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El tiempo nos escribe: Un momento en el sistema de la crítica literaria latinoamericana
El tiempo nos escribe: Un momento en el sistema de la crítica literaria latinoamericana
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El tiempo nos escribe: Un momento en el sistema de la crítica literaria latinoamericana

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Obras, ideas, sucesos dentro de la historia cultural en América Latina, este libro se centra en el momento de institucionalización de la crítica literaria en el subcontinente (en los 80), pero atendiendo tanto los orígenes de su tradiciones como el contexto anterior inmediato (de los 60 y los 70), en el que se vivieron diversas discusiones sobre el devenir histórico social. Así, múltiples debates sobre lo que debía ser el intelectual, la naturaleza de la idea de América Latina, la noción de libertad, la dicotomía largamente discutida de lo universal y lo local, lo cosmopolita y lo autóctono, el arte puro y el “impuro”, son aspectos abordados aquí, a manera de ensayo, con el fin de ir tejiendo vías para la interpretación de nuestro pasado literario y su correlato crítico.
LanguageEspañol
Release dateSep 28, 2020
ISBN9786079881566
El tiempo nos escribe: Un momento en el sistema de la crítica literaria latinoamericana

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    El tiempo nos escribe - Katia Irina Ibarra

    El tiempo nos escribe

    Un momento en el sistema de la crítica literaria latinoamericana

    Katia Irina Ibarra

    El tiempo nos escribe. Un momento en el sistema de la crítica literaria latinoamericana, Katia Irina Ibarra Guerrero. México: Editora Nómada. Primera edición, enero de 2020.

    1. Crítica literaria latinoamericana. 2. Ángel Rama. 3. Antonio Cornejo Polar. 4. Revistas latinoamericanas. 5. Estudios latinoamericanos. 6. Literatura latinoamericana. 7. Katia Irina Ibarra

    CDD 801.95

    D.R. © 2020, Editora Nómada

    ISBN: 978-607-98746-2-9 (impreso)

    ISBN: 978-607-98815-6-6 (digital)

    DOI: 10.47377/FYVN6526

    Esta obra acreditó el proceso de revisión por pares, bajo la modalidad doble ciego. La revisión se realizó por un par de expertos académicos. El dictamen de aceptación cumple con los criterios de calidad científica y de evaluación.

    contacto@editoranomada.mx

    www.editoranomada.mx

    Diseño Editorial: Liv Mendoza

    Índice

    Introducción

    Tradición de la crítica literaria en América Latina

    El espacio de la crítica

    La formación del campo crítico

    Tras los orígenes de la crítica literaria y cultural latinoamericana

    Afirmación de nuestro sistema crítico

    Las revistas culturales: lugares de enunciación del intelectual latinoamericano

    El lugar de las publicaciones en el sistema de la crítica

    Las revistas en el debate de lo latinoamericano

    Posicionamientos político-ideológicos-estéticos: Sur y Marcha

    La intelectualidad durante la Guerra Fría: Casa y Mundo Nuevo

    Ecos de la cultura latinoamericana en el panorama intelectual mexicano

    Hacia una institucionalización de la crítica literaria latinoamericana:

    rcll

    , Hispamérica

    Cinco polémicas que incidieron en la agenda crítica

    Literatura pura contra literatura impura

    La polémica en torno a la imagen del intelectual

    Revolución y libertad: el caso Padilla

    De lo universal y lo particular de la expresión latinoamericana

    Vinculaciones entre literatura y sociedad

    Visiones de lo latinoamericano en la literatura y la cultura

    Avatares de la teoría literaria

    La historiografía literaria a debate

    Categorías en pos de una identidad literaria y cultural

    Lo calibanesco

    Lo transcultural

    Lo heterogéneo

    Conclusiones

    Anexo

    Bibliografía

    Agradecimientos

    En primer término, agradezco a la Dra. Inés Sáenz Negrete, quien durante todo el proceso de escritura de esta investigación me brindó su atenta lectura y gratas recomendaciones.

    Al Instituto de Pensamiento y Cultura en América Latina, fundado por Hugo Zemelman y Estela Quintar; particularmente a ella, pues me ha dado cobijo dentro de esta institución para continuar con mi labor de investigadora.

    A Friedhelm Schmidt-Welle, por haberme orientado durante mi breve estancia de investigación en el Ibero-Amerikanisches Institut, en 2013.

    Agradezco también a Conacyt, pues desde 2018 recibí de parte de esta institución mexicana la distinción como investigadora candidata dentro del Sistema Nacional de Investigadores (

    sni

    ), con lo cual se ha reforzado el impulso para continuar investigando y publicando.

    Además de estos agradecimientos, que seguramente resultan insuficientes para abarcar a todas las personas que de una u otra manera me han apoyado u orientado en la investigación, quisiera dedicar este libro a mi familia: mis padres, Jesús y Rosa, ambos maestros ejemplares, que siempre me han apoyado en mi formación y han dado luz a mi camino; a mis hermanos, Pável, Yuri y Galia, por estar siempre ahí; a mi esposo Porfirio, por ser mi soporte, y a mi hija Libertad, por ser mi impulso vital.

    Introducción

    ¿Hay una crítica literaria latinoamericana? La pregunta misma se ha vuelto un lugar común de la crítica escrita sobre y desde América Latina. Pese a ser una cuestión recurrente, presentada en ocasiones de manera explícita o de forma subyacente, su planteamiento resulta pertinente aún hoy en día. Tal vez un signo de esta crítica, regionalizada, sea el hecho mismo de cuestionarse a sí misma por su propia existencia, para después abordar su función. Y para afirmarla, se hace necesaria una revisión de la producción de textos críticos en sus diferentes niveles: desde el contexto en que se producen, los factores que inciden en la difusión, así como la recepción de dichos textos; de la misma manera, deben ser atendidas las cuestiones formales que confirmarían un discurso propiamente latinoamericano. La confirmación de una crítica literaria «apellidada» latinoamericana se ha presentado desde hace unos cuantos lustros, por ejemplo en la obra de Patricia D’Allemand, Hacia una crítica cultural latinoamericana (2001), como también El poder de la palabra (1994) de Guillermo Mariaca. Esta crítica se había ya anunciado en el texto de Roberto Fernández Retamar, de manera programática y, por lo tanto, entusiasta, renovadora: Para una teoría de la literatura hispanoamericana (publicada en 1975 en Cuba y en 1981 en México); aterrizada en sus múltiples posibilidades en la antología emblemática de César Fernández Moreno: América Latina en su literatura (publicada por Siglo

    xxi

    editores en 1972). También, en este sentido de dar forma, enunciar y divulgar esta crítica latinoamericana, se concretó la obra de Ana Pizarro América Latina: palavra, literatura e cultura (auspiciada por la Fundación de América Latina de São Paulo y aparecida a principios de los noventa). Muchos son los autores, investigadores e intelectuales que se han dedicado al estudio de los autores, intelectuales de la literatura, que han realizado la empresa de una crítica literaria propiamente latinoamericana.

    Aquí, al hablar de una crítica de la literatura continental se procura abordar el proceso en que se produjo, y se busca detectar el rasgo diferenciador de esta forma discursiva, para después revisar los textos que contribuyeron a la formación de dicha tradición. Resulta una tarea ardua y compleja, pues puede observarse que los textos que contribuyen a consolidar nuestra crítica provienen de diversas tradiciones, obedecen a distintas finalidades. Plantear un corpus y aun un origen parece ser una tarea inabarcable. En este sentido, aquí se ha optado por delinear la tradición, sin agotarla. Muchos serán los textos que han quedado al margen de esta obra, ya que abordar el fenómeno crítico de manera amplia y exhaustiva significa una tarea que implicaría un trabajo colectivo y de largo aliento. Con el fin de concentrar la mirada en un aspecto específico que contribuyera a esclarecer el cuestionamiento sobre la identidad –como supuesto de investigación–¹ de una crítica nuestra, se optó por ahondar en un momento específico del sistema crítico, que es el de su institucionalización, ocurrida en la década de los ochenta, tomando como referencia los debates, las problemáticas y la agenda de la crítica inmediada anterior, que se sucitó en la época –como propone concebirla Claudia Gilman en su obra Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina (2003)– de los setenta y los sesenta. Una de las principales ideas que aquí se propone consiste en que ante la agitada vida cultural e intelectual de las décadas previas, que además coincide con el boom de la literatura latinoamericana, es que en la década de los ochenta la crítica alcanza cierto grado de autonomía y una institucionalización, delimitando más su función, sus formas discursivas y sus espacios de enunciación.

    Esta crítica institucionalizada –de los 70 y los 80– mantiene una relación conflictiva con los planteamientos predominantes en el panorama intelectual anterior inmediato. Es por esto que, la crítica en los 60 estuvo muy marcada por el sueño de la revolución, por el deseo de la reivindicación de las capas sociales más desfavorecidas, de los «condenados de la tierra», como diría Fanon. El corpus que atendemos, y en general el campo intelectual en el que se inscribe, está en constante diálogo con estos aspectos: desde la visión utópica, los posicionamientos ideológicos revolucionarios o críticos de la Revolución, la revisión histórica de los acontecimientos, la coherencia personal. En todo el discurso está filtrada la imagen que cada sujeto enunciador, en este caso el crítico, se hace a sí mismo de lo que debe ser un intelectual y cómo, por lo tanto, debe asumir el acontecer diario en un continente que no acaba de encontrar un vía de desarrollo con justicia e igualdad.

    Hay entonces un posicionamiento crítico frente a esta realidad continental, que en definitiva incide en la configuración del discurso crítico, y que está presente en diversas maneras. Este aspecto, de primer orden, cruza el presente trabajo. Asimismo, no considero que pueda afirmarse, como algunos estudiosos lo han hecho, que desde los 70 el campo intelectual, y en específico el crítico y literario, hayan dado «vuelta a la página» deshaciéndose de toda esperanza y volcándose en contra de la Revolución. Pienso que esto, en todo caso, se da de una manera mucho más compleja, como contradicciones internas que salen a flote en la escritura, que puede apreciarse sobre todo en las obras de Rama y Cornejo. Se trata más bien de una «experiencia opaca», trayendo la imagen utilizada por Florencia Garramuño. No puede decirse que hay un total desencanto, ni que el sueño diurno, la utopía, se haya abandonado. Sí, en cambio, hay un ejercicio constante de la crítica, que incluso se cuestiona a sí misma, en torno a su relación con acontecer histórico-social.

    En la afirmación de una tradición crítica latinoamericana encuentro, por todo lo anterior, que hay un hilo conductor que se mantiene, desde las primeras formulaciones hasta la década de los 70 y los 80, y tiene que ver con la búsqueda incesante de una identidad cultural. Pensando el ejercicio de la crítica propiamente literaria como la manifestación de un «deber ser de la literatura», nos encontramos con que dicho «deber ser» resulta por demás complejo, entretejiéndose con otros asuntos de la vida cultural de las naciones. Desde Andrés Bello, pasando por José Martí, hasta Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, hay una intención por develar este «deber ser», encontrándose con la pregunta por nuestra identidad cultural, por nuestra «emancipación intelectual» la cual se vería reflejada en la escritura literaria. En el complejo campo cultural que se enriqueció a partir de la Revolución cubana y que entrara en crisis con eventos como lo fue el llamado caso Padilla, continúa preguntándose por esta cuestión, así como cuestionándose por una literatura (y una crítica) específicamente latinoamericana. La crítica formulada en este contexto, tanto en lo ideológico, como en lo social y económico (por la instalación de dictaduras en el Cono Sur y sus consecuencias), continuó con el planteamiento por esta identidad. Desde esta perspectiva, abordo tres categorías lanzadas por los críticos que he mencionado: lo calibanesco, lo transcultural y lo heterogéneo, que resultan, de cierta forma, una respuesta a dicho planteo.

    Dividido en cuatro capítulos, el presente libro tuvo la intención de ver aquellos factores que incidieron en la formulación de los conceptos centrales, los cuales destacan por su capacidad explicativa del fenómeno literario particularmente latinoamericano. En este sentido, el primer capítulo obedece a una necesidad de extender la mirada a una tradición que puede llegar a ser ignorada. Aunque, como he mencionado, no se trata de una revisión exhaustiva de dicha tradición. Una de las intenciones de esta obra, que surge en la relectura de obras enmarcadas en la conformación de una intelectualidad latinoamericana, es colocar la crítica de las décadas de los 70 y los 80, incluso de principios de los 90, sobre una base, una tradición; textos latinoamericanos como lo son la obra de Andrés Bello, Sarmiento, Mariátegui, Martí, entre otros, y, por supuesto, de la crítica de otros centros de producción importantes como lo es Europa, son el punto de partida para los autores que participan en este proceso de formación e institucionalización de la crítica. En Fernández Retamar es tan importante la influencia tanto del formalismo ruso como la obra de Martí; para Cornejo, la estilística española y alemana como Mariátegui; y para Rama la escuela de Frankfurt como Rodó, por mencionar ejemplos. Lo que me interesa destacar, en este primer apartado, es un esbozo de la noción de crítica, que se irá nutriendo a lo largo del estudio del corpus mismo, así como de la tradición latinoamericana en el campo de la crítica, precisamente para resaltar, en un segundo momento, los hilos conductores, las recurrencias temáticas, las coincidencias formales entre estos textos y la crítica que nos interesa.

    Otra de las motivaciones de la presente investigación tiene que ver con la falta de atención, de parte de los estudiosos de la literatura, hacia esta tradición. O bien se recurre a ellos de manera aislada, y sin el trasfondo que tienen sus propuestas, o se omite la connotación identitaria de las mencionadas categorías. Resultan relativamente pocos los estudios sobre esta tradición literaria; menos aún, desde una perspectiva orgánica. Incluso, son escasas las referencias a estos autores en el sentido de conformar una tradición (Mariaca, D’Allemand, Perus). En su obra Hacia una crítica cultural latinoamericana, Patricia D’Allemand aborda las ideas centrales de cinco de estos críticos: Mariátegui, Rama, Losada, Cornejo y Sarlo. Así, D’Allemand nos ofrece una descripción de esta corriente crítica como una configuración propia de una identidad latinoamericana; se propone, de esta forma, reflexionar «sobre una práctica crítica cultural que cuenta con una ya larga trayectoria en el continente» y acierta al decir que la especificidad de sus proyectos «tiende a diluirse cuando se la homologa al rótulo de ‘estudios culturales’» (D’Allemand 15).

    Un aspecto principal del primer capítulo consiste en ver cómo el proceso de formación de un sistema crítico, la consolidación de la figura del «intelectual de las letras»,² llega a un momento clave con el modernismo, dándose lo que se ha nombrado como la «profesionalización» tanto del literato como del estudioso de la literatura. Este tema es muy importante para ver que la circunstancia en la cual se instala nuestro sujeto enunciador tiene su origen en aquel momento; pero pararadójicamente, desde entonces su posición se encuentra «entredicho», en una especie de cuerda floja –en tanto se le desestima, se le rehúye, como lo caricaturiza Alfonso Reyes en su ensayo de «Aristarco o anatomía de la crítica»–. Esto es, la profesionalización del intelectual de las letras, que ubicamos en el siglo

    xix

    , en el

    xx

    va a continuar con un largo proceso que tiene mucho que ver con la modernización de nuestro sistema cultural. En gran medida se ve reflejado en la producción de publicaciones como son las revistas especializadas y los suplementos literarios y culturales. En el momento aquí abordado –es decir, la década de los 70 y los 80–, la estabilidad del crítico, como intelectual de la literatura, y del escritor mismo, se ve amenazada por circunstancias particulares: la represión en el contexto de las dictaduras, la precariedad institucional, donde ser crítico literario –así como ser escritor– resulta insuficiente para el sustento diario, por lo que la profesionalización alcanzada no es suficiente para la práctica y el sustento de dichos profesionales. En este sentido, las palabras de Ángel Rama se cargan de un sentido que tiene que ver con la particularidad del escritor y el intelectual latinoamericano. Palabras que sirven para comprender incluso nuestra situación actual:

    Escribimos en Nuestra América sobre el papel del tiempo, sobre el tiempo perecedero escribimos sobre la urgencia del lector y el medio y la hora que vivimos y nos vive, y sin duda el tiempo nos escribe y nos dispersa y en cenizas nos convierte.³

    En el segundo capítulo se abordan aspectos que incidieron en la inmediatez del momento que nos interesa. Se destaca así el proceso de la modernización literaria y cultural dado a través de la producción de revistas y suplementos. El sentido es valorar un aspecto poco considerado al momento de revisar las obras de crítica literaria –que, como hemos dicho, además son vistas por lo general de manera aislada– desde la perspectiva de las publicaciones periódicas que posibilitaron el ejercicio y producción del discurso crítico, lo cual contribuye de forma determinante a su modernización. Como el panorama resulta demasiado vasto, aquí se abordan sólo algunas vinculaciones y algunos proyectos: los contrastes ideológicos marcados por las líneas editoriales en revistas de gran trascendencia como Sur y Marcha, los enfrentamientos y polémicas entablados desde la revista cubana Casa de las Américas, así como Mundo Nuevo y su continuadora Libre; asimismo, se quiso apuntar algunos aspectos sobre la vinculación de la intelectualidad mexicana frente a esta crítica latinoamericana, por lo que se aborda, aunque someramente, el proyecto editorial que significa el Fondo de Cultura Económica y Siglo

    xxi

    Editores –y su paralelismo con la Biblioteca Ayacucho y otras empresas editoriales sudamericanas–, así como los suplementos y revistas, entre los que se encuentran La cultura en México, Cuadernos Americanos, Plural, Vuelta, entre otras publicaciones; finalmente, lo que aquí se propone es ver en algunas revistas como la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (

    rcll

    ), así como Hispamérica y Texto crítico, entre muchas otras, la cristalización de una crítica literaria institucionalizada, observando el contexto en el que surge –desde nuestro punto de vista– en un entorno contradictorio.

    El abordaje de algunos de los debates que marcaron la agenda de la crítica literaria resulta ineludible. Por ello, en el tercer capítulo, se esboza una aproximación a algunos de los temas centrales que estuvieron presentes en las discusiones, principalmente en los 60 y los 70, y que estarían presentes en esa crítica institucionalizada de los 80: la función del intelectual fue sin duda un asunto recurrente que despertaba reacciones diversas por parte de escritores y críticos; la polémica en torno al compromiso del escritor hacia la Revolución y sus límites en la figurada libertad, fue también un tema por demás relevante, el cual se intensificaría a raíz de la detención de Heberto Padilla y su juicio, que mostró lo que para la mayoría de los intelectuales fue la faceta más oscura de la Revolución; otra de las polémicas en las que se centra este trabajo, por considerarla un tema característico de nuestra crítica, y que sin duda tiene sus antecedentes en las discusiones entre Bello y Sarmiento –y en otro momento, también se mostraría en la polémica entre los escritores de la novela de la revolución y los Contemporáneos, que analiza Guillermo Sheridan–⁴ es la referida a la dicotomía entre el cosmopolitismo y la literatura autóctona; en términos más generales, ha sido la constante discusión –y en ocasiones franca polémica–entre la expresión de lo universal y lo particular (o local) en la escritura.

    En el último capítulo, abordo las que, a mi parecer, fueron las coordenadas para la constitución de una agenda crítica. Éstas se conformaron a partir de ciertos proyectos que siguen la directriz identitaria comentada previamente como: la construcción de una teoría latinoamericana, la reescritura de nuestra historia literaria, la renovación del discurso crítico mediante categorías desprendidas de la especificidad de las obras literarias en sus contextos –es el caso de la corriente literaria en la que se inscriben Rama, Cornejo Polar y Fernández Retamar–, la cual se enfocó, en gran medida, en establecer las relaciones entre lo literario y la sociedad. Asimismo, propongo que la agenda esbozada en este momento del sistema crítco plantea, de manera central, una concreción de nuestra identidad literaria y cultural, produciendo categorías para la interpretación de los textos en relación a las realidades de producción y recepción: lo calibanesco (categoría desprendida de la imagen-símbolo de Caliban), noción propuesta por Fernández Retamar, lo transcultural como lo propusiera Ángel Rama a partir de la obra del cubano Fernando Ortiz; y lo heterogéneo, que, aunque ha sido interpretada como categoría que desmonta la posibilidad de una identidad, desde mi punto de vista continúa respondiendo a esa cuestión, aunque poniendo énfasis en la contradicción, como fuera propuesta por Cornejo Polar.

    Con este recorrido, lo que se desea es aportar al abordaje de una crítica que ha ido atrayendo la atención de los actuales estudios literarios. Entre paréntesis, una muestra de este creciente interés es la obra titulada Crítica literaria y teoría cultural: para una antología del siglo

    xx

    , realizada por Clara María Parra y Raúl Rodríguez Freire, publicada en 2015 en Valparaíso, Chile. El hincapié que se plantea aquí es ver los procesos particulares que conformaron el espacio de su producción: los lugares desde los que se enunció esta crítica, la retórica que asumió en función de la precariedad –en diversos sentidos– de los medios de difusión, de la materialidad del discurso crítico, visto todo en su contexto particular, en sus propias interrelaciones, prestando especial atención a la tradición crítica a la que se inscriben.

    En pocas palabras, lo que propone este libro es aportar a esa lectura de la producción crítica latinoamericana que ha sido emprendida de diversas maneras ya por algunos autores; sin embargo, lo que se ha dejado de lado en otro estudios es el intento por incorporar los espacios donde se materializaron las discusiones y debates, en ocasiones francas polémicas, que incidieron en las formación de una crítica institucionalizada⁵ que si bien dejó atrás temas con una gran carga ideológica, no se desprende del todo de ellos. Dicha carga ideológica se hace presente en la intención de delimitar un nosotros que enuncia el discurso crítico: nuestra crítica se distingue, como veremos, en gran medida por esa búsqueda de una identidad literaria y cultural.


    ¹ Aquí se coincide con Ottmar Ette (por ejemplo, en su artículo: «Vanguardia, postvanguardia y posmodernidad…») quien puntualiza en una observación que hace la crítica en torno a las tradiciones literarias en América Latina: tanto el modernismo, como las vanguardias y los movimientos posteriores a éstas, se caracterizan por una búsqueda y reafirmación de la identidad, quizá en gran medida teniendo como referencia al arte y la literatura europeos, y en contraste de ellos. Así, pues, la crítica puede ser entendida en gran medida como un correlato, un metadiscurso, de la producción artística y literaria; así, suena incluso lógico que esta producción también esté empeñada en esta búsqueda de la identidad, y su diferenciación respecto a los discursos europeos.

    ² Esta idea la tomo de Gonzalo Aguilar «Los intelectuales de la literatura: cambio social y narrativas de identidad» en la obra coordinada por Carlos Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina. Buenos Aires, Katz, 2010.

    ³ Ver La novela en América Latina: panoramas 1920-1980. Bogotá, Procultura, 1982.

    ⁴ Aquí se hace referencia a la obra México en 1932: la polémica nacionalista, México,

    fce

    , 1999.

    ⁵ Utilizo este término retomándolo de algunos críticos que han estudiado el proceso de la crítica literaria y cultural, principalmente Ana Pizarro, Guillermo Mariaca y Mabel Moraña. La idea a destacar con este término es la de una crítica que se ha propuesto como objeto de estudio el fenómeno literario y se ha ejercido, de manera sistemática, publicándose en revistas especializadas y libros en torno a la literatura latinoamericana. Sin pretender establecer un canon, los autores antes mencionados, así como otros investigadores y académicos, reconocen como figuras de esta crítica institucionalizada a críticos como Ángel Rama, Beatriz Sarlo, Antonio Cornejo Polar, Antonio Candido, Roberto Fernández Retamar, Alejandro Losada, entre muchos otros.

    Tradición de la crítica literaria en América Latina

    Para entender en su dimensión la agenda de la crítica literaria latinoamericana del último tercio del siglo

    xx

    , y los debates en torno a sus categorías, deben visualizarse los principales derroteros expuestos en los umbrales de su tradición. Así, a partir de la formación del campo intelectual,¹ en su específica aportación a la crítica literaria, emergen discusiones que de alguna manera se replantean en el discurso crítico más reciente: desde las proposiciones de Bello, al fundar una crítica que lentamente se consolida como propia, hasta las aportaciones de los ateneístas (principalmente Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes),² logra apreciarse un proceso dentro del cual surgen ideas que continuaron discutiéndose en el contexto de autores como Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar, Roberto Fernández Retamar, entre otros. Cuestionamientos sobre la identidad cultural, sobre la especificidad del aparato teórico-crítico, entre otros asuntos, se ubicaron como aspectos primordiales del momento formativo de nuestro campo intelectual, y mantuvo una continuidad que tomó matices muy particulares en la etapa que nos interesa aquí. Es decir, se sostiene la idea de una continuidad en cuanto a la cuestión de la identidad (especificidad) cultural en la crítica. Pese a que esta cuestión se mantuvo como un rasgo propio de nuestra tradición, veremos que en los 70 y los 80 la idea de la identidad cultural se verá asediada, tomando así algunos matices y convirtiéndose, en cierta forma, en un asunto en permanente discusión.

    En este capítulo se aborda una parte significativa del desarrollo del campo crítico –en referencia al campo intelectual que se enfoca en las ideas en torno a la literatura– el cual, tiene un despunte decisivo en la primera mitad del siglo

    xx

    . Empero, ya durante el siglo

    xix

    habrá manifestaciones de gran trascendencia que inciden en el posterior desarrollo del campo crítico. En este sentido, Víctor Barrera³ hace un análisis bastante minucioso, confirmando que, más que un origen, la lectura crítica –durante el siglo

    xix–

    deviene un discurso emancipador de las ideas, como correlato autónomo, aunque vinculado a los procesos sociales que llevaron a la formación de las nuevas repúblicas. Otros estudiosos de la literatura se han remitido incluso al siglo

    xviii

    como un momento que, si bien estaba mucho más restringido en cuanto a la difusión de las obras, había proyectos que, cobijados bajo las ideas de la Ilustración, promovían empresas que van mucho más allá de la mera promoción de las letras: sientan, más bien, las bases para una crítica literaria en América latina.

    El proceso de formación y consolidación de la crítica literaria, así como el trazo de sus agendas, está relacionado con esta búsqueda de la identidad cultural, la cual se verá puesta en entredicho bajo ciertas ópticas que, de diversa procedencia y con distintas intenciones han elaborado su propia aproximación a nuestra tradición crítica. Más allá de estas propuestas –su abordaje rebasa los intereses de la presente obra–, en este primer capítulo nos centramos más bien en tener una visión general de algunos momentos importantes de la formación de la crítica, resaltando ese deseo por describir nuestra identidad literaria y cultural para, desde esa perspectiva, observar los debates que en los 70 y 80 animaron el campo crítico, así como los grandes temas en que se aglutinaron dichos debates.

    En el transcurso de este proceso, las discusiones en torno a lo literario se centran particularmente en la especificidad de nuestra expresión. De ahí que destaquemos el asunto de la identidad; Arturo Ardao propone la idea de un americanismo literario,⁵ el cual tiene influjos y a la vez influye, en otras formas de comprender nuestro espacio de enunciación, como sería el campo filosófico, el político, el ideológico, etcétera.

    Una primera cuestión a tratar aquí consiste en postular la crítica literaria en América Latina como una manifestación intelectual particular. Esto se explica por las circunstancias específicas en las que se ha ido produciendo en su articulación con el proceso de formación del campo intelectual, y en un lugar de enunciación con su propia historicidad. Si bien en sus principios, en el contexto de las recién proclamadas repúblicas, las literaturas proyectadas como nacionales no tuvieron su plena consolidación, sino hasta la modernización de sus instituciones (Ramos) –como la prensa o la universidad–; la crítica, como discurso metaliterario, fue conquistando su propio espacio a la par de una literatura propiamente latinoamericana. La pertinencia de hacer esta afirmación, sin embargo, no está del todo dada, pues aún prevalece una visión que, al contrario, tiende a diluir la cuestión. Sobre esto, por ejemplo, Antonio Cornejo Polar, en el «Prólogo» a la obra de Guillermo Mariaca, El poder de la palabra, anuncia la necesidad de leer los textos para precisamente rastrear esta tradición, y así confirmar lo que ciertos críticos han negado sistemáticamente:

    […] Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, entre otros, han afirmado que América Latina no sólo carece de un pensamiento crítico propio […] sino que esta práctica intelectual […] es no más que una ominosa ausencia.

    Pienso que tal vacío es algo así como el resultado de una ilusión óptica: parece ser que no hay crítica porque no hemos leído los textos pertinentes con ánimo de incorporarlos

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