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Imputables e inimputables
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Imputables e inimputables

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“Vela Treviño es la voz más autorizada en México en lo concerniente a la imputabilidad e inimputabilidad”.
Rubén Quintino Zepeda


“Sergio Vela Treviño dejó escrito y completamente terminado, antes de partir, su último libro: Imputables e inimputables. Su contenido sigue teniendo actualidad. Sobre todo, para quienes se inclinan por las ideas penale
LanguageEspañol
PublisherINACIPE
Release dateSep 1, 2021
ISBN9786075600840
Imputables e inimputables
Author

Sergio Vela Treviño

Sergio Vela Treviño (Ciudad de México, 1930-1993). Abogado postulante, académico, tratadista y catedrático, cuya impronta en el Derecho Penal ha sido significativa y perdurable. Su atracción primordial hacia la vida jurídica surgió en él por la figura de su padre, Alberto R. Vela (1901-1966), destacado integrante de la judicatura mexicana. Estudió en la Escuela Nacional de Jurisprudencia (Universidad Nacional Autónoma de México), habiéndose titulado con la tesis Estudio dogmático de la omisión (1954). Desde 1955 comenzó su vida profesional independiente, la que mantuvo hasta el final de sus días. En él convivieron armoniosamente el bíos praktikós y el bíos theoretikós: además de la abogacía, dedicó con esmero muchas horas al trabajo académico, tanto en la docencia, como en la escritura. Fue profesor del Derecho Penal en la Universidad Nacional Autónoma de México (1958-1961), en la Universidad Anáhuac (1962-1975) y en la Escuela Libre de Derecho (1972-1990). Tuvo a su cargo diversos cursos de especialización y de posgrado en las universidades Panamericana e Iberoamericana. Fue fundador y coordinador del área jurídico-penal del Instituto Nacional de Ciencias Penales, y miembro de la Comisión de Derecho Penal de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados.

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    Imputables e inimputables - Sergio Vela Treviño

    Capítulo Primero

    Fundamento de la imputabilidad

    La imputabilidad ha sido uno de los temas más polémicos en la doctrina del derecho penal, porque está impregnada de ideas y conceptos ajenos a lo jurídico. Esto ha provocado, como veremos al ocuparnos de los métodos de determinación de la imputabilidad, ¹ que existan variantes especialmente significativas en la ley para identificar la imputabilidad y a los imputables en su caso.

    De acuerdo con las tesis dominantes, únicamente quienes han alcanzado una edad determinada por la ley y que no sufren de perturbaciones psíquicas son imputables. Esto, porque reúnen el mínimo de capacidad de autodeterminación que el ordenamiento jurídico requiere para poder llegar a responsabilizar a alguien por un determinado comportamiento.²

    En esta parte de nuestro estudio, lo que interesa destacar es ese mínimo de capacidad de autodeterminación requerido para poder llegar a tener la calidad de imputable para los efectos del derecho penal, y de ahí extraer todas las consecuencias resultantes.

    No interesan, por ser motivo de otras cuestiones, las características relativas a la edad ni a la salud mental, sino simplemente la autodeterminación, que, en cierta medida, corresponde a la libertad o al libre arbitrio.

    Durante largo tiempo, la polémica antes referida estuvo centrada entre el liberoalbedrismo y el determinismo. El ejercicio del libre arbitrio fue para la escuela clásica, representada por Carrara, el fundamento de la imputabilidad; en cambio, el positivismo propugnado por Ferri, con su apoyo en el determinismo, se refirió a una responsabilidad social para fundamentar la imputabilidad penal.³

    Sin pretender una revisión exhaustiva y tratando solamente de encontrar el apoyo filosófico de una y otra de las tesis mencionadas, se hará un breve recorrido del pensamiento de algunos destacados representantes de cada tesis, incluyendo las zonas intermedias que se han presentado.

    El libre albedrío

    Aristóteles

    Según Aristóteles:

    Sólo se comete delito o se hace un acto justo cuando se obra voluntariamente, lo mismo en uno que en otro caso; pero cuando se obra sin querer, no se es justo ni injusto a no ser indirectamente; porque al obrar así, solo se ha sido justo o injusto por accidente. Lo que hay de voluntario o involuntario en la acción es lo que constituye la iniquidad o la justicia.

    Son la voluntad y los actos que por ella se realizan lo que Aristóteles considera como fundamento para la existencia del delito. Pero para llegar a una mejor comprensión de esta concepción filosófica es menester, primero, saber qué es la voluntad y qué son los actos voluntarios. Esto se sostiene por el mismo estagirita al afirmar:

    Es un estudio imprescindible cuando se quiere dar razón a la virtud, determinar lo que debe entenderse por acto voluntario e involuntario; este conocimiento es indispensable también a los ilustradores para ilustrarles sobre las recompensas y castigos que decreten.

    El acto voluntario es aquel cuyo principio está en el agente mismo, quien conoce los pormenores de todas las condiciones que su acción encierra; mientras que el acto involuntario se realiza obligado por fuerza mayor o impelido por la ignorancia. No se trata, en el caso de los actos involuntarios, de que hayan sido realizados por causa de la fuerza ejercida sobre el agente, sino que debe entenderse que interviene la fuerza mayor.

    Cuando la causa (del comportamiento) es exterior y de tal naturaleza, que el ser que obra y sufre no contribuye en nada a esta causa; por ejemplo, un tirano, dueño de vuestros padres y de vuestros hijos os impone una cosa vergonzosa; podréis salvar esas personas que os son queridas si os sometéis; y perderlas si rehusáis someteros; en un caso semejante se puede preguntar si el acto es voluntario o involuntario.

    Es en el libre albedrío donde se apoya la voluntad para saber cuándo un comportamiento es propio del agente actuante, y se entiende mejor la idea si se contrasta el libre albedrío con la necesidad.

    Será acto voluntario en estas condiciones lo que se hace o deja de hacer sin verse precisado a ello por la necesidad,⁸ sino como acto correspondiente al propio pensamiento y al valorar y realizar reflexivamente una elección, o sea, conociendo y sabiendo diferentes formas posibles de actuar, se escoge libremente la que se prefiere y se actúa conforme a esa consideración.

    Según Aristóteles, el hombre es responsable de las consecuencias de sus actos porque es libre, porque tiene voluntad de elección y actúa no por la necesidad de hacerlo en cierta forma, sino por su propia y exclusiva decisión. De lo anterior, que es el libre albedrío, resulta la imputabilidad, la cual fundamenta la responsabilidad moral.

    Existen viejas ideas, como estas de Aristóteles en la Grecia antigua, que perduran a pesar del paso del tiempo, así como de cambios tanto en la sociedad como en sus maneras de pensar. La esencia propuesta por Aristóteles en el sentido de que el hombre puede ser responsabilizado por lo que hace solo cuando podía haber hecho algo diferente es, con las variaciones de lenguaje y de sistema, la misma idea fundamental de la imputabilidad conforme a la posición dominante en la actualidad de la teoría del delito.

    Santo Tomás de Aquino

    El santo filósofo dijo en su tiempo lo siguiente: Entonces se imputa el acto al agente cuando dicho acto está en su potestad, de tal modo que tenga dominio sobre él.¹⁰

    Glosando a Santo Tomás, el padre Victor Cathrein, sostiene que la libre autodeterminación que goza el hombre, después del suficiente conocimiento, es el fundamento sobre el que se construye la imputabilidad; de esa autodeterminación nacerán las formas de la conducta a través de las acciones o de las omisiones, y tales formas de comportamiento sólo en cuanto proceden de nuestra libre voluntad pueden sernos imputadas para mérito o para culpa, para alabanza o para censura.¹¹

    El pensamiento de los filósofos cristianos es diáfano en este sentido y, sin dejar de reconocer su vinculación con cuestiones teológicas, es evidente que parte del supuesto, no discutido, de que el hombre puede llegar a ser imputado de lo que hace cuando puede hacer algo diferente, ya que, como lo enuncia Tomás de Aquino, el acto que está en la potestad del hombre es aquel sobre el que ejerce dominio, y si tal dominio existe es porque puede haber alternativas, es decir, hacer o dejar de hacer. Es la selección libre la que puede fundamentar la imputación.

    Parece haber un entreveramiento entre las ideas de libertad y voluntad. En realidad, esta situación no existe si se entiende que la libertad es una facultad innata del ser humano, recibida por su mera calidad de hombre. En la actualidad todos somos reconocidos como libres, si se refiere a la libertad para pensar y decidir sobre nuestro destino. La voluntad, por otra parte, viene a ser la objetivación de la libertad o la manera como decidimos ejercer nuestra libertad.

    Estamos frente a un caso en el que no resulta razonable discutir si somos o no libres. Pero sabemos y aceptamos que lo somos, sin que pueda existir la libertad absoluta; lo que interesa es que se reconozca que la libertad y la voluntad son atributos propios del ser humano.

    En este orden de ideas, puede decirse que hay coincidencia entre el pensamiento de Aristóteles y el de Tomás de Aquino: ambos reconocen y aceptan que al hombre solo le puede ser imputado aquello que hace por su libre voluntad.

    Francisco Carrara

    Al ser la imputabilidad un tema jurídico-penal, es indispensable traer a estas reflexiones el pensamiento del maestro de Pisa, el eximio Francisco Carrara, para quien la teoría de la imputación constituye el más notable y radical progreso de la ciencia criminal en los tiempos de la escuela clásica, al haber logrado separarla de la teoría de la pena. La teoría de la imputación, dice Carrara:

    … considera al delito en sus puras relaciones con el agente y a éste, a su vez, lo contempla en sus relaciones con la ley moral, según los principios del libre albedrío y de la responsabilidad humana.¹²

    Sostiene Carrara que la teoría de la pena estudia al delito en su vida exterior y a esta en sus relaciones con la sociedad civil, considerada como la administradora de la tutela jurídica. La construcción del método y del sistema que propone Carrara en su Programa con respecto a la responsabilidad del hombre por sus actos no tiene una fundamentación proveniente de alguna corriente filosófica, sino que acepta, sin discusiones, la existencia del libre albedrío.¹³ Y sobre esta afirmación emerge la responsabilidad que siempre da por supuesta la libertad que tiene el hombre para elegir conforme a su voluntad.

    Hasta aquí, en esencia, encontramos la comunidad de ideas entre los pensadores que hemos citado y ubicado bajo el rubro común de la tesis del libre arbitrio. Todos coinciden en que la libertad de que disfruta el hombre para determinar sus formas de comportamiento es la razón por la cual, si actúa contra las leyes, puede imputársele su conducta.

    Ya sea que, según Aristóteles, hablemos de libre voluntad, o al referirse a Tomás de Aquino se vea el concepto de potestad, o que de acuerdo con Carrara se haga mención del libre albedrío, hay coincidencia en cuanto a que el hombre es libre de comportarse de cierta y determinada forma; que cuando existe esa libertad de elegir conductas y el hombre opta, si su actuación resulta ser contraria a los principios que rigen la vida en común, entonces podrá imputársele su equivocada elección, a causa, precisamente, de la libertad de que disfruta para realizarla.

    El determinismo

    Fue el propio Francisco Carrara quien ofreció una síntesis de la corriente doctrinaria que se estudia, a la cual denominó determinismo. Expresó Carrara:

    La doctrina determinista fue propugnada en todo su alcance por Rondeau, en una memoria presentada a las sesiones de la Academia de Bruselas, el 4 de mayo de 1787. Posteriormente, fue reproducida por Stuart Mill, Littré, Girardin, Mollescott pero, en general, fueron los médicos quienes más la propugnaron. Esta doctrina tiene como fundamento la negación de la libertad humana. El hombre que delinque está necesariamente sometido a un determinismo que le imponen las desgraciadas condiciones de su organismo y el conjunto de causas circundantes que impelen al delito, en medio de las cuales se encuentra abandonado.¹⁴

    Agrega Carrara que, a pesar de la negación de la libertad humana, los seguidores del determinismo, llamado positivismo en el derecho penal,¹⁵ tuvieron la necesidad absoluta de sostener una idea de la imputabilidad, porque, de otra manera, los códigos penales y la filosofía del derecho penal hubieran dejado de existir, y esto era y es un absurdo.

    Por ello, se tuvo que acudir a la idea de Rondeau, en el sentido de que el delincuente era un enfermo y que, en su propio interés y en el de la sociedad que integra y frente a la que es responsable por ese solo hecho, debe imponérsele, a manera de curación, una sanción.

    Las cárceles, se decía, deben ser verdaderos hospitales donde los delincuentes sean tratados de la enfermedad propiciatoria del delito. La sociedad tiene derecho a defenderse del enfermo delincuente, razón que justifica las sanciones fundamentadas en la imputabilidad social.

    En otras palabras y conforme a Ferri, la corriente determinista, inspiró las concepciones positivistas en el campo del derecho penal y, para los efectos que interesan en este trabajo, puede afirmarse que el positivismo presentó un doble aspecto determinista; a saber:

    Que la conducta del hombre tiene que ocurrir porque así está determinada.

    Que incumbe a la sociedad defenderse de esas conductas que le dañan,¹⁶ derecho a la defensa que proviene de la responsabilidad social del delincuente enfermo.

    Sostenía Ferri, al hacer una labor comparativa y de contradicción, que la escuela tradicional o clásica del derecho penal estaba construida sobre tres postulados esenciales, que eran:

    El hombre criminal está dotado de las mismas ideas y los mismos sentimientos que todo ser humano.

    El principal efecto de las penas está destinado a luchar contra el aumento y desbordamiento de los delitos.

    El hombre está dotado de libre arbitrio o libertad moral y, por lo mismo, es moralmente culpable y legalmente responsable de sus delitos.

    A estos tres postulados se oponen, al decir de Ferri, las conclusiones que proporcionan las ciencias experimentales.

    Al primero, dice, la antropología prueba, por sus hechos, que el delincuente no es un hombre normal; por el contrario, debido a sus anormalidades orgánicas y psíquicas, heredadas y adquiridas, constituye una clase especial, una variedad de la especie humana.

    Al segundo postulado se oponen los datos estadísticos que prueban que la aparición, el aumento, la disminución y hasta la desaparición de los delitos dependen de razones diferentes a la imposición por parte de los magistrados de las penas señaladas en los códigos.

    Finalmente, al tercer postulado, de especial importancia para la determinación de la imputabilidad, confronta Ferri su lapidaria conclusión en el sentido de que la psicología positiva ha demostrado que el libre arbitrio es una pura ilusión subjetiva.¹⁷

    De la negación categórica del libre arbitrio propugnada por el positivismo, necesariamente se concluye que tampoco es admisible la libertad en el hombre. Si el fundamento de la imputabilidad en las ideas tradicionales o clásicas se encuentra en la libertad que el positivismo rechaza, es evidente la necesidad de encontrar un apoyo diferente en la imputabilidad que sí es reconocida como indispensable.

    Esto era tan obvio que se dice que con esta negación de la libertad se derrumban, en consecuencia, las construcciones jurídicas basadas sobre la voluntariedad, sobre la culpa y el dolo,¹⁸ y tiene que modificarse en el campo de la teoría del delito todo aquello que se hace o fundamenta en la culpabilidad.

    Pero aclara Ferri que la inexistencia de la libertad individual no se traduce en que el hombre se vuelva irresponsable de sus actos, sino que para poder exigir responsabilidad es menester encontrar un fundamento diferente al de la inexistente y negada libertad. Esta distinta fundamentación se halla, según Ferri: al transferir la libertad individual a la sociedad.

    ¿Qué es lo que esta transferencia significa? Ferri contesta a ello, afirmando que el individuo existe como tal únicamente en cuanto es parte de una sociedad determinada y esta, ante la conducta impropia de sus miembros, se encuentra:

    … en la ineluctable necesidad de proveer a su propia conservación. De aquí el derecho de castigar, un derecho que no tendrá el significado místico que tuvo mientras se le confundió con el orden moral y que todavía no puede ser puesto en duda.¹⁹

    Esto, debido a que el hombre es siempre responsable de sus actos por el simple hecho de ser parte integrante de la sociedad dentro de la cual vive. Nace así el concepto de responsabilidad social como contraparte del concepto de la libertad, que fundamenta a la imputabilidad moral.

    De esta nueva concepción en la que se crea la responsabilidad del hombre por el simple hecho de vivir en sociedad, necesariamente habrán de surgir nuevas posiciones respecto a la imputabilidad y a la sanción.

    La personalidad del sujeto, influida y determinada por el conjunto de factores endógenos y exógenos que participan para formarla, hace que deban crearse los grupos y subgrupos de enfermos delincuentes; enfermos que no han de ser encasillables en una patología puramente física, sino dentro de una concepción más amplia. Así, se dice:

    Afirmar que el reo siempre es un anormal, es una generalización contraria a la realidad, porque al lado de delincuentes anormales, hay delincuentes analógica y psicológicamente sanos, llevados al delito por efectos del ambiente, de educación, etcétera; que la anomalía psíquica, si está delimitada al momento del hecho, no impide que puedan ser clasificados entre los individuos normales.²⁰

    La imputabilidad en este sentido es tan solo el requisito que hace posible someter al agente a una pena.²¹ Asimismo, como consecuencia del positivismo, se toma un nuevo rumbo en materia de imputabilidad en cuanto a que, para que funcione la pena, se requiere una cierta capacidad para recibirla y ser vulnerable a sus efectos.

    Se dice que para satisfacer el fin de la sanción o pena no basta la correspondencia del hecho realizado con una manifestación de la personalidad del autor, incluyéndose los aspectos exógenos y endógenos que la conforman; sino que es indispensable que sea, igualmente, revelación de una individualidad apta para sentir el mal que significa la pena cuando va a cumplirse.²²

    Con base en que el derecho penal no tiene como fin de la pena castigar o hacer sufrir al delincuente, sino que pretende funcionar a través de la ley como motivo y fuerza para determinar el comportamiento humano en cierto sentido, es evidente que, si se quiere ser justo y razonable al aplicar la pena, esta debe encontrarse limitada a aquellos casos en los que pueda ejercer un cierto influjo como factor determinante para la conducta futura.

    Cuando la pena no puede ser motivadora, porque la personalidad del sujeto la rechaza o no la admite, falta la capacidad de pena, o sea, está frente a un inimputable.²³ Por estas variantes, ante la concepción del positivismo, tal como se ha mencionado como negación total de libre arbitrio, es que el principio de imputabilidad moral, a la manera de la escuela clásica, es sustituido por el de la responsabilidad social o legal, por lo cual el delincuente, imputable o no, es siempre responsable y está sometido, como peligroso, a sanciones.²⁴

    Respecto a la oposición que se establece entre el concepto de la imputabilidad basado en la responsabilidad moral, por una parte, y la responsabilidad social, por la otra, dice Zaffaroni que existe un doble mecanismo determinista: El mecanismo que lleva al individuo a ser un perjudicial para la sociedad y el determinismo de esta última de defenderse.

    Usando expresiones de Ferri, el planteamiento se hace en la siguiente forma:

    Todo ser viviente lucha por su propia existencia y todo acto que ofende en él las condiciones naturales de la existencia, individual o social, determina en su parte una reacción directa o indirectamente defensiva, ya sea que pueda servir para evitar desde luego las consecuencias dañinas de ese ataque, o reprimiendo al autor y tratando de evitar la repetición futura.²⁵

    Como puede observarse, para efectos de la responsabilidad moral únicamente pueden responder los sujetos con capacidad de entender y de querer y que éstos responden sólo en cuanto su obrar implique un juicio ético reprobativo, para la doctrina de la responsabilidad social subsiste la responsabilidad de manera independiente de aquella capacidad intelectiva y volitiva del juicio valorativo ético.²⁶ De aquí la responsabilidad social y la sustitución de las penas o sanciones por las medidas defensivas que puede usar la sociedad.

    Los efectos de esta postura son radicales: la imputabilidad se elimina, para ser sustituida por la responsabilidad social. Y la peligrosidad del sujeto²⁷ impide que perdure el dogma nullum crimen sine culpa, ya que será la necesidad social de defensa la que obligue a la aplicación de las medidas disponibles y adecuadas, y no la realización de ciertos hechos la que justifique la imposición de la sanción. Con todo ello, como anota Zaffaroni:

    El positivismo, al negar la libertad humana, no sólo reemplaza el concepto de imputabilidad, sino que hace algo más grave: anula el de culpabilidad. La peligrosidad positivista viene a reemplazar a la culpabilidad misma. El nullum crimen sine culpa carece de sentido en la elaboración positivista. Cuando, por ejemplo, los positivistas eximen de sanción a un individuo por haber actuado en situación de error, no lo hacen porque sea inculpable, sino porque no es

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