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Covid-19 y derechos humanos: La pandemia de la desigualdad
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Ebook866 pages13 hours

Covid-19 y derechos humanos: La pandemia de la desigualdad

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¿De qué manera la Covid-19 y las medidas estatales para combatirla afectan los derechos humanos? ¿Cuáles son los grupos más golpeados por la pandemia, el ASPO y la recesión económica? ¿De qué modo las desigualdades persistentes agravan los efectos de la crisis sanitaria y económica? ¿Por qué las mujeres padecen con mayor dureza los efectos de la crisis? ¿Cuáles son las prescripciones que los derechos humanos imponen al Estado al diseñar las políticas sanitarias, económicas y sociales para capear la pandemia? ¿Qué criterios deben utilizarse para balancear derechos humanos en competencia? ¿A qué "nueva normalidad" deberíamos aspirar?
LanguageEspañol
Release dateOct 5, 2020
ISBN9789876918763
Covid-19 y derechos humanos: La pandemia de la desigualdad

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    Covid-19 y derechos humanos - Juan Pablo Bohoslavsky

    COVID-19

    Y DERECHOS HUMANOS

    ¿De qué manera la Covid-19 y las medidas estatales para combatirla afectan los derechos humanos? ¿Cuáles son los grupos más golpeados por la pandemia, el ASPO y la recesión económica? ¿De qué modo las desigualdades persistentes agravan los efectos de la crisis sanitaria y económica? ¿Por qué las mujeres padecen con mayor dureza los efectos de la crisis? ¿Cuáles son las prescripciones que los derechos humanos imponen al Estado al diseñar las políticas sanitarias, económicas y sociales para capear la pandemia? ¿Qué criterios deben utilizarse para balancear derechos humanos en competencia? ¿A qué nueva normalidad deberíamos aspirar?

    Esta obra reúne a 43 autoras y autores que intentan responder a esas preguntas tomando como estudio de caso a la Argentina. En 32 capítulos analizan cómo la pandemia, el ASPO y la recesión afectan de manera interrelacionada cada uno de los derechos humanos, así como a los grupos expuestos a mayor vulnerabilidad. Las desigualdades persistentes explican por qué el virus y la recesión se ensañan con los grupos desaventajados. El libro también propone una agenda transformadora para construir un modelo económico centrado en los derechos humanos antes que en la expansión del capital.

    Este libro captura brillantemente la amenaza que se cierne sobre la Argentina mediante la confluencia de tres pandemias: Covid-19, desigualdad y pobreza. Aún más importante, las autoras y los autores, altamente calificadas y calificados, no solo ofrecen un diagnóstico sino también una serie de prescripciones para un cambio transformador y sustentable.

    Philip Alston (director del Centro de Derechos Humanos y Justicia Global, Universidad de Nueva York)

    Agrego mi voz a este llamado. Para mí es claro que, como miembros de una sola humanidad, tenemos dos deberes esenciales: superar la pandemia y reconstruirnos mejor. No es aceptable volver a como estábamos antes de esta crisis. No podemos reconstruir los sistemas tambaleantes y frágiles que han hecho a nuestras sociedades tan vulnerables. Si seguimos en ese camino, fallaremos en nuestra promesa de no dejar a nadie atrás.

    Del prólogo de Michelle Bachelet

    Frente a esta circunstancia inédita, porque sucede en un tiempo en que el Occidente del Capital, de la Ciencia, de la Virtualidad y de la Inteligencia Artificial ya nos estaba convenciendo de que la historia había llegado a su fin y comenzábamos a creer en la omnipotencia humana, las autoras y los autores que forman parte de esta obra revelan cuál es el papel que las ciencias sociales, el derecho, la economía y la política son llamados a asumir, y muestran el valor de su contribución cuando la sociedad necesita palabras para pensar y debatir, y modelos que le permitan entender y actuar.

    Del posfacio de Rita Segato

    JUAN PABLO BOHOSLAVSKY

    Editor

    COVID-19

    Y DERECHOS HUMANOS

    La pandemia de la desigualdad

    Patricia Aguirre · Magdalena Álvarez · Pilar Arcidiácono · Gonzalo Assusa · María Barraco · Juan Pablo Bohoslavsky · Soledad Buhlman · Jacinta Burijovich · Alfredo Calcagno · Nancy Cardinaux · Laura Clérico · Claudia Danani · Elvira Domínguez Redondo · Horacio Javier Etchichury · Gabriela Fernández · Gustavo Gamallo · Roberto Gargarella · Carla Gerber · Natalia Gherardi · Verónica González Bonet · Juan Cruz Goñi · Ana Verónica Heredia · Henry Jiménez Guanipa · Gabriel Kessler · Damián Loreti · Liber Martin · Mariela Morales Antoniazzi · Agustina Palacios · María Florencia Pasquale · Martín Passini · Laura Pautassi · Mario Pecheny · Flávia Piovesan · Silvina del Valle Ramírez · Corina Rodríguez Enríquez · Mónica Roqué · Andrés Rossetti · Julieta Rossi · Roberto Saba · Silvia Serrano Guzmán · Sebastián Waisgrais · Alicia Ely Yamin · Solana María Yoma

    Colección DERECHOS SOCIALES Y POLÍTICAS PÚBLICAS

    Dirigida por Laura Pautassi y Gustavo Gamallo

    La colección Derechos Sociales y Políticas Públicas reúne textos que son el resultado de investigaciones interdisciplinarias desarrolladas por el Grupo de Trabajo Interdisciplinario Derechos Sociales y Políticas Públicas, con sede en el Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales Ambrosio L. Gioja de la Facultad de Derecho y de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y por académicos de diversas instituciones de América Latina.

    Los distintos títulos abordan las múltiples interrelaciones entre derechos, políticas públicas y los sistemas de políticas sociales en América Latina, buscando integrar marcos conceptuales con investigaciones empíricas, ámbitos de reflexión e instancias de debate e intervención en el campo de las políticas públicas.

    COMITÉ EDITORIAL

    ALDO ISUANI (Conicet-Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires), FLÁVIA PIOVESAN (Pontifícia Universidade Católica de São Paulo e do Paraná, San Pablo, Brasil), MARÍA NIEVES RICO (especialista en Género, Santiago de Chile), ADRIÁN SCRIBANO (Conicet-Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires), ENRIQUE ZULETA PUCEIRO (Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires)

    Agradecimientos

    A las autoras y los autores del libro por el esfuerzo, el entusiasmo y el compromiso con el que trabajaron en sus respectivos capítulos durante meses muy difíciles para todas y todos.

    A Michelle Bachelet, Rita Segato y Philip Alston, por contribuir a este proyecto con el prólogo, el posfacio y la reseña de la contratapa del libro, respectivamente.

    A Laura Pautassi y Gustavo Gamallo, directora y director de la colección Derechos Sociales y Políticas Públicas, y a su comité editorial, por apoyar la publicación de este libro y por continuar estimulando el diálogo interdisciplinario y multimetodológico. La generosidad y disposición de Laura fueron fundamentales para que este volumen se hiciera realidad.

    A Ana Yael, la artista que pensó y diseñó la imagen de la tapa.

    A Javier Riera de Editorial Biblos, por haberse interesado y embarcado en este libro en abril de 2020, cuando parecía que se caía el cielo, y a Mónica Urrestarazu por la atenta corrección del texto.

    Índice

    Cubierta

    Acerca de Covid-19 y derechos humanos

    Portada

    Agradecimientos

    Prólogo, por Michelle Bachelet

    Prefacio. ¿Por qué y para qué se escribió este libro?

    1. Introducción: Covid-19, desigualdad y derechos humanos por Juan Pablo Bohoslavsky

    Primera parte. Miradas generales sobre la pandemia, las políticas sanitarias y la recesión económica

    2. Interdependencia e indivisibilidad de los derechos humanos: una nueva mirada frente a la Covid-19, por Flávia Piovesan y Mariela Morales Antoniazzi

    3. Lagunas (intencionadas) del derecho internacional en la delimitación de obligaciones del Estado, por Elvira Domínguez Redondo

    4. Reactivación de desigualdades y vulneración de derechos en tiempos de pandemia, por Gonzalo Assusa y Gabriel Kessler

    5. Economía y derechos humanos en el corto y mediano plazo, por Alfredo Calcagno y Juan Pablo Bohoslavsky

    6. Democracia y emergencia en América Latina, por Roberto Gargarella

    7. Perspectiva feminista en la pandemia y más allá, por Corina Rodríguez Enríquez

    8. La Covid-19 y el cambio climático catalizarán importantes transformaciones: ¿oportunidad para el disfrute y la protección de los derechos humanos?, Henry Jiménez Guanipa y María Barraco

    9. El derecho de propiedad en un contexto de extrema desigualdad y Covid-19, Juan Pablo Bohoslavsky y Laura Clérico

    Segunda parte. Derechos humanos afectados

    10. Derecho a la salud y Covid-19 desde la perspectiva latinoamericana de la vulnerabilidad y los derechos humanos, por Mario Pecheny

    11. Covid-19 y el derecho a la salud mental: la urgencia de implementar lo necesario, por Soledad Buhlman, Jacinta Burijovich, Ana Heredia, Martín Passini y Solana Yoma

    12. Derecho a la vivienda y Covid-19 en Argentina: tres puntos críticos, por María Florencia Pasquale

    13. Una mirada a la alimentación en la pandemia desde el derecho a la alimentación adecuada, por Patricia Aguirre

    14. La protección como derecho humano: una salida de la emergencia con mirada estratégica, por Claudia Danani

    15. El derecho humano al agua y al saneamiento en contexto de pandemia: evidencia de desigualdad, por Liber Martin

    16. El derecho a la educación atravesado por Covid-19, por Nancy Cardinaux

    17. Discriminación e interseccionalidad en el contexto de Covid-19, por Silvia Serrano Guzmán

    18. Derecho a trabajar: en la pandemia y después, Horacio Javier Etchichury y Magdalena Inés Álvarez

    19. El acceso a la justicia durante la pandemia:¿a qué justicia, para quiénes y para qué?, por Julieta Rossi

    20. La crisis en la crisis: el derecho al cuidado como variable de ajuste, por Laura Pautassi

    21. ¿Covid-19(84)? Pandemia y vigilancia masiva, por Roberto P. Saba

    22. Los derechos de circulación, reunión y participación en tiempos de pandemia, por Andrés Rossetti

    23. Libertad de expresión, acceso a la información y Covid-19: la vigencia de los estándares de derechos humanos a la luz de la pandemia, por Damián Loreti

    Tercera parte. Grupos y situaciones de mayor vulnerabilidad

    24. Contra el viejismo: ¡las personas mayores tienen derechos!, por Mónica Roqué

    25. Ingreso Familiar de Emergencia: respuesta inmediata y debates futuros, por Pilar Arcidiácono y Gustavo Gamallo

    26. Personas con discapacidad: una oportunidad de deconstrucción para la inclusión, por Agustina Palacios y Verónica González Bonet

    27. No hay cuarentena que valga: la persistencia de las violencias por razones de género, por Natalia Gherardi

    28. Impacto de la Covid-19 en el bienestar de niñas, niños y adolescentes: una mirada desde la protección social, por Sebastián Waisgrais

    29. Migración y derechos humanos en el marco de la emergencia por Covid-19, por Gabriela Fernández y Carla Gerber

    30. Los pueblos indígenas frente a la emergencia sanitaria, por Silvina Ramírez

    31. Quieta non movere: notas sobre el gobierno de la población carcelaria en épocas de pandemia, por Juan Cruz Goñi

    Cuarta parte. Prospectivas

    32. Hay alternativa: agenda transformadora, por Juan Pablo Bohoslavsky y Alicia Ely Yamin

    Posfacio. De la negatividad del sufrimiento y la muerte a la positividad del pensamiento, por Rita Laura Segato

    Autoras y autores

    Sobre el editor

    Colección Derechos Sociales y Políticas Públicas

    Créditos

    Prólogo

    Michelle Bachelet

    Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

    Si alguna vez hemos necesitado recordar que vivimos en un mundo interconectado, el nuevo coronavirus lo ha dejado claro.

    La pandemia viene seguida de una recesión económica mundial. Junto con la emergencia climática, ella presenta la mayor amenaza global a los derechos humanos que hemos visto en generaciones. Abordarla efectivamente exige ampliar la protección que solo pueden ofrecer las políticas basadas en los derechos humanos. Me refiero a políticas que promuevan la salud pública, la confianza del público en las medidas de sus autoridades, y una mayor resiliencia social y económica; políticas que protejan a las personas más vulnerables y hagan frente a las profundas desigualdades que están acelerando la incidencia y el impacto de la pandemia. Porque, sin embargo, mientras el virus no discrimina, sus impactos lo hacen.

    Entre los más afectados por la Covid-19 están las personas pobres, que tienen más probabilidad de vivir y trabajar en condiciones que hacen imposible protegerse del virus; miembros de minorías raciales, étnicas y religiosas, cuyos derechos ya están obstruidos y negados por un racismo multidimensional y estructural; los pueblos indígenas; personas mayores, especialmente las que están alojadas en hogares de atención colectiva donde los derechos y la dignidad de cada individuo pueden no ser plenamente respetados; y con demasiada frecuencia, la carga de cuidar a los enfermos –y las pérdidas de empleo relacionadas con la recesión de la Covid-19– recae sobre las mujeres.

    La pandemia es, de hecho, una devastadora tragedia humana. Mi Oficina ha publicado orientaciones y directrices sobre diferentes aspectos de la crisis, pero todas con el mismo mensaje central: la respuesta solo será efectiva si se centra en los derechos humanos.

    Asimismo, al presentar su informe de políticas sobre la Covid-19 y los derechos humanos, el secretario general señaló que estos son clave para configurar la respuesta a la pandemia en lo que respecta tanto a la emergencia de salud pública como a las repercusiones más amplias en la vida y los medios de subsistencia de la gente. Más recientemente, el secretario general también ha llamado a un nuevo contrato social y a un nuevo pacto mundial, que creen igualdad de oportunidades para todas y todos y respeten los derechos y libertades de todas y todos.

    Agrego mi voz a este llamado. Para mí es claro que, como miembros de una sola humanidad, tenemos dos deberes esenciales: superar la pandemia y reconstruirnos mejor.

    No es aceptable volver a como estábamos antes de esta crisis. No podemos reconstruir los sistemas tambaleantes y frágiles que han hecho a nuestras sociedades tan vulnerables. Si seguimos en ese camino, fallaremos en nuestra promesa de no dejar a nadie atrás.

    Reconstruirnos mejor significa hacer frente a los numerosos desafíos que expone esta pandemia: desigualdades, lagunas en los sistemas de salud y protección social, degradación ambiental, debilidad institucional y violaciones estructurales de los derechos humanos. Significa soluciones basadas en principios que reconstruyan a sociedades con mayor resiliencia, inclusión y justicia. Y significa también hacer frente a la crisis climática creando nuevos sistemas más justos y resistentes en un mundo más limpio y seguro.

    Estamos navegando en un territorio desconocido. Sin embargo, es precisamente en tiempos de crisis que necesitamos principios sólidos para guiar nuestro camino. Así como las personas se vuelven más vulnerables a la Covid-19 por las comorbilidades, lagunas y fallos en materia de derechos humanos generan mayores vulnerabilidades para las sociedades. Las desigualdades, la discriminación y otras cuestiones críticas, como el cambio climático, han debilitado nuestra resistencia a choques, y mi Oficina sigue preparada para apoyar respuestas eficaces. Necesitamos garantizar un esfuerzo multilateral y mundial de solidaridad. Estoy convencida de que a través de la participación de todas y todos, en todos los sectores de las sociedades, podemos construir sistemas más resilientes y que mejor protejan los derechos de toda la humanidad.

    PREFACIO

    ¿Por qué y para qué se escribió este libro?

    Este libro comenzó a ser escrito apenas se expandió el virus en la Argentina (marzo de 2020) y publicado unos meses después, así que se fue elaborando mientras crecían la muerte, la angustia y la pobreza.

    Esta experiencia límite está siendo fuente de pensamiento y producción pues, como explicaba Theodor Adorno, el sufrimiento perene tiene tanto derecho a la expresión como el martirizado a gritar. Esta es la exigencia que la historia le impone a la filosofía, al derecho, a la economía y a las artes. Además, porque el carácter trágico de la época, la posibilidad de ruptura del lazo social, de pérdida de la humanidad, cuando no nos hace sucumbir en la inhibición, es un motor del pensamiento, es lo que nos moviliza a producir un poco de orden –y allí advienen las ciencias– para protegernos del caos y la destrucción. Así, concurren en la edición de este libro un posicionamiento ético de compromiso con el tiempo y un destino trágico en tantos sujetos que procuran calmar la angustia que la enfermedad, la muerte, el encierro y la pobreza circundantes nos generan.

    Las grandes tragedias del siglo XX parieron nuevas formas de comprensión del vínculo del ser humano con la naturaleza, con los semejantes y consigo mismo. Asimismo, evidenciaron los límites de los modelos metodológicos atomísticos y reivindicaron el siempre difícil diálogo disciplinar para el abordaje de los problemas contemporáneos, por definición complejos. En esa dirección, este texto afronta el desafío de congregar a 43 autoras y autores, provenientes de diferentes disciplinas, ámbitos profesionales, nacionalidades, géneros y edades, y con pluralismo metodológico, que compartimos como piso u horizonte común para la interpretación el abordaje desde una perspectiva de derechos.

    Este libro también intenta reafirmar el valor que tiene para nuestras sociedades la comprensión de la pandemia y sus derivaciones, desde los derechos humanos y las ciencias sociales. Ese valor radica en incrementar el caudal informativo, enriquecer las posibilidades argumentativas, iluminar interrelaciones, fortalecer los instrumentos para la lucha por la justicia social y disputar a otras prácticas sociales de conocimiento el lugar de veridicción: apologistas del lucro, las desigualdades y el pesimismo.

    El editor

    1. Introducción: Covid-19, desigualdad y derechos humanos

    Juan Pablo Bohoslavsky*

    Desigualdad y nueva normalidad

    Ramona Medina, vecina y referenta de La Poderosa en la Villa 31 de la ciudad de Buenos Aires, denunciaba a principios de mayo de 2020: No tengo plata para comprar bidones, tengo que reciclar agua para todo; desde el gobierno se la pasan diciendo que este virus se combate higienizándose, pero ¿cómo podemos hacer para higienizarnos si no tenemos ni una gota de agua?. A las dos semanas le diagnosticaron Covid-19 y falleció. Ramona trabajaba como cuentapropista realizando gestiones para traslados de personas con discapacidad. Era insulinodependiente y vivía junto a seis integrantes más de su familia, incluida una hija con diabetes, otra en silla de ruedas y el suegro con problemas cardíacos. Sus dos hijas, sobrina y cuñados también se contagiaron.

    Este es un libro sobre muchas cosas, pero, antes que nada, es una interpelación a no volver al mundo pre-Covid-19 porque lo normal es parte del problema. En lo inmediato, se puede señalar un número de causas que han exacerbado el contagio y la letalidad de la Covid-19 y los efectos sociales y económicos de las medidas implementadas para contenerlo, pero todas ellas pueden ser sintetizadas en una: las profundas desigualdades que existen en el mundo. De algún modo el libro pretende anticiparse como un antídoto contra la negación y el olvido con los que se suele reaccionar frente a traumas personales o colectivos y que nos lleva a embellecer las situaciones previas a las tragedias. No se intenta contar cómo será el país después de la pandemia, sino desarmar y denunciar injusticias y abusos con el objetivo de sacudir conciencias y dar contenido a políticas para construir un país mejor. El marco conceptual para llevar adelante tal desafío son los derechos humanos, que constituyen una narrativa colectiva, dinámica, conectada con la experiencia y con potencial para abordar problemas complejos.

    ¿Qué tienen que ver las desigualdades, la Covid-19 y los derechos humanos? La enfermedad, las medidas para contenerla y sus efectos sociales y económicos golpean más fuerte a las personas de menores ingresos y/o a aquellas que pertenecen a otros grupos en situación de vulnerabilidad, particularmente aquellas expuestas a discriminación múltiple e interseccional. Las y los pobres se contagian y mueren más por la Covid-19 y disponen de menores recursos para capear la recesión económica que llevará hacia finales de 2020 a que América Latina cuente con treinta millones más de pobres (Cepal, 2020a). Y si son mujeres, migrantes, personas refugiadas, indígenas, con discapacidad, en contextos de encierro, adultas y adultos mayores, niñas, niños o adolescentes y/o pertenecientes a alguna minoría racial, étnica, religiosa, lingüística o sexual, se multiplicará el impacto sobre sus hombros. Tal como lo muestran numerosas investigaciones científicas y periodísticas en todo el mundo, las tasas de mortalidad del virus pueden llegar a multiplicarse entre las poblaciones en situación de vulnerabilidad. América Latina es la región más desigual del mundo y es también, a agosto de 2020, la que registra más fallecidas por Covid-19.

    Pero no es el virus lo que discrimina, sino las personas y la infraestructura social y económica que imponen unas (pocas) personas a otras (muchas): el retraimiento de los Estados en áreas profundamente sensibles para los derechos humanos –tales como vivienda, salud y educación–, un sistema económico-jurídico que legitima la concentración del capital hasta el paroxismo, un mercado del trabajo que institucionaliza la explotación laboral, la creciente protección de patentes monopólicas, la naturalización de políticas fiscales regresivas, así como la mercantilización de derechos económicos y sociales explican un escenario en el que las desigualdades y la consiguiente pobreza se encuentran asociadas a mayores niveles de contagio y letalidad de la Covid-19 así como a la violación de derechos sociales y económicos. Pensemos, por ejemplo, qué tan practicable es la recomendación sanitaria de lavarse las manos regularmente y quedarse en casa para una gran parte de la población que, como Ramona, no tiene acceso al agua potable ni a una vivienda adecuada. O que las compras esenciales se realicen en línea cuando un alto porcentaje de la población no puede acceder a una tarjeta de crédito, o que no se viaje en transporte público cuando no existen opciones disponibles de transporte privado. O que la escolarización continúe por medios digitales, cuando un alto porcentaje de la población tiene acceso muy limitado a internet (ver el capítulo 16 de Nancy Cardinaux).

    Así, no debe sorprender que esté emergiendo la noción de soberanía estratégica que está poniendo ahora el foco en la responsabilidad y correlativo poder de los Estados nacionales para proteger eficazmente la salud de sus respectivas poblaciones y asegurar resiliencia suficiente para garantizar la provisión de bienes y servicios esenciales (Acemoglu y Robinson, 2019) y con ello la reproducción social: un modelo económico centrado en las necesidades y los derechos humanos de las personas antes que en la expansión del capital. Esta noción de soberanía estratégica desafía algunos pactos que se habían forjado durante la hiperglobalización, como aquellos referidos al ilimitado flujo del comercio internacional, la protección de las inversiones extranjeras, la libre circulación de personas por el mundo, la inviolabilidad de las patentes intelectuales, la desregulación de capitales financieros, la financiarización de prácticamente todos los aspectos de la vida (Laval y Dardot, 2013), la flexibilización laboral, la minimización de los sistemas de protección social, la disciplina fiscal cortoplacista y la mercantilización de servicios públicos esenciales –siendo la salud la nave insignia–. Revertir esas tendencias no parece ser una mala noticia para los derechos humanos.

    De hecho, como advierte Ignacio Ramonet (2020), los gritos de agonía de los miles de personas enfermas y muertas por no disponer de camas en las unidades de cuidados intensivos condenarán por largo tiempo a los fanáticos de las privatizaciones, de los recortes y de las políticas de austeridad. Cada uno de los países de ingresos bajos que siguió en los últimos tres años la recomendación del Fondo Monetario Internacional (FMI) de recortar o congelar el empleo público ya ha sido identificado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como atravesando déficits críticos en materia de trabajadoras y trabajadores del sector (ActionAid, 2020), que a su vez afecta de manera diferenciada a los grupos más vulnerables.

    Si la nueva normalidad es un oxímoron que continuará beneficiando a las elites o si en cambio entraña una verdadera agenda transformadora depende de todas y todos nosotros. Es algo que se construye día a día, antes que nada, a partir de la confrontación de ideas. Si imaginar primero y asegurar después que en las crisis una serie de ideas estén flotando en el aire ofrece alguna ventaja para implementar una cierta agenda, pensar y poner ya en palabras una perspectiva de derechos humanos para enfrentar la pandemia y motorizar un cambio transformador en nuestra sociedad, es algo cuya trascendencia nunca podríamos sobrestimar. De hecho, cuando observamos que países con similares PBI registran en el contexto de la pandemia muy disímiles resultados en cuanto al nivel de protección de los derechos a la vida y la salud, así como de otros derechos, es obvio que además de contar con recursos los Estados necesitan desplegar un buen gobierno, sobre cuya noción los derechos humanos deben formar parte central. El paradigma de los derechos humanos debe guiar la modelación, el diseño y la implementación de las políticas públicas.

    Así, este libro no asume un enfoque minimalista de los derechos humanos, intentando solo reducir el sufrimiento, sino que sale al cruce de las desigualdades extremas y el cambio climático con una cosmovisión y agenda de trabajo que son comprehensivas, consistentes y sustentables. Los derechos humanos pueden ser una guía de gobierno.

    Responsabilidad de todas y todos

    La Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que en el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás (art. 29). Ese mismo artículo dispone que toda persona tiene deberes respecto a la comunidad. La vigencia de los derechos humanos implica un proyecto y esfuerzo colectivo. Así, proveer una respuesta enraizada en los derechos humanos para enfrentar la pandemia y sus efectos sociales y económicos debe entrañar no solo construir conocimiento y proponer políticas públicas para proteger y promover los derechos de las personas sino también poner énfasis en las responsabilidades correlativas del conjunto de actoras y actores, incluyendo tanto al Estado, las organizaciones internacionales, los sujetos no estatales (empresas, medios, clínicas, etc.) como a las personas (Sikkink, 2020).

    Y no se trata solo de señalar quién ha sido la o el culpable de una determinada violación de derechos humanos sino también de indicar qué debemos hacer para abordar la pandemia y los problemas estructurales que explican su impacto diferenciado. Se trata de nuestra responsabilidad política frente a las injusticias estructurales (Young, 2011), que debe y puede traducirse en obligaciones concretas, tal como lo proponen los capítulos en este libro.

    Así, sabemos que tenemos el derecho a circular, pero tenemos la responsabilidad de no exponer a las y los demás al riesgo de contagio; tenemos el derecho a protestar, pero tenemos la responsabilidad de hacerlo de un modo que no ponga en riesgo la salud pública; tenemos el derecho a que el Estado despliegue políticas fiscales que protejan a los grupos más expuestos, pero tenemos la obligación de pagar los impuestos; tenemos el derecho a que los bienes y servicios esenciales continúen fluyendo, pero tenemos la responsabilidad de respetar los derechos de las trabajadoras y los trabajadores que hacen que ello sea posible; tenemos el derecho a pensar y expresar nuestras opiniones acerca de cuáles serían las políticas sanitarias más adecuadas, pero tenemos la responsabilidad de respetar las que han sido aprobadas, en particular aquellas que coinciden con las recomendadas por la OMS, no incitar a su quebrantamiento ni propalar noticias falsas. No tenemos la obligación personal de ser ciudadanas y ciudadanos virtuosos o defensores de los derechos humanos, pero, como miembros de una comunidad política, tenemos el deber cívico de contribuir a que otras y otros miembros puedan realizar sus derechos.

    De alguna manera, el quebrantamiento de las disposiciones de aislamiento y distanciamiento como medidas para prevenir la propagación del virus, que explicaría en gran medida por qué a agosto de 2020 continúa aumentando el número de contagios y muertes, es indicativo de la necesidad de fortalecer la cultura de los derechos humanos como proyecto colectivo. Obviamente, el machaque de la gripecita, la infectadura y la economía primero erosiona cualquier política sanitaria, por eso mismo debe ponerse el mismo empeño en asegurar que las medidas de distanciamiento se cumplan, que en fortalecer el sentido de responsabilidad individual frente a la comunidad. En este punto es donde se hace imprescindible el diálogo entre las ciencias médicas, las ciencias sociales y la política.

    Guías de derechos humanos para tomar decisiones

    Los acontecimientos suceden con vértigo y el conocimiento científico sobre la Covid-19 evoluciona día a día. Solo para darnos una idea de la incertidumbre sobre la cual se toman decisiones trascendentales en materia de políticas públicas, aún no sabemos si se desarrollará una vacuna. Al momento de cerrar este libro, en agosto de 2020, Rusia registra una vacuna, pero aún resta ver qué tan eficaz es y cómo se produce, distribuye y aplica a gran escala. Entonces, en un entorno con información limitada, más que nunca las decisiones deben ser tomadas de manera participativa y transparente, y estar ancladas en los principios de derechos humanos.

    No parece necesario ni conveniente refundar los derechos humanos. Afirmar que hay que rehacer los derechos humanos porque estamos lidiando con una crisis sin precedentes, y que por ello se necesitan respuestas extraordinarias, nos llevaría a una situación de desaprovechamiento y desprotección. Por un lado, no podríamos echar mano al consolidado desarrollo cultural, político y jurídico de los derechos humanos, cuyo músculo institucional se activó apenas se produjo el brote de la pandemia. La narrativa de las Naciones Unidas (ONU) y del sistema interamericano de protección de los derechos humanos da cuenta de ello. Por el otro lado, si nos abocáramos ahora a refundar los derechos humanos no podríamos imponer ningún límite, por ejemplo, frente a la militarización de la salud y la violencia institucional que puede desprenderse de ella. Además, invertir energía en la refundación de los derechos humanos nos haría desviar de la raíz de los problemas: la extrema desigualdad que caracteriza al actual sistema. Por eso mismo, lo que sí necesitamos hacer es interpelar la tradición liberal de las libertades negativas y rebalancear los derechos humanos poniendo mayor énfasis en las obligaciones positivas (Cusato et al., 2020).

    En consonancia con el enfoque de seguridad humana y seguridad de salud (OPS y OMS, 2010), el deber de implementar políticas sólidas de salud pública que salven vidas y eviten el colapso de los sistemas de salud (art. 12 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales –PIDESC–) debe complementarse con políticas que hagan posible que el sistema económico importe y/o produzca y distribuya bienes y servicios para su consumo para así cumplir con los derechos humanos básicos mientras se minimizan los efectos económicos negativos a mediano y largo plazo de la pandemia. Tal como lo explicamos con Alfredo Calcagno en el capítulo 5, es falso plantear que se deba elegir entre la economía o los derechos humanos, también pueden salvarse ambos, o llevar a lo peor de esos dos mundos. Esta dicotomía es per se rechazable en cuanto se absolutiza, ignorando que, en cualquier condición, en la sociedad contemporánea, diferenciada por funciones, el sistema de la economía y el del derecho operan en simultáneo, condicionándose recíprocamente.

    No hay duda de que el impacto de la recesión económica implica desafíos colosales para el disfrute de los derechos a acceder a una vivienda adecuada, atención médica, educación, alimentación, agua y saneamiento, protección social y trabajo. Tal como está claramente establecido en el derecho de los derechos humanos, las personas no deberían tener que optar entre el ejercicio de uno u otro de sus derechos humanos básicos. Esto podría darse, por ejemplo, cuando hay personas que reducen la ingesta de alimentos para poder pagar una vivienda o atención médica.

    A fin de sopesar los costos y beneficios de proteger y promover los derechos humanos debemos ser lo más concretas/os y articuladas/os posible. Esto es evidente cuando estudiamos el impacto de las políticas sanitarias sobre los derechos humanos más allá de los referidos a la vida y la salud física. Frente al paradigma médico –que focaliza en los aspectos biológicos y la supervivencia de las personas– como discurso legítimo que informa regulaciones y modela prácticas y representaciones sociales, se erige otro más holístico. ¿Hasta qué punto es legítimo ceder libertades en el altar de una visión estrictamente sanitarista? El derecho internacional de los derechos humanos ofrece pautas precisas para responder a esta pregunta fundamental.

    El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP, art. 4º) establece que, en situaciones excepcionales que pongan en peligro la vida de una nación, los Estados pueden limitar ciertos derechos civiles y políticos (mas no todos, como aquellos relacionados con la protección de la vida, los que prohíben la tortura y la esclavitud, o los que aseguran la participación libre en el proceso de comunicación que constituye la sociedad, como los que aseguran la libertad de acción y comunicación social –base mínima del Estado democrático–, el debido proceso y la libertad de pensamiento, conciencia y religión). Así, por ejemplo, la Convención Internacional para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas establece que en ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales tales como la emergencia pública como justificación de la desaparición forzada (art. 1º). De manera similar, la Convención Americana sobre los Derechos Humanos (art. 27) autoriza la suspensión de algunos derechos pero nunca los siguientes: al reconocimiento de la personalidad jurídica, a la vida, a la integridad personal, a la prohibición de la esclavitud y servidumbre, al principio de legalidad y de retroactividad, a la libertad de conciencia y de religión, a la protección a la familia, al nombre, de niñas y niños, a la nacionalidad, derechos políticos y garantías judiciales indispensables para la protección de tales derechos. El Estado argentino, al disponer el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO), no recurrió a la derogación del derecho de circulación sino a su regulación (DNU 297/20 y subsiguientes). También notificó formalmente a la Organización de los Estados Americanos (OEA) que, en el marco del artículo 27 de la Convención Americana de Derechos Humanos, se han dictado decretos sucesivos estableciendo el ASPO.

    ¿Surge de este juego de normas que no se puede limitar la circulación de personas cuando esto afecte derechos no susceptibles de ser suspendidos, como la libertad de conciencia y religión? Existe una discusión fundamental acerca de cómo equilibrar las medidas de protección de la vida y la salud de las personas con el resto de los derechos humanos, que, como se sabe, dependen unos de otros, y es un equilibrio requerido siempre, no solamente en estas especiales condiciones que plantea la pandemia. A fin de balancear los derechos en competencia deben considerarse la irreversibilidad y extensión de los daños en juego. Pero no siempre el derecho a la salud triunfa, si no, deberíamos, por ejemplo, prohibir totalmente la circulación de automóviles para prevenir cualquier accidente vial. Un criterio válido para determinar la razonabilidad de una medida es evaluar si las restricciones sostienen políticas sanitarias que busquen y logren administrar la curva de contagios de manera que no colapse el sistema sanitario con las muertes adicionales que ello acarrearía. Por ejemplo, parece razonable limitar la aglomeración de multitudes en templos religiosos si esto pone en serio peligro la salud pública y, así, la vida. De todos modos, la protección de la salud pública que implique sacrificar libertades individuales siempre debe ser precedida por una demostración de la inexistencia de alternativas menos lesivas pero igualmente eficaces, y acompañadas en cualquier caso por medidas que alivien y/o compensen el daño ocasionado por las políticas sanitarias que afectan derechos humanos más allá de la salud física. Dos ejemplos de esto serían, por un lado, el protocolo para el acompañamiento y/o despedida de enfermas y enfermos hospitalizados o fallecidos por Covid-19 y, por el otro, las transferencias de ingresos para aquellas familias más perjudicadas por la prohibición de circular que afecta en muchos casos, transitivamente, el derecho a trabajar.

    En todo caso, cualquier limitación de derechos humanos que se disponga en situaciones extraordinarias debe estar claramente justificada, ser necesaria, estar prescripta por ley de alcance general, ser proporcional y estar en línea con las normas internacionales de derechos humanos, ser estrictamente necesaria por las exigencias de la situación, no debe ser discriminatoria ni derogar derechos inderogables (cfr. los Principios de Siracusa sobre las disposiciones de limitación y derogación del PIDCP; y Comité de Derechos Humanos, observación general Nº 29, 2001). Por ejemplo, si en un asentamiento irregular y en un barrio cerrado se detectara la necesidad de aplicar medidas sanitarias que impliquen una restricción agravada de circulación de las personas, pero solo se aplicaran en el primer barrio, esto sería violatorio del PIDCP. Lo mismo ocurriría si se suspendieran sin más las elecciones de autoridades políticas.

    Es esencial incluir a las comunidades en la lucha contra la pandemia, mediante transparencia, información y participación en lo concerniente al derecho a la salud (CDESC, 2000: 11), los derechos civiles y políticos (art. 25 PIDCP) y las políticas económicas y sociales tendientes a asegurar la realización de los derechos económicos y sociales (Experto Independiente, 2018). Piénsese, por ejemplo, en el grado de participación en la elaboración de las guías para la implementación de triaje (Rivera López et al., 2020) de aquellos grupos que serán directamente afectados por los criterios que se establezcan para asignar recursos hospitalarios en contextos límite de escasez.

    Un dato jurídico que es llamativamente invisibilizado en los debates públicos: a diferencia del PIDCP, el PIDESC no permite limitaciones a los derechos en él reconocidos. El derecho a la protección social, por ejemplo, no podría suspenderse. Sin embargo, la Argentina, como la mayoría de los países del mundo, registra graves déficits en materia de derechos económicos y sociales, con lo que asegurar el estado de cosas –en vez de cambiarlo– en realidad perpetuaría y agravaría la situación de millones de personas que viven en la pobreza.

    Las medidas que puedan dar lugar a una regresión en la realización de los derechos económicos, sociales y culturales se consideran una violación prima facie de esos derechos. Las medidas que darían lugar a retrocesos (recortes en el gasto social, por ejemplo) solo son permisibles si los Estados pueden demostrar que esas medidas regresivas son temporales, legítimas, razonables, necesarias, proporcionales, no discriminatorias, protegen el contenido mínimo de derechos, se basan en la transparencia y la participación y están sujetas a procedimientos de examen y rendición de cuentas (lo que es plenamente coincidente con la doctrina de la emergencia establecida desde ataño por la Corte Suprema de Justicia de la Nación). Este control exige verificar que la adopción de cualquier otra alternativa de política o la inacción sería más perjudicial para el disfrute de aquellos derechos, especialmente si existen mecanismos alternativos de financiación menos perjudiciales (Experto Independiente, 2018, principio 10). Por ejemplo, no serían admisibles recortes en el gasto social sin antes explorar alternativas tributarias más progresivas.

    En este punto es donde se evidencia la necesidad de que los derechos humanos informen una respuesta inmediata frente a la pandemia al mismo tiempo que se articulan de manera coherente con una agenda transformadora en el campo de las políticas económicas, fiscales, financieras, monetarias y sociales, tendiente a reducir las desigualdades extremas y asegurar la realización de los derechos humanos de todas las personas. Los Estados tienen la obligación internacional de generar, asignar adecuadamente y aprovechar al máximo los recursos disponibles para avanzar de la manera más rápida y eficaz posible hacia la plena realización de los derechos económicos, sociales y culturales (art. 2º del PIDESC). Esta referencia legal debe constituir el marco para desplegar políticas sociales de emergencia y para discutir el impuesto a los bienes personales, la reducción de la evasión fiscal, la prevención del drenaje de divisas, la regulación tanto del mercado laboral como del financiero y la consolidación de un ingreso básico para todas las personas, entre otros aspectos. La reducción de las desigualdades es un imperativo jurídico y los derechos humanos tienen –tal como este libro intenta demostrar– el potencial ideológico y técnico para desafiarla y anclar así las políticas públicas en las necesidades y los derechos de las personas, antes que en la expansión infinita del capital y del consumo, principal causa del deterioro de las condiciones ambientales del mundo.

    El derecho a la vida necesita ser reconceptualizado de manera que esté asociado a una obligación estatal positiva de proteger la vida y la salud de las personas antes que a una obligación de no interferir en los derechos individuales. De acuerdo con el Comité de Derechos Humanos de la ONU (CDH, 2018), esto incluye la obligación estatal de adoptar medidas adecuadas para abordar las condiciones generales en la sociedad que puedan suponer amenazas directas a la vida o impedir a las personas disfrutar con dignidad de su derecho a la vida. Esas condiciones generales incluyen, por ejemplo, la prevalencia de enfermedades que ponen en riesgo la vida, el hambre y la malnutrición generalizadas, así como la pobreza extrema y la falta de hogar. Según el propio Comité, entre las medidas previstas para abordar las condiciones adecuadas que protejan el derecho a la vida se encuentran las destinadas a garantizar el acceso sin demora de las personas a bienes y servicios esenciales, como los alimentos, el agua, el alojamiento, la atención de la salud, la electricidad y el saneamiento, y otras destinadas a promover y facilitar condiciones generales adecuadas, como el fomento de servicios de salud de emergencia eficaces, las operaciones de respuesta de emergencia y los programas de viviendas sociales.

    En definitiva, el derecho internacional de los derechos humanos ofrece estándares y principios para balancear de manera transparente los intereses y las prioridades en competencia en el caldero de la toma de decisiones relacionadas con la Covid-19. Sus principales estándares y principios son los siguientes: 1) los derechos humanos son indivisibles e interdependientes, por ello preservar la salud es esencial para poder disfrutar de otros derechos, y a su vez reducir las desigualdades y garantizar el acceso a un piso mínimo de bienes y servicios resulta clave para cuidar la salud; 2) las restricciones a los derechos deben cumplir con el requisito de legalidad, proporcionalidad y temporalidad, a fin de cumplir con la finalidad legítima de proteger la salud. Por ejemplo, cuando sea posible deben establecerse estrategias epidemiológicas zonificadas a fin de evitar restricciones innecesarias a los derechos; 3) si bien el derecho a la vida y a la salud deben ser protegidos de manera prioritaria (de aquellos dependen el resto de los derechos humanos), idealmente mediante acciones preventivas, ello no debe llevar sin más al sacrificio de los demás derechos humanos: el criterio sanitarista debe complementarse con aportes de las ciencias sociales anclados en los derechos humanos. Los derechos humanos poseen una concepción de la vida humana más compleja y rica que la ciencia médica, que propone centralmente garantizar la supervivencia biológica.¹ Así, mientras no se pueden prohibir conductas que no estén asociadas a una amenaza a derechos de terceras y terceros, debe probarse que no existen políticas sanitarias alternativas que mientras eviten el colapso del sistema sanitario sean menos lesivas para los derechos humanos; 4) las decisiones de políticas públicas deben estar basadas en evidencia científica que sea socialmente comprobable y accesible; 5) en las decisiones tanto en materia de políticas públicas como en los casos particulares, cuando se necesite racionar recursos limitados debe maximizarse la cantidad de personas salvadas frente a amenazas agudas (el virus, el hambre, el frío, etc.) sin aplicar criterios discriminatorios; 6) deben implementarse medidas inmediatas que alivien y/o compensen el daño ocasionado por las políticas sanitarias que afectan derechos humanos más allá de la salud física; 7) tanto las acciones como las omisiones estatales no deben tener efectos discriminatorios sobre las personas y/o los grupos. Esto puede suceder, por ejemplo, si oficios, actividades o ramas de la economía con similares riesgos epidemiológicos reciben dispares niveles de autorización para funcionar. También se infringe el principio de igualdad si las excepciones a la prohibición de circular presuponen un determinado formato heterosexista (¿cómo y cuándo se supone que los cuerpos deseantes no convivientes busquen y encuentren a otros durante la cuarentena?)² o cierto nivel de autonomía económica de manera que puedan –si quieren– realizar actividad física en sus hogares durante el confinamiento; 8) los grupos expuestos a mayor vulnerabilidad o marginación exigen políticas específicas que resguarden los derechos de sus integrantes de manera eficaz, incluyendo la priorización de las necesidades especiales de esos grupos en la asignación de recursos; 9) una agenda transformadora, que tienda eficazmente a reducir las desigualdades radicales, debe articularse con las acciones inmediatas frente a las urgencias sanitarias, económicas y sociales; 10) los Estados deben generar, asignar y aprovechar al máximo los recursos disponibles³ para asegurar la plena realización de los derechos económicos, sociales y culturales. Por ejemplo, la implementación de políticas tributarias progresivas y los mayores esfuerzos para reducir la evasión fiscal constituyen obligaciones desde un enfoque de derechos humanos; 11) la economía debe estar al servicio de las necesidades de la gente, y no al revés, con lo que, frente a un conflicto normativo entre el derecho de propiedad y los derechos humanos, deberían privilegiarse estos últimos; 12) es falso el dilema economía versus derechos humanos: se debe procurar salvar ambos (que la economía funcione para asegurar la reproducción social mientras se cuida la salud y vida de las personas) y evitar que ambos colapsen, como sucede en Brasil y Ecuador, y 13) el principio de igualdad sustantiva de género y diversidad debe impregnar todas las políticas públicas. Debemos tener presente que las medidas que son sensibles a los derechos humanos consolidan la confianza pública, con lo que tienen mayores probabilidades de ser eficaces y sustentables (Donald, 2020).

    En suma, se advierte el carácter dilemático de los derechos humanos: privilegiar o asentar un derecho significará, frecuentemente, menguar otros. De ahí la importancia de reconocer que existen criterios vigentes para balancear derechos humanos en competencia. Pretender ignorar esa necesidad de balancearlos supondría maximizar las tensiones del sistema democrático, que es el encargado de resolver esas tensiones. De ahí que la discusión no pueda pasar por alto, tampoco, las mismas condiciones del debate democrático en el que las decisiones son adoptadas. De mismo modo, no se puede ignorar que existen criterios vigentes para balancear derechos humanos en competencia.

    Condiciones de existencia

    Las elites económicas y financieras han capturado un gran número de Estados, organismos internacionales y medios de comunicación (Cañete Alonso, 2018), que han creado sentido en torno a las bondades de la desigualdad, la mercantilización de la vida y el modelo de crecimiento basado en el consumo masivo, así como a los peligros que entrañarían los proyectos igualitarios. Además, el PIDESC reconoce el derecho de toda persona a una mejora continua de las condiciones de existencia (art. 11), lo que no solo legitima reclamos básicos para, por ejemplo, universalizar el acceso al agua potable o a una alimentación saludable, sino que también ha llevado a algunas y algunos intérpretes a afirmar que de hecho el PIDESC sugiere que el crecimiento puede y debe ser infinito. La facilitación del acceso al crédito para la compra de autos cero kilómetro, en abierto desprecio por el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, es un ejemplo de ello. Muhammad Yunus, quien recibiera en 2006 el premio Nobel de la paz por desarrollar el Banco Grameen dedicado al microcrédito, llegó a afirmar que el acceso al crédito es un derecho humano básico de todas y todos (aunque es cierto que no hizo ningún esfuerzo por demostrar cuáles eran las fuentes normativas de ese nuevo derecho).

    ¿A qué se refieren realmente las condiciones de existencia que deben mejorar de manera continua? Este debate, que fue explícito en las negociaciones que desembocaron en la firma del Pacto en 1966, está reemergiendo en el mundo actual (Hohmann y Goldblatt, e/p). ¿Es sustentable crecer y consumir de manera infinita? ¿Ponen el extractivismo y la agroindustria en riesgo las condiciones epidemiológicas de subsistencia de los seres humanos? ¿Es el lucro, como ordenador abrumador de las relaciones sociales, una condición de existencia admisible desde una perspectiva de derechos humanos? Las políticas económicas ortodoxas, como la privatización, la consolidación fiscal y la desregulación laboral y financiera, ¿son legales desde una perspectiva de los derechos humanos? ¿Es la posibilidad ilimitada de codificar la protección de cualquier bien o servicio compatible con los derechos humanos? ¿Son tolerables, desde un punto de vista jurídico, las condiciones de existencia en un contexto de desigualdades radicales? ¿O las condiciones de existencia en realidad se refieren al contexto cultural, epistemológico y emocional en el que los derechos humanos pueden realizarse sin depredar a las y los demás ni a la Tierra, pudiendo así discutir si el neoliberalismo es el pasaporte a la felicidad? De algún modo, plantear estas preguntas en diálogo con el PIDESC interpela la supuesta complicidad de los derechos humanos con el neoliberalismo que ha venido denunciando Slavoj Žižek.

    Es cierto que el derecho puede tener un efecto paradojal por cuanto puede servir tanto para oprimir, encubrir y suprimir como para liberar, igualar y descubrir. Y, en particular sobre los derechos humanos, no podemos ignorar la matriz ideológica sobre la que fueron originariamente construidos, asociados de algún modo al eurocentrismo, el racismo, la heterosexualidad y el patriarcado. Pero, al mismo tiempo, los derechos humanos han estado y están en proceso de reconstrucción continua y exhiben avances notables en diversos campos. Los derechos no se encuentran simplemente dictados y solo falta efectivizarlos, sino que es necesario completarlos y releerlos en función de las necesidades y los desafíos de las personas, una tarea que no termina nunca. Carlos Santiago Nino señalaba en 1984 que es indudable que los derechos humanos son uno de los más grandes inventos de nuestra civilización […] El antídoto que han inventado los hombres para neutralizar esta fuente de desgracias [la instrumentación de las personas] es precisamente la idea de los derechos humanos.

    La gran desaceleración económica (que incluye la producción, el comercio, las finanzas y el consumo), que agrava los desafíos económicos que ya afrontaba la Argentina en febrero de 2020, ha llevado a un aumento de la pobreza con el correlativo retroceso en materia de derechos económicos y sociales. Pero esta causalidad no sucede en el vacío sino en un sistema económico y social en el que solo las elites disponen de capacidad de resiliencia frente a cambios macroeconómicos bruscos. Otra vez vemos que, más allá de las acciones urgentes que deben desplegarse para atender a la población más afectada por la crisis, una agenda transformadora necesita estar sobre la mesa de discusión.

    Quisiera también destacar dos fenómenos, uno subjetivo y el otro político. Las condiciones del ASPO y la profunda recesión han llevado a la mayoría de la población a la implementación de estrategias personales (consumir lo esencial) más sustentables, financiera y medioambientalmente. Esto prueba que el deseo de las personas no está enteramente determinado por la maquinaria lingüístico-comunicacional y algorítmica del mercado globalizado. También quisiera destacar que asomarse –aun forzados por las circunstancias– de ese modo al balcón lacaniano de la crítica al discurso capitalista y comprobar que aun cuando tengamos y consumamos menos –siempre y cuando superemos un umbral básico de condiciones materiales– la vida sigue, o que incluso puede, en algún punto, ser más floreciente (Martha Nussbaum dixit) que la que hemos tenido hasta ahora, es un giro subjetivo con consecuencias sociales, económicas y políticas impredecibles.

    Por otra parte, observamos la implementación de una serie de políticas estatales más inclusivas (impuestos más progresivos, ingreso básico universal, suspensión de desalojos, congelamiento de precios y tasas de interés, programas estatales de vivienda social, etc.), lo cual es revelador de algo que los dueños del mundo han intentado mantener en secreto: que, tal como nos recuerda Rita Segato (2020), la llave de la economía es política, y las leyes del capital no son las leyes de la naturaleza. Ello implica decir que las leyes de la economía no son naturales, y que su naturalización es una operación política de la mayor envergadura. Que las crisis económicas aumenten normalmente los niveles de desigualdad es una decisión política. El crash bancario de Islandia en 2008 y la subsecuente crisis financiera fueron capeados con una mayor progresividad de los impuestos a la riqueza y a las ganancias corporativas, lo que explica por qué la desigualdad se redujo (¡!) durante esos años tumultuosos en Islandia.

    Los derechos humanos imponen asegurar el acceso universal y sin discriminación a bienes y servicios básicos. Si la escasez es el motor de la expansión capitalista, la realización de los derechos humanos sería en verdad antisistémica: revertir políticas económicas regresivas (como el recorte de la inversión pública y la mercantilización de bienes y servicios esenciales) incidiría sobre qué es escaso en la sociedad. Si los bienes y servicios más importantes para la reproducción social son más accesibles para todas y todos, sus precios bajarían (esto sucede, claramente, en el mercado inmobiliario) y con ello también la presión por producir y trabajar sin reparar en el costo ambiental, social y subjetivo. Esta es la relación fundamental que existe entre derechos humanos y decrecimiento inclusivo. A mi criterio esto también explica las razones más profundas de por qué los países desarrollados (acompañados por los gobiernos de Mauricio Macri y Jair Bolsonaro, apartándose del G77) no votaron favorablemente en 2019 los Principios rectores relativos a las evaluaciones de los efectos de las reformas económicas en los derechos humanos en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (resolución A/HRC/40/48).

    Las pautas de derechos humanos presentadas en este apartado podrían contribuir, por ejemplo, a la legalización de los debates públicos en torno a la medida en la cual es aceptable que las políticas sanitarias de aislamiento puedan afectar la actividad económica. Aceptar como costo marginal el aumento notable y previsible de contagios y fallecimientos como consecuencia de la salvaguarda absoluta de la libertad económica, solo para volver al estado pre-Covid-19, sería inadmisible desde una perspectiva de los derechos humanos. Del mismo modo, no implementar una agenda transformadora que revierta efectivamente los niveles de desigualdades y pobreza estructurales sería violatorio de las obligaciones internacionales en materia de derechos económicos y sociales: no puede llamarse libre a alguien que no cuente con los medios sociales necesarios para ejercer su propia autonomía (Honneth, 2014). No en vano la Convención Americana de Derechos Humanos establece que solo puede realizarse el ideal del ser humano libre, exento del temor y de la miseria, si se crean condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos, sociales y culturales, tanto como de sus derechos civiles y políticos (Preámbulo).

    Estas deben comprenderse como parte de las condiciones necesarias de participación de todo ser humano en los procesos decisorios que llevan a la construcción de instituciones, adopción de políticas concretas y/o elección de autoridades, que permitirían suponer legitimidad democrática para ellas. Así, un funcionamiento más participativo de la democracia, que incluya a todas las instancias del Estado, es esencial a fin de promover la proliferación de múltiples entramados sociopolíticos capaces de potenciar transformaciones en línea con los mandatos de los derechos humanos. Del mismo modo, la reducción de las desigualdades y la plena realización de los derechos económicos y sociales resultan cruciales para que los grupos más favorecidos no colonicen los procesos políticos (Alston, 2015).

    Más sobre derechos humanos transformadores

    Los derechos humanos tienen una función científica, jurídica y política. Es cierto que no pueden reemplazar a las ciencias sociales en su función de explicarnos de manera crítica qué es y cómo funciona el poder, pero pueden aportar luces acerca de los intrincados procesos económicos, financieros, sociales y jurídicos que perpetúan las desigualdades. La conexión que se establece crecientemente entre paraísos fiscales y derecho a la protección social, o entre sostenibilidad de la deuda pública y derecho a la salud, la denuncia de los derechos humanos frente a la protección exorbitante que ofrecen los tratados bilaterales de inversión, o los vínculos entre políticas económicas de ajuste y derechos sexuales y reproductivos, son todos ejemplos de esa contribución.

    Los derechos humanos también prescriben una cierta regulación de la producción, el trabajo, el consumo y las finanzas que es beneficiosa para el medio ambiente y las subjetividades. Por ejemplo, los Estados no deberían proporcionar subsidios (rescates) y otros beneficios de emergencia a sectores cuya existencia está en contradicción directa con el Acuerdo de París. Los derechos humanos también exigen una regulación estricta de la publicidad comercial dirigida a niñas y niños, a quienes desde temprana edad se les infunde una cultura de consumo excesivo y endeudamiento; y, en el ámbito financiero, a fin de evitar discriminación en razón del estatus económico, las primas de riesgo deberían reembolsarse una vez que el capital prestado ha sido pagado.

    Es cierto que, usualmente, comprobamos que un número de mandatos de los derechos humanos son ignorados en la práctica, pero no es por culpa de los derechos humanos mismos sino a pesar de ellos. Los derechos humanos son el resultado de luchas sociales y políticas, con lo que no solo contribuyen, en algún punto, a comprender las relaciones de poder, sino que, sobre todo, tratan de modificarlas. Por eso es tan importante tratar de comprender y divulgar cómo es el mundo al que se aspira con la realización de los derechos humanos y las herramientas que ofrecen a través de ellos para cambiarlo.

    Los derechos humanos traen consigo el mandato de interpelar el poder que se ejerce de manera abusiva. Por eso mismo los capítulos de este libro son capaces de ofrecer una agenda novoepocal, transformadora económica, social y medioambientalmente, y basada en estándares de derechos humanos hoy vigentes. El enfoque de derechos humanos enriquece y estimula los espacios de reflexión crítica y potencia los procesos de transformación social, forjando una matriz del aprendizaje donde la escucha, la empatía, el compromiso, la participación, la inclusión y el respeto de la naturaleza pueden reproducirse. El discurso de los derechos humanos disputa la regulación del goce que ha monopolizado un sistema montado en el consumo y la depredación del ecosistema entero.

    Este libro no solo prueba el dolor que la Covid-19 ha traído al mundo y a la Argentina específicamente, así como las causas estructurales que explican que las y los menos beneficiados por el sistema económico sean quienes más padecen las consecuencias de la pandemia, sino que ofrece una hoja de ruta anclada en los derechos humanos para transformar la realidad, para hacerla más justa, más libre, más sustentable. Esto no significa caer inadvertidamente en la trampa del colonialismo epistemológico: cuando observamos de cerca la dinámica de la sala de máquinas del derecho internacional de los derechos humanos vemos que, en términos generales, son, en su gran mayoría, los países del Sur global los que han estado detrás de iniciativas multilaterales con cierta vocación transformadora en el ámbito de la economía y los derechos humanos, mientras que, por el contrario, en gran medida los países industrializados han sido los que han intentado frenarlas o tornarlas ineficaces. Esto es evidente en las regulaciones en materia de propiedad de los recursos naturales, reestructuración de deuda, flujos ilícitos de fondos, ayuda oficial al desarrollo, inversiones extranjeras directas, comercio internacional, protección de patentes, regulación del mercado laboral, arquitectura financiera internacional, reformas económicas, impuestos, y empresas y derechos humanos. A modo de ejemplo podemos observar que Estados Unidos nunca ratificó el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

    Aun así, es necesario producir un conocimiento emancipador desde América Latina (Santos, 2020) que se articule a su vez con una estrategia multilateral de progresión del derecho internacional que promueva el desarrollo sustentable e inclusivo. La resistencia a las dictaduras de la región y la transición a la democracia nos mostraron el enorme potencial cultural, político e instrumental que ofrecen los derechos humanos cuando son traccionados en el terreno de las acciones políticas y sociales, y potenciados con alianzas internacionales.

    Se necesita redoblar los esfuerzos por informar el diseño y la implementación de las políticas públicas con una perspectiva de derechos humanos desde las ciencias sociales, que lidian con una materia prima tan o más compleja que los virus. Este ha sido el mensaje de la ONU (2020b) y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, 2020) al recomendar que las medidas adoptadas por los Estados en la atención y contención del virus deben tener como centro el pleno respeto de los derechos humanos y que toda restricción o limitación que se imponga a estos con la finalidad de proteger la salud en el marco de la Covid-19 cumpla con los requisitos establecidos en el derecho internacional de los derechos humanos (legalidad, proporcionalidad y legitimidad del fin). También ese mensaje destaca la necesidad de avanzar en la coordinación regional y global para enfrentar la crisis ocasionada por la pandemia y con participación de personas y grupos de la sociedad civil y del sector privado.

    La ciencia saldrá fortalecida de la pandemia. Habrá así, seguramente, menos lugar para el oscurantismo y la mentira en la lucha por el cambio climático. Pero las pandemias, sus efectos sobre la sociedad y el diseño de políticas sanitarias son algo demasiado complejo como para que baste un abordaje médico (todas y todos formamos la naturaleza) que focaliza en la supervivencia. La medicina y las políticas sanitarias deben reconocer el valor epistémico de la otredad, materializada en los derechos humanos, mientras que estos deben captar las complejidades científicas y los cálculos racionales de las decisiones sanitarias (ver el capítulo 10 de Mario Pecheny). A partir de este diálogo interdisciplinario, que alienta este libro, podríamos abordar esta pregunta fundamental: ¿qué es una política sanitaria legítima y eficaz desde un enfoque de derechos humanos?

    También habrá que estar atentas y atentos a que las decisiones de los Estados más poderosos no entrañen un embate contra la eficacia de los sistemas de protección de los derechos humanos. Llegado el caso: ¿qué arsenal

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