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Mirando a los ojos de la muerte: Las mejores crónicas de Pepe Reveles
Mirando a los ojos de la muerte: Las mejores crónicas de Pepe Reveles
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Mirando a los ojos de la muerte: Las mejores crónicas de Pepe Reveles

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Reúne una vasta recopilación de textos de la pluma de José Reveles, reconocido periodista mexicano, dos veces ganador del Premio Nacional de Periodismo y colaborador en varios medios de comunicación de México.
LanguageEspañol
Release dateDec 20, 2019
ISBN9786071666314
Mirando a los ojos de la muerte: Las mejores crónicas de Pepe Reveles

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    Mirando a los ojos de la muerte - José Reveles

    Fuentes

    UN SER DE OTRA MADERA

    LOS REPORTEROS, los mejores, son seres peculiares: observadores, inquisitivos, tenaces, altamente competitivos, egoístas, valientes, implacables, pedantes, imprudentes, desconfiados, gregarios pero individualistas, irreverentes y hasta tramposos, si el caso lo amerita.

    Su trabajo es recoger, a como dé lugar, todo lo que es noticia, y una vez reunida la información, jerarquizarla y escribirla. Sus textos deben poseer la tensión dramática propia de la obra teatral, pero con la cuidadosa descripción de una novela y, cuando hay talento literario, un soplo de aire poético es la cereza del pastel, pues su objetivo, además de trasmitir el acontecimiento, debe ser la seducción de quien ponga los ojos sobre su texto, pues como decían los viejos jefes de redacción, al periodista le pagan por escribir, pero al lector no le pagan por leerlo.

    El reportero no está obligado a ser un estilista literario, aunque por supuesto los hay, pero sí debe emplear el lenguaje aceptablemente correcto. En el caso del reportaje, sus historias han de estar nutridas por los hechos y los dichos de sus protagonistas, pero con la cuidadosa envoltura de las circunstancias. No le está prohibido poner en juego su imaginación, pero sólo cuando de ese modo enriquece su historia sin faltar a la verdad.

    Debe ser un buen lector, para lo cual ha de cotejar diariamente lo que publica el medio en el que trabaja y hacer el seguimiento de lo que informa la competencia. Por supuesto, está obligado a analizar los artículos de fondo, las fotografías y las caricaturas. Parte de su trabajo es revisar todas las secciones: política nacional e internacional, páginas financieras y notas urbanas: la información policiaca, la deportiva y por supuesto la cultural. Sí, todo el periódico, porque la gran nota puede sugerirla esa foto de interiores, la deducción de un articulista, el reportaje que algún colega perdió en la máquina, la nota que se le fue a otro compañero por falta de olfato y hasta la caricatura que apunta y dispara al mismo tiempo.

    No es casual que la mayoría de los reporteros empiecen sus carreras cubriendo las fuentes policiacas, pues ellos son, deben ser, detectives en busca del dato revelador, de la palabra clave, del contexto definitorio. De ahí que Alberto Ramírez de Aguilar, figura notable de la nota roja, bautizara su columna como Siguiendo pistas, pues a eso se dedican los mejores hombres de prensa, a indagar, a marchar tras las huellas de otros.

    Todo eso lo sabe y lo practica Pepe Reveles, capitalino nacido en 1944, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, cofundador de Cencos, reportero de La Prensa, Novedades y las publicaciones de la casa Excélsior, de donde salió con Julio Scherer y otros próceres para fundar la agencia CISA y la revista Proceso. Por si algo faltara, es también autor de una amplia bibliografía y miembro fundador y directivo de la Unión de Periodistas Democráticos.

    Dicho así parece muy fácil. Queda la impresión de que la vida ha sido siempre generosa con Reveles. Pero no hay tal. Don Pedro, el padre, dejó inconclusa la carrera de homeopatía y se dedicó a trabajar los metales como tornero, labor en la que era auxiliado por su prole. La madre, doña Rufina, murió a los 29 años dejando en la orfandad a siete hijos.

    El fallecimiento de la progenitora hundió a la familia en el dolor y en el caos. El padre decidió irse a Tijuana, quizá con la esperanza de cruzar a los Estados Unidos y labrarse una vida mejor. Antes de marchar depositó a las hijas en un convento y envió a Reveles, en solitario, a la Ciudad de los Niños, un internado que fundaron los jesuitas en Guadalajara.

    En aquel lugar aprendió Pepe a hacer balones y a rezar, pero en sus ratos libres leía con avidez libros que sacaba de la biblioteca, varios de ellos anotados en el Índex, la lista negra de lo que no deben leer los buenos cristianos. Con la cultura que adquirió de esa manera, pronto descolló entre sus compañeros y sus maestros lo recomendaron para que fuera aceptado en el Seminario Diocesano, donde pasó cinco años hasta que se convenció de que Dios no lo había llamado por el camino del sacerdocio.

    Sólo dos veces lo visitó su padre en la capital tapatía. Pepe era un huérfano en todo sentido: abandonado, en la mayor pobreza; se vestía de ropa que le regalaban y suponemos que agradecía al cielo el recibir las tres comidas y contar con un rincón para dormir… y para leer, porque mantuvo ese hábito y devoró libros de Georges Bernanos, de Pío Baroja y Paul Claudel, de Garcilaso y de Góngora, además, por supuesto, de obras menos piadosas o la revista El Cuento del llorado Edmundo Valadés. Esa temprana formación lo llevó a su primera experiencia como gente de prensa, pues se convirtió en corrector del periodiquito estudiantil.

    Al dejar el Seminario, nuestro personaje decidió quedarse en Guadalajara y se fue a vivir a la casa de un amigo, donde pasó unos meses hasta que optó por regresar a la Ciudad de México, cuando apenas tenía 18 años. Volvió a casa del padre, pero la prolongada separación y el olvido habían dejado cicatrices. Pasado un año optó por establecerse aparte, alquiló un pequeño cuarto y entró en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Para mantenerse y pagar sus estudios compraba dulces que luego vendía al medio mayoreo en diversos establecimientos, y no le iba tan mal.

    Debió ser un estudiante destacado, pues don Alejandro Avilés, entonces director de la Septién, lo recomendó con José Álvarez Icaza. Eran los tiempos del Concilio Vaticano II que había recomendado a la feligresía acercarse a los medios de comunicación. Fue así como Álvarez Icaza fundó Cencos, gesta en la que estuvo acompañado, entre otros, por José Reveles, entonces un muchacho de 19 años.

    El Centro Nacional de Comunicación Social, que tal era el nombre completo de Cencos, fue una especie de escuela complementaria para Pepe, pues ahí hacía un poco de todo: escribía la síntesis informativa, redactaba material que se entregaba a la prensa y reporteaba asuntos de interés para la institución, mismos que luego eran difundidos por diversos canales.

    Entre fines de 1967 y principios de 1968 estuvo cuatro meses en La Prensa, donde fue corrector, cabecero y, con frecuencia, el encargado de cerrar la edición, lo que ocurría después de medianoche. Paralelamente seguía haciendo trabajos para Cencos, como la síntesis de noticias que empezaba a las cinco de la madrugada. Por si fuera poco, al mismo tiempo investigaba y escribía su tesis. Tan tremenda carga de trabajo le hizo perder nueve kilos, pero ni por eso llegó a dudar de que su puesto estaba en el periodismo, que era su mundo, su vida.

    En 1968 se celebró en Medellín, Colombia, la segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana y Pepe la siguió desde la Ciudad de México, aunque le hubiera gustado estar en el sitio mismo de los debates. Entre 1968 y 1970 fue reportero de Novedades y por supuesto le tocó cubrir diversos aspectos del movimiento estudiantil, incluida la matanza de Tlatelolco, aunque aquel periódico no simpatizaba con la rebeldía de los jóvenes, a la que veía como producto de una conjura comunista.

    No pasó mucho tiempo para que el oficio le diera la oportunidad de conocer Colombia. En 1970 fue enviado por Novedades a Bogotá para cubrir la toma de posesión del presidente Misael Pastrana Borrero, después de unas elecciones duramente cuestionadas. Reveles aprovechó el viaje para entrevistar a sacerdotes que, ante el cierre de opciones democráticas, defendían el camino de las armas seguido por Camilo Torres. En medio de aquella efervescencia, mandó una crónica que daba cuenta, en exclusiva, del nacimiento del M-19. Para su decepción, el periódico relegó a interiores todo ese material que anunciaba el inicio de una complicada etapa de la vida colombiana.

    A su regreso, después de conocer el tratamiento que recibieron sus envíos desde Colombia, Reveles dio el gran paso profesional al convertirse en reportero de Últimas Noticias. En su primera semana ganó una nota que apareció en Excélsior y ése fue el boleto para incorporarse a la redacción de ese diario, el más importante de aquel momento, donde Julio Scherer, su director, había reunido a un talentosísimo grupo de reporteros, a caricaturistas como Abel Quezada y Rogelio Naranjo, a fotógrafos de calidad y a la planta más solvente de opinadores, quienes hicieron de las páginas editoriales una isla de dignidad en el mar de conformismo periodístico de aquellos días.

    El entonces joven reportero se convirtió en parte de la más brillante constelación que se haya reunido en la historia del periodismo mexicano, con líderes como el citado Scherer, Manuel Becerra Acosta, Miguel Ángel Granados Chapa y Miguel López Azuara, en años en que la gerencia de la casa Excélsior estuvo en manos de don Hero Rodríguez Toro. Un elenco de lujo donde no desentonaba el talentoso José Reveles, que para entonces ya impartía cátedra en escuelas profesionales.

    En aquel momento, Excélsior se anunciaba como uno de los diez mejores periódicos del mundo y muy probablemente el mejor de habla española. La competencia lo veía con una mezcla de admiración y envidia. Sus reporteros marcaban la pauta en las conferencias de prensa, las primeras planas eran impactantes, sus articulistas resultaban indispensables y todo se conjugaba para que cualquier colega anhelara ser parte de aquella tribu memorable.

    Pero vino el desencuentro con el presidente Luis Echeverría y el sueño terminó abruptamente. El 8 de julio de 1976, Scherer y 300 periodistas salieron de Excélsior por una canallada del poder, algo propio de las miserias del viejo régimen. Los integrantes de aquel éxodo habían sido derrotados, pero no vencidos, y semanas después crearon la agencia CISA (Comunicación e Información, S. A.) y luego Proceso, el semanario que ensanchó la libertad que habían conquistado antes en Excélsior.

    Pepe fue jefe de información de CISA y de Proceso, lo que representaba un trabajo pesado y absorbente, pero ni así relegó el imperativo de la vocación y, un día sí y otro también, continuó trabajando los reportajes que hicieron de la revista un punto de referencia indispensable para la vida pública de México.

    Seis años después, previo acuerdo con Scherer, Reveles se incorporó a la agencia ANSA, donde trabajaba por las mañanas y en las tardes se dedicaba a Proceso. Ahí lo hostilizaba Enrique Maza, de quien Pepe no guarda un buen recuerdo, pues con ganas de ponerlo en evidencia le encargó un reportaje sobre el nepotismo de los gobernadores, lo que hubiera obligado a viajar por la República a alguien con menos colmillo. Pero lo que hizo nuestro reportero fue trabajar telefónicamente estado por estado y sólo se desplazó a San Luis Potosí, con lo cual pudo redondear brillantemente aquel trabajo.

    Para los buenos periodistas es difícil hacer huesos viejos en un solo medio. Finalmente, Reveles dejó Proceso y fundó la revista Filo Rojo, que vivió de 1991 a 1993. Era una publicación de reportajes policiacos imbuidos de un intenso sentido social. Luego, en 1994, creó De Par en Par, publicación de la que era dueño un empresario ajeno a la comunicación y el proyecto murió en el mismo año.

    Invitado por Ricardo Rocha, Pepe condujo en radio el programa informativo Detrás de la Noticia y por supuesto desplegó sus dotes como reportero para la emisión televisada. Igualmente lo hizo al lado de Roberto Rodríguez Baños en Capital 21, la televisora de la Ciudad de México, y con Blanche Petrich condujo en W Radio el programa de análisis La hora de la verdad.

    Fue reportero de asuntos especiales de El Financiero en la época dorada de ese diario, cuando el narco y la delincuencia organizada iban ganando espacios al Estado. Ahí le tocó trabajar sobre acontecimientos que cimbraron a México, como los asesinatos del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu.

    Al jubilarse en 2005, Reveles dejó de trabajar para diarios y revistas, pero siguió haciendo libros de reportaje, los que son buen ejemplo de lo aprendido en décadas de diarismo. Es autor de la columna Los datos duros que aparece en varios impresos de la República y estuvo tres años al frente de la Cátedra Miguel Ángel Granados Chapa de la UAM Cuajimalpa.

    En más de medio siglo, prácticamente no hay hecho de relevancia que haya escapado a su penetrante mirada. Gracias a sus trabajos de denuncia ha logrado que sean liberadas varias personas injustamente encarceladas. Por su conocimiento del mundo criminal, el subsecretario de Gobernación Alejandro Encinas lo invitó a trabajar en el área de derechos humanos, y ahí está, pero no puede ignorar el llamado de la selva, pues confiesa que prefiere el trajinar del reportero a las estrategias de alto nivel.

    Sí, porque José Reveles es un reportero de la cabeza a los pies. Nada más, pero nada menos.

    HUMBERTO MUSACCHIO

    I

    EL DOMINIO DE SINALOA

    EL CÁRTEL de Sinaloa, también llamado del Pacífico, tiene orígenes que se remontan a principios del siglo XX y ha logrado establecer ramificaciones hasta en 47 países de todos los continentes, según datos de Naciones Unidas citados por el experto Edgardo Buscaglia, quien afirma además que la mayor parte de los municipios de la República Mexicana se han feudalizado, como él califica la toma de control político-policial por parte de grupos de delincuencia organizada.

    Esta organización criminal parecía irse convirtiendo en hegemónica por su avasallador ingreso a casi todas las regiones de la República. El cártel de Sinaloa y los demás que le disputan el negocio participan en 22 delitos graves que incluyen, aparte del tráfico de drogas, el lavado de dinero, el contrabando, el secuestro, el tráfico de personas, el comercio de armas, el cobro de piso contra comercios establecidos, empresas y también transportes y escuelas, entre otros. Los de Sinaloa pasaron de surtir 55% de las drogas que se consumen en los Estados Unidos a 90% del total, detalló Buscaglia.

    Los principales dirigentes conocidos del cártel de Sinaloa son Joaquín el Chapo Guzmán Loera, Ismael el Mayo Zambada García y Juan José Esparragoza Moreno, el Azul. Otro líder histórico, Ignacio el Nacho Coronel, fue abatido en Zapopan, zona conurbada de Guadalajara en Jalisco, a finales de julio de 2010.

    El Chapo Guzmán fue colocado, durante dos años consecutivos (2009 y 2010), en la lista de los más ricos del mundo por la revista Forbes, al lado de magnates internacionales como Bill Gates y de media docena de multimillonarios mexicanos como Carlos Slim, Emilio Azcárraga, Ricardo Salinas Pliego y María Asunción Aramburuzabala, ex esposa del que fuera embajador estadunidense en México Tony Garza, entre otros.

    Guzmán se evadió de un penal de supuesta alta seguridad, Puente Grande, Jalisco, en enero de 2001 (desde entonces renombrado Puerta Grande por la picaresca popular), mediante sobornos millonarios en dólares a autoridades y custodios, y gracias a un dominio largamente construido en la cárcel. Esto se confirmó en los voluminosos expedientes de la fuga, en el arresto de casi un centenar de custodios y hasta del director de la cárcel, Leonardo Beltrán Santana, quien pagó una condena de nueve años y ya está en libertad. La vox populi y medios de prensa identifican al Chapo como el capo intocable, inasible, siempre prófugo, oficialmente perseguido, pero activísimo en el tráfico de drogas, el más poderoso del país y del continente, sin lugar a dudas, pero igualmente el nunca localizable por la autoridad. Es el menos acosado en la práctica, el consentido de dos gobiernos y, por ello, también el incómodo frente a la opinión pública. Dos procuradores de la República —Daniel Cabeza de Vaca y Eduardo Medina Mora— hicieron un ridículo histórico cuando lo clasificaron equivocadamente como un mito popular ya retirado de su actividad, como si fuese más un capo de relumbrón que un jefe real del tráfico. Ello no es óbice para que Cabeza de Vaca sea hoy consejero de la Judicatura Federal y Medina Mora embajador en Londres.

    A la vuelta de los años, resultó que el secretario de la Defensa Nacional, el general Guillermo Galván Galván, confesó ante el director nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, Dennis Blair, que no había sido posible que el gobierno capturara al Chapo Guzmán porque tiene una guardia pretoriana de 300 hombres que tienden en torno de él un cerco inexpugnable. Antes, el ex zar antidrogas José Luis Santiago Vasconcelos lo calificó como el capo del narco más inteligente y con más capacidad de reacción al que se haya enfrentado la autoridad. Vasconcelos murió en un extraño accidente aéreo cuando llegaba a la Ciudad de México junto con el entonces secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño, otros siete ocupantes de la aeronave y ocho transeúntes cuando se estrellaron a menos de dos kilómetros de la casa presidencial de Los Pinos, en la capital, el 14 de noviembre de 2008.

    Otro funcionario mexicano, el cual no fue identificado por su nombre, decía a The Economist en 2009 que el Chapo Guzmán era un individuo superdotado, el que aparentaba estar menos acosado por la autoridad por ser muy inteligente y amo y señor de un territorio de 60 000 kilómetros cuadrados de zona montañosa (Badiraguato, en Sinaloa; Canelas, en Durango) en donde se requerirían unos 100 000 soldados para rodear y peinar la zona y aun así no estoy seguro de que habría éxito en la captura del capo. Ubicarlo es tan difícil como localizar a Osama Bin Laden en las montañas de Afganistán, se llegó a comentar.

    El Chapo Guzmán se convirtió en leyenda muchos años antes, desde que ocurrió la balacera en la que murió asesinado de 14 disparos el cardenal arzobispo de Guadalajara, capital de Jalisco, Juan Jesús Posadas Ocampo, el 24 de mayo de 1993. La versión inicial era que el prelado había sido confundido con el capo, pero luego se modificó para decir que el purpurado católico empleaba un Grand Marquís último modelo blanco al llegar al aeropuerto, idéntico al que solía utilizar la esposa del traficante y entonces la confusión tuvo que ver con el vehículo, pues los enemigos del Chapo, los hermanos Arellano Félix, dirigentes del cártel de Tijuana, habían llegado a Guadalajara con dos docenas de sicarios para liquidar a Joaquín Guzmán y a su compadre Héctor el Güero Palma Salazar. Estos traficantes (el Chapo y el Güero) trataban de mantenerse lejos de los reflectores, excepto cuando a finales de 1992 ellos intentaron asesinar a los Arellano Félix en la discoteca Christine, en el balneario de Puerto Vallarta, también en Jalisco, empleando a 40 sicarios y un camión Torton de carga blindado a un costo multimillonario. En el ataque se mostró que unos y otros profesionales del narcotráfico poseían credenciales oficiales de diversas policías.

    Capturado en la frontera México-Guatemala a las pocas semanas del asesinato del cardenal (junio de 1993), el Chapo fue enviado a la cárcel de alta seguridad de Almoloya, pero dos años después logró ejecutar lo que llamé entonces una fuga técnica, pues se hizo trasladar mediante un pago millonario en dólares al penal de Puente Grande, donde ya estaba su socio el Güero Palma.

    Cuando el Chapo se evadió del penal en un carro de ropa sucia que, supuestamente, iba a la lavandería, el entonces presidente Vicente Fox hizo esta sorprendente declaración: Nos metieron un gol; vamos uno a cero. Con el tiempo, y a tono con el desenfadado lenguaje de Fox, se puede calificar de goliza la ventaja que los criminales tomaron en contra de una autoridad que no le encuentra la cuadratura al círculo de la delincuencia.

    El gobierno mexicano ha intentado desmentir, por todos los medios, que en su guerra contra el narcotráfico esté privilegiando a una organización en particular. Ése es el discurso, pero en la práctica los datos ofrecidos por la administración de Felipe Calderón y los triunfos conocidos y mil veces reivindicados en informaciones y en cápsulas propagandísticas en los medios indican exactamente lo contrario. Veamos el más reciente informe presidencial (septiembre de 2010) y sus anexos informativos.

    Escribió la Policía Federal que detuvo a 43 530 presuntos delincuentes en flagrancia y entre ellos había 1 753 vinculados a alguna organización de tráfico de drogas, en donde aparece el cártel de Sinaloa

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