La Reforma
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La Reforma - Pablo Mijangos y González
LA REFORMA
HERRAMIENTAS PARA LA HISTORIA
LA REFORMA
(1848-1861)
PABLO MIJANGOS Y GONZÁLEZ
Coordinadora de la serie
CLARA GARCÍA AYLUARDO
CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA ECONÓMICAS
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 2018
Primera edición electrónica, 2018
Coordinadora de la serie: Clara García Ayluardo
Imagen de portada: Guillermo Chávez Vega,
Constitución y Reforma, 1965, Palacio de Justicia del Estado
de Jalisco. D. R. © Guillermo Chávez Vega/México/2018.
Reproducido con autorización del Estado de Jalisco.
D. R. © 2018,, Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C.
Carretera México-Toluca núm. 3655, Col. Lomas de Santa Fe,
C. P. 01210 Ciudad de México
publicaciones@cide.edu
D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica
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Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-6103-6 (ePub)
ISBN 978-607-16-5876-0 (impreso)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO, por Erika Pani
ESTUDIO INTRODUCTORIO
Aviso: qué es y qué no es este libro
La Reforma en la construcción del relato nacional
Vientos de cambio: la historia académica y el revisionismo
¿Dónde estamos y qué nos falta por hacer?
BIBLIOGRAFÍA
PRIMERA PARTE
FUENTES IMPRESAS DE LA ÉPOCA
Colecciones documentales, antologías y obras completas
Obras sueltas y folletería
Legislación, jurisprudencia y crónicas parlamentarias
Informes gubernamentales
Sermones, cartas pastorales, manuales y documentación eclesiástica
Atlas, diccionarios, estadísticas y guías de forasteros
Memorias y diarios personales
Obras de viajeros, diplomáticos y observadores extranjeros
SEGUNDA PARTE
HISTORIOGRAFÍA
Historias generales y ensayos interpretativos
Estudios biográficos
Historia de las ideas políticas, el derecho y las instituciones
La religión y el conflicto Iglesia-Estado
La masonería
Historia militar y de las fuerzas armadas
Los pueblos frente al liberalismo y la desamortización civil
El artesanado y las clases populares urbanas
Economía y finanzas públicas
Historia regional, local y urbana
Relaciones internacionales, fronteras y migración
Arte, literatura, ciencia y educación
Periodismo y empresas editoriales
Relaciones de género y vida cotidiana
Estudios comparativos
La Reforma en la memoria y la historiografía
Guías bibliográficas, hemerográficas y archivísticas
AGRADECIMIENTOS
Agradezco en primer lugar a mi colega Clara García Ayluardo por haberme invitado a escribir un volumen sobre la Reforma para la colección Herramientas para la Historia. El tiempo que me tomó realizarlo fue mayor del que había previsto al inicio, pero la espera valió la pena. De manera especial quiero dar las gracias a Erika Pani, quien, además de escribir el prólogo, ha sido una guía confiable y paciente a lo largo de los años que he dedicado al estudio de este periodo histórico. Sobra decir que este libro debe mucho a sus enseñanzas. También deseo agradecer a Javier Mijangos y Erika González por su cuidadosa lectura de un primer borrador de este texto, así como a Janet Rodríguez, Nayeli Fonseca y Erika Gómez, quienes en diferentes momentos me ayudaron a revisar y actualizar la bibliografía.
Una de las mayores fortunas que he tenido en mi carrera profesional ha sido contar con excelentes alumnos. Este libro está dedicado a ellos, tanto a los pasados como a los futuros.
PRÓLOGO
ERIKA PANI
Tenemos muchas razones para contar historias: para entretener, para emocionar, para aleccionar, para divertir. Se supone que la Historia que escribimos con mayúscula es distinta. Ésta pretende reconstruir el pasado de la manera lo más verídica posible. Se ha dicho que la Historia es arte y ciencia y, a lo largo de los siglos, se ha alegado que es un saber útil: maestra de vida
, crónica de errores que debemos conocer para no repetir, tribunal de la humanidad. Escribir historia es una tarea colectiva que, desde hace más de un siglo, requiere además libros, archivos y documentos, cierto oficio y seguir una serie de reglas. Porque construye una memoria compartida, la historia da sentido a las comunidades, revela el pasado que las engendró y contribuye a que entiendan mejor su presente y puedan imaginar el futuro. Por eso las preguntas que los historiadores hacen al pasado en un momento particular nos dicen tanto sobre las angustias y anhelos de una sociedad. Esto lo han entendido muy bien los autores de la serie Herramientas para la Historia, que, al reseñar la forma en que se han contado las historias de temas medulares y polémicos del pasado mexicano —Afro México, los indios
, la oposición política— o de momentos o periodos cruciales de la historia —la Independencia, la Revolución, el Porfiriato—, han revelado las lógicas —diversas, contradictorias— de cómo los mexicanos se han explicado a sí mismos.
Ahora toca el turno a la Reforma, cuya historiografía revisa en este volumen Pablo Mijangos. Nos hace, con esto, un gran favor. Aunque la Historia Patria la ha consagrado como parte de la Trinidad de procesos históricos que constituyen a México como nación —Independencia, Reforma, Revolución—, la Reforma despierta quizá más perplejidad que entusiasmo. Benito Juárez, que ha dado nombre a innumerables poblaciones, calles, plazas, escuelas, bibliotecas y hasta misceláneas y farmacias a lo largo y ancho de la República, es tal vez el personaje más reconocible de la historia de México. Pero no tiene el magnetismo de Hidalgo o Morelos, ni qué decir de Zapata y Villa. Los recuerdos de una cruenta guerra civil, larga, de 10 años, plagada de héroes, mártires y villanos, parecen no haber sobrevivido el paso de los años. La Reforma no se celebra: no hay grito
ni desfile, y raro es que se asocie la gloriosa victoria del 5 de mayo con el proceso reformista del que forma parte. Frente a banderas como la independencia y la justicia social, la des-amortización y el laicismo suenan más bien crípticos y anodinos. Cabe decir, además, que mientras las formas en que entendemos la guerra de Independencia y la Revolución mexicana se han renovado, enriquecido y complejizado profundamente en los últimos 50 años —aunque, últimamente, parece que la Revolución anda de capa caída—, la historia de la Reforma ha cambiado poco. Como muestra Mijangos, si bien estudios innovadores han arrojado luz sobre aspectos puntuales del proceso —vale la pena detenerse, como lo hace este autor, en la historia de las relaciones Iglesia-Estado—, la trama básica del relato patriótico de la Reforma parece ser tan inamovible como su prócer.
Por eso es tan útil la revisión historiográfica de este libro. Con ojo acucioso y buena pluma, muestra al lector cómo los apóstoles, artífices y beneficiarios de la Reforma hicieron de este periodo crítico la piedra angular de un relato patriótico perdurable, que describía el camino, largo y penoso, pero heroico, del pueblo mexicano hacia la libertad y el progreso. Si los revolucionarios del siglo XX se reclamaron herederos de los liberales reformistas del XIX, los logros de éstos perdieron congruencia y detalle en las historias nacionalistas que reescribieron aquéllos, sin cambiar la trama subyacente, por lo cual a menudo la Reforma quedó obnubilada por la heroica defensa de la soberanía nacional
, como dicen los libros de texto. La parte más importante de este volumen, sin embargo, se dedica a los trabajos de los académicos que han profundizado sobre diversos aspectos de la Reforma, ponderando la aportación de distintas corrientes y, lo que es más sugerente aún, apuntando las posibles rutas a seguir. Un apretado número de páginas presenta una visión a vuelo de pájaro de lo que los historiadores han escrito, desde mediados del siglo XX, sobre la política, la economía, la sociedad y el lugar de México en el mundo durante la época de la Reforma; se amplían sus límites cronológicos para incluir antecedentes y consecuencias. El lector puede apreciar, desde la perspectiva ventajosa que asegura una visión de conjunto, las tendencias generales, los terrenos que han sido desbrozados, las visiones encontradas y los cambios de rumbo de una historiografía nutrida y razonablemente —aunque quizá no tanto como uno quisiera— polémica.
Así, este texto muestra cómo se ha enriquecido nuestro entendimiento de los procesos históricos que produjeron la Reforma, y los que ésta desencadenó, al hacer los estudios más precisos y acotados, al abandonar el guión del desenlace inevitable, al incluir otros objetos de estudio y al dejar a un lado la política —tema que privilegiaron los historiadores durante tantos años— para explorar otros fenómenos clave para la experiencia humana. Mijangos muestra que quienes perdieron la contienda —los conservadores, los liberales que desaprobaban la Constitución de 1857, los miembros de la jerarquía eclesiástica— dejaron de ser unos acartonados y malogrados villanos, no sólo gracias al rescate de sus creencias, posturas y proyectos, sino por ser vistos a través de nuevos paradigmas de investigación, como el de la historia de los discursos con el que Elías Palti reveló el radicalismo y la originalidad del partido conservador
que se formó en 1849. Tanto las nuevas historias de la Iglesia, que ponen de manifiesto el peso de esta institución en los ámbitos más variados de la vida pública y de la economía, como aquellas que rastrean el desarrollo —a menudo errático y desfasado— de las políticas de modernización
económica —abolición de la propiedad corporativa, reforma fiscal, creación de un mercado nacional— arrojan luz sobre la complicada sociedad decimonónica, y permiten al lector dimensionar la apuesta que significó, en su momento y como legado, la Reforma. Cabe preguntarse, en lo que concierne a la historia económica, si cambiar el problemático concepto de modernización por el más preciso de capitalismo contribuiría a ajustar la periodización y aquilatar los alcances y límites de los esfuerzos reformistas y su puesta en práctica.
El autor revisa también la producción dentro de dos campos historiográficos —uno muy tradicional, aunque se haya visto significativamente renovado en los últimos años; el otro más novedoso— que dan información sobre las razones, las lógicas y el devenir de la guerra, antes oscurecidos por una interpretación exclusivamente ideológica del conflicto. La nueva historia diplomática, fincada sobre una versión clásica excepcionalmente consciente de la importancia del entorno internacional, ha puesto sobre la mesa los enroques geopolíticos y nos recuerda que las relaciones internacionales no son nunca producto de interacciones bilaterales sencillas entre entes monolíticos cuyo interés nacional
es evidente y prioritario. Por otra parte, queda claro que la historia social, al explorar las motivaciones de quienes pelearon en la guerra —caudillos regionales, soldados rasos y comunidades campesinas—, contribuirá a que sepamos más y entendamos mejor una confrontación que desgarró el país durante casi una década. Hagamos votos por que, en unos años, entendamos lo que sucedió en las distintas regiones de la República como comprendemos hoy el heroico pueblo de Xochiapulco, Puebla.
Aunque no es el propósito del libro, el recorrido historiográfico que presenta Pablo Mijangos tiene además la virtud de pintar un panorama claro de lo que fue la Reforma, de identificar temas y problemas, y de desenmarañar los conflictos que constituyeron este proceso crucial. El lector tendrá claro que la Reforma marca un antes y un después. Tras revisar lo que se ha hecho, este texto introductorio plantea, con conocimiento de causa, una serie de tareas por hacer. Es un llamado que se dirige, principalmente, a los historiadores. No estaría mal, sin embargo, interpretarlo como una convocatoria más amplia: si, como sociedad, sabemos dónde estamos
, será más fácil discernir, si no a dónde vamos, sí a dónde queremos ir. También para eso sirve la Historia, y debemos celebrar que la serie Herramientas para la Historia nos provea de unas tan logradas bitácoras de lectura.
CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS
EL COLEGIO DE MÉXICO
ESTUDIO INTRODUCTORIO
I. AVISO: QUÉ ES Y QUÉ NO ES ESTE LIBRO
Pese a lo que sugiere el título, éste no es un libro de historia, sino de historiografía. No es una síntesis narrativa del periodo histórico que llamamos la Reforma liberal, sino un repaso global de lo que han dicho y hecho los historiadores que han analizado este periodo. Es una obra pensada para quienes se acercan por primera vez a este tema y necesitan hacerse una idea del camino recorrido, de las principales preguntas e interpretaciones que han dado forma a este campo historiográfico, y también de los huecos y tareas pendientes en el mismo. Su principal finalidad, en este sentido, es dar a conocer obras y autores que, por lo regular, suelen ser identificados únicamente por otros especialistas en la materia. Aunque de ninguna manera pretendo proponer un canon
de obras venerables, sí he querido ofrecer un primer mapa de lo que se debe leer antes de emprender una ruta propia de investigación, muy a la manera de las guías de viaje que, sin ofrecer un listado exhaustivo de todo lo que puede hallarse en un lugar desconocido, sugieren algunos puntos indispensables que hacen inteligible, amena y fructífera una primera visita a ese lugar. Es un libro que a mí me hubiera gustado leer cuando empecé a interesarme en la Reforma liberal hace más de 10 años, y que, espero, será de utilidad para estudiantes, profesores, bibliotecarios, editores y aficionados que desean saber más sobre este periodo histórico.
Antes de entrar en materia es necesario precisar a qué nos referimos con la Reforma
, pues existen varias maneras de definir y ubicar cronológicamente este momento de nuestro pasado. Por lo general, los historiadores suelen dividir el siglo XIX mexicano en cinco grandes trozos, cuyas fronteras están marcadas por cambios fundamentalmente políticos: el primero lo conforman la crisis del régimen virreinal y la guerra de Independencia (1808-1821); el segundo, bastante caótico, abarca desde el (breve) Imperio de Iturbide y el establecimiento de la primera república federal hasta la desastrosa guerra con Estados Unidos, que costó a México casi la mitad de su territorio (1821-1848); el tercero arranca con la crisis política e ideológica de la posguerra y termina con el triunfo definitivo del Partido Liberal tras el fusilamiento de Maximiliano en el Cerro de las Campanas (1848-1867); al cuarto se le conoce como la República Restaurada y comprende los últimos gobiernos de Benito Juárez y la administración de Sebastián Lerdo de Tejada (1867-1876), y el quinto es el llamado Porfiriato, un largo periodo de autoritarismo, relativa estabilidad y notable recuperación económica, que culmina con el estallido de la revolución maderista contra la última reelección del general Porfirio Díaz en noviembre de 1910. La Reforma es el tercero de estos periodos, es un momento de incesante debate público, guerra civil y cambios institucionales mayúsculos, que supuso un verdadero parteaguas en la trayectoria histórica de México. En palabras del historiador Luis González, la Reforma fue el tiempo-eje
que aceleró la transformación de una sociedad colonial, de fuerte raigambre católica, en una nación soberana, secular y moderna.¹
Muchos historiadores suelen ubicar el comienzo de la Reforma en 1855, con el triunfo de la revolución de Ayutla, y no en 1848. La razón por la que he decidido incluir los siete años que van desde la firma del Tratado Guadalupe-Hidalgo hasta la última caída del dictador Antonio López de Santa Anna es que las grandes reformas impuestas durante los gobiernos de Juan Álvarez, Ignacio Comonfort y Benito Juárez, cuyo cenit fueron la Constitución de 1857 y las llamadas Leyes de Reforma (1859-1860), no se entienden bien sin tomar en cuenta las discusiones y los esfuerzos inéditos de fortalecimiento estatal desatados a raíz de la derrota frente a Estados Unidos. Podría decirse que este periodo comienza cuando Mariano Otero denunció en 1848 la ausencia de los lazos cívicos propios de una nación, y que su tema rector fue justamente la introducción de los cambios políticos, jurídicos, económicos, sociales y culturales que permitieran salvaguardar a esa nación amenazada por todos los frentes. Hubo quienes trataron de presentar esos cambios como una mera reforma
, en el sentido de un movimiento gradual y moderado, pero también quienes los interpretaron como una Reforma
con mayúscula, en el sentido más religioso del término: una ruptura radical con un pasado corrupto —por su doble legado militarista y clerical— y un intento de refundar la ecclesia política bajo los principios de soberanía, libertad e igualdad. Por ello, a mi juicio, resulta más adecuado definir este periodo como la revolución liberal
, término que utilizaremos indistintamente a lo largo del ensayo.
Una aclaración más: el llamado Segundo Imperio es indudablemente una parte central de este drama. Los años que corren desde la intervención tripartita
de 1861 —momento en el que Francia, Inglaterra y España enviaron sus tropas a Veracruz para asegurar el pago de las deudas pendientes del Estado mexicano— hasta la derrota final del emperador austriaco y los ejércitos conservadores en la primavera de 1867 sellaron la identificación de la nación soberana con el proyecto liberal definido entre 1855 y 1860. En efecto, pese a que Maximiliano retomó muchas medidas decretadas por sus adversarios republicanos, y a pesar de la participación de numerosos políticos mexicanos en la administración imperial, el carácter invasor de aquel régimen hizo que la guerra civil iniciada en 1858 tomara la forma de una verdadera guerra internacional, lo que más tarde llevó a la marginación definitiva del conservadurismo en el imaginario político nacional. Si no hemos incluido aquí un listado de obras sobre el Segundo Imperio, no es porque se considere ajeno o distinto al proceso que llamamos revolución liberal
, sino porque la colección Herramientas para la Historia ya incluye un magnífico análisis de dicha historiografía, escrito por Erika Pani.² El presente libro es entonces un complemento de ese trabajo publicado en 2004, y mi sugerencia es que ambos textos se consulten de manera conjunta.
La obra que el lector tiene en sus manos consta de dos grandes partes. La primera es un estudio introductorio de las historias de la Reforma publicadas desde el siglo XIX hasta hoy. Aunque su propósito es hacer un balance general de dicho corpus, el corazón de esta sección lo conforma el apartado Vientos de cambio: la historia académica y el revisionismo
, en el cual se abordan con mayor profundidad las obras escritas por historiadores profesionales durante los últimos 70 años, tanto en México como en el extranjero. La razón de este énfasis es que las historias publicadas durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, muy útiles como fuentes primarias para un trabajo historiográfico, han sido superadas desde hace tiempo por obras académicas menos partidistas y mejor documentadas. No en balde la parte final del estudio introductorio concluye con un llamado a moderar el afán de reeditar clásicos
y a sustituirlos por nuevas obras de síntesis, basadas en investigaciones más recientes y pensadas para un México cada vez más plural y globalizado. También advierto desde ahora que el estudio introductorio no pretende ser una monografía exhaustiva para especialistas: cada uno de los apartados y subapartados podría dar lugar a un libro individual, y estoy muy consciente de que dejé varios temas interesantes fuera del tintero. Como apunté, éste es sólo un primer acercamiento a los puntos básicos de una trama cada vez más compleja y especializada.
La segunda parte del libro, más útil para los especialistas, es una bibliografía de aproximadamente 2 600 entradas —ésta sí lo más exhaustiva posible—, que incluye tanto fuentes primarias impresas como la literatura secundaria disponible hasta el verano de 2015. Como sucede en cualquier trabajo de este tipo, la clasificación de las obras puede parecer cuestionable en algunas ocasiones: hay fichas, por ejemplo, que aparecen en el apartado Los pueblos frente al liberalismo
, pero que también podrían haber sido listadas en los apartados sobre economía, historia regional o historia de las instituciones. Mi intención fue ubicar los trabajos en el apartado más afín a su contenido general, y quiero suponer que una edición electrónica facilitará mucho el trabajo de consulta gracias a las modernas herramientas de búsqueda por palabra. Por último, hago notar que cualquier omisión importante en el ensayo o en la bibliografía —un pecado inevitable cuando se hace un ejercicio de esta naturaleza— se debió a las limitaciones de mi investigación y jamás a cualquier clase de animadversión personal. En historia ninguna obra es definitiva y ésta no es la excepción. Siendo yo mismo un especialista en este periodo, nada me dará más gusto que toparme con otras obras similares que superen este trabajo, actualicen la bibliografía y nos ayuden a entender un poco más de este periodo tan difícil y fascinante del siglo XIX.
II. LA REFORMA EN LA CONSTRUCCIÓN DEL RELATO NACIONAL
Como sucedió en otros momentos convulsos del pasado mexicano, las primeras historias de la Reforma fueron escritas por algunos destacados protagonistas y testigos directos de los acontecimientos, a veces con intenciones apologéticas y otras con la simple finalidad de dejar un registro fiel de los trastornos que les tocó vivir. En 1860, por ejemplo, Manuel Payno escribió sus Memorias sobre la revolución de diciembre de 1857 a enero de 1858, en las que dio cuenta de las dificultades y dilemas que vivió como ministro de Hacienda durante los primeros momentos del dramático golpe de Estado respaldado por el presidente Ignacio Comonfort.³ En una tónica similar, Anselmo de la Portilla, un periodista y comerciante español avecindado en México desde la década de 1830, publicó en 1856 la primera gran historia de la revolución de Ayutla y, dos años más tarde, desde el exilio, un recuento generoso de la administración de Comonfort, cuya caída atribuyó a la exageración de los principios políticos
y a esa lucha encarnizada que entre sí sostienen los hombres del pasado y los hombres del porvenir
.⁴ Libre de remordimientos políticos, el periodista y ex diputado constituyente Francisco Zarco tampoco demoró en publicar su minuciosa Historia del Congreso Extraordinario Constituyente, una obra fundamental para conocer la diversidad de corrientes y propuestas que convergieron en el liberalismo de la Reforma.⁵
Estas y otras obras similares son muy valiosas por su cercanía a los hechos y por la abundantísima información que recogen, pero fueron escritas sin una perspectiva de largo plazo que permitiera ubicar el significado y la importancia de la Reforma dentro de la historia más amplia de la nación. Si no se adoptaba dicha perspectiva no era solamente por la falta de la distancia necesaria para atribuir un sentido más amplio a los acontecimientos recientes, sino también por la dificultad de imaginar esa entidad abstracta —la nación— cuya misma existencia había sido puesta en duda tras la dolorosa derrota militar de México durante la invasión norteamericana de 1846-1847. Por ello, a partir de la década de 1870 y hasta principios del siglo XX, la reconstrucción historiográfica de la Reforma se hizo como parte de ambiciosos esfuerzos por dotar a la nación de una identidad a partir de la integración de sus múltiples pasados en un solo relato. Según Antonia Pi-Suñer, la primera de tales historias fue obra de un conservador zacatecano, Ignacio Álvarez, quien publicó entre 1875 y 1877 unos Estudios sobre la historia general de México desde los tiempos bíblicos hasta la muerte de Maximiliano.⁶ Imbuido de una cierta angustia religiosa, su alegato principal era que los liberales mexicanos, contagiados del funesto espíritu de revolución
, habían rechazado el destino de grandeza que Dios había predispuesto para México, y que, por lo tanto, sólo volviendo a dicha senda podría salvarse la nación.
En un tono similar al de Álvarez, Francisco de Paula Arrangoiz y Niceto de Zamacois, el primero veracruzano y el segundo español, también publicaron en la década de 1870 dos obras que denunciaban una herida profunda en la identidad de México a raíz de la separación Iglesia-Estado. La historia de Arrangoiz era la de un país en constante declive desde su Independencia y, por lo tanto, su lectura del pasado reciente era negativa: a su juicio, la Reforma no había sido más que una guerra religiosa
entre la desenfrenada demagogia
y la nación verdadera
, esta última integrada por aquellos hombres de orden
que respetaban cuanto debe respetarse: religión, individuo y propiedad
.⁷ Zamacois, más moderado, albergaba todavía la esperanza de que los 20 volúmenes de su Historia de Méjico (1876-1882) podrían ayudar a la reconciliación de los partidos contrincantes y mostrarían que el pasado colonial era también un elemento constitutivo de la gran familia
nacional. Para él, el mayor error de los liberales había consistido en ofender gravemente el sentimiento católico que reinaba, con muy escasas excepciones, en todos los mejicanos
. En esa medida, la nación necesitaba una mayor generosidad de parte de los vencedores, quienes debían escuchar las razones de los vencidos y constituir un gobierno paternal, no de partido, tolerante en la genuina y más pura acepción de la palabra
.⁸
Previsiblemente, la construcción de un relato sobre la identidad y el destino de la nación fue también una tarea prioritaria para los intelectuales y gobiernos liberales del último tercio del siglo XIX. Sin duda alguna, el fruto más importante de dicha labor fueron los cinco tomos de México a través de los siglos, una obra colosal dirigida por Vicente Riva Palacio y publicada, con subsidio oficial, entre 1884 y 1889, en una edición de gran formato y abundantes ilustraciones. Como sugiere su título, esta obra asumía que la nación ya existía desde tiempos prehispánicos, y pretendía mostrar que su historia era una evolución progresiva, a veces traumática, cuyo resultado había sido la integración de razas y culturas, conquistadores y conquistados, en un pueblo mestizo y liberal.⁹ Los tomos cuarto y quinto, dedicados al México independiente, fueron escritos, respectivamente, por Enrique de Olavarría y Ferrari y José María Vigil. El tomo a cargo de De Olavarría cubría desde la consumación de la Independencia hasta el triunfo de la revolución de Ayutla en 1855, mientras que el de Vigil comenzaba con el gobierno de Juan Álvarez y terminaba con el triunfo definitivo de la República en julio de 1867. Ambos volúmenes hacían gala de una erudición portentosa e incluían citas extensas de toda clase de fuentes primarias, pero sólo el de Vigil incluyó una reflexión explícita sobre las causas y el significado de la gesta reformista.
Abogado y hombre de letras, Vigil había sido diputado suplente en el Congreso Constituyente de 1856-1857, colaborador en numerosos periódicos liberales, ministro de la Suprema Corte y director tanto de la Biblioteca Nacional como del Archivo General de la Nación. Su visión de los hechos, en esa medida, era la de un liberal que había participado directamente en la reconstrucción y consolidación de las instituciones republicanas desde su juventud. Así, no es casual que el hilo conductor de su obra fuera la larga lucha entre el Estado y las clases privilegiadas
que desafiaban su soberanía, en particular la Iglesia católica. Para Vigil, en efecto, la Reforma había sido el último episodio de un largo conflicto entre la autoridad civil y la eclesiástica, cuyo comienzo se remontaba al momento en que México se estaba iniciando en los misterios de la cultura cristiana
.¹⁰ Siguiendo la misma línea argumentativa del Manifiesto con que Benito Juárez anunció la promulgación de las Leyes de Reforma en julio de 1859, Vigil consideraba que la guerra civil había enfrentado a dos bandos definidos con toda claridad
: por un lado, la nación, encarnada en el partido liberal, y por el otro, los intereses hostiles […] vinculados en un cuerpo poderoso por los materiales de que disponía y por la influencia incontrastable que ejercía en las conciencias
, es decir, la Iglesia y sus aliados del partido conservador. La Reforma había sido entonces una lucha entre fuerzas opuestas e irreconciliables, gracias a la cual México pudo constituirse definitivamente y asegurar su existencia como nación independiente
.¹¹
Precisamente por la simplicidad de su argumento y la riqueza de sus fuentes, la obra de Vigil se convertiría en modelo y referencia básica de la historiografía liberal posterior. Hasta la fecha sigue siendo una fuente muy rica de información sobre este periodo, y fue la que fijó el canon de una lucha maniquea entre el progreso y la reacción, la modernidad y el pasado, que necesariamente terminaba con la victoria de los héroes nacionales sobre los enemigos de la patria
. Esta misma trama se mantuvo en la otra gran historia general patrocinada por el régimen porfirista, México: su evolución social, dirigida por Justo Sierra y publicada entre 1900 y 1902. A diferencia de su predecesora, que seguía un orden cronológico, esta obra fue estructurada temáticamente, y al propio Sierra le correspondió escribir los apartados sobre la Historia política
y La era actual
(que décadas más tarde serían publicados nuevamente bajo el título Evolución política del pueblo mexicano). La historia de Sierra partía del supuesto de que la nación era un organismo
en constante evolución, y por ello concluía que la Reforma había sido una aceleración violenta
de dicho proceso, necesaria para que la República alcanzara el completo dominio de sí misma
y lograra finalmente la plena institución del Estado laico
.¹² En ese sentido, la Reforma había sido una segunda y definitiva guerra de Independencia, gracias a la cual se había logrado dotar a la nación de alma, unidad y destino:
La República fue entonces la Nación; con excepciones ignoradas, todos asistieron al triunfo, todos comprendieron que había un hecho definitivamente consumado, que se habían realizado conquistas que serían eternas en la historia, que la Reforma, la República y la Patria resultaban, desde aquel instante, la misma cosa y que no había más que una bandera nacional, la Constitución de Cincuenta y Siete; bajo ella todos volvieron a ser ciudadanos, a ser mexicanos, a ser libres.¹³
Tanto Vigil como Sierra creyeron que el régimen de Porfirio Díaz había logrado la realización efectiva de los ideales de la Reforma, pero durante los primeros años del siglo XX esa supuesta continuidad entre la Reforma y el Porfiriato fue puesta en duda tanto por liberales críticos del régimen como por algunos de sus más firmes simpatizantes. Para los primeros, Díaz había traicionado el legado de Juárez al establecer un gobierno autoritario que, en los hechos, negaba las libertades cívicas establecidas