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Max Weber en Iberoamérica: Nuevas interpretaciones, estudios empíricos y recepción
Max Weber en Iberoamérica: Nuevas interpretaciones, estudios empíricos y recepción
Max Weber en Iberoamérica: Nuevas interpretaciones, estudios empíricos y recepción
Ebook1,248 pages18 hours

Max Weber en Iberoamérica: Nuevas interpretaciones, estudios empíricos y recepción

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Max Weber en Iberoamérica ahonda en cuatro aspectos imprescindibles para el lector hispanoparlante interesado en Max Weber: 1) su vida y facetas intelectuales y políticas, 2) los conceptos más prominentes propuestos en su obra, a la luz de las recientes discusiones sobre la misma, 3) sus uso en el estudio de América Latina y 4) la recepción de su obra en los países iberoamericanos.
LanguageEspañol
Release dateMar 30, 2016
ISBN9786071636140
Max Weber en Iberoamérica: Nuevas interpretaciones, estudios empíricos y recepción

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    Max Weber en Iberoamérica - Álvaro Morcillo Laiz

    Max Weber

    en Iberoamérica

    Sección de Obras de Sociología

    Max Weber

    en Iberoamérica

    Nuevas interpretaciones,

    estudios empíricos y recepción

    Álvaro Morcillo Laiz

    Eduardo Weisz

    (Editores)

    CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA ECONÓMICAS
    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    Primera edición, 2016

    Primera edición electrónica, 2016

    Diseño de forro: Paola Álvarez Baldit

    D. R. © 2016, Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C.

    Carretera México-Toluca, 3655, 01210 México, D. F.

    D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3614-0 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Índice general

    Prefacio

    LUIS F. AGUILAR VILLANUEVA

    La relevancia para Iberoamérica de las interpretaciones sobre Max Weber

    ÁLVARO MORCILLO LAIZ y EDUARDO WEISZ

    I. Obra: el todo

    La obra de Max Weber

    FRIEDRICH H. TENBRUCK

    Politeísmo de valores. Reflexiones a partir de Max Weber

    WOLFGANG SCHLUCHTER

    La literatura en el pensamiento de Max Weber. Desencantamiento del mundo y retorno de los dioses

    JOSÉ M. GONZÁLEZ GARCíA

    La racionalización en la historia de desarrollo de Max Weber

    GUENTHER ROTH

    Max Weber como educador

    WILHELM HENNIS

    II. Obra: las partes

    ¿Qué es la Sozialökonomik?

    KEITH TRIBE

    La dominación legítima

    STEFAN BREUER

    Patrimonialismo

    STEFAN BREUER

    La crítica de Max Weber al sistema político y social de Alemania (1890-1920)

    JOAQUÍN ABELLÁN

    Las comunidades de Max Weber. Acerca de los tipos ideales sociológicos como medio de desustancialización de la comunidad

    PABLO DE MARINIS

    La sociología weberiana de la religión: claves para su interpretación

    EDUARDO WEISZ

    Sociología jurídica en Max Weber: economía, sociedad y derecho

    JSOÉ LUIS MONEREO PÉREZ y CRISTINA MONEREO ATIENZA

    La metodología de Max Weber

    HANS HENRIK BRUUN

    III. Weber: su relevancia para Iberoamérica

    Max Weber y el Estado latinoamericano 397

    MIGUEL ÁNGEL CENTENO

    Max Weber y La ciudad. Una interpretación a la luz de la experiencia hispanoamericana

    FRANCISCO COLOM GONZÁLEZ

    El concepto de patrimonialismo y su aplicación al estudio de México y América Latina

    GINA ZABLUDOVSKY KUPER

    Los avatares del carisma en el estudio del populismo latinoamericano

    CARLOS DE LA TORRE

    ¿Persuasión o dominación en la sociedad mundial? Racionalidad, estatutos y portadores entre la Ilustración y la UNESCO

    ÁLVARO MORCILLO LAIZ y KLAUS SCHLICHTE

    Max Weber y la orientalización de América Latina

    JESSÉ SOUZA

    La ética católica y el espíritu del capitalismo. Una lectura weberiana de la teología de la liberación

    MICHAEL LÓWY

    IV. Las lecturas de Weber

    La dominación filantrópica. La Rockefeller Foundation y las ciencias sociales en español (1938-1973)

    ÁLVARO MORCILLO LAIZ

    Max Weber en el Cono Sur (1939-1973)

    JUAN JESÚS MORALES MARTÍN

    La controvertida recepción de Max Weber en Brasil (1939-1979)

    GLAUCIA VILLAS BÔAS

    Max Weber-Gesamtausgabe: origen y significado

    EDITH HANKE

    Índice analítico

    Da igual cuán profundos fueran los influjos sociales condicionados por la economía y la política sobre la ética religiosa en cada caso específico; a pesar de ello, ésta recibió su cuño primordial de fuentes religiosas. En primer lugar, del contenido de su anuncio y de su promesa. Y si no pocas veces, ya en la siguiente generación se las reinterpretaba completamente, porque se las ajustaba a las necesidades de la comunidad, con toda regularidad se las adaptaba, por el contrario, a las necesidades religiosas. Sólo secundariamente podían tener efecto otras esferas de intereses, a menudo, por supuesto, con mucha intensidad y a veces de modo determinante.

    La ética económica de las religiones universales¹

    La parroquia medieval occidental, anglicana, luterana, oriental, cristiana e islámica, es esencialmente una asociación pasiva de cargas eclesiásticas y el distrito competencial del cura. En estas religiones, en general, el conjunto de todos los laicos carecía por completo del carácter de comunidad. Pequeños restos de derechos comunales se han conservado en algunas iglesias cristianas orientales y también se encontraban en el Occidente católico y en el luteranismo.

    Economía y sociedad²

    Prefacio

    LUIS F. AGUILAR VILLANUEVA

    Instituto de Investigación en Gobierno y Política Pública,

    Universidad de Guadalajara, México

    Son inmortales los creadores de conocimiento, filósofos, científicos, hombres de letras, historiadores, que han producido conceptos, lenguajes, métodos, teoremas, conjeturas causales, modos de entender el conocimiento que, no obstante el paso del tiempo, permanecen actuales, significativos, inspiradores, como faros y puntos cardinales que nos ayudan a aclarar nuestras preguntas y exploraciones, a plantear con mayor agudeza nuestros problemas de conocimiento, a liberarnos de nuestros lugares comunes, prejuicios, dogmas y, con frecuencia, después de distracciones, pasatiempos y atajos inconducentes, a retomar el camino del conocimiento, a revalorar su significación y productividad y, más a fondo, a revalorar su ética distintiva de la autocrítica, la veracidad, el rigor argumentativo, el sometimiento a los controles del diálogo y la validación empírica.

    Weber es un pensador inmortal porque somos numerosos los que desde el siglo pasado nos hemos acercado a su obra con diversas preguntas, diversos motivos y objetivos (cognoscitivos o no), diversas expectativas y porque el recorrido intelectual que hemos hecho bajo su guía, que es largo, fatigoso, severo, con ires y venires, frecuentemente frustrante, nos ha llevado a encontrar respuestas a nuestras preguntas, jamás La Respuesta. Mejor dicho, nos ha enseñado a construir las respuestas que buscamos y trabajamos.

    A diferencia de muchos otros autores considerados grandes, el camino por donde nos lleva Weber jamás llega a una estación final, a un puerto, a un teorema o una recomendación de certidumbre total y encantadora. Weber ofrece un camino para pensar la historia, la economía, la política, la sociedad, la religión, no un punto de llegada cognoscitivo, ético, político, un sistema económico sin fallas, una tabla de valores absolutos. Nos ofrece un lenguaje, una gramática para hablar con sentido y rigor acerca del mundo social, no el libro donde podemos saber todo lo que es, ha sido y será la sociedad humana. Pienso (acaso debatiblemente) que Weber no nos ofrece una teoría sociológica, sino un dispositivo conceptual y metodológico para producir teoría social, explicar y comprender hechos y ordenamientos sociales específicos, empíricos, con lugares y fechas.

    Como buen neokantiano, Weber tiene más interés y cuidado en definir cuál es el conocimiento posible de la sociedad y con cuáles categorías y procedimientos es posible alcanzarlo que en pretender captar la esencia interior, la dinámica y el destino del abigarrado mundo humano, sacudido por contingencias sin fin, no sólo imprevisibles sino catastróficas también. No hay en Weber Gran Teoría, holística, monumental, hay instrumentos para teorías explicativas específicas, históricas o sociológicas. Fiel a la herencia del pensamiento moderno alemán es consciente de los límites de la razón. El conocimiento es limitado, limitada es la ciencia social, con el añadido de que los límites son superables. Su ordenado sistema de «conceptos fundamentales», de «categorías» abstractas, elaboradas como «tipos ideales» de la realidad, hace posible el conocimiento de la realidad concreta, hace posible que nos acerquemos a la realidad factual que tiene una configuración definida, delimitada, y construyamos a contraluz del concepto lógicamente perfecto su concepto específico o particular, la describamos, comprendamos y expliquemos tal cual es, en un tiempo y lugar precisos. Nos ofrece un sistema de conocimiento abstracto para nuestra tarea de construir conocimiento concreto y, por ende, nos ofrece un sistema de conocimiento abierto, como hoy solemos decir.

    La inmortalidad de Weber, su trascendencia, su vigencia, se debe a su «desencantamiento del mundo», que estructura su modo de pensar y vivir y que, fuera de metáfora, significa su convicción en los límites de la razón y de la producción humana que, aun si superables, jamás podrán suprimirse. No hay un diseño racional y providente que la historia social expresa, ejecuta y comprueba. Sabe y acepta los límites de su producción teórica. Por eso, para muchos, yo entre ellos, lo que nos sigue atrayendo de él es que no vamos a «comprar» una teoría de la sociedad, una biblia o manual de enunciados causales universales y leyes sociales o leyes de la historia, sino una gramática para hablar de la sociedad y producir y validar enunciados causales particulares, situacionales. Jamás la sociedad es una constelación de casos particulares que manifiestan y validan una ley, una «estructura», un «sistema», que se desenvuelve o funciona en modo imponente, por encima de la libertad y la obra humana. Él nos hace entender que vamos a producir conocimiento sobre los productos del individuo asociado, que es el hombre («individualismo metodológico»). Y que el conocimiento que producimos, como los productos que realizamos, son acciones racionales («respecto de fines» o «respecto de valores»), que cuando aspiran a ser eficaces, están sujetas a la racionalidad que implica la eficacia, a la claridad en los fines o resultados esperados y a la selección y empleo de los instrumentos coherentes con la intencionalidad de la acción e idóneos para producirlos.

    Se puede fallar y se fallará en la tarea cognoscitiva si la acción de investigación termina en opinión, en información, en visiones, pero no en conocimiento. Porque en esos casos el instrumental lógico (conceptual) y metodológico es inconducente por ser inconsistente, atrapado en la ambigüedad, en la contradicción, en la incoherencia. Se falla también en el ejercicio del poder político por el empleo de medios incompatibles con la legitimidad socialmente vigente y el saber técnico profesional que toda dirección de gobierno (eficacia) implica, así como en la producción económica por la improductividad de las tecnologías y las formas de organización del trabajo y del intercambio. Siempre he apreciado que Max Weber haya pensado la acción humana según el arquetipo de la racionalidad; que la racionalidad sea para él un atributo posible y exigible de la acción individual y asociada, pero no la lógica y la fenomenología de la historia (Hegel) y que ésta haya sido una clave explicativa de la originalidad y contribución de una historia y una cultura humanas, las occidentales, que ahora parecen mundializarse. La racionalidad de la acción pone orden en la acción cognoscitiva, política y económica, es un ordenamiento del mundo relativo, no absoluto. En esta idea y proyecto de vida personal y asociada, que busca crear orden, orden limitado, contingente, nos encontramos muchos, porque hemos perdido la fe en razones sustantivas absolutas, pero no la esperanza y el compromiso de hacer que el mundo humano sea un producto de valores racionalmente justificados, de ciencia probada, de tecnologías productivas, de política no sólo de intereses y mentiras sino de normas y resultados sociales. En el lenguaje de Weber, la predestinación de salvación habita en la lógica religiosa pero no en el mundo humano de incontables vicisitudes, avances y retrocesos, bondad y maldad. La racionalidad se exige para sobrevivir en este mundo y para hacerlo vivible.

    En América Latina nos hemos acercado a Weber desde nuestros problemas, en busca de entendimiento y explicación. Los motivos han sido variados, pero resumiéndolos incorrectamente tengo la impresión de que los principales acercamientos tuvieron relación con la empresa histórica del desarrollo y la modernización de nuestros países en el siglo XX. Fue central que muchos hayan explorado bien o mal el principio de la racionalidad como su condición, motor y exigencia. Hasta las relaciones entre ética y capitalismo o, más ampliamente, entre religión y economía, con sus inagotables discusiones, fueron significativas en el debate acerca de cómo construir una sociedad productiva, de bienestar, próspera. En conexión con la empresa del desarrollo económico y social nos planteamos la cuestión de la formación del Estado moderno, de sus atributos esenciales, y muchos vieron bien o mal que el Estado era fundamentalmente una «asociación de dominación», asentada en «creencias de legitimidad» de la sociedad acerca de sus gobernantes y su actuación más que en una doctrina impecable. Los estatistas encontraron convincente y hasta entusiasmante la definición del Estado como «el poseedor del monopolio de la violencia legítima», mientras los más bien republicanos y demócratas (sociales o liberales) pusieron el acento en la legitimidad construida y vigente del poder político, acentuando instituciones más que personalidades, relacionando la coacción con la legitimidad. Unos vieron bien o mal «los tipos de dominación» como un esquema sugerente para explicar la modernización del Estado, como un tránsito de los poderes y legitimidades tradicionales y/o de los poderes y legitimidades carismáticas hacia la forma más bien aspiracional de «la legitimidad legal-burocrática» del Estado moderno que queríamos crear, en busca de un Estado y gobierno imparcialmente legales y socialmente eficaces, sin arbitrariedad, parcialidad y corrupción y sin dispendio, ineficiencia e incompetencia. Los que se dedicaron al estudio de los gobiernos y de su administración pública encontraron una referencia fundamental en el concepto de burocracia como organización y proceso operativo, el cual hasta la fecha nos confronta con una tarea inconclusa y también superable.

    Más recientemente nos acercamos también a Weber motivados por el interés intelectual de evaluar la consistencia y los alcances de la propuesta epistemológica, teórica, social y política del «materialismo histórico». Muchos no nos sentíamos satisfechos con la arquitectura conceptual del marxismo, con la manera en que combinaba dialéctica y ciencia, determinismo y teleología, conocimiento y realidad, lo abstracto y lo concreto, la teoría y la práctica, ciencias naturales y ciencias sociales, historia e historias, estructura social y libertad individual. Sin embargo, el mérito inolvidable del marxismo fue que nos obligó a ir a las raíces de los problemas del conocimiento social y de la realidad social, a examinar la noción de ciencia, la construcción de los conceptos y el tipo de relación que establecen con la sociedad, la posibilidad y validez de construir enunciados causales de alcance universal y la posibilidad y validez de la unicausalidad histórica y del papel de sus mediaciones particulares. También la posibilidad y validez de un determinismo con teleología humanista, el método de construcción de las hipótesis causales y particularmente el de las evidencias para validarlas, así como el tipo de las evidencias probatorias y la pregunta sobre en qué medida el conflicto social y el éxito político de las movilizaciones son pruebas de corrección teórica. No tengo duda de que en esos años nos planteamos cuestiones centrales, que fueron abordadas con erudición y rigor, y que tal vez pudimos ser reduccionistas en el diálogo entre los dos grandes. Añadiría que para determinadas tendencias de la recepción latinoamericana de Max Weber el debate con Karl Marx fue determinante y más inspirador y productivo que la confrontación con Talcott Parsons, que para muchos de nosotros no era una referencia intelectual ni era apreciado como un conocedor confiable de Weber.

    Celebro la publicación del libro y su importancia, así como agradezco muy sentidamente la invitación que me han hecho los editores a prologarlo. La invitación me ha regresado a mis años weberianos y particularmente me ha hecho recordar el Seminario de los Sábados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta, en el que tuve la fortuna de enseñar y aprender, dar y recibir, ser criticado y criticar, compartir ideas en un círculo de numerosos profesores y estudiantes latinoamericanos y mexicanos que hoy, cada uno por sus caminos, son investigadores sobresalientes y referencias intelectuales. Dicho nostálgicamente, los académicos de entonces protagonizamos con seriedad una genuina Methodenstreit productiva.

    El libro me ha enseñado nuevas cosas, y en un nivel de profundidad mayor, sobre la producción y el pensamiento del maestro inmortal. La primera y la segunda sección me han hecho registrar el extraordinario avance que se ha alcanzado en el conocimiento de la edición de la obra de Max Weber, en la historia de su redacción, y me ha permitido refrendar y refinar mi visión del conjunto de su obra (la relación entre historia y sociología, por ejemplo), descubrir otros enfoques y otras intencionalidades (la trascendencia de la «sociología de la religión») que me han hecho tener una mejor comprensión del contenido e intencionalidad de su propuesta teórica. He apreciado particularmente la tercera sección, en la que investigadores latinoamericanos con las herramientas conceptuales y metodológicas de Max Weber estudian problemas de la región (Estado y patrimonialismo, carisma y populismo, modernidades, teología de la liberación…) y nos señalan nuevos aspectos de entendimiento y explicación. La cuarta sección retoma el camino de mostrarnos la trayectoria que han seguido las obras, traducciones, conceptos y método en lengua española y portuguesa.

    Mi mejor deseo para este importante libro es que la nueva generación de historiadores y científicos sociales hispanoamericanos se acerquen a Weber y desde otros problemas cognoscitivos (los nuevos del siglo XXI), otras aspiraciones valorativas, otras preocupaciones intelectuales y vitales, otros desafíos teóricos (a decir verdad, hoy más bien tecnológicos), valoren en qué temas y con cuál mirada metodológica puede Weber seguir siendo un Maestro, que inspira la investigación contemporánea y arroja luz a las complejidades sociales actuales, y en qué otros temas y enfoques pertenece ya a la historia de las ideas, en las que ocupa un sitio inolvidable y a emular.

    La relevancia para Iberoamérica

    de las interpretaciones sobre Max Weber

    ÁLVARO MORCILLO LAIZ

    y EDUARDO WEISZ

    El presente libro es una invitación a leer a Max Weber y, por esta vía, pensar sobre la trayectoria de las ciencias sociales después de 1945. Podría argumentarse que añadir un volumen más a la inacabable bibiliografía secundaria sobre Weber incita muy poco a su lectura o incluso distrae de la misma, pero lo cierto es que su obra dista de ser bien conocida para las ciencias sociales en nuestra lengua. Éste es precisamente el punto de partida de este libro.

    No se escandalice el lector: sabemos que incluso los estudiantes de licenciatura, sobre todo en sociología, pueden asociar el nombre de Max Weber con algún concepto: el de acción social, el de dominación o el de burocracia, probablemente. Es también posible que hayan leído su estudio sobre el capitalismo y el protestantismo, frecuentemente desconociendo las pretensiones con las que se escribió (1904-1905) y se revisó (1920). Los equívocos sobre Weber empiezan ya con la etiqueta de sociólogo que se le pone, a pesar de que él sólo se identificó con ella, a regañadientes, al final de su vida, y en un contexto, la Alemania de las primeras décadas del siglo XX, en el que el término sociología proponía un proyecto intelectual muy distinto a los preponderantes en la disciplina hoy en día. Así lo muestran el libro de Dirk Käsler (1984) sobre el periodo en Alemania y también las contribuciones de Stephen Turner (2007) y Patricia Lengermann y Gillian Niebrugge (2007), por un lado, y de Michael D. Kennedy y Miguel Ángel Centeno (2007), por el otro, al libro conmemorativo de los cien años de la American Sociological Association. Además, la obra de Weber, y la influencia de su biografía, en especial de su actividad política, sobre ésta, no sólo no se conoce en profundidad sino que frecuentemente se supone que sí se sabe lo suficiente sobre una y otra. Estas preconcepciones dan lugar a numerosos malentendidos, y las cuatro secciones del libro responden a estas y algunas otras manifestaciones del problema. De forma más o menos explícita, varios autores de los capítulos que conforman la obra proponen que se preste más atención a Weber dentro de sus respectivas (sub)disciplinas, empleando sus conceptos para entender la realidad, pasada y presente, de Iberoamérica.

    Durante las cinco décadas posteriores a la muerte de Weber, la pregunta de cómo abordar el conjunto de su obra no tuvo una respuesta unívoca. Hasta aquel momento, la falta de claridad sobre cuál es la «pregunta central» [Fragestellung] —como luego lo pondría Wilhelm Hennis (1983; 1987a)— impedía también saber cuál era la importancia relativa de sus contribuciones a campos muy diferentes, así como la de sus publicaciones, en particular de Economía y sociedad comparada con la de los trabajos sobre sociología de la religión. Mientras que muy pronto Siegfried Landshut (1929) y Karl Löwith (1932; 2007), y más tarde Reinhard Bendix (1960), llamaron la atención sobre la importancia de la racionalización para Weber, quien avanzó decisivamente frente a esta indefinición fue Friedrich Tenbruck, desarrollando exhaustivamente la tesis de que el proceso de racionalización era el eje que vertebraba la obra weberiana (1975a; 1977; 1975b; aquí, en las pp. 47-93).

    Si bien el énfasis en la racionalización fue cuestionado por autores como Hennis, que apuntan al impacto de los órdenes sociales en la conducción de vida de las personas (1987b), contar con una luz cenital sobre una obra como la de Weber, dispersa a lo largo de más de tres décadas y de varias disciplinas, ha permitido obtener mayor provecho de aspectos importantes de su pensamiento, como por ejemplo de la llamada teoría de la dominación, de la crucial sociología del derecho y de su aporte a los aspectos institucionales de la acción económica —en especial en el capitalismo moderno—, así como de su aguda mirada a la cultura contemporánea.

    Haber olvidado la importancia central del capitalismo en su obra, lo mismo que la de la generalizada racionalización asociada a éste, constituye otra de las paradojas que han impedido una comprensión adecuada de su oeuvre, a la que se ha querido reducir al lecho de Procusto de la sociología. Durante su carrera, Weber se desempeñó en cátedras de economía política y de finanzas, no de sociología; sólo el puesto que ocupó en Múnich durante el último año de vida era en «Gesellschaftswissenschaft, Wirtschaftsgeschichte und Nationalökonomie» [ciencia de la sociedad, historia económica y economía política]. Su interés en las instituciones económicas no es la única vertiente de su obra que ha sido descuidada sino que el hincapié en su labor como sociólogo ha favorecido que muchos de los intérpretes tempranos de Weber dejaran de lado los trabajos que no se correspondían con esta preconcepción y en general todos los anteriores a «Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus» (1986b [1998b]). Éste es uno de los motivos por los que apenas se ha tenido presente que dedicó gran parte de su vida profesional a hacer, de una forma u otra, investigación social empírica: sobre trabajadores agrícolas e industriales, sobre la operación de sociedades comerciales medievales, sobre el funcionamiento de la bolsa, y, ante todo, sobre instituciones y creencias humanas en una diversidad de lugares, durante un periodo cercano a tres mil años, por no hablar de los proyectos sobre opinión pública y asociacionismo que redactó pero nunca pudo llevar a cabo (Weber 1992 y 2012; Morcillo Laiz 2012a). Es más, Weber propone una sociología decididamente empírica frente a disciplinas como la dogmática jurídica, la ética —que se ocupa del deber ser— y la teoría económica —que se basa en modelos abstractos—. Su énfasis estuvo puesto en una ciencia ajena tanto a consideraciones normativas como a formalizaciones que la alejan de lo empírico; fue, por lo tanto, radical en su rechazo de cualquier idea sobre lo que el hombre debería ser en la investigación de lo que es.

    El proceso de recepción de Weber en el medio académico de habla hispana ha sido parcial y, a menudo, sesgado. Como veremos, este proceso es excepcional en cuanto a la secuencia de las traducciones, a la recepción temprana combinada con la ausencia de institucionalización en programas de estudio y en una o varias escuelas de sociólogos y científicos políticos —comparable a la que supuso Harvard para el Weber de Talcott Parsons o la Columbia de Robert Merton para el Weber estudioso de las burocracias—. Esto fue acompañado de una absorción acrítica de ciertas interpretaciones de Weber, especialmente estadunidenses, y, posteriormente, de una contundente falta de atención a las renovadas lecturas que comenzaban a proponerse en Alemania y Estados Unidos desde los años setenta. El círculo virtuoso que en alemán y en inglés llevó de nuevas interpretaciones a mayor disponibilidad de traducciones de Weber, y éstas a su vez a lecturas más sofisticadas, nunca se cerró entre quienes hacemos ciencia social en español. Mientras que los lectores de nuestra lengua tenían en los años cincuenta mayor acceso a Weber que los de inglés o francés, en los setenta no sólo habían perdido el tren de las traducciones sino también el de las interpretaciones. No sólo desde temprano faltaron estudios lúcidos sobre su obra que constituyeran una alternativa a las interpretaciones que hacían Parsons, Shils y otros, sino que el desconocimiento de las más recientes ha hecho aumentar la diferencia entre el uso que se hace en español de Weber frente al que proponen los mejores intérpretes en alemán e inglés.

    Lo que resta de esta introducción explica con algo más de detalle por qué creemos que la obra de Weber merece otra atención y por qué pensamos que este libro puede impulsar la lectura, la discusión y el uso de sus ideas. Con este fin, primero dibujamos a grandes rasgos algunas cuestiones centrales para las ciencias sociales post-Weber, en las que su obra, o adaptaciones más o menos fieles de ella, desempeñaron un papel importante, para en la segunda sección explicar la relevancia de éstas para América Latina y España. En tercer lugar explicamos con cierto detalle cuál es la lógica de cada una de las cuatro secciones que componen el libro —anticipando brevemente el contenido de sus capítulos—, y cerramos con unas consideraciones sobre su proceso de preparación, traducción y edición.

    I

    Es indudable, y ha sido frecuentemente señalado, el papel desempeñado por Parsons en darle difusión y relevancia internacional a la figura de Max Weber. Lo que nos concierne aquí es exponer el modo en que interpretó y usó sus ideas, y sobre todo, las consecuencias de ello para las ciencias sociales en Estados Unidos y en español. Nos interesa cómo con la intervención de Parsons sobre Weber en las traducciones, en los comentarios a éstas y, sobre todo, en la forma en la que realzó los supuestos vínculos entre su propia teoría y la del autor alemán, se construyó una interpretación de Weber que, en importantes aspectos, se aleja de la obra original. Ello reviste enorme trascendencia para entender la trayectoria de la obra de Weber en las ciencias sociales, pues desde los primeros años cuarenta Parsons fue considerado «la máxima autoridad en la traducción e interpretación de Weber» (Rocher 2007, 167), quien lo convirtió en un «internacionalmente renombrado maestro del pensamiento sociológico» (Käsler 2004, 5). Y esto no sólo en inglés. Así lo pone de manifiesto la nota preliminar de José Medina Echavarría a la primera edición de Economía y sociedad en español, en la que declara a Parsons un gran conocedor de Weber (1944, VII, XIII). De ahí que debamos centrarnos en las transformaciones que sufrió su obra en Estados Unidos a partir de los años treinta, cuyas circunstancias son ahora bien conocidas, principalmente gracias al trabajo de Lawrence Scaff (2011; 2004), para luego entender las que tuvo en Iberoamérica. Es imprescindible, sin embargo, señalar por qué fueron posibles interpretaciones tan alejadas del original para luego especificar los efectos de tal mutación.

    Toda traducción implica descontextualizar al autor y a su obra, pero en el caso de Weber dicha transformación fue verdaderamente extrema. Un primer motivo es que su temprano fallecimiento llevó a que la recepción de su producción se hiciera sin su control; éste fue ejercido, y sólo en parte, por su editor, Paul Siebeck, y por su viuda Marianne. Por ejemplo, es muy improbable que Weber hubiera permitido que se tradujese sólo una parte de sus ensayos sobre sociología de la religión. El mismo Siebeck había rechazado en 1922 una oferta de Routledge & Kegan Paul para publicar sólo los ensayos sobre el protestantismo («La ética protestante y el espíritu del capitalismo» y «Las sectas protestantes y el espíritu del capitalismo»). Sin embargo, en 1927 Siebeck le recomendó a Marianne aceptar una oferta de Allen & Unwin,¹ y así el ensayo sobre el protestantismo y el espíritu del capitalismo, junto con un texto introductorio que Weber había escrito para el conjunto de su sociología de la religión, fueron traducidos al inglés por Parsons (Weber 1930). Diversas críticas han puesto en evidencia lo inadecuado de esta traducción (cfr., por ejemplo, Ghosh 1994 y Scaff 2005), por lo que no nos detendremos aquí en eso. La fidelidad al original y a la intención del autor también se vieron menguadas por decisiones, que —es importante destacar— no fueron siempre de Parsons sino del editor y de Richard Tawney, un importante historiador económico inglés que conocía poco la obra de Weber. La decisión de anteponer a los dos trabajos sobre la ética protestante, como señalamos, la «Observación preliminar» [Vorbemerkung], escrita en 1920 para prologar todos los ensayos sobre sociología de la religión, tergiversó el sentido de este crucial texto (Nelson 1974). Finalmente, en la edición en inglés de La ética protestante se incluyó un prefacio escrito precipitadamente por Tawney (1930), quien alimentó una larga serie de malentendidos sobre los propósitos de Weber al establecer una relación entre protestantismo y capitalismo, sobre todo en lo referido a la causalidad, a la secuencia temporal y al idealismo.

    Este controvertido episodio editorial no fue el primero asociado a las traducciones de Weber al inglés, ni sería el último. El primer texto en esa lengua, General Economic History (Weber 1927), fue la traducción de la Wirtschaftsgeschichte [Historia económica general], publicada en Múnich en 1923 sobre la base de notas tomadas por dos de sus alumnos durante un curso impartido por Weber en esa ciudad entre 1919 y 1920. Esta traducción dejó fuera el notable primer capítulo conceptual, la bibliografía y las notas al pie, pues el traductor, Frank Knight —de la Universidad de Chicago—, supuso que eran añadidos (Tribe 2006, 12).

    Luego de General Economic History y The Protestant Ethic, el tercer trabajo crucial para la recepción de Weber fue la traducción, introducción y anotaciones que el mismo Parsons hizo de la primera parte de Wirtschaft und Gesellschaft, es decir, de Economía y sociedad (Parsons 1947; Weber 1947). Lamentablemente, se excluyeron la segunda y tercera partes de la obra, que si bien eran en su conjunto una construcción de Marianne, habrían permitido ver que los conceptos abstractos de la primera parte —incluyendo algunos tan cruciales como acción social o dominación legal-racional— no eran resultado de hacer «teoría sociológica» sino de las extensas y detalladas investigaciones empírico-históricas contenidas en el «viejo manuscrito» de Wirtschaft und Gesellschaft que permaneció inédito en inglés durante dos décadas más (1922; 1968; Mommsen 2000, 2014).

    En esta traducción los signos tipográficos empleados por Weber para diferenciar secciones del texto fueron en gran parte eliminados, lo cual ya había sido hecho anteriormente con la traducción de Die protestantische Ethik. Parsons no sólo no se privó de usar términos que, ausentes en el original, sugieren un parentesco con sus propias ideas, sino que también dejó su impronta en una introducción de ochenta páginas, así como en las notas al pie. En la misma, Parsons socava o ignora las afirmaciones de Weber que contradicen sus posturas, además de imputarle presupuestos implícitos a los que el original no da pie, pero que Parsons requiere para justificar su propio razonamiento (Tribe 2007, 226). Para sostener sus interpretaciones, Parsons remite una y otra vez a The Structure of Social Action, no a la obra de Weber.

    Por último, completando el cuadro de los escritos fundamentales de Weber disponibles en inglés en el periodo posterior a la segunda Guerra Mundial, Hans Gerth y C. Wright Mills publicaron en 1946 un conjunto de textos traducidos provenientes de los escritos políticos, de la sociología de la religión, metodológicos o de Economía y sociedad. El volumen que los reúne —From Max Weber (Weber 1946)— tuvo y sigue teniendo una enorme influencia en la academia estadunidense. Como todo reader, este volumen tiene como elemento constitutivo la fragmentación.

    La acumulación de estos problemas, sólo en parte atribuible a Parsons, facilitó que Weber haya quedado ocluido bajo las interpretaciones que de él hicieron Parsons y otros. La relevancia de estas vicisitudes editoriales que aquí sintetizamos de manera sucinta fue enorme, porque, como hemos dicho, la proyección internacional alcanzada por Weber es heredera de esta primera recepción en inglés. De ahí que sea conveniente pasar de los aspectos editoriales a sus consecuencias para la recepción e interpretación de Weber.

    Una primera característica a destacar es que es en este proceso en el que se convirtió a Weber en sociólogo. Los científicos sociales norteamericanos buscaron reconstruir las ciencias sociales en torno a la sociología, la antropología cultural y la psicología social, los campos que constituían el Department for Social Relations en la Harvard de Parsons.² Así, se erigió a Weber en uno de los «padres fundadores» de la sociología —más específicamente: abocado a la acción social—, soslayando su formación como jurista, su carrera como catedrático de economía política o su permanente ocupación con la historia antigua (Tribe 2007).

    La principal dificultad con la interpretación de Parsons reside en su intento de apoyarse en Weber para buscar establecer una teoría general de la acción. Como ha mostrado Tribe (2007), en el marco de la perspectiva señalada por Wilhelm Hennis, la acción a la que se aboca Weber es la que surge de una conducción de vida [Lebensführung], pero ésta, necesariamente, está situada históricamente, depende de la ética específica de cada grupo social: carecería de todo sentido, por lo tanto, una teoría general de la conducta de vida. En otras palabras, la interpretación parsoniana se basa en estudiar lo social separándolo de variables históricas, algo por completo ajeno a Weber. ¿Cuál es, si no, el aporte que busca hacer este último a la comprensión de la cultura occidental moderna por medio de estudiar sus raíces en la ética religiosa —protestante—? Weber enfatiza reiteradamente que esas raíces se han secado, pero que sólo a través de ellas puede el investigador abordar aspectos fundamentales de lo presente. Sólo así se explican estudios sobre la cultura antigua, la china, la india, que abarca cada uno de ellos cientos de páginas (1986a [1998a]). El pasado es ineludible para comprender lo específico de nuestro presente, de ahí el interés de Weber en lo que diferenciaba al capitalismo moderno del antiguo y de otros que se habían dado en diferentes culturas y momentos históricos. Así se explica la tensión que puede apreciarse en una observación de Guenther Roth: «Como hombre político, Weber estuvo apasionadamente comprometido con el presente y con dar forma al futuro. Pero como académico miró fundamentalmente al pasado…» (1987, 75; véase Roth, p. 154, en este libro). La importancia que a ojos de Weber tiene el pasado para entender el presente puede también apreciarse en que para él el capitalismo moderno, la característica distintiva de nuestra época, sea consecuencia de un proceso de racionalización milenario. Entender ese proceso, analizado en sus estudios sobre diversas culturas, permite aprehender a través del proceso su resultado: la modernidad occidental. Esto es lo que lo llevó a su Entwicklungsgeschichte («developmental history» o historia de desarrollo). Como ha sostenido Tenbruck (1988, 347), desde 1945 la hegemonía de la sociología norteamericana conllevó también la pérdida del carácter histórico de lo social en aras de una teoría sistemática de la sociedad. En este ascenso, el intento de Parsons marca el primer momento en que se desatendió por completo el contexto intelectual en el que escribió Weber.

    Volveremos en un instante a esta desatención, pero primero queremos detenernos en la idea parsoniana de una teoría sistemática de la sociedad, pues también eso lo condujo a forzar su lectura de Weber. Parsons (1947, 14) lamenta que éste no fuera más allá de la construcción de tipos ideales e intentase un análisis del sistema social como totalidad. En una afirmación característica, sostiene que «es imposible desarrollar una clasificación sistemática de tipos ideales sin desarrollar al mismo tiempo, al menos implícitamente, un sistema teórico más general», y, unas páginas después, sostiene que el tipo ideal «es un tipo concreto hipotético que podría servir como unidad de un sistema de acción» (1949, 618, 640). Independientemente de la utilidad que tenga el proyecto de Parsons, es indudable que Weber desconfiaba de los conceptos que pretendían englobar el conjunto de una sociedad, ya que creía que conducían a reificaciones que impedían determinar quiénes eran los verdaderos actores dentro de la misma, al punto de incluso evitar el uso de términos como Gesellschaft [sociedad] (Lichtblau 2011; Marinis 2010). El reflejo editorial de este énfasis de Parsons y de los teóricos de la modernización en el Weber «sistemático» es la ya mencionada ausencia hasta 1968 de una edición en inglés de todos los estudios históricos de Weber incluidos en el original de Economía y sociedad.

    El interés de Parsons en los total systems of action lleva a otro cambio crucial en la concepción weberiana de la acción, la sustitución de los órdenes [Ordnungen] de Weber por los normative systems de Parsons. Mientras que en Weber «orden» se refiere a las regularidades empíricas, independientemente de si son deseables desde el punto de vista ético, y construye con base en ellas su sociología, el concepto de «sistema normativo» tiene unas implicaciones completamente distintas en Parsons, no sólo en el sentido de que esas normas son deseables sino en cuanto a que, en principio, son universalmente aceptadas y a que son internamente coherentes. Por el contrario, Weber sólo se interesa por la probabilidad de que un orden oriente una acción, tenga validez [Geltung], al tiempo que reconoce explícitamente y como habitual la vigencia de órdenes contradictorios entre sí. Al sugerir una similitud inexistente y traducir Ordnungen como normative system, Parsons oscurece la perspectiva de Weber, y diluye el aspecto inmanentemente conflictivo de lo social para centrarse en el consenso. Si la historia puede desaparecer de la ciencia política y la sociología porque el pasado no nos proporciona variables explicativas, entonces la interpretación de la acción puede hacerse a través de normas que, en lugar de los hechos pasados, orientan la acción hacia el consenso, como propone Parsons. A la acción, sostiene, le es inherente el estar normativamente orientada (1947, 12), no existe acción que no sea un esfuerzo por conformar con normas (Parsons 1949, 76). Como han señalado Cohen, Hazelrigg y Pope (1975, 240), cabe aplicar a Parsons lo que Weber criticaba en Stammler: confunde la regulación normativa de la conducta por medio de reglas —la que puede ser aceptada por un número de personas— con las regularidades de hecho de la conducta humana (1980, 191 [1964, 264]).

    Las implicaciones para la teoría social de lo anterior se aprecian claramente al comparar el concepto de dominación [Herrschaft] en Parsons y en Weber. Para el primero, que traduce Herrschaft como authority o coordination, la dominación se caracteriza por integrar la colectividad en interés de su funcionamiento efectivo (1960, 752). Sin embargo, según Weber las personas actúan en términos de sus intereses ideales y materiales propios, y tampoco quienes dominan económicamente actúan buscando la integración colectiva: usan su ventaja en el mercado para alcanzar sus propios intereses económicos. De ahí que mientras que para Parsons el énfasis esté en la integración de la sociedad, el autor alemán situará la asociación [Verband] en el centro de su intento por entender las sociedades modernas. La importancia que para Parsons tiene la integración lo lleva a resaltar también la de los valores. Con esto, convierte a Weber en un idealista, a quien imputa una perspectiva histórica y social según la cual las ideas —los valores, por ejemplo— constituyen el factor causal preeminente para la acción, por encima de los intereses, ideales y materiales.

    Al destacar la supuesta importancia de los valores para Weber, Parsons también aportó a la incomprensión de cuál era el objetivo del estudio sobre la ética protestante. Como señaló Hennis, fuera de Alemania, luego de la segunda Guerra Mundial, se continuó leyendo los célebres ensayos weberianos como una interpretación causal sobre el origen del capitalismo (Hennis 1983, 57). Esta postura se apoyaba en una lectura incorrecta —una idea tonta [töricht] al decir de Weber (1986b, 83 [1998b, 86])— de La ética protestante, pero que sirvió para construir un Weber idealista que podía oponerse al materialismo histórico de Marx. Aparte de la connotación política en el escenario de la llamada Guerra Fría, en el que los países capitalistas necesitaron de una figura que oponerle a Karl Marx, el sesgo de Parsons tenía también una connotación académica, pues se podía replicar con Weber al marxismo de los miembros de la llamada Escuela de Fráncfort. La impronta de Weber es indudable en esta corriente, como lo es su diferente lectura del mismo en contraste con la realizada por el sociólogo de Harvard. El trabajo de Max Horkheimer, Theodor W. Adorno y los otros miembros de esa corriente nada tiene que ver con la modernidad paradisiaca anunciada por los seguidores de Parsons en el Committee on Comparative Politics presidido por Gabriel Almond (véase el capítulo de Álvaro Morcillo en la sección IV, pp. 573 y ss.; Gilman 2003).

    La inevitabilidad de la modernidad llevó a Parsons a imputarle una teoría inherentemente evolutiva a Weber, que dejaba de lado aspectos decisivos de su trabajo tanto sobre la historia como sobre la propia modernidad (cfr. Parsons 1971a, 43). El énfasis parsoniano en la evolución social culmina en su obra tardía, para la que también buscó apoyo en Weber (Parsons 1966; 1971b). Por el contrario, en el autor alemán la «evolución» o el «progreso» cultural, y el uso de «etapas», son básicamente instrumentos heurísticos, no estadios predecibles (véase aquí el capítulo de Roth, pp. 153 y ss., así como Scaff 1989, cap. 2). Pero la diferencia fundamental radica, y también el abismo que separa a Parsons de la Escuela de Fráncfort, en la perspectiva frente a la modernidad capitalista. El evolucionismo parsoniano concluye en esta última etapa, en la que la sociedad alcanzaría una estabilidad nunca vista. Para él, la sociedad industrial occidental constituye «el modelo para el mundo en su conjunto» (1963, LXI). Al sostener esto Parsons se distancia explícitamente de la perspectiva trágica weberiana: señala, de hecho, que ésta debe ser «sustancialmente atenuada» (1981, 89). Naturalmente, aquí resuena la crítica de Tenbruck sobre la desatención de Parsons al contexto intelectual de Weber: la desazón con la que éste mira el destino de la humanidad no sólo está presente en muchos de sus posicionamientos sino que puede encontrarse en varios de los pensadores con los que Weber se relacionó, y en general en la intelectualidad alemana, influida por el Zeitgeist de una década marcada por la primera Guerra Mundial.

    También fue parte importante de la apropiación estadunidense de Weber la integración de sus ideas en el debate metodológico de la sociología y la ciencia política. La colección de escritos de Weber publicados por Marianne bajo el título de Wissenschaftslehre [doctrina de la ciencia] reúne textos, varios de ellos redactados como parte de sus actividades en la Verein für Sozialpolitik [Asociación para la Política Social], que buscaban aportar a algunos debates de la época, o forzar —sin éxito— la separación entre las actividades políticas y académicas de dicha asociación. O bien, en algunos casos, acompañar sus propios trabajos sustantivos. Tomados fuera de contexto, estos textos se usaron en polémicas sobre cuál debería ser la contribución de la sociología a los conflictos de la Guerra Fría, aspectos en los que eran utilizados para oponerse a Adorno, Horkheimer y Herbert Marcuse.

    Desde posiciones ciertamente conservadoras, se argumentó que la ciencia existe con independencia de la sociedad y sus conflictos de valor, lo cual permitiría eliminar los vínculos entre estos últimos y la ciencia social. Así, el postulado de Weber según el cual las valoraciones han de estar separadas del trabajo científico causal e interpretativo [Wertungsfreiheit, Wertfreiheit], ya sea en la cátedra o en la investigación, se convierte en el mandato de una «neutralidad ética» para Edward Shils (Weber 1949), o en el énfasis en no hacer «juicios de valor» (Parsons 1949, 594), o en una supuesta «libertad de valores» (Parsons 1971a).³ Esto culminaría, nolens volens, en que las ciencias sociales pierdan su relación de valor [Wertbeziehung], que es lo que determina si estudiar un acontecimiento o una pregunta vale la pena. La interpretación de Parsons del concepto de Wertfreiheit llevaría consigo una severa reducción del objeto del conocimiento científico social, aspecto sobre el cual fuera interpelado por Jürgen Habermas durante la celebración del centenario en Heidelberg del nacimiento de Weber (1965; 1971; Roth 1965; 2006). La pregunta no carecía de justificación y la respuesta de Parsons, pretendiendo intercalar un hiato entre sociedad y ciencia social, se aleja claramente del énfasis puesto por Weber en la relación del conocimiento con los valores (véase al respecto el capítulo de Schluchter en este volumen, pp. 95 y ss.).

    Para finalizar este apartado, queremos destacar que existió un fuerte desarrollo temprano de la sociología en Latinoamérica, que estuvo muy ligado a la tradición europea. Ésta, sin embargo, a partir de la segunda posguerra fue desplazada por la sociología norteamericana, dando preeminencia a la teoría de la acción à la Parsons, así como al estructural-funcionalismo (véase la cuarta sección de este volumen). Este momento crucial de la ciencia social en español ha sido mostrado por Alejandro Blanco específicamente para Argentina, pero con importantes proyecciones a Iberoamérica (Germani 2004, 154, 162-163, 216; Blanco 2006, 243-252). La interpretación de Weber como un idealista, a la que se ha hecho alusión, facilitó también el que desde los años sesenta los marxistas de las grandes universidades latinoamericanas —la Universidad Nacional Autónoma de México, la de Buenos Aires, la de San Pablo— lo redujeran a un «Marx burgués», evitando así un examen serio de un autor para quien los intereses materiales ocupan un lugar prominente, sin desplazar completamente a los ideales, en la acción social, la ética económica y en la historia de las civilizaciones.

    En nuestra opinión, la academia iberoamericana ha permanecido, en general, presa de las lecturas marxistas o de las estadunidenses propuestas durante la Guerra Fría, y completamente al margen de los debates iniciados hacia el final de ésta. Y ello pese a que en América Latina los años setenta trajeron discusiones sobre dependencia y autoritarismo en las que jugaron un papel crucial científicos sociales interesados en Weber como Fernando H. Cardoso (1977a, 9-10; 1977b), Enzo Faletto (1996, 193; Reyna 2007) o Guillermo O’Donnell (2007). Aun así, las dos grandes líneas de lectura que mencionamos han dificultado, sin duda, un entendimiento adecuado incluso de los conceptos más básicos de Weber —capitalismo, dominación, asociación [Verband], patrimonialismo, carisma—, por no hablar de otros como conducción de vida, estilo de vida, etc. Una comprensión deficiente ha hecho más improbable su aplicación al estudio empírico de las cuestiones de actualidad en nuestras sociedades —democracia y Estado de derecho, violencia, corrupción, populismo—. A la vez, este aislamiento tampoco ha ayudado a que se comprenda la obra en su conjunto, sus ejes, sus continuidades y sus contradicciones.

    II

    A pesar de valiosos trabajos como el de Ana Germani y el de Alejandro Blanco, sabemos muy poco sobre lo sucedido con la obra de Weber durante la posguerra y la Guerra Fría. Carecemos, por ejemplo, de estudios bibliométricos siquiera comparables al que hace décadas hizo Donald Levine sobre la influencia de Simmel en Estados Unidos (1976a; 1976b) o al más reciente de Marlise Rijs (2012). Lo más cercano son las referencias a Weber incluidas en el útil trabajo de Diego Pereyra sobre los libros de texto de sociología en Argentina y México (2008). Desde una perspectiva institucional, existen artículos sobre Weber en esos dos mismos países (Morcillo Laiz 2008; Blanco 2007), así como algunos estudios más amplios que contienen información relevante (Arguedas et al. 1979; Campo 2001; Bethell 1994; Giner y Moreno 1990; Leal y Fernández et al. 1995; Reyna 2005; Ruano de la Fuente 2007; Villas Bôas 2006; Zabludovsky 2002).

    A la vista de tal estado de la cuestión, queremos sólo señalar dos indicios puntuales sobre los avatares de la obra de Weber en nuestro medio, que nos parecen, sin embargo, reveladores. El primero es una observación de nuestro colega y amigo Pedro Piedras Monroy en su Max Weber y la crisis de las ciencias sociales (2004, 9). Dice allí que si uno preguntase en el marco universitario español dentro de qué estudios habría que ubicar a Weber, la mayor parte de las respuestas lo situarían en el marco de la sociología. Creemos que esto es clara mente extrapolable fuera de España, y que es una expresión de que pervive la percepción «ahistórica» que encierra a Weber en esa disciplina, a pesar de que, como se ha dicho, prácticamente sólo al final de su vida consideró que estuviera ocupándose de problemas propios de ella. Una disciplina que, tal como la entendemos hoy, apenas estaba institucionalizada mediante cátedras de sociología en Alemania cuando Weber falleció. Esta percepción parece ser una consecuencia directa de su recepción vía Estados Unidos y, concretamente, de la apropiación de su obra por parte de un sociólogo como Parsons.

    El segundo indicio tiene que ver con la publicación de su obra al castellano. La forma actual de lo que hoy llamamos Economía y sociedad es, como se sabe, completamente ajena a Weber. De ahí que los manuscritos reunidos por Marianne bajo tal título disten de poder considerarse una obra. Sin negar la importancia de la traducción temprana de la misma, en 1944 —veinte años antes de que existiesen versiones en cualquier otra lengua—, adolece de muchos fallos conceptuales y de otros tipos que tergiversan las intenciones originales de su autor, por no hablar de la dificultad del lenguaje empleado por los cinco traductores, cada vez más ajeno a las nuevas generaciones de estudiantes de la obra (cfr. Morcillo Laiz 2012b; Zabludovsky 2002). Nada de esto ha impedido, sin embargo, que Economía y sociedad siga considerándose su obra maestra, y que fuera como tal publicada en castellano en varias ediciones y numerosas reimpresiones. Si comparamos esta situación con la de los Ensayos sobre sociología de la religión (Weber 1986a [1998a]) —excluyendo naturalmente La ética protestante—, los contrastes son evidentes. La extrema ambición histórica que guió esta investigación weberiana, la intensidad y el tiempo que Weber dedicó a este proyecto, y, fundamentalmente, el hecho de que sean estos ensayos los que permitan articular en torno a la racionalización la obra en su conjunto, explican por qué la falta de reimpresiones constituye un dato elocuente de la problemática recepción de Weber en español. Esta serie de ensayos, con traducción de José Almaraz y otros, se publicó por primera vez en 1983 y tuvo sucesivas reediciones pero desde hace varios años es casi por completo inasequible, salvo ocasionalmente en una librería de viejo. Aunque la importancia de estos estudios se hizo evidente a partir de la tesis que defendió Tenbruck en sus artículos —en especial el aquí traducido—, entre nosotros sólo han sido considerados por unos pocos especialistas en teoría sociológica de entre los muchos científicos políticos, sociólogos, juristas e historiadores que usan a Weber en la docencia y la investigación.

    El proceso que, como señalamos, en alemán y en inglés llevó de nuevas interpretaciones a una mayor disponibilidad de textos de Weber y éstos a lecturas más profundas de la obra, nunca tuvo lugar en español. El caso más destacable de un autor ignorado entre nosotros es probablemente el ya mencionado de Tenbruck, cuyos textos fueron la bisagra que definitivamente cambió el sentido de la interpretación de Weber, pero del que hasta este volumen no se había publicado ni un solo texto en español. En general, con pocas excepciones, los trabajos de los otros estudiosos fundamentales tampoco han sido traducidos. El propósito de este volumen es, por tanto, dar visibilidad a Weber y a algunos de sus intérpretes más relevantes, como los reunidos en la primera sección, para así ayudar a compensar la acumulación de malentendidos que han resultado de la intrincada y difícil recepción de su obra entre nosotros.

    III

    Como respuestas a las carencias presentes de la bibliografía en español relativas a la interpretación de la obra de Weber, las diversas contribuciones específicas de ésta, su relevancia actual para América Latina y su recepción atípica en Iberoamérica, hemos organizado el libro en cuatro secciones. La primera de ellas aborda de distintas maneras los grandes temas de la obra de Weber, abriendo cada uno de los capítulos una senda que posibilita acercarse a ésta. Todos ellos implican un quiebre radical con las lecturas que se hicieron de Weber en las cinco décadas posteriores a su muerte. Algunos de estos textos básicos para la comprensión contemporánea de Weber fueron escritos hace tiempo, pero nunca fueron traducidos; otros han sido redactados expresamente para este volumen. El capítulo de Friedrich Tenbruck (pp. 47 y ss.), sobre el que ya hemos hecho algunos comentarios, situó en el centro de la discusión el problema de la racionalización en la obra weberiana, abriendo una nueva etapa en la forma de comprender la obra en su conjunto. En el trabajo al que ya hicimos referencia (pp. 95 y ss.), Wolfgang Schluchter se aboca a un aspecto central de nuestro autor: el lugar de los valores en su concepción de la ciencia moderna en un mundo desencantado. Para ello, relaciona sus concepciones con las de los principales exponentes de las discusiones metodológicas de la época de Weber, mostrando el modo en que éste se distingue, a la vez que se nutre de ellos. José María González García trata en su capítulo (pp. 123 y ss.) sobre la tan compleja como fascinante relación entre el opus de Weber y la literatura alemana y universal. En particular, explora el concepto de desmagificación o desencantamiento, así como el de lucha de dioses, desde la tan insoslayable como poco abordada perspectiva de que la comprensión del uso que Weber hizo de estos conceptos requiere de su inscripción en el contexto del cual el autor los extrae.

    El texto de Guenther Roth que tradujimos para este volumen (pp. 153 y ss.) expone el fuerte carácter histórico e historiográfico de la obra weberiana. Siendo éste uno de los aspectos soslayados por una interpretación de Weber que le imputó el carácter de sociólogo, Roth analiza la perspectiva de Weber sobre la Entwicklungsgeschichte o developmental history, una historia entendida como desarrollo, en el sentido de una racionalización creciente en varias esferas y direcciones. A menudo se ha escrito sobre racionalidad y modernidad en Weber, especulando a partir de las pocas páginas que Weber escribió al respecto. Por el contrario, Roth discute en su exposición el largo proceso de racionalización —tres mil años— que Weber sí estudió, y cuya relevancia actual residiría en desagregar analíticamente tres dimensiones, una evolutiva, otra histórica y otra tipológica, a lo largo de las cuales el proceso de racionalización acaece. Desde esta perspectiva, argumenta Roth, podría haberse entendido mejor la dialéctica entre burocratización y democracia en Weber. El texto de Wilhelm Hennis que presentamos (pp. 175 y ss.) propone una interpretación particular de Max Weber, su lugar como educador —es decir, la intención pedagógica de su labor—, especialmente, en lo que concierne a colaborar en la formación política de sus connacionales. Al respecto, Hennis destaca tanto la influencia desplegada sobre sus contemporáneos por la propia personalidad de Weber, como la conformación filosófica de su vocación pedagógica, cuyas raíces estarían en Platón. No obstante, concluye Hennis, su fuerte vocación educativa estuvo lejos de realizarse, lo que lleva al autor de este ensayo a declararla fracasada. La clave de la interpretación de Hennis es ver a Weber como un estudioso de la conducta humana, y de ahí su interés en la educación; según él, Weber buscaba entender la personalidad y, en particular, cómo la civilización moderna afecta a ésta. En todos los capítulos de esta primera sección se presentan interpretaciones que nos hablan de la obra en su conjunto, aunque la abordan destacando distintos aspectos. Obviamente, al igual que en el resto de las secciones, la selección no pretende ser exhaustiva y de hecho no carece de cierta arbitrariedad en cuanto a lo que no incluye.

    La segunda sección se aproxima a diferentes aspectos de la obra de Weber con la intención de ofrecer una relectura basada en las nuevas interpretaciones presentadas en la sección anterior. Más concretamente, la refutación de Tenbruck y Schluchter a la relación entre la primera y las otras partes de Economía y sociedad, en la cual se basaron las ediciones a cargo de Marianne Weber y de Johannes Winckelmann, exige una relectura de los capítulos sobre la dominación legítima (pp. 229 y ss.) y sobre el patrimonialismo (pp. 251 y ss.) —concepto clave en el análisis de los regímenes latinoamericanos—, que es precisamente lo que ofrece la lectura lúcida de Stefan Breuer. De modo paralelo, el capítulo de Keith Tribe sobre la Sozialökonomik (pp. 199 y ss.) —un proyecto intelectual caído en el olvido, pero remotamente emparentado con el de «institutional economics» y, sobre todo, con la sociología económica— es impensable sin el conocimiento acumulado durante las últimas décadas sobre la edición de Economía y sociedad. Lo mismo puede afirmarse de la contribución de Eduardo Weisz (pp. 321 y ss.), asentada en la consideración de todos los Ensayos sobre sociología de la religión a los que apunta Tenbruck en su capítulo de la primera sección. Weisz propone una sistematización de esta fracción del corpus weberiano, que permite hacer inteligible la diversidad de propósitos e intereses que guían una empresa tan ambiciosa como la que ocupó a Weber durante una parte importante de sus últimos diez años de vida. Sin el trabajo de Schluchter sobre valores, esferas y racionalidad tampoco es concebible la sociología del derecho descrita por José Luis Monereo Pérez y Cristina Monereo Atienza (pp. 343 y ss.). Los autores hacen una exhaustiva presentación de este importante aspecto de la obra weberiana, enmarcándolo tanto en discusiones de la época como en perspectivas actuales. El derecho es expuesto aquí como piedra angular de la concepción weberiana de la racionalización, aunque sólo fuera por el vínculo crucial entre la racionalización del derecho y de la economía.

    El texto de Joaquín Abellán (pp. 267 y ss.) arroja luz sobre dos aspectos relevantes y controvertidos de las posturas políticas de Weber: su análisis de la situación de los polacos al este del Elba a comienzos de la década de 1890 y su propuesta de una Führerdemokratie [democracia de líder] para la Alemania de la primera posguerra. Abellán muestra que tal propuesta es radicalmente ajena a lo que pocos años después de su muerte sería el nacionalsocialismo. Para ello recurre a los escritos reunidos ahora en la Max Weber-Gesamtausgabe, las obras completas de Weber, y a su conocimiento minucioso de las fuentes y del contexto que afectan a las posiciones políticas de Weber. El capítulo de Pablo de Marinis (pp. 293 y ss.) se centra en un aspecto específico de la concepción weberiana de comunidad. Dando continuidad a otros trabajos de su autoría, De Marinis nos ofrece una compleja mirada sobre el aspecto tipológico-sociológico del concepto de comunidad que es nodal tanto por su importancia en la época de Weber como por su actualidad para el estudio de fenómenos sociales contemporáneos. Finalmente, la sección incluye un análisis de la propuesta metodológica de Weber por la pluma de un especialista en la misma, Hans Henrik Bruun, quien, además de sistematizarla, señala cuáles son los interrogantes a los que aún hoy no tenemos respuesta (pp. 369 y ss.). En suma, la segunda sección ofrece nuevas perspectivas tanto sobre algunos de los conceptos y temas comúnmente asociados con Weber, como sobre otros que han sido relegados en las lecturas predominantes en nuestros medios académicos. Como ya lo manifestamos, la selección no es exhaustiva, pues deja fuera temas como los estudios agrarios de Weber, cuyo significado ha sido recientemente redefinido, la economía y la dominación en la Antigüedad, los trabajos sobre la bolsa de valores y sobre lo que hoy llamaríamos sociología industrial.

    Los autores de los capítulos incluidos en la tercera sección del libro emplean los conceptos propuestos por el pensador de Heidelberg para explorar diferentes aspectos de la realidad iberoamericana en los que están especializados. Desde este punto de vista, Max Weber en Iberoamérica se inserta en el grupo de obras que pretenden fomentar el uso de la teoría social para el estudio empírico

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