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Via Corporis
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Via Corporis

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Via Corporis de Pura López Colomé, Premio Xavier Villaurrutia 2007, explora los malestares del cuerpo y los sentidos ocultos del lenguaje. En diálogo constante con 34 óleos de Guillermo Arreola, recreados a partir de viejas radiografías desechadas por el Hospital Siglo XXI, se ofrece un recorrido por los versos de una de las poetas mexicanas contemporáneas más representativas.
LanguageEspañol
Release dateApr 4, 2019
ISBN9786071642394
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    Via Corporis - Pura López Colomé

    I. HERIDA PROVOCADA

    Faisán desplumado

    cuya sangre, poca,

    gotea tornasolando.

    El color

    de la muerte.

    No del.

    Es la saliva también,

    sustancia espesa,

    con burbujas atrapadas,

    una suerte aparte.

    Suerte de pegamento

    que resiste

    eras, épocas, edades,

    y resguarda fósiles.

    Ahora. Entonces. Antes.

    Cuántas veces

    tomé la nieve entre las manos

    concentrándome en el frío,

    no en el blanco blanquísimo

    hasta entonces nunca visto;

    arrojé una bola

    con todas mis fuerzas

    contra un tronco

    deseando que sangrara

    justo así.

    Y salivó en negro.

    En líquido vital

    del otro mundo.

    Al que hemos querido ir

    desde muy niños.

    Por más que quiera,

    no logro descifrar

    en qué momento

    echó marcha atrás

    la cinta vertiginosa,

    a la velocidad del sonido

    en serio,

    a la velocidad del pensar

    en serio,

    sin figuras de lenguaje.

    Y me arrojó a mí,

    nieve sin derretir,

    sobre el tronco

    donde anidaba

    ese faisán.

    Me dejó acariciarlo.

    Se fue quedando quieto,

    quieto, quieto, inmóvil,

    abierto a la ternura.

    En santa

    y disecada médula.

    La de esta

    mente fría

    y desangelada.

    Desde la cual dicto una misiva a los cuatro vientos. No sé

    si comenzar con querido, estimado, apreciable, adorado,

    mi bien. Al discurrir, siento un polo norte o sur en la cabeza.

    No un ardor. Un horror de quien con toda calma hace

    de tripas corazón para establecer distancia. Hablar cara

    a cara no es lo mismo. Afloran hasta de los temblores en el

    labio, en el párpado, en el mentón: las traiciones orgánicas.

    Mientras

    que

    sobre

    papel

    se rebobina el hilo de seda,

    la desangelada, fría mente,

    la disecada médula,

    se deja penetrar por la ternura

    de quien se va quedando quieto,

    tan inmóvil

    que se puede acariciar,

    faisán en su nido,

    hembra empollando

    sin figuras expresivas

    de la lengua castellana,

    que fija, velocísima,

    la punta de la aguja,

    la mirada,

    ni por asomo suena,

    incapaz de olvido,

    huyendo a la cueva

    de las rondas infantiles,

    salivando oscuramente

    para seguir viva/vivo,

    porque el deseo de sangre

    tiene un color blanco,

    frío

    como lo nunca visto,

    un faisán desplumado

    que gotea líquido vital

    tornasolando:

    está muriendo,

    exhalando,

    disfrutando

    su agonía.

    Qué maravilla.

    Ahora deletreo una simple carta, a vuelta de correo, sin

    remitente o destinatario, desde este mundo y país dolientes,

    hasta ese otro en que todo es gozo sin miembros, sin

    anatomía, sin espíritu. En este texto quisiera revivirte.

    Ahí

    estás

    clarividente

    re

    corriendo

    la cuerda

    cuyo

    nudo

    sutil

    ciñe

    la jugosa

    la escondida

    manzana de Adán.

    Que hasta rima con faisán.

    Cual frágil talón

    de Aquiles

    que quisiera

    la fuerza de miles.

    II. MUERTE ILUSORIA

    Creí que transferir

    era cambiar de féretro.

    No trocar privilegios

    de este mundo

    o aquella esfera

    alucinada.

    Estoy perdiendo el juicio,

    saliéndome de quicio,

    y encantada.

    Estoy viendo rostros

    por todas partes,

    todos me hablan;

    entre otros muchos,

    los de la trinidad

    divina,

    la divinidad

    trina,

    oculta tras la nube,

    que emergió instantes

    después o antes,

    no se sabe,

    pero emergió arco iris,

    puro matiz diferenciado,

    multiplicado,

    pura matriz de seres:

    mientras el azul

    les entra por la pupila

    y la deshace,

    les entra por el tímpano

    y lo pulveriza.

    Azul que no es azul. Luz que sí. El primer estambre que te

    cubrió los brazos. Una cobija tejida por manos de madre o

    abuela. Cuánto se te esperó. Tiempo de suavidades y listones

    color pastel. Ningún otro momento en la vida igualmente

    aéreo, definible en y para sí, el de la nada a cambio. Qué va

    nadie a imaginar lo que será el transcurso al

    feto

    que

    va de retro

    rumbo

    al féretro.

    Tránsfuga.

    Se me figura

    alguien que agradece

    y cómo,

    sin cadenas de despedida qué romper

    sin lazos de bienvenida qué cortar

    dándose a la fuga

    ya sin sentirlo,

    ya sin hacerlo,

    ya sin sin, sin ya.

    Me encantaría borrar los hechos conscientes de aquel

    personaje que no estaba muerto cuando lo enterraron.

    Catatónico al que no identificaron como tal. Nadie lo sabía.

    Ni él. Nadie escuchó nada los días siguientes. Y eso que los

    deudos iban a llevarle flores frescas casi a diario; había,

    además, muchos jardineros, muchos espectadores de fuegos

    fatuos y demás apariciones. Lustros después, tuvieron a bien

    vender los terrenos de aquel cementerio y trasladar a los

    habitantes a otro lado, sin importar su estado de aridez o

    descomposición. Al sacar su caja, se les abrió sin querer:

    quizás el aumento de los temblores durante todos esos años

    habría contribuido a aflojar las cerraduras del ataúd, tanto,

    tanto, que cualquiera juraría que lo hubieran querido abrir a

    golpes desde dentro, con una fuerza inusitada de otro mundo.

    El esqueleto presentaba, en lenguaje de suprema corte, los

    brazos plegados al frente, las uñas crecidas como garras

    tiesas, como de ave de rapiña enjaulada; todo indicaba que

    habían rascado, hecho profundos surcos, en el revés de la tapa,

    al grado, casi, de perforarla.

    Poseído por el demonio,

    la peor angustia imaginable,

    fue despidiendo oxígeno,

    despidiéndose

    a bocanadas leves

    hasta soltar amarras.

    Así las ideas.

    Rascan tras la tapa

    — no la vuelan—,

    hacen ruido,

    arman un verdadero escándalo,

    que al otro lado es

    silencio.

    Digno acompañamiento

    de un camposanto.

    Emisiones. Una mera mezcla de gases. ¿Es solipsista a fondo

    el pensamiento? ¿Logra salir del encierro alguna de sus

    partes? ¿Comunicarse, como se dice vulgarmente? ¿Hacerle

    saber al otro —quizás querido— lo siguiente, que no es

    mucho: vivamos bajo un mismo techo sin destrozarnos, o:

    hemos nacido para entretejer nuestras individualidades y

    llamarle a eso la gran armonía, acaso armonía sin tonos? Bajo

    un mismo techo, techumbre, paladar, cubierta, tapa de una

    caja, cielo raso. Sin jardín, sin serpientes que caminen

    erguidas, o se terminen arrastrando. He ahí el hogar y: ¡a vivir

    se ha dicho! A morir.

    III. CEGUERA PRIMAVERAL

    Se desprendió

    sola

    la córnea

    de un descarado,

    la ventila ustoria,

    soltando las imágenes

    de toda una vida

    al desnudo.

    Habría sido intolerable

    no abrir la puerta trasera

    de la cárcel,

    ante el

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