Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

No matarás. Memoria civil
No matarás. Memoria civil
No matarás. Memoria civil
Ebook465 pages6 hours

No matarás. Memoria civil

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

Este libro analiza los primeros procesos legales sobre memoria histórica desde el año 2012, cinco años después de la entrada en vigor de la ley. El texto aborda la represión de la dictadura, la retirada de los símbolos franquistas en las calles españolas, el paso por la justicia argentina de las víctimas del franquismo, la exhumación de Franco y la de las víctimas del Valle de los Caídos. También se estudia la dificultad del acceso a los archivos, tomando como ejemplo una investigación familiar, así como otras causas recientes, como la de Federico García Lorca o la querella de la Asociación Trece Rosas Asturias contra Javier Ortega-Smith. Eduardo Ranz, pionero en la defensa jurídica de la memoria histórica, entrelaza su defensa a las familias con experiencias personales, en un texto que reivindica la necesidad de un íntegro cumplimiento de la Ley de Memoria, que, tal como menciona José Luis Rodríguez Zapatero en el prólogo, no es resultado de “ningún rencor, solo reparación, justa y apremiante reparación”.
LanguageEspañol
Release dateDec 21, 2020
ISBN9788413521398
No matarás. Memoria civil
Author

Eduardo Ranz

Eduardo Ranz Alonso cursó el Máster Universitario en Derecho de la Empresa en la Universidad Pontificia de Comillas (ICADE), Madrid. Es licenciado en Derecho y diplomado en Empresariales en ICADE. Doctor bajo el programa de investigación en medios de comunicación, alcanzando la calificación de sobresaliente, mención cum laude, por la Universidad Carlos III de Madrid. Abogado que logró la primera sentencia en la historia que autoriza la exhumación en el interior del Valle de los Caídos, así como más de 500 procesos sobre retirada de simbología de exaltación franquista. Entre 2011 y 2015 fue vocal vecino de la Junta Municipal de Distrito Retiro. De 2017 a 2018, asesor del Ministerio de Justicia. Desde 2013, director y propietario del despacho ERA Abogados, especializado en derecho laboral, civil y penal; profesor asociado de la Universidad Carlos III de Madrid, en la Facultad de Ciencias Políticas; y miembro del Turno de Oficio del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, en derecho laboral, penal y violencia de género. En la actualidad, abogado en ejercicio.

Related to No matarás. Memoria civil

Titles in the series (21)

View More

Related ebooks

Related articles

Reviews for No matarás. Memoria civil

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    No matarás. Memoria civil - Eduardo Ranz

    miedo.

    Prólogo

    Eduardo Ranz pertenece a la generación de los nietos de la Transición, la que impulsa decisivamente, a principios de los años dosmil, la elaboración y posterior aprobación de la llamada Ley de Memoria Histórica. Son quienes nos trasladan a los que entonces asumíamos responsabilidades políticas, primero en la oposición y luego ya en el Gobierno, la imperiosa necesidad de establecer medidas de reparación en favor de las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo.

    En sus reivindicaciones contarán, lógicamente, con el apoyo activo de los descendientes de aquellas, unos y otros congregados en torno a las asociaciones cívicas en defensa de la memoria. Porque es verdad que desde la Transición se habían venido aprobando algunas de esas medidas, pero estas eran claramente insuficientes. Hacía falta un reconocimiento jurídico al máximo nivel normativo. Hacía falta una ley, hacía falta una ley de derechos de la memoria.

    En su condición de joven letrado, Eduardo se encuentra con ella unos años después de que entrase en vigor y comenzase la andadura de su ejecución. Como esta comportaba el cumplimiento de determinadas obligaciones de los poderes públicos y el Gobierno que sucede a los que yo tuve el honor de presidir decidió confesadamente eludirlas, la trayectoria de la Ley a partir de entonces, y hasta tiempos recientes en que cambia la mayoría gobernante en nuestro país, será en buena parte contenciosa, porque no quedará más remedio que renovar las demandas políticas y porque las individuales se trasladan como demandas procesales a los tribunales.

    Ante ellos, el autor de este libro se va a convertir en un auténtico pionero de la defensa jurídica de la Ley de Memoria. Algo que comienza a ocurrir en 2012, cuando la tiene que invocar por vez primera para reivindicar su propia memoria, la de su familia, en la localización del cuerpo de su bisabuelo fusilado durante la Guerra Civil.

    A partir de ahí, representará a otras familias y sujetos legitimados en exhumaciones y en la exigencia de retirada de símbolos de exaltación de la dictadura. Y participará en la elaboración de estudios e informes, como el que sirve de base para solicitar del Gobierno en 2017 la conversión del Valle de los Caídos en un centro de memoria, y después en las vicisitudes de los procedimientos que conducen a la exhumación del cuerpo de Franco, que Eduardo Ranz vive como asesor del Ministerio de Justicia.

    Todo ello aparece trenzado en el libro con las propias peripecias biográficas de su autor, memoria sobre memoria, hasta concluir en la lectura de su tesis doctoral de la que aquel trae causa.

    No puede sorprender entonces la afirmación de que la lectura de este texto se antoje imprescindible para conocer el rendimiento jurídico de la Ley de Memoria, así como para el planteamiento de las reformas de la misma sobre bases ciertas. Pero también es muy ilustrativa sobre la realidad de las pretensiones que la Ley trata de atender, sobre los nombres y apellidos de la Ley, sobre las personas concretas que reclaman conocer el paradero de sus deudos, identificar y rescatar sus restos, reivindicar su memoria; pretensiones de toda justicia que una sociedad democrática simplemente no puede no acoger, y tampoco hacerlo ya sin urgencia, si no quiere incurrir en una suerte de inmoral prescripción de los derechos de las víctimas.

    Porque esto es lo que procede, lo que la lectura de la obra de Eduardo Ranz confirma con un tono justificadamente acuciante: la necesidad de un íntegro y perentorio cumplimiento de la Ley de Memoria. Frente a ello, resulta en verdad difícil de entender que todavía haya quien la juzgue innecesaria o la deseche por ser expresión de rencor. En palabras de José Andrés Torres Mora, ponente socialista de la Ley en el Congreso, que hace suyas el propio Ranz en respuesta a esa acusación, si quien la formula leyera los veintidós artículos, ocho disposiciones adicionales, una disposición derogatoria y dos disposiciones finales, de la ley, se llevaría la grata sorpresa de no encontrar ni una sola de las ‘paladas de rencor’, ni siquiera un dedal de rencor, nada, ningún rencor. Ningún rencor, en efecto, solo reparación, justa y apremiante reparación.

    No puedo concluir este breve prólogo sin referirme a la persona que estaba llamada en primer término a escribirlo, el director de la tesis de Eduardo, y que aparece citado en diversas ocasiones en el libro, el periodista José María Calleja, prematuramente fallecido a causa del virus de la COVID-19, y al que tanto echamos de menos quienes le queríamos y admirábamos. Calleja se distinguió por su trayectoria personal y pública en la defensa, llena de coraje, de las víctimas del terrorismo. La profesión de unos mismos valores a los esgrimidos en ese afán, los de la dignidad humana y la convivencia en paz, explica el compromiso, no menos exigente, que él tenía también con las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura. El mismo compromiso que está presente, de principio a fin, en este libro de Eduardo Ranz y, estoy seguro, en todos aquellos que se sientan llamados a recorrer sus páginas.

    José Luis Rodríguez Zapatero

    Presidente del Gobierno de España (2004-2011)

    Introducción

    Franco descansaba ya donde soñó. Los españoles de­­mó­­cratas empezábamos a descansar, tal y como habíamos soñado.

    José María Calleja, El Valle de los Caídos (2009)

    Los hijos e hijas de fusilados cuentan con edades superiores a los 90 años. Cada día que pasa sin obtener reparación, conocer su verdad y exhumar a sus padres supone que finalizarán su camino sin reencontrarse con quienes les dieron la vida.

    Este libro busca repasar el conjunto de acciones legales que, desde el año 2012, momento en que se inició el proceso de exhumación de los hermanos Lapeña y otros vecinos de Calatayud (Aragón), como letrado he ido realizando hasta el momento. En lo referido a los procesos legales sobre memoria histórica, el Tribunal Supremo estimó que fueron 114.226 víctimas, de las cuales 33.833 fueron inhumadas en el Valle de los Caídos. Como abogado, ciudadano y militante de la causa, he podido contribuir en algunos avances en el mundo jurídico sobre la materia: causas de exhumación, auto judicial en el Valle de los Caídos, más de 500 procesos de retirada de simbología franquista en las calles españolas, así como una propuesta de reforma de la Ley de Memoria Histórica. El libro pretende asumir el deber de cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica desde las administraciones y la Iglesia católica como idéntico al del resto de las normas del ordenamiento jurídico español, redefiniendo la idea de exhumación como acto privado con trabas administrativas a un deber de lo público.

    A la vez que ellos eran fusilados, ellas sobrevivían. La situación de las mujeres en relación con los periodos históricos siempre ha sido la de supervivencia. Tras el inicio de la Guerra Civil, y con ello la involución en derechos, las mujeres republicanas sufrieron una doble victimización: por un lado, la pérdida de derechos y seres queridos, y por otro, la represión sobre su honor, su intimidad o su cuerpo, siendo ultrajadas, violadas, encarceladas, vejadas, paseadas, rapadas, obligadas a ingerir aceite de ricino, asesinadas e, incluso, fusiladas en grupo, como fue el caso de las Trece Rosas; todo ello sin olvidar el trabajo esclavo al que fueron sometidas, en ocasiones en condiciones más duras aún que las de los hombres. Por parte del bando golpista fueron deshumanizadas o asesinadas sin cargo de responsabilidad, mientras que por el lado republicano terminaron sus días sin el merecido reconocimiento de sus compañeros de lucha o resistencia. Su situación en la dictadura posterior fue de reducción a minoría de edad, con la cooperación de la Iglesia católica. Ellas sacaron adelante a sus familias y superaron la peor etapa de la historia española: las heroínas, sin duda, fueron ellas, porque sobrevivieron.

    La Ley de Memoria Histórica establece dos obligaciones municipales en materia de memoria: elaborar el catálogo de simbología de exaltación y la inmediata redefinición del callejero. Sin embargo, es frecuente encontrar en las calles españolas simbología visible de la exaltación de Guerra Civil y dictadura, incumpliendo una ley humanitaria, lo cual supone una ofensa a la democracia, al Estado de derecho y a la reparación de las víctimas del franquismo; ofensa que adquiere grado superlativo al observar que existen en España, todavía, entidades territoriales cuya denominación mantiene una mención al Generalísimo o a otros protagonistas de la dictadura. De la misma forma que en Europa no existe la Colonia de Hitler o el Trastévere de Mussolini, lo razonable en España sería contar con una versión democratizada de esos nombres. Los apellidos de estos municipios surgieron al calor de la dictadura, por el miedo, miedo impuesto por el régimen, y son denominaciones que antes del dictador no existían y merecen un nombre propio y no impuesto¹.

    Por su parte, la Ley de Amnistía nace como una negociación en dos partes. Una previa, convocada un año después de la muerte del dictador Francisco Franco, todavía en Cortes franquistas; y una segunda amnistía, convertida en la denominada Ley de Amnistía, consensuada y redactada por todos los grupos políticos de las Cortes democráticas, emanadas del Parlamento (a excepción de Alianza Popular, la cual votó en contra). Este libro pretende reflejar el espíritu del origen de amnistiar, su escaso desarrollo legislativo posterior y su transformación en argumento jurídico para denegar el acceso a la Justicia y el derecho a la tutela judicial efectiva, reconocidos como derechos fundamentales de la Constitución española de 1978.

    El Valle de los Caídos (o Valle de Cuelgamuros, como lo define Ni­­colás Sánchez Albornoz, testigo de aquella locura) se rige por dos normas preconstitucionales, actualmente en vigor: Decreto de 1 de abril de 1940 y Decreto-ley de 23 de agosto de 1957. Aunque la Ley de Memoria Histórica incluye una mención, aún hoy siguen en vigor los decretos por los que se edificó aquel homenaje arquitectónico al dictador, los cuales no han sido democratizados ni siquiera conforme a la Constitución española de 1978. El Valle está custodiado por la abadía benedictina, concretamente por diecinueve religiosos, bajo un valor catastral de 21 millones de euros. El 20 de noviembre de 2012, seis familias aragonesas iniciaron un proceso judicial por el cual se solicitaba la exhumación de sus abuelos, padres y tíos, inhumados en el Valle de los Caídos. El 30 de marzo de 2016, el Juzgado de Primera Instancia número 2 de San Lorenzo de El Escorial, ante la demanda para la aprobación y protocolización de información ad perpetuam rei memoriam, procedía a dar luz verde a la recuperación de los restos mortales de los hermanos Lapeña, inhumados ambos en el Valle de los Caídos en abril de 1959. A día de hoy, podemos decir que el Valle ha visto pasar de lejos la democracia, sin que la democracia haya entrado en el Valle.

    El acceso a los archivos es fundamental; no solo para conocer la verdad, nuestra verdad, sino para desarrollar hipótesis de trabajo más completas en materia de exhumación de las víctimas de la Guerra Civil o sobre los casos de menores sustraídos (niños robados). Conforme al tratamiento de secretos oficiales, propiedad intelectual o protección de datos (excusas todas ellas que hacen que quien custodia el archivo decida quién lo consulta y quién no), se hace fundamental la necesidad de fomentar la transparencia, así como una norma centralizada que establezca criterios objetivos de acceso a la información histórica. El presente trabajo propone una comparativa entre la disparidad de criterio en el acceso a archivos públicos y la dificultad para obtener información de aquellos custodiados por Defensa. Para ello, se desarrolla el caso de la familia Ranz e Iglesias y las facilidades de acceso a la sección de la Guardia Civil (Archivo General del Ministerio del Interior) con respecto a la negativa militar. Además de lo anterior, en el plano político se observa que, mientras que son las familias las que deben emprender una búsqueda de información e investigación privada, determinados parlamentarios ridiculizan los sentimientos de las víctimas del franquismo, gozando de impunidad en sus palabras.

    La metodología de la investigación parte del análisis de fuentes o literatura científica, dividida en ocho grandes bloques: 1) Ley de Memoria Histórica, 2) Bo­­letín Oficial del Estado, 3) diarios de sesiones parlamentarias, 4) documentación de las comandancias de la Guardia Civil y Archivo General del Ministerio del Interior, 5) jurisprudencia de juzgados y tribunales nacionales y europeos, 6) entre otros muchos, los libros El Valle de los Caídos, del periodista José María Calleja; Valientes, de la periodista de El País Natalia Junquera; o San Marcos. El campo de concentración desconocido, de las periodistas López Alonso y Gallo Roncero, 7) artículos y editoriales del periodista Alfonso Ojea de la Cadena SER, así como 8) una entrevista al expresidente José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011) para la tesis doctoral del autor: Relevancia de la Memoria Histórica en el ordenamiento jurídico y documental en España, defendida en septiembre de 2017 en la Universidad Carlos III de Madrid.

    Solo cuando se proceda a exhumar a las víctimas directas del franquismo, se obtenga un acceso sin restricciones a los archivos, y se redefina el callejero de las ciudades y nombres de pueblos, eliminando toda simbología de exaltación a los vencedores de la Guerra Civil, comenzaremos a hablar de reparación española justa en derecho. No se trata de reabrir heridas, sino de cerrarlas. Se trata de memoria, dignidad y justicia.

    La primera víctima del franquismo fue la verdad; la segunda, la cultura.

    Capítulo 1

    Y empezó todo

    Cruza la puerta. No te detengas. Si tienes dudas, siempre a la izquierda.

    Antonio Martínez Ares, La eternidad (2017)

    Todo empezó en el año 2011. Yo tenía 26 años y acababa de leer un artículo en El País, firmado por la periodista Natalia Junquera, que trataba sobre unos maquis de la guerrilla antifranquista cuyos cuerpos habían sido descubiertos entre Cuenca y Valencia. En ese momento recordé que tenía un bisabuelo soriano, guardia civil y fusilado, y que todo lo que sabía de él era que sus restos se encontraban en una fosa en el cementerio de Burgos capital. Por entonces, mi familia pensaba que había sido fusilado, siendo de derechas, por la derecha, por haberse negado a matar a una profesora. Aquel señor se llamaba Andrés Ranz Iglesias, abuelo de mi padre, de mi tía María Gloria y de su primo Gonzalo; y a su vez, aquel señor, cuya historia era tan desconocida para mí, era el padre de mi tía abuela Manolita, única hija viva, que reside en Zaragoza junto a su marido, mi tío Felipe. Sus testimonios, sumados al de mi abuela Gloria, nuera del difunto, eran esenciales para conocer una vida que, sin duda, cambiaría la mía.

    En abril de 2011 yo llevaba apenas nueve meses ejerciendo como abogado en Madrid y tenía mucha relación con el entonces diputado socialista en el Congreso por Albacete, Manuel Pérez Castell, el cual contactó con Barrio de Penagos, y este me dio el teléfono de Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, quien a su vez me facilitó el teléfono de José Ignacio Casado, investigador de la memoria principalmente en Burgos y Soria: Un ordenador con patas, fue como le describió Emilio, y como efectivamente quien le conoce puede asegurar.

    A su vez, por esas fechas, empezaba a charlar con cierta asiduidad con el que posteriormente iba a ser mi amigo, padrino, hermano mayor, director de tesis e incluso testigo de boda, el periodista José María Calleja, quien estaba en todas las tertulias de análisis político, y hasta hacía poco era redactor jefe de CNN+: diecisiete años con escolta, incluso en Madrid, por su conocida lucha contra el terrorismo, dentro y fuera de Euskadi. El caso es que siendo yo un perfecto desconocido para él, rápidamente me dio el teléfono de su hermano mayor Txomin, quien vivía en León y podría ayudarme con la investigación familiar, como así fue.

    Después de hablar con todos, salvo con José Ignacio, que no es habitual del teléfono, un sábado de primavera decidí arrancar, porque sí, desde mi casa de entonces en Atocha hacia el cementerio de Burgos, con unas flores, mucha ilusión y ningún plan. Una vez allí, paseé por la entrada del cementerio San José, sus laterales, por el monumento a Félix Rodríguez de la Fuente, por el de los caídos militares (los últimos, del Yak-42), pregunté a viandantes, revisé alcantarillas… Descubrí que en la ciudad hubo otro cementerio anterior; allí que me desplacé. Ahora es un hotel; pregunté a la persona en recepción, quien como buen recepcionista sabía responder todas las preguntas relacionadas con el turismo, aunque esta quizás le resultó algo, cuando menos, inusual.

    Esas fechas, aunque estuviéramos en abril, coincidían con el movimiento 15-M, y había unos indignados en la Plaza Mayor de Burgos, al lado del río Arlanzón. Finalmente, tras una toma de contacto con el terreno y tres o cuatro llamadas a mi tía abuela Manolita, por idea de ella dejé las flores en la catedral de Burgos y procedí a comer adecuadamente, como corresponde a la ciudad donde me encontraba.

    A la vuelta, ya en la Comunidad de Madrid, me devolvió la llamada José Ignacio Casado. Al ver que era él, paré el coche en el aparcamiento de la primera gasolinera que encontré y respondí al teléfono. Lo primero que hizo fue preguntarme si yo era familia del brigada Andrés Ranz Iglesias. ¡Claro que sí!, le respondí, es mi bisabuelo, y precisamente hoy he ido a buscarlo.

    Y ocurrió el milagro laico. Me contó que mi bisabuelo fue perseguido y fusilado, que tenía relación con políticos republicanos del momento, que leía prensa republicana y que finalmente fue fusilado en su último destino, Burgos; que había cierta documentación sobre él que le gustaría darme, y que hace tiempo intentó localizar a los descendientes, pero en Soria, y no había tenido éxito. No me lo creía; le dije: Suena a una persecución de un republicano. Él era muy republicano, me respondió.

    Ajeno a su ideología hasta ese momento, e incluso pensando que mi bisabuelo no era republicano, lo que me movió tras leer el artículo en El País era exhumar su cuerpo y desplazarlo a Madrid para enterrarlo en el cementerio de la Almudena junto a su mujer y su hijo, mi bisabuela Francisca y mi abuelo Antonio. Gracias a la documentación que me facilitó José Ignacio Casado, descubrí que mi bisabuelo, guardia civil y afín a la legalidad republicana, en 1934, sufrió junto a su familia un atentado. Según la instrucción del momento le habían envenenado la botella de vino, y todos fueron llevados al hospital e intervenidos, a excepción de los dos miembros más jóvenes de la familia, que no bebían. Su idea de lo justo le llevaría prematuramente a la muerte con 46 años, una viuda y cuatro hijos, dos años después.

    Le habían detenido por negarse a matar a una maestra de la República, y al ir a escapar le aplicaron la Ley de Fugas, es decir, lo asesinaron en plena calle. Él sabía que, hiciera lo que hiciera, iba a morir: No me mates, por mis hijos, le dijo al compañero guardia civil que le disparó, con quien se disputaba el ascenso a brigada.

    Escuchar todo aquello en el coche, leer el dosier y oír los relatos familiares que de repente volvían a rememorar una historia de la que no se hablaba por autoprotección y por olvido fue, además de un viaje por el túnel del tiempo, un gran honor para mí poder ser el motor de mi familia en este cuento. Ejerzo la profesión de abogado con una toga roja y tengo unas ideas de izquierdas, pero no sabía que las de mi bisabuelo también lo eran. Él nació en el seno de una familia de ocho hermanos, nacidos en Barahona (Soria), seis chicos y dos chicas; con él, cuatro fusilados, y un quinto, diputado por Izquierda Republicana, Miguel Ranz Iglesias², quien sufrió el exilio en México, previo paso por un campo de acogida en el título, o de trabajo deshumanizado en la práctica, al sur de Francia. Su padre, el abuelo de mi abuelo, había sido alcalde de Barahona. Estaba suscrito a dos periódicos y había levantado a los campesinos del pueblo frente al duque de Medinaceli para que estos fueran dueños de sus propias tierras. La madre de todos ellos, Eulalia Iglesias, comenzó a dar a luz en 1880 y no paró hasta 1902, la mayoría de las veces en febrero. Once partos, de los cuales sobrevivieron ocho. El padre de todos ellos, Antonio Ranz Olmo, quien se llamaba igual que su nieto, mi abuelo, falleció de muerte natural en 1934; lo cual fue una suerte, puesto que de haber vivido dos años más, las opciones habrían sido acabar fusilado o morir de pena al ver fusilar a cuatro de sus hijos y a un nieto de 14 años, del que aún hoy no se sabe dónde está su fosa.

    Volviendo al análisis del momento, yo tenía 26 años, recién terminado el consabido máster, y ni un año ejerciendo, trabajando en Madrid; pertenecía a una generación que, como la anterior, se encontraba totalmente normalizada dentro de la sociedad española. Nada de lo vivido por ellos había influido en la ciudad en la que vivimos, carrera, profesión… Por tanto, no era víctima de nada, pero sí consideraba y considero que existe una deuda de compañerismo con todos ellos, así que me puse a disposición de la causa. Yo no daba crédito a la situación: personas desconocidas para mí, desinteresadamente, me estaban ayudando a conocer, rescatar del olvido, reconocer a mi familia, darles vida y continuidad a sus ideas, que tan injusta y cruelmente les habían sido arrebatadas, condenándoles muy jóvenes a un destino de plomo, fosa y desmemoria.

    La ayuda de las personas que acababa de conocer había hecho que el sábado 2 de julio de 2011 emprendiera un segundo viaje a Burgos, pero esta vez en forma de reunión familiar, cuyo punto de partida fue el cementerio San José, para rendir merecido homenaje al brigada de la Guardia Civil Andrés Ranz Iglesias, ejecutado el día 16 de septiembre de 1936 por el motivo de negarse a matar a una maestra, y por quien ese mes de julio, setenta y cinco años después, se depositaban ocho flores rojas y se rezaba una oración. Pero, con todo, era un día de celebración, y la jornada continuó en el Mesón del Cid, frente a la catedral, y entre judiones y cordero tuve la suerte de ser yo quien le entregara un dosier a cada miembro de la familia sobre lo ocurrido, en cuya portada imprimí un árbol genealógico personalizado.

    Pasaron los meses y el contacto con la causa, las familias y sus protagonistas era cada vez mayor; pero todo se desarrollaba de forma discreta, puesto que por entonces, en medio de una crisis económica a nivel mundial, trabajaba en un despacho en lo que era mi primera experiencia profesional como togado. El dueño y director del despacho era el vicepresidente segundo del Real Madrid: nuestras diferencias empezaban a ser visibles, y mi frustración como abogado iba en aumento. Finalmente y como era de esperar, tras la aprobación de la reforma laboral de febrero de 2012 y un ingreso de cuatro días en el Hospital de La Princesa en Madrid, a causa de un problema que tuve en el pulmón derecho, a la par que recibía el alta médica me esperaba una carta de despido.

    Tras liquidación, saldo y finiquito y una indemnización (de las últimas que se abonaron a 45 días por año), me fui a una jornada sobre memoria histórica de la Universidad de Salamanca donde participaban Emilio Silva (presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica), Ana Messuti (una de las abogadas de la causa argentina) y Ramón Sáez (magistrado de la Audiencia Nacional). En la cena posterior pude conocerles a todos ellos; e incluso a Fausto Canales, cuyo padre y tío aún se encuentran en el Valle de los Caídos. Él era el caso más visible del momento y quien más lejos había llegado como víctima en la búsqueda de sus familiares. Durante la cena me comentó que su causa se encontraba en el Juzgado de San Lorenzo de El Escorial, que tenía procuradora, Lucrecia Rubio, y que necesitaba urgentemente un abogado. Las referencias sobre Fausto venían de José María Calleja, quien había escrito sobre su historia y le había llevado a su programa El debate, en CNN+. Le dije que por supuesto, y por primera vez me sentí de verdad abogado.

    Unas semanas después, fui al Juzgado de San Lorenzo de El Escorial con mi amigo, compañero de carrera y de despacho Héctor Serna, antiguo abogado del despacho Garrigues, uno de los cinco mejores bufetes de España. Quedamos con la procuradora y estuvimos estudiando el procedimiento en el juzgado; después tomamos un café en el bar de al lado, con el consabido pincho de tortilla, y establecimos un primer enfoque, cuya estrategia iba a durar varios años.

    Poco después conocí a Silvia Navarro. Pertenecía a una de las seis familias cuyos padres, abuelos y tíos fueron fusilados en Calatayud y secuestrados desde una fosa para ser llevados al Valle de los Caídos; entre ellos, Purificación Lapeña y su marido Miguel Ángel. Trabajábamos todos juntos desde el despacho de Alicia Moreno, perteneciente a Rights International Spain, abogada penalista con gran experiencia en jurisdicción universal, derechos humanos y crímenes del franquismo; junto a ella, la abogada Lydia Vicente, especialista en causas relacionadas con el derecho humanitario en lugares como Oriente Medio, Norte de África, Bolivia o Brasil. De estas abogadas me sorprendió toda su experiencia, su sencillez y su idea de ser yo quien ejerciera la dirección letrada del caso. Años después, cuando nos cruzamos en los juzgados, o en el metro de Madrid, siento aún el profundo agradecimiento por su confianza en un novato.

    Ya asumida la condición de abogado, una redactora de CNN México contactó con Fausto Canales, quien me pidió que lo acompañara al pueblo donde había ocurrido la trágica historia de su familia: su padre fusilado, cuando él tenía apenas 2 años, y arrojado a una cuneta cercana a la localidad de Aldeaseca (Ávila), el 20 de agosto de 1936, junto a otros vecinos de Pajares de Adaja, cuyos restos, años después, fueron desplazados al Valle de los Caídos sin que nadie lo supiera.

    Poco después, la Asociación por la Recuperación e Investigación contra el Olvido (ARICO) me convocó en Zaragoza para dar una conferencia con el colectivo de memoria de Aragón. Recuerdo que llevaba la conferencia memorizada: la repasaba en el AVE, en casa de mis tíos, por el paseo de la Independencia, por el Pilar, por donde fuera. Calleja me había enseñado que las charlas se deben dar sin leer un papel, y yo, sin haber dado jamás una conferencia jurídica, tenía que transmitir seguridad y ganarme la confianza de los asistentes, todo ello en treinta minutos más las preguntas, sin prestigio ni infraestructura. En ese momento (afortunadamente estuve muy poco tiempo en paro) me acababan de contratar como director de un departamento de laboral; el despacho estaba en la calle Serrano de Madrid, muy cerca de donde ahora tengo el mío.

    Parecía que todo el mundo confiaba en mí. Ofrecí mi ayuda de forma pro bono, criterio que también cumplió la procuradora de San Lorenzo de El Escorial, Lucrecia Rubio. El único gasto que los clientes debían asumir era el coste del Poder General para Pleitos, unos 40 euros, que se podía emitir desde cualquier notaría de España.

    En un primer momento, la idea que las víctimas de Calatayud tenían era emprender una acción legal conjunta a imitación de la querella argentina; pero yo entendía que era mejor iniciar las causas de forma individual para no contaminar unas con otras y, dada la novedad jurídica y la dificultad técnica, poder acudir a distintas ventanillas legales, con casos análogos, para que lo que beneficiase a uno a través de un fallo favorable pudiera hacerlo al resto, como así ocurriría cuatro años después.

    Una vez explicado y aunque más trabajoso para mí, todos ellos estuvieron de acuerdo con ese criterio. Llegó el 20 de noviembre de 2012, y con ello la puesta en conocimiento de cinco familiares, con siete casos, ante los Juzgados de Primera Instancia e Instrucción de San Lorenzo de El Escorial. Algunos de ellos vinieron desde Aragón, habiéndose levantado a las cuatro de la mañana solo para registrar las denuncias en el Decanato de San Lorenzo de El Escorial. Ese era su único amparo.

    Independientemente de los fundamentos legales, los hechos de la denuncia fueron corregidos hasta el mínimo detalle por cada familia, lo que suponía para ellas que, por primera vez, se transcribiría en un documento judicial la prueba de sus testimonios, los testimonios que habían escuchado en su casa durante dos generaciones. Pese a que aún hoy las familias que pusieron en conocimiento del Juzgado de San Lorenzo de El Escorial sus circunstancias no han tenido la oportunidad de reencontrarse con sus olvidados, en ese momento, el simple hecho de elaborar un escrito que tendría el sello del Decanato del juzgado producía cierta

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1