Cuadernos de Horacio Morell
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Eduardo Chirinos
Eduardo Chirinos (Lima,1960 - Montana, 2016) fue uno de los poetas peruanos más importantes de su generación, con mucha presencia internacional y un legado bastante amplio. Además de ser ensayista, traductor y autor de cuentos para niños, se desempeñó como profesor de literatura hispanoamericana y española en la Universidad de Montana. Varios de su libros han sido traducidos al inglés. En 2013 recibió una beca de creación literaria de la Fundación Civitella Ranieri (Nueva York). Algunos de sus libros son «Cuadernos de Horacio Morell» (1981), «Crónicas de un ocioso» (Premio Municipalidad de Lima, 1983), «Archivo de huellas digitales» (Premio Copé, 1985), «El libro de los encuentros» (1988), «Canciones del herrero del arca» (1989), «El Equilibrista de Bayard Street» (Premio El Olivo de Oro, 1998), «Abecedario del agua» (2000) «Breve historia de la música» (Premio Casa de América de Poesía, 2001), «No tengo ruiseñores en el dedo» (2006), «Mientras el lobo está» (XII Premio de Poesía Generación del 27, 2010), «35 lecciones de biología (y tres crónicas didácticas)» (2013), «Medicinas para quebrantamientos del halcón» (2014), «Harmonices Mundi» (2016) y «Naturaleza muerta con moscas» (2016).
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Cuadernos de Horacio Morell - Eduardo Chirinos
1980
1.
Crónicas de la gallinita ciega
—¿Y después qué pasó?
—Nada, pero recuerdo que cuando me tocó ser la
gallinita ciega me vendaron los ojos con un trapo
negro y luego de darme como veinte vueltas
se marcharon todos a sus casas.
de «Diálogos a solas»
Perros en la calle
Se trata de erigir un monumento a los perros, compararlos con los dioses que alguna vez crearon de sus vientres la piedra con la que más tarde habrían de construir su casa.
La calle es un marco de perros infinitos y perdidos; la acera, embotada de polvo y de basura, corre tan simplemente bajo nuestros pies que ya desearíamos morir para ubicarla.
Seguimos con lo del perro.
Un perro no le rinde cuentas a nadie, ignora todo aquello que nosotros conocemos y, pensándolo bien, nos gustaría ser perro. Un perro inmenso que usurpe las tinieblas, maleducado y feliz.
El último cruzado
«Por último reirías. La soledad es chistosa, no seas tonto, calatéate y dale tus ropas al desnudo, hazte eremita, viaja a Jerusalén, no en avión sino en tu burro, lleva contigo el crucifijo fosforescente (para la noche, por si acaso), reza el credo, no vaciles en beber el vino y en comer el pan, rechaza a la serpiente, al chancho, a los infieles. Pero, si te ves acorralado sin ninguna esperanza, diles que eres un pobre calato que va en busca de su ropa, en el desierto...».
Captado en París
(Montparnasse, 1935)
Señor, amable señor, dibuje usted la cara de mi novia, pero quítele los ojos y procure obviar la boca. Me pertenecen, amable señor, y sé que si usted la dibujara sentiría como si algo de ella se perdiera para siempre en la inmovilidad del cuadro.
Epigrama
Jamás arribaré en tu cuerpo a la tierra prometida
el silencio es para mis ojos tan lejano
como el tenue rastro de un cometa achicharrado
entre las líneas de un poste de teléfonos.
El gimnasta asciende al cielo
Reduciremos a polvo las oscuras llaves de tu Reino
limaremos las patas del sol que florecen bajo las ancas
de los caballos y las yeguas
jugaremos a ser el dios de los incrédulos
para tener por fin a quién temer iniciaremos al gimnasta
en el rito del misterio.
Solo así aceptaremos su sombra:
desgarrada como los harapos de un ángel pordiosero.
Gulliver en el país de los burgueses
«Gulliver Pérez atravesó, no sin cierta curiosidad, aquel extraño país en que se odiaban los unos a los otros. Gulliver a la sazón iba armado con una escopeta calibre X-27 para fulminar de un solo rayo a todo aquel que pretendiendo amarlo terminara odiándole.
Los habitantes de aquel país se vestían a la manera bárbara: un trapo de tela azul los cubría de la cintura para abajo. La costura se efectuaba de manera tal que daba la impresión de que cada pierna estuviese metida en un tubo de cuero. Ellos bebían en cómodos aparatos de vidrio y fumaban como los indios americanos, a los que, sin duda, despreciaban…».
(De: Viajes inéditos de Gulliver, cap. IV, segunda parte, p. 286 y ss.)
Del mundo maravilloso de los músicos
O Bach no se equivocó en la ejecución de la Pequeña serenata nocturna o Stravinsky sufría a causa de sensaciones emotivas cuando escuchaba Para Elisa si no está probablemente loco; pero, si Bach no se equivocó en la ejecución de Tosca entonces, si los Beatles son psicópatas, serán internados en el Conservatorio de Milán. Ocurre que, o los Beatles no son psicópatas o sufren a causa de sensaciones emotivas cuando escuchan la ejecución de la Pequeña serenata nocturna. En consecuencia, o sufren porque Elisa no compra sus discos o serán internados en el Conservatorio de Milán, ya que Bach se equivocó tontamente en la ejecución de Las cuatro estaciones y Vivaldi se quedó