EN PLENO VERDE BOOM
era a principios del nuevo milenio y yo por supuesto no tenía uno de los recién llegados euros en mi tarjeta recarga del móvil cuando el correo electrónico empezaba a irrumpir en nuestras vidas. Por eso aquella tarde de jueves salí de la biblioteca rumbo a una cabina cercana y marqué el número de la que entonces era mi mejor amiga, para organizar el plan nocturno juvenil: «Vamos a ir a Green esta noche y no tengo un trapo, gordi, me lanzo a las calles a por algo y te veo en La Casita a las diez».
Aquella noche mi interlocutora acudió radiante (cuando eres muy joven cualquier pingo te queda caracterizada por calcar como ninguna otra las ideas que pululaban por las pasarelas internacionales. Nunca le volví a ver aquel conjunto blanco y negro, tampoco el cuello que trajo el siguiente fin de semana o los mil conjuntos que se ponía para pasear su por los sitios de moda… Y es que igual que el euro, que el correo o que la Internet misma, una idea dañina para la moda y el planeta se apoderó de mi generación: antes muertos que repetir una prenda (y eso que éramos vírgenes en aquello de compartir/influir o ‘likear’).
