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Cenizas capitales
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Cenizas capitales

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El capitalismo ha sido el gran ganador de la historia, ha logrado recrearse y vuelto a surgir de sus cenizas en muchas oportunidades. Ha demostrado que, a pesar de sus enormes contradicciones, resulta ser el mejor intérprete del ser humano, porque refleja como en un espejo, todas sus aspiraciones, transformándose en un motor imparable en la construcción de futuro.
Cenizas capitales intenta desnudar sus contrastes a través de dos historias. Una de ellas, ambientada en la guerra civil española y la segunda guerra mundial. Una narración cruda que refleja las condiciones del exilio y los intentos de supervivencia de un político republicano, en la España de los años 30. La otra, revela las vicisitudes de un joven en la crítica Argentina de los 90, en un contexto de desempleo creciente e inestabilidad institucional.
Un relato descarnado en la que los pecados originarios emergen como respuesta ante las ambiciones desmedidas de los inescrupulosos que allí se enfrentan. Dos épocas diferentes con un punto en común y donde el amor, como camino liberador, intenta escribir cierto, en renglones torcidos.
LanguageEspañol
Release dateJul 22, 2020
ISBN9789878705668
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    Cenizas capitales - Nancy Sorfo

    familia

    Capítulo 1. Cenizas Capitales

    Su sombra se reflejaba en la ventana mientras se sentían los bullicios que provenían del exterior. Recostado sobre una columna saboreaba un vino tinto muy costoso, mientras observaba el enorme cartel luminoso que parpadea escupiendo imágenes de mil colores. La Avenida 9 de julio exhibía toda su espectacularidad. Pero él, sólo prestaba atención al destello de luces que llegaban desde la ventana, con el pensamiento en blanco.

    Se había vestido para la ocasión, una fina camisa de color lila y un saco negro. Antes de salir, acomodó la corbata y se miró al espejo para arreglarse el poco pelo que le quedaba. En ese instante notó que su corta barba, relucía toda platinada. Tomó el ramo de rosas que se encontraba sobre la cama y lo miró fijamente. Cientos de imágenes aparecieron en ese instante. Cada cumpleaños, cada aniversario, cada día de la mujer y ...hasta la imagen de ese último ramo que le entregó la noche anterior a la firma del divorcio. Habían pasado varios años, ya no tenía las mismas agallas y no estaba en condiciones de pasar por un proceso semejante. El guerrero estaba ante su último acto, dispuesto a entregar las armas. La batalla se había extendido más de lo que podía ser soportado, llevándose puesto hasta la sensibilidad de los pequeños actos. Todo estaba preparado para ser reparado...

    El proceso de sanación ya estaba cumplido, aunque ninguno de los dos olvidaría esa noche cuando los acontecimientos se presentaron intempestivamente y los enfrentó a tomar decisiones que cambiarían el rumbo de sus vidas. Un quiebre en el transitar de sus existencias que los convirtió en aliados incondicionales de un entramado delicado, lleno de intrigas y siempre al borde de lo imprevisto. Dos inconscientes que lograron, sin darse cuenta, poner en jaque a la propia lógica del capital, mostrando sus contradicciones y debilidades. Cenizas que dejaba ese mundo lleno de imágenes prometedoras de futuro.

    Allí, en ese intersticio se movieron, en un espacio recreado laboriosamente y medido hasta en sus más pequeños detalles. Armaron un escenario artificiosamente, al que le plantaron los actores para mover las fichas del juego. El tablero fue impuesto por circunstancias no previstas. De un lado, millonarios inescrupulosos que se sirven del Estado en su propio beneficio. Del otro, un cerebral y frágil personaje que arrojado a su propia historia toma la decisión de no ser el resto de una operación de destitución, con pocas y débiles armas, acompañado por su instintiva mujer y compañera de mil fracasos. Los personajes secundarios: un sabio trotamundos inspirador y fiel para cualquier batalla, vendedor de ilusiones e imprescindible para convencer al mismo demonio. El resto, un coro de sujetos movidos por sus propias motivaciones, utopías y egoísmos. Las cartas echadas, el juego abierto...

    Capítulo 2. El desencanto

    Cuando Emilio leyó el aviso sobre la creación de una bolsa de trabajo en el consulado de Brasil pensó en una nueva oportunidad. Hacía más de un año que no tenía empleo y sobrevivía gracias al trabajo de su mujer, con un sueldo más que magro y la ayuda de los parientes más cercanos que intentaban acompañarlo en este período difícil.

    En ese momento, preparó las fotocopias del currículum vitae una vez más, sí, una vez más de todas las veces que especuló que se presentaba una nueva oportunidad. Una especie de ritual que comenzaba con cierta esperanza y que culminaba con una nueva desazón.

    Era muy joven, tenía veintisiete años, una cierta preparación y muchas ambiciones, pero también guardaba una preocupación constante y a veces hasta obsesiva, de cumplir con los mandatos familiares y sociales que lo marcaron durante toda su vida y a los que no les encontraba una puerta de salida. Había escuchado hasta el hartazgo, durante su corta existencia, que el trabajo dignifica al hombre, lo realiza como persona, produce un cierto reconocimiento social e implica reconocerse en un mundo que, hasta ese momento, le había sido esquivo.

    El contexto no lo ayudaba, el índice gubernamental que medía el desempleo representaba el 18%, más un número similar de subempleo, porcentajes inéditos de ciudadanos sin pasword social, en una Argentina, que ya había logrado un camino sostenido hacia la recuperación de sus instituciones democráticas. Avances y retrocesos de un país que nunca terminaba de consolidar sus progresos y que, como corolario, llevó a la presidencia a un mandatario, que si bien, en campaña electoral había prometido la necesaria reparación económica, produjo una gran crisis estructural sobre el empleo que resonaría, poco tiempo después, en los demás indicadores sociales.

    Se abría paso la década de los 90 y la Argentina parecía emerger con una nueva cara. Una diferente a las conocidas popularmente, producto de un nuevo paradigma internacional que se imponía también, en nuestras latitudes.

    La globalización, el desarrollo tecnológico, el culto por la estética, el marketing y el consumismo obsceno, como imperativo, indicaban un cambio de era.

    Este pensamiento nuevo, impuesto en forma global, se diseminaba en forma brutal, arrastrando a los sujetos hacia un relato imposible de resistir. Exitosa conquista de la subjetividad, que expandía el glamour de la imagen como utopía.

    Surgía así, una nueva etapa histórica, definida globalmente por algunos profetas de turno, como el fin de la historia, considerada un punto final de la ideología humana que iba a estar representada por un progreso lineal y estable, ausente de contradicciones. Nos encontrábamos sí, ante un nuevo escenario internacional, la caída del muro más emblemático permitía las más elocuentes teorías ¿El fin de la historia venía a traernos la paz y la libertad en forma definitiva? O...como otros podrían observar, ¿ese fin llegaba marcado por un profundo gemido y en el que estábamos asistiendo sólo a sus primeros indicios?

    La gran explosión tecnológica mundial produjo una nueva lógica, la inmaterialidad se volvió cierta y la manipulación y la saturación de datos e imágenes se convirtieron en símbolos excluyentes de esta nueva era. La virtualidad, palabra hasta ese momento casi desconocida, se cargaría de sentido exhibiendo, de aquí en adelante, y a partir de ahora para siempre, una realidad inexpugnable donde ya no había contextos que transformar, ni fundar. Desvanecimiento rápido, realidad inmaterial, historia sin linealidad.

    En ese momento, la Argentina intentaba acomodarse a estos nuevos imperativos epocales y las mayorías, también compraron la promesa del modelo. Un espejismo que los haría vivir durante algún tiempo en una especie de ensueño cargado de posibilidad.

    No importaba, esta gran realización de los 90, mezcla de magia y embriaguez, le permitió al presidente de turno, renovar su mandato para continuar con un camino que marcaría un no retorno y desde allí, una nueva configuración social prorrumpiría. La especie humana siempre se ha sostenido gracias a las salidas alternas que las mayorías han encontrado a cada momento crítico de la historia, tratando de escapar a reglas pre definidas. Pero, los 90 nos dejaron así, sin certezas. El fin de la historia parecía una verdad difícil de contradecir, con más interrogantes que respuestas y las pocas iniciativas nacían ya oxidadas ante una realidad que se recreaba en forma continua, sin tiempo para pensarlas.

    En ese contexto, Emilio había comenzado la búsqueda del empleo asegurador del bienestar de su familia hacía tiempo, pero no había tenido suerte. Los avisos de los diarios eran escasos, algunos confusos y otros hasta irreales. Las colas que se desplegaban en las puertas de las empresas reconocidas eran interminables y en las desconocidas, se llegó a encontrar con encargados de edificio que recogían currículum de los posibles postulantes en la puerta, despachando a la mayor cantidad de personas en el menor tiempo posible. Increíble fue cuando se topó con direcciones inexistentes a las que llegaba y se encontraba con terrenos baldíos. En su desesperación, llegó a pensar que aquellos avisos en los diarios eran una creación del gobierno de turno para esconder la verdadera realidad del desempleo. No era una idea disparatada, la justificación y manipulación del índice oficial por medio de los funcionarios de turno, se adjudicaba a la falta de capacitación de la gente, no por su escasez, sino producto de un Estado que dio trabajo durante décadas sin pedir nada a cambio y que, ante el imperativo de un nuevo escenario económico, más moderno y más eficiente, las capacidades de sus habitantes debían ser reconvertidas para adaptarse al nuevo modelo.

    Con el paso del tiempo y ante el fracaso de su búsqueda, el desaliento se convirtió en una de sus características personales, la depresión en una manifestación evidente y las lágrimas en una fuga a la presión que sentía por no poder resolver su destino inmediato.

    Aquel día, llevó el currículum vitae a la sede del Consulado de Brasil. Ese país había comenzado un proceso de expansión de su economía hacia los países vecinos, principalmente con sus socios comerciales, estableciendo filiales de sus empresas en el exterior. Su representación diplomática en la Argentina, contribuía a tal objetivo. Así que, confiando en que una institución gubernamental no mentiría en el ofrecimiento de un empleo, se dirigió hasta allí, con su experiencia laboral en mano, pensando nuevamente en una oportunidad. Sabía hablar muy bien el portugués, debido a que su padre había vivido unos años allí y creía, que podía ser un plus, para posicionarse en un mejor lugar a la hora de la selección.

    Cuando llegó al lugar, buscó la oficina que indicaba el aviso y lo recibió una señora de cierta edad que lo atendió muy amablemente:

    —¿Esta es la oficina donde funciona la bolsa de trabajo? — Y le extendió el currículum casi sin mirarla, como avergonzado por aquella situación.

    —Sí, aquí es — le respondió la mujer. — Tomándole la carpeta.

    Con la mirada baja y rendido de antemano ante la situación le expresó:

    —Mire, yo no sé si esto es real, si de verdad hay alguna posibilidad, pero estoy realmente desesperado, disculpe si le hablo en estos términos, ya me quedan pocas esperanzas. — Un nudo en la garganta ya no lo dejaba pronunciar palabra.

    La mujer asombrada y hasta conmovida lo miró fijamente, lo invitó a sentarse y comenzó a hablarle:

    —Mira, esta oficina es real — mostrándole el entorno— . Yo trabajo aquí todos los días y nació con la idea de ayudar a las empresas que comienzan a radicarse en la Argentina en la búsqueda de personal para sus nuevas sucursales en el país. Soy trabajadora social, sé lo que significa el desempleo porque lo he vivido personalmente y más en este momento — agregó en forma reflexiva. — Se sentó frente a él y un instante después, intentó mantener un diálogo para saber cuáles eran sus condiciones, haciéndole las preguntas de rigor de una entrevista laboral clásica. A su término, quedó un poco conmovida con aquella juventud que buscaba desesperadamente una oportunidad y demandaba una ocasión para hurtarle al destino, aunque sea una limosna. Miró la carpeta de sus antecedentes, la tomó entre sus manos y le dijo:

    —Voy a analizar todos tus antecedentes y prometo darte una respuesta, aunque te mentiría si te aseguro poder ayudarte. Dame tiempo para ver si puedo hacer algo por vos.

    Salió esperanzado a medias como siempre y tomó un café cortado en un bar cercano. Al salir, se detuvo y respiró profundo como para enfrentar al mundo nuevamente. Un mundo desabrido que huía de todos sus sueños, que se corría siempre dos pasos más allá y que no le ofrecía siquiera una caricia alentadora.

    Transcurrieron varios días, Emilio veía acercarse la fecha de su cumpleaños número veintiocho y tendría que recibir las felicitaciones de esa víspera, que siempre venían acompañadas por la pregunta habitual de conocidos y amigos:

    —¿Conseguiste trabajo? — Una pregunta que se transformaba en una daga que lo partía en trozos y que a esa altura ya no quería responder más.

    Una tarde de otoño sonó el teléfono, una voz extraña, como escapada de un lugar remoto preguntó por él, una realidad al que no estaba acostumbrado, ni preparado.

    —¿Habló con el Sr. Emilio Larraburu?

    —Sí, con él habla.

    —Mire, llegó a mis manos su currículum del Consulado de Brasil y me interesaría conversar con usted acerca de una propuesta laboral.

    —Sí, estoy a su disposición — rápidamente le expresó.

    —¿Le parece en mi oficina, el jueves a las dieciséis horas? No quiero adelantarle nada, prefiero hacerlo personalmente.

    —Allí estaré — respondió enseguida.

    En ese instante, un calor corporal lo invadió, una alegría contenida le hacía temblar las manos, no quería ilusionarse, no sabía ni de qué se trataba la propuesta, pero él igualmente no se podía quedar quieto, caminaba de un lado a otro de aquel pequeño departamento, tratando de que su ansiedad no se descontrolara, esperando a su mujer para contarle la buena noticia.

    Capítulo 3. La oportunidad

    El día de la cita era el jueves cuatro de junio, la dirección indicaba el barrio de Barracas, en la ciudad de Buenos Aires, un depósito importante se extendía en planta baja y en el primer piso, se distinguía una oficina. Llegó y tocó un timbre que se hallaba a un costado del edificio. Lo hicieron pasar. Al subir la escalera se encontró con una especie de loft laboral, sin paredes divisorias y varios escritorios enfrentados. Una sencillez franciscana y una oficina al fondo, habitada por esa voz extraña que le había telefoneado y que remitía a un hombre alto, muy rubio, de grandes ojos claros, que hablaba en una mezcla de portugués, castellano y alemán, una argamasa difícil de comprender.

    El puesto para el que era convocado resultaba interesante. La empresa era una filial pequeña de otra inmensa, ubicada al sur de Brasil, que se dedicaba a comercializar insumos metalúrgicos para distintas áreas de la industria y que exportaba a muchos países del mundo. Una multinacional, de origen local, con propietarios nacionales. Un símbolo de progreso de los primeros años del siglo XX, cuando aquel país se involucró en el desarrollo de la industria nacional produciendo a gran escala la fabricación de productos derivados del acero, que impulsó el nacimiento de una fábrica racionalizada, abriendo un pasaje hacia la producción en masa. Un modelo fabril donde el trabajo se convertía en fundamento para la integración social que, incluía a obreros vendiendo su fuerza de trabajo, a cambio de un salario y que recreaba un imaginario social que si bien, surgió a partir de condiciones materiales concretas, se instituyó como un sentido, alrededor del cual la sociedad se organizaba, creando las condiciones necesarias de ciudadanía.

    El puesto a cubrir se vinculaba con el área comercial, debía ser un enlace entre la fábrica y los clientes locales. Operaciones de importación de insumos para la industria textil.

    La entrevista no fue extensa, al Sr. Müller le interesaba el manejo del idioma portugués y su perfil comercial. El sueldo no representaba un problema, estaba dispuesto a pagarle lo solicitado, que no era mucho. Así que, al finalizar la entrevista acordaron que el próximo lunes comenzaría a trabajar.

    Cuando salió de ese lugar, las piernas no le respondían, tenía una sensación de alegría contenida fusionada con una angustia creciente que respondía a la preocupación de hacer las cosas bien. Cuando se tranquilizó, decidió no tomar el colectivo de vuelta, siguió caminado hasta su casa, necesitaba moderar las sensaciones vividas y plantearse a partir de ahora, objetivos que cristalizaran quimeras perdidas hacía tiempo.

    En ese caminar y con la vista perdida, presentía que, a pesar de los difíciles momentos vividos, la consternación, por primera vez en mucho tiempo, se corría a un margen. Se abría en su vida una nueva escena, donde él dejaba de ser para los ojos de los otros, un penoso espectador para convertirse al menos, en un actor secundario.

    Obtener un trabajo, sólo eso y en esas circunstancias, simbolizaba para Emilio un trofeo que remitía a muchos nombres y que representaba el nacimiento de las raíces que le hacían falta para concebirse, ante su familia, en un ser humano digno. Situación paradojal la de nuestra existencia, la de construir sueños de modestas realidades. No obstante... y a pesar de sus conquistas, los sueños siempre hospedan consecuencias inesperadas, quizás, manifestaciones del inconsciente, que mezclados con los movimientos del destino nos tienden más de una jugarreta y nos preparan más de una sorpresa...

    Estaba abierto el juego, tenía el cubilete entre sus manos, y unas ganas increíbles de poder demostrar todo lo que podía hacer, si lo dejaban. Lo que nunca sospechó y menos en ese momento, era el largo camino que iba a tener que recorrer para anclar definitivamente; que ese sentimiento confuso que percibía, mezcla de felicidad y agitación, iba a representar la piedra fundamental de un aprendizaje que lo iba a poner en las puertas del desafío más importante de su vida y que lo enfrentará a sus más sólidos valores. Al final de los acontecimientos, otro ser humano emergerá, más escéptico y astuto. Pero... por sobre todas las cosas, construirá un concepto de la felicidad teñido de enormes pérdidas, desesperanzas y venganzas justicieras.

    Capítulo 4. El nuevo camino

    Ese lunes de otoño, faltando veinte minutos para dar las nueve, llegó a su nuevo ámbito laboral vestido para la ocasión, con un saco impecable que le había regalado su cuñada para empezar con buena suerte y un bagaje de anhelos reprimidos en el tiempo. Le presentaron a sus nuevos compañeros de trabajo, el escritorio al frente iba a estar ocupado por Nurya, la secretaria administrativa multifunción, a su derecha los vendedores que iban y venían, Rebeca y Pedro y a su izquierda Esteban, el contable. Al fondo, solo en una oficina, el Sr. Müller, el director. Le indicaron a groso modo las tareas para que se familiarizara y le desearon suerte. En ese instante le pareció como una pequeña familia. El trato le resultaba muy cordial y se sintió confortable.

    La oficina era un reducto muy sencillo, casi artesanal, sólo dos computadoras, algunos teléfonos, dos o tres máquinas de escribir y un fax para enviar los pedidos a la fábrica. No parecía una sucursal de una multinacional tan importante en su país de origen, más bien el almacén de algún comerciante inmigrante, con lápiz en la oreja y anotador en mano, instalándose en un país lejano, comenzando un negocio familiar que manejarán los hijos cuando él ya no esté. Una geografía poco tecnificada para lo que se venía escuchando en los medios de comunicación y de lo que sucedía en el mundo de los negocios.

    Pero bien, al mediodía concluyeron su tarea matinal y todos se dirigieron a comprar comida en una fonda cercana. Al momento de almorzar se le acercaron como un enjambre de abejas, cargados de preguntas:

    —¿Cómo llegaste acá? — preguntó Esteban.

    —¿Sos casado? — arremetió Nurya.

    —¿Cuánto te van a pagar? — inquirió Rebeca.

    —¿Dónde vivís? — insistía Pedro.

    Al principio se sintió hostigado, después se tranquilizó e intentó contestar serenamente, no había nada que ocultar, sólo la verdad. Aunque le dio mucha vergüenza reconocer que había estado un año sin encontrar trabajo, como si eso indicara una señal de aptitud o desenvolvimiento y acortó el tiempo para no sentirse tan mal.

    Faltando un minuto para la una, una sombra se asomó a la escalera mirando la muñeca y todos en segundos y aterrados, como perseguidos por un tornado, guardaron sus utensilios, tiraron las sobras y se dirigieron a su lugar de trabajo. Él copió a sus nuevos compañeros, se comportó como uno más y trató de no voltear la cabeza hacia la oficinita del fondo, percibía que los ojos del Sr. Müller traspasaban las paredes y la ventana que los separaba, ese espacio vidriado, representaba una gran pantalla donde todos estaban expuestos y desnudos, un panóptico desde donde se controlaba hasta los más pequeños movimientos.

    —¿Pensará en realidad que nada se le puede a escapar de esta manera? — reflexionó enseguida Emilio. — Con la sospecha de que esa actitud representaba una táctica de control un poco inútil. No se contestó la pregunta, quizás la respuesta lo amilanaría. La potencial vista silenciosa también lo perturbaba y siguió con su labor sin hacerse más cuestionamientos, sólo se le representó una imagen con una sola traducción, el control era cuerpo a cuerpo.

    Capítulo 5. El Sr. Müller

    Frank Müller, director de la compañía, ocupaba ese puesto desde hacía dos años, reemplazaba al director anterior por dos razones, su enorme capacidad y su carácter insoportable. La empresa necesitaba hacer el recambio porque a su antecesor le habían ofrecido un mejor puesto en otra empresa y a éste, se le valoraban sus grandes talentos a la hora de los negocios, virtud imprescindible para un cargo jerárquico de esa índole, pero todos a su alrededor, deseaban que los desarrollara lejos. Su utilidad era conveniente, pero su presencia irritante. Su fuerte temperamento llegó a hacer intolerable la convivencia, y ante la imposibilidad de desprenderse de él, decidieron alejarlo a un país que el directorio consideraba inestable e inseguro y evaluaron que la Argentina, era el mejor lugar donde podría continuar su carrera, dadas sus excelsas cualidades comerciales, capaz de intimidar hasta el mismo demonio en medio de una travesura.

    Frank provenía de una familia aristocrática, descendiente de un naturalista y biólogo germano que emigró a Brasil y se instaló en una comunidad alemana para estudiar especies exóticas de la selva amazónica. Desde pequeño, fue educado en la más estricta disciplina y pertenecía a una clase social, acomodada y distinguida, que se creía regidora de los destinos de las mayorías. Un grupo de elegidos del lugar que ocupaban en la sociedad, poseedores de una capacidad de espíritu, creadores de la verdad, con el sólo hecho de enunciarlas.

    Su familia estaba gobernada por un padre, severo como pocos, que se dedicaba a la fabricación de tubos de acero, un ingeniero metalúrgico que consagraba sus tiempos libres a la lectura y a la investigación histórica del país de origen de sus antepasados, Alemania. Hecho que lo convirtió en un experto falsificador de sucesos gracias a las interpretaciones que hacía de ella. Siempre se las ingeniaba para encontrar los fundamentos necesarios para justificar los genocidios de la segunda guerra mundial. Conocía hasta el detalle, la historia de aquel período, pero obviamente, siempre los acontecimientos se agiornaban en los fragmentos incómodos, convirtiéndolos en inconsistentes y mentirosos a la hora de reconstruirla.

    Su madre era una alemana sofisticada y culta, educada para ser una dama de sociedad y sometida a ser la más fiel colaboradora de su esposo en el control del hogar. Su responsabilidad consistía en sostener puertas adentro, la disciplina necesaria para que las ovejas no se descarrilaran, manteniendo los valores morales de su casta, haciéndoles recordar constantemente, la pertenencia a una clase superior, despegándolos de lo vulgar; devolviendo hacia el exterior, una imagen de familia obediente, impecable y sin fisuras. Tarea que no le fue fácil, sostener en el tiempo tanta subordinación, se tornó en un objetivo difícil de cumplir, incluso para ella. Atenuar las exigencias que su esposo le imponía se hizo espinoso, principalmente con la hermana mayor de Frank que renegaba todo el tiempo de tanta rigidez y que después de interminables peleas, decidió escapar a Francia a seguir con su vocación de actriz, actitud quizás liberadora ante un padre rígido e inflexible que no dejaba ni un pequeño espacio de libertad.

    Ante semejante situación hogareña, Frank cargó con toda la responsabilidad de convertirse en el hijo que debía responder a los mandatos familiares y consecuentemente, su padre se dedicó a convertirlo a su imagen y semejanza. No deseaba que le sucediera lo mismo que con su hermana, por lo que decidió que su educación se concretara en una escuela de sacerdotes alemanes a tiempo completo. Una institución que lo formara en todos aquellos valores que él consideraba fundamentales en la educación de un hombre de bien.

    Con esa formación de espíritu, Frank se empeñó en convertirse en la persona deseada por su familia, una copia perfecta y

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