TROCK Los Ojos de Otra Galaxia
By RICK KENT
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About this ebook
La existencia de nuevas galaxias abre un mundo de nuevas posibilidades y colores jamás imaginados, de seres espectaculares, seres que poseen un gran poder. Esta es la historia de uno de estos seres, TROCK es un nombre digno para alguien que proviene de allí, en sus ojos se oculta un peculiar poder, poder que tiene la única finalidad de ayudar, ¿Pero acaso él tiene la responsabilidad de hacerlo? ¿Acaso el podrá llevar una vida normal en nuestro planeta?Conoce su historia y piensa que harías tu en su lugar.
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TROCK Los Ojos de Otra Galaxia - RICK KENT
CAPÍTULO I
EL FRÍO DEL LABORATORIO se sentía como un corte de navaja directo en el pecho. Jeyden intentaba con su último aliento resucitar a su hijo que acaba de tener entre sus brazos. Mientras tanto, su amado Jack miraba con lágrimas el reloj gris que estaba colgado en la pared de la sala. Eran los 2:25 pm cuando las esperanzas de los Miller de tener un hijo se alejaba.
—Jack, no puedo— dijo Jeyden agotada. Los médicos presentes le aconsejaban a la señora Miller desistir, pero insistía en darle un respiro de vida a su hijo.
Las enfermeras corrían de una esquina a otra como hormigas durante una lluvia de verano y el desesperado Jack Miller no soportaba la situación. Optó por mirar una vez más los minutos que habían pasado.
—Señores Miller, ya no queda nada por hacer— exclamó el Dr. Gittens.
3:00 pm y los doctores en la sala de nacimiento in vitro declaraban la muerte del bebé Miller, un nacimiento que había sido un sueño para una pareja de científicos que luego de 5 años de matrimonio no habían podido concebir de manera natural a su primogénito.
—Es mi culpa, no debí trabajar tan cerca de químicos— gritaba Jack entre lágrimas. Su esposa por su parte no emitía un solo sonido después de oficializarse la muerte de su pequeño. Ni una sola palabra, ni un gesto. Parecía una fotografía, una tumba de sentimientos y una boca cosida con los más afilados alfileres.
La sala estaba en completa calma, aquel ruido y ajetreo había sido callado con un golpe directo al rostro de los presentes. Sin más que decir, el doctor Arney Gittens le pidió a la pareja que abandonara el lugar, pues ahí se harían un gran daño emocional.
—Jack, lo mejor que puedes hacer ahorita es llevarte a Lucia a su casa, ya no hay nada que hacer. Toma mi número de teléfono por si ocurre algo— afirmó Gittens sin antes entregarle una tarjeta con los datos del médico.
—Doctor, lo mejor que puedo hacer ahorita es irme lo más lejos posible de esto, de verdad que me arrepiento cada día de mi vida por lo que hago a mi amada Jeyden, su dolor me carcome el corazón y me hace pensar en muchas ocasiones en que ella estaría mejor sin mí.
—Por favor Jack, eres más listo que eso. No digas cosas tan absurdas, tú y Lucia se aman desde la facultad.
Entre ese regaño de Gittens, Jack tomó a su esposa y la cargó desde la sala de nacimiento en el 4 piso del Instituto de Fecundación de la Universidad de Iowa hasta su carro en el sótano del estacionamiento de aquel edificio gris. Cada pasillo que Jack tenía que pasar y las luces amarillas de los bombillos se les hacía una tortura, solo quería llegar a su casa y recostar a Jeyden, servirse un par de whiskeys y calmar sus pensamientos.
Acostó a Jeyden en la parte de atrás de su camioneta Ford Bronco, la arropó con una manta y encendió el motor para emprender camino a su casa en la calle San Lucas de la Ciudad de Iowa.
—¿Qué voy hacer ahora?— Pensaba— creo que debo, por ahora, planear el entierro de nuestro pequeño.
La calle North Dodge se hacía eterna para Jack, solo deseaba que esa fatídica tarde llegará a su fin. Cada semáforo parecía eterno para poder llegar a su hogar y entre la tristeza, debía hallar una solución para el entierro. Cada vez más cerca y cada lugar que volteaba a ver le daba un sabor amargo. A pocos metros de la Universidad de Iowa, está la escuela del Distrito. Unos niños juegan en el parque escolar, risas y ruidos inocentes
—Esto no puede ser verdad, no me creo que haya ocurrido— se repetía.
En esa misma calle, un centro pediátrico se postraba sobre su cara como una montaña de lamentos y pensamientos, fantasías e ilusiones. Quería llegar lo más rápido a su casa. Cruzaba por la avenida principal, dos calles a la izquierda y ahí estaba la calle San Lucas, su paz tal vez le daría de probar por unos minutos al señor Miller.
—Vamos, cariño, llegamos a la casa— le decía Jack a Jeyden mientras la cargaba entre sus brazos para entrar a su apartamento de dos habitaciones. Las escaleras, tres pasos a la derecha y la puerta del piso numero 310 estaba en cara.
Coloca las llaves en el cilindro, la gira hacia un lado y entra su pequeño espacio donde los Miller pretendían criar a su pequeño.
Jack caminó hacia su teléfono, marcó los números, esperó a que contestaran del otro lado de la línea.
—Hola, Jack, ¿qué pasó?— preguntó su papá, Artudey Miller.
—Papá, hemos perdido al pequeño—
—¿Cómo dices? No puede ser—
—Se complicaron las cosas, no pudieron hacer nada. Lucia está destrozada.
Unos breves segundos de silencio se hicieron presentes en la llamada, una ambulancia sonaba del otro lado de la calle San Lucas.
—Me imagino que lo tendrán que enterrar.
—Sí, ya ahorita voy a llamar al cementerio Oakland para resolver el entierro.
— Bueno, llama hijo, yo le avisaré a tu mamá— sentenció Artudey.
Al día siguiente, Jack ya había planificado todo, una pequeña ceremonia para despedir al pequeño Miller. Solo fueron un pocos amigos y los papás de Jack puesto que Jeyden era huérfana, sentía que su familia eran los Miller. Un ramo de flores, una urna del tamaño más pequeño que pudieron encontrar, de color blanco y de madera de pino. Una pequeña reunión de gente vestida de negro de pies a cabeza. Lucia continuaba sin emitir un sonido desde la tarde anterior.
—Jack, de verdad no consigo palabras para explicarte cómo me siento con todo esto—dijo su compañero de la universidad, Thomas Anderson.
— No te preocupes, Thomas, no pasa nada. Ahorita mi mayor preocupación es que Lucia no quiere hablar. Esta mañana no quiso comer, si ni quiera sé cómo se vistió.
Sin cura o pastor ya que los Miller son ateos, solo unas palabras del doctor Gittens que demostraban la fragilidad emocional del momento.
—Fuiste una breve sonrisa para el mundo feliz de tus papás, te fuiste por una razón, en la que no encuentro respuesta más allá de que eres una pequeña demostración de lo poco preparados que estamos para momentos y que puede abrirse una caja de pandora en las vida de cada uno de los que te conocieron.
La pequeña urna bajaba hacia la tierra para no volver a verla jamás, el llanto de los Miller sonaba como un aullido de lobo a media noche. Las palabras se iban con el viento y la fantasía de la perfección en sus vidas se desvanecía como la arena en sus manos.
—Ya no sé qué haremos, Jack— dijo Lucia después de varias horas en silencio.
—Lucia, solo te digo que tenemos que seguir nuestra vida. Lo volveremos a intentar en su momento.
—Jack ¿cómo puedes decir eso?— refutó— yo no puedo, sé que suena fácil, pero no seas tan insensible.
—Lucia, no creas que tampoco estoy destrozado; pero si caemos los dos, nos derrumbamos por completo. Tengo que ser fuerte para evitar que esto nos acabe.
En ese momento, el cielo se iluminó como si el fuego del infierno hubiera subido como el agua durante una tormenta tropical. Se sintió el aire caliente como si abrieran un horno de leña. Eran las llamas de una explosión acompañadas de una cachetada.
—Jack ¿qué es eso?— gritó Jeyden.
—No lo sé.
—Todos a un lado— gritaba enardecido Grittens.
Fue entonces cuando de los abismos del universo, un meteorito se hizo presente en el lugar, casi parecido al sol. Los gritos, el escándalo y la desesperación se hicieron presentes en Iowa.
—Jack, tenemos que irnos de aquí— dijo Jeyden.
—Vámonos de aquí— contestó Jack.
Corrieron lo más rápido posible hacia su camioneta. El Dr. Gittens se montó junto a ellos.
—Pisa el acelerador a fondo, Jack.
Disparados como una bala salieron del cementerio, pero de pronto aquella esfera de fuego se cruzó en su camino.
—Jack, por favor, esquívala.
—Eso trato, Jeyden, eso trato.
De pronto el meteorito cayó en la tierra causando un gigantesco estruendo que rompió todas las ventanas en la Ciudad de Iowa. La camioneta de los Miller dio una salto feroz por los aires cayendo nuevamente al asfalto.
—Jack, frena— exclamó Jeyden.
Un breve momento de silencio, acompañado de una sola pregunta.
—Tenemos que bajar. A ver ¿quién se baja?— preguntó Lucia.
Todos se miraron a la cara, el Dr Gittens miro a Jack y le dijo:
—Vamos, Jack, ¿no pensaras dejarme solo en esto?
Jack asintió con la cabeza y abrió la puerta. El miedo recorría el cuerpo de ambos científicos, pero la curiosidad le ganaba.
—Jack, esto me parece mala idea.
—Dr. ¿y usted cree que a mí no?
Fue entonces cuando ambos tuvieron frente