, después de un largo silencio—. Y que sea lo que debe ser.

    —La vida de su majestad peligra —soltó tan rápido como le fue posible—, me temo que no es algo que pueda enfrentar, lo único que queda es…

    —Has sido leal a mí hasta el final —lo interrumpió el soberano, asimilando lo que acababa de escuchar tan rápido como le era posible—, pero ha llegado el momento de que seas leal a la Corona y no a tu amigo.

    —Todo está listo para que se vaya lejos de este lugar —Las palabras del hombre eran como una súplica, al sentir que el rey se daba por vencido.

    —Nunca he huido de ninguna batalla —El monarca hablaba con calma y pesar—, pero si me disculpas debo hacer algo antes de mi fin.

    Dichas esas palabras, el rey se retiró, dejando al caballero en aquel lugar solo por primera vez.

    ***

    —Padre —Escuchó a su hijo que le hablaba con reverencia desde su espalda. Sin decir nada, estiró su mano para que él la tomara. Abrió los ojos, alejándose de la oscuridad en la que él mismo se había sumergido. En frente de él una pequeña llanura, aún manchada de sangre, se extendía en tanto el sol se ocultaba tras las montañas a la distancia—. No sabía que aún pensabas en este lugar, la guerra terminó.

    —Me temo, hijo mío… —En la voz del rey se escuchaba la tristeza que poco a poco se iba apoderando de él—, que no he pedido que me acompañaras hoy en este lugar simplemente para reflexionar —Por unos segundos el soberano lo miró, era tan solo un joven y pronto sería el rey— sino para que sepas que la última batalla no se ha librado aún.

    Guardando silencio, comenzó a caminar hacia el centro de la llanura, recordaba con claridad haber estado en ese lugar hacía tan solo ocho años, dando fin a la guerra para darle paso a algo que nadie había visto antes.

    Al llegar al centro, se inclinó y dejó su mano sobre el suelo, cerró los ojos y dejó que en su mente se dibujara la imagen, hasta que escuchó el rechinar de la puerta.

    En cuanto abrió otra vez los ojos, se encontró con la mirada petrificada de su hijo, quien se asombraba al ver los círculos gigantes que aparecieron sobre el suelo, sin decir nada, con un simple gesto, el rey le indicó que se acercara.

    —La tierra no puede permanecer en oscuridad —dijo como padre y no como gobernante—, cuando un sol cae debe levantarse uno nuevo en la mañana.

    —¿Te despides? —preguntó agobiado y un tanto desconcertado.

    —La guerra no ha terminado aún, a pesar de los tratados, te enfrentarás a muchos retos, hijo mío, pero existe uno que deberás librar solo, porque está en tu sangre.

    En cuanto el príncipe se detuvo junto a su padre, la tierra se abrió, formando un camino hacia lo que los esperaba debajo de ella. El joven no se movió, en su corazón esperaba que su padre caminara para poder seguirlo como lo había hecho desde que era tan solo un pequeño, pero en cuanto su padre giró la cabeza, negó con ella.

    —Ha llegado tu momento, ve —El rey hablaba con tranquilidad—. Yo te esperaré aquí.

    Con temor, el joven príncipe comenzó a descender por el camino que se había formado, a su alrededor solo se veía oscuridad acompañada del sonido del eco producido por sus pasos al andar, sentía temor de lo que se ocultara al final, pero su padre creía en él y no estaba dispuesto a fallar.

    Fue entonces cuando escuchó un fuerte grito proveniente de la superficie, no había llegado al final, pero no le interesaba, sin pensarlo, se giró y se apresuró de regreso a la llanura para encontrarse con el cuerpo de su padre tendido sobre el suelo, agonizando por la espada que atravesaba su pecho. De inmediato corrió hacia su padre y lo tomó entre sus brazos, sin importar que la sangre manchara su ropa, con la esperanza de poder llevarlo de regreso al castillo.

    —Mátalos —La voz de su majestad se apagaba poco a poco—. Encuentra a los tres marcados y termina con su vida.

    En el momento en el que el rey pronunció aquellas palabras, la luz se fue de sus ojos y su corazón dejó de latir.

    El príncipe se apartó con rapidez del cuerpo de su padre, sus ojos estaban llenos de lágrimas y su alma de ira. Con su mano tocó un escudo tirado en el suelo, no le costó mucho reconocer el símbolo que en él estaba dibujado: un dragón con las alas abiertas, dos espadas atravesándolo y rodeado por un aro de fuego, el símbolo que portaban quienes rodeaban al monarca, los caballeros que se llamaban a sí mismos héroes.

    El Hijo del Agua, Hijo del Fuego, sobrevivió

    La perdición del mundo, pues el fuego todo consumió

    La puerta del pozo abrirá

    El final llegará, cuando con el amor este se encuentre

    El bastardo al trono no llegará o el reino se derrumbará

    La sangre y el fuego, el agua todo lo consumirá

    Bajo sus pies todo yacerá

    Aunque con la muerte no se encontrará

    El monstruo que el amor no conocerá

    El héroe manchado con sangre

    Marcado por el destino

    La marca de la muerte no llevará, aunque sus destinos se entrelazarán

    Muerte hallará a su paso, pues la destrucción marcó su piel.

    EL BASTARDO

    Bellum ita suscipiatur, ut nihil aliud nisi pax quaesita videatur

    La guerra debe emprenderse de tal manera que parezca que solo busca la paz

    Cicerón

    De officiis,1,30,80

    Año 1400 después de la paz

    I

    Pudo sentir una vez más el viento golpeando contra su rostro, el caballo avanzaba rápido por el bosque como si conociera el camino de memoria, había dejado atrás al caballero, no le hacía falta. No podía negarlo, era la ira la que corría por sus venas, aún podía escuchar la voz de aquel cerdo resonando en su cabeza. Cómo se atrevía a solicitar su presencia, como si después de todo lo que él había hecho aún fuera digno de algo, no debería acudir al llamado al igual que un súbdito obediente, pero quería tenerlo en frente, deseaba verlo, entonces podría satisfacer esa ira que carcomía su ser.

    Caminaba tan rápido como su abultado vestido se lo permitía, con la mirada llena de odio y las manos empuñadas, mientras los pensamientos de todos a su alrededor , como murmullos, inundaban su cabeza, impidiendo que pudiera aclarar sus propios pensamientos. Entró con lentitud al gran salón, aunque decidida, lo odiaba. El rey era un hombre alto y fornido debido a las guerras que tuvo que librar, su cabello negro caía al igual que una cascada y sus ojos azules brillaban como el mar con el reflejo de la luna, debido al resplandor que emanaba de la enorme corona que portaba con orgullo sobre su cabeza. Él se percató de su presencia en cuanto ella entró, la miró por unos segundos, con esa fría expresión con la que la solía mirar cada día de su vida desde que se habían convertido en esposos.

    El gran salón era tan amplio que casi cabía por completo el ego del rey, estaba hecho en su totalidad en oro, con grandes vitrales que él había mandado cambiar para que relataran sus grandes batallas en lugar del relato de origen que solía adornar las paredes. A su alrededor, grandes estatuas de los antiguos reyes hechas en mármol y con sutiles incrustaciones de piedras preciosas, que solo eran opacadas por los enormes cuadros que pretendían revelar el pasado de los doce reinos y cómo se unieron para dar fin a la era oscura. Y en el centro de todo estaba el gran trono de los héroes, de aquel material invaluable, que la historia creía provenía del cielo, el cual el rey se había atrevido a cubrir con oro, porque lo consideraba indigno de él, ya que no evidenciaba su basta riqueza y poder.

    —Antes hacías una reverencia en presencia de tu rey —Su voz era tan arrogante como irritante para ella. Caminaba hacia él, quería golpearlo hasta que ya no tuviera que soportar más su presencia. A pesar de que su voz resonaba en cada pared del salón, no temía ante él, al menos ya no.

    —Lo haré cuando me encuentre en presencia de mi rey —Su tono era un desafío, aunque no era en el tono en el que quería hablarle. Quería insultarlo y decirle todo lo que pensaba sobre él, pero no creía que fuera digno de eso y no estaba dispuesta a perder los estribos ante él, no le daría el placer de destruir lo que ella era, lo que ella representaba, ya era suficiente con haberla traicionado de esa manera tan cruel.

    —Que yo sepa —dijo él, mirando hacia todos lados con ironía mientras se le acercaba—, aún soy yo quien lleva la corona sobre la cabeza —En su rostro se dibujó una sonrisa burlona, ella quería golpearlo con fuerza en el rostro hasta hacerlo sangrar para borrar aquella sonrisa llena de arrogancia, pero de nuevo era su deber contenerse, aún no había llegado el momento.

    —Di qué quieres para que pueda retirarme —dijo ella con indiferencia, no había mucho que pudiera hacer, dio su palabra en el momento en el que contrajo matrimonio con él, no fue una buena decisión de su parte, pero mantuvo la paz y era su deber. En ese punto la reina ya se encontraba arrepentida por haber acudido al llamado del rey, se lamentaba, aunque eso no cambiaría el pasado, sabía que nunca existió una opción diferente que desposarlo, por mucho que lo deseara, aquella decisión no estaba en sus manos. Ese era su deseo, el no depender del deber, pero la vida había sido injusta y debía enfrentarlo.

    —Como quieras —dijo él con tono seco y un poco despreocupado—, creo que hemos discutido esto mucho tiempo, más del que ha sido debido —Sabía a qué se refería, le costaba creer que en esos momentos lo tratara como si fuera algo sin importancia, tomó su honor y lo pisoteó, la puso por debajo de una mucama y ahora pretendía que un… ni siquiera era capaz de pensarlo—. No estaré en estas tierras para siempre, querida —No había forma de darle gracias al cielo por eso—, y como tú no me darás un heredero —No lo creía capaz de pronunciar esas palabras—, no hay nadie más digno de dirigir el pueblo que alguien que tiene mi sangre corriendo por sus venas…

    —¡No! —gritó con todas sus fuerzas para que cada criatura en El Valle la pudiera escuchar, interrumpiéndolo antes de que él pudiera terminar esa fatídica oración—, no te atrevas —lo amenazó, su rostro se tornó rojo por la rabia que amenazaba con salir. A la distancia, truenos comenzaron a retumbar, anunciando la tormenta que se avecinaba—. No se te ocurra si quiera que esas palabras salgan de tu boca una vez más.

    —Tú no fuiste capaz de darme un heredero, ¿qué se supone que haga?, es mi deber… —dijo insolente y arrogante. Había terminado con la paciencia y la cordura que le quedaban a la reina.

    —No me importa —lo interrumpió ella llena de rabia—, pero eso no. Te juro que me sacaré los ojos antes de ver a un bastardo sentado en el trono de los héroes —Ya no podía seguir conteniendo en su interior aquel odio, no solo se trataba de ella, de cómo profanó su vínculo sagrado, ahora quería hacerle lo mismo a El Valle. No lo iba a permitir.

    —Debe existir un heredero —dijo el rey con tono tranquilo—, han pasado 1400 años desde la fundación de El Valle tras la era oscura y desde entonces ha existido un rey que se siente en el trono.

    —Ya hay un cerdo en el trono, no voy a permitir que lo suceda un bastardo —Estaba exaltada, caminaba hacia él con fuerza y el puño listo para golpearlo en su rostro, pero cuando se encontró enfrente de él, simplemente no pudo hacerlo, seguía negándose a ver la mujer que dicho hombre estaba sacando de su interior—, él jamás será rey.

    —La sangre real corre por sus venas, él es el siguiente en la línea para la Corona y será el heredero a mi trono —sentenció el rey.

    —¿Tu trono? —dijo ella apretando los dientes.

    —Debe haber un líder —contestó él con tono calmado, como si fuera superior a ella—, y será quien yo indique.

    —Ya lo veremos —Era más que una amenaza. Ya no se trataba de ella, permitió que la desposara un imbécil que ahora ignoraba todo lo que se le había enseñado y planeaba terminar con todos.

    Le costó tranquilizarse, pero algo tenía claro: la Orden. Cuando era una pequeña, lo único que deseaba era ser parte de la Orden –el máximo deber, el deber sagrado, la misión de los reyes– y evitar que las profecías malditas se cumplieran, solo ellos las conocían, solo los reyes podían evitarlas, solo el rey, esa no era misión de ella, era de él y ni siquiera eso había podido cumplir.

    Las lágrimas caían por sus mejillas y la voz del gobernante la torturaba en su cabeza, no sabía qué estaba haciendo, lo único que deseaba era hacer el bien, nadie podría culparla por sentir como cualquier otro ser en la tierra, ella también hubiese querido seguir su corazón, saber cómo se sentía el amor, pero aun así había permanecido a su lado, esperando que este le correspondiera algún día.

    El caballo que montaba era ágil y preciso, se movía por el bosque con la destreza de un experto, evitando cada árbol y obstáculo como si de antemano supiera que estarían ahí. Ya no podía dudar, su mirada estaba clavada en un punto que aún no podía ver: el centro del bosque, al lado del arroyo en donde había concertado la cita con Mordred, el más sanguinario asesino de los doce reinos sabía con claridad lo que eso significaba y no le importaba; grandes fines requerían grandes sacrificios. El caballo se detuvo donde se encontraba Mordred, quien había llegado antes, caminó hacia él con las piernas temblorosas, pero decidida a hacer lo que hiciera falta, él no se movió ni un centímetro.

    —Milady, pensé que mis ojos me mentían cuando leí su carta —dijo con tono seco, dirigiéndose a ella con respeto. Había algo extraño en ese hombre, ella no confiaba en él y sabía que él no confiaba en ella, pero no quería su confianza, quería que hiciera lo que ella no podía hacer con sus propias manos—. Ha pasado más de un milenio desde que serví a la Corona, en los tiempos del primer rey, por eso tenía que venir en persona a asegurarme de que en realidad se trataba de usted —dijo sin girar a verla, sino con su mirada fija en el fondo del agua, como si buscara algo.

    —Tengo un trabajo para usted —El tono de la reina era frío.

    Solo hazlo, le gritaba una voz en su cabeza al verla insegura, a pesar de que era incomprensible, ella era la reina, si quería a alguien muerto por haber cometido una falta, solo debía ordenar su ejecución pública y nadie podría decir nada al respecto; pero esa vez no podía arriesgarse, había mucho en juego, debía hacerlo y no era culpa suya que tuviese que recurrir a esos medios no tradicionales. Era culpa de ese cerdo, él la empujó a hacer algo tan vil al haberse metido entre las faldas de otra mujer, era su misión proteger a El Valle e impedir semejante atrocidad. Por un momento intentó dirigir su mirada al lago que se extendía en frente de ellos, pero le resultaba casi imposible dejar de ver a Mordred, tranquilo, aunque alerta, como si esperara que en cualquier momento lo atacara.

    —Será para mí un honor servirle —Se dio la vuelta, sus ojos eran tan oscuros como la noche, su sonrisa se extendía de oreja a oreja, se encontraba complacido; sin embargo, eso no era lo que la reina miraba, sino que veía con detenimiento la marca que él tenía sobre su frente, no podía evitar mirarlo con desconfianza, pero tuvo que borrar esa idea de su cabeza, debía ser firme y sabía que no había nadie mejor para hacer ese trabajo.

    —Mis hombres me dicen que se puede encargar de un problema que tengo —Le costaba decir lo que estaba saliendo de su boca, y no se trataba solo del hecho de que sus labios estuvieran resecos por el cruel clima, aquel invierno que había azotado a El Valle desde hacía casi un año, sino porque le dolían las palabras que se estaba obligando a pronunciar, como si eso no fuera tan solo una condena para quienes habían sido crueles, sino también una condena para su propio ser—. Es una plaga que necesito exterminar.

    —Yo puedo hacer muchas cosas, Milady —La examinaba con la mirada—, pero debo saber cuál es la plaga y, sobre todo, voy a requerir que confíe plenamente en mí.

    —Quiero que elimine a dos personas —dijo tomando mucho aire, no era momento de dudar, debía hacerlo. Era su deber sobre todas las cosas—. Sin dejar rastro, como si nunca hubieran existido sobre la tierra —Su voz sonaba firme, aunque en su interior sentía como si acabaran de soltar una bomba que estaba contenida desde hacía mucho tiempo y que era capaz de terminar con todo.

    —Será para mí un honor servirla —dijo una vez más con frialdad—. Sin embargo, aunque es una lástima, Milady, solo de honor no vive un hombre.

    Lo miró por un instante dudosa, de repente, aquella seguridad que la impulsó a tomar un caballo y correr hacia el bosque, había desaparecido.

    —Pagaré

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