Los cuerpos rotos: La digitalización de la vida tras la covid-19
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Frente a esta progresiva digitalización de nuestras vidas, Enric Puig Punyet se pregunta "¿qué nos ofrece un cuerpo?" todavía hoy, y su pregunta se va desarrollando y transformando en otras página a página, buscando captar y aislar aquello que hay todavía (y siempre) en la corporalidad.
Escrito entre abril y mayo de 2020, en medio de la pandemia de covid-19, Los cuerpos rotos despliega una reflexión antropológica y filosófica ineludible sobre el destino de nuestra condición de seres corporales frente a la inquietante fantasía tecnológica de una inmunidad absoluta.
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Los cuerpos rotos - Enric Puig Punyet
Los cuerpos rotos
Enric Puig Punyet
Los cuerpos rotos
La digitalización de la vida tras la covid-19
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Los cuerpos visibles
¿Qué nos ofrece un cuerpo?
¿Qué nos ofrece el contacto físico con un cuerpo?
Una (in)definición de cuerpo
Los cuerpos sujetos
La institucionalización del cuerpo sujeto
Las roturas del cuerpo sujeto
Los cuerpos invisibles
Ilustración de cubierta: Julio César Pérez
© Enric Puig Punyet, 2020
© Clave Intelectual, S.L., 2020
Paseo de la Castellana 13, 5º D – 28046 Madrid
Tel (34) 917814799
editorial@claveintelectual.com
www.claveintelectual.com
Edición y coordinación: Santiago Gerchunoff
Diseño: Hernández & Bravo
Corrección: Lola Delgado Müller
Diseño de colección: Eugenia Lardiés
Primera edición en formato digital: julio de 2020
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright
, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
ISBN edición digital (ePub): 978-84-120992-9-4
Este ensayo fue escrito íntegramente entre abril y mayo de 2020. Ha sido fruto de un encierro decretado por un estado de alarma que, entre muchos inconvenientes, ha comportado para mí la ventaja del tiempo vacío para ordenar algunos pensamientos dispersos y ponerlos sobre papel. En especial, el texto contiene algunas de las ideas formalizadas a finales de 2018 en una conferencia titulada «Cómo nos secuestra la tecnología» que impartí en La Térmica de Málaga, dentro del II Festival de Filosofía, así como algunos apuntes tomados para dos conferencias que se han tenido que posponer por la situación del cononavirus.
La urgencia por retomar y ordenar estas ideas me sobrevino a finales de marzo, tras comprobar de primera mano la facilidad con la que empezaba a expulsarse el cuerpo de las actividades sociales, especialmente en el ámbito cultural, como respuesta a una crisis sanitaria sin precedentes. Esta necesidad teórica vino acompañada por otra más práctica: la composición de un grupo de trabajo sobre la recorporeización en la cultura desde La Escocesa, la fábrica de investigación y producción artística barcelonesa que dirijo actualmente. Este grupo, compuesto por siete personas de distintas disciplinas y asesoras de los ámbitos técnico y sanitario, tiene como objetivo devolver el cuerpo a la cultura de forma segura, proponiendo protocolos alternativos e imaginativos que puedan servir tanto a instituciones como a particulares.
El encierro en el que se han escrito estas páginas ha sido, afortunadamente, un entorno de apacibilidad en un pequeño piso del Eixample barcelonés, siempre acompañado de dos gatos y de muchas plantas, de otros cuerpos inertes y, muy en especial, de Angelica, mi pareja y compañera de obsesiones y placeres. Sin sus cuidados, sin las conversaciones periódicas con ella sobre el proyecto y sin sus atentas lecturas, este libro no existiría. A un sentido agradecimiento hacia ella quiero sumarle también otro hacia todos esos cuerpos expuestos, personas en todo el mundo que se han cargado a los hombros la vulnerabilidad de todo un sistema, permitiendo con sus acciones desinteresadas y con sus trabajos, a menudo remunerados indecentemente, que otros cuerpos pudiéramos estar encerrados, angustiados pero asegurados, ocupados con tareas especulativas que, a pesar de ser necesarias por el aparato crítico que desean activar, están siempre revestidas de una cierta comodidad de acción. A todos esos cuerpos está dedicado este libro.
Los cuerpos visibles
Dolores aguarda impaciente de pie, al lado de la puerta principal de su minúsculo apartamento apenas usado, habitado desde hace siquiera un año. Se dio cuenta entonces, asumido su último divorcio, digerida la emancipación definitiva de sus dos hijos, de los metros cuadrados que sobraban y los ahorros que escaseaban para vivir más allá de la mera subsistencia. Su nuevo piso, aseado, arreglado y maquillado como ella misma ahora, contiene convenientemente todos los fragmentos de memoria que desea mostrar al exterior: retratos de la familia que aún permanece, un paisaje ampliado, bañado por una puesta de sol, pequeñas figuras atávicas, expuestas en las estanterías, recuerdos de un pasado remoto o de esos viajes que place recordar.
Dolores espera ansiosa la aparición de Amanda. Es media tarde. De los nervios le tiemblan las piernas, nada acostumbradas están ya a tacones como los que calza ahora, y se apoya con decoro en el aparador del recibidor, al lado de una maceta con flores preparadas para la ocasión. Su cita se demora diez minutos y su cuerpo se estremece por la presión y las prisas. Hace solo un par de horas terminó abruptamente el encuentro con un cargante supervisor, la reunión de control que ese detestable personaje utiliza semanalmente para preguntarle por el trabajo realizado y los siguientes objetivos, marcados en un cronograma. Dolores trabaja como programadora en una empresa multinacional de eventos que aborrece por sus métodos, sus arbitrajes y sus reuniones. Para ausentarse de esta última, se ha excusado haciendo alusión una vez más a la reciente muerte de su madre. Pero, a decir verdad, no ha sido ningún luto lo que la ha impulsado en esta ocasión a interrumpir de repente una reunión alargada más de la cuenta, sino la impaciencia por volver al espacio íntimo, delante del espejo, y cambiarse de ropa, eligiendo metódicamente las prendas que mejor disimularan sus malmiradas mollas, y lavarse el pelo y secarlo y peinarlo con esmero.
Luce ahora el mismo vestido negro con puntillas, ligeramente escotado, que vistió hace tres semanas en el entierro de su madre. Desde entonces, las conversaciones con su afectado padre, ahora solo, se han convertido en citas diarias que ocupan largas charlas siempre incomprensibles, por mucho que Dolores se esfuerce en entenderlas. El habla entrecortada, los balbuceos y los lapsos se han intensificado desde la abrupta desaparición de la madre que manejaba mucho mejor los mecanismos necesarios para una conversación fluida. Ahora, la recurrencia diaria del mismo escenario y el hombre distante, sentado en un sillón rodeado de flores que se marchitan, forman una singular imagen que ya no logra sentir familiar.
Bajo el vestido, Dolores esconde hoy un conjunto de encaje comprado para la ocasión, rebuscado entre catálogos con la esperanza de que se amoldara bien al cuerpo por el que siempre se siente abochornada. Al colocárselo frente al espejo, ha decidido no rehuir la caricia de las yemas de sus dedos en sus muslos, en su espalda, en su pecho. Ha preferido, al contrario, recogerse en ese roce y agudizarlo, imaginando el placer del recorrido inverso por yemas ajenas, los dedos de esa a quien espera, que la desvisten lentamente. Y ahora en el zaguán, durante unos eternos minutos de demora, se excita Dolores rememorando las conversaciones concatenadas, vibrantes aunque fugaces, mantenidas desde hace tan solo una semana con Amanda. Tan poco ha pasado desde que coincidió por accidente, en medio de una fiesta, con esa chica todavía joven, supuestamente tersa. Tan poco