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No olvido, recuerdo. Crónicas universitarias desde la tercera edad (segundo certamen)
No olvido, recuerdo. Crónicas universitarias desde la tercera edad (segundo certamen)
No olvido, recuerdo. Crónicas universitarias desde la tercera edad (segundo certamen)
Ebook420 pages4 hours

No olvido, recuerdo. Crónicas universitarias desde la tercera edad (segundo certamen)

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About this ebook

Este libro se propone el reconocimiento de nuestra historia universitaria contada por su gente mayor, vivencias que jubilados o personal aún en servicio quieran dejar constancia de sus experiencias.
LanguageEspañol
Release dateOct 20, 2020
ISBN9786077420491
No olvido, recuerdo. Crónicas universitarias desde la tercera edad (segundo certamen)
Author

Varios Autores

<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>

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    No olvido, recuerdo. Crónicas universitarias desde la tercera edad (segundo certamen) - Varios Autores

    Índice

    Presentación

    Manuel Moreno Castañeda

    Memorias en papel | Crónicas

    Logré obtener un título como licenciada en Música en la carrera de Concertista Solista en la Universidad de Guadalajara en el siglo

    xx

    María del Consuelo Medina Guerrero

    Con la tecnología de hoy, ¡claro que seguiría siendo bibliotecaria!

    María Asunción Pérez Rodríguez

    Tengo un corazón de león, siempre me quedo en todas las historias y en todos los proyectos realizados

    Maricela Solís Aguilar

    Recordar es vivir

    Graciela Flores Cueva

    Mi paso por la Universidad de Guadalajara

    Armando Martínez Ramírez

    Triunfo a la vida

    Esther Rodríguez Durán

    Un doctor llamado Paul

    Joel Robles Uribe

    6 trazos cronológico-literarios para un óleo inacabado

    Luis Hernández Castillo

    32 años vividos en el ambiente librero

    Margarita Carrillo Cázares

    ¿Quién dijo que 20 años no es nada?

    María Inés Van Messen

    Cuestión de género, una experiencia de vida

    María Rita Chávez Gutiérrez

    No olvido, la Reforma Académica, una vivencia desde la Facultad de Trabajo Social

    María Teresa de la Mora Melo

    La Universidad de Guadalajara: mi casa, mi familia

    Mirna López Araujo

    Mi vida en la Universidad de Guadalajara

    Nora Patricia Salazar Ríos

    Mi autógrafo favorito

    María Antonia Martínez Venegas

    Voces y relatos | Entrevistas

    Con actitud, querer es poder

    Roberto Garibaldi Padilla

    Carrera por el deporte

    Juan Manuel Ruvalcaba Gómez

    Manos al volante

    Víctor Manuel Hernández Contreras

    Relatos que guardo en la memoria y el corazón

    José Carlos Ramírez Esparza

    Un jesuita en la UdeG

    José de Jesús Gómez Fregoso

    30 años, un cúmulo de experiencias

    Ma. Cecilia Valle Galindo

    Al servicio de la Universidad

    Ramón Pérez Arellano

    Alma, corazón, pasión y vida

    Ricardo Figueroa Rosales

    En defensa del trabajador

    Vicente Sandoval Tovar

    El Centro de Estudios para el Desarrollo de las Comunidades Rurales del Estado de Jalisco

    Vicente Zuno Arce

    Manuel Moreno Castañeda

    Presentación

    Manuel Moreno Castañeda

    En primer lugar, nuestro reconocimiento a la Rectoría General, al Sistema Universitario del Adulto Mayor, al Sistema de Educación Media Superior, al Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, a la Biblioteca Pública Juan José Arreola y al Sistema de Universidad Virtual de la Universidad de Guadalajara por su participación en este segundo certamen de Crónicas Universitarias desde la tercera edad, proyecto de recuperación de la memoria histórica de la Universidad de Guadalajara a través de quienes la han vivido, personas que en su actuar cotidiano le dan vida para que cumpla con su misión social.

    En esta obra se propone el conocimiento y reconocimiento de nuestra historia universitaria contada por su gente mayor, que jubilados o aún en servicio, quieren dejar constancia de su vida en la Universidad. Destaca la diversidad desde múltiples perspectivas, entre ellas la función y trabajos realizados, sea en intendencia, administración, academia, tecnologías, puestos directivos u otras labores; también se aprecian diferencias según la óptica desde la que se vea la Universidad, sean sus políticas, sus impactos sociales o la cotidianeidad de su vida interna. Asimismo, observamos distintas ideologías y maneras de pensar. Podríamos decir que es un crisol de la vida universitaria, que sólo puede rescatarse con una metodología basada en testimonios directos.

    No es la pretensión de este libro escribir la historia de la Universidad de Guadalajara, sino narrar las historias que se viven en ella y que suelen pasar desapercibidas porque no se registran como se documentan los actos oficiales; son vidas que se narran en la cotidianeidad y quedan en la memoria de la gente, así van pasando de boca en boca, de memoria en memoria. Ahora se presentan impresas en papel y formatos digitales.

    Son visiones variadas que desean compartirse. Reflexiones de los universitarios mayores que quieren compartirnos su vida. No es una historia sacada de archivos, informes y documentos oficiales; son historias sacadas del vivir y pensar cotidiano. Vidas, pensamientos y sentimientos que dentro de su diversidad tienen algo esencial en común: el deseo de expresar lo que para ellas y ellos ha sido y es la Universidad de Guadalajara.

    Esta publicación es, a la vez, un reconocimiento a quienes han dedicado una gran parte de su vida a nuestra universidad y una excelente oportunidad de recuperar la historia universitaria desde la voz de quienes la han vivido, que algunos expresan con narraciones escritas y otros mediante entrevistas.

    En las entrevistas se trataron temas de lo más variado, que fueron narrados con abierta espontaneidad, hablaron de experiencias en la defensa del trabajador, deportes, los transportes e interesantes generalidades de la vida diaria; en algunos casos, situaciones muy emotivas, en otras, conflictos ideológicos y luchas por el poder, resueltas o no, pero vividas con intensidad. En paráfrasis de las personas entrevistadas, podemos decir que son relatos de vidas que se guardan en la memoria, el corazón y el alma, con toda la pasión puesta al servicio de la Universidad.

    Los ensayos, quizá sin la espontaneidad de las entrevistas, en las que no hay tiempo para la reflexión, con la tranquilidad y mejor manejo de los tiempos que permite la escritura, tenemos textos muy interesantes desde quienes ven a la Universidad de Guadalajara como su casa y familia, pues prácticamente aquí viven o vivieron, otros se refieren a cuestiones muy específicas como las de género, los libros, las prácticas médicas, la música o la emotividad del corazón de león.

    La lectura de estas vivencias me llevó a diversas reflexiones, entre las que destaco, primero, que si bien, lo conocido y evidente hacia fuera de la universidad son sus programas académicos y culturales, es adentro donde eso se vive y opera en áreas y por personas no siempre conocidas. Otro aspecto interesante es su diversidad, cuando vemos a la universidad desde una sola perspectiva, desde nuestro lugar de trabajo, la relación con ella o lo que escuchamos en los medios masivos, no percibimos sus diversidades, ni entendemos su complejidad.

    No es que con esta obra pretendamos el entendimiento y explicación de una organización tan compleja, es sólo contribuir a que nos asomemos a algunos de sus ámbitos menos conocidos, como son las vidas de los universitarias en sus distintos campos de trabajo.

    Espero que libros como éste contribuyan a revalorar actividades que son pocos reconocidas, incluso suelen pasar desapercibidas aunque son de suma importancia para que las funciones universitarias se realicen. Para tener una visión integral de la universidad, nadie debe quedar fuera. Cualquiera que sea la actividad que desempeñemos, es importante y tiene una finalidad que cumplir, sin la cual las demás funciones no podrían realizarse.

    Además cuando se trabaja en la planeación universitaria, como estos días que estamos dedicados a la actualización de nuestro Plan de Desarrollo Institucional, es bueno saber que para vislumbrar el futuro hay que tener una perspectiva desde el pasado. De ahí debe venir la visión a futuro, de ahí la riqueza de sus experiencias y el ánimo de su entusiasmo para seguir adelante. Para una buena visión de gran aliento de futuro, se requiere una memoria de gran alcance. Por eso celebramos los cien años de la Preparatoria de Jalisco, los veinte de la más reciente reforma universitaria y este certamen sobre las crónicas universitarias desde la tercera edad.

    ¿Qué hicimos o dejamos de hacer en el pasado para llegar a lo que hemos llegado? ¿Qué debemos hacer en adelante para llegar al futuro deseado?

    CRÓNICAS

    Memorias en papel

    Logré obtener un título como licenciada en Música en la carrera de Concertista Solista en la Universidad de Guadalajara en el siglo XX

    María del Consuelo Medina Guerrero

    Les contaré acerca de la forma en que logré, en 50 años, obtener en mi alma máter el tan anhelado título de Licenciada en Música en la carrera de Concertista Solista, con orientación en piano, crédito que me permitió continuar impartiendo la cátedra de Instrumento en el Departamento de Música del Centro Universitario de Arte Arquitectura y Diseño (

    cuaad

    ).

    Antecedentes musicales familiares

    La casa de mis abuelos maternos, los señores Albino Guerrero Arana (1874-1957) y Andrea García Sandoval (l887-1938), está ubicada en la calle Jesús García 781, en el Sector Hidalgo de esta ciudad de Guadalajara, Jalisco. Una casa con su tradicional patio con dos naranjos, un arco enorme y el consabido corredor. La sala tenía dos de aquellos balcones hermosos de hierro forjado que daban a la calle, muebles austriacos de bejuco, sus deliciosas mecedoras, un maravilloso piano vertical Weser Bros, que adquirió mi abuelo para la familia y un gran mueble elaborado por él mismo, precisamente para alojar un fonógrafo y aquellos enormes discos de acetato con maravillas de música clásica.

    Ése era el hogar de un honorable artesano que, para sostener a una familia de ocho hijos, trabajaba la madera, fabricaba mundos —esos enorme baúles— para clientes que realizaban viajes trasatlánticos; algunos eran verdaderas joyas artísticas, estuches para objetos religiosos como custodias, copones, cálices, ornamentos sagrados y algunos muy especiales como aquel en que los monjes franciscanos transportaban a la santísima virgen de Zapopan. En ese tiempo, personajes del clero y negociantes franceses, almacenes como El Nuevo Mundo, Las Fábricas de Francia, le confiaban valores para crear estuches personalizados para protegerlos.

    En nuestra familia se practicó y se escuchó música clásica como tradición. En mis recuerdos infantiles, en nuestras visitas a casa de los abuelos, tuve la oportunidad de escuchar obras importantes y de sorprenderme con ejecuciones de violín, Aires gitanos y Zapateado de Pablo Sarazate, sinfonías de Beethoven.

    Mi abuelo, Albino Guerrero, tocaba el violoncelo y la mandolina. Mis tíos Jesús (1909-1992), Guillermo (1913-2010) y Juan (1915-19?) fueron alumnos de la violinista Amparo Palomera, originaria de Tala, Jalisco, quien impartía clases en la escuela de Bellas Artes, después Escuela de Música, ubicada en el Museo Regional, ella había tomado clases en el extranjero. Entre los recuerdos de las hijas de mi tío Guillermo se encuentra una invitación y un diploma obtenido por él el 21 de junio de 1937, con el siguiente programa: concierto de Vivaldi, otro de Bach, Minuet L’Antique de Paderewsky, marcha Caprice de Kreutzer-Saar, Gold son de Hauser, Ballade et polonaise Vieux temps; al piano el profesor Antonio Moreto.

    Además de un piano americano Weser Bros, mi abuelo adquirió dos violines: uno de ellos marca Crematus, fabricado precisamente en Cremona, Italia, con registro del siglo

    xvii

    .

    El gran músico jalisciense José Rolón Alcaraz (1876-1945), quien nació en Ciudad Guzmán, Jalisco, pianista, compositor, director de orquesta y pedagogo, inició sus estudios musicales con su padre. Estudió en París, y a su regreso, en 1907, fijó su residencia en Guadalajara. En esa fecha comenzó un verdadero desarrollo en la cultura musical: fundó un instituto y promovió la integración de grupos de cámara para ofrecer audiciones. Por iniciativa del señor Rolón, un grupo de músicos jaliscienses comenzaron a ofrecer al público de esta ciudad audiciones de música de cámara y sinfónica.

    En 1915 fundó la Orquesta Sinfónica de Guadalajara, y su director fue Amador Juárez. En 1923, el maestro José Trinidad Tovar (1882-1953) asumió la dirección de la orquesta. De 1915 a 1924 fue administrada por la Sociedad de Conciertos que funcionaba mediante una mesa directiva, con apoyo de la iniciativa privada y una subvención del gobierno estatal.

    En entrevista con los profesores Luis Cisneros y Salvador Zambrano (1927), exalumnos del maestro Tovar, coinciden en que mis tíos Jesús y Guillermo también eran miembros de dicha Orquesta Sinfónica de Guadalajara y viajaron con los atrilistas a tocar a la ciudad de México, por una invitación que recibieron.

    Mi padre fue Salvador Medina Orendain, (1893-1967) contador privado, y mi madre Clementina Guerrero (1905-2006), profesora normalista, personas rectas y trabajadoras. Ella aprendió a tocar el piano antes de casarse y me comentó haber llegado hasta el 4º año. Solía acompañar a sus amigas Micaelita Ochoa, y María Trinidad González, quienes cantaban en las celebraciones del templo La Inmaculada, por calle Santa Mónica entre Manuel Acuña y Juan Álvarez. Aún conservo algunos de sus libros de estudio y partituras. También su hermano menor, Juan, estudió piano con el profesor Rosalío Ramírez (1904-1975), a su vez alumno y colaborador de José Rolón y Ramón Serratos (1895-1973). Tengo en mi poder recibo de dicha academia a su nombre, por $4.00 el mes.

    Entre mis recuerdos de infancia escuché que en ese domicilio de la calle de Jesús García se organizaron tertulias; la música corría a cargo de la familia y algunos amigos como el señor Manuel Ramírez. Ellos integraron un quinteto de piano y cuerdas, interpretaban obras como: Minueto en sol de Beethoven, Melodía en fa de Arturo Rubinstein, Saludo de amor de Eward Elgar, Berceuse de B. Godard; románticos valses mexicanos como Olímpica de José Herrera, Recuerdo de A. M. Alvarado, Dios nunca muere de Macedonio Alcalá, Sobre las olas de Juventino Rosas, música de salón como la Mazurka Elodia de Luis G. Jordá. Igualmente, se entonaban canciones de moda como Estrellita de Manuel M. Ponce, ¿Dónde estás corazón? de L. Martínez Serrano, Íntimo secreto de Alfonso Esparza Oteo, Princesita de José Padilla, entre otros.

    Otros vecinos fueron: Carmencita Velarde, Lucita y Humberto Fonseca, Lucita Rosas. Escuché una anécdota acerca del día en que una vecina, casi contigua al citado domicilio, amiga de la familia, la señorita Esthercita Velarde, tenía de pretendiente nada menos que al licenciado Agustín Yáñez. Mis celosos tíos, típicos adolescentes bravíos, lo corrieron a pedradas hasta casi el templo del Santuario de Guadalupe, grosería que fue inútil, ya que tiempo después contrajeron nupcias la bella Esthercita y don Agustín. Años más tarde entablé amistad con su hija Magdalena.

    Una anécdota secreta de familia fue que en aquellos tiempos aciagos de la lucha cristera, mientras una parte de los asistentes participaban de la misa oficiada por un sacerdote amigo, por allá dentro en la huerta en una especie de terraza, otras personas hacían música, recitaban poemas y cantaban en la sala.

    Desde luego que en la época navideña, hasta la muerte de mi abuelo, se celebraban las posadas, entonando aquellas jornadas escritas por A. Loreto, partituras manuscritas, que aún conservo; para mí tienen un gran valor estimativo. Recuerdo que el primer día de posadas, el 16 de diciembre, era la fecha de cumpleaños de mi abuelo. Nos reuníamos toda la familia, se hacía comida, cena deliciosa, los mayores brindaban con un vino seco llamado pechuga o uno dulce de zarzamora, ambos preparados por el festejado, en casa.

    Recuerdo que cuando él ya casi había perdido su vista, cuando yo iba a practicar en su piano, me pedía que le leyera las fórmulas para preparar los vinos. Llegamos a reunirnos en esa fecha durante varios años, sus 48 nietos más tres hijas, un yerno, mi padre, cuatro hijos y sus esposas, además vecinos y amigos. Ya cuando empecé a tocar el piano fui aprendiendo música que él poco a poco me fue facilitando siempre linda y alegre como el vals Estudiantina Op. 191 de Émily Waldteufel Estrasburgo (1837-1915). En ocasiones, él mismo improvisaba textos y tonadas; fue muy buen solfista y tenía oído absoluto, me tarareaba los nombres de las notas, luego las cantaba con texto y hubo ocasiones que hasta las bailaba, era una persona muy alegre y muy querida en el barrio de Mezquitán.

    Fue un hombre de bien, de carácter fuerte, generoso y respetuoso. Los domingos se reunían un buen grupo de niños y niñas, en los alrededores había vecindades en donde habitaban personas muy humildes. A las ocho de la mañana abría el cancel, los pasaba al patio, hacían fila y al salir, usualmente, les obsequiaba moneditas de plata de 20 centavos. Por la Navidad y Reyes, los nietos le ayudábamos a hacer paquetes de galletas de gragea, cacahuates garapiñados, colaciones y chocolatitos. Después del reparto, nos íbamos con él a misa de nueve; ya ciego, lo guiábamos las nietas mayores a la parroquia de la Sagrada Familia o al templo de la virgen de los Dolores de la calle Contreras Medellín.

    ¡Ay, Dios mío, qué tiempos, en la citada sala de cortinas beige transparentes combinadas con otras de textura gruesa y color tinto, igual que la gran funda que protegía ese piano, cuidadosamente guardado con su llave que parecía un clavo de oro! Una tarde de visita familiar, mi abuelo advirtió que se me iluminaban los ojos cuando hablaban del piano y me permitió sentarme en el banco, abrió el teclado y pude tocarlo; cuando me llevé la sorpresa de que se podían sacar tonadas como el primer tema del Minuet en Sol de Beethoven que tanto me gustaba, mi abuelito me preguntó: Chelo, ¿quieres estudiar piano? La respuesta decidida fue sí, y ese ser maravilloso me abrió el paso para la aventura más apasionante de mi vida costeando mis clases de piano.

    Hasta 1957 fui a practicar todos los días a su casa, y él, con ese sentido musical innato que tenía, estuvo al pendiente de que no tuviera errores de lectura o de ritmo. Aparte de mis clases me obsequió partituras de música popular de su agrado. Fue un tiempo maravilloso en que me desenvolví musicalmente y me enamoré del estudio del instrumento. A su muerte, aquel piano se trasladó a nuestro domicilio en Mezquitán 800, a media cuadra de casa de mi abuelito; mi papá se lo compró previamente, con la condición de que debía permanecer con mi abuelo hasta su fallecimiento.

    Bases de mi formación musical

    Fue en el Colegio Central, hoy Colegio Matel, de las religiosas del Verbo Encarnado que brindaban instrucción primaria en el número 375 de la hoy avenida Alcalde, entre Herrera y Cairo y Manuel Acuña. En esa institución, entre el personal docente, se encontraba la religiosa Teresita del Niño Jesús, llamada antes de profesar Carolina Martínez Martínez (1909-2001). Fue una excelente pianista y maestra, una de las alumnas más jóvenes del ilustre jalisciense José Rolón, titulada con honores en 1934, a la edad de 24 años. Al Ingresar al convento impartía la clase de piano entre otras actividades. Recuerdo a mis compañeras Margarita Acosta y Lilia Castellanos.

    A pesar de que éramos un grupo de niñas de primaria, impartía sus clases con seriedad, puntualidad y profesionalismo; así obtuvimos bases sólidas muy claras y precisas en la lectura musical. Conocimos la importancia que tiene el estudio cotidiano en la formación de un pianista, nos trasmitió el conocimiento progresivo de la técnica pianística, de la ejecución de obras contrapuntísticas menores y de algunos estilos musicales; por mi parte, me interesé en la lectura a primera vista de piezas fuera de los métodos obligatorios, sentía una gran curiosidad y deleite por conocer nuevas obras y saber acerca de compositores.

    Como no había herramientas como internet ni tenía acceso a libros de información, me conformaba con recortar datos que aparecían en el periódico Excélsior que mi padre recibía todos los días; fue una época en que aún no había ni televisión ni contábamos con dinero para ir al cine, pero el piano sí estaba a mi disposición, qué suerte. Anualmente, el colegio organizaba presentaciones ante nuestros padres, sinodales y público invitado, por supuesto, tocando de memoria las piezas aprendidas, y recibíamos créditos correspondientes.

    El 20 de octubre de 1956, en el auditorio de Radio Centro de Jalisco, ubicado en Pino Suárez 181 de esta ciudad de Guadalajara, ofrecí un recital con el siguiente programa: Sonata opus 27 No. 2 Claro de luna de Beethoven, 16 Waltzes de Brahms, Nocturno Sueño de amor de Liszt, Scherzo opus 31 No. 2 y Polonesa opus 40 No. 1 Militar de Chopin. Se me entregó un diploma de aptitud, otorgado por el mismo Instituto Musical, fundado por el profesor Rolón. Este nivel corresponde más o menos al de Instructor de Música en la Universidad de Guadalajara, firmado por los pianistas Carolina Martínez, Elena del Muro y Refugio Mendoza, titulados con el maestro José Rolón.

    En esa misma época ya asistía regularmente a tomar clases de armonía y composición con Domingo Lobato Bañales (1920-2012), maestro emérito de la UdeG. Para plasmar la importancia y bonhomía de este personaje originario de Morelia, Michoacán, sería necesario integrar un libro muy extenso: personalidad inteligente, visionario, de carácter firme, bondadoso por naturaleza, de trato recto sencillo y de buenas maneras. Obtuvo el título de Maestro en Composición en 1943 y el Magisterio en Canto Gregoriano en 1945. En 1946 asumió la titularidad de la cátedra de composición en la Escuela Superior Diocesana de Guadalajara.

    En los años cuarenta funcionaba la Escuela de Bellas Artes en las calles de Hidalgo y Pino Suárez, dependía del gobierno del estado, cuando el licenciado José Guadalupe Zuno fue rector de la UdeG en 1948; dicha escuela pasó a ser dependencia universitaria. Después hubo otros cambios de domicilio y en 1952 la Escuela de Música cambió domicilio a Pavo 162; el entonces director Abel Eisenberg, quien además era director titular de la Orquesta Sinfónica de Guadalajara (lo fue de 1951 a 1956), invitó al maestro Lobato a impartir las cátedras de solfeo, armonía, composición y análisis musical. En julio de 1957 hasta 1962, la escuela se cambió a Liceo 139 esquina con Juan Manuel, y el maestro Domingo fue nombrado director, cargo que ocupó hasta 1973, fecha en que se jubiló.

    En el tiempo de gestión del profesor Lobato, se definieron las carreras de Instructor de Música y Maestro en la Enseñanza de Instrumento o de Canto, esta última a nivel de licenciatura. La Secretaría de Educación Pública tenía registradas ambas a nivel técnico. Se incrementó la inscripción de alumnos, se organizó una orquesta de cuerdas, que en ocasiones reforzó a la Orquesta Sinfónica; se organizó un taller de ópera. Él mismo dirigió un grupo coral que participó con la asociación Conciertos Guadalajara y con la Escuela Superior de Música Sagrada.

    Fue compositor prolífico, recibió el Premio Jalisco (1958) como investigador de la música del virreinato en la catedral de esta ciudad. Pedagogo excelente, conductor de incontables alumnos que tuvimos la fortuna de recibir sus enseñanzas, el ejemplo de dedicación al estudio y ejercicio de la música. Este personaje me sugirió solicitar clases de piano con el maestro Manuel de Jesús Aréchiga, con quien continué estudiando de noviembre de 1956 hasta 1959.

    Bajo la dirección del padre Aréchiga trabajé el primer libro de Los preludios y fugas del Clavecín bien Temperado de Juan Sebastián Bach, con la indicación de presentarlos de memoria; Preludios y estudios de Federico Chopin, Balada mexicana de Manuel M. Ponce, vals Capricho de Ricardo Castro.

    Manuel de Jesús Aréchiga (1903-1984) inició sus estudios con su madre, la señora Ma. Guadalupe Fernández y continuó a los 10 años con el profesor Ramón Serratos y se tituló en 1928. Se trasladó a Roma al Instituto Pontificio de Música Sacra, en donde, además de ordenarse como sacerdote, estudió órgano con Rafael Casimiri. A

    ss

    Pío XI le planteó la posibilidad de fundar en Guadalajara una escuela de música sacra afiliada al citado instituto, con el mismo plan de estudios de Roma; en 1936 se realizó su proyecto. Ya en Guadalajara, además de sus actividades anteriores, colaboró con la Asociación Amigos de la Música, llamada posteriormente Conciertos Guadalajara. Fue organista titular de la catedral metropolitana de esta ciudad.

    En diciembre de 1957 participé en un Festival Bach realizado en el teatro Degollado, acompañados por la Orquesta de Cámara de Jalisco, dirigida por el doctor Helmut Goldman, alternando con los pianistas Fausto García Medeles, María Muñoz y Fernández, Carmen Peredo y Leonor Montijo en conciertos para uno, dos, tres y cuatro pianos.

    Universidad de Guadalajara

    En 1957, el ya citado maestro Lobato, nuevo director de la Escuela de Música de la UdeG, ubicada en Liceo 130, me invitó a colaborar con él y acepté el nombramiento de secretario, y a la vez asistí a tomar algunas materias como Apreciación, Historia de la música, Conjuntos corales e Idiomas. La Escuela contaba con alumnos regulares y otro grupo que iba a tomar materias como Idiomas e Historia de la música. Entre otras personas, recuerdo a los ingenieros Marcelino Orozco y Abel Camacho Galván, los médicos Rubén Pérez Plazola, Fernando González, el licenciado Miguel Humberto Miranda Valdez, Reginaldo Coffeen. En dos años más o menos renuncié al cargo en la secretaría y me inscribí como alumna; en 1964 me titulé. Algunos de mis compañeros fueron: Martha Ashida, Consuelo Cueva, Amelia Arámbula (pianistas); Antonio Yáñez Jr.; (cellista) y Federico Palacios (trompetista). Más tarde, Yolanda y Gilda Cruz (pianista y soprano); Sergio Mariscal, Javier Retolaza (guitarristas) y el tenor Antonio Velazco, entre otros.

    La primer egresada desde 1948 en que se fundó la escuela, 15 años, fue Eva Pérez Plazola, el 24 de mayo de 1963. En segundo lugar recibí mi título un 30 de mayo de 1964. La tercera fue Ana Eugenia

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