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Los días previos a la reapertura parcial de los comercios del Centro Histórico de la Ciudad de México, luego de tres meses de emergencia sanitaria, cientos de efectivos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) comenzaron a vivir días aciagos a causa del covid-19, ese “enemigo invisible” que se sumó a la inseguridad y la violencia cotidianas.
En la esquina del Eje Central y Madero, la calle peatonal y comercial más transitada de la Ciudad de México, un uniformado apenas podía disimular su cansancio tras su cubrebocas y una careta que, además de protegerlo del inclemente sol dominical, le provocaba sopor.
Su trabajo era controlar el acceso a esa arteria, de ahí sus advertencias a los transeúntes que merodeaban el lugar: “No puede pasar”, les decía. “Disculpe, no hay paso”, gritaba a los impetuosos ciudadanos. “No se puede, todo está cerrado”, insistía en su interminable letanía.
La escena se repetía en las calles aledañas a principios de julio, dice el
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